09: El After
22 de septiembre de 2025, 10:57
Humo en el balcón, cigarros robados por el piso. Una cortina se había caído y servía como manta para dos enamorados en la esquina del baño. La radio tocaba algo que nadie sabía el nombre de, y Quohno volvió a abrir los ojos. En lo que pareció ser un parpadeo y un bostezo, cayó dormido en el sillón. Sudado, pero con la boca seca, y nueve por ciento de batería en el celular, como si hubiera tomado una siesta luego del cole.
Al lado, estaba una chica de mechas rubias y pelo marrón oscuro, parecía helado veteado con el hambre que tenía. Se vestía para imitar a Avril Lavagne, pero olía a colonia dulce como esa tía que llena de besos. La chica se encontraba abrazada de otra, de vestido rojo y corto, era esbelta y alta, era… ¿era Xiang?
Quohno se apoyó con las manos en un almohadón, y se acomodó para sentarse. Xiang tenía labial bordó corrido, y los lentes en la mesa de café. Tenía una flor de mentira en el pelo alborotado, y un corte nuevo, casi un pixie. Tenía los jeans alrededor de los zapatos, el cinturón alrededor de la cintura del vestido prestado.
—¿Xiang? —intentó despertarlo. Una mano en el hombro.
El otro, con párpados pesados y llenos de glitter, balbuceó algo que ni él entendió, que solo soltó para saber que estaba vivo.
—¿Qué? —suspiró, pasándose una mano por la cara. Las uñas pintadas de esmalte de 10 chicas distintas.
—¿Qué te pasó? —entrecerró los ojos, la luz mañanera empujaba entre las cortinas.
—Nada… No sé… —pausó y miró hacia abajo, vestido rojo con jeans, no la mejor opción, pero las chicas usaban eso. —Me divertí, eso seguro —sonrió, casi como haber ganado un premio, mientras la chica de pelos veteados babeaba en su pecho, dormida y roncando.
—Ajá… —el sudoriento rodó los ojos lagrimosos de sueño. Pero la ropa se sentía distinta. No la de Xiang, la de él.
Se miró a sí mismo, abajo. Tenía los mismos jeans y los zapatos a un lado, una media casi salida del pie, y una musculosa manchada de aceite de pizza, por encima de su mejor polo.
—¡¿De quién es esto?! ¡Que asco, que asco, que asco! —apretó los dientes, quitándose la musculosa.
No era una, eran dos. No eran dos, ¡eran tres!
Desde una mesa, un grupo de chicos se empezó a reír. El grupo de Sora, obviamente. Incluso Ian se reía. De casualidad, Sora, ni Lotto, ni Haro tenían las musculosas que habían traído puestas.
—¡Es moda entre las chicas! —Sora gritó innecesario, a dos metros de Quohno. Nadie sabía si estaba borracho, con resaca, o fumado. Se reía como una moto que no arrancaba. Al lado, pasó una chica con 5 polos de distintos colores, buscando sus jeans mientras masticaba chicle para no oler a alcohol.
—Muy gracioso… —Xiang soltó vago, sus cejas se fruncieron lo que pudieron. Hasta mover la cara costaba recién despertado.
Quohno agarró las tres musculosas en mano con disgusto, y las lanzó al piso haciendo una mueca ¿entre las chicas? inclinó la cabeza. Su pulsera como refugio entre los dedos.
De fondo se escucharon tacones casi que corriendo por la casa, abriendo y cerrando cajones.
—¿Alguien vio las llaves de Haro? —Hana preguntó a quien sea que estuviera despierto.
—¿Mis llaves? —Haro pensó. Se tocó el bolsillo. Nada. —La puta que me parió.
Todo el grupo de la mesa se paró como flojera a buscar. Unos bajo la mesa, otros en estanterías y entre libros sin leer. Mientras los grandes buscaban la llave, Quohno se levantó con pesadez, estirándose como oso luego de hibernar.
—¿Y tu ropa?
—Tengo los jeans y los zapatos, es suficiente —Xiang sacudió la mano con desdén, sus ojos cerrados hasta que terminó de hablar, para al fin pararse del sillón.
La chica que babeaba cayó sobre el sillón, aún dormida.
—¿Qué querés hacer? —Xiang preguntó, cruzado de brazos. No molesto, pero con frío. El vestido no tenía mangas, solo tirantes transparentes.
Antes de que Quohno pudiera opinar, alguien se adelantó.
—¡Hay auto para pasear!
Gritó Haro con llaves en mano alzada como trofeo. La mitad se despertó, pero no se levantó, y el cuarto se levantó. El resto seguían dormidos en sillones, sillas, camas y bañeras, incluso pisos. Ropa intercambiada o tirada, cotillón barato tirado por el suelo como juguetes de niño.
—¡Xiang! ¡Vente! —Hana llamó, mientras se ponía un labial prestado.
—¿Yo? —Xiang abrió los ojos nuevamente, casi se había quedado dormido otra vez. Primero
Hana le había hablado primero anoche, y… y lo que pasó luego del juego se lo olvidó, ¡pero ahora lo estaba invitando al auto!
Cuando Xiang se paró del sillón, Hana le sonrió a Quohno. Sólo ella sabía lo que significaba. El grupo de Sora y Hana, y Xiang… Se juntaron, buscando sus zapatos en la entrada como feria. El resto de los levantados comía las sobras y salían al balcón por aire que no oliera a sudor o Calvin Klein.
Ian se dio media vuelta, vio a Quohno a unos cuantos pasos, mirando a Xiang como si hubiera una barrera de cemento entre ellos. Secándose de abajo hacia arriba. Parpadeó, no sentía pena, o al menos se negaba a sentirla. No debía mirar atrás, eso era ser maduro y grande, ¿o no?
Al ver que Ian se dio la vuelta, Xiang también lo hizo. Quería decirle a Quohno que viniera con ellos, pero él no era anfitrión.
Xiang miró entre Hana y Quohno, entre barato y caro, no caro y barato.
—¿Podemos llevar a Quohno? —preguntó.
Los grandes no cruzaron miradas, cruzaron opiniones. Intercambiaron voto como si tuvieran antenas.
—Bueno, —Hana se encogió de hombros. —No quiero que se mee cuando regreses —bromeó.
El grupo se rió y Quohno no entendió. Xiang sí, pero no explicó. Salieron del departamento y Quohno pasó por al lado, los cordones desatados en los zapatos recién puestos.
Al pasar por al lado, Haro ladró como perro y rió con Lotto y Sora. Ahora Quohno entendía el chiste anterior.
Tocaron un botón en el ascensor, y se encerraron. Quohno miró alrededor, y era más bien el grupo de Hana, no el de Sora. Parecía una dictadora incluso sin sus amigas al lado, dormidas en algún rincón del departamento.
El ascensor bajó, bajó… y bajó. Era grande, sí, pero los demás también eran grandes, incluso Xiang se sentía más grande. Más confiado. Pero Quohno era una piedrita en el zapato, ¿de quién? no sabía todavía.
Se abrieron las puertas con un desliz de metal, un susurro. Al caminar parecían imanes, se chocaban unos a los otros y se abrazaban por encima del hombro como para ir a ver a un partido o una banda. Hana encabezando la manada como vela.
Luego del mármol, asfalto y ruedas. El grupo se subió a la camioneta: una típica camioneta de esas en las que podrías poner una piscina en la parte de atrás, dos asientos adelante.
—A ver, que la gorda vaya adelante conmigo que los acompañantes siempre son mujeres, ¿no? —Haro sugirió, y soltó una carcajada seguida de la de otros.
Quohno miró a Hana, no era gorda ni flaca, estaba sana ¿a qué se refería Haro? Lo supo cuando los chicos le apuntaron vagamente a él, no a Hana. La gorda era él.
—Eh, no da risa —Xiang interrumpió las risas y se acomodó los lentes.
—Sí —Quohno agregó sutil. Tan bajo que no se le escuchó el gallo.
—Ah, era broma, entonces que vaya Xiang, ¿o no? —Sora dijo, y solo se descruzó de brazos para nalguear a Xiang.
No se molestó, Xiang le pinchó el pecho y el pezón. Ambos rieron, como compañeros de copas, más que conocidos.
Quohno nunca entendió el chiste que tenía hacer eso. Demasiado contacto.
—Voy yo, me gusta ir adelante —Hana dijo, ya subida en el asiento del acompañante.
Le dio un tirón a la pollera, y luego se tapó las piernas con una campera peluda. No sabía si lo había hecho por frío, o por Haro, o por hombre.
Haro se tiró al asiento del conductor, prendiendo la radio, y los demás escalaron la parte de atrás, parecía una piscina vacía. Se acomodaron, unos más juntos que otros, y Sora al lado de Quohno, molesto mientras abría las piernas a más no poder. En cambio, las piernas de Quohno estaban pegadas casi que con silicona.
Xiang se reía con Lotto, los dos estaban rojos de reírse de algo que Quohno no había escuchado, por haber pensado en su nombre demasiado tiempo. Lotto. Qué nombre más de perro.
Quohno estaba a punto de cerrar los ojos, pero su celular sonó. Lo desplegó y vio el número de su madre.
Sus padres, claro, sus padres existían y no eran como la mamá de Xiang. Se sobre-preocupaban, pero peor, le habían dicho que volviera temprano. No atendió.
La camioneta arrancó con un rugido que hizo a Quohno saltar. Hana cambió la canción y le subió el volumen a la radio, Haro se quejó pero no intervino. Quohno y Xiang a veces se preguntaban si Hana tenía poder por ser un año mayor que los grandes; y haber repetido de año, cosa que por alguna razón los demás veían como algo genial. O porque tenía tetas.
Aceleraron, Hana cantaba y Haro la miraba de reojo, apenas prestando atención en la calle. Sora hizo un chiste que Quohno no alcanzó a escuchar, intentando descifrar la letra del rap que se escuchaba de fondo. No tenía buen oído, se sentía lento a comparación de la camioneta y el beat. Los demás se rieron del chiste.
De pronto, doblaron en una esquina sin aviso; ninguno sabía a dónde iban, ni siquiera el conductor, pero entre más rápido iban, mejor. El cambio de ruta hizo que los de atrás se chocasen entre sí como piezas de dominó, el travesti con el perro y el comediante con… Quohno, simplemente con Quohno, el invitado.
Xiang se acomodó en una de las esquinas nuevamente, ni lejos ni cerca de Lotto. El invitado hizo lo mismo, pegado a una esquina lo más que podía, pero para estar lejos de los tres.
Mientras que Sora seguía abriendo las piernas y estirando los brazos por el borde de la camioneta como si fuera sillón. Un pie tocó el de Quohno, suspiró y se cruzó de piernas. Pero entonces una mano le rozó el hombro, tragó saliva y se cruzó de brazos.
De a poco, abrió la mandíbula y movió la lengua, pesada, con sueño, o con timidez, como si fuera atrevimiento.
—¿Te podés correr un poquito? —Quohno le pidió al comediante.
Antes de responder o siquiera registrar la petición, Sora se rascó la entrepierna como si se rascara el cuello. Quohno frunció la cara pero no dijo nada más.
—¿Eh? Perdoná, pensé que te querías sentar encima, por eso me acerqué —bromeó, y se rió casi forzoso como Lotto.
Luego, levantó una mano para chocarla con Quohno, pero este estaba intentando recordar con qué mano Sora se había rascado la entrepierna ¿derecha o izquierda? creía que derecha, ¿pero qué mano estaba levantando ahora? ¿Por qué ahora no sabía diferenciar izquierda y derecha? ¿Por qué se estaba preguntando esto y no cuestionando el chiste?
Por memoria, le chocó la mano y se rió, aún más forzoso que Sora y Lotto. Xiang no supo identificar ese tipo de risa, así que pensó que todos ahora eran amigos, y se les unió a la risa.
—¿Pueden cerrar el orto un rato? —Hana miró atrás por el retrovisor, retocándose el maquillaje.
—Sí, amor —Sora murmuró y guardó las manos entre los muslos, como perro guardando la cola entre las patas.
Todos tenían los ojos bajos, Quohno se mordía los labios y buscaba el bálsamo en los bolsillos, como si fuera pócima mágica. Haro maldecía a los conductores que pasaban más rápido que él, tocando la bocina como protesta, o un “mírenme”.
Xiang desplegó el teléfono y parpadeó junto a él. Revisó las infinitas notificaciones de Confetch.com: fotos, videos, mensajes, llamadas perdidas, menciones, pero todo relacionado a la fiesta de ayer.
—A ver —Lotto susurró de metido, y se inclinó, leyendo la pantalla.
Entonces Quohno los miró de reojo, ¿de qué se reían? ¿Por qué sonreían tanto? Nunca supo.