Capítulo 2 - En el lugar equivocado
18 de septiembre de 2025, 11:00
Capítulo 2: En el lugar equivocado
Su respiración era pesada, y el dolor a lo largo del cuerpo entero era demasiado para ignorar. Le estaba costando muchísimo mantenerse despierta, pero además tenía la vista borrosa, y sus patas flaqueaban a cada paso.
Aún así, no podía dejar que llegaran a ella, su hija. Iba a protegerla a cualquier costo, y hasta el último aliento. Una realidad que se iba cimentando más a cada instante, pues la enfurecida horda estaba por atraparla -huir hacia los túneles no había sido la mejor idea, pero era la única que tenía. Después de todo, había estado funcionando hasta hace poco.
Pero no esta vez.
Esta vez los salvajes estaban preparados, y se habían anticipado a lo que por semanas había sido la mejor ruta para perderlos una vez internados en su territorio. Sí, la suerte iba a acabarse eventualmente, pero ninguno esperaba que sucediera así de rápido, y el exceso de confianza ciertamente había pasado factura: estaba sola allí, pero había estado huyendo junto a la cachorra durante un buen tramo antes de que la acorralaran... ¿realmente podía ser? ¿Fueron ellas las únicas que habían conseguido escapar de la emboscada inicial?
No había tiempo para perderse en esas ideas, ni lágrimas por derramar, aún cuando sentía la garganta apretada, por algo más que el agotamiento y el dolor físico. Era un dolor más profundo, una nube amarga que se había fijado en su cabeza y que allí, rodeada por la oscuridad, herida y asustada, la estaba devorando viva. Lo único que la mantenía con suficiente claridad sobre lo que sucedía era ella, la cachorra. Pero la pequeña tenía sus propios miedos, y su poco entendimiento del mundo la tenía absolutamente aterrada al estar sumida en la penumbra, intentando acurrucarse con su madre. Tal vez fue por fortuna, pero una parte de sí consiguió comprender lo suficiente para saber que debía guardar silencio... y su madre reafirmó la idea al cubrir su hocico con su pata, indicándole que estuviera tranquila.
Ambas eran lobas, animales salvajes adaptados para sobrevivir. Pero también lo eran los salvajes, y a diferencia de otros, ellos no habían permitido que sus instintos cedieran ni una pizca de terreno... de modo que en la oscuridad de los túneles, ellos tenían la ventaja. No sólo tenían los números de su lado; eran además muy eficientes cazadores y rastreadores... y ella estaba sangrando.
Un corpulento perro sin raza atravesaba el túnel lentamente, con la nariz pegada al suelo y decidido a probarse. Estaba harto de que los salvajes lo consideraran más débil sólo por no ser un auténtico animal salvaje -"¿Tú? ¿Dónde está tu casa, mascota?", y la risa que siguió retumbaban en su cabeza, haciéndolo gruñir. Era tan duro como el resto, y sabía que si atrapaba a una traidora, no tendrían más opción que aceptarlo.
Pero pese a lo corpulento que era y a que tenía una mandíbula sumamente fuerte, así como unas patas toscas y firmes, curtidas por cicatrices visibles en la mayor parte de su cuerpo, seguía siendo un perro... y su presa era una loba decidida a salir de allí a como diera lugar. Se aproximó por una esquina, siguiendo el rastro que se hacía cada vez más fuerte, y cuando levantó la mirada, alcanzó a divisar por el rabillo del ojo una pequeña colita que se perdía tras una roca. Estaba abriendo la boca para alertar al resto cuando repentinamente, una loba adulta le cayó encima. Estaba cansada, herida y asustada... pero iba a proteger a su cría con todo lo que tenía.
Por desgracia, no fue lo suficientemente rápida, de manera que el can alcanzó a proferir un solo grito ahogado. Cuando lo oyeron, los salvajes que estaban más cerca se lanzaron a la carrera al instante... mientras que los de la entrada se volvieron, atónitos por la imagen ante ellos.
Algunos de ellos eran lobos, es cierto, e incluso los que no, también eran animales de gran tamaño. Fue por esa razón que, cuando vieron a un único lobo librando una encarnizada batalla contra tres de los suyos al mismo tiempo, quedaron sorprendidos. No sólo por el violento espectáculo ante sus ojos; también porque podrían haber jurado que vieron a aquel morir durante la emboscada inicial. El hecho de que ello no sucediera sólo podía indicar que los que perdieron la vida en su lugar fueron los salvajes que se quedaron "limpiando" lo que el resto dejó atrás. Un coyote tragó saliva, pero tras una mirada nerviosa a su alrededor, decidió no retroceder: tenían la ventaja y ninguna razón para "jugar limpio", así que dos perros se unieron a la escandalosa lucha, repartiendo zarpazos y mordidas por doquier. El esfuerzo del lobo era notable, heroico incluso, pero también él estaba muy cansado y muy herido. Cada golpe, cada corte y cada mordida daban en el blanco a medida que otros se unieron en el esfuerzo, pero él seguía de pie, intentando empujar a través de la horda que lo abrumaba. Su pelaje blanco estaba cubierto de sangre, y su porte imponente y elegante se había reducido al de un animal que seguía en pie por mera fortaleza de espíritu. No podía ganar, eso era un hecho, pero en su cabeza, nada más importaba... si iba a morir, tenía que ser junto a ella. Y tenía que ser dándolo todo para salvar a su hija.
La loba escupió con asco un poco de sangre. Nunca había sido partidaria de la violencia, pero dadas las condiciones, las convicciones habían quedado por completo atrás. Miró amargamente al perro inmóvil bajo ella antes de incorporarse, y aunque notó el revuelo que se oía hacia la entrada del túnel, sabía que no había tiempo que perder. El peligro no había pasado, y su decisión sólo le había ganado un pequeño margen. Avanzó con una leve cojera hacia la roca, desde la cual la pequeña lobita observaba con preocupación y ambas se pusieron en marcha otra vez. Adelante, debía doblar a la derecha... ¿no? Se detuvo en seco cuando vio el camino delante de ella terminar abruptamente con un enorme bloque de roca. No había sido obra de los salvajes, no podía ser... ¿acaso debía regresar y buscar la entrada de la galería? Volteó la cabeza, pero no reconoció la sección del túnel que había atravesado hasta hace apenas un instante. Y entonces comprendió que estaba perdida.
Los túneles se habían convertido en una rutinaria vía de escape para ella y su grupo. No era la primera vez que se topaban con salvajes, pero eran torpes, violentos y desorganizados... por lo que pronto dieron con la solución ideal para perderlos. Comentaban entre sí los túneles a través de la cantera, y a dónde llevaba cada uno, de modo que era un ejercicio que la mayoría de ellos podía completar sin mayores dificultades. Es más, un gato había sido el que se percató de las señaléticas que los humanos habían montado a lo largo de los túneles para indicar las salidas. Pero cuando miró alrededor, e incluso al techo, no vio ninguna. Aún así, no había tiempo para echarse a morir y la loba, resuelta a salir de allí aún si ello la metía directamente entre los salvajes, le dio un ligero empujón a la cachorra para indicarle que debían correr otra vez. Entre la oscuridad, ambas se lanzaron a la carrera, buscando una salida.
Mientras tanto, el lobo había continuado su moribundo avance, y ya se encontraba junto a la entrada del túnel. No tenía idea de quién había entrado, pero los salvajes se habían concentrado allí y eso era todo lo que necesitaba para creer que su pareja y su hija habían conseguido ocultarse. Se detuvo un momento, dando un pesado suspiro, y en ese instante pensó que tal vez debió haber huido. No para dejarlas, de ninguna manera; para que lo siguieran. Para atraer la atención de los salvajes a sí mismo... tal vez habría conseguido más tiempo para ellas.
-Siempre... fui un poco lento, ¿verdad?... -dijo para sí mismo, agotado, recordando las charlas con la loba. Su mirada era encantadora, y su risa, tremendamente contagiosa. Ella lo había hecho perder la cabeza al instante, y eso lo hizo muy feliz.
A su alrededor, el grupo de salvajes lo observaba en silencio. Cualquiera de ellos habría podido darle el golpe de gracia, pero incluso entre el salvajismo feroz que los caracterizaba, quedaba algo parecido al respeto por uno de los suyos, según ellos lo veían. Por supuesto, esa idea a él lo habría asqueado.
El lobo se detuvo, cerrando los ojos un momento. Era incapaz de seguirse moviendo, e incluso estar en pie estaba resultando demasiado para él. Pero antes de desplomarse, abrió los ojos sólo un poco, y observó. Algo en el túnel era diferente, algo...
Dio un nuevo suspiro, volteándose con las pocas fuerzas que le quedaban.
-Así que... nunca fueron ustedes. No me sorprende. -tomó aire, mirando al cielo un momento. Y por un instante, todo dejó de doler. -Espero que sepan eso. La verdad es... que nunca pudieron con nosotros.
Se lanzó adelante, decidido a ganarle el tiempo que pudiera a quien estuviera dentro del túnel. Fuera o no su hija... él iba a morir como eligió vivir: por el bien de alguien más.
Ella sintió un punzante dolor en el pecho. Fácilmente habría podido atribuirlo a las múltiples heridas en su cuerpo, o al aire asfixiante del túnel, pero de algún modo, supo que no era nada de eso. No había podido oírlo, y él no les había dado la satisfacción de gritar o de rogar, pero de algún modo, ella lo supo. También la pequeña, que súbitamente se encogió, dando un quejido.
Era la segunda ramificación sin salida, y esta vez les había tomado mucho. Habían tenido que trepar por sobre varias rocas, debiendo cargar a la pequeña con su hocico. Un tropiezo avivó el ardor en su costado, pero había algo más, y es que empezaba a sentir un cansancio apoderarse de ella. Uno distinto.
El movimiento constante, el miedo y la decisión habían creado un auténtico flujo de adrenalina que la llenaba, pero el efecto había pasado... y sus heridas eran demasiado graves. Sin saberlo, había estado agotando sus últimas fuerzas. Repentinamente se desplomó, pero antes de llegar al suelo, pudo sentir algo debajo de ella. Algo pequeño que la sostenía con todo su ser. Sus patitas temblaban y su respiración se había vuelto sumamente rápida, pero había conseguido sostener al menos su cabeza.
La loba reaccionó pese a su dolor y su agotamiento, y débilmente tanteó hasta incorporarse otra vez, con un largo suspiro. Su pequeña la miraba con preocupación, abrumada por la incertidumbre y el miedo.
-Está bien, cielo, tranquila. Todo va a estar bien. -susurró suavemente, acariciando su cabecita con una pata temblorosa- Gracias...
Empezó a moverse otra vez, con un costado pegado a la pared de roca para tener algo de apoyo. Avanzó a través de la oscuridad, y por momentos podía sentir como la cachorra se ubicaba justo debajo de ella, como si temiera que volviera a caer. También ella lo temía, pero no por sí misma, sino por su hija. Suspiró otra vez, y por un instante sintió que quería maldecirlo todo. Nada de lo que había pasado era justo. Podrían haber tenido una vida normal si se hubieran alejado de los problemas. Suspiró una vez más, desviando la mirada, avergonzada de sí misma. Ni su pareja ni ella jamás habrían podido darle la espalda a esas mascotas, en especial en un momento tan crítico.
Todo había salido mal desde entonces. Pero al menos habían hecho lo correcto. Sí... eso tenía que valer para algo al final de todo.
Pero estaba ella, la pequeña, y ella era inocente de todo. Tal vez... tal vez podría salvarla. Sólo a ella. Nada más le importaba en ese momento, pues en lo profundo de su ser, sabía que sólo quedaban las dos... y que era cuestión de tiempo para que sólo quedara la cachorra. Y cuando eso sucediera, estaría sola. Genuinamente sola.
Estuvo a punto de desplomarse, pero trastabilló y se golpeó el costado contra la pared de roca. El dolor fue intenso, pero al menos no cayó, y eso era suficiente. Si podía mantenerse en pie un poco más... en medio del intenso agotamiento, le pareció ver una luz. Ya no estaba en una ramificación aislada, sino en la galería principal, con costados irregulares pero lo suficientemente amplia para intentar moverse con un poco más de libertad. Tropezó otra vez, y nuevamente fue su pequeña quien detuvo la caída. La cachorra sintió dolor al resistir ese peso, pero no lloró ni se quejó. La conexión con su madre era profunda y genuina, y pese a todo, entendía que la necesitaba.
Mientras avanzaba hacia la luz, sintió cómo su ser se apagaba. Los ojos le pesaban y la respiración se volvía cada vez más lenta y más pesada. Ya no aguantaba, pero ahora era su pequeña quien la empujaba y la jalaba, tratando de mantenerla en pie. Tratando de llevarla hacia la luz.
Desde el otro extremo del túnel, un sonido hueco rebotó por las paredes y el techo cuando los salvajes arrojaron el cuerpo del lobo hacia el interior. Fuera, el coyote de antes se sacudía, luchando aterrado para mantenerse con vida. Las nociones de torcido respeto se habían ido, porque el lobo había perdido, pero no sin llevarse a algunos con él. Luchó incluso cuando ya no tenía fuerzas, y entonces luchó un poco más. Entre los jadeos y los quejidos de dolor, había una suerte de sepulcral respeto entre los pocos salvajes que no se le habían abalanzado encima. Empezaban a cuestionarse algunas cosas... principalmente el liderazgo que seguían.
Tal vez todo había sido un error.
Pero ya no había opción, estaba hecho. El lobo yacía sin vida, a unos metros más allá de la entrada. Sobre él y rústicamente adosados al techo, los explosivos que les entregaron estaban listos para hacer lo suyo, y sepultar de una vez esa red de túneles que tantos dolores de cabeza les habían dado. De paso, iban a crear la tumba perfecta para el traidor.
Los salvajes que lo arrastraron dentro sintieron el ambiente triunfal. Sabían que habían dado un gran paso, y el mensaje pronto iba a esparcirse por toda la zona. Finalmente, esas sucias mascotas sabrían que no volverían a tener aliados entre ellos.
En estricto rigor, él no debía estar vivo. De cierto modo podría decirse que no lo estaba, pues yacía tendido ahí, cubierto de heridas y tierra. Algo lo mantenía. No con vida, pero sí con cierta consciencia. Con la cabeza reposando contra la tierra, dirigió la mirada hacia el túnel y, ante él, una imagen borrosa le transmitió paz. Ya no tenía fuerzas para siquiera afinar la vista, pero no hizo falta: sabía que era ella. Sólo ella.
-¿Dónde... está... ella?... -lo dijo en su mente. Su cuerpo ya no respondía.
La loba no respondió, al menos no con palabras. En lugar de eso, le sonrió en silencio. Su pelaje era precioso en verdad, y siempre relució tanto con la luz del sol... cielos, cómo amaba esa sonrisa.
-Todo va a estar bien. -dijo ella a la lobita.
Él cerró sus ojos. La voz de los salvajes había dejado de oírla; sólo estaba ella, su chica.
No oyó la discusión, la sorpresa, ni el horror.
Paradójicamente, él partió en paz. Ellos no.
La onda expansiva devoró el túnel en un instante.
Como él, la loba se había ido... pero algo la movió una última vez. Los salientes en las paredes no eran demasiado grandes, pero parecían firmes... lo cierto es que en ese punto ella ya no pensaba. Movida por algo que no habría podido explicar, se lanzó hacia adelante, y sujetó a la cachorrita entre sus fauces, tan fuerte que la hizo dar un chillido de sorpresivo dolor. Jamás la habría lastimado, pero en ese momento ya no había nada.
Giró la cabeza con todas las fuerzas, porque llegó a ver el inicio del colapso.
La pequeña rodó por el suelo, y se golpeó fuerte contra la pared, pero lo había logrado... había conseguido arrojarla bajo uno de los salientes.
La lobita no consiguió ver nada, ni tampoco tuvo la última imagen de su madre desapareciendo tras la nube de tierra.
Los salvajes dentro del túnel fueron aplastados instantáneamente. Otros pocos fueron azotados por las rocas y el mineral que brotó con violencia de todos lados. El fuego hizo su parte.
Un perro que se encontraba junto a la entrada fue alcanzado por un madero que voló en pedazos.
Dentro de la galería principal, un trozo de roca salió disparado y reventó un saliente, que se volvió una infinidad de esquirlas que dieron de lleno contra un zorro. No fue instantáneo, pero ciertamente lo habría querido así.
Un tejón se azotó con tal fuerza contra una de las paredes de la cantera que quedó inmóvil incluso antes de llegar al suelo.
El ambiente de brutal festejo se había convertido en pánico, pues toda la cantera retumbó. La tierra se partió, y bloques enteros cayeron desde los niveles superiores arrasando todo a su paso. Un derrumbe en cadena sepultó a varios de los salvajes, obligando al resto a huir despavoridos. La violencia que desataron regresó por ellos, y al final del día, los que quedaron no sintieron una pizca de alegría.
El nuevo liderazgo había durado incluso menos de lo que el más pesimista hubiera esperado. Los más suspicaces de ellos llegaron a preguntarse si todo el asunto de los explosivos había sido una traición doble. Otros no terminaban de comprender lo que había pasado: ¿quién los había activado? ¿No se suponía que sólo iban a provocar un derrumbe controlado para cortar el paso de los traidores? Las preguntas irían asentándose con las horas, pero lo cierto era que en ese momento, buena parte de la cantera desapareció.
Cuando la onda expansiva se detuvo, la pequeña estaba asfixiada. Tenía tierra por doquier, el cuerpo le ardía y un extremadamente desagradable pitido era todo lo que podía oír. La explosión había reventado el túnel entero, y había reducido la galería principal a un grotesco escenario de rocas y tierra sin forma. Trozos de roca y madera se habían dispersado a lo largo de cada ramificación, y un peñasco de buen tamaño había quedado atorado en el fino espacio debajo del saliente de roca, que había quedado desecho. La pequeña podía sentir algo presionando su estómago y su pecho, y es que las rocas habían estado a centímetros de aplastarla contra la pared. La misma se había agrietado, y tierra se deslizaba silenciosamente entre los trozos de madera partida.
Ella no podía dejar de toser y estornudar. Le salía tierra por la nariz y la boca con cada movimiento, y su mirada estaba nublada. En su caso no era por cansancio o por heridas, sino porque en verdad no había visibilidad alguna. La tierra y el polvo seguían en suspensión y llenaban todos los espacios, sumado a la de por sí densa oscuridad del túnel. La luz había desaparecido.
Entre llanto y quejidos de dolor, la cachorra intentó moverse. Estaba atrapada entre las rocas y los restos del saliente del muro, y cada esfuerzo le significaba dolor. Empezó a llorar despacito, intentando llamar a su madre, pero ella se había ido.
Hay quienes dicen que la supervivencia realmente es un instinto. No se aprende necesariamente, sino que sería algo que los seres pensantes llevan en la sangre.
Ella no era diferente. Pero era pequeña, y frágil. Se arrastró contra los fragmentos que la mantenían atrapada, y cuando tuvo que rasguñarse para salir, lejos de detenerse, empujó con más fuerza. Su cuerpo temblaba por el esfuerzo; casi parecía que no lo lograría... pero entonces, con un pequeño rugido, la cachorra empujó otra vez, y de pronto se vio libre.
Agitada, se sacudió, agradeciendo por completo poder moverse otra vez. Estornudó tierra y se limpió el rostro con las patitas, vibrando ligeramente por la fuerza con que su corazoncito latía.
Se había librado del saliente y ahora podía moverse, pero su entorno era, por decir lo menos, desolador. El único sonido que rompía el sepulcral silencio del túnel en ruinas era el de rocas acomodándose poco a poco y de tierra crujiendo. Ciertamente, no estaba a salvo. Pero su primer instinto no fue el de salir de allí... sino el de ir por su madre.
Intentó buscarla bajo un montón de tierra y maderos. Eran demasiado grandes para moverlos. Lloró un poco. Luego fue a empujar unas rocas, pero eran demasiado pesadas. Sollozó despacio, intentando escuchar con atención... intentando escuchar algo, un indicio. Ni aunque hubiera sabido donde estaba habría podido hacer algo: simplemente, era demasiado pequeña. Aún así siguió, y empezó a trepar por donde podía para intentar hallarla. Presa de los nervios, se encogió, dando un aullidito. Siempre había funcionado, pero no sería así esta vez.
La cachorrita continuó empujando rocas pequeñas y escarbando entre la tierra suelta. No encontró a su madre, pero afortunadamente, tampoco encontró a otros. A su corta edad, ya había pasado por más que suficiente... pero ahora había algo más. Entre las ruinas y la oscuridad, poco a poco empezó a darse cuenta de que le faltaba el aire. Además, otro factor contribuyó a convertir el lugar en un escenario de pesadilla: a donde sea que mirara, y donde sea que fuere, no veía luz alguna. La falta de aire y de luz la desorientaron, y la hicieron girar alejándola de la salida. Empezó a trepar por sobre unas rocas, pero perdió apoyo y la pila de rocas se deshizo bajo sus patas, haciéndola rodar hasta caer contra, afortunadamente, un montoncito de tierra. La pequeña se incorporó, volvió a estornudar, tosió un poco de tierra y volvió a intentarlo. Para su edad, era hábil y aprendía rápido, de modo que apenas sintió las rocas vacilar bajo su cuerpo, se agazapó y dio un saltito hacia adelante, evitando caer. Se resbaló y se golpeó la panza, pero no se cayó de la pila. Así, siguió trepando con ensayo y error, intentando buscar una salida, intentando buscar la luz. Con suficiente tiempo, nerviosa ante el intermitente crujido de lo que alguna vez fue la cantera, finalmente divisó un diminuto haz de luz colándose entre las rocas.
Dio un brinco para repetir el proceso, pero casi al instante se dio un cabezazo contra algo. Adolorida, se sentó para frotar su carita con sus patas, acallando su llanto, y luego alzó la vista. Era demasiado joven para comprender lo que era la desolación, lo cual fue algo bueno, pues cuando vio la enorme roca ante ella, sólo sintió confusión. Con cuidado, intentó hacerse pequeña y pasar por debajo, pero era demasiado grande. Luego intentó empujarla, apoyando las patas delanteras e incluso la cabeza contra ella, pero la roca no se movió. Intentó con las patas traseras, empujando con el costado... incluso, en su inocencia, intentó empujarla con coletazos. Pero la roca no se movió. Podía ver la luz, y sabía que esa era la dirección correcta, pero el aire seguía siendo demasiado denso, y ella empezaba a marearse. Dando un resoplido, la cría se tambaleó un momento, intentando buscar un sitio estable donde recostarse para descansar. Necesitaba reponerse, pero algo le decía que debía salir de allí, pronto. Estaba en lo cierto: empezaba a quedarse sin oxígeno.
Con suficiente tiempo se habría recuperado, pero era pequeña, estaba desorientada, y peor aún, atrapada. Las ruinas se habían convertido en una trampa mortal tanto para ella como para sus perseguidores, pues pronto necesitaría agua, necesidad acentuada pues podía sentir la garganta y los ojos muy, muy secos. Aturdida y abrumada, la pequeña intentó seguir buscando, sin éxito.
Podía seguir la luz, pero no podía alcanzarla. Podía ver la salida, pero nunca llegaría a ella.
La pequeña se tendió un momento para descansar, y cerrando los ojos, dio un aullidito. Sollozó despacito como solía hacerlo para llamarla, y pronto su madre estaría con ella para acurrucarla. Pero su madre no vendría. ¿Por qué no? Siempre venía. ¿Por qué no estaba ahí para calmarla, para ayudarla? El suave sollozo pasó a ser llanto, y estirando su cabecita, la pequeña aulló tan fuerte como pudo.
El silencio era lo peor. No, lo peor era ese sonido que la asustaba tanto, el crujido. La tierra suelta, las rocas amenazando con un nuevo desprendimiento... un crujido especialmente fuerte aterró a la pequeña al punto de hacerla saltar, y esta vez aulló con todo su ser, presa del miedo.
Aullaba con la cabeza extendida hacia arriba y los ojos cerrados, un llamado desesperado... y entonces un haz de luz le dio de lleno en el rostro, cegándola completamente. El crujido resonó a través de las ruinas, y por un momento, se hizo ensordecedor. La lobita abrió los ojos, aturdida... y entonces la vio.
Sus patas sujetaron la enorme roca, y con un firme movimiento la removieron, provocando un pequeño pero controlado derrumbe. La luz entró en las ruinas tiñendo todo de blanco.
La pequeña estaba sorprendida. Se talló los ojos ligeramente, y por un momento, las dos cruzaron sus miradas.
Algo movió a la cachorra. Pese a que el instinto la habría hecho ocultarse o salir disparada fuera de las ruinas, algo más potente que el instinto la hizo quedarse allí, mirando hacia arriba... mirando a aquella cosa, fascinada por la forma en que la luz se reflejaba por todo su cuerpo.
-Hola. -dijo una voz mecánica sobre la pila de rocas- Soy la unidad de Exploración y Vigilancia, número 32. ¿Estás herida?
La pequeña la miró largamente, sin responder.
La robot la miró largamente, sin saber qué decir.
-Falla estructural inminente. -dijo al fin, y empezó a descender por la pila de rocas. Sus movimientos eran torpes, innaturales, pero muy firmes. Sus patas se metían entre las rocas sin problema. Su sombra cayó sobre la pequeña, que la miró hacia arriba, con la boca abierta. Tres luces azules relucían ante su mirada: dos eran los ojos de la máquina, mientras que la tercera era una especie de triángulo hacia abajo en la mitad de su pecho, de un brillante color azul. -Mis protocolos de seguridad indican que es imperativo evacuar esta área. -Agregó, como si esperase que la cachorra comprendiera.
La robot la miraba paciente, pero tan confundida como la pequeña. ¿Qué había pasado? ¿Acaso el estruendo que oyó había sido ese derrumbe? Su programación le ordenó investigar el área para determinar la causa, y en segundo lugar, salir de allí tan pronto como tuviera esa confirmación.
Como antes, la robot oía esa programación como una voz en un rincón de su mente, una voz que no le sugería, sino que le ordenaba proceder así. Pero no podía dejar de mirar a la cachorra. Simplemente... no entendía. No sólo el derrumbe, sino... a ella. La expresión en su rostro era un misterio mucho más interesante de pronto: las orejitas caídas, los ojos llorosos, la boca hacia abajo...
Repentinamente, la cachorrita pareció volver en sí, y salió disparada hacia un costado. Luego regresó, giró sobre sí misma, esperó... y corrió en dirección contraria. La robot no hacía más que seguirla con la mirada. La pequeña volvió de pronto, y dando un par de saltitos, le ladró a la robot. Esta no reaccionó.
La cachorra volvió a ladrar, y esta vez, se levantó sobre sus patas traseras, apoyando una de las delanteras sobre la fría pata de la robot.
-¿Quieres mostrarme algo? -dijo torpemente la robot, aunque algo en su mente le indicaba que la respuesta sería algo más profundo. -Mis protocolos de seguridad indican--
La lobita la interrumpió con un ladrido.
-Mis protocolos de seguridad--
Otro ladrido.
-Mis protocolos--
Uno más.
-No es seguro quedarse. -concluyó la robot, que silenciosamente había empezado a analizar todo. No era lógicamente factible que la cachorra hubiera estado allí sola... pero el escaneo que realizó en las ruinas no mostraba nada más que rocas. La dimensión de las mismas, las maderas partidas, la gran cantidad de tierra... ya empezaba a hacerse una buena idea. Y la parte más fría y objetiva de su mente le dijo secamente que cualquier operación de rescate quedaba descartada. -Lo siento. -Agregó, sorprendiéndose a sí misma. ¿Qué parte de su programación le indicó eso? -Debo sacarte de aquí. Lo siento. -repitió. Una vez más ignoró la programación que le ordenó tomar a la cría y sacarla forzosamente de allí.
La lobita se volvió, con la nariz temblando y los ojos llorosos. Dio un nuevo aullido, y esperó... pero no hubo respuesta. Hasta que sintió algo frío y duro posarse torpemente sobre su lomo. Era la pata de la robot, que analizaba lo que hacía en el mismo momento.
-Lo siento. -repitió, sin saber del todo por qué.
La pequeña no aguantó más, y repentinamente rompió a llorar amargamente. Era como si de pronto hubiera comprendido... o más bien, como si estuviera intentando aceptarlo. La robot la observaba torpe e incómodamente, pero una vez más, acercó su pata para posarla con tanta delicadeza como pudo, esta vez sobre la cabeza de la cachorra.
-Todo va a estar bien. -agregó, y esas palabras resonaron con la pequeña. Después de todo, ambas estaban aprendiendo.
Como si comprendiera que algo muy importante estaba pasando allí, la robot no volvió a hablar. Ambas permanecieron allí por unos minutos más, y las caricias de la máquina poco a poco fueron calmando a la cría.
El sol empezaba a ocultarse cuando el destello azul de la robot salió de entre las ruinas. No tenía una boca que pudiera abrir para cargarla y no tenía la suficiente delicadeza para cargarla con una pata, por lo que optó por lo más lógico: con un ejercicio de confianza que le tomó un rato, consiguió que la cachorra trepara suavemente en su lomo. Era notorio que la pequeña estaba exhausta en más de un sentido, por lo que la robot mantuvo un paso lento y estable para que pudiera descansar.
La cachorrita estaba despierta, pero en silencio. La robot la oía sollozar despacio y, aunque entendía hasta cierto punto que era una muestra de tristeza, aún era algo que debía procesar. Esperó un momento, vigilando la zona por si hubiera alguien más, alguien con quien hablar... pero el área había quedado desierta apenas empezó el derrumbe.
Había llegado demasiado tarde, y lo sabía. Pese a la extraña forma en que su mente funcionaba, estaba segura de eso. Una vez más, las primeras sensaciones que llegaba a experimentar no eran deseables: empezaba a invadirla algo parecido a la amargura.
Caminaba a paso lento, cuando se dio cuenta de que había estado haciéndolo sin rumbo. ¿En qué momento se desvió del camino hacia el campamento minero? Se quedó quieta. Buscando agotar posibilidades, se planteó la posibilidad de que la cría pudiera tener alguna información útil. Tal vez podría indicarle con un gesto, si eso tenía algún sentido. Giró la cabeza para verla sobre su lomo, cuando notó que la cachorra estaba acurrucada sobre sí misma, con los ojos cerrados. Estaba... durmiendo, sí. La robot la observó un momento, y aunque iba a despertarla para preguntarle... decidió no hacerlo. Aprovechando su fuerza y estabilidad, suavemente llevó una pata sobre la cabeza de la cachorra... y con delicadeza, empezó a acariciarla. Ella respondió con un suave ronroneo.
A cierta distancia, alguien observaba. Se frotó los ojos con las patas, como si no diera crédito a lo que veía.
-Vaya... eso sí que es interesante. -comentó para sí, y se decidió a continuar siguiéndola. Casi lo había atrapado en el pastizal, pero ahora la curiosidad empezaba a ganarle. Tal vez haría su movimiento pronto.
-Todo va a estar bien. -aseguró la robot a la pequeña lobita, movida por algo más extraño que cualquier cosa con la que se hubiera topado aún. -Lo prometo. -agregó, sin saber qué significaba, o por qué diría algo así. De algún modo... parecía importante.
-Misión principal asignada. Misiones secundarias, suspendidas. -Dijo en voz alta, y continuó avanzando, en una ruta que sabía que la alejaría de los humanos.
Ahora, y al menos de momento, eran dos.