ID de la obra: 831

Lunares (One-Shot)

Slash
PG-13
Finalizada
1
Fandom:
Emparejamientos y personajes:
Tamaño:
2 páginas, 774 palabras, 1 capítulo
Descripción:
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Lunares

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Oswald se observaba desnudo frente al espejo. Recorría cada rincón de su pálido cuerpo y lo retorcía para poder examinar su espalda, su trasero y la parte de atrás de sus piernas. Pequeños y grandes lunares marrones manchaban diferentes secciones de su blanquísima piel. Los odiaba. Odiaba como se destacaban aquellos lunares sobre la blancura que le caracterizaba. Sus lunares le provocaban un instintivo asco por su cuerpo que ni siquiera su cojera —a la que había llegado a "querer" al convertirse en uno de sus símbolos más representativos como "El Pingüino"— había logrado despertar nunca. —Soy horrible —sollozó, al borde de las lágrimas.  —¿Decías algo? En ese instante apareció Edward. Oswald, sobresaltado ante la aparición de su novio, agarró con prisas la toalla que había dejado caer al suelo, y se la colocó alrededor de la cintura. Ed contempló la figura de Oswald y sonrió.  —¿Me estabas esperando o qué? —se burló Edward, manteniendo su sonrisa.  —Que bobo eres —rio Oswald, con un leve temblor en su voz, el cual fue detectado por Edward, mientras trataba de secarse con disimulo una lágrima que había logrado escapar de sus ojos. —Hey…, hey —susurró preocupado Edward, mientras se acercaba a él y lo abrazaba, obligándole a apoyar la cabeza  sobre su pecho— ¿Qué le ocurre a mi pequeño pingüino? —preguntó, con tanta ternura, que Oswald, que hasta aquel momento se había mantenido inmóvil, no pudo contener el impulso de rodear con sus brazos aquel cuerpo y, apretándose con fuerza contra él, rompió en llanto. —Soy horrible, Edward… —lloraba con tanta fuerza que apenas si se le entendía al hablar—, soy horrible… Edward separó levemente su cuerpo pero no dejó de rodearlo con sus brazos, le colocó dos dedos bajo la barbilla y empujó hacia arriba de ella, haciendo que sus miradas se conectarán. —Sabes que no me gusta que me mientas, Ozzie —sentenció, inclinando su cabeza hacia un lado; Oswald observó con detenimiento aquellos ojos, cuyas pupilas se agrandaban a cada segundo que pasaban mirándose. Antes de que pudiera replicar algo, Edward continuó—. ¿Cómo puedes decir algo así? —le miró de arriba a abajo, agrandando su sonrisa y añadió—. Eres lo más precioso que jamás haya podido ver alguien. —No, no lo soy, Ed —sollozó Oswald. Giró la cabeza y volvió a contemplar su reflejo en el espejo—. Mírame. Tengo una piel tan blanca…, y estos lunares son demasiado oscuros…, ¡son muchísimos y se notan demasiado! —se lamentó. Edward le miró. Su sonrisa había desaparecido; ahora le miraba con semblante serio, variando su mirada entre Oswald y el reflejo del mismo proyectado en aquel espejo. Sin decir una sola palabra, se colocó detrás de él, le agarró por los hombros, se inclinó hacia adelante y besó uno de los lunares que se encontraban en aquella blanquecina espalda. Un escalofrío recorrió el cuerpo de Oswald. Edward respiró sobre aquella piel que tanto deseaba. —Amo cada uno de tus lunares, Oswald… —susurró  y, casi de inmediato, besó otra de aquellas manchas marrones—. Me encantan porque son pequeñas marcas que me indican dónde besar… —explicó, plantando un nuevo beso, logrando que el cuerpo de El Pingüino fuera recorrido por otro escalofrío. —Eso es muy bonito, Edward —dijo, ruborizándose. —Y no por ello menos cierto- respondió él, besando una vez aquella blanquecina piel. Se quedaron en silencio por varios segundos hasta que Edward volvió a hablar: —Mírate —dijo, observándole con cariño—, tienes una pequeña galaxia en el cuerpo…, una muy hermosa. Toda tu piel es el cielo nocturno y estas —señaló los lunares— son tus estrellas…, ¡Y mira!, algunas forman constelaciones —añadió, conectando con líneas imaginarias algunas de aquellas manchas más oscuras entre sí. Oswald lo miró, con ojos brillantes y sin palabras que pronunciar en su garganta. —Te amo… —continuó Edward—, y pienso hacerlo incluso cuando tu no puedas amarte. Porque te amo de verdad —hizo una pausa—. Eres hermoso.  Un nuevo silencio. —No es justo —habló Oswald, haciendo un puchero y frunciendo el ceño en un falso enfado—, siempre me dejas sin palabras.  —¿Qué puedes debatir si tengo razón? —rio Ed, con cariño y un aire sarcástico y chulesco. —Que malo eres…—sonrió Oswald, aún sollozante. Le propinó un puñetazo muy suave, de una forma simbólica para representar un malestar que no poseía con seriedad, en el hombro. —¡Ay! ¡Ay! ¡Ay! —gritó Edward, sujetándose el hombro, con una  descarada falsedad.  —¡Qué malo eres! —replicó de nuevo Oswald, echándose a reír. Edward se abalanzó juguetón, tumbándose junto a Oswald en la cama que ambos compartían y le llenó de besos en la cara mientras ambos reían.  —Eres hermoso —consiguió reafirmar Edward antes de sufrir el contraataque de su pareja.
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