ID de la obra: 829

Incumpliendo Las Normas (001 x 456) One-Shot Smut

Slash
NC-17
Finalizada
2
Emparejamientos y personajes:
Tamaño:
12 páginas, 6.451 palabras, 1 capítulo
Descripción:
Notas:
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Capítulo 1

Ajustes de texto
Le resultaba inevitable preocuparse por Gi-hun. Desde aquella mañana había estado terriblemente distante y casi pareciera que le estaba evitando. Y, para una relación de tan poco tiempo como la suya, tan sólo podía significar que algo estaba yendo terriblemente mal, lo cual resultaba angustiante. A pesar de todo, había optado por no molestar a su pareja con una conversación que, a juzgar por su ánimo, no parecía dispuesto a mantener. Y así, se había pasado todo el día tratando de justificar el comportamiento de Gi-hun con el estrés que debían estarle causando los juegos y la necedad de los jugadores que seguían empeñados en continuar dentro de aquel lugar. Por el bien de aquel hombre al que amaba profundamente, había decidido soportar la ansiedad que le provocaba su indiferencia, convencido de que aquello pasaría en cuanto ambos pudieran sentarse tranquilamente para hablar. Durante la cena, todo continuó igual: Gi-hun apenas le dirigió la palabra, y parecía muy intranquilo, observando a su alrededor constantemente, como si buscara algo. «Las cámaras», pensó In-ho, mientras observaba los movimientos nerviosos de su pareja. Tal era la incomodidad que podía sentir de su parte, que no pudo aguantar más y, sin pararse siquiera un segundo a pensarlo bien, se acercó un poco más hacia él y le apoyó su mano sobre el muslo. —¿Ocurre algo? Gi-hun pareció muy sorprendido con aquella acción y, rápidamente, encajó una sonrisa forzada en sus labios. —No —aseguró—, tan sólo estoy pensando en un par de detalles sin importancia. Y, como si tratara de reafirmar las veracidad de su palabras, dejó caer una de sus manos sobre la suya. Dio un pequeño apretón y le miró a los ojos. Ante esto, In-ho asintió, sin sentirse plenamente convencido, y decidió volver a su plan de dejarle su espacio. Si Gi-hun necesitaba hablar de algo, entonces debía confiar en que supiera que podía contar con él para ello, y no debía presionarlo para que viera en él un hombro para llorar o una caja capaz de guardar secretos inconfesables. No, aquello era una decisión que tan solo Gi-hun tenía derecho a tomar. Cuando terminaron el insípido arroz con kimchi de la cena, todos los jugadores se dirigieron a la zona de los baños para poder lavarse los dientes y prepararse para ir a la cama. Sabían que contaban con unos diez minutos antes de que las bocinas anunciaran la cuenta regresiva que precedía el momento en el que las luces se apagarían. In-ho tomó el envase que le tendía el guardia rosa y entró dentro del cuarto de baño. Luego de decidir que entraría en los juegos, había ordenado que en aquella edición se les repartiera cepillos de dientes y pequeños botecitos con pasta dental a todos los jugadores tras las comidas. Había sido una medida fríamente calculada por él para evitar que en alguno de los besos que se daba con Gi-hun, este pudiera sentir el mal olor propio de una boca que lleva días sin poder lavarse. Y no pensaba que aquello pudiera resultar extraño puesto que, como ya habían comprobado con la incorporación de nuevos juegos, resultaba obvio que cada año se añadían modificaciones dentro de los mismos. Mientras se cepillaba los dientes, vio pasar a Gi-hun tras él y, como preveía, apenas le miró. Suspiró con pesar y continuó con su tarea. Su pareja se había situado justo en el lavabo de al lado, lo que le dio cierta tranquilidad: al menos sabía que no quería mantenerse tan alejado de él. Por el rabillo del ojo, pudo ver como Gi-hun tomaba su cepillo de dientes y, luego de aplicar la pasta dental, comenzaba a frotar con fuerza. Parecía decidido a no dejar ni un solo resto de suciedad dentro de su boca y, por un momento, temió que sus encías comenzaran a sangrar. —Tenéis dos minutos para salir —anunció un guardia rosa—. Las luces se apagaran pronto —añadió, antes de salir nuevamente. Ante esto, muchos de los jugadores salieron de los baños, quedando tan solo cuatro de ellos, entre los que se contaban Gi-hun y él. Trató de apresurarse para dejar limpia su boca de cualquier resto y echó un último vistazo a sus dientes antes de encontrarse satisfecho con el resultado. Cuando se giró para marcharse, vio como los otros jugadores también habían terminado y se dirigían a la salida. Instintivamente, buscó a Gi-hun tras él para advertirle de que debían irse pero, antes de que pudiera darse la vuelta por completo, un fuerte empujón le lanzó contra uno de los cubículos. Su mente se puso de inmediato en alerta y los puños se cerraron con la intención de golpear al agresor. Sin embargo, antes de que sus ojos pudieran enfocar correctamente, la puerta del cubículo que tenía tras él se abrió repentinamente, haciéndole caer dentro. Podía sentir su pulso acelerándose rápidamente bajo la piel, notando como la sensación de peligro impulsaba adrenalina a lo largo de sus venas. Se preparó para patear, pero la visión frente a él le detuvo. —¿Pero qué haces? —preguntó incrédulo. Ante él, observando hacia la puerta de salida, se encontraba Gi-hun, con el semblante aún más nervioso y alterado de lo que le había visto en las últimas horas. Pasados unos segundos, como si hubiera recopilado toda la información que necesitaba, y sin responder a la pregunta, se metió junto a él en el cubículo y cerró la puerta. Luego, se abalanzó sobre él y le apretó con fuerza contra una de las paredes azulejadas. —Quédate callado —le susurró y, como si temiera que su orden no fuera cumplida, le colocó la mano sobre la boca. Y así se mantuvieron unos pocos segundos, hasta que unos pasos volvieron a sonar cerca de la puerta de salida y poco a poco comenzaron a adentrarse en la sala. Las botas de uno de los guardias resonaron en el espacio vacío, recorriéndolo de manera superficial. Ambos mantuvieron la respiración mientras continuaban notando la presencia del guardia al otro lado de la puerta, saboreando con cada segundo el peligro de ser descubiertos. Sin embargo, no pasó mucho hasta que el guardia decidió volver por donde había venido, cerrando la puerta de salida tras él. In-ho era plenamente consciente de que el guardia en realidad si se había percatado de su ausencia y de la de Gi-hun pero que, cumpliendo con las órdenes que se les habían entregado, a menos que vieran un peligro inminente hacia su persona, no debían dar ninguna señal se alarma ante la misma ni la de Gi-hun. De esta forma, habían logrado mantener muchos de sus encuentros de forma escondida y habían gozado de una privacidad privilegiada para un lugar así. Pero esto Gi-hun no lo sabía, por lo que no le sorprendió la mirada llena de felicidad que llegó a su rostro cuando el guardia desapareció de aquel lugar. Por un momento, In-ho se permitió admirar la hermosura de aquel rostro marcado por la alegría antes de que su mente, atormentada e inoportuna como siempre, le hiciera reflexionar sobre sí aquella expresión sería la misma que adornaría su cara si un día le encontraba cubierto por su máscara de Líder y le disparaba, matándolo en el acto. No tuvo mucho más tiempo para pensar en aquello, puesto que Gi-hun al fin le liberó de su mano, permitiéndole volver a hablar. —¿Qué estamos haciendo aquí? —le preguntó—. Esto va en contra de las normas... —Llevo pensando todo el día en ti —le interrumpió Gi-hun, acercándose un poco hacia su cara. Luego, esbozó una sonrisa antes de añadir con un susurro—. En este maldito lugar apenas hay oportunidades para estar solos. Sus manos se colocaron a los lados de la cabeza de In-ho, atrapándolo contra la pared, y sus labios se acercaron más, rozándose burlonamente contra los contrarios. —He estado preocupado todo el día —protestó, también en un susurro, In-ho, mientras notaba como sus mejillas comenzaban a calentarse por la cercanía de su pareja—. Pensaba que ocurría algo entre nosotros... Gi-hun apartó repentinamente sus labios, dejando que sus miradas volvieran a encontrarse. En su rostro se había impreso una expresión llena de inquietud, que le hizo sentir terriblemente culpable. —Lo siento —le dijo Gi-hun—. Quería planear esto para que pudiéramos disfrutar a solas pero..., quizás no lo he hecho de la forma más adecuada... —se lamentó. —No, no, no —se apresuró a responder In-ho—. Tan solo es que... —apartó la vista por un segundo, avergonzado por lo que estaba a punto de decir—, tengo miedo de perderte. Las cejas de Gi-hun se contrajeron con una expresión de sorpresa. ¿Cómo podía aquel hombre tan increíble temer su pérdida cuando sabía que le tenía completamente a sus pies? —Siempre he perdido todo aquello que he amado... —continuó hablando In-ho, reconectando sus miradas—, pero contigo quiero que sea diferente y quiero hacer las cosas bien. Por eso, cuando hoy has estado tan distante yo pensé que... —hizo una breve pausa antes de atreverse a continuar—. Pensé que había vuelto a fracasar y que te había perdido. —Oh..., pero Young-il... —susurró Gi-hun—. Tú nunca podrías perderme —le aseguró, acercándose de nuevo para darle un suave beso en la frente—. No he amado a nadie en esta vida, ni pienso hacerlo, más que a ti. Eres todo lo que siempre he querido encontrar... —dijo y, mirándole con ternura a los ojos, añadió—, y al fin te he encontrado. Una sonrisa llena de alivio pareció atravesar todo el cuerpo de In-ho, destensando todos sus músculos y destruyendo todas las preocupaciones que se habían almacenado dentro de su corazón, antes de asentarse en su boca. —Yo también siento lo mismo —dijo, notando como sus palabras fluían libres de cualquier dolor—. Te amo con mi vida —agregó, estirándose un poco hacia arriba para alcanzarle los labios y robarle un suave beso. —Te amo, Young-il, con mi vida —repitió a su vez Gi-hun. El aire pareció cargarse de dulzura en aquel preciso instante y ambos sonrieron al unísono al verse liberados de la tensión y la amargura que había reinado en sus corazones con anterioridad. Ahora solo quedaban ellos, cubiertos por el amor que siempre se habían profesado. —¿Y dices que llevas todo el día planeando esto? —intervino de pronto In-ho, rompiendo el silencio. —Sí, quería probar algo..., diferente. Los ojos de Gi-hun parecieron brillar con una chispa de malicia. —¿De qué se trata? —preguntó con picardía In-ho, cerrando un poco el espacio que les separaba para que sus rostros quedaran a pocos centímetros el uno del otro. —Una lucha de poder —respondió con un susurró Gi-hun, acercándose más para que sus labios volvieran a rozarse. Sus alientos comenzaron a chocar en el aire, llenando el pequeño espacio que aún los separaba con tensión. —¿Me quieres dominar? —cuestionó divertido In-ho. —Tú nunca me has dominado. —Sabes a lo que me refiero. —Y tú también sabes a lo que yo me refiero —se burló Gi-hun, rompiendo definitivamente la distancia, haciendo que sus labios chocaran con furia y desesperación. Porque de aquello era de lo que se trataba. In-ho sabía exactamente lo que buscaba Gi-hun. Por norma general, In-ho siempre había representado el papel de activo dentro de sus encuentros sexuales, pero nunca se había cerrado a la posibilidad de que Gi-hun tomara el control durante los mismos. Aquello formaba parte de un juego que ambos habían encontrado y que disfrutaban con la mayor plenitud. Resultaba excitante, a la vez que enigmático, que cada una de sus experiencias juntos formara parte de un misterio. Al inicio, ninguno de los dos sabía quien terminaría sometiéndose al otro, y aquello hacía que ambos pelearan con ganas para lograr aquel honor. El honor de ser el motivo de placer absoluto del otro. Porque eso es lo que significaba someter al otro: la responsabilidad de que mereciera la pena y que con cada gemido y jadeo se viera reflejado el placer. El beso se intensificó con el paso de los segundos, al igual que sus respiraciones, que parecían luchar por evitar que sus pulmones se quedaran sin aire. Aprovechando su posición, In-ho lanzó sus manos tras la nuca de Gi-hun, con el afán de acercarle más. Como respuesta, su pareja separó una de sus manos de la pared, la pasó por debajo de sus brazos y le atrapó el mentón. En consecuencia, su cabeza quedó apretada contra la pared, lo que significaba una clara desventaja. Sin embargo, la falta de aire finalmente hizo que ambos se separaran al unísono, estableciendo por el momento un empate. —S-sabes que tendrás que ganártelo, ¿verdad? —jadeó con dificultad In-ho, tratando de recuperar el aire. Gi-hun esbozó una media sonrisa. —Nada me haría más feliz... —contestó, con la voz claramente agitada. In-ho esbozó una sonrisa felina. Le encantaba ver aquel espíritu luchador y rebelde de Gi-hun, porque significaba una de las razones por las que se había enamorado de él. A lo largo de sus años como Líder había experimentado lo que era que todo el mundo le obedeciera sin rechistar, y eso había terminado por aburrirle. Pero Gi-hun era diferente. Siempre dispuesto a luchar, a pelear hasta las últimas consecuencias. Se había enfrentado a las normas humanas que siempre habían regido los juegos al pretender renunciar al premio cuando lo tenía a tan pocos pasos, desafiando con ello los deseos de los Vips, aquellas personas tan increíblemente poderosas. Luego, había derrotado al Reclutador y se había encontrado dispuesto a encontrarse frente a frente con él encarnando su versión de Líder. Nunca, ni una de las dos veces que se habían presentado juntos como Líder y jugador le había temido y, es más, se había atrevido a retarle. Aquello le ponía. Luchando contra la desventaja que significaba tener una mano inclinándole hacia atrás la cabeza, recondujo sus manos para que quedaran sobre el pecho de Gi-hun y le empujó hacia atrás, haciéndole chocar contra la puerta del baño. —No te lo voy a poner fácil —se burló, caminando altivamente hacia él. —No espero menos de ti —respondió con cierto orgullo Gi-hun—. ¿Qué te parece si lo discutimos en campo abierto? —propuso, señalando con su cabeza hacia la puerta. —Me parece una gran idea. Entonces, Gi-hun se dio la vuelta con rapidez, giró el picaporte para abrir la puerta y salió disparado a los lavabos. In-ho le siguió con idéntica velocidad, justo a tiempo para ver como su pareja giraba sobre sí misma y se apoyaba sobre uno de los lavabos, dando la espalda a los espejos, en un ademán provocativo. In-ho, por su parte, no desaprovechó la oportunidad que se le presentaba y, en cuanto le tuvo al alcance le tomó por ambos muslos al mismo tiempo y le alzó hacia arriba para que quedara sentado encima del lavabo. Sin dar un solo respiro, le tomó por la cintura con su mano izquierda, apretándole más contra su cuerpo y pelvis, y atrapó el mentón con la mano libre que le quedaba. —¿Esto era lo mejor que tienes? —le susurró, acercando su boca hacia el cuello ahora expuesto—. Me decepcionas Gi-hun..., creía que hablabas en serio. Su pareja no le dio ninguna respuesta, limitando cualquier cosa que se le pareciera con una sucesión de respiraciones profundas y jadeos cuando su cálido aliento comenzó a chocar contra la piel, llenándola de anhelo y deseo. No pasó mucho tiempo hasta que In-ho, convencido de su rápida victoria, comenzara a entregarse a la tarea de saborear con su lengua y labios cada una de las curvas de piel que conformaban el cuello y clavícula, apartando con ansia los pedazos de tela que se interponían. —¿A-acaso creías..., ah... q-que ya habías ganado? —jadeó Gi-hun y, antes de que In-ho tratara siquiera de entender sus palabras, sus piernas le rodearon la cintura con fuerza, sus manos atraparon el pelo de su nuca y alejaron la mano que había mantenido hasta entonces en el mentón, arrebatándole el control—. Realmente te puedo convencer de cualquier cosa. —Tienes un rostro muy inocente —se burló In-ho—, nadie creería las cosas de las que eres capaz. —Me basta con que tú lo sepas. —Una demostración suele ayudar a convencer —le retó. Tras aquellas palabras, y aprovechando nuevamente la situación, Gi-hun se echó hacia atrás, apoyándose contra el cristal del espejo y, teniendo cuidado de no caer dentro lavabo, separó una de sus piernas de la cintura de In-ho y la usó para empujar con firmeza y suavidad su cadera, al tiempo que lo liberaba su agarre del pelo. Aquella acción desestabilizó por completo a su pareja quien, de forma natural, volvió a irse hacia atrás. —¿Quieres una demostración? —dijo Gi-hun con ademán divertido, regodeándose de su nueva victoria—. Creo que puedo complacerte. Acto seguido, se abalanzó contra In-ho, a quien pilló aún tratando de entender lo acababa de ocurrir. La fuerza con la que chocaron fue suficiente como para estamparlos contra otra de las puertas de los cubículos. Los labios de Gi-hun impactaron contra los de In-ho, luchando por imponerse. Sin embargo, In-ho logró recomponerse e hizo frente a los furiosos ataques que su pareja le lanzaba. El calor comenzó a recorrerlos con mayor intensidad, evidenciando la fuerte lucha, cargada de pasión y deseo, que estaban librando sus bocas, chocando la una contra la otra, entrelazando sus lenguas y fundiendo sus sabores en cada movimiento. Las manos recorrían cada músculo con devoción, como si fuera la primera ocasión en la ambos se encontraban y disfrutaban de los placeres que el otro le ofrecía. Podían sentir el fuego del ansia cubriéndolos y haciendo desaparecer todo aquello que no tuviera relación con sus cuerpos, sus olores, sus sabores, sus respiraciones entrecortadas, sus jadeos y sus gemidos. Tal era su inhibición del mundo que apenas fueron conscientes de cómo poco a poco se iban deslizando hacia el suelo, hasta que quedaron ambos de cuclillas. El primero en percatarse de esta nueva posición fue Gi-hun, quien rápidamente la aprovechó para tomar por los hombros a In-ho y lanzarle contra el suelo. Por lo cual, In-ho se vio repentinamente tumbado boca arriba y con Gi-hun encima de él y entre sus piernas. —¿T-te ha gustado la demostración? —se burló Gi-hun, luchando por recuperar el aire. —N-no has demostrado nada —protestó In-ho, tratando también de recomponerse. Una sonrisa perversa apareció en la cara de su pareja. —¿Ah, no? —cuestionó, alzando una ceja con altanería. Sin esperar respuesta alguna, Gi-hun se recolocó entre las piernas de In-ho y colocó sus manos en el suelo, a la altura de la cabeza de éste. Luego, se inclinó un poco hacia adelante, de forma que sus rostros quedaran a pocos centímetros el uno del otro. —Creo que también puedo arreglar eso —dijo, apretando su erección contra la entrada vestida de In-ho. Sus miradas parecieron chispear, cargadas de desafío. Sus respiraciones entrecortadas se convirtieron en el único sonido que acompañaba a los ligeros roces de su ropa. De pronto, una sonrisa llena de ironía se abrió paso en los labios de In-ho, desconcertando por completo a Gi-hun. —Lo lamento Gi-hun, pero has cometido el fallo de siempre —se burló, conteniendo una carcajada. Antes de que el otro pudiera preguntar a qué se refería con aquello, In-ho apretó sus rodillas sobre su cadera y le tomó por los codos, doblándolos en su forma natural para que éste perdiera el equilibrio y cayera sobre su pecho. Acto seguido, alzó sus caderas y giró sobre su costado derecho, logrando con ello revertir las posiciones. —Siempre dejas cabos sueltos —le explicó a un todavía sorprendido Gi-hun, antes de lanzar sus manos para atrapar las contrarias—. Si ahora tratas de hacer lo mismo que yo, no tienes las manos para desestabilizarme y no cuentas con ningún apoyo real con el que hacer la fuerza suficiente para hacernos rodar. Los ojos de Gi-hun se llenaron de indignación al comprender que las palabras de su pareja no correspondían a nada más que la verdad. In-ho se regodeó ante aquella visión y se inclinó un poco hacia adelante, permitiendo que su boca quedara junto a la oreja de Gi-hun. —Yo gano —susurró con un marcado orgullo en el tono. Gi-hun apretó los dientes con impotencia al verse derrotado, pero su expresión rápidamente se relajó cuando una serie de besos comenzaron a viajar a lo largo de su cuello, cubriéndolo de descargas llenas de placer. —No te enfades —le pidió, no sin cierta burla, In-ho—. Lo has peleado muy bien. El gruñido que funcionó como respuesta a aquellas palabras le hizo sonreír. Los pequeños besos continuaron sucediéndose por cada tramo de piel libre que encontraban a su paso, hasta convertirse en besos mucho más húmedos que denotaban la necesidad de arrancar gemidos. Una necesidad que se vio muy bien satisfecha cuando, fruto del esfuerzo hecho por In-ho, el sistema nervioso de Gi-hun comenzó a prenderse en llamas con el paso de los segundos en la estimulación. In-ho sabía perfectamente que aquella victoria aún podía ser revertida, por lo que resultaba imprescindible aprovechar cada instante de ventaja para convertir al otro hombre en un desastre tembloroso y agotado que le permitiera actuar con mayor libertad de movimiento. Besó cada rincón con ansias, desde la clavícula hasta la mandíbula, deleitándose en cada uno de sus pasos con los gemidos de placer de Gi-hun, que se retorcía bajo sus atenciones. —J-joder..., ah..., Young-il... La mención de su nombre, aunque fuera el inventado por él mismo, le llenaba de satisfacción y orgullo, pues le hacía responsable directo y reconocido de cada uno de los temblores y espasmos de Gi-hun. Se mantuvo de esta forma durante algún tiempo más, disfrutando de como minuto a minuto su pareja parecía ir derrumbándose, hasta que al fin se convenció de que ya no podría hacerle frente. —Gi-hun... —le susurró al oído—, ¿puedo follarte? Una descarga de adrenalina y placer recorrió la espalda de Gi-hun. Una de las cosas que le reconfortaban cuando perdía en sus luchas de poder era ver como los objetivos de su pareja continuaban enfocados en el placer de ambos, y aquello le resultaba verdaderamente excitante. —H-hazlo... —respondió en un jadeo—, joder..., hazlo Young-il... —Desnúdate —le ordenó In-ho e, inmediatamente después, le liberó las manos. In-ho, confiando en la parte del acuerdo que mantenían implícito sobre respetar la victoria de quien la mereciera, permitió a sus cuerpos separarse un poco para que ambos tuvieran el espacio suficiente para desprenderse de su ropa. Las chaquetas y las camisas fueron las primeras en abandonar sus cuerpos, dejando a la vista sus torsos desnudos y, fue precisamente aquella visión tan magistral, la que pareció acelerar el proceso de su tarea, dejando muy pronto fuera los pantalones y la ropa interior. Una vez ambos se encontraron completamente desnudos, Gi-hun, quien aún se mantenía tumbado en el suelo, abrió las piernas como una invitación para que In-ho comenzara a prepararle; pero los planes de éste eran muy diferentes. —¿Puedes darte la vuelta? —sugirió y, con el brillo de la lujuria chispeando en sus ojos, añadió—. Cuando estás en esa posición tengo mejores vistas. Gi-hun se sonrojó un poco al notar como la mirada de su pareja se paseaba por cada zona de su cuerpo una y otra vez, como si pretendiera comérselo en cualquier momento. Aún con las mejillas ardiendo, asintió levemente y se colocó tumbado boca abajo, de forma que su pecho y cara quedaban pegados al suelo. In-ho sonrió con complacencia. Aunque no había mentido en lo absoluto con la vistas privilegiadas que obtenía cuando Gi-hun se encontraba en aquella posición, el propósito de situarle de esa forma tenía un doble significado. Aprovechando que la visión de su pareja sobre sus movimientos se veía muy reducida al encontrarse dado la vuelta, acercó su mano izquierda hacia el montón de ropa donde, de forma deliberada, había dejado su chaqueta y, de uno de los bolsillos, extrajo una pequeña bolsita que contenía un espeso líquido rosado. —No te haces una idea de lo hermoso que eres... —proclamó, admirando la espalda brillante de sudor que tenía frente a é, al tiempo que usaba su mano libre para masajear la nalga derecha de Gi-hun, quien se estremeció ante el contacto—. Me muero de ganas de metértela... Acto seguido, mordió la pequeña bolsita, arrancando un pedazo de la parte superior antes de lanzarse hacia delante. Gi-hun comenzó a gemir con más fuerza cuando la lengua de In-ho impactó contra su entrada, impulsando descargas llenas de placer a lo largo de todo su cuerpo. Se retorció en el suelo, apretando con las yemas de los dedos contra los azulejos, en un intento desesperado de controlar sus reacciones. —Young-il... La erección de In-ho palpitó entre sus piernas al escuchar a Gi-hun llamarle con tanta desesperación. Resultaba realmente increíble y satisfactorio saber cuánto placer podían proporcionarles, tanto a él como así mismo, aquellos encuentros. Disfrutaban el uno del otro, deshaciéndose juntos para fundirse en un mismo ser, con la conexión que el anhelo, el sudor y los gemidos lograba trazar entre ellos. —¿Quieres que empiece a prepararte? —preguntó In-ho, separándose apenas por un instante de su tarea. —S-sí... joder sí..., Young-il... La sangre volvió a bombear en su polla. Con rapidez, colocó la bolsita por encima de la entrada de Gi-hun, manteniéndose pendiente de que éste no le atrapara. Desde que había iniciado una relación con aquel hombre, se había asegurado de llevar siempre consigo una bolsita de lubricante, lo suficientemente pequeña como para entrar con gran discreción dentro del bolsillo de su chaqueta, a fin de que siempre se encontrará preparado para situaciones repentinas como aquella. Esto le había permitido tener encuentros plenamente satisfactorios con Gi-hun, en los cuales jamás temía hacerle daño por falta de lubricación y, de igual forma, en las raras ocasiones en la que su pareja era quien se imponía, se las había arreglado para hacerse con aquella pequeña bolsita y esparcirse un poco de su contenido antes de ser penetrado. Pero esto, claro está, no lo sabía Gi-hun, ya que resultaría demasiado sospechoso que le proporcionaran algo como aquello y, además, en cantidades ilimitadas. Cuando el lubricante estaba a punto de caer sobre la entrada, In-ho fingió escupir. De esta forma, cuando el líquido finalmente impactó contra la piel arrugada, pudo hacerlo pasar por su propia saliva. Comenzó a esparcirlo con ganas, calentándolo con sus dedos para que resultara mucho más agradable. —Young-il... —gimió Gi-hun—, n-no me hagas esperar más... In-ho sonrió. Le encantaba la forma en la que su pareja, aún encontrándose a merced de la lujuria y consumido por la pasión más absoluta, seguía evitando suplicar, manteniendo con él ese espíritu rebelde y demandante que tanto le excitaba. Obedeciendo a sus deseos, acercó su dedo índice hacia su entrada y comenzó a estimular un poco la zona, asegurándose de que se encontraba relajada, antes de comenzar a entrar. Las yemas de Gi-hun comenzaron a apretarse con fuerza contra las baldosas, pasando de un suave tono rosado a blanco en cuestión de segundos, mientras el dedo avanzaba en su interior. Los músculos de sus hombros se tensaron y su cuello se estiró hacia adelante, mientras su boca se abría para dejar escapar pequeños jadeos entrecortados. Al fin, el nudillo de aquel dedo chocó contra su piel. —Shh... —le tranquilizó In-ho, inclinándose de nuevo hacia delante para besarle en la espalda. Gi-hun se estremeció con el contacto; en aquel momento se encontraba tan estimulado y excitado que cualquier pequeño toque parecía capaz de derrumbarle y llevarle al límite. —Estás realmente hermoso... —le susurró su pareja, continuando con su recorrido de besos a lo largo de la espalda, extasiado por los temblores que cada uno de ellos provocaba. —M-muévelo..., j-joder..., m-muévelo... —tartamudeó Gi-hun, su voz sonando como una exigencia desesperada. Y como si aquello hubiera encendido un mecanismo, el dedo comenzó a moverse muy lentamente hacia adentro y hacia afuera, estirándole poco a poco con una calma que resultaba tan satisfactoria como desesperante. La boca de In-ho no se paró ni por un instante de su espalda, y continuó recorriendo cada tramo de piel como si en ello le fuera la vida, mientras disfrutaba de la tensión y relajación continua de los músculos de Gi-hun, que parecieran estar librando una batalla entre el instinto de huida por sobreestimulación y el deseo de mantener aquellas atenciones sobre él. —O-otro..., o-otro más Y-Young-il... —murmuró con dificultad. In-ho sonrió. Volvió a enderezarse y repitió la estrategia del escupitajo para disimular una nueva aplicación de lubricante (mucho más abundante ahora), antes de dejar la bolsita junto a él y de comenzar a apretar el segundo dedo contra el ano. La nueva intrusión arrancó un gemido a Gi-hun, e intensificó los temblores de su cuerpo. —Me encantas... —jadeó In-ho, notando como la excitación ya reinaba en cada fibra de su ser—. J-joder Gi-hun..., me encantas... No pasó mucho tiempo hasta que Gi-hun pidió el tercer y último dedo, que correspondía a la finalización de su preparación. En ese momento, con tres dedos chapoteando en su interior, abriéndolo con insistencia y cariño, habría podido jurar cualquier cosa con tal de que aquello se mantuviera para siempre. —¿Quieres que te folle, Gi-hun? —propuso In-ho, arañándole con su mano ahora libre la espalda. Gi-hun se arqueó de placer ante la sensación de las uñas recorriendo su piel. Luego, cuando la sensación se detuvo a la altura del coxis, se dejó caer nuevamente hacia el suelo, quedando tendido por puro agotamiento contra las baldosas azules que lo conformaban. —Joder..., sí quiero... In-ho sacó repentinamente los dedos de su interior, arrancándole un quejido molesto, casi agónico, fruto de la sensación de vacío que comenzó a invadirlo. In-ho tomó de nuevo la bolsita de lubricante y esparció todo lo que quedaba sobre su erección antes de lanzarla a un rincón lejano. Rápidamente, colocó sus manos en el suelo, junto a los costados de Gi-hun, y situó su pelvis sobre las nalgas, de forma que su erección se rozara contra estas. Ante aquello, el cuerpo de Gi-hun actuó como un resorte, alzando sus caderas hacia arriba para permitir un mejor acceso. Sin embargo, In-ho no entró. En cambio, se inclinó hacia delante, hasta quedar casi apoyado por completo sobre él, y con su boca junto al oído. —Pídelo, Gi-hun —susurró con malicia, mientras sus caderas comenzaban a rozarse con mayor intensidad entre sus nalgas. —V-vete a la mierda —protestó éste, tratando de controlar su desesperación. —Gracias, pero prefiero quedarme aquí —le respondió In-ho, rozándole la nuca con los labios —, la vista es mucho más bonita. —Eres un idiota... —volvió a protestar Gi-hun, con tono divertido. —Un idiota que quieres que te la meta —se burló con altanería. —T-te lo tienes muy creído, Young-il. —Tan solo me enorgullezco de mis virtudes —trató de defenderse In-ho. —¿Ah, sí? —cuestionó Gi-hun, con ademán provocativo—. ¿Y por qué no me las demuestras? In-ho sonrió. —Siempre terminas haciéndome lo mismo... —protestó con ironía. —¿El qué? —Evitar la súplica y convencerme de que soy yo quien quiere meterla. —¿Acaso no quieres? —volvió a cuestionar su pareja, moviendo el tarsero de un lado a otro para aumentar la fricción y provocarle aún más. —Justo a eso me refiero... —dijo con una sonrisa In-ho—, y, joder, no puedo resistirme —agregó, sintiendo como su fuerzas comenzaban a fallar ante la excitación. —Ese es tu problema —se burló Gi-hun, sin detener su movimiento. Sin poder aguantar más, In-ho alzó una de sus manos y la posó sobre el trasero de Gi-hun, obligándole a detener el movimiento al instante. Luego, con rapidez, tomó su erección y la alineó con la entrada de éste, al tiempo que sus codos se flexionaban para que su cuerpo se inclinara hacia adelante y la boca quedara junto a su oído. —Pero te mereces tanto Gi-hun —le susurró, con la voz claramente consumida por el deseo—. ¿Cómo no voy a someterme ante tus caprichos? —añadió, apretando con la punta de su polla en aquel anillo apretado y lleno de nervios. Pronto, el glande comenzó a deslizarse con suavidad dentro de él y ambos jadearon ante el reencuentro de sus cuerpos. La mano de In-ho, que aún se encontraba sobre su nalga derecha, apretó con fuerza la carne, dejando los rastros blanquecinos de sus manos impresos en la piel. Gi-hun, por su parte, trató de controlar su respiración, que parecía dispuesta a ahogarle con la sucesión de jadeos y gemidos continuos. Cada nuevo centímetro entraba con una suavidad magistral, evidenciando el excelente trabajo que había hecho In-ho al prepararle. Por fin, su pelvis chocó contra el carnoso trasero de Gi-hun, cuyas nalgas rebotaron levemente ante el último empuje. —Y más aún..., cuando también son parte de mis caprichos —logró añadir, con cierta serenidad, In-ho. Pasaron unos segundos así, tratando de recuperar el control de sus respiraciones. In-ho además aprovechó para reunir todas las fuerzas que le quedaban y para recolocarse en su posición: estaba dispuesto a ganarse cada uno de los gemidos que Gi-hun fuera capaz de producir. —¿Estás listo? —preguntó con suavidad. Gi-hun asintió casi sin fuerzas. —¿Empiezo a moverme? Un nuevo asentimiento precedió al leve balanceo de sus caderas, moviendo su pene dentro y fuera de Gi-hun en un movimiento muy lento que permitiera a su pareja ir adaptándose poco a poco. Cada pequeña embestida, por muy leve que fuera, enviaba un sin fin de chispas a través de sus sistemas nerviosos, amenazando con derrotarles en cualquier momento. —M-más fuerte —exigió Gi-hun, apretando los dientes. Una sonrisa adornó los labios de In-ho. —Siempre a tus órdenes —susurró, antes de plantarle un beso entre los omóplatos. Luego, se irguió un poco, adoptando una posición mucho más cómoda para empezar a embestir con más fuerza. El choque de sus pieles rebotaba contra las paredes azulejadas y los gemidos de satisfacción parecían hacerles coro. —N-no te..., ah..., haces una idea —jadeó In-ho—, de lo mucho..., ah..., que me pones... El calor los estaba consumiendo, amenazando con hacerles arder a ambos de un momento a otro, y el sudor ya se encontraba esparcido por cada rincón de su piel, como si representara la gasolina destinada a la tarea de prenderles fuego. —N-no pares..., ah..., no pares Young-il —gimió con desesperación Gi-hun, notando como su cuerpo temblaba sin ningún tipo de control a medida que crecía el hormigueo en su vientre. —N-no pienso hacerlo... —le aseguró In-ho. El ritmo continuó aumentando con el paso de los segundos, empujándoles sin remedio hacia su orgasmo. Los músculos se endurecían en cada espasmo, los jadeos eran constantes y los gemidos los envolvían como parte de una de las mejores melodías que jamás hayan sido compuestas. —Y-Young-il..., ah..., yo... —jadeó Gi-hun de pronto. Pero, antes de que pudiera continuar, la mano de In-ho rodeó su erección, chorreante de líquido preseminal y adolorida por la falta de atención. Aquello, acalló todas sus palabras, consciente de que su propio aspecto, agotado y tembloroso, había sido suficiente para comunicarle a éste la cercanía de su orgasmo. De esta forma, se dejó llevar por la ola de sensaciones, disfrutando de como el cosquilleo del orgasmo comenzaba a avanzar por cada tramo de su piel, agravado por la masturbación de su propio miembro. —Hazlo Gi-hun... —le instó In-ho—, córrete... No hizo falta que lo repitiera dos veces. Al instante, el calor de su vientre explotó en mil pedazos, haciéndole expulsar una buena cantidad de semen directamente sobre la mano de su pareja y en el suelo. Las olas del orgasmo le atropellaron con intensidad, mientras notaba las últimas estocadas, ya erráticas y debilitadas, que continuaban penetrándolo. —G-Gi-hun... —murmuró In-ho. Pocos segundos después, las contracciones de Gi-hun, que apretaban y succionaban su polla, hicieron su efecto, hundiéndolo en el placer de su propio orgasmo, y en la liberación de su semen, que golpeó el interior de su pareja. Acto seguido, hizo un último esfuerzo para salir del interior de Gi-hun, y ganándose por ello un pequeño gruñido, antes de desplomarse sobre la espalda de éste. —J-joder, te amo —jadeó debilmente, besándole como pudo la piel. —Y-yo también te amo —respondió a su vez Gi-hun, no sin menos dificultad. Permanecieron así un rato, disfrutando del calor ajeno, de las respiraciones tranquilas y profundas, y de los últimos resquicios de sus respectivos orgasmos. —Deberíamos limpiarte —dijo de pronto In-ho, mientras le acariciaba suavemente el pecho con su dedo índice—, no puedes irte a dormir con mi semen dentro de ti. —Estoy muy cansado para levantarme... —protestó Gi-hun. —¿Me dejas hacerlo a mi? La propuesta no pilló por sorpresa a Gi-hun, quien se había acostumbrado a que su pareja se sintiera especialmente inclinado a llenarle de atenciones, aunque no de forma exclusiva entonces, tras el sexo. Se encogió de hombros y pudo notar al instante como el calor corporal de In-ho desaparecía. Luego, sus fuertes brazos le alzaron, tomándolo como si de una damisela se tratara. Le rodeó el cuello con sus brazos, recargando su cabeza contra el pecho. Poco después, In-ho le colocó sobre uno de los lavabos, permitiéndo aún así que mantuviera sus brazos alrededor de su cuello. Abrió el grifo y trató de regular la temperatura para que resultara adecuada. —¿Tienes un plan para salir de aquí? —preguntó casualmente, mientras esperaba. In-ho sabía que de salir ahora mismo el guardia no les pondría ningún problema, pero eso correspondía a sus privilegios como Líder. Si cualquiera de los demás jugadores hiciera algo siquiera parecido se enfrentaría a unas graves consecuencias por el incumplimiento de las normas. —No —respondió simplemente Gi-hun, adormecido. —¿Y cuál es tu plan? —insistió divertido In-ho. Comprobó de nuevo el agua y, al encontrarla de la temperatura adecuada, comenzó a empapar sus dedos y a restregarlos sobre la entrada sensible de su pareja, quien siseó ante el contacto. —Quedarnos aquí hasta mañana —respondió Gi-hun con indiferencia—, si el guardia no se ha percatado ya de nuestra ausencia no lo hará en toda la noche, así que podemos dormir aquí y despertarnos antes de que entren el resto de jugadores —explicó—. Luego, nos mezclamos con ellos y salimos de aquí. In-ho le miró con ternura. —Me parece perfecto —dijo, besándole con suavidad la punta de la nariz. Cuando quedó satisfecho con la limpieza practicada, cerró el grifo y le tomó por los muslo para cargar todo su peso. Luego, les llevó a ambos al suelo y recostó a Gi-hun encima del montón de ropa que había desperdigada. Agarró su propia chaqueta y la usó para cubrir el cuerpo desnudo de Gi-hun, que parecía inevitablemente cercano al mundo de los sueños. —Buenas noches, Gi-hun —le susurró, besándole la mejilla antes de acurrucarse a su lado. Le rodeó con los brazos y suspiró con satisfacción. Nunca, en toda su vida, había pensado en incumplir las normas, porque siempre le habían dicho que aquellas eran las que evitaban que el mundo se volviera completamente loco... Pero, con Gi-hun a su lado, ¿a quién demonios le importaban las normas?
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