Capítulo 1 - Despertar
18 de septiembre de 2025, 10:54
Capítulo 1: Despertar
La brisa fresca corría libremente a través del prado, y la luz del sol brillaba fuerte aquel día desde lo alto.
Un ligero rocío matinal se podía sentir aún en el césped.
El viento se colaba entre las hojas de los árboles, provocando un sonido sumamente relajante mientras las flores se mecían con suavidad.
Y ahí estaba ella, de pie e inmóvil. No podía sentir nada de lo descrito; ni la luz del sol sobre su cuerpo alguna vez reluciente, ni la brisa que mecía las hojas bajo sus patas frías. Ni siquiera la luz del sol sobre la superficie metálica era suficiente para calentarlas.
Ahí estaba ella, de pie y, de algún modo, despierta. Consciente por primera vez.
Era una máquina. Una robot. Pero no una cualquiera; no tenía una forma que asemejara a un humano, ni lucía como una máquina de transporte o de carga -cuadrúpeda, con un cuerpo mayoritariamente liso compuesto de placas metálicas, era mayoritariamente comparable a un canino grande. Y esta canina artificial de pronto se encontró a sí misma en mitad de un prado, sola.
Sus ojos, dos brillantes luces de color azul, observaron detenidamente el lugar, como si buscara un indicio que claramente no hallaría. Después de todo, no tenía realmente una consciencia como tal -¿cómo podría siquiera definir eso?
El gris casi incoloro contrastaba con el verde de la vegetación evidenciando por completo lo fuera de lugar que ella resultaba. Su cuerpo metálico tenía algunas pequeñas abolladuras, pero también raspones, cortes y lo que alguna vez habría parecido una quemadura química a la altura del cuello. Sus patas eran firmes y rígidas, pero presentaban evidentes daños también. Las antenas que conformaban sus orejas se encontraban en un inusual buen estado, pero no estaban recibiendo datos. Percibían sonido, sí, pero era un sonido vacío; no habían órdenes ni datos, o nada que siquiera se asemejara a algún tipo de asignación perimetral, lo único que genuinamente podía comprender como una suerte de objetivo.
Nada.
Mas sí había algo: a su alrededor, paradójicamente, lo estaba captando todo. La luz del sol, el sonido del viento, la humedad del césped y la suavidad de la tierra debajo. No podía sentirlo, pero sabía que estaba ahí, porque recibía lecturas que así lo indicaban. Sus sensores funcionaban. La mayoría, al menos. Pero su memoria era un tema completamente distinto: no recordaba cómo o por qué estaba allí, y no sabía ni cuánto llevaba caminando, ni hace cuánto estaba consciente de sí misma.
Volteó la mirada y luego, lentamente, como quien diera sus primeros pasos, se giró por completo, inclinando la cabeza para observar con detenimiento el suelo. Ante sus ojos había huellas, sus propias huellas. Sí, llegó hasta allí caminando sin duda, pero, ¿desde dónde? Y más importante: ¿por qué?
La robot, desorientada y sumando dudas a cada segundo, empezó a intentar racionalizar su situación. No sabía dónde estaba, por qué estaba allí o quién la había enviado, así que hizo lo único que parecía prudente. Se irguió un poco, y levantando la cabeza, como si esperaba que alguien respondiera, emitió un sonido plano, mayormente automatizado a través de su parlante. Sola en mitad de ese prado, habló por primera vez:
-Unidad de Exploración y Vigilancia, número 32. En espera de asignación.
Nadie respondió, por supuesto, porque no había nadie más.
-Unidad de Exploración y Vigilancia, número 32. En espera de asignación. -repitió, y esta vez agregó: -Asignación de misión primaria, pendiente. Asignación de misiones complementarias, pendiente.
Su voz era femenina, automatizada, carente de personalidad. En muchos sentidos, sonaba tan robótica como era de esperarse, si es que se podía esperar que una robot hablase.
-Unidad de Exploración y Vigilancia, número 32. En espera de asignación. -volvió a repetir, y esta vez dio un paso hacia adelante. Se paralizó al instante, y por un momento parecía como si un torrente de datos azotara su cabeza. Algo en ella pareció percibir la anomalía, pues la cantidad de información que recibió súbitamente provocó lo que, con el tiempo, sabría que significaba sentirse abrumada.
Por desgracia, el violento caudal de información resultó inútil. Al menos en los términos que esperaba, claro, pues un largo listado de datos irrelevantes aparecieron repentinamente ante sus ojos: temperatura, inclinación del terreno, lo que parecían coordenadas, entre otras. Notó con rapidez que algunos parámetros estaban incompletos, otros mantenían información en un subrayado parpadeante, y unos pocos directa y escuetamente indicaban: "error de medición".
Se resolvió a seguir avanzando, sin explicarse realmente por qué. No estaba segura de cuántas cosas sabía, pues el torrente de datos en su mente le indicaban que sí, que objetivamente debía tener mucha información sobre muchas cosas, pero, del modo más simple, era incapaz de clasificarlas. No se detuvo a pensar en cuánto conocimiento útil tal vez poseía, pues tampoco tenía una noción real de qué era útil para ella y qué no.
Sabía, sin embargo, dos cosas: primero, que en algún momento comenzó a moverse de manera inconsciente, y se mantuvo haciéndolo por un lapso de tiempo indeterminado sin una motivación conocida; y segundo, que ahora estaba consciente de que estuvo haciéndolo. Algo *cambió*, eso era un hecho.
Aunque había sido un cambio imperfecto: puede que antes no razonara ni se cuestionara nada, pero ahora que súbitamente tenía esa opción, no había respuestas. No había un superior asignado, o un área de control a la que regresar. No había órdenes, ni misión, ni guía. Estaba sola, en la mitad de la nada.
O eso creía.
Sin percatarse de que seguía haciéndolo, había continuado moviéndose a paso lento, pero decidido, como si esperase toparse con alguna persona. Su reacción le daría una idea inicial de qué tan factible debería ser encontrarse con una unidad como ella en la mitad de un bosque, y desde ahí solicitaría la asignación de una misión. Pero avanzó varios metros sin divisar a ninguna persona, y empezaron a pasar los minutos uno tras otro. Los pasos de la robot, así como el leve zumbido que provenía desde su pecho eran lo único que rompía la armonía de la naturaleza, a medida que mantenía su mecánica marcha. La manera en que percibía las cosas hasta entonces le impidió percatarse de algo que a cualquier otro le habría parecido llamativo: pese a que se encontraba en medio de la naturaleza, no se oía el cantar de los pájaros.
Ya llevaba cerca de una hora caminando, pero aún no había señales humanas. No era del todo extraño; según la confusa e incompleta geolocalización a la que pudo acceder, se encontraba relativamente lejos de las grandes ciudades, y por ello, se detuvo, haciendo un auténtico ejercicio mental para filtrar la información, y así obtener la ubicación del asentamiento humano más cercano. Lo único razonable parecía dirigirse hacia allá. Como si eso la ayudara a "pensar mejor" se mantuvo inmóvil, esperando dar con una respuesta. Hacia el oeste, un campamento minero apareció en la lista. La información estaba incompleta pero resultó suficiente para la robot, quien fijó la ruta, y pronto estaba en camino otra vez.
Repentinamente, una rama crujió despacito. Tanto, que la robot apenas percibió el sonido, y bajó con rapidez la vista, buscando la rama rota bajo sus patas. No había ninguna. Confundida, intentó explicárselo usando la extraña mezcla entre lógica y aquello otro, ese "algo más" que empezaba a aparecer en su mente. Levantó la vista otra vez, y mientras estaba parada allí, de pronto comprendió que la más probable de las opciones que analizó, era que alguien más provocara el sonido... y que ese alguien estaba lo suficientemente cerca para que ella lo oyera aún por sobre la brisa. El asunto era que ese alguien se habría acercado sin que ella lo viera, y eso, al instante, puso a la máquina en un estado de moderada alerta.
Se detuvo tras dar unos pocos pasos más, observando sus alrededores. Ya no estaba en un prado, sino en una suerte de amplio pastizal, de modo que su campo visual estaba reducido. El césped, más largo, se había convertido en el escondite ideal para lo que la estuviera siguiendo... o acechando.
El instinto de supervivencia habría hecho que cualquier humano o animal adoptara una de dos medidas: la primera, intentar salir del pastizal, ya fuere para tener un mejor campo visual de quien estuviera allí, o para tener una mejor oportunidad de huir. La otra medida razonable, si uno percibiera peligro, sería eliminar la ventaja ajena: si alguien se ocultó entre el pastizal, perfectamente se le podía imitar y ocultarse del mismo modo, incluso pudiendo moverse fuera de vista.
Pero la robot no tenía un instinto de supervivencia como tal, y la cacofonía que zumbaba en su cabeza proporcionaba una infinidad de ideas y alternativas que sólo provocaban más confusión en ella. La forma en que su mente funcionaba era frustrante: la definición de la palabra "depredador" quedó fija en un bucle, mientras que algo le decía que debía aparentar un mayor tamaño y gritar. Al mismo tiempo, un esquema mostraba la composición química del césped bajo sus patas; varios de sus sensores indicaban encontrarse en estado de error, y por último, sin que ella lo hubiera querido, un reporte de daños apareció ante sus ojos, detallando un amplio listado. Sin estar segura de cómo proceder, hizo lo que muchos, irónicamente, habrían considerado una sentencia de muerte en una situación así:
-Hola. ¿Hay alguien aquí? -dijo mientras se mantenía quieta, plenamente a la vista, observando el pastizal con detenimiento. -Soy la unidad de Exploración y Vigilancia número 32, en espera de asignación.
Obviamente no recibió respuesta, pero se mantuvo allí. Esperó algunos segundos que se sintieron mucho más largos, y luego habló otra vez:
-Hola. ¿Hay alguien aquí? -repitió, sin variar el tono. - ¿Hay alguien aquí? -volvió a reiterar, y nuevamente, no hubo respuesta.
Confundida, pero decidiendo que no había peligro, se volvió sobre sí misma y como si nada, continuó avanzando a través del pastizal. De algún modo, le pareció razonable no insistir. Si había alguien allí y no quería hablarle, entonces no tenía caso continuar hablándole. Después de todo, seguía sin comprender lo que sucedía a su alrededor, pero ahora tenía una directiva que seguir: debía llegar al campamento minero. Siguió caminando, y una vez salió del pastizal, volteó la cabeza con curiosidad. Pese a todo, quería saber si había o no alguien allí. Pero no vio nada. Quien hubiera estado ahí, o bien seguía oculto, o bien se habría retirado. Como fuere, ella no tenía tiempo que perder, y continuó su camino.
Tampoco tenía una auténtica noción del tiempo, pero tenía la idea de que había transcurrido cerca de una hora cuando divisó el cuerpo de agua. Se acercó a la orilla, y con cuidado se asomó para ver su reflejo. Ahí estaba, sus ojos azules brillando con fuerza, y su cuerpo dañado reflejando la luz del sol. Se miró a sí misma, pero ningún pensamiento llegó a ella mientras lo hacía. Simplemente... estaba. Levantó la mirada lentamente, y entonces sí comenzó a cuestionarse algunas cosas: ¿eso era el mar? ¿O era tal vez un lago? ¿Un río? ¿Un estanque? ¿Sabía la diferencia entre cada una? ¿Cómo sabía que ese montón de agua constituía algo más, o que tenía otro nombre dependiendo de ciertos factores? Una pausa. ¿Qué factores? ¿Cómo sé lo que es un "factor"?... luego, se confundió a sí misma al paradójicamente preguntarse: ¿por qué estoy pensando en esto?
Una vez más, un sonido la sacó de sus cavilaciones, y esta vez lo agradeció. Era una robot, y como tal, no sentía nada. Eso era lo lógico después de todo, ¿no? Aún así, ciertamente comenzaba a sentir algo similar a la frustración cada vez que ese torrente de información, de preguntas sin respuesta y respuestas sin solicitar llegaba a su mente. Pero hablando de centrar su atención, el sonido no provenía de cerca de ella esta vez, sino de bastante lejos. Desde el otro lado del cuerpo-de-agua-que-no-tendrá-nombre-asignado-por-ahora como se repitió a sí misma, un aullido rompió la armonía, y entre los arbustos y las gruesas ramas de un árbol caído, un animal corría, a toda velocidad. Entró y salió de su campo visual tan rápidamente que le tomó un momento procesar si lo que había visto era real. Pero entonces un segundo animal hizo lo mismo, saliendo de entre las ramas de un arbusto, agachándose y saltando sobre un tronco caído para perderse de vista. Un tercer animal, ¿un perro? ¿un coyote?, salió de la nada, rebotando en el rústico sendero natural como si hubiera tropezado, levantando una nube de tierra al incorporarse. En su caso, pareció escarbar para meterse por debajo del tronco y perderse de vista. Un agudo sonido llegó a los sensores de la robot, era un nuevo aullido.
Y entonces dos animales atravesaron el sendero aún más rápido que el primero que ella llegó a divisar. La naturaleza había hecho de las suyas en el lugar, pues aunque intentó afinar la mirada -activando un acercamiento óptico que ni siquiera sabía que poseía- seguía pudiendo observar con nitidez sólo una pequeña porción de la zona; el único claro despejado de ramas, arbustos y hojas. Pero era suficiente para que viera a los animales corriendo... y ciertamente fue suficiente para ver lo que sucedió luego.
Tan sólo unos segundos después, una auténtica horda de animales atravesó el claro, con un paso más firme y rápido que los primeros que divisó. Y a diferencia de los primeros, estos eran ruidosos. Muy ruidosos. La manera en que se movían también era diferente: no esquivaban las ramas ni hacían el intento de evitar los obstáculos que la naturaleza había regado por la zona; simplemente, embestían, destrozando todo lo que estaba en su camino. No pudo entender por qué, pero algo en ella, incluso con las amplias limitaciones de su entendimiento, le hizo comprender que algo andaba muy mal. La palabra "depredador" volvió a su cabeza, y por un momento, le pareció comprender que eso es lo que estaba presenciando: una caza.
Observó en silencio, nuevamente sin tener una idea de cómo proceder.
Y entonces notó, mientras otros animales seguían atravesando el claro, que uno se había detenido. Desde el otro extremo, cruzando el cuerpo-de-agua-sin-nombre, lo que parecía un coyote la observaba también. Su pelaje era de un tono marrón sucio, lo que ayudó a la robot a distinguirlo entre el verde de la vegetación, pero verlo no logró precisamente tranquilizarla. Esos primeros acercamientos a sentir no estaban resultando nada gratos para ella. Hasta ahora, sólo estaba conociendo atisbos de frustración y de agobio... y uno nuevo entraba a la lista, pero no encontraba la palabra para ello. De algún modo, lo prefirió así. En especial cuando notó que un segundo par de ojos se posaban en ella, pues otro canino, al parecer un lobo, se había detenido también, y la observaba junto a su compañero mientras uno que otro animal atravesaba el claro detrás de ellos. La robot no reaccionó ante esas miradas, pues le pareció en aquel momento que tal vez sólo hacían lo que ella. Observar.
Pero entonces el lobo se acercó un poco más al coyote, y repentinamente, empezó a mover la boca. Ella lo observó con atención, como si intentara encontrar una explicación lógica. Rápidamente cesó en su intento, al ver que el coyote, a su vez, movía la boca. Un gesto de lado a lado con la cabeza confirmó lo que estaba pensando: los animales estaban hablando entre sí. No era un gesto con el hocico o una expresión corporal; genuinamente estaban hablando, usando palabras. Ella no podía oírlos desde allí, pero era innegable que eso es lo que sucedía.
Pero, ¿cómo era eso posible? Los animales no hablan. Jamás han hablado. Algunos podían repetir ciertas palabras, imitar ciertos sonidos, es cierto, pero no... conversaban. Es lo que se dijo a sí misma. Mas ella misma había intentado hablarle a un animal antes, en el pastizal. ¿Acaso esperaba que le contestara? ¿Asumió que un animal le respondería con palabras? ¿O sería que, inconscientemente, pensó que un humano estaba oculto allí? ¿Sería que sólo habló porque le pareció razonable hablar antes de intentar hacer otra cosa? La confusión estaba de vuelta, y esta vez no bastaría con intentar detener el caudal de ideas -esto, tenía que averiguarlo, y pronto.
Sin percatarse, había estado centrada en sus pensamientos al punto en que, brevemente, no estaba consciente de lo que acontecía a su alrededor. Cuando volvió a fijar la mirada en el claro, la pareja de animales había desaparecido.
La unidad biónica se quedó ahí, como si esperase que una explicación llegara de pronto a ella. Pero en lugar de descifrar este misterio sobre el habla de los animales, un fuerte estruendo fue lo que llamó su atención, más allá del claro, de los arbustos y los árboles caídos... más allá de los animales que, aparentemente, estaban hablando.
El sonido fue tremendamente fuerte, y habría resultado ensordecedor de haber estado más cerca. Provenía del oeste, pero no estaba exactamente en su camino. No estaba en ruta al campamento minero, sino que más al norte, según su defectuosa pero operativa georreferencia. Tendría que desviarse, y no sabía cuánto exactamente. Pero otro aullido se oyó tras aquel estruendo, y entonces algo en ella pareció activarse. No sabía que era, pero con el tiempo, iría comprendiendo que una nueva parte de lo que sería su consciencia acababa de despertar.
No tenía que ir ahí. No era lógico; el aparente ejercicio de caza, los animales corriendo con tal ímpetu, y principalmente el hecho de que la alejaría del campamento y de los humanos, hacían que su sistema se opusiera a investigar el estruendo. Era contraproducente y, potencialmente, peligroso.
Pero por primera vez, la robot decidió por sí misma, y en lugar de encaminarse por el sendero que la guiaría al campamento minero, se dirigió hacia el norte, hacia un montículo grande de tierra y maderos podridos que alguna vez se habría usado para atravesar el cuerpo de agua.
Por primera vez, la robot corrió, y la fuerza de su cuerpo mecánico relució por completo al trepar por el montículo sin esfuerzo.
Sin saberlo, esa decisión sellaría su destino y marcaría el resto de su existencia.
Porque a lo lejos, a una distancia que la robot iba acortando cada vez más rápido y apenas un momento antes, una pequeña y frágil cachorra de lobo se ocultaba tras su madre, manteniéndose fuera de vista tras una roca de grandes dimensiones. Temblaba por el miedo y el cansancio, demasiado joven para comprender lo que sucedía a su alrededor. La loba adulta que se encontraba a su lado, su madre, intentaba calmarla con suaves caricias en su cabecita y sus orejas, pero sentía la desolación apoderarse de ella poco a poco... estaban rodeadas, y el padre de la lobita no había regresado. El dolor en su costado era muy difícil de ignorar, sintiendo ella un nudo en su garganta al sentir algo húmedo -su pelaje, de un brillante castaño claro ahora cubierto de tierra, no sólo estaba algo ensangrentado, sino que también empezaba a empaparse con las lágrimas de la pequeña.
La cantera y sus túneles, que alguna vez habían servido como su refugio, estaban infestados con salvajes. A donde sea que mirara, había al menos dos o tres de ellos. Se había separado del grupo, pero lo que había podido oír le indicaba que el resto no había corrido mejor suerte.
Ella tragó saliva, intentando pensar. Intentaba idear un plan de escape, alguna huida, algún momento de distracción... pero mientras asomaba su cabeza junto a la roca, repentinamente, su mirada se cruzó con la de un lobo que patrullaba el área.
Sintió su corazón hundirse cuando, con una siniestra sonrisa, su aullido alertó al resto de los salvajes.