Prólogo
13 de septiembre de 2025, 2:58
Notas:
Advertencias⚠️
Los personajes no me pertenecen, derechos a su respectivo autor.
Esta es una historia slash, sino te gustan los romances M/M será mejor que sigas de largo y evites malos comentarios a la misma.
Holaa!
Aquí el prólogo de esta historia, unas cositas antes de empezar:
📌Está historia es Snirius, pero la relación entre Severus y Sirius se desarrollará más tarde, ya que al principio se tratará de Severus siendo padre.
📌Aquí vamos a relatar varios años de la vida de el hijo de Severus, a la par que se irá contando la historia de Regulus y como la guerra se irá desarrollando a partir de aquí.
📌Esto es la parte 1 de 2 que estoy planeando escribir, así que por el momento no se verá mucho de personajes canónicos, sino hasta la siguiente parte.
También aclarar que se alejará un poco del canon, Asterion no es protagonista de ninguna profecía, de hecho aparecerá Harry más adelante, pero como Aster ni siquiera es de la edad de Harry, vivirá esto de manera distinta.
Será una historia larga así que espero y no se desesperen. Sin mas, me encantaría que le den una oportunidad!
Febrero, 1979.
La vida puede ser cruelmente injusta.
"¿Dónde está?"
Su voz se quebró, apenas un susurro al principio, pero la desesperación lo hizo escalar rápidamente.
"¡Lucius! ¡¿Dónde está Regulus?!"
Sabía, en el fondo, que no obtendría la respuesta que quería, pero la necesidad lo consumía. Era casi imposible aceptar la verdad cuando su mente se aferraba a la idea de que aquello no podía estar ocurriendo, no a él, no otra vez.
Parecía que entre más se esforzaba, más se empeñaba la vida por hacerlo sentir miserable. Siempre había algo que salía mal, como si una fuerza invisible se alegrara al arrebatarle cualquier pizca de felicidad. Y aunque era consciente de esa constante, una maldición que lo había perseguido desde el día en que nació, a veces se permitía la ilusión. Creía, contra toda lógica, que quizás, solo quizás, esta vez sería diferente. Que esta vez las cosas podrían salir bien.
Había sido un tonto, un ingenuo.
"Todo irá bien, Severus. Confía en mí", recordaba la voz de Regulus, segura, cálida, llena de una esperanza que parecía contagiosa. Contra su naturaleza, había apostado a ese futuro prometido, a esa vida que, por primera vez, parecía ser todo lo que había anhelado.
Siempre había sido un iluso.
Su padre tenía razón. Siempre se lo había dicho:"Naciste para ser un pobre infeliz, Severus. Maldito desde el día en que respiraste por primera vez. No importa cuánto te esfuerces, la vida te aplastará."
Severus había dedicado toda su existencia a desmentir esas palabras. Se había levantado una y otra vez, luchando contra la corriente, convencido de que el viejo borracho estaba equivocado. Todo lo que Tobias Snape representaba debía ser falso. Debía serlo. Pero ahora... ahora ya no estaba tan seguro.
Porque había probado la felicidad, aunque fuera efímera, y había creído que, por primera vez, estaba ganándole a la vida. Cuando miraba a Regulus, todo parecía posible. Su mundo, tan oscuro y frío, se iluminaba con un calor que jamás creyó merecer. Por un instante, había pensado que lo había logrado. Había soñado con una vida juntos, con un hogar, con un futuro que no estuviera plagado de sombras.
Pero el destino no permite tales sueños. La felicidad que había tocado con la punta de los dedos se había desvanecido como el humo, arrancada de su vida de la forma más cruel. Ahora estaba aquí, de pie en este vacío, con una responsabilidad que jamás creyó, vivir sin compañía.
"¿Por qué él?" murmuró, más para sí mismo que para Lucius o Narcissa que cargaba a un bebé entre sus brazos. "¿Por qué tenía que ser él?"
Había creído que podía escapar, que podía construir algo con sus propias manos, que el amor de Regulus sería suficiente para reparar las grietas de su alma. Pero no se puede luchar contra la corriente. No se puede engañar al destino.
La verdad era esta: Regulus se había ido. Y con él, cualquier posibilidad de redención para Severus. Todo lo que quedaba ahora era un vacío insondable y la amarga certeza de que su padre había tenido razón.Él no estaba destinado a ser feliz. Nunca lo estuvo.
(...)
"Todo saldrá bien, me iré unos cuantos días. No debes preocuparte, regresaré antes de que si quiera te des cuenta que me fui."
Se despertó sobresaltado, con el corazón latiendo como si acabara de correr una maratón. El llanto del bebé resonaba en la pequeña habitación, agudo y desesperado. Las pesadillas nunca traían nada bueno, pensó, mientras fijaba la vista en el techo húmedo, como si encontrar respuestas ahí pudiera calmarlo. Suspiró, sabiendo que el sueño se le había escapado de nuevo.
Cuando el llanto no cesó, se obligó a levantarse. El departamento era pequeño, apenas unas paredes delgadas separaban las habitaciones. El aire frío le caló al salir de la cama, recordándole que debía arreglar las ventanas pronto. Al llegar junto al bebé, lanzó un hechizo de calefacción; la habitación parecía un congelador, y el pequeño lloraba con tanta fuerza que la garganta se le notaba desgarrada.
"Lo siento... ¿te despertó el frío?" murmuró mientras lo tomaba con cuidado entre sus brazos. No tenía experiencia, lo sabía. Cada movimiento le resultaba torpe, inseguro. Intentó calmarlo, dándole suaves palmaditas en la espalda. El bebé lloraba como si el mundo entero estuviera en su contra, y Severus se sentía incapaz de consolarlo.
Nunca había imaginado ser padre. No porque no entendiera a los niños, sino porque siempre creyó que nadie sería tan insensato como para tener un hijo con él. Esa idea le parecía absurda, casi irrisoria... hasta que llegó Regulus. Con él, todo lo que antes le parecía imposible o fuera de su alcance se había vuelto realidad. Pero ahora, Regulus ya no estaba, y Severus tenía que enfrentarse solo a una responsabilidad que lo sobrepasaba.
"Vuelve a dormir, tengo que levantarme temprano," susurró mientras seguía meciéndolo, sus manos un poco rígidas, como si temiera romperlo. Recordó como Regulus solía reírse de su falta de destreza emocional, de sus torpes intentos por expresar algo más allá de la lógica. Ahora, sin él, la falta de guía era un vacío insuperable.
Por un breve instante, la idea de abandonarlo en un orfanato volvió a cruzar por su mente. Allí, pensó, al menos recibiría cuidados adecuados. Quizá encontraría una familia que lo amara de verdad, algo que él no estaba seguro de poder ofrecer. Pero luego recordó a Regulus.Regulus me mataría si lo dejara.Esa certeza era suficiente para borrar cualquier alternativa.
"Está bien, ya pasó," murmuró cuando el bebé empezó a calmarse. Lo recostó con cuidado, quitándole unos mechones rubios de la frente. Lo observó por un momento. Era hermoso, tan tranquilo ahora, ajeno al caos que Severus cargaba dentro. Agradeció, en silencio, que el pequeño hubiera heredado más de Regulus: el cabello claro, los rasgos suaves. Ninguna nariz prominente ni líneas duras. Por ese lado, al menos, no tendría problemas.
Cuando el bebé finalmente se quedó dormido, Severus lo observó por unos momentos, como si estuviera asegurándose de que no volvería a despertar. Su respiración era pausada, tranquila.
Se levantó con cuidado, evitando cualquier movimiento brusco que pudiera romper esa frágil paz, y salió del cuarto. Cerró la puerta despacio, dejando el hechizo de calefacción para asegurarse de que el frío no volviera a molestar al pequeño. Cuando se giró hacia su propia habitación, el peso de la soledad lo golpeó con fuerza.
El cuarto era oscuro y apenas cálido, como si reflejara el vacío que lo consumía. Se dejó caer en la cama, apoyando los codos en las rodillas y hundiendo el rostro en las manos. Todo estaba en silencio ahora, pero su mente no encontraba descanso. Los pensamientos llegaban con rapidez, aplastándolo con esa culpa que no sabía cómo enfrentar.
Era patético. Todo esto lo superaba. Apenas lograba mantener al bebé alimentado y abrigado, y cualquier cosa más allá de eso parecía un reto imposible. ¿Cómo se suponía que debía criar a un hijo cuando no sabía lo que significaba ser un padre? Su propia infancia había sido un desfile de gritos, golpes y desprecio. Tobias no había sido un ejemplo de nada más que de lo que no debía ser, pero incluso con esa amarga lección en mente, Severus sentía que inevitablemente fallaría. Ese bebé merecía más. Mucho más de lo que él podría ofrecerle.
Se inclinó hacia atrás, dejando que su cuerpo se hundiera en el colchón frío. Cerró los ojos y se permitió, por un instante, imaginar un mundo en el que Regulus seguía aquí. Él habría sabido qué hacer. Regulus habría sido un padre excepcional, el tipo de hombre que hubiera llenado cada rincón de la vida de su hijo de amor y ternura. Lo habría hecho sentir querido, especial. Regulus tenía esa cualidad de hacer que todo a su alrededor pareciera más brillante, incluso en los momentos más oscuros.
Severus dejó escapar un suspiro tembloroso. Regulus debería estar aquí. Si existía algún tipo de justicia en este mundo cruel y caprichoso, habría sido él quien muriera, no Regulus. Porque, ¿qué sentido tenía esta vida sin él? Ahora, estaba atrapado, una sombra de sí mismo, cargando con una responsabilidad que no sabía cómo manejar, incapaz de mirar hacia adelante sin sentir que el futuro estaba condenado.
Se llevó una mano al rostro, frotándose los ojos. Las lágrimas amenazaban con salir, pero Severus se negó. Llorar no cambiaría nada. Llorar no traería a Regulus de vuelta, ni le daría las herramientas que necesitaba para ser un padre. Era solo otra señal de su debilidad, y ya tenía suficiente con lo que lidiar.
Abrió los ojos y miró al techo. La humedad formaba sombras extrañas, como si el lugar mismo también estuviera desgastado, cansado. "¿Por qué a ti?" murmuró en la oscuridad, como si el eco pudiera llegar a algún dios lejano que tuviera la respuesta. "¿Por qué no a mí?"
El silencio fue su única respuesta. Había sido un tonto por hacer esa pregunta. Nadie estaba escuchando, nadie tenía las respuestas. Solo quedaba el vacío. Un vacío que ahora estaba obligado a llenar por el bien de ese bebé que, en tan solo unas semanas, ya dependía completamente de él.
Severus cerró los ojos de nuevo, intentando detener la marea de pensamientos. Mañana sería otro día, otro en el que tendría que levantarse y aprender, a fuerza de golpes, cómo cuidar de un niño que no había pedido pero que ahora era lo único que le quedaba.
(...)
"Tengo ya los nombres," dijo Regulus, su voz sonando firme.
"¿Por qué hablas en plural?" Severus levantó una ceja, confundido por el uso de esa palabra.
"Por si nace rubio o con nuestro cabello oscuro," Regulus frotó su vientre, como si las palabras pudieran darle fuerza al bebé que llevaba dentro. "Narcissa es la única Black con cabello rubio, por eso su nombre no sigue la tradición de la familia." Se levantó y miró a Severus, notando su incomodidad con las tradiciones de los sangre pura. "Si es rubio, se llamará Aster o Camelia, en caso de que sea niña."
"Me vas a agobiar con tantos nombres," Severus gruñó, sin poder evitarlo.
"Cállate," murmuró Regulus, frunciendo el rostro, antes de continuar. "Si hereda nuestro tono de cabello, se llamará Rigel o Lyra. Ya sabes, dependiendo."
"No recordaré ninguno," replicó Severus, más para él que para Regulus.
"¡Sev!" Regulus frunció aún más el rostro, haciendo que Severus se encogiera de hombros, un gesto que, en su manera torpe, era la única forma en que podía contestar.
(...)
"Señor, no tenemos todo el día." La voz de la mujer lo sacó de sus pensamientos, y Severus sintió cómo todo a su alrededor volvía a moverse, retomando su curso normal. Su mente, sin embargo, seguía perdida. Detestaba cómo últimamente se sumergía en recuerdos, incapaz de enfocarse en el presente.
El ruido de las máquinas escribiendo, las conversaciones de las personas a su alrededor y la voz de la señorita parecían desordenados, casi insoportables. La mujer le hablaba, pero sus palabras no lograban calar en su mente.
Esa mañana, había salido decidido a buscar trabajo, pero la presencia del bebé en sus brazos lo había desubicado completamente. Estaba demasiado atrapado en la pérdida de Regulus para hacer algo más. Había ignorado la realidad tanto tiempo que, incluso ahora, no había registrado al bebé en el mundo. Era algo que ambos habían pospuesto, esperando que las sombras de Lord Voldemort se desvanecieran. Pero ya habían pasado varios meses, y el bebé seguía fuera de los registros mágicos.
"¿Y bien?" La mujer lo miró impacientemente, y la fila detrás de él no ayudaba a calmar la tensión en el aire. "Necesito que me dé el nombre de su hijo. Si necesita más tiempo, puede volver otro día."
Severus suspiró, mirando al pequeño que descansaba plácidamente en sus brazos. Los nombres que Regulus había propuesto antes de su partida aún rondaban su mente, pero todo parecía un caos.
El bebé, con su cabello rubio, le recordaba a Regulus. Era algo inesperado. En la familia Black, el cabello rubio era raro, casi un milagro, y Severus ni siquiera podía comprender cómo había sucedido, dado el escaso porcentaje de rubio en la familia y la ausencia total de esa característica en él mismo.
Finalmente, pensó en un nombre que Regulus habría querido, uno que lo haría feliz. Con la boca seca, murmuró: "Asterion."
La mujer, que lo miraba desde sus anteojos, arqueó una ceja.
"¿Apellido?" preguntó, esperando una respuesta más.
Severus dudó por un momento. Podría haber dicho simplemente Snape, pero algo en su interior le impedía hacerlo. Este bebé era la última parte de Regulus que quedaba en este mundo, la única herencia genuina que podría ofrecerle. No podía dejar que su apellido muggle, el que siempre había llevado, lo definiera. No iba a hacerlo.
"Black," dijo finalmente, sintiendo que era lo correcto.
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