ID de la obra: 819

Que Nada Nos Importe (001x456) One-Shot Smut

Slash
NC-17
Finalizada
2
Emparejamientos y personajes:
Tamaño:
11 páginas, 5.913 palabras, 1 capítulo
Descripción:
Notas:
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Que Nada Nos Importe

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La sangre parecía haberse quedado impregnada dentro de su retina, manchando cada uno de los movimientos de sus ojos y dificultando aún más su visión, ya mermada por las continuas lágrimas.  —Jung-bae… —susurró—. Young-Il… No podía creer que estuvieran muertos, no podían estar muertos.  La culpa le estaba llenando el pecho al recordar los últimos estertores de Young-Il, aquel hombre bueno que le había seguido desde el primer momento y que, incluso, había llegado a tener en sus más profundos sueños. Pero ya nada era posible, nada de lo que hubiera podido imaginar con él, en otras circunstancias, sería posible…, estaba muerto. Un nuevo pinchazo le atravesó los pulmones al revivir la última mirada de su amigo, Jung-bae, cargada por un terror hondo y enfermizo. Recordaba, aún sin quererlo ni pretenderlo, el chasquido de la bala escapando del cañón de aquella pistola, y como el metal había perforado la carne con un ruido sordo.  Se había quedado paralizado por unos segundos, estupefacto y horrorizado, aún sin creer lo que tan claramente sus ojos le estaban mostrando: la sangre escapando sin ningún control del cuerpo de su amigo y sus ojos perdiendo poco a poco el brillo de la vida.  Como si de un resorte se tratara, su cuerpo se había abalanzado contra el moribundo Jung-bae, sólo para darse cuenta de que el peso de la muerte ya le había alcanzado. Un grito feroz y desgarrador, que no reconoció aún como propio, golpeó con fuerza el aire, rompiéndolo en mil pedazos.  Luego, unos pasos firmes llegaron hasta sus oídos. Pero aquel sonido no podía pertenecer a una escena como aquella, cargada de tanto dolor y sufrimiento, puesto que eran demasiado tranquilos e indiferentes.  Había alzado la vista, con el corazón ardiendo por la rabia y dolor, y pudo ver al Líder, aquella figura negra y nebulosa, subiendo las escaleras pausadamente, como si no le importara nada de lo que tras su espalda acontecía.  El fuego del dolor se mezcló con el de la ira y sus músculos, agarrotados hasta entonces, parecieron liberarse al momento. Nuevamente el resorte de su cuerpo se lanzó hacia adelante, tratando de alcanzar a aquel hombre despreciable. A aquel asesino. Pero no pudo alcanzarlo. El fuerte agarre de los guardias le detuvo. Rápidamente, le lanzaron al suelo y su cabeza chocó contra éste, mientras los guardias trataban de reducirlo. Mientras la ira continuaba desgarrando su garganta, su mirada se posó nuevamente en Jung-bae, que lo observaba pálido y con los ojos apagados de la muerte. Con ello, el tono de sus gritos cambió para asemejarse más a los alaridos de un perro apaleado y sus brazos y piernas perdieron toda la fuerza que la rabia les había otorgado, masacrada ahora por la tristeza.  No sabía bien qué había pasado después de aquello. Tan sólo había logrado notar el frío metal de unas esposas cerrándose alrededor de sus muñecas antes de que el cañón del táser se posara sobre su cuello y le descargara la electricidad que lo había dejado inconsciente.  Al despertar, no se había molestado en explorar el lugar que lo rodeaba, puesto que no había reconocido la enorme sala de los dormitorios. En cambio,  se había puesto a llorar sin control y sin importarle lo más mínimo si en aquella habitación había cámaras o personas.  Todo parecía bañado en sangre.  Tras algún tiempo, el instinto de supervivencia que prevalecía dentro de él pareció aflorar las pocas fuerzas que le quedaban y, aún con desgana, trató de comprender su entorno. Se encontraba en una habitación espaciosa, con las cuatro paredes forradas por lo que parecía terciopelo morado. En cada una de las paredes, junto a las esquinas, se encontraban las lámparas, cuya cálida intensidad y luz amarillenta bien le podría haber parecido agradable bajo otras circunstancias. Y, justo frente a él, a una distancia que calculó no mayor a metro y medio, se erigía una puerta de metal negro.  Observó aquella puerta, que se presentaba como si de una mala broma se tratase. Casi parecía gritarle que así era como debía permanecer por el resto de su vida: encerrado, atrapado y a merced de otros.   Volvió a ver el rostro de Jung-bae ante él, y no pudo evitar pensar en cómo se había visto obligado a morir entre las paredes de aquel sádico juego. La voz de Young-Il, quebrada y teñida por la sangre regurgitada que le atascaba la garganta. Sus cuerpos jamás serían encontrados, ni enterrados. Y jamás alguien  podría colocar una rosa fresca en la tierra de su sepultura para marcar su recuerdo. Respiró profundamente, tratando de alejar todos los horribles recuerdos de su mente que lo torturaban con la visión de sus amigos muertos, y trató de levantarse. Sabía que si alcanzaba la puerta tan sólo estaría participando en el juego que ellos querían jugar, porque resultaba imposible que ésta estuviera abierta, pero prefería saber que ocurriría en lugar de quedarse allí estancado y obligarles a intervenir por su cuenta.  Al contraer el abdomen para levantarse, pudo sentir como la superficie en la que se encontraba apoyado se hundía bajo su peso. Su mente no había terminado de procesar esta nueva información cuando un fuerte tirón en sus muñecas le impulsó de nuevo hacia atrás y su cabeza se golpeó sobre una superficie mullida. Sus ojos ahora estaban completamente abiertos, fruto del desconcierto, y su cuerpo parecía tratar de analizar cada una de sus extremidades en busca de las respuestas que necesitaba. Alzó la vista hacia arriba: sus muñecas se encontraban levemente suspendidas en el aire y bien sujetas por unas esposas ancladas directamente a la pared. El pánico le invadió al instante y pudo notar como su corazón se aceleraba, haciendo pulsar sus sienes y las venas de su cuello. Comenzó a tirar de sus ataduras, sin importarle el ruido que el metal chocando entre sí estaba provocando. No sabía que iban a hacerle, pero si lo necesitaban atado, no podía ser nada bueno.  —¡Soltadme! —le gritó a la soledad—. ¡Soltadme! Nadie le oiría, y hasta cierto punto lo prefería, pero necesitaba desahogarse. No sólo del miedo que lo abrumaba sino también del dolor que seguía invadiendo su corazón. Gritó y gritó hasta que su voz no era más que un sonido ronco y roto.  Al cerrar la boca, pudo notar sus mejillas empapadas de lágrimas y su garganta seca, en una sensación demasiado parecida a la de haber engullido kilos y kilos de arena. Fue entonces, cuando decidió reiniciar la exploración, apartando un poco su temor.  Así, descubrió que la superficie que le sostenía, y cuyo hundimiento le había sorprendido, era una cama. El colchón era enorme, y seguramente sería capaz de albergar cuatro personas permitiendo incluso que tuvieran un considerable espacio entre ellas. Sobre él mismo, unas mantas suaves y cálidas, también de color morado, parecían querer seguir construyendo el ambiente agradable y hospitalario que había imaginado con las lámparas.  Pero tan sólo podía ser eso, un ambiente artificial e imaginario, perfectamente roto por las pequeñas gotas de sangre que la vestimenta de jugador, que aún llevaba puesta, habían teñido sobre la superficie. Con este pequeño descubrimiento, cansado por el llanto y el esfuerzo de su lucha, permitió a sus músculos relajarse y a su cabeza echarse hacia atrás, consciente ahora de que la superficie mullida que se encontraba a aquella altura era una almohada.  «Si me duermo», pensó, «me llevarán con los demás». Pero aquello no sucedió. No habían pasado más de cinco minutos desde que cerró los ojos hasta que un leve crujido le hizo abrirlos.  Era la cerradura de la puerta.  Alguien estaba tratando de entrar con una llave.  Se recolocó como pudo sobre la cama para alcanzar el mayor rango de visión sobre la habitación y trató de serenarse: no quería que la persona que entrara, fuera quien fuese, le viese en las terribles condiciones emocionales y físicas en las que se encontraba. Era consciente de que probablemente aquella habitación se encontrara plagada de cámaras, pero no les iba a dar el gusto de verle destrozado a tan poca distancia.  Al fin, la puerta se abrió con un chirrido metálico y desgarrador, y tras ella apareció una figura perfectamente conocida, llena de maldad y oscuridad: El Líder. Gi-hun apretó los dientes, tratando de no explotar al instante ante aquel hombre. No iba a darle ese placer, el placer de verle roto por la muerte de los suyos. Si hiciera falta, justificaría las lágrimas de tristeza con la rabia y el dolor de su garganta con gritos de furia, pero no le dejaría ver que estaba completamente derrumbado.  El Líder cerró la puerta y se giró para mirarlo.  —Hola, Jugador 456 —saludó aquella máscara negra, el escaparate del hombre perverso que la portaba.  —Suéltame —exigió Gi-hun, tirando de las esposas con rabia.  —No —fue la escueta respuesta del Líder—, no hasta que te tranquilices al menos —añadió, entrelazando sus manos tras la espalda. Gi-hun le observó con cuidado, analizando cada uno de los pliegues de aquella túnica negra que ningún detalle parecían proporcionarle.  —Devuélveme al juego —dijo, tras unos segundos de silencio. Una leve carcajada, muy suave y cruel, escapó de la máscara del Líder. —¿De qué te estás riendo? —le preguntó enfurecido Gi-hun. —De tu estúpido heroísmo —respondió la máscara, aún con un tono divertido impregnado a la voz—. ¿Aún quieres volver a los juegos? Ya no te queda nadie Jugador 456, tus amigos... —Mis amigos —le interrumpió Gi-hun—, son los mártires que tú, estúpidamente, has generado para estos juegos. Y pienso honrar su memoria. —¿Aún confías en que el resto de jugadores te apoyen? —Por supuesto que sí —respondió convencido Gi-hun. El Líder negó con la cabeza. —Que lástima —dijo, casi sonando abatido—. De verdad pensé que después de volver entenderías al fin como funcionamos los seres humanos... Pero no, aún sigues confiando en ellos, incluso en aquellos que no merecen tu confianza. —Nunca le he dado mi confianza a quien no creyera que la merecía —se defendió firmemente Gi-hun. —¿En serio? Un escalofrío le recorrió la espina vertebral. Aquella pregunta había sonado demasiado desafiante, como si tratara de revelar que un secreto muy escondido era el que permitía que existiera. —Sí —contestó de nuevo, aún con mayor convencimiento. Una nueva carcajada se abrió paso por la máscara negra del Líder. Gi-hun tuvo el impulso de protestar, pero los movimientos de aquel hombre, que parecía dirigir sus manos hacia la cabeza, lo detuvieron. Al fin, las manos se posaron sobre la máscara, y antes de que Gi-hun pudiera tratar de entender que iba a hacer, esta se desprendió suavemente. —Te agradezco el cumplido entonces, Gi-hun —dijo Young-Il, mostrando una sonrisa sádica en los labios, al tiempo que hacía una leve inclinación de la cabeza, a forma de saludo. —Young-Il… —susurró estupefacto Gi-hun—, pero tú…, tú estabas… —¿Muerto? —dijo, ayudándole a completar la frase—. Pensé que tras descubrir la identidad de Oh Il-nam habrías aprendido a no confiar en ningún jugador que conoces en los juegos. La ira volvió a hervir en su sangre.  ¡Había llorado por él! ¡Había llorado su muerte! —¡Confié en ti! —escupió con rabia—. ¡Creía en ti, Young-Il! —Y como puedes ver, te equivocaste al hacerlo. Aquello fue la gota que colmó el vaso. Había sido un estúpido y, aunque le costara admitirlo, un estúpido enamorado, porque el hombre que se encontraba delante de él, el hombre por el que se había permitido sentir algo, era el asesino de Jung-bae y el Líder de aquellos juegos que buscaba destruir. El peso de la traición cayó sobre su cuerpo, como la aguda hoja de una guillotina, atravesando las pocas esperanzas que le quedaban en pie. —Aunque no te equivocaste en todo —volvió a hablar Young-Il—. No me has sido indiferente, como creo que piensas, porque no soy tan estúpido de dejarte entrar de nuevo en los juegos sólo para mostrarte que tengo razón…, no, es mucho más complicado que eso. —¿También te gusta torturar personalmente? —espetó Gi-hun—. ¿Y yo he sido el elegido para tus jueguecitos particulares? Suena divertido —añadió desafiante. —No, pero acabas de mostrar justo a lo que me refiero —dijo Young-Il.  Sus pasos se acercaron lentamente hasta la cama hasta alcanzarla y Gi-hun se removió para alejarse lo máximo posible de su ex amigo, mientras este se sentaba sobre el colchón. Sus miradas se cruzaron, una ardiendo con el fuego de la ira y la otra fría como el hielo. —No te mentí cuando te mostraba admiración ni cuando me divertía junto a ti —habló Young-Il—. Me fascinas, Gi-hun, y soy lo suficientemente observador como para notar que tú también encuentras algo interesante en mí. Alzó una mano y le acarició suavemente la mejilla. —Hace años, cuando ganaste los juegos, no tenías miedo de estar conmigo. Tan sólo querías saber quien era… —Para saber quién era la persona que en verdad merecía morir —le interrumpió de nuevo Gi-hun, apartando la cara de aquel toque. Pero Young-Il no se lo iba a permitir. Lanzó su mano hacia adelante y le agarró con fuerza el mentón, obligándole a devolverle la mirada. —Después de todo lo que has visto, cualquiera pensaría que estás harto de la sangre; pero aquí estás, reclamando la mía —susurró Young-Il—. Si tan sólo fuera el Líder, podría llegar a entender que aún sintieras esas ganas de vengarte, pero para ti ya no soy sólo eso, ¿verdad? —Tú no eres el Young-Il que conocí en los juegos, eso tan sólo era una cortina de humo para engañarme y desequilibrarme. —Te vuelves a equivocar —negó con la cabeza—. Como te he dicho, en ningún momento te mentí cuando te admiraba ni cuando me divertía con las victorias de los otros jugadores, así que realmente me conociste —le corrigió y, después de una leve pausa, añadió—. Aunque me resulta interesante tu afirmación…, ¿a qué te quieres referir con “desequilibrarte”? Una sonrisa felina adornó sus labios. Estaba claro que lo había descubierto. Sabía que tras aquella palabra se encontraba la confirmación que buscaba. La confirmación sobre los sentimientos que ambos compartían. —Eso no te importa —dijo con rabia Gi-hun. —Te puedo asegurar que sí me importa pero, si no estás dispuesto a decirlo, estaré encantado de echarte una mano de nuevo. Tras aquellas palabras, hizo algo que Gi-hun nunca habría esperado: le besó.  Con un movimiento rápido de su cuerpo se inclinó hacia él y en cuestión de segundos ya tenía los labios posados sobre los suyos. Gi-hun se quedó muy quieto, sin dar crédito a aquella situación, mientras Young-Il apretaba con sutileza. Luego, se apartó un poco, y le dió algunos besos más, mucho más breves, en la comisura de los labios. Parecía un intento desesperado; un intento de ser correspondido de un hombre desesperado y ansioso. Por fin, se apartó de él y sus miradas volvieron a cruzarse. Los ojos de Gi-hun se movían incesantemente, recorriendo cada rincón de su rostro mientras su mente funcionaba a toda velocidad. No entendía nada de aquello, ni lo que significaba. Y ni siquiera sabía cómo sentirse al respecto. —Yo amaba a Young-Il —confesó de pronto, con la voz rota—. Pero Young-Il está muerto. —No lo estoy Gi-hun… —El Young-il que yo conocí, no habría matado a Jung-bae —insistió, con la voz cada vez más rota. Young-Il apretó los labios. Aquello había sido un error, un error de la parte más emocional de su ser, que ya creía desterrada, pero que había aflorado para martillearle el corazón con los celos. —Lo siento, Gi-hun, no pude controlarme. —Esa disculpa no traerá de nuevo a Jung-bae. —Pero tampoco cambia el hecho de que yo también te ame. Gi-hun se quedó petrificado. No podía hacerle esto. No podía decirle que la persona de la que estaba enamorado le correspondía, después de haberle revelado que era el sádico al que perseguía y que había matado a su amigo. —Déjame demostrártelo —le pidió Young-Il, acercando sus labios para que quedaran suspendidos sobre los de Gi-hun—, por favor… Su mente daba vueltas, recordando cada instante en el que había soñado con aquellos labios. Deseando poder tocarlos, y anhelando conocer los sabores que podían ofrecerle. —¿Y qué harás si no quiero? Young-Il cerró los ojos por unos instantes y se alejó un poco. —Me iré. —¿Sin más? —Las reglas del juego son una parte importante de mi vida también —respondió Young-Il—. Cláusula tres, ¿la recuerdas? —preguntó—. Especifica que la voluntad de la mayoría es lo más importante, y yo votaré lo que tu votes. Gi-hun tomó aire con delicadeza. Era un traidor…, pero también el hombre del que se había enamorado.  Ante él, seguía pudiendo ver al hombre que tan amablemente le había tendido la mano y su apoyo cuando lo había necesitado. Aquel Young-Il al que había admirado y que se había jurado proteger. Dudaba. Pero su cuerpo no parecía dudar. Desde el primer momento, había podido notar como su cuerpo reaccionaba ante Young-Il. Temblaba. Y no era solo por el fruto de la adrenalina sino que había algo más. Algo de lo que, empezaba a comprender, no le sería posible escapar. El deseo. Sin darse apenas cuenta, y con su cuerpo demostrándole una vez más que funcionaba casi con propia voluntad, apretó con fuerza las esposas y las usó como punto de agarre para inclinarse hacia adelante, atrapando con ello los labios de Young-Il.  Ahora era Young-Il quien reaccionó con sorpresa, pero no tardó mucho en recomponerse y en devolverle el beso. Sus bocas chocaban, con nerviosismo y anhelo, mientras disfrutaban de lo que se habían negado a tener durante tanto tiempo.  Sin separarse, Young-Il comenzó a moverse. Arrastrándose por la cama hasta lograr posicionarse entre las piernas de Gi-hun y éstas, se doblaron hacia arriba, como si siguieran su movimiento. Al mismo tiempo, dejó caer sus manos junto a los costados de Gi-hun, de forma que ambos se mantuvieran aún más cerca el uno del otro. Pasaron minutos enteros en los que parecían incapaces de separarse, hasta que sus bocas, en un acto que se sentía antinatural, se desconectaron a la vez, permitiéndoles recuperar el aire. —Suéltame —susurró Gi-hun con esfuerzo. Aún no había recuperado el aire, y se podía notar cuánto le había costado decir aquello. Young-Il frunció muy levemente el ceño; no estaba convencido de querer soltarle. —Si quieres seguir con esto debes soltarme —insistió Gi-hun, apretándole con las piernas a la altura de las caderas—. Estoy confiando en ti una vez más, Young-Il, pero tú también debes hacerlo en mí. Sus ojos se encontraron una vez más, entre la neblina de sus miedos y las dudas.  Por fin, Young-Il tomó una decisión. Su mano derecha se alzó y fue enterrada en el bolsillo de su túnica, del cual extrajo una pequeña llave de metal. —No te miento, Gi-hun —dijo, colocando la pequeña llave entre sus rostros—. Te amo. Aquel era el momento definitivo, si Gi-hun estaba mintiendo, en cuanto le liberara de las esposas trataría de escapar y todo habría acabado. Y Gi-hun lo sabía.  —Yo tampoco estoy mintiendo, Young-Il. Aquellas palabras estaban cubiertas por un resplandor tan semejante a lo que recordaba como “sinceridad” que no pudo evitar caer en sus redes y creerle. Ya no importaba si habría traición o no, sólo quería saber qué ocurriría. Apretó con fuerza la llave y rápidamente la dirigió hacia la cerradura de las esposas. Un ligero “click”, anunció su apertura y las manos de Gi-hun cayeron hacia adelante, justo por encima de la nuca de Young-Il.  Pero ni siquiera se movieron. Permanecieron quietas, mientras Gi-hun suspiraba de alivio ante el reencuentro con la libertad. De igual forma, Young-Il se mantuvo inmóvil, a la espera de que se le diera una señal. Al fin, Gi-hun le devolvió su atención y, en un arrebato inexplicable, volvió a besarlo y aquello llenó de alivio a Young-Il, porque significaba que no había ninguna trampa.  Gi-hun ni siquiera estaba pensando en lo que hacía, y tan sólo se estaba dejando llevar por el cúmulo de sentimientos que lo había perseguido desde hacía días. Tan sólo unos instantes antes había creído que aquel hombre estaba muerto, y que nada de lo que había soñado tener con él se cumpliría. Pero allí estaba, de nuevo frente a él, prometiéndole todo y, al menos por ahora, no le interesaba pensar en la complejidad de sus sentimientos, tan solo quería sentirlos. Sus manos comenzaron a jugar con el cuello de la gabardina, tanteando la sensación de sus dedos acariciando la piel de Young-Il. Ante aquello, Young-Il se apartó del beso y se deshizo con ansia de sus guantes, mientras Gi-hun le bajaba la cremallera de la gabardina. Cuando esta se abrió, Young-Il no dudó ni un segundo en quitársela y lanzarla lejos, junto con sus guantes. Rápidamente, con el pecho ahora desnudo, se abalanzó sobre Gi-hun para desprenderle también de su ropa.  La chaqueta y la camisa volaron hacia un lugar indeterminado de la habitación, y Young-Il se apresuró a reconectar sus cuerpos, ahora parcialmente libres de las telas de sus vestimentas. Sus pieles rozaron, haciendo fluir un chispazo por todo su sistema nervioso. Todo explotó aún más con un nuevo beso, cargado de ansia y necesidad, que les reconectó. Las bocas mordían y besaban cada rincón que se les presentaba cercano, impacientes por no privarse de ningún olor o sabor.  De pronto, Young-Il decidió moverse, dejando la boca de Gi-hun desamparada, hasta su cuello para llenarlo de besos. Como respuesta, Gi-hun comenzó a retorcerse de placer, notando como cada rincón de su cuerpo explotaba ante aquellas sensaciones y como su mente era poco a poco hundida en la oxitocina. —Y-Young-Il… —logró gemir—, ¿qué pasa con las cá-...? —¿Con las cámaras? —le interrumpió Young-Il, manteniendo sus besos a la altura de la clavícula—. Aquí no hay cámaras, es mi habitación personal. —T-tienes que…, ah…, dejar de leerme los pensamientos…, ah… —murmuró Gi-hun, esforzándose en hablar. —Ya veremos… —se burló Young-Il. Luego, se apretó más hacia adelante, permitiendo que su incipiente erección chocara contra la entrada aún vestida de Gi-hun, y un jadeo lleno de satisfacción fue expulsado por ambos, como el mensaje necesario para expresar lo que querían.  —Te quiero dentro —susurró Gi-hun. Por toda respuesta, Young-Il le robó un último beso antes de apartarse. No se mantuvo muy lejos, solo lo suficiente como para bajarse de la cama y quitarse las botas y los pantalones. Mientras, con las pocas fuerzas que el cansancio le había permitido mantener, Gi-hun hizo lo propio con sus zapatillas y pantalones de jugador.  —Todo fuera —dijo Young-Il, señalando la ropa interior de Gi-hun—. No quiero nada que nos entorpezca.  —Espero que marques el ejemplo —respondió Gi-hun, señalando a su vez la ropa interior de Young-Il. Ante esto, Young-Il sonrió. Ese era el Gi-hun que conocía y le encantaba.  Sin perder tiempo, ambos se apresuraron a cumplir con lo que el otro había pedido, desprendiendo de toda la ropa que les quedaba y mostrándose tal y como habían venido al mundo. Ambos admiraron la piel del otro, que parecía tallada en mármol. Piel suave y dorada, pero también fuerte y firme, producto de todos los desastres que habían tenido que soportar. Sus músculos eran rígidos y atractivos, y se tensaban y destensaban con fluidez en cada movimiento. Young-Il volvió a lanzarse sobre la cama, atrapando a Gi-hun bajo su peso. Sus pieles estaban ardiendo y parecían capaces de incendiarles.  Los dedos apretándose contra la carne y acariciando cada tramo, como si nunca pudieran tener suficiente del otro. Los labios rozando en el cuello y los hombros, llevándoles lentamente al cúlmen del placer y el deseo.  Y sus entrepiernas chocando sin control la una contra la otra, llamando a la lujuria, aquella diosa que no entiende de voluntades ni de mentiras, para convertirles en sus esclavos.  —Te deseo, Gi-hun —susurró Young-Il, justo a su oreja.  El temblor de su voz descargó un fuerte estremecimiento de Gi-hun que se hallaba igualmente preso del deseo. —Pues no me hagas esperar más —le pidió. —¿Eso ha sido una súplica? —se burló Young-Il, apartándose un poco. El brillo del desafió rutiló en la mirada de Gi-hun. —Nunca. —Estaría bien verte suplicar por mí —dijo Young-Il—, pero supongo que tendremos que dejarlo para otra ocasión. Sin decir nada más, se inclinó hacia su lado derecho. Allí, una pequeña mesita de noche, que Gi-hun no había advertido durante sus inspecciones, con un pequeño cajón le esperaba. Lo abrió con prisa, y de él extrajo un bote grueso, de color negro y completamente opáco cuyas letras doradas en la parte delantera indicaban que se trataba de un lubricante de altísima gama. —¿Has hecho esto antes? —preguntó Young-Il, esparciendo un poco del contenido sobre su mano. Negó con la cabeza.  Lo cierto es que jamás se había planteado la posibilidad de estar con otro hombre, nunca antes de su exmujer y mucho menos después de ésta. Tras su divorcio, su corazón se había convertido tan sólo en un órgano más, un motivo biológico con el justificar que se encontraba vivo, y nada más. Al menos hasta ahora.  —Tendré cuidado —le tranquilizó Young-Il, salpicando una nueva porción de lubricante sobre su mano ya llena—. Lo vas a necesitar —se explicó, contestando a la mirada confundida de Gi-hun. —Me alegra saber que no pretendes hacerme sangrar —bromeó. —Ya tendremos tiempo de experimentar fetiches raros. Gi-hun se sorprendió sonriendo ante aquella respuesta. —¿Por qué estás tan bien preparado? —cuestionó, mientras Young-Il dejaba a un lado el lubricante.  —Yo tampoco he hecho esto nunca, si es lo que te estás preguntando —respondió en tono divertido Young-Il, colocándose entre las piernas de Gi-hun—. Y si lo dices por el lubricante…, ya te he dicho que siempre me has fascinado, y resulta difícil no sucumbir ante los deseos cuando estos tienen una figura tan hermosa y te rondan la cabeza día y noche.  Dicho esto, comenzó a esparcir el lubricante sobre la entrada de Gi-hun. Éste, se estremeció ante el contraste de su piel ardiendo con el lubricante frío pero, poco a poco, el calor consiguió ganar terreno y la sensación se suavizó. —Harán falta por lo menos tres —le advirtió Young-Il, apretando con cuidado sus dedos—. ¿Quieres el primero? Gi-hun se limitó a asentir mientras llenaba sus pulmones con aire.  —Deberías seguir verbalizando lo que quieres —dijo con una sonrisa Young-Il—, no siempre puedo leerte los pensamientos…, y siento que sería más bonito escuchar como te vas rompiendo ante mí. Acto seguido, comenzó a introducir el primer dedo. Gi-hun hundió la cabeza contra la almohada y apretó los dientes. La sensación no llegaba a ser dolorosa, pero sí demasiado extraña, y eso le hacía temer cómo evolucionaría conforme el resto de dedos fueran entrando. O como lo haría cuando fuera el pene de Young-Il lo que tuviera dentro. El dedo comenzó a moverse en su interior y junto a él, su pecho aceleró el ritmo de sus respiraciones, dejando entre ver como aquella sensación lo llenaba y le ahogaba en oxitocina. —¿Qué tal se siente? —le preguntó Young-Il. —Raro. —¿En el mal sentido? —N-no…, tan sólo…, raro. Young-Il le miró con ternura. Podía notar como Gi-hun se aferraba al deseo para no renunciar a la acción, plenamente convencido de que mejoraría con el tiempo. Y el hecho de que usara toda su fuerza de voluntad, esa que tanto le excitaba, para luchar contra la incomodidad y lograr tenerle, era realmente encantador. —Voy a intentar ayudarte…, una vez más —dijo. Aprovechando su posición, inclinó su cabeza hacia adelante y tomó con la boca la erección palpitante y ansiosa de Gi-hun, cuya cabeza rebosaba de líquido preseminal. Gi-hun inspiró con fuerza ante la agradable sensación, pero no tardó en dejar escapar el aire en una serie de gemidos y jadeos descontrolados que deleitaron a Young-Il. —¿Otro? —le preguntó, sacando por un momento el pene de su boca.  —S-si… —susurró Gi-hun, embriagado por el placer. —Vamos avanzando —dijo Young-Il, metiendo un nuevo dedo—, pero me gustaría oír un “por favor” la próxima vez —añadió, comenzando a mover ambos dedos en su interior. —N-ni en tus sueños. —Te puedo asegurar que en mis sueños lo hacías con sumo gusto —le respondió Young-Il con un marcado tono burlón. Gi-hun no respondió ante aquella provocación. Estaba demasiado ocupado controlando cada movimiento involuntario de su cuerpo, que le hacía temer una reacción aún más fuerte ante los dedos. Young-Il, por su parte, volvió a meter el pene en su boca y usó su mano libre para mantenerlo firme mientras sus dedos seguían penetrándolo. Los gemidos de Gi-hun continuaron llenando la habitación por los siguientes minutos, en un continuo torrente que evidenciaba el placer que estaba sintiendo. Sabía que no había donde esconderse, y tampoco pretendía hacerlo, pero aquello resultaba demasiado fuerte para su cuerpo. Se estaba asfixiando con su propio calor y tan sólo podía pensar en tener a Young-Il empujando contra él. Cuando la sensación de los dedos se volvió lo suficientemente tolerable, y como si una vez más Young-Il le hubiera leído a la perfección, éste volvió a liberar su boca para preguntar:  —¿Vamos a por el tercero, Gi-hun? Éste asintió con vehemencia, deseoso de terminar con aquella preparación, que comprendía como necesaria, pero que le estaba machacando los nervios. —¿No me lo pedirás? —tanteó Young-Il, apretando el tercer dedo contra la entrada. —Estás deseándolo…, ah…, tanto como yo… —le respondió divertido—, no creo que sea necesario pedirlo. Una media sonrisa adornó el rostro de Young-Il. Puede que él supiera leer a Gi-hun, pero éste no se quedaba atrás a la hora de comprender cómo funcionaban algunas partes de su cerebro y de sus acciones. Por ello, no insistió más, y se limitó a meter el que prometía ser el último dedo; aquel que los acercaba más hacia el desenlace que ansiaban. La piel de la entrada se estiró ante la nueva intromisión y Gi-hun casi creyó que sería desgarrado. Pero aquello no pasó y pronto su cuerpo comenzó a reaccionar positivamente ante los movimientos, lentos y desesperantes, de Young-Il. Una vez más, la lengua de Young-Il se entrelazó con su pene, llenándolo con su cálida saliva y arrebatándole todo el líquido preseminal que quedaba en el glande. A los gemidos de Gi-hun se le unieron los de Young-Il, que podía sentir a cada instante como su propio pene reclamaba atención. Pero esa atención debía esperar; no estaba dispuesto a perder los hermosos gemidos que Gi-hun le estaba regalando con cada uno de sus movimientos. Resultaba tan hermoso, tan hermoso observar aquel cuerpo retorciéndose por su culpa, enredando los dedos contra las sábanas mientras trataba de controlarse y mantener su mente en aquel lugar.  Luchando por no suplicar. —Quiero más… —susurró Gi-hun. Sus palabras sonaron más cercanas a una exigencia que a una súplica. Pero a Young-Il eso ya no le importaba, si algún día lograba hacerle suplicar sería algo que solo el futuro vería, pero ahora, lo único que le importaba era tomar la recompensa de toda aquella preparación. —Yo también quiero más —respondió, besándole el muslo mientras sacaba los dedos de su lugar. Acto seguido, se levantó de su posición y volvió a colocar sus manos junto a los costados de Gi-hun, de modo que su pene quedara alineado con su entrada. Al sentirlo tan cerca, Gi-hun lanzó rápidamente sus manos hacia sus caderas, invitándole a acercarse más. —Espera —le detuvo Young-Il. Luego, movió su cuerpo para alcanzar de nuevo el lubricante, lo destapó y volvió a extraer una buena cantidad de su interior, para inmediatamente después comenzar a esparcirlo a lo largo de su pene—. Nunca es suficiente lubricante.  Después, lanzó el bote sobre la cama, a su alcance por si era necesario hacerse con más en algún momento, y volvió a la posición anterior, sin resistirse ahora ante el empuje de Gi-hun, que tiraba de él con desesperación. —Hagamos esto —le dijo Gi-hun, mirándole fijamente a los ojos—. Y que nada nos importe más allá. La punta del pene entró con lentitud y Gi-hun no pudo evitar clavarle las uñas en la piel. Pero aquello no resultó molesto, es más, pareció hacer que la excitación de Young-Il creciera. En un impulso animal y salvaje, se inclinó hacia adelante y lo besó con fuerza, permitiendo que saborearan los gemidos del otro. Poco a poco, fue empujando sus caderas hacia adelante hasta que estuvo completamente dentro, hecho que fue perfectamente anunciado con un gruñido conjunto, cargado de placer.  El sudor los estaba empapando por completo, y resultaba excitante ver al otro cubierto por el esfuerzo de sus acciones. Los labios entreabiertos y enrojecidos por la actividad de los besos, y los músculos tensos por el placer. Haciendo uso de todas sus fuerzas, Young-Il comenzó a retraer sus caderas, de forma que su pene casi saliera de Gi-hun solo para que, en el último momento, su pene volviera a encajarse hacia adentro. Así se mantuvieron durante algunos minutos, jadeando y gimiendo sin control, con la esperanza de que aquello se mantuviera en el tiempo para siempre.  Gi-hun movió sus brazos hacia arriba para que estos quedaran alrededor del cuello de Young-Il, al tiempo que sus piernas les relevaban, entrelazándose sobre las caderas.  Las embestidas aumentaban de potencia con el paso de los minutos, respondiendo a las exigencias de los gemidos y la presión de las piernas de Gi-hun. —Me vuelves loco, Gi-hun —jadeó Young-Il, descargando un nuevo golpe de su pelvis. Gi-hun gimió con fuerza.  Cada una de las nuevas embestidas le estaba arrastrando de forma incontrolable hacia el orgasmo, y estaba tratando de aguantar un poco más…, pero, sin previo aviso, una mano tomó su descuidada erección, sorprendiéndolo y llevándolo a un nuevo nivel de placer. —Sé lo que estás haciendo —susurró Young-Il, comenzando a masturbarle—. No lo hagas, o no te correras conmigo. Y tras decir aquello, las embestidas parecieron tomar una nueva fuerza, totalmente impensable a aquellas alturas, pero que respondía a los últimos esfuerzos de Young-Il para encaminarlos al clímax. —N-no…, no puedo aguantar…, Young-Il… —jadeó Gi-hun, notando la fuerte presión de su pelvis, que anunciaba el traspaso de la línea de no retorno. —H-hazlo… —susurró Young-Il, invadido por la misma sensación—. Y-yo te sigo… Y con ello, Gi-hun se vio libre de cualquier atadura autoimpuesta, y permitió a su cuerpo navegar por las olas del orgasmo, mientras su pene expulsaba eyaculaciones constantes de semen. Apenas unos segundos después, las contracciones de su cuerpo mermaron las últimas fuerzas de Young-Il y éste le acompañó en el orgasmo, llenándole con su propio semen. Sus cuerpos temblaban mientras eran atravesados por los últimos estertores del orgasmo, y los últimos jadeos de satisfacción escaparon de su garganta débilmente. —Te amo, Gi-hun —susurró con dificultad Young-Il, robándole un suave beso antes de salir de su interior y desplomarse a su lado.  Gi-hun podía notar su respiración, desequilibrada y frenética, que trataba de recomponerse a toda costa. La oxitocina, pronto hizo su trabajo, calmando sus músculos y permitiéndole disfrutar de las últimas sensaciones de aquel maravilloso encuentro. Reunió las pocas fuerzas que le quedaban, y giró sobre sí mismo, rodeando débilmente con sus brazos el cuerpo tendido de Young-Il, que también parecía intentar hacer frente a lo que estaba sintiendo. —Yo también te amo, Young-Il —murmuró, apretándose contra aquel cuerpo aún caliente. Y es que aquello era lo que sentía. No sabía cómo se modificarían aquellos sentimientos cuando despertara ni cómo cambiaría su forma de pensar pasado un tiempo.  Pero en ese preciso instante, junto aquel traidor a quien debía odiar, era lo único que podía sentir. Y nada más le importaba.
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