ID de la obra: 828

Aún en nuestras peores noches (One-Shot)

Slash
R
Finalizada
2
Fandom:
Emparejamientos y personajes:
Tamaño:
9 páginas, 2.381 palabras, 1 capítulo
Descripción:
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Aún en nuestras peores noches

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La garganta le raspaba y los ojos le escocían por la sal de las lágrimas. Le había gritado…, y lo sentía tantísimo. Edward no se merecía ni una de las malas caras y palabras bordes que había derramado sobre su corazón. Sus dedos se aferraban con furia, clavando con fuerza las uñas en la madera de la puerta. La ventana abierta movía con suavidad las cortinas del cuarto, en el cual se había refugiado, y refrescaba la estancia. Pero Oswald, con el corazón dolido, más por sus propias acciones que por el motivo que las había provocado, sentía que a cada instante la habitación se llenaba de cristales de hielo que al final lo envolverían en lo que se merecía: una fría cárcel llena de amargura y tristeza lejos del fuego del corazón que siempre lo levantaba. ¿Cómo habían llegado a tal dolor? Recordó el dolor y el cansancio que ya habitaban en su corazón cuando, hacía apenas una hora, había introducido la llave en la puerta principal y cruzado el umbral de su casa. Aquel día había tenido que ejecutar a un pequeño grupo de tres de su colaboradores que, tras seguirles la pista por varias semanas, habían resultado ser infiltrados de la policía que buscaban reunir suficientes pruebas de sus actividades ilícitas para denunciarlo ante la ciudadanía  y así conseguir que lo relegaran de su puesto como alcalde. Cuando su pistola había descargado hasta la última bala contra los cuerpos de aquellos que alguna vez habían sido sus “compañeros”, la triste mordedura de la traición y la decepción inoculó su doloroso veneno en su entrañas, empapó su corazón, y expandió junto a él el fuego de la ira. No había nada que deseara más en el mundo que encontrarse con Edward y pasar con él  el resto de la noche, reparando su maltrecho corazón y permitiendo que al dormir sus sueños se encontraran plagados por el dulce recuerdo de los besos llenos de amor y las palabras de cariño. Le había buscado por toda la planta baja y al no encontrarlo por ninguna parte, subió a la segunda y última planta. Entró primero en la habitación que ambos compartían. Vacía. Siguió buscando y buscando hasta que llegó al despacho de Edward. Abrió la puerta y allí lo vio por fin: tras la mesa de trabajo, cubierto de papeles y sujetando varios de estos entre las manos, contrastando datos entre los que sostenía y los de la mesa.  A Oswald le había sorprendido un pequeño pinchazo a la altura del corazón. Casi había supuesto que no estaba en la mansión, pues habría preferido pensar que Edward saldría a recibirlo con alegría e ilusión al escuchar la puerta y verlo allí sentado, más concentrado en el análisis de los datos que en él, le escocía. — Olga, te dije que no quería que me molestaras — le había reprochado Edward sin levantar la mirada de las hojas. Ante el carraspeo que había emitido Oswald inmediatamente después, Edward al fin levantó la mirada. Al momento, su cara pareció iluminarse y le dedicó una gran sonrisa, pero no dejó escapar los papeles de sus manos. — Perdona Oswald — se disculpó — . Creí que eras Olga que venía a molestar. ¿Querías algo? “¿Eso es todo lo que tienes que decir?” había pensado Oswald. ¡Lo que quería era estar con él!  Oswald trató de respirar con suavidad al notar que aquel primer pinchazo que había sentido, similar al picotazo de un alfiler, comenzaba a transformarse en un peligroso y afilado cuchillo que amenazaba con atravesarle el corazón.  — Quería invitarte a tomar una copa juntos antes de la cena. Así podríamos hablar un poco…, me muero de ganas de estar contigo.  Edward torció un poco el gesto. — Oswald me encantaría —el cuchillo pareció alejarse—, pero es que tengo que encargarme de esto, ¿te importa dejarlo para dentro de un rato? Y ahí estaba. El cuchillo había tomado velocidad y se encontraba incrustado en el centro del pecho de Oswald. El veneno de la rabia, la impotencia y la tristeza se deslizaron por el puñal y se mezcló con la sangre que fluía por sus venas, expandiendo el ardor de la ira y el dolor de la tristeza. — No. Déjalo — le respondió seca y bruscamente. — Oswald pero… — trató de decir Nygma. — ¡HE DICHO QUE LO DEJES EDWARD! ¡SI QUIERES QUEDARTE CON TUS ESTÚPIDOS PAPELES ANTES QUE ESTAR CONMIGO, ADELANTE! — le había gritado antes de darse la vuelta para dirigirse a toda la velocidad que le era posible hasta el cuarto de ambos, en el que ahora se refugiaba. El doloroso pasado lo impulsó a dejarse caer por la puerta hasta llegar al suelo, donde se sentó y escondió la cabeza entre las piernas, a la espera de que se escuchara el portazo de la puerta principal que daría Edward al salir, enfadado y ofendido,  y que liberaría a los cristales de hielo que avanzaban por la habitación para que lo envolvieran y consumieran.  Pero nada de eso ocurrió. Del otro lado de la puerta se escucharon unos pequeños golpecitos; alguien llamaba. Oswald no contestó.  — ¿Pingüinito? — se oyó. ¡Era Edward! “No se querrá ir sin reprenderme por mi comportamiento”, pensó Oswald, decidido a mantener el silencio; lo último que necesitaba ahora era una bronca, aunque fuera merecida. Pudo oír cómo tras la puerta Edward se sentaba en el suelo, apoyando la espalda contra la madera.  — ¿Mi pingüinito no quiere verme? — preguntó. — Pues claro que quiero verte — respondió al fin Oswald, con una voz quebrada — . Es de lo que más tengo ganas cada día, a cada hora, minuto y segundo… Con cada palabra podía notar que la voz se le rompía más. — ¿Me dejas entrar para que hablemos? — pidió Edward —. Quiero enseñarte algo.  Oswald dudó, pero finalmente se levantó y antes de abrir la puerta susurró un “sí” lo suficientemente alto como para que Edward lo escuchara y tuviera tiempo de apartarse y levantarse. Abrió la puerta y allí lo encontró. Nygma le tendió una mano, invitándole a que la tomara para que pudiera dirigirlo. Oswald lo hizo y su pareja inició la marcha rumbo a las escaleras. Las bajaron y llegaron hasta la puerta principal. El Pingüino vaciló y se detuvo.  — Confía en mí — le pidió Edward, tirando con suavidad de su mano. Oswald se relajó y permitió que salieran. La noche ya se encontraba avanzada, pero la gran luna llena iluminaba ampliamente el paisaje. La leve brisa nocturna los golpeó cuando Nygma dirigió sus pasos hacia la izquierda e hizo que rodearan la mansión.  Al llegar a la parte trasera se introdujo en el pequeño espacio de terreno que tenían lleno de árboles y flores de vivos colores, ahora apagados por la reinante oscuridad, se detuvo y se colocó frente a Oswald sin soltarle la mano. — No pretendía hacerte daño Oswald -le aseguró, retirándole una pequeña lágrima que no había logrado escapar de la comisura de su ojo izquierdo-. Sólo quería avanzar en el trabajo. — He tenido un día pésimo, Edward. — ¿Quieres hablar de ello?  — ¿Te acuerdas de Mark, Cameron y Steven? — al recibir un movimiento afirmativo, continuó explicando — Trabajaban para la policía… — la ira volvió a inyectarse en su sangre —. ¡Malditos traidores! — levantó la cabeza y miró directamente a los ojos marrones que lo observaban con paciencia —. ¡Les invité a esta casa! ¡Con nosotros! Y ellos… — Edward le tomó la otra mano y se la acarició —. Pero eso, claro, no es tu culpa — dijo, impulsando a la rabia a alejarse para no permitir que chocara de nuevo con Nygma. — No reprimas lo que sientes Oswald, si tienes que gritar, maldecir o insultar, estaré contigo. No me importa lo más mínimo el estado de otras personas, sólo quiero que tu estés bien. Si tienes que odiar, odiaré contigo. Si tienes que gritar, gritaremos juntos. Si tienes que llorar, te besaré cada lágrima. Y si tienes que arrancar la hierba del jardín te ayudaré hasta que no quede ni un solo árbol. Se inició un nuevo y breve silencio. — No quiero hacerte daño, Edward. No quiero que te canses de mí y dejes de amarme — confesó El Pingüino notando como las lágrimas volvían a arder en su ojos y agachando la cabeza. — Aún en nuestras peores noches te amo — le aseguró su pareja — . Cuando mi corazón decidió que cada latido sería dedicado al latir del tuyo no fue un error. Yo no cometo errores pingüinito — sonrió ligeramente y liberó una de sus manos para darle un golpecito en la punta de la nariz con el índice — . Tienes el corazón tan roto que a veces pueden ocurrirte estás cosas. — Pero a ti también te daño. — Bueno — dijo, encogiendo los hombros — , pero ambos nos arreglamos el corazón — metió la mano en el bolsillo de su pantalón y al sacarla extrajo un rollo de cinta americana roja — . Si no te importara lo que siento no llorarías de impotencia por lo que sientes ni te dolería el proceso de cambiarlo — liberó su otra mano y desenrolló un pedazo no muy grande de la cinta y el trozo que quedó entre sus manos lo cortó de nuevo por la mitad en vertical, obteniendo así dos tiras largas y delgadas — . Tener tus inseguridades no es motivo de castigo Oswald, lo estas haciendo muy bien, pero debes darte el tiempo de reparar tu dolor. Edward lo miró directamente a los ojos y se acercó más a él. Cuando sus cuerpos casi estaban pegados levantó las tiras y le colocó primero una de ellas en diagonal sobre la solapa su traje y la otra después, encima de la otra pero formando una diagonal contraria. De esta manera, ambas tiras dibujaban una equis situada sobre el corazón de El Pingüino. Oswald observó la cruz con los ojos aún hinchados y rojos. Levantó la vista sin comprender del todo y miró a Edward. Él le sonrió.  — ¿Me reparas? — le preguntó, tendiéndole el rollo. Oswald miró la cinta y con dedos temblorosos la tomó. Cortó un pedazo y lo dividió como Edward había hecho. Con las delgadas tiras en las manos miró de nuevo a Nygma y al ver la sonrisa que seguía iluminando su rostro no pudo evitar que una pequeña lágrima escapara de sus ojos y se deslizara por la mejilla.  — Vamos pingüinito, tu puedes — le animó Edward, limpiando la lágrima con una suave caricia. Oswald bajó la mirada para centrarse en el pecho cubierto por la tela verde del traje de su pareja. Tomó valor y comenzó a colocar las tiras de cinta, en el lado izquierdo (sobre el corazón, ese corazón que le dedicaba latidos), de forma que ambos pedazos crearan también un aspa.  Buscó encontrar los ojos de Edward una vez finalizada su tarea. Ambos hombres conectaron sus miradas y mantuvieron un diálogo de amor silencioso con el que todas las heridas de la noche consiguieron, no cerrarse, pues para ello se requiere más tiempo, pero si dejar de sangrar, y el cuchillo comenzó a salir de su corazón. Edward apoyó la palma de la mano sobre la cruz que había trazado en el pecho ajeno y habló:  — Mi corazón te ama. Al igual que lo hacen mis pulmones, mi hígado, mi intestino y el resto de mis entrañas…, así como lo hace cada una de las partículas de mi ser. Y no importa el sufrimiento, es algo puntual entre nosotros e inevitable — Oswald bajó la mirada y Edward usó su mano libre para tomarle el mentón con suavidad y levantarle la mirada — . Pero no por ti, Oswald. No está mal lo que sientes ni cuanto sientes — lanzó una breve mirada a su mano, apoyada en el pecho de Oswald — . A mi me importa cómo late tu corazón.  Oswald parecía querer decir algo pero su cerebro no encontraba palabras que merecieran la pena poner en lengua para ser pronunciadas. — Quería traerte aquí porque quería que pudiéramos respirar en paz y para enseñarte que  a pesar de la oscuridad — señaló la oscura ciudad de Gotham a lo lejos —, la luz de nuestro amor puro permanecerá — dijo, mirándole a los ojos  En ese instante Oswald no pudo contener las lágrimas por más tiempo y se echó sobre el hombro de Edward para llorar, decidido a no dejar de hacerlo hasta secar sus ojos y calmar su corazón constreñido por el dolor. Edward lo abrazó con fuerza y le acarició la nuca con suavidad mientras besaba lo poco que tenía al alcance de la frente. — Llámame psicópata, pero también quería esto. — Psicópata — consiguió susurrar Oswald con sus labios aún pegados al traje de Edward. — ¿Qué graciosillo estás ahora no? — se rió Edward con ternura —. Quería esto porque no es justo que llores a solas. Si compartimos las risas también compartimos las lágrimas. — ¿Eso significa que vas a ponerte a llorar? — continuó bromeando Oswald. Edward se rio y apretó con más fuerza el frágil cuerpo que descansaba sobre sus brazos. — Esto era justo lo que quería, ¿sabes? — dijo Oswald. — ¿Un abrazo? ¿O besos en la frente? — preguntó Edward —. Porque si era eso sabes que para ti tengo a miles. Mira — dijo, antes de comenzar un ataque de besos esparcidos por la cara, cuello y cabeza de su pareja, provocando las risas de ambos y el sonrojo de su pareja. — No bobo — consiguió responder Oswald una vez que Edward se apartó un poco —. Aunque si me gustan mucho — aclaró — . Pero me refería a esto precisamente. A ti y a mi, sin nadie más ni responsabilidades de por medio. — No necesitamos a nadie más. — A nadie — repitió Oswald. Ambos se miraron a los ojos y supieron exactamente lo que tenían que hacer: se lanzaron el uno contra el otro con fuerza y unieron sus bocas con pasión y ansia. El dolor de sus cuerpos se esfumó y el cuchillo afilado desapareció al fin. Las lágrimas de amargura cambiaron sus puestos por las de felicidad y el miedo fue reemplazado por el amor más sincero.  Aquella noche ambos entendieron que no importa cuanto tiempo tuvieran que permanecer separados o cual fuera la distancia que entre ellos pusieran, los lazos que unían sus corazones nunca podrían desgastarse pues el amor que los mantenía atados perduraría por la eternidad. Y supieron que, incluso con la tormenta más fuerte o la noche más oscura, ambos sostendrían la luz que los guiaría hacia el futuro que querían construir juntos.
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