ID de la obra: 1025

Demasiado Jóvenes Para Entender

Mezcla
R
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4
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planificada Maxi, escritos 78 páginas, 26.501 palabras, 9 capítulos
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08: "¿Y Si Jugamos A Las Canicas?"

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      Ya no estaban discutiendo, estaban gritando por encima del otro. Más que palabras se oían ladridos. La música se ahogaba en los aullidos, la bebida se derramaba en camisas, los postres y la pizza se plantaban en las caras. Algunos habían abandonado el campo de guerra usando el ascensor.       Entonces, Quohno cerró los ojos, y se permitió bostezar. Al abrir los ojos, era 2001 de nuevo. Volvió a medir un metro con veinte centímetros, volvió a tener sus tamagotchis en mano. Pero Xiang seguía ahí, a su lado, como siempre.       Música lenta que nadie escuchaba, las mesas con manteles manchados de vino y migas de torta alta, tal cual un campo de batalla, como sábanas enredadas a las cuatro de la mañana.       Al lado, Xiang metió la mano en el bolsillo de su chaqueta celeste. Cuando la sacó, reveló una bolsa de plástico llena de canicas coloridas y únicas. Nadie sabía bien de dónde se conseguían o compraban, todos jugaban y apostaban por ellas. Estarían preparados para ir a un casino de grandes, pero con billetes.       —¿Y si jugamos a las canicas? —dijo Xiang, le faltaba un diente de arriba, pero al menos no tenía brackets como Quohno.       —¿Dónde? El piso está lleno de espuma de colores —eso había sido lo más divertido de la boda.       —¿Las mesas?       —Están empapadas de vino —siguió, chocando sus propios pies entre sí, que no le llegaban al piso.       —¿Afuera?       —Hay bichos en el pasto y es de noche… —bostezó.       Xiang no habló por un momento, mordiéndose las uñas, no nervioso, pero pensando.       —Pensás como adulto —comentó sin enojo.       —¿Cómo?       —Le ves imperfecciones a todo —agregó, sin mirarlo directamente, distraído por el tacón roto de una señora, pero no por el hecho de estar roto, sino de la prenda en sí.       —Mi mamá me dice que soy detallista —se defendió contra plumas, cruzando los brazos que parecían almohaditas.       —Mi mamá no me dice nada —dijo. Quohno parecía estar más triste que él.       Enfrente, vieron a una mujer quebrar en lágrimas. No sabían si de tristeza, alegría, emoción, enojo, o dolor. Pero se sirvió una copa de vino rosa. Eso sí sabían de qué era, para qué.       —¿Por qué la solución de cada adulto es beber? —Quohno dijo al aire.       —Pues… Mi mamá se cansa fácil, el café la ayuda —comentó el de lentes azules. —pero algunos beben cerveza para divertirse, y vino para relajarse o hablar mal de otros —se encogió de hombros, una sonrisa en su cara.       —Y… ¿Por qué los adultos se casan si luego se odian?       —No sé, desde que nací mi mamá es soltera.       —¿Y cómo te tuvo?       —No sé —repitió, rascándose la nuca, confundido.       —Mi papá me dijo que hacen falta dos personas que se quieran mucho para crecer una plantita.       —¿Qué plantita?       —Nosotros.       Xiang asintió, y luego rió contento.       —¡Quizás mi mamá me plantó con doble amor! Tanto que ya no tiene amor para darme.       —Tiene sentido —Quohno asintió.       Un chico se tropezó bailando con una chica, se le desgarró una parte pequeña del pantalón, ajustado y bien planchado. Era el primo de Quohno que a Xiang le caía bien, pero a Quohno no.              Era como un portal entre los 10 y 20 años. Un adolescente. Por ende, alguien genial, divertido, y rebelde como en las películas mal traducidas de Estados Unidos ¿No?       Zapateaba, intentando no pisar el vestido de la chica. Reían y hablaban de cosas que todavía no entendían, pero querían ser como ellos de grandes.       De fondo, adultos conversando sobre temas de relleno para quedar bien, despidiéndose en la mesa, luego en la puerta, afuera de la puerta, en el portón… enfrente del auto… Hasta por fin despedirse por última vez sin sacar ningún otro tema a flote.       Mientras ellos estaban allí, sin saber el nombre de los recién casados, o el paradero.       —¿Creés que ellos también van a plantar una plantita? —Quohno preguntó.       —Les preguntamos —Xiang respondió.       Xiang saltó de la silla al piso, y Quohno se paró con cuidado sobre el piso sucio.       Objetivo. Encontrar a los recién casados.       Pasaron entre viejas que conocían mejor la vida ajena que la propia, hombres que ya se querían ir y ver la repetición del partido que se habían perdido, todos los adolescentes en los sillones de la esquina o bailando como intento de apareamiento, y los niños, ellos.       —Tan chicos y con esta responsabilidad… —una mujer comentó.       —Y bueno, van a tener que madurar rápido —un hombre agregó con deshonor.       No veían a ninguna mujer de vestido blanco, ni a un hombre con florecita en el traje. Quohno se cansó rápido de buscar. No de caminar, pero de paciencia.       —Quizás ya están plantando —Xiang explicó, y Quohno asintió.       Un auto se escuchó arrancar sin aviso. Se fijaron por la ventana y vieron a la niña de blanco, poniéndose los retenedores, y al niño con flor en el traje. Un pétalo se escapó por la ventana.
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