ID de la obra: 1013

Sercrent, de Talosheim

Slash
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planificada Maxi, escritos 21 páginas, 9.236 palabras, 5 capítulos
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La llegada del noble

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La penumbra húmeda y el hedor a decadencia eran el aliento de Talosheim antes de la reconstrucción. Vandalieu se movía con la familiaridad de quién se mueve en un sueño, sus ghouls como una escolta mutitudinaria. A escondidas de los dioses de los tres mundos, cada golem que construía, cada espíritu que ligaba a su servicio, era un ladrillo más en el refugio que erigía contra un mundo que lo había condenado. Fue una perturbación en los fantasmas a su alrededor lo que lo alertó. Una presencia que vibraba con un poder antiguo, sí, pero también con una fisura, como si una joya preciosa hubiera sido brutalmente rota y remendada. Sercrent Ozba aterrizó entre las ruinas con la teatralidad calculada de un actor en un escenario. Descendió a los túneles de un pasaje superior, no con la prisa de un combatiente, sino con la pausada dignidad de un noble que honra a los plebeyos con su presencia. Sus ropajes, de terciopelo y seda tan oscuros que parecían absorber la poca luz, ondeaban ligeramente con un aire de fatalidad. Sus ojos rojos, dos brasas de orgullo helado, barrieron el entorno con un desprecio apenas disimulado antes de posarse, con una condescendencia tangible, en Vandalieu. "Aquí donde te escondes" siseó Sercrent, su voz, un murmullo cultivado. Había una aspereza contenida, una tensión apenas perceptible en el fino contorno de su boca. "Tu existencia es una afrenta que, lamentablemente, debo rectificar." Vandalieu, cuyos ghouls se encontraban demasiado lejos, lo estudió. La arrogancia de Sercrent era tan densa como el aire rancio de las cloacas, pero debajo de ella, la energía mágica residual de un castigo brutal era inconfundible. "¿Rectificar?" preguntó Vandalieu, su voz neutral, como una losa de piedra. No había miedo, solo una concentración absoluta. "Por la pureza de la línea de sangre, dhampir," respondió Sercrent con un gesto desdeñoso, como si espantara un insecto molesto. "Se me ha asignado el deber de eliminarte. Tu padre intentó interponerse y tuve que matarlo. Y de tu madre... Debí ser yo, pero la eficiencia tiene sus demandas." Las palabras de Sercrent, pronunciadas con crueldad tan refinada, golpearon a Vandalieu como puñales de ira sólida. _"Este es él. El vampiro que me arrebató todo. El que entregó a mi madre a los cazadores. El que asesinó a mi padre"._ Pensó Vandalieu mientras una ola de ira, fría y cortante, se agitó en su interior. _"Debo borrarlo. Pulverizar cada partícula de su existencia"._ Su visión parpadeó, una imagen fugaz de Darcia ardiendo en la hoguera se superpuso a la figura del vampiro. Pero Vandalieu había aprendido a controlar sus emociones, a utilizarlas como combustible para su intelecto calculador. El dolor podía ser una herramienta. "Tu 'deber'," dijo Vandalieu, su voz adquiriendo un tono más oscuro y resonante, "es una cadena que te esclaviza. Y tus 'superiores' te han forjado con un martillo muy cruel." "¿Qué insolencia es esa, criatura? ¿Crees que un parásito puede leer a un noble de mi antigüedad?". Sercrent siseó, una pizca de furia cruzando su rostro pálido. Sus manos se alzaron con un destello de furia, y ráfagas de viento cortante, finas como navajas, comenzaron a arremolinarse, levantando el polvo y los escombros. Pero Vandalieu, con su aguda percepción del maná, notó la fatiga inherente en ellas; las corrientes eran un hilo un poco más delgado, las cuchillas un poco menos afiladas de lo que hubiera imaginado de alguien de su nivel. El movimiento de sus manos era ágil pero su uso del maná estaba lento. Algo no cuadraba. Sercrent se lanzó con una velocidad fulminante, una borrosidad oscura que apenas podía seguirse a simple vista. Relámpagos azules crepitaron desde sus palmas, buscando incinerar a Vandalieu. El dhampir levantó del simpme suelo golems de piedra, cuerpos masivos que absorbían los impactos. Los rayos eran aún letales, pero carecían de la ferocidad abrumadora que Vandalieu habría esperado de un vampiro sin restricciones, o de cualquiera que dominara tres elementos. Sercrent bailaba entre los ataques de los golem, su elegancia contrastando con la brutalidad de sus descargas de fuego místico que derretían la piedra y evaporaban el hedor de las cloacas. El combate en los túneles fue una danza brutal de poder y estrategia. Sercrent atacaba con la sofisticación de siglos de experiencia, combinando su magia elemental. Vandalieu no solo defendía, sino que observaba, cada golpe del vampiro revelando fisuras en su fachada de perfección. Había pausas milimétricas en su respiración, inaudibles para otros, pero claras para quien pudiera ver cómo quemaba el maná, un ligero retraso en la recuperación, una inflexión de dolor cada vez que empujaba sus límites. _"Es fuerte, increíblemente fuerte. Pero no es invencible. No contra mí. No ahora. Esta herido o algo así"_. Estimó Vandalieu. Una punzada de anticipación recorrió a Vandalieu. Podría matarlo, y luego hacerle algo peor. Aquí y ahora. Terminarlo como él terminó a sus padres. Sería una justicia dulce y amarga. Y si destruía su alma, se aseguraría de que Rodcorte no lo usaría contra él enviándolo de nuevo al círculo de reencarnación. Pero la voz fría y calculadora en su mente se impuso: _"¿Y luego qué? Su alma se desvanece, otro enemigo al olvido. Sus amos seguirán buscándome. Para ellos es una herramienta rota. Y yo necesito herramientas"._ Mientras Sercrent ejecutaba una arremetida particularmente poderosa, su cuerpo trazando un arco elegante, Vandalieu lanzó un estallido de Magia de la Muerte. No era una onda destructiva, sino una ola de presión necromántica masiva, diseñada para aplastar y someter. La energía envolvió a Sercrent, inmovilizándolo en una prisión invisible de sombras y vacío. La presión era tanta que casi instantáneamente se encontró de bruces en el suelo, desorientado en una oscuridad innatural a la que ni sus sentidos vampiricos le encontraban forma. "Detente. Llegaste ya malherido y no tienes posibilidad de ganar" dijo Vandalieu, su voz profunda y carente de emoción. "¿Ese fue tu castigo por no matarme? ¿Que te enviaran a morir? ". Los ojos rojos de Sercrent se abrieron con una furia impotente pero no era capaz de ver nada. Su rostro aristocrático contorsionado por la humillación de ser expuesto y la desorientación. "¿Cómo te atreves, criatura? ¡Eso es una calumnia!" Su fachada de nobleza estaba al borde del colapso, y no estaba seguro de hacia donde sonaba la voz de su captor. "Tú maná esta deshilado. Alguien te hizo algo horrible antes de que llegaras aquí. Ni siquiera puedes usar magia de manera normal" replicó Vandalieu con una frialdad desapasionada. "Podría destruirte aquí y ahora. Podría disipar tu alma y que no volviera jamás al ciclo de la reencarnación." Sercrent forcejeó contra las ataduras invisibles, cada músculo de su esbelto cuerpo tensándose al límite por el esfuerzo. La idea de que alguien fuera capaz de destruir un alma era demasiado desorbitada, pero bajo el peso de la magia de Vandalieu ya no sonaba imposible, y el miedo comenzó a corroerlo. "¡Prefiero el olvido a la humillación de caer ante una aberración como tú! ¡Un dhampir no puede ofrecerme nada que no pueda tomar por la fuerza!". Su altanería era un escudo agrietado, y Vandalieu podía sentir el terror y la indignación hirviendo bajo la superficie. "¿Nada?" la voz de Vandalieu se volvió más grave, más persuasiva, tocando el profundo resentimiento que percibía en el vampiro, mientras comprobaba los límites de su resistencia con la presión. "Te ofrezco una salida: no tienes que morir peleando. Llámalo una amnistía. Quédate aquí, te mantendré seguro como a cualquiera de mis subordinados, si es que sabes obedecer" . La altanería de Sercrent se resquebrajó, un micro-temblor cruzó su labio. La idea de escapar de la cruel disciplina de sus amos Pura Sangre era un ancla en su tormenta interna. "¿Acaso crees que no vendrán más vampiros por tí? ¿Que no tienen maneras de rastrear si estoy vivo o muerto?" murmuró Sercrent, el esfuerzo de hablar bajo la aplastante magia de Vandalieu impidiéndole gritar. "Podría hacer esto todo el día", le respondió el dhampir, con rostro inexpresivo, "sobre un ejército completo". Sercrent cerró los ojos. Intentaba calcular el oceano de maná crudo necesario para empezar, y no se diga sostener, una habilidad así. Encima de eso, los informes que decían que el dhampir podía convertir en golems casi cualquier material habían resultado ciertos. Se preguntó si la urgencia que sentía de lanzarse a sus pies era la habilidad de controlar a los muertos y no-muertos que le atribuían algunos informantes, o el simple instinto de supervivencia avisándole al vampiro que de ninguna manera iba a salir vivo peleando. Su orgullo le impedía rogar, pero la posibilidad de que lo torturara de nuevo Birkyne o regresar a la abyecta servidumbre del linaje de Gubamon era quizá peor que el prospecto de someterse a la supuesta amnistía del dhampir. "¿Se puede saber qué ganarías tú?" gruñó Sercrent, intentando recuperar un ápice de su arrogancia perdida, aunque su pregunta sonaba ahora más como un ruego que una demanda de términos. Nunca, nadie, jamás perdonaba gratis a un vampiro, y mucho menos al asesino de sus padres. "Tu conocimiento. Tu fuerza. Tu obediencia. Tengo una ciudad en ruinas que reconstruir y muchas familias que proteger". Vandalieu dudó de decirle de la venganza pendiente contra el imbécil Rodcorte y sus héroes, pero decidió guardarse ese detalle. La mirada de Sercrent se desvió, su orgullo batallando con la dura realidad. Aun sin verlos, sentía la determinación implacable en los extraños ojos de Vandalieu, el poder palpable que emanaba del dhampir. "Y tu tendrás un lugar seguro donde recuperarte, donde tu fuerza será respetada" respondió Vandalieu, su tono inquebrantable. "Puedo aliviar tu dolor, pero solo si me lo permites." Vandalieu observó la lucha interna en los ojos del vampiro. Presentía que Sercrent, a pesar de su desprecio, era un pragmático. El de la misión suicida no quería morir. La oferta no era de piedad, sino de una alianza forjada en la necesidad y tal vez obtendría un ápice de alivio. O era lo que Sercrent estaba desesperado por oir. Porque bajo el peso de su magia no le cabía duda que Vandaliu tenía poder mas allá de cualquier lógica. El dhampir era, efectivamente, lo bastante fuerte para aplastarlo por completo. "De acuerdo," dijo Sercrent, su voz áspera, cargada de una mezcla de amargura y una extraña, casi imperceptible, esperanza. "Reconozco una propuesta ventajosa cuando la veo. Seré tu informante, tu arma de élite. Por ahora." La ira de Vandalieu se mantuvo, pero había encontrado un camino para canalizarla más allá de la simple destrucción. Relajó lentamente la presión de su magia sobre el cuerpo del vampiro, que apenas fue capaz de levantarse cayó de nuevo de rodillas por el esfuerzo, tomando aire. El rostro de Sercrent aún mostraba desprecio, pero en sus ojos se encendió un atisbo de algo nuevo: una resistencia quebrada, una aceptación a regañadientes de que, en ese momento, Vandalieu era el mal menor, la vía más inteligente para su supervivencia y, tal vez, para la sanación que su orgullo no le permitía admitir que anhelaba. Aunque ahora parecía un pase a una nueva forma de esclavitud. Si el Sercrent de ese momento hubiera sabido todo lo que iba a pasarle a manos de Vandalieu, hubiera preferido que lo matara. Aunque por supuesto, ese era problema del Sercrent del futuro, que seguía sin querer morir, porque vivió para aprender cosas en Talosheim que el Sercrent del presente aun no entendía.
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