ID de la obra: 1030

El Pacto

Slash
NC-21
En progreso
1
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planificada Mini, escritos 70 páginas, 33.316 palabras, 11 capítulos
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Febril ensoñación

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La noto desde los días subsiguientes a su ocupación, su mirada furtiva, sus accidentales encuentros en el ascensor. Pequeña, hermosa, tímida, pero terriblemente débil, a veces podía sentir su fragilidad vibrando con solo mirarla. Le provocaba tocarla y apretar hasta que cediera, dejando caer sus pedazos. Revoloteaba como una delicada mariposa cerca de una fogata, casi quemando sus alas y no lo sabía. Iori recordaba bien la noche en que entrego al animal. El dolor solo era desviado por lapsos bajo el efecto del sedante, la herida solo una pulsación mínima al lado del disturbio. La droga también anulaba los sueños, silenciaba las voces, le traía un poco de paz. El animal le temía cuando eso pasaba, su figura agazapada y erizada solo le recordaba lo monstruoso de su semblante. Así que lo entrego. Ella no se negaría, lo sabía, lo notaba con cada mirada anhelante, silenciosa, a su espalda. Sus palabras fueron cortas y puntuales, la chica solo asintió con la cabeza, incluso antes de entregarlo. “¿Cómo se llama?” fueron las únicas palabras en aquel rostro delicado y enrojecido. Noctis pensó Iori, como las noches en que su forma temblorosa se ocultaba en la oscuridad, lejos de él. “Noctis” fue su respuesta. Ahora se repetía la escena, pero esta vez era un para siempre. Observo al pequeño gato jugueteando con los botones de su camisa y rasco sus orejas. La puerta se abrió, la mujer palideció de repente para luego verse embargada por su acostumbrado sonrojo. – No puedo tenerlo, viajare lejos. – dijo Iori yendo directo al punto. La chica solo lo miro con un semblante de sorpresa, pero no logro formular respuesta. – No lo entregues a desconocidos la próxima vez. – puntualizo entregando al pequeño mínino que ya acostumbrado al traspaso de manos, jugueteo con su cabello. La chica enrojeció un poco más y con un dejo indignado sin mirar a Iori respondió casi para sí misma. – No me pareció desconocido para ti anoche. – sus palabras salieron con cierto resentimiento, tras lo cual ella se tensó y apretó sus dedos. Había dicho de nuevo algo indebido. Iori la observo un segundo. – No es de tu incumbencia quienes sean mis amantes. – espeto mientras le daba la espalda. Herir siempre había sido algo fácil para él. Pero sabía bien que ella igual atesoraría a Noctis, como lo único que quedaría de su recuerdo. La puerta se cerró abrupta promulgando un fuerte estruendo. Hubiese sido fácil para él poseerla, a ella y a muchas otras. Pero su sumisión, su débil voluntad, le enfermaba. Al menos Noctis tendría un buen hogar, pensó. El ascensor abrió las puertas. Kyo esperaba abajo, ya se había calmado. Ahora su vergüenza radicaba en haber sobre actuado de esa manera y su rabia en el eco de la risa de Yagami. – Tsk – apretó los dientes, como podría soportar a alguien que le enojaba con tanta facilidad. Antes, en sus colaboraciones pasadas siempre había un conflicto fuerte, un constante choque, no necesitaban mediar muchas palabras. Ahora solo pensar en investigar pacíficamente con él…silencios incomodos o fuertes indirectas. Y justo cuando bajara, se reiría en su cara por aquella reacción patética y descontrolada que tuvo. – Mierda. – suspiro Kyo, no se sentía capaz de soportar lo que pudiese suceder en los días subsiguientes sin romperle la cara. Estaba seguro. El ruido de la calle era abrumador, el apartamento quedaba en una zona central de la ciudad y desde la tarde, una miríada de ciudadanos y turistas salían a experimentar lo último en entretenimiento occidental. Una ciudad artificial al todo buen estilo del salvaje consumismo del oeste. Nada tradicional echaba raíces en esta pequeña metrópoli del placer. Unos pasos conocidos arraigaron la acera. Kyo yacía recostado en su motocicleta diagonal a la entrada del edificio. Al girar el rostro vio como algo negro volaba por los aires y lo atrapó con reflejos rápidos. El movimiento brusco, automático, le genero un dolor fuerte, como un latigazo dentro de los músculos del hombro. Entre sus manos estaba su celular. Levanto la vista y allí estaba Yagami, con una larga gabardina oscura, nada propia para el sol intenso de la tarde. No hubo ningún mal comentario tan esperado por Kyo, solo una leve sonrisa despectiva que cruzo desde su hombro herido, hasta la motocicleta. – Es mejor conseguir un auto. – dijo Iori airado. – No pienso dejar mi moto, si quieres consigue uno tú. – respondió cortante, aunque no era su intención. Iori observo a su alrededor como si hubiese acatado las palabras de Kyo. En su espalda estaba colgado un estuche de cuero con forma de guitarra. Kyo lo detallo distraído, no entendiendo por que llevaba un instrumento consigo, pero a la vez una agradable sensación le llegaba al mirarlo. – Yo conduciré. – dijo de repente Iori. – ¿Ah? – logro gesticular Kyo queriendo creer que era una broma de mal gusto. Iori descolgó veloz el estuche de la guitarra y se lo entrego al castaño. Este nuevamente reacciono rápido, recibiéndola casi en el aire. Otra punzada de dolor cruzo estridente, esta vez haciendo que su torso se inclinara un poco. – Allí está tu respuesta. No dejare que tu estupidez pueda matarnos. – espeto Iori inexpresivo. Kyo podía sentir como el dolor pugnaba fervoroso y le adormecía el brazo, pero no le daría el gusto a Yagami de verlo afectado. Sonrió con malicia. – ¿Qué me crees? ¿Incapaz de manejar mi propia moto por una herida leve en el brazo? - rio Kyo molesto. – Te lo advierto una vez más Kusanagi, el sedante no tiene efecto infinito. – espeto Iori abriendo un bolsillo medio en el estuche de la guitarra donde estaban arrebujados al fondo, algunas ampolletas y jeringas. Kyo se tensó. – No volveré a meterme ninguna de esas mierdas. Pasaremos por la farmacia primero. Y yo conduzco. – respondió con terquedad regresando la guitarra a Iori, acomodándose en la motocicleta para prenderla. La sonrisa de Iori pasó desapercibida y este tomo asiento en la parte trasera asegurando su peso con las piernas sin necesidad de sus manos para equilibrarse. Kyo arranco la moto. Cruzaron entre algunos embotellamientos buscando la calle principal que desbocaba hacia dos de las salidas de la ciudad y parquearon cerca de un gran market a mitad de camino. El dolor era intenso, el sudor recorría copioso bajo la chaqueta, humedeciendo la camisa. Iori prendió un cigarrillo, tras lo cual dijo a Kyo el nombre de un narcótico fuerte. Kyo gruño en respuesta. Ese sería el que no compraría. Al salir del market el dolor era en extremo potente, el sudor frío ya cubría su cuerpo. Iori yacía sentado a manera distraída observando algo en su celular. El cigarrillo humeaba consumido en el piso. Con que no suele exponer sus flamas en el exterior, pensó Kyo. Respiro dando su mejor semblante, se acercó a Iori, poso en el muro a su lado un nuevo casco de motociclista y destapó distraídamente la tableta de pastillas, sacando dos para tomarlas con el energizante que retiro de su chaqueta. Observo que en la pantalla del celular se plasmaba una serie de rutas visualizada desde Google Maps. – Es un viaje largo y en extremo incómodo para ir en motocicleta. – puntualizo Iori sin dejar de mirar el dispositivo. Tenía razón, maldición que la tenía y el dolor no ayudaba en lo absoluto, pero Yagami podía joderse y conseguirse un auto, él no pensaba dejar su moto abandonada. – La moto es para viajes largos, no será un gran problema. - repondió Kyo. A menos que tu trasero este acostumbrado solo a la alta cojinería, pensó resentido. El dolor lo irritaba con facilidad. – Más bien dime. ¿Si le aclaraste las cosas a esa mujer tonta de tu vecina? – espeto Kyo para desviar la conversación, la moto no era una opción a dialogar y retomar aquella escena con ligereza indiferente, finiquitaría ese mal recuerdo. Iori se levantó airado y tomo el casco con una mano, mientras con la otra cuadraba algo en el celular. Kyo trago las pastillas y bebió del energizante. – Hm, le dije que mis posibles amantes no era algo en lo cual inmiscuirse. – respondió Iori distraído sin levantar la vista de su labor en el dispositivo, pasando de largo en dirección a la motocicleta. Kyo se atraganto con la bebida. No. Estaba seguro que no lograría un viaje de búsqueda con Yagami sin por lo menos una rencilla o dos. Había aplastado la lata y el líquido goteaba entre sus manos. Gruño lanzándola a la caneca cercana con su mano izquierda. Cuando giro en dirección a la moto, Iori ya estaba sentado en la parte delantera. Finalizo su labor en el celular, guardándolo en la gabardina. Tomo la guitarra y se la ofreció a Kyo. – Yo conduzco. La ruta que trace es la más corta y aun así sigue siendo un recorrido extenso. Nos turnaremos. – puntualizo Iori. La mano extendida que sostenía la correa de la guitarra se movía levemente exigiéndole las llaves. Era algo ya decidido, no le estaba preguntando. Kyo apretó los dientes, sacó las llaves de su chaqueta y las poso sobre la mano, recibiendo a su vez el estuche. Se incorporó en la moto sin mediar más palabras, manteniendo el equilibrio a su vez con las piernas para evitar tocar a Yagami mas de la cuenta. Aun así, el dolor intenso del hombro palpitaba con las vibraciones bruscas de la moto. Condujeron por largas horas a través de un extenso pavimento pulido saliendo de las montañas más escarpadas a una planicie boscosa. El día no los acompaño por mucho rato, como tampoco hubo turnos en el pilotaje. En silencio, con solo la vibración del motor y el silbido del viento acompañándolos. La carretera era de un carril ancho, pero no lo suficiente para el cruce libre de camiones. Era una ruta particular, en contadas ocasiones se encontraron en el camino algún automóvil que rebasaban con facilidad. La noche no llego tranquila, unas oscuras nubes que divisaron al atardecer, la acompañaban. Brillantes relámpagos estallaban en el cielo nocturno iluminando de forma tenebrosa la miríada de árboles circundantes, bajo tonos azulados y morados. Como el fuego de Yagami, pensó Kyo distraído. Tenía mucho frío y jadeaba con levedad. El dolor acunado en una intensidad inusitada lo aturdía, ya no lograba mantenerse erguido. Iori conducía atento a la desolada calzada, sus pensamientos muy lejos de allí. El templo Kagura, ya no lo recordaba bien, desconocía gran parte de sus rasgos, sus formas. ¿Podría acaso relacionarlo a la alucinación obtenida del ataque de aquel espectro? Eso aún no estaba claro para él. Si Chizuru fue atacada y huyó, ¿por qué no se había puesto en contacto con ellos? Ella debía saber algo al respecto, tenía que. Porque si no la localizaban o si ella había sido abducida por aquel ser, quedarían nuevamente a oscuras. ¿Qué opciones les quedaba si fracasaban en su búsqueda? Los truenos estallaron infructuosos, las gotas cayeron tímidas, aún sin la ira del cielo. Debían parar pronto a resguardarse en caso de que no encontraran alguna posada en la cual estar mientras pasaba la tormenta, las largas horas de viaje ya mellaban en el cuerpo. En ese momento Iori sintió como el cuerpo de Kyo descargaba el peso sobre su espalda. Su cercanía se sentía tibia a pesar del frío que calaba. El pecho del Kusanagi se sentía agitado. Ante el contacto con Iori intento erguirse posando sus manos en las caderas de este. Iori lo observo por el retrovisor, por la penumbra que los cubría no logro discernir mucho en su forma, pero su posición era encorvada y su brazo derecho estaba un poco más inclinado. Maldito imbécil, pensó Yagami. Estaba seguro que lo que debió comprar Kyo no se acercaba ni por poco a los narcóticos recomendados. Una herida de bala no era una herida leve, como el tercamente se había sesgado a decir. Iori sabía que, tras largas horas de viaje, bajo un fármaco de bajo calibre lo único que podía obtener era un dolor desbocado. – Eres un imbécil Kusanagi. – hablo Iori, aunque sabía que Kyo no alcanzaba a escuchar sus palabras. El cielo fue destajado por un intenso corte de luz y el rugido resonó por la arboleda. La lluvia acelero la marcha, al igual que Iori revoluciono el motor, esperando encontrar un hostal en la carretera. Lo encontró, justo cuando la lluvia los había empapado, las luces del hostal brillaron tenues y anaranjadas al fondo de la carretera. Kyo no decía palabra alguna, cosa que no le agradaba del todo a Iori. Desvió la ruta y para su sorpresa el lugar tenía la zona de parking llena. Cuadro la moto al fondo en un espacio que no estaba demarcado para ubicar vehículos pero que servía igual. Kyo bajo de la moto con torpeza, la lluvia repiqueteaba con fuerza en los cascos impidiéndoles escuchar. Iori observo como Kyo caminaba un tanto desviado hasta estar en el corredor bajo techo. Había una gran multitud de personas en el espacio de bar-restaurante, ambos retiraron los cascos, escurriendo densas gotas en el piso de madera, el viento soplaba con fiereza. Kyo observo al fondo del corredor dando la espalda e indico a Yagami la zona de recepción. En el lugar un hombre de edad avanzada aguardaba viendo un televisor postrado en un costado, sin volumen. – Bienvenidos caballeros. – dijo amablemente al tintineo de la puerta de vidrio. Kyo se quedó atrás recostado contra el muro, Iori se acercó al anciano. La noche estaba avanzada, necesitaban algo más que un resguardo de la lluvia. – Necesitamos dos habitaciones. – dijo Iori, mientras se despegaba un poco la empapada gabardina. – Lo siento mucho caballero, pero como puede ver estamos copados, me temo que no tengo disponibilidad de dos cuartos, pero déjeme mirar si tengo disponible alguno con dos camas. – respondió con afabilidad mirándolos a ambos, en espera de alguna afirmación. – No tenemos muchas opciones, deme la que tenga. – respondió Iori, cualquier espacio donde descansar debidamente, estaría bien para él. Giro hacia Kyo pero este tenía la cabeza agachada, con el pelo húmedo en el rostro, la guitarra colgando en su hombro sano. Tanto que no querías un sedante y te lo buscaste, pensó Iori. El anciano le entrego unas llaves, dándole indicaciones del segundo piso. Iori pago sin chistar, salió de la recepción seguido por Kyo. Llegaron a la habitación, justo la última de la hilera de puertas. Era un corredor largo que giraba a un costado, cubierto con ventanales. La lluvia repiqueteaba irascible en el vidrio. Iori abrió la puerta y giro hacia Kyo para dejarle entrar primero. Todo el tiempo habían caminado en silencio. Kyo estaba parado cerca a la ventana, su equilibrio se veía inestable, como si estuviese ebrio. Iori se acercó a él cuando este se dispuso a cruzar la puerta, lo tomo por el brazo izquierdo con el que sostenía el estuche de la guitarra. Kyo lo miro directamente, sus ojos se veían apagados, vidriosos y sus mejillas tenían un tinte rojizo. – Tienes fiebre... – hablo Iori haciendo la observación quedamente. – Estoy bien. – espeto Kyo bruscamente y arrancando su brazo en un gesto soez, entro en la habitación. Kyo reparo poco en el entorno y camino a oscuras buscando el baño. Iori encendió las luces, cerrando la puerta tras de sí. La habitación era muy espaciosa, poseía un pequeño balcón con puertas de vidrio cubiertas por cortinas de tela delgada. En el centro había dos camas individuales y al fondo estaba la puerta del baño entreabierta. La chaqueta de Kyo yacía en el piso dejada descuidadamente. La guitarra sobre la cama humedeciendo el cobertor. Iori la tomo y recostándola a un costado, busco en ella los sedantes. No tenía antifebriles. Ese estúpido Kusanagi no parece tomar con seriedad sus heridas, pensó el pelirrojo. Dado lo sucedido la noche anterior, Iori había omitido el proceso completo de medicamentos. Debía revisar la herida del hombro, podría tener riesgo de infección. Lo que había hecho la noche anterior fue una curación burda, no fue realmente un proceso debido para ese tipo de heridas. Sus conocimientos tampoco eran demasiado extensos en el tema así que debían solo confiar en la capacidad curativa del cuerpo de Kyo. Tras varios minutos, este se estaba tomando demasiado tiempo en el baño, Iori se acercó a la puerta y la empujo. Kyo estaba sentado al borde de una bañera sencilla de porcelana, la camisa estaba entreabierta dejando ver parcialmente los vendajes manchados de sangre oscura, en su mano estaba una tableta de plástico casi vacía, su mirada parecía perdida. Iori se acercó rápido, levanto el rostro de Kyo que lo reconoció parcialmente, alejando con lentitud, la cara de su tacto. Su piel ardía. Iori miro nuevamente la tableta de pastillas. – ¿Cuantas tomaste? – pregunto mientras mentalmente calculaba que pudieron haber sido unas cinco. Kyo lo miro quedamente como si no entendiera las palabras de Iori. – Hey, Kyo. Mirame. Dime cuantas malditas pastillas tomaste. – reclamó enojado Iori. Kyo estiro su brazo izquierdo buscando apoyarse en Yagami. Se notaba muy mareado. Iori lo ayudó, dirigiendo sus pasos a la cama. Kyo parecía reaccionar por lapsos, rechazando voluntarioso su ayuda. – Tsk. Estoy bien Yagami, déjame. – hablo desorientado, alejando al pelirrojo. Pero la paciencia de Iori estaba en el límite. – Ya quédate quieto, maldición. – gruño Yagami. Tomo con fuerza a Kyo por los hombros y lo sentó con brusquedad. Kyo emitió un gruñido de dolor, lo que le hizo recuperar la lucidez un momento. – No me toques, déjame…yo. – hablo fuerte Kyo. – Ya cállate. Estás herido, tienes fiebre y no sabes en lo más mínimo cuidar tu propio culo Kusanagi – grito bajo, abriendo la camisa con fuerza y desnudando los hombros de Kyo. Este poso su mano izquierda en el brazo que apretaba su lado herido. – No quiero sedantes, no te atrevas. – hablo Kyo con una inhóspita amenaza en los ojos vidriosos. – Si te aplico alguno después de toda la mierda que te metiste, tal vez te mate una sobredosis. – hizo una pausa en la que retiro la camisa. - Recuéstate, tratare la herida. – la voz de Iori estaba cargada de autoridad. Kyo obedeció con reticente docilidad. Yagami limpio la herida con delicadeza, estaba hinchada y rojiza, no parecía infectada, pero iba por buen camino. Inyecto un antibiótico, de la misma manera que lo había hecho consigo mismo, días atrás. Kyo guardo silencio apretando las sabanas, ahogando leves gemidos. El solo roce le dolía. Al finalizar la curación, la herida quedo cubierta bajo una nueva gasa más pequeña. Kyo se sentía agotado, como si hubiese corrido durante días empujando algo muy pesado. La fiebre le tenía la cabeza embotada, la mente inquieta y caótica. – Insensato y estúpido, eso eres Kusanagi. – espeto Iori molesto mientras terminaba de organizar los desperdicios tras el procedimiento, nuevamente burdo e improvisado, para luego tomar asiento en el borde de la cama de Kyo y re ubicar los fármacos sobrantes junto a los demás en el estuche. Kyo lo observo fijamente. Ese perfil siempre tan cargado de ira, frustración. Recordó los vendajes, la droga, su fortaleza ante la caída del puente. Una extraña tristeza, ajena a si mismo lo embargo. – Como puedes aguantar tanto dolor…- la voz de Kyo sonó suave como la seda. Su expresión dulcificada por la fiebre y el agotamiento. Iori lo observo consternado. Los ojos de Kyo, cargados un brillo febril, miraban con intensidad a los de Iori. Este se sintió incómodo y no respondió. Evadió la mirada comprensiva del Kusanagi. Le irritaba esa actitud blanda. Kyo desvió la mirada más allá de Yagami, posándola con extrema docilidad sobre el estuche de la guitarra. Una mínima sonrisa casi dulce, se dibujó en su rostro. Se sentía flotando, las ideas llegaban a su mente como imágenes vívidas, como recuerdos palpables, generándole de nuevo sensaciones pasadas. Sentimientos inconexos de profunda honestidad. - Te escuché antes…tiempo atrás…eres muy bueno Yagami… – hablo Kyo dirigiendo sus palabras a un recuerdo que nadie más podía percibir. Iori se sorprendió. ¿…tiempo atrás? No recordaba jamás haberse topado con Kyo en otra situación que no fuese un conflicto. - …es hermoso lo que h…- hablo nuevamente el castaño, pero sus palabras fueron silenciadas por una mano fría que le refrescaba el rostro, cubriendo sus ojos y parte de su cara. No quería escucharlo, no le permitiría decir una febril palabra más, una acotación dulce o una amable expresión hacia sí de su parte. No. Contra eso no tenía nada. Iori cubrió su propio rostro con la otra mano, queriendo dispersar la calidez en las palabras de Kyo, aquella calidez que buscaba acunarse en su pecho y que no lograba controlar. – No hables más. Solo es la fiebre alta. Duerme. – hablo Iori con sus ojos aún cubiertos bajo su mano derecha, masajeando con delicadeza su sien. Kyo agradeció el tacto helado de Yagami sobre su rostro caliente. Los truenos, como un canto lejano, lo acunaban. ------------------------------------------------------------------------------------------------------- El sol, hiriente sobre sus ojos, lo despertó. El cuerpo denso, en una pesadez absoluta que lo oprimía contra la cama. Le tomo varios minutos reponerse y se sentó. La habitación estaba sola, la luz muy clara iluminaba cada mínimo rincón. Su ropa yacía doblada en el nochero anexo de la cama. Se miró detenidamente, su hombro exponía de nuevo una venda completa hasta el pecho. Estaba en ropa interior. No recordaba con claridad la noche, habían llegado a este lugar, tomado una habitación. Yagami quería inyectarle algo. O lo hizo, no recordaba con claridad. Habían cruzado palabras. ¿Pero qué? Tampoco lo recordaba bien, aunque una sensación de haber hablado de más persistía. La puerta se abrió. Una mujer de edad avanzada, de poca estatura, cabellos negros entrecanos y pequeños ojos oscuros, ingresó. Kyo la miro confuso. – Me alegro que despertaras, eres un chico resistente por suerte. – La mujer ingreso tranquila como si ya se conocieran. Kyo la miro caminar hasta acercarse a su cama. – ¿Quién es usted? – pregunto quedamente. La mujer lo miro severa y cerro un botiquín que, abierto en la mesita de noche, Kyo no había detallado. – Tu amigo tuvo suerte de que mi nieta decidiera visitar el bosque esta mañana joven. No se encuentran muchos doctores en medio de la nada, créeme. – espeto como una madre regañona la mujer. Kyo debió dar una imagen de absoluta confusión ya que la anciana suspiro irritada. – Esa herida. – Lo miro con complicidad. – No sé en que andan los jóvenes hoy en día, pero debes ser más cuidadoso chico. Casi te induces un coma químico. Gezz. Hasta tuve que inyectarte adrenalina para que la bradicardia no te generara un paro cardíaco. – la mujer observo el torso de Kyo y sonrío con la leve picardía que le traía la edad. – Ese cuerpo tuyo está bien preparado. No cualquiera aguanta y supera casi solo, una sobredosis por barbitúricos. – Kyo la miro anonadado. ¿sobredosis? Recordaba haber tomado las pastillas para aquella dolencia que se hacía insoportable. Pero no recordaba bien cuantas. “Tienes fiebre” Había dicho él. Ahora su cuerpo estaba fresco, la fiebre se había ido. – Mejor levántate chico, ya deberías estar bien. Y aunque se vea como un hombre frío y desinteresado, sé que tu amigo estaba preocupado. Le alegrara saber que estas mejor. – dijo la mujer dejando un pequeño papel sobre el regazo de Kyo. – Es mi deber ayudar a las personas, así que no tendrán cobro alguno. – La mujer saco un papel de su bolsillo. - Usa esta fórmula, es un narcótico leve. El hombro está curando bien, esto te ayudara a sopesar el dolor. Solo evita los movimientos bruscos. – la mujer camino de regreso a la salida. – Ahh, han dañado la mitad de mi día con mis nietos. Estos jóvenes de hoy... – sonó la voz de la mujer alejándose, tras cerrarse la puerta. Kyo miro el papel sin leerlo. Una culpa lo invadió repentina. Sí que había sido un tonto. ----------------------------------------------------------------------------------------------------- Iori fumaba su ultimo cigarrillo en la intemperie, cerca un cruce de tierra que a modo peatonal, ingresaba en la densa arboleda. Había guardado la guitarra tras improvisar algunas notas mal conectadas. No lograba concentrarse. Desde allí podía divisar todo el costado del hostal. La zona que no estaba demarcada también servía como parking, varios grupos de personas habían cruzado ya, aquel camino para ingresar al bosque. El lugar era como una clase de estadero que lindaba a una entrada turística a la espesura. Iori vio a Kyo parado en la esquina del hostal cerca a la motocicleta. Se cubría el rostro de los rayos de sol, como si estos le hiriesen los ojos. Una leve presión en su pecho se liberó. Gruño incómodo. ¿Porque le importaba? Pero aun así recordó la mirada febril, la sonrisa amigable. Disperso esa imagen de su cabeza y se acercó a Kusanagi. Tras asearse debidamente, Kyo se sentía mucho mejor. Algo enceguecido por la luz intensa de la tarde no percibió la cercanía a su espalda, hasta que un leve empujón llamo su atención. Yagami paso de largo hasta la entrada del restaurante – bar. Hizo una señal con su cabeza sin mirarlo directamente y entro en el local. Iori no daba atisbo de enojo ni reproche, solo guardaba silencio y mantenía aquel semblante serio. Comieron sin cruzar palabra alguna. Aunque Kyo se sentía observado ávidamente por algunas personas, opto por no mirar a su alrededor. Recordó no haberle agradecido a la mujer medica sus atenciones. Salieron manteniendo aquel silencio tranquilo entre ellos. Iori tomo el pilotaje de la moto y resonó el rugido del motor. Kyo sentía que le debía una disculpa. – Yagami…siento lo sucedido. – hablo el castaño girando la cabeza en otra dirección. Iori lo miro de soslayo. – Fue un completo descuido de mi parte. – puntualizo Kyo sin ánimo. Iori extendió su brazo con la guitarra. – No esperaba que me generaras menos problemas. – fue su respuesta despreocupada. Kyo pudo apreciar bajo el casco, una sonrisa oculta en la mirada de Yagami. Posiblemente aquella sonrisa maliciosa, pero esta vez no le molestaba. Recibió el liviano estuche de cuero y tras abrocharse el casco, tomo asiento en la motocicleta. Ambos avanzaron a gran velocidad por la extensa carretera iluminada. La distancia entre sus cuerpos, ahora un poco más cercana.
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