Prólogo
Según los antiguos relatos, concretamente la mitología griega, hubo una época en la que los seres humanos estaban completos. No metafóricamente. Literalmente. Se decía que cada persona tenía cuatro brazos, cuatro piernas y dos caras. Dos personas, fusionadas en un solo cuerpo. Más fuertes juntas. Más valientes juntas. Completas. Así fue como los dioses las crearon. Y, durante un tiempo, funcionó. El amor era fácil. La vida, sencilla. Cada ser humano llevaba a su alma gemela a su lado. Pero entonces, los dioses sintieron miedo. Zeus, se dice, miró hacia abajo y vio que los humanos se volvían demasiado poderosos. Demasiado satisfechos. Demasiado fuertes. Así que, como todo gobernante temeroso, destruyó aquello que no podía controlar. Partió a los humanos por la mitad. Desde entonces, o al menos eso cuenta la historia, todos hemos estado vagando. Buscando. Inquietos. Anhelando esa otra mitad que alguna vez sostuvimos en nuestros brazos. Para quienes lo creen, esta historia lo explica todo. Por qué anhelamos la conexión.Por qué el amor se siente como volver a casa. Por qué, a veces, puedes mirar a un extraño y sentir que algo se mueve bajo tu piel. En el Banquete de Platón, el mito se resume así: “El amor nace en cada ser humano; hace que las mitades de nuestra naturaleza original se reúnan; intenta hacer de dos uno solo y curar la herida de la naturaleza humana. Cada uno de nosotros, entonces, es una ‘mitad coincidente’ de un ser humano completo… y cada uno de nosotros está siempre buscando a la mitad que lo completa.” Una idea hermosa, ¿no? Pero aquí está el problema. Platón no dijo esas palabras. A menudo se le atribuyen, pero pertenecen a Aristófanes, un dramaturgo. Un romántico.Un creyente en los finales felices. Platón, en realidad, pensaba que la idea era una tontería. Él creía que el amor no consistía en encontrar una mitad perdida. El amor, argumentaba, se basa en la elección. El esfuerzo. El tiempo. Entonces, ¿cuál versión es la verdadera? Quizá eso dependa de quién cuente la historia. Porque no todos los caminos llevan a donde uno espera.