Anatomía del dolor
21 de septiembre de 2025, 3:49
El silencio volvió a caer sobre las cloacas, más denso que antes. Sercrent permaneció inmóvil, asegurándose de que nada en sus visceras hubiera estallado, que ninguno de sus músculos se habían desgarrado bajo el inmenso peso de la magia de Vandalieu. Su rostro una máscara de orgullo férreo, aunque la rigidez en sus hombros delataba la tensión. No había huido, ni había intentado un ataque desesperado. Había aceptado los términos, por ahora.
"Sígueme," dijo Vandalieu con voz plana, girándose sin esperar una respuesta.
Sercrent no refunfuñó, pero un destello de desdén cruzó sus ojos al ver que el dhampir no lo guiaba a una cámara digna, sino a un pasaje lateral aún más oscuro y estrecho.
La "seguridad" de Vandalieu no era sinónimo de "comodidad". El vampiro lo siguió, sus pasos resonando con una cadencia demasiado perfecta para su estado real.
Vandalieu no perdió detalle del vampiro observando las paredes. En los laterales aun eran visibles los intentos torpes del dhampir restaurar ciertas runas antiguas de la infraestructura de la ciudad de de los Titanes.
"¿Sabes algo de runas, Sercrent?"
"Tengo extensos conocimientos de casi todos los sistemas rúnicos". Ostentó el vampiro. "Y parece que los titanes usaban los más obstusos".
Llegaron a una área rocosa, apartada del túnel principal. Era un pequeño refugio cavado en una pared, iluminado por una tenue lámpara de luz fantasmal que Vandalieu conjuró, revelando las paredes húmedas y cubiertas de líquenes. Algunos Ghouls, los más pequeños y con ojos brillantes, ya esperaban allí, observando al recién llegado con una curiosidad silenciosa y primitiva. Sercrent apenas les dedicó una mirada, su atención fija en Vandalieu.
"Aquí," indicó el dhampir, señalando una sección de roca plana que servía como lecho.
"¿Es una guardería o algo así?"
"Te examinaré."
Sercrent endureció su mandíbula. "¿Examinar? No soy uno de tus seguidores." Su voz era tensa, cada palabra un esfuerzo por mantener la autoridad. "Soy un Noble, de la estirpe de Gubamon, y vástago de Gubamon mismo, de modo que soy un Duque. No puedes ponerme las manos encima así nada más."
"Puedo y lo haré, a menos que quieras quedarte en ese estado por siempre" replicó Vandalieu sin inmutarse, su ojo fijo en la energía residual que emanaba del vampiro. "Quítate la camisa, vas a tener que acostarte"
El vampiro dudó, un conflicto palpable en sus ojos rojos. Su orgullo chocaba violentamente con la necesidad, y no entendía que se suponía que quería Vandaliu. Con un suspiro casi imperceptible, pero cargado de irritación, Sercrent se desabrochó los botones de la camisa de seda, revelando su torso. Vandalieu se acercó sin reparos, sus dedos pequeños, pero sorprendentemente afilados y fríos, palpando la piel pálida del vampiro.
Lo que Vandalieu encontró fue un grimorio de dolor grabado en carne.
La piel de Sercrent estaba impoluta en apariencia, engañosa por la habilidad de regeneración del vampiro. Pero la habilidad de Vandalieu para percibir la muerte, la vida y las irregularidades energéticas reveló el verdadero horror debajo. Lejos de importarle si había regenerado mas fracturas de las que huesos tenía en el cuerpo, le interesaban las lesiones que no podía sanar por sí mismo.
"Comencemos," murmuró Vandalieu, sus ojos concentrados. "Las marcas de restricción de maná son... ah, vaya. Agujas empapadas de magia divina. Te las clavaron en todas partes, ¿no es así? Hasta en los ojos y la lengua. Te atravesaron por muchos sitios, así que asumiré que también algunas de las fracturas antiguas son de eso. Cada vez que intentas usar magia, vuelves a sentir las agujas."
Sercrent siseó tensando el rostro, pero mantuvo la mirada fija en el techo de la cueva, negándose a mostrar debilidad.
"No voy a quedarme a conversar de mis desdichas. No era ese el trato". Para disimular su incomodidad, frunció el rostro.
Una línea de sudor frío se formó en su frente pálida cuando los pequeños dedos dieron con precisión con los puntos mas álgidos en su esternón, donde aún sentía como si siguieran atravesándolo.
"No necesitas hablar. Tu maná ya me lo dijo todo. Un arma rota no sirve de nada". Vandalieu comenzó a usar una habilidad energética en la punta de los dedos, que ocasionaba una leve sensación de calor que se radiaba por todo su tórax, dispersado con suavidad el dolor que se concentraba en los puntos de entrada de las agujas.
Sercrent cerró su garganta para no emitir ni un sonido. No hubiera podido admitir, ni siquiera ante sí mismo, lo mucho que lo estaba aliviando la desaparición de los diminutos pero potentes puntos de dolor, que eran la diferencia entre apenas jalar aire y respirar de verdad. Los dedos del dhampir recorrieron a detalle la superficie del esternón y los cartilagos de las costillas, buscando los demás restos de las agujas, y se encargó de remover su efecto.
Sercrent sintió que el alivio que le estaba ministrando era tan exquisito, tan bueno que no lo merecía. ¿De verdad era el hijo de Valen y Darcia? ¿De cual de los dos heredó esa habilidad? Porque estaba seguro que su subordinado mujeriego solo había engendrado un dhampir.
Vandalieu continuó, su voz desapasionada mientras sus dedos trazaban contornos invisibles en el cuerpo del vampiro.
"Y esto... icor de plata con un ácido que no reconozco. Te hicieron beber litros y litros. ¿Me equivoco? Un veneno para los vampiros mas jóvenes. Eres fuerte y no te mató, pero te obliga a una regeneración constante. Tus intestinos siguen sangrando, y creo que lo sabes".
Sercrent no respondió. Por un instantante se sintió aterrado, ¿que pasaba si Vandaliu lo encontraba demasiado dañado para darle un uso? ¿Quién querría quedarse con un arma rota?
Trató de no bajar la vista, pero terminó inclinandola cuando Vandaliu le puso las manos en el rostro, con una suavidad que Sercrent no entendía. Sus dedos volvieron a buscar puntos álgidos, siguiendo los contornos de su maxila, los dientes recién regenerados en un tono blanco casi innatural.
"Parece un ramillete de fracturas, y no todas han cerrado, ¿Cuantas veces te quebraron a golpes la mandíbula y los dientes?", preguntó Vandalieu en voz baja, y no había ni una pizca de burla, pero tampoco de compasión, mientras sus dedos seguían sanando con el mismo calor gentil las entradas de agujas, siguiendo las lineas de las fracturas casi sanadas, en las que aplicó finas capas de magia para asegurar la reparación ósea. "Parece que te metieron a la fuerza algo en la garganta. Te asfixiaron, una y otra vez".
Un leve temblor recorrió el cuerpo de Sercrent. Sus puños se apretaron, sus nudillos blanqueándose. ¿Que podía decirle si el dhampir ya sabía lo que le había hecho Birkyne? ¿Si todavía se sentía aterrado de solo pensar en que estaba desobedeciendo su orden final?
"Son... métodos de disciplina... para asegurar la sumisión y la obediencia" murmuró con voz apenas audible, un intento patético de justificación que solo él podía oír. Apretó los ojos para no tener que enfrentarse a los del dhampir.
"La idea de disciplina de tus amos es asquerosa". Murmuró Vandalieu, explorando con suavidad los cartílagos del cuello. No había mucho que hacerles y solo trató las agujas cercanas.
Sus dedos se movieron hacia la nuca y la base del cráneo de Sercrent. "Y aquí... la firma de una conexión forzada. No para control mental directo, sino para embotar tus sentidos con la esencia de la luz sagrada. El equivalente a ser constantemente bombardeado por un eco del sol en el centro de tu mente. Debes haber sentido un dolor de cabeza perpetuo, como si tu cráneo estuviera a punto de estallar. No te deja dormir, ¿verdad? No realmente."
Los ojos rojos de Sercrent se abrieron de golpe, un atisbo de desesperación fugaz en su mirada. Su respiración se volvió errática. "Basta," jadeó, su voz ahora un susurro ronco, su fachada de hierro resquebrajándose.
"Aún no he terminado," dijo Vandalieu sin alterarse. "Hay una marca en la frente, un hechizo de ralentización de regeneración. Aunque me hubieras derrotado, estaban asegurando que no te recuperaras nunca, un viaje sin retorno".
Finalmente, la máscara de orgullo de Sercrent se hizo añicos. Una exhalación profunda y temblorosa escapó de sus labios. Sus ojos se cerraron con fuerza, y el temblor que lo había recorrido se hizo más pronunciado. La dignidad se esfumó, reemplazada por el cansancio de siglos de existencia y meses de tormento. Era un rey despojado de su corona, exhausto hasta el alma.
"Oficialmente era una misión de reconocimiento," logró musitar Sercrent, su voz casi inaudible, una derrota implícita en cada sílaba. "Pero no se supone que saliera vivo".
Vandalieu apoyó una mano en el pecho de Sercrent, la otra se extendió, y una bruma oscura comenzó a emanar de sus palmas, que se perdieron incorporeas hacia el interior de su tórax. No era el tacto de un bálsamo reconfortante, sino de una invasión sobrenatural y profunda. Sercrent se quedó paralizado de sorpresa, pero también de una especie de reverencia religiosa que nunca habia sentido.
"Puedo sanarte, al menos en parte," explicó Vandalieu, su voz ahora con un tono clínico. "Empezaré eliminando la conexión forzada y el hechizo de ralentización. Sentirás cuando las arranco y no será placentero".
Sercrent tragó con dificultad, su cuerpo ya reaccionando a la influencia de Vandalieu. Era un tipo de invasión incorporea, no totalmente vejatoria pero sí le ocasionaba extrañas sensaciones viscerales.
"Y en segundo lugar," continuó Vandalieu, "tengo que seguir sacando los residuos de magia divina que quedaron de las agujas, una por una. Va a ser mas tardado y me tomará más de un intento, porque son demasiadas. Con eso tu cuerpo puede comenzar a encargarse de los efectos del veneno".
"Haz... lo que debas," jadeó Sercrent, su dignidad colapsada, solo el instinto de supervivencia guiándolo.
Vandalieu asintió. La bruma oscura se intensificó, penetrando la piel de Sercrent. El vampiro se estremeció violentamente. Sus músculos se tensaron, y un gruñido gutural escapó de su garganta. Podía sentir la Magia de la Muerte de Vandalieu, ahora fría y penetrante, hurgando en las heridas invisibles, cauterizando los puntos de contacto del hechizo de ralentización. Era una sensación de limpieza profunda, sí, pero tan brutal como las agujas mismas. Se sentía como si le arrancaran la podredumbre capa por capa.
Gotas de sudor perlado cubrieron el rostro de Sercrent. No había resentimiento en la mirada del dhampir, solo una concentración implacable. Vandalieu no lo estaba sanando por bondad, sino por pragmatismo.
_"Esta reparando un arma",_ se recordó Sercrent a si mismo. _"Y ocurre que esa arma soy yo"._
A medida que el proceso continuaba, el eco del sol en su mente comenzó a oscurecerse. La tensión en su cuerpo disminuyó gradualmente, un temblor que ya no recordaba desde cuándo ocurría cesó, la respiración volvió a llenarlo de aire como si la hubiera contenido por largo tiempo. El alivio llegó de forma lenta y agridulce, un recordatorio de lo bajo que había caído para aceptar tal "curación".
Cuando Vandalieu finalmente retiró sus manos, el silencio volvió a la cueva. Sercrent respiró hondo, un suspiro que ya no era de esfuerzo, sino de una profunda, agotadora liberación. Su cuerpo se sentía ligero, la opresión se había ido, y sólo quedó un profundo agotamiento.
Abrió los ojos y miró a Vandalieu. Ya no había ira furiosa, solo una comprensión helada. Había sido despojado, desnudado, y luego reparado por el ser que más despreciaba.
"Lo has hecho," susurró Sercrent, su voz aún ronca, pero con un matiz nuevo: asombro mezclado con la humillación. "Lo has... arreglado."
Vandalieu asintió con un movimiento mínimo de cabeza. "Aún no, pero es lo mejor que se puede hacer ahora. Ahora, levántate. Tenemos mucho que hacer."
La altanería de Sercrent no había desaparecido por completo, pero estaba silenciada, quebrada por el dolor y la experiencia. Solo deseaba encontrar de en algún lado un ataúd y enroscarse a dormir, pero se levantó lentamente, ajustándose la camisa con una dignidad que ya no era tan férrea.
Había aceptado la amnistía. Había recibido ayuda del enemigo, sin vuelta atrás. El vampiro noble había caído, y ahora se levantaba, no como siervo (o al menos eso se repetía a sí mismo), sino como un prisionero de su propia necesidad y de la extraña voluntad del dhampir. Su camino, y el de Vandalieu, acababa de unirse de la manera más inesperada.