Capítulo 1
12 de septiembre de 2025, 20:41
Aquella mañana de julio iniciaba un día que era muy especial para Oswald y Edward: su aniversario. Ambos estaban muy emocionados puesto que habían decidido celebrarlo en un lujoso motel que ofrecía experiencias variadas para las parejas, como una cena romántica o un amplio catálogo de juguetes sexuales que les permitirá experimentar nuevas sensaciones.
—¡La encontré! —exclamó Edward, apareciendo entre una pila de camisas arrugadas.
—¡Al fin! —respondió aliviado Oswald, observando como su pareja se acercaba a él, sosteniendo entre sus manos la gran caja de condones.
A pesar de llevar un año juntos, habían seguido viviendo por separado a fin de no sobrecargar la relación con el gran peso de la convivencia y, desde que habían iniciado su vida sexual juntos, el encargado de guardar los preservativos y el lubricante era Edward. Oswald se consideraba demasiado torpe para mantener esa responsabilidad pero su pareja tampoco se encontraba tan alejado de aquella torpeza y con frecuencia perdía las cajas entre el desorden de su apartamento.
—Lo siento —se disculpó Edward, con una sonrisa incómoda, mientras guardaba los preservativos dentro de su mochila.
—Sigo diciendo que podíamos haber comprado una caja nueva y ya buscaríamos esa en otra ocasión —replicó Oswald, con cierto fastidio.
—Lo siento, de verdad, Os —le respondió Ed, contrayendo la cara por la angustia—. Es que sé que es mi responsabilidad y no quería hacernos gastar más dinero en algo que ya tenemos.
—Bueno, no importa —dijo Oswald, restándole importancia a la situación—. Al menos ya lo tenemos todo. Salgamos y vayamos a disfrutar —añadió, con una mirada pícara.
Edward se sonrojó un poco y se le quedó mirando por unos segundos. Sacudió la cabeza, se colgó la mochila al hombro y le dedicó una mirada divertida a su pareja antes de dirigirse a la puerta. Al pasar junto a Oswald lo azotó en el trasero y lo besó en la punta de la nariz.
—El día promete —rio El Pingüino, masajeándose la nalga golpeada.
Ambos hombres salieron del apartamento de Edward y, mientras Oswald se encaminaba hasta el ascensor para llamarlo, el otro se quedó peleando con la vieja cerradura para que permitiera a su llave cerrar con seguridad la casa. Al llegar ante las puertas metálicas, Oswald se detuvo y presionó el botón.
—Como odio esta puerta —escuchó quejarse a su pareja tras de sí.
—Te dije que deberías cambiarla —dijo Oswald, sin girarse.
—No merece la pena —aseguró Ed, llegando al fin a su lado—. Un día me despediré de éste lugar para irme a vivir contigo.
Oswald se sonrojó. Habían hablado tantas veces de planes a realizar cuando vivieran juntos…, casi parecía una situación que tan sólo podía darse en sus ensoñaciones más profundas; pero era cierto, algún día, cuando ambos creyeran que era lo correcto, recibiría a Edward en las puertas de su mansión, y ésta pasaría a ser de ambos.
Antes de que pudiera decir nada más, las puertas de metal se abrieron, permitiéndoles la entrada.
Una de las pocas cosas que Oswald no podía reprochar al mugriento bloque de pisos en el que vivía Edward era el ascensor. La gran anchura del mismo permitía que al menos ocho personas en total ingresaran dentro, lo cuál hacía muy cómodos los viajes con un número más reducido, y evitaba situaciones desagradables entre vecinos.
Se subieron dentro y rápidamente Edward presionó el botón que, tras atravesar los tres pisos de diferencia, los llevaría a la planta baja. Las puertas se cerraron con un silencioso suspiro y encerraron entre sus paredes a la pareja.
—Tengo ganas de ir —dijo Edward—. Estoy seguro de que será una experiencia muy divertida.
—Seguro que si, lo vamos a pasar muy, muy bien —le aseguró Oswald, acercándose juguetón para darle un beso.
Pero antes de que pudiera completar su recorrido, una fuerte sacudida lo lanzó directamente a sus brazos. Miró a su alrededor, asustado, y pudo ver la confusión y la preocupación en la mirada de Edward.
—¿Q-qué ha…?
Otra fuerte sacudida lo interrumpió. Edward lo apretó entre sus brazos, con intención de protegerlo, mientras trataba de encontrar el sentido de aquellas sacudidas. Ahora, el ascensor se había quedado quieto, pero las puertas permanecían cerradas y, según lo que marcaba la pantalla sobre la puerta, se encontraban en la primera planta.
—Parece que se ha parado —observó Edward—. No te preocupes, voy a llamar al teléfono de emergencias para que vengan a por nosotros.
Oswald, aún tembloroso, permitió que su pareja se separara de él. Edward llegó hasta el panel de botones y presionó el que tenía dibujado en relieve un teléfono. Un fuerte pitido anunció el correcto funcionamiento de la línea y rápidamente una voz de mujer lo atendió:
—Buenos días, ¿en que puedo ayudarle?
—Buenos días señorita, me he quedado encerrado junto a mi pareja en el ascensor de mi edificio, ¿podría enviar a alguien para que nos saque de aquí?
—Lo lamento señor, por hoy nuestros servicios a civiles están altamente restringidos a emergencias graves. Gotham está sufriendo un ataque terrorista de un alto calibre y requiere la colaboración de todo nuestro personal. Puedo enviarle a alguien mañana.
—¿Ataque terrorista? ¿Mañana? —repitió irritado Edward—. Disculpe señorita, pero me importa un demonio. Quiero que envíe a alguien… ¡AHORA!
—Le enviaré una unidad mañana, señor. Que pase un buen día.
—¡MIRA ZORRA, ENVÍAME A ALGUIEN AHORA O TE JURO QUE…!
Unos pitidos continuos le indicaron el cierre de la línea. Edward apretó el botón de nuevo, con furia, pero no recibió respuesta alguna. Entonces, tomó aire y lo expulsó con cuidado por su boca, tratando de tranquilizarse.
Unos sollozos golpearon sus oídos, partiéndole el corazón. Se dio la vuelta con rapidez sólo para ver a Oswald, de aspecto tembloroso, observándole con sus ojos rebosantes de lágrimas.
—Es nuestro aniversario… —consiguió decir El Pingüino.
Edward se acercó a él y le abrazó con fuerza.
—No pasa nada, Oswald. Yo estoy contigo, ¿vale? —trató de tranquilizarlo. De pronto, una idea llegó a su cabeza, se separó un poco y, retirando algunas lágrimas de aquellos ojos azules, añadió—. Había comprado galletas y fresas con nata, ¿quieres? —propuso, con una sonrisa.
Oswald se secó los ojos y ya más calmado asintió. Edward se separó y se agachó para rebuscar en su mochila y sacar la comida. Ambos comieron algunas fresas y jugaron a salpicarse la nata.
...
Pasadas algunas horas, aquello se había convertido más bien en una experiencia nueva juntos en lugar de la tortura que habían comenzado sintiendo que sería. Ambos se paseaban por aquel lugar tan espacioso y observaban hasta el último rincón de éste, como si todo se tratara de algún juego y tuvieran que descubrir la forma de escapar de allí.
—Es una pena lo del motel —lamentó Oswald, acariciando las paredes metálicas—. Tenía muchas ganas de ir.
—Yo también Oswald —coincidió Nygma, agachándose para tomar otra galleta de la mochila.
Al meter su mano dentro de la bolsa sus dedos tocaron una especie de recipiente hecho de plástico. Edward miró con atención y descubrió el bote de lubricante que había guardado allí.
Una idea golpeó su cerebro; era muy alocada y pervertida, pero perfecta para solucionar el mayor de los problemas que sufrían en el momento.
—
Oye Oswald
—
dijo, levantándose
—
. ¿Y qué te parecería hacerlo aquí? Disfrutemos la noche.
Oswald se giró y vió a Edward agitando el bote de lubricante en una de sus manos y la caja de preservativos en la otra.
—
¿Aquí?
—
preguntó sorprendido, señalando el espacio en el que se encontraban
—
. ¿No será un poco incómodo?
—Yo creo que es lo suficientemente grande. Creo que entras bien tumbado…, y a cuatro… —opinó Edward, sintiendo como aquellas imágenes se deslizaban hasta su mente y hacían que el calor aumentara.
—¿T-tu crees?
—
Si no me pusieras tan caliente no necesitaría follarte en cada lugar
—
fue la respuesta de Edward, dando unos pasos para acorralar a Oswald contra una de las paredes.
Cuando Oswald chocó contra el metal, Edward liberó sus manos, lanzando el lubricante y los preservativos al suelo, llevó una de sus manos a la nuca e inclinó la cabeza hasta su garganta, rozando sus labios.
—
Sólo si quieres
—aclaró, expulsando su aliento contra el cuello erizado de su pareja.
—
No puedes pedírmelo así y esperar una respuesta negativa
—
jadeó Oswald.
Pudo notar una sonrisa en los labios de Edward antes de que este se decidiera a besarle la piel. Su sistema nervioso explotó y no pudo reprimir los gemidos de satisfacción. Nygma besaba con ansias y, en ocasiones, incluso se permitía dar pequeños mordiscos. Oswald apretaba cada vez más su cuerpo contra la pared, en un movimiento inconsciente de su cuerpo por huir de aquella sobrecarga de placer.
De pronto, notó como sus pantalones se deslizaban hasta caer con un golpe sordo en el suelo. No se había dado cuenta, embriagado por aquellas sensaciones tan placenteras, de que Edward le había desabrochado el botón de su pantalón y lo había dejado caer. Ahora, su ropa interior seguía el mismo camino.
—Disfruta, pingüinito —le pidió Nygma, deslizando la mano que aún tenía libre hasta el pene semierecto de Oswald—. Deja que yo me encargue de todo.
Edward acarició con cuidado el miembro de Oswald, permitiendo que éste fuera tomando cada vez mayor firmeza hasta que al fin pudo comenzar a mover su mano desde la cabeza hasta la base, con un movimiento amplio y lento.
Oswald cerró los ojos y abrió la boca para permitir la salida de un suave gemido lleno de satisfacción.
—¿E-estás seguro de esto? —consiguió decir—. P-pueden vernos…, ah…
—Ya has oído a esa idiota —le respondió Edward, separando levemente su rostro del cuello contrario—. “Le enviaré una unidad mañana, señor” —repitió—. Tenemos toda la noche para nosotros, Ozzie…, y pienso hacerte mío.
Dicho esto, impulsó su boca hacía la carne de El Pingüino y se dedicó a lamer y chupar con rapidez y precisión, acertando en aquellos puntos que sabía, provocaban mayor placer. Oswald se revolvió, víctima de las continúas descargas de placer que comenzaron a arrasar con su autocontrol.
Edward liberó la nuca de Oswald para desabrochar con ambas manos los botones del fino abrigo de su pareja.
A pesar de que la época veraniega ya había llegado a Gotham, la ciudad mantenía un ambiente frío y húmedo que había obligado a Oswald a llevar aquel abrigo, que tanto estorbaba ahora.
La fina camisa de lino y el chaleco morado no tardaron en acompañar al abrigo en el suelo metálico.
Edward devolvió una de sus manos a la nuca de Oswald mientras la otra recorría el pecho desnudo de su pareja, deleitándose con la suavidad de su piel. Le besó nuevamente el cuello, pero en esta ocasión sus movimientos fueron lentos, parecidos a las caricias.
—¿Te gusta? —preguntó, deslizándose hacia abajo.
—M-mucho… —consiguió decir Oswald, sintiendo los húmedos labios de su pareja posándose sobre su clavícula.
Edward recorrió la piel desnuda recién descubierta, analizando cada centímetro con su lengua y manos. Finalmente, las caricias lo llevaron hasta la pelvis del pelinegro.
Oswald presintió el final de aquel recorrido y ahogó un gemido, que liberó poco después con el contacto de la lengua ajena sobre su glande.
—Dios… —suspiró.
Edward dibujó cada línea de la cabeza antes de introducirla finalmente en su boca, cubriéndola con su calidez. Mantuvo su boca ocupada por el glande, formando círculos con su lengua que despertaron cada nervio y arrancaron múltiples gemidos a Oswald.
Mientras, su mano derecha se deslizó a lo largo de todo el pene, chocando contra la pelvis y acariciando de vez en cuando el frenillo.
—Joder…, si…, Edward —gemía Oswald, consumido por el placer.
—Sigue gimiendo Oswald —le exigió Nygma, sacando por unos segundos el glande de su boca—. Me gusta mucho cuando lo haces…
Acto seguido, introdujo una mayor porción del pene en su boca. Sincronizó sus movimientos para que su boca y su mano no chocaran entre sí, dirigiéndose ambas hacia el mismo sentido.
—¡Dios, Edward!
Edward aumentó la velocidad de sus movimientos, quería que Oswald llegara rápidamente al borde del orgasmo. Cuando notó que éste temblaba de forma incontrolable extrajo el pene de su boca.
—¡No! —lloriqueó Oswald, al verse privado del placer húmedo y cálido de aquella boca.
Nygma se levantó con rapidez y se lanzó contra su pareja para unir sus labios. Las lenguas comenzaron a danzar dentro de la boca contraria, descubriendo cada rincón y saboreando la dulzura ajena.
Fue Edward quien rompió la conexión, alejándose con agilidad para tomar uno de los hombros de Oswald. Con un movimiento rápido, consiguió empujarlo y darle la vuelta, haciendo que éste quedara cara a la pared.
—No llores. Te prometo que te daré mucho más —aseguró.
Dicho esto, se agachó para tomar el bote de lubricante que había dejado caer y untó sus dedos con una pequeña cantidad. Acercó uno de los dedos lubricados hasta el trasero desnudo de Oswald y lo apretó contra el ano.
La excitación que experimentaba el cuerpo ajeno hizo que durante aquellas presiones, destinadas al mero juego, el ano succionara el dedo de Edward, quien aprovechó para deslizarlo al completo dentro.
—Ah… —gimió Oswald—. Otro…
—Eres un caprichoso —rio Nygma, cumpliendo con lo que su pareja le había pedido.
El segundo dedo entró con facilidad, y permitió a Edward mover su manos dentro y fuera de El Pingüino. Cuando la presión alrededor de sus dedos se hizo más suave, aceleró el ritmo, penetrando con fuerza a su pareja. Oswald gemía sin control, experimentando las sensaciones placenteras recorriéndolo.
De pronto, Nygma se acercó a su oreja, sin detener el movimiento de su mano, y le susurró:
—¿Sería muy atrevido proponerte que nos saltáramos el tercer dedo?
—A-a mi m-me parece fantástico —consiguió responder su pareja invadido por el deseo y la excitación.
Complacido ante tal respuesta, Edward frenó el movimiento de su dedos y los deslizó fuera de Oswald con lentitud. Se alejó un poco, tomó la caja de preservativos del suelo y extrajo uno de ellos.
Mientras, Oswald agarró de nuevo el lubricante y, tras lubricar uno de sus dedos se dió la vuelta para permitir a Nygma observar cómo se introducía sus propios dedos.
—Creí que habíamos acordado saltarnos el tercer dedo —replicó divertido Edward, mientras terminaba de quitarse la camisa, sosteniendo el preservativo entre sus dientes.
—Sólo…, ah…, tengo dos dentro —le respondió Oswald sin dejar de deslizar sus dedos dentro y fuera de sí mismo, provocándole.
Nygma se permitió observar aquel espectáculo tan excitante por algunos segundos. Amaba ver a Oswald preso de sus sentimientos y de sus pasiones más primitivas, retorciéndose del placer que él mismo se estaba provocando pero deseoso de su cuerpo. Su piel pálida relucía bajo la fría luz del ascensor y sus movimientos, tan sensuales y atractivos, quedaban bien registrados en la mente de Edward.
Al fin, los pantalones y la ropa interior de Nygma abandonaron su cuerpo, y le permitieron estirar el látex sobre su pene. Oswald gemía, llamándole como si de una sirena atrayendo a un marinero perdido se tratase.
—R-rápido Ed, ah…, o me correré antes de que me folles —advirtió.
Edward se acercó con rapidez y le agarró con fuerza la muñeca.
—No voy a permitir que eso ocurra —dijo e, inmediatamente, le obligó a alejar su mano del trasero.
Nygma recondujo la postura de Oswald para que este se mantuviera con las manos apoyadas contra la pared metálica, las piernas abiertas y el torso un poco inclinado hacia adelante, de forma que su cuerpo formara algo parecido a una estrella.
—Quieto ahí —le ordenó, tomándole por las caderas mientras acercaba su pelvis hacia el trasero de su pareja.
Golpeó con firmeza los glúteos, pero, justo cuando la punta de su pene ya rozaba el ano enrojecido y palpitante, Edward dio algunos pasos hacia atrás.
Oswald, desconcertado por la acción, se giró para entender el comportamiento de su pareja, a quien encontró sujetándose el miembro con una mano y mirándole con malicia.
—
Aunque, pensándolo bien quizás tengas razón y no es buena idea todo esto
—
dijo, sin dejar de acariciar con suavidad su pene erecto
—
. Tal vez deberíamos vestirnos y esperar a que vengan a por nosotros.
A Oswald se le abrió la boca hasta tal extremo que creyó que se le desencajaría la mandíbula. No lo podía estar diciendo en serio.
Después de todo aquello, ¿Lo podía estar diciendo en serio?
Oswald se negó a creerlo, volvió a mirar a la pared y empujó con furia sus manos contra el metal del ascensor.
—Edward Nygma —dijo, apretando los dientes—. O vienes ahora y me metes la polla o te juro que cuando salgamos de aquí te ato a la cama y te monto hasta dejarte sin semen por las próximas tres semanas.
—No suena mal…
—¡Edward, ahora!
—A sus órdenes —rio Nygma, acercándose nuevamente.
Volvió a acariciar la entrada anhelante de su pareja, pero, en esta ocasión, permitió la entrada de su glande. Ambos jadearon; Oswald al verse por fin liberado de la presión provocada por la excitación, y Edward al sentir como la cálida entrada lo succionaba.
Nygma empujó sus caderas hacia adelante, introduciendo poco a poco toda la longitud de su pene.
—Rápido y fuerte —pidió Oswald, cuando sintió la pelvis de su pareja chocar contra sus nalgas, señal de que estaba completamente dentro.
Edward asintió, sonriente y comenzó a balancearse dentro de Oswald tal y como éste le había indicado, golpeando con fuerza y velocidad.
Miró hacia abajo, abrió un poco las nalgas con sus manos y admiró las vistas. Su polla se deslizaba dentro y fuera de El Pingüino con un sonido húmedo, fuerte y excitante.
—Dios, Oswald… —suspiró, echando la cabeza hacia atrás—. Como me encanta follarte.
Oswald no contestó. Su boca no era capaz de emitir sonido alguno más allá de los gemidos y los jadeos.
Las sensaciones se volvieron más intensas y ambos hombres comprendieron que estaban muy cerca de alcanzar el ansiado orgasmo.
—E-espera Edward —pidió con dificultad Oswald.
Nygma paró inmediatamente sus movimientos.
—¿E-estás bien? —preguntó preocupado, inclinándose hacia adelante.
—S-sí, es solo que —giró un poco la cabeza para mirarle—, q-quiero que te corras dentro conmigo encima.
—Me había preocupado —admitió Edward con una pequeña carcajada—. A sus órdenes pingüinito —dijo, saliendo de Oswald.
El Pingüino gimió ante la sensación de ausencia que lo invadió pero, rápidamente se recompuso y giró sobre sí mismo para enfrentar a Edward.
Nygma se había comenzado a tumbar sobre el suelo. El buen tamaño del ascensor le permitió estirarse por completo en el suelo metálico. Ansioso, Oswald se abalanzó sobre él, metió la mano entre ambos y alineó la cabeza del pene de su pareja con su propio ano.
—Rápido y fuerte —pidió burlón Edward.
—No pensaba hacerlo de otra forma —respondió Oswald.
Dicho esto, dejó caer su cuerpo, enterrando dentro de sí el miembro de Edward. El gemido de ambos se entremezcló, atestiguando la satisfacción del reencuentro.
Inmediatamente, Oswald comenzó a botar sobre la pelvis de su pareja, haciendo que el pene golpeara hasta el fondo su carne.
—No pares… —rogó Edward, sintiendo los espasmos fluir por su cuerpo al compás de la presión cada vez más fuerte que ejercía Oswald sobre su miembro.
—N-no lo haré —aseguró Oswald, usando las pocas fuerzas que le quedaban para aumentar un poco más la velocidad de sus movimientos.
Eso fue demasiado para Edward.
—¡Oswald…! —trató de advertir, sintiendo como su semen comenzaba a escapar.
Pero fue interrumpido por el fuerte gemido de Oswald, acompañado de la expulsión de semen. Edward notó el líquido caliente recorrer su propio estómago y permitió a su eyaculación fluir libremente dentro de El Pingüino.
Ambos hombres respiraron pesadamente, experimentando los últimos rastros del orgasmo sobre sus cuerpos. Oswald notó flaquear sus fuerzas y se dejó caer hacia adelante, sobre el pecho de Edward.
Nygma retiró su pene ya flácido y permitió a su cuerpo hacerse consciente de las respiraciones entrecortadas de ambos.
—Deberíamos vestirnos —dijo, pasados algunos segundos.
—“Le enviaré una unidad mañana, señor” —recordó Oswald, apretándose contra el calor que emanaba de la piel de Edward—. Tengo hasta mañana para quedarme aquí —replicó.
Nygma sonrió. Él también estaba muy cansado y prefería tentar a la suerte.
¿Y qué si los encontraban?
Estaban juntos. Sudorosos y manchados…, pero juntos.
—Que le jodan a los moteles —dijo, abrazando a Oswald.