ID de la obra: 1012

Antes del amanecer

Mezcla
NC-17
En progreso
1
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planificada Maxi, escritos 5 páginas, 2.504 palabras, 1 capítulo
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Capítulo 1 El que carga con las sombras

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La obscuridad reinaba esa noche. Los chillidos de los grillos eran los únicos ruidos en el bosque, donde dos sombras recorrían los árboles a toda velocidad. Sus pasos eran sutiles y su respiración tan controlada que solo los ninjas más experimentados habrían detectado la amenaza que acechaba al pequeño campamento de viajeros inexpertos, que sin duda se arrepentirían de no contar con una escolta adecuada. La calma duró solo unos segundos más. Con un gesto de una mano, el tiempo se detuvo para las dos sombras que ahora, sobre las ramas de un árbol, observaban como un león a su presa las tiendas de campaña que rodeaban una fogata que nunca debió estar encendida en un lugar tan peligroso. Toya Yuuhi y Takeshi Senin, dos ninjas traidores, estaban listos. Las manos de Takeshi temblaban mientras observaba el campamento desde la rama del árbol. Toya lo notó, con sus ojos rojos encendidos por la tensión. —Tranquilo —susurró, sin apartar la vista de las tiendas—. Son ellos o nosotros. Es solo una misión más… me encargaré de lo pesado. Takeshi tragó saliva, intentando controlar el temblor. —Kokoro nos espera —añadió Toya, más para sí mismo que para su compañero—. No podemos fallarle otra vez. Toya no necesitaba que Takeshi respondiera. Había aprendido a leerlo en silencio. A veces, el canal Senin se activaba sin que lo decidieran. No era chakra. No era magia. Era legado. El silencio volvió a envolverlos, pero la frase quedó flotando como un mantra. No era solo una misión. Era supervivencia. Los dos avanzaron un poco más, hasta tener una visión clara del campamento. “Dos en la tienda del fondo. Uno despierto.” Toya no movió los labios. “Lo vi. ¿Entramos por el flanco izquierdo?” Takeshi tampoco. Pero la conversación fluía. “Demasiado ruido. Espera mi señal.” Nadie más podía oírlos. El canal Senin era una habilidad que Takeshi había heredado, perfeccionada en silencio. No era solo lectura de pensamientos. Era transmisión. Codificación. Toya no entendía del todo cómo funcionaba, pero había aprendido a sintonizarlo. Lo usaban solo en misiones críticas. Cuando hablar era peligroso. Cuando el silencio era supervivencia. Takeshi cerró los ojos un segundo. Toya sintió el pulso mental. “Ahora.” Y saltaron. La misión parecía simple: encontrar el campamento de los comerciantes del Rayo y robar su cargamento para abastecer la guarida. Según el informe, las armas y tesoros que llevaban estos viajeros eran indispensables para el avance de las investigaciones de su amo. Fallar no era una opción. El terreno estaba libre y el tiempo corría, así que desenvainó su sable y, con un rápido movimiento, usó la luz de la luna para indicarle a Takeshi que iba a atacar. Toya apenas había cumplido los catorce años, pero no dudó ni un segundo en meterse en las tiendas de campaña y comenzar a eliminar a cada uno de los hombres que consideraba una amenaza. Su corazón fue frío al deslizar, sin causar ningún ruido, su cuchilla por cada una de las gargantas de los hombres que no estaban preparados para cruzar un bosque tan peligroso. A sus catorce años, Toya ya había liderado misiones que otros adultos evitaban. Su precisión era temida entre los círculos de ninjas renegados, y algunos lo mencionaban como una sombra que heredó el linaje maldito de los Yuuhi. Nadie lo había visto entrenar. Nadie sabía quién lo había formado. Pero su nombre circulaba como una leyenda entre los que sobrevivían en los márgenes del sistema. Mientras tanto, Takeshi recogía con sigilo los objetos valiosos de las tiendas que Toya había despejado. Eran un equipo bien aceitado y funcional. Sin embargo, como todos los planes que parecen perfectos, siempre hay una posibilidad de error. Este vino de unos pequeños pasos inadvertidos que tomaron por sorpresa al rubio en una de las tiendas, donde la mayoría de los habitantes ya eran cadáveres. —¿Tú lo hiciste? —una voz temblorosa llegó a los oídos del rubio mientras terminaba de esculcar los cuerpos. Se apresuró a voltearse, soltando los sacos de objetos robados y sacando una daga que casi se le cae al suelo al ver que el dueño de la voz era un niño de no más de nueve años. El pequeño se aguantaba las lágrimas de terror mientras protegía a otro niño más pequeño tras de él y levantaba lo que parecía ser una ballesta con su mano temblorosa. Tenía el cabello castaño, desordenado, cayéndole justo por debajo de las orejas. Los ojos, grandes y color miel, brillaban más por miedo que por luz. Su ropa estaba limpia, bien ajustada, como si alguien lo hubiera vestido con cuidado antes de que todo se rompiera. Era pequeño. No solo por edad. Por fragilidad. Sin embargo, estaba ahí. Temblando. Pero de pie. —Niño, no debes estar aquí —le dijo Takeshi, sin saber realmente qué hacer. Su entrenamiento le decía que se deshiciera de la amenaza, pero su corazón latía con fuerza al ver los ojos asustados de los niños, tan parecidos a los suyos. “Toya, hay un problema” —trató de comunicarse por su enlace mental con su capitán, que sin duda ya había terminado de eliminar a los habitantes del campamento. “¿Qué pasó?” —la respuesta fría le recordó lo mucho que su amigo tenía que desconectarse para poder deshacerse de una vida tras otra con facilidad. “La tienda no estaba vacía. Hay dos niños aquí.” “¿Niños?” No pasó ni un minuto para que la tienda fuera abierta y el arma fuera arrebatada de las manos del niño, que impresionado solo pudo dar un paso atrás para proteger aún más al pequeño que lloró con más fuerza al ver a Toya, qué con su ropa manchada de sangre y mirada asesina, les bloqueaba cualquier escapatoria. —No nos mates, no tenemos nada valioso —lloriqueó el niño. —¿Pertenecías a este campamento? —Mi… mi padre y mima… ellos están… —el niño señaló los cuerpos con la cabeza, y Takeshi pudo ver un rastro de arrepentimiento en los ojos de su mejor amigo. —Tú los… los… —Yo… —las palabras del adolescente murieron en su garganta. No podía ni siquiera encontrar la forma de disculparse adecuadamente. —No nos mates —suplicó el niño—. Al menos, no mates a mi hermano. Solo tiene cuatro años. —No voy a… —Takeshi podía ver las tuercas girando en la cabeza de su amigo. Él tampoco sabía qué hacer o decir. Nunca mencionaron niños en la misión, ni los habían visto mientras seguían al campamento. —No fue personal —Takeshi se atrevió a decir—. Seguimos órdenes. Pero no matamos niños. —¿Podemos irnos? —Tampoco creo que sea buena idea —Toya habló con incomodidad—. Podrían ir al Rayo y dar una descripción nuestra. Takeshi le transmitió por su enlace mental que él podría borrar sus memorias, pero Toya ni siquiera se mostró interesado en esa opción. Algo estaba planeado. —No soy bueno describiendo personas —el niño argumentó con voz temblorosa—. Mi hermano ni siquiera habla. —No tengo salida, niño —con un solo movimiento, Toya ató a los dos niños juntos—. Tendré que llevarlos como prisioneros. —¿Prisioneros? Takeshi ignoró los reclamos del niño que luchaba con todas sus fuerzas por soltarse de las cuerdas, y se concentró en Toya, que miraba despreocupadamente el botín que Takeshi ya había acumulado. —Termina de revisar las otras tiendas. Yo aseguraré el tesoro y el resto de las cosas con un sello. Takeshi apenas pudo asentir antes de que Toya cargara a los niños y los pusiera en su hombro como si no pesaran nada. Tomó un saco de cosas con la otra mano y desapareció entre los árboles Solo le tomó unos minutos más a Takeshi revisar el resto de las tiendas y dirigirse al punto de encuentro, pero ese tiempo fue suficiente para que su compañero noqueara a los dos niños. —Los sedaste —afirmó Takeshi al ver a los niños dormidos, apoyados en un árbol. —No tenía alternativa. No dejaban de gritar. —Debimos dejarlos en el campamento. Borrarles la memoria. —¿Y qué vagaran por estos bosques sin ayuda? Estarían muertos para la mañana. —Si planeas llevarlos a la guarida, estarían mejor muertos. Además, no sería nuestro problema. —Lo sería —Toya afirmó mientras revisaba uno de los mapas de los pueblos cercanos. —No entiendo. —La tienda del centro. Kabuto dijo que ahí guardaban el tesoro. —Sí, y lo confirmamos. El resto de las tiendas solo protegían al centro. —¿Entraste ahí? —Dijiste que ya tenías el tesoro. No tenía caso. —Bueno… la tienda solo tenía una cuna y una bolsa de dormir para niños. —Eso no es… ¿la información era incorrecta? —No. El pergamino dice que llevemos a la guarida lo que estaba en la tienda del centro. No especifica si es un objeto. —Si te equivocas con esto, nos matará. Nunca nos había pedido recolectar niños. —Bueno, no es como que sea una actividad extraña para él. —¿Y entonces para qué el mapa? —El pergamino solo habla de un tesoro. —¿Crees que solo quiere a uno de ellos? —Sé que solo quiere a uno. Antes de irme me dijo que no llevara cargamento extra. En el momento no lo entendí, pero… creo que solo quiere a uno y quiere que me deshaga del otro. —¿Cómo sabes cuál es el que quiere? —Revisé las marcas en sus cuerpos mientras los sedaba. Solo uno de ellos tiene un sello en el cuello. La mirada de Takeshi se dirigió a los dos cuerpos dormidos y pudo captar el sello que muchos de los cuerpos en el campamento tenían. —El campamento no era de comerciantes. Eran ninjas expertos en sellos, un clan que durante generaciones ha tenido en su dominio más de un millón de sellos, y transmiten sus conocimientos a través de su marca por generaciones —le informó Toya. —¿Sabías quiénes eran desde un inicio? —Lo supe al ver la marca. Por eso sospeché que uno de los niños era el objetivo —Toya desató a los hermanos y tomó al más pequeño en sus brazos. —No matamos niños —le recordó Takeshi al mayor, que lo miró pensativo—. No podrías vivir con eso. Además, es solo un bebé. —Lo sé —Toya no parecía dispuesto a contradecir a su amigo — Pero no puedo llevar a dos niños a la guarida. Si, como sospecho, uno es desechable para la causa, sería como matarlo yo mismo. —¿Entonces? —Hay un pueblo cercano. Sé que hay un refugio o algo así en ese lugar. Llevaré al niño. Conocí a un par de personas que dijeron que no era tan malo. —¿Y quieres que lleve al otro a la guarida? Sabes que se volverá loco cuando despierte y no vea a su hermano. Es lo único que le queda, y tú… —No tengo alternativa, tú lo dijiste: es mejor morir que terminar en el lado malo de la guarida. Y es justo donde este niño terminará. Es casi un bebé… será adoptado sin problemas en el refugio. Si en verdad ama a su hermano, entenderá que es la mejor opción. Las palabras de Toya le dolieron a Takeshi como una estocada, pero prometió no tomárselo personal. En el fondo sabía que lo que el mayor le estaba diciendo era lo más lógico, pero su corazón le gritaba que separar a dos huérfanos de su única familia sería una más de esas decisiones que no lo dejarían dormir por las noches. —Empieza el camino de regreso. Yo te alcanzaré un poco más tarde. Takeshi no pudo más que asentir. Toya sostuvo al pequeño niño mientras, con pasos firmes, saltaba entre los árboles en búsqueda del mejor lugar para dejarlo, la coleta negra que amarraba su cabello se sacudía con cada movimiento. Bajo ella, el rapado lateral dejaba ver parte de la marca que llevaba en el cuello, apenas cubierta por el cuello remendado de su uniforme ninja. Las vendas en sus brazos se humedecían con el rocío, y el aro negro en su oído brillaba por un segundo, antes de que la sombra lo cubriera de nuevo.  El refugio para niños era una historia que había escuchado hace algunos años mientras robaba provisiones en uno de los pueblos cercanos a la guarida. Una mujer con un niño en brazos le dijo a otra que habían adoptado al niño del refugio. No era nada espectacular, pero al menos los niños tenían agua y alimento. Para Toya, ese lugar siempre había sido un mito. Como hablar de un paraíso después de la muerte, o una aldea que realmente viviera en paz en un mundo ninja. Sin embargo, con un niño en brazos, rezó a todo ser poderoso que en verdad existiera un lugar donde cuidaran a niños huérfanos. No quería más sangre en sus manos. Ya era un monstruo… no podía permitirse caer más bajo. Cuando llegó al pequeño pueblo, los rayos del sol ya empezaban a salir. Tomó un pequeño descanso y apoyó al niño en uno de los árboles para hacer un jutsu de transformación y cambiar su apariencia a alguien más adulto, que pudiera dejar al niño sin levantar sospechas. No fue difícil encontrar el refugio: era el único lugar con juegos en el patio. Observó por unos segundos la actitud de los cuidadores y pudo verificar que no era un lugar tan malo como temía. Se escabulló por la ventana y colocó al pequeño en una de las cunas vacías. —Lo lamento —le susurró al niño. — Le diré a tu hermano dónde estás. Lo traeré aquí si sale con vida. — Le prometió, aunque sabía que el niño no podía escucharlo. No volteó atrás en ningún momento al dejar el pueblo. Esperaba poder regresar pronto y reunir a la familia, pero enterró ese pensamiento en lo más profundo de su cabeza. No podía hacerse falsas ilusiones. Él sabía que el destino del “tesoro” que cuidaba su amigo no era uno en el que pudiera ser libre. Toya avanzaba entre las ramas con el cuerpo más liviano, pero el alma más pesada. Había dejado al niño en el refugio, sí. Había cumplido con lo que creía justo. Pero la justicia no siempre se siente como redención. A veces, solo como una herida que no sangra. Cuando llegó al punto de encuentro, Takeshi ya lo esperaba su cabello rubio, le caía sobre los ojos azules, apagados. La camiseta sin mangas que llevaba le quedaba grande, como si el cuerpo aún no hubiera alcanzado la talla que la vida le exigía. En sus muñecas, las pulseras de hilo —torpes, coloridas, hechas con manos pequeñas— se veían empapadas, pero intactas. No dijo nada. Solo lo miró con esos ojos que preguntaban sin palabras. —Está a salvo —murmuró Toya. Takeshi asintió, aunque su mandíbula seguía apretada. El saco de objetos robados colgaba de su espalda como un recordatorio de lo que eran. De lo que habían hecho. —¿Y ahora? —Ahora corremos. El sello que habían dejado en la aldea había sido roto. El chakra del Rayo se sentía en el aire, como electricidad antes de la tormenta. No había tiempo para explicaciones. Solo para huir. La primera gota cayó justo cuando dieron el primer salto. Luego, el cielo se abrió como si también quisiera juzgarlos.
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