ID de la obra: 1030

El Pacto

Slash
NC-21
En progreso
1
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planificada Mini, escritos 70 páginas, 33.316 palabras, 11 capítulos
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Cavilaciones y una mañana tranquila

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Iori observo a Kyo quedamente, un minuto, dos, tal vez más. La absoluta tranquilidad en su semblante, sumergiéndose a un estado casi cadavérico, pausado. Con la fragilidad voluntaria de una polilla que se acerca al fuego. Permitirse estar a merced de su más acérrimo enemigo, con débil vacilación, con enorme confianza. Que tan tonto podría ser el Kusanagi, que tanta fé depositaba en su causa. Como para permitirse exponer su integridad de manera descuidada. La mano de Iori se había movido casi involuntaria, estaba posada con delicadeza en el rostro de Kyo. Sus dedos se deslizaron lentos rozando la piel. Descendiendo desde los pómulos, bajando por las mejillas, rozando levemente los labios, deslizándose por el mentón, hasta que todo su tacto cubrió el cuello de Kyo. Podía sentir su palpitación lenta, fuerte. Su respiración pasiva casi imperceptible. Acompañando de aquellas pulsaciones como un eco lejano, algo en su interior pugnaba feroz. Allí estaba la bestia, trepada, rapaz, sobre sus hombros. No la escuchaba, pero una terrible pulsión que se transformaba en olas de desbocado deseo, generaba que apretara un poco más con cada palpitar de su cuello desnudo. - Confías demasiado, Kusanagi. – susurro Iori alejando el tacto de la piel tibia. Kyo no se inmuto en lo absoluto. El calmante era muy potente, de corte quirúrgico. Posiblemente Kyo no sentiría absolutamente nada, ni su propia existencia evaporándose hasta pasadas muchas horas. Iori apretaba su mano con fuerza encarando la sensación silenciosa que se revolvía en su interior. No le permitiría arrebatar su vida de una manera tan patética. Camino hasta casi llegar al enorme ventanal y tomando la guitarra acústica, posada en uno de los amplificadores, salió de la habitación evitando mirarlo nuevamente. Ya en la sala tomo un cigarrillo, dos escasos ejemplares restaron en la cajetilla. Últimamente no fumaba mucho, salvo los dos últimos días cargados de pesadillas quijotescas. Y ahora, con la llegada de Kyo, se volvía un acto mas constante. Tenerlo cerca le afectaba, el cigarrillo le facilitaba solo un poco, controlar aquella ansiedad embargante. Dio una calada profunda queriendo dispersar a Kyo de sus pensamientos, llevaba muy poco de haber recuperado la lucidez plena y aun desconocía que fuese el causante de todo, como también desconocía quien de su familia habría sido la victima desaparecida. Nunca fue muy allegado a los Yagami, siempre evadiendo cuestiones familiares, temas de aceptable sucesión, organización administrativa de los bienes y recursos. Desde cosas mundanas hasta el tema complejo de la guerra de clanes. Siempre evitando esos lazos fuertes que encadenaban aquel apellido. Su único interés siempre había sido Kyo. Cuanta ironía. Tampoco sabía que miembros de los Kusanagi estaban implicados. Kyo había sido cuidadoso de no revelar información que no deseaba que Iori conociera, pero aun así, que Kyo decidiera buscarlo, alejarse de su zona de confort y enfrentar posibilidades nada favorables, solo remarcaba lo importantes que era para él las personas implicadas. Iori dio otra calada. Allí estaba de nuevo pensando en el Kusanagi. Era inevitable, había sido él quien trajo consigo una cuestión que Iori ya le ameritaba a la demencia. Quienes eran esos monjes, la sombra salida de una absoluta pesadilla, los gritos…aquellos gritos pertenecían a un hombre, eso lo recordaba bien, como también que el dolor que sintió en el pecho no era el mismo que advenía por el disturbio. Era diferente, letal. Por un instante sintió como si la vida lo abandonara. Ubicó la guitarra en posición de toque y la afinó, acorde por acorde. Si Kyo estaba en lo cierto, era posible que aquellos monjes tragados por la oscuridad lo estuviesen buscando para meterlo en la lista de desaparecidos. Pero aun así, se sorprendió al saber que también habían sido vistos por Kyo. Cuando ataco a uno de ellos percibió su materialidad, pero no hubo sangre y a pesar de que tuvo la impresión de haberlo herido, sus manos no estaban manchadas, como tampoco habían ardido sus telas ante la deflagración de las llamas. Pero la presión. Esa gravedad a la que se vio sometido, eso sí lo percibió muy real. ¿Y si buscaban reducirlo para que alguien más recogiera su cuerpo inconsciente? Suspiro. Eso no explicaba que pudiesen aparecer o desaparecer de manera antinatural; ahora mucho menos el espectro del bar. A ese nadie lo había visto y ante ese, a diferencia de los otros, el disturbio salto desbocado sin dar oportunidad. Iori dio la última bocanada a su cigarrillo que se consumió nuevamente entre el fulgor morado de sus manos. Una suave tonada acústica retumbo por los rincones de la sala de estar. ¿A la persona que estaba en coma también la habría abordado aquel espectro? Los Kusanagi, Yagami y Kagura. Esas eran las 3 familias que mantenían a Orochi con el culo encerrado en alguna dimensión carcelaria. ¿Estarían buscando un levantamiento nuevo de Orochi? ¿Acaso era de nunca acabar la reintegración de los seguidores de aquella monstruosa deidad? Tal vez su mejor opción era buscar a Chizuru, ya habían sido guiados por ella en aquella ocasión y no existía ser más comprometido con mantener el culo de Orochi bajo llave. Aunque solo fuera una especulación, igual que todas las que trajo Kyo consigo. La melodía muto en múltiples formas, influenciadas por los pensamientos que giraban en la mente de Iori. Durante varias horas cavilo la información compartida, sacando múltiples especulaciones, algunas demenciales ideas sin sentido, otras demasiado terribles para ser posibles. Pero todas de alguna manera, recaían sobre las 3 familias del sello y por ende terminaba siempre con Chizuru. Debían encontrarla. Iori recostó la cabeza cansada en el respaldo del sillón, observo como a través de los tragaluces del techo, el cielo transmutaba de los colores de la noche a tonos intermedios. Pronto despuntaría el alba y con un plan claro o sin él, debían partir de aquella ciudad. El panorama de ser un convicto, sumado a que en cualquier momento podría contactarlo el miembro de la otra banda e indagar sobre lo sucedido esa última semana, no era muy conveniente. Cerro sus ojos buscando descansar algunas horas para reponer energías, ya que la maldita cama no era una opción, por lo menos el sillón era cómodo. En sus pensamientos se plasmó la imagen de Kyo durmiendo plácidamente, vulnerable, con su piel expuesta, el aroma del fuego, la sangre de su herida aún tan fresca en la piel de Iori. Apretó los dientes, un escalofrío recorrió su espalda. Poso una mano en su pecho y respiro profundo, no era una buena idea tener a Kyo tan cerca, lo sabía. Un sopor suave se apodero de su mente, el cansancio acumulado de largas noches sin dormir paso factura. Iori evadió las imágenes que prometían hacer un recuento de la noche, ya que casi todas ellas estaban plagadas del Kusanagi. Pensó mejor en la noche del bar, en rememorar parte por parte sin ser cegado por el riot, que había percibido. El eco en los gritos, el dolor ajeno, un olor particular. sí, de incienso y sangre, con un leve aroma floral. Voces de fondo, ajenas al riot, ajenas al espectro, pero ¿que decían? Iori se vio sumergido en una negrura absoluta, dormía. ------------------------------------------------------------------------------------------------------ Caminaba con dificultad, sentía el peso de centenares encima suyo. Una melodía acústica reemplazaba todo sonido, la misma de la velada en el bar. El camino era una línea formada por granito oscuro, modulado en pedazos calientes como brasas, pero no ardían o no las sentía. Su entorno era un extraño matiz aceitoso y oscuro, una niebla pálida, grisácea, enrarecida. Caminaba a ciegas por el camino de piedras negras y entre su obnubilado alrededor se movían formas indescifrables. Aquellas presencias inteligibles frenaron su movimiento repentinamente y lo observaron al mismo tiempo. La niebla se cerró envolviendo su cuerpo, cubriendo a totalidad sus sentidos, ingresando por su boca, su nariz, sus ojos, sus oídos. Inundando con pesadez sus pulmones, cortando la respiración. Iori desespero ante aquel contacto invasivo, la música acústica ahora solo era un sonido lejano y las voces de aquellas sombras de niebla llegaron a él. Le gritaron cargadas de odio, le susurraron como un amante al oído, le ordenaron, se lamentaron. Iori vio la escena del bar repetirse en tercera persona. Se vio a si mismo envuelto en una viscosa oscuridad, con un escenario traslapado dimensionalmente. Era el bar, pero a la vez no. Era un lugar con techo alto de madera, velas, un fuerte olor a hiervas, incienso, nenúfares, casi imperceptibles y aromáticos. Sentía que de él en ese momento provenían los gritos, gruñidos de la bestia. – …encuentra…y acabará…u…sufrimien… - la voz sonó lejana, irreconocible, pero las palabras que flotaban entrecortadas, provenían de la sombra. Más allá de los susurros infernales de la misma, alguien ordenaba. La imagen caótica ya traslapada entre el enfrentamiento de aquel Iori contra la densa oscuridad, se mezcló con el titilar de velas ardiendo en medio de la madera. La imagen perdía su forma paulatinamente. Los gritos, los gruñidos, las maldiciones, la voz que ordenaba y se ahogaba parcialmente en medio del ruido. Todo ello fue superado por un sonido débil, claro, casi como un susurro a su oído. – Yagami… – Era la voz de Kyo. La escena caótica frente a Iori fue delegada a un segundo plano, mientras aquella voz lo llamaba reiteradamente. Imágenes borrosas de Kusanagi invadieron su visión. La sonrisa arrogante que tanto lo enojaba, la orden imperiosa que desquiciaba su temple, la quietud casi mortal sobre la acera, la sonrisa débil acompañada de sangre, los gemidos de dolor ahogados en su mano, su sangre roja recorriendo las suyas, su mal disimulada atención a la herida en su abdomen, la placidez de absoluta quietud al dormir. La rabia, el deseo. - Yagami…detente. – La voz de Kyo salió ronca, entrecortada. Iori vio su rostro congestionado, con sus manos temblorosas, intentando apartar las suyas de su cuello. --------------------------------------------------------------------------------------------------------- Flotaba en la absoluta nada, sin sueños, sin sentidos, sin dolor. Pero era consciente de ese vacío y le asusto. Algo se posaba con fuerza en su vientre, algo le presionaba el pecho, no podía respirar. Kyo abrió los ojos alarmado ante la sensación de ahogo y lo vio. Iori, posado sobre su cuerpo, las manos cerradas en su cuello, con una mirada febril. Un fulgor rojo en los ojos de Yagami, lo observaban directo, pero a la vez ausente, muy lejos de allí. Kyo intento apartarlo, pero su cuerpo no se lograba mover con precisión, estaba entumecido hasta los pies y no alcanzaba a aplicar fuerza suficiente, le era difícil solo levantar los brazos. Salvo por la presión y la falta de aire, no podía sentir nada, no existía dolor alguno, pero Iori lo estaba estrangulando. Kyo intento alcanzar el rostro de Iori, mientras con su otra mano se esforzaba por bajar la presión en su cuello. Lo llamo varias veces, le ordenó detenerse, pero Iori no lo escuchaba, parecía en un frenesí pausado. Qué demonios había inyectado Iori en él. Acaso un maldito calmante para caballos. Gruño intentando tomar un poco de aire. - ¡Yagami! – gimio Kyo con urgencia al ver que este apretaba cada vez más, sus uñas se internaban en la piel de Kyo y de esta, brotaron escasas gotas de sangre. Palpo con su mano errática la mesita de noche, buscando algo con lo cual defenderse. Sus piernas no respondían en absoluto bajo total influencia del sedante. El peso de iori lo neutralizaba. La caja metálica cayó al piso, despidiendo en todas direcciones su contenido de fármacos. Kyo ahogo una maldición. Iori no aplicaba la fuerza suficiente para acabar con todo, pero la falta de aire sumada a la presión en la vena Orta lo estaba privando, viendo esa debilidad intensificada por el efecto de la droga aun en su cuerpo. Kyo palpo con los dedos una segunda jeringa, aquella que Iori llenó antes de aplicarle la primera. Su corazón a pesar de la situación no lograba un ritmo muy acelerado, la adrenalina de la supervivencia nunca llego a él. Rozo la jeringa con los dedos temblorosos casi perdiendo su base al borde de la mesa, pero logro con dificultad empuñarla. Kyo clavo con torpeza la aguja en la pierna de Iori vertiendo todo su contenido en ella. Yagami no se inmuto ante la perforación. Pero en su mirada había algo diferente, un cierto atisbo de lucidez que ya no observaba a la nada entre ellos. De sus labios fluían densos surcos de sangre que goteaban sobre el pecho de Kyo. – Yagami…detente. – hablo Kyo, los brazos le pesaban, la vista se nublo y su cuerpo adormecido no lucho más, quedando sosegado bajo las manos de Iori. La presión de su cuello cedió de repente, tras un suspiro profundo por oxigeno Kyo quedo sumergido de nuevo en el letargo de la droga. Iori poso sus manos en los extremos de la almohada, jadeante. Vio las marcas rojizas en el cuello pálido, los hilillos de sangre que goteaban lentos desde los cortes hasta mezclarse con la suya propia, que manchaba ya, la venda del pecho. Maldijo una y mil veces e intento levantarse alejándose del cuerpo de Kusanagi, pero su pierna no se lo permitió. Y al inspeccionar la falta de reacción de esta, observo como la jeringa, que había dispuesto para sí mismo y había olvidado en la mesa de noche tras priorizar mantener su distancia del durmiente, oscilaba clavada en su pierna. Una sonrisa amarga cruzo su rostro arrancando la aguja, esta cayó rodando por el piso entre los demás medicamentos diseminados. Chico astuto, pensó. Intentó deslizarse a un lado de la cama, pero ya presa de la parálisis, se desplomo a mitad del cuerpo de Kyo. Su cabeza posada por sobre el hombro izquierdo de este, recayó sobre la almohada, justo al lado de su cuello. Un olor almizclado de alcohol etílico y cigarrillo, acompañado de ese inconfundible olor del fuego, llego a Iori. Casi había logrado estrangular a Kyo y se odio por ello, por no ser lo suficientemente fuerte para resistirse. Estaba claro que las pesadillas no habían desaparecido pero, ¿Por qué el disturbio reiteraba? ¿Por qué seguía regresando con la facilidad deslizante del deseo? Sus ojos se cerraron con pesadez irresistible. De algo estaba seguro tras la pesadilla plagada de recuerdos, lo estaban rastreando. Tenía la impresión de que algo lograba ubicarlo desde algún lugar que, al intentar localizarlo, también daba a Iori la capacidad de percibir vestigios del origen. La respiración pausada de Kyo presionaba contra su pecho. Iori cayó en un amargo sueño químico. ----------------------------------------------------------------------------------------------------- Kyo respiro hondo y dio un leve respingo como reaccionando tardío ante algo. Gruño por lo bajo, podía sentir a Iori, las suaves exhalaciones tan cerca de su cuello. Abrió los ojos, el techo alto estaba fuertemente iluminado, una luz intensa se filtraba por los tragaluces. El ventanal del fondo de la habitación, situado en dirección al poniente, bañaba todo en pálida reflexión de un día soleado. No había dolor alguno, pero sentía un fuerte cosquilleo en la piel y el calor sofocante del cuerpo de Yagami. Poseía una temperatura casi febril y le incomodaba sentir como las gotas de sudor mutuo recorrían su piel hasta llegar a la sábana. No quería mirarlo, era una posición en extremo inadecuada, incomoda, vergonzosa. Estaba aguardando a que el adormecimiento del cuerpo pasara para poder alejarse del contacto tan cercano. Tenía rabia, mucha, consigo mismo, con Yagami. Pudo haberlo asesinado tan fácilmente, el maldito pudo haber hecho lo que se le viniera en gana y ¿Cuál era la respuesta de Kyo? Confiar en que estaban bajo una tregua imaginaria, creer que ya estaba libre de un posible disturbio, dejarse sedar sin siquiera preguntar que mierda contenía la ampolleta. Resoplo molesto, quería alejarse de Iori, tal vez nunca debió haber venido en primer lugar. Sabía que le esperaba, sí. Pero no tenía como imaginar que las cosas terminarían en aquellas circunstancias. El cosquilleo cedió paulatinamente, los efectos del fármaco estaban apenas abandonando su sistema. Kyo se movió rápido y empujo a Yagami a un lado, el cual, en estado casi vegetativo, no se inmuto en lo absoluto. Iori estaba sobre un costado, el cabello revuelto cubría parte del rostro y este se diseminaba rebelde sobre la almohada. Sus labios dejaban marcas rojas en la funda. Kyo se levantó de la cama con torpeza, toco las marcas en su cuello y los delgados surcos de la sangre seca detenidos por las vendas. Respiro exasperado y salió de la habitación. Ya en el baño, se detuvo frente al espejo detallando su imagen, la cual observo con poco agrado. Su rostro algo pálido, ojeroso, con un corte superficial sobre la ceja. Su pecho tenia salpicaduras sanguinolentas, la venda del hombro apretada con impecable habilidad, yacía con una mancha oscura a causa del forcejeo y nítidos cardenales recorrían su piel por la parte derecha de su abdomen. Agradeció no sentir dolor alguno, al menos no por el momento. Maldijo a Yagami nuevamente. Se dispuso a desatar las vendas, una sensación de suciedad lo invadía. Sugestionado sentía sobre su piel un sin número de cosas que quería lavar, entre esas la sangre y. Gruño molesto, avergonzado, limpiando el sudor, que pertenecía en gran parte a Yagami. Dejo que el agua lo recorriera fría, fresca. Considero seriamente que tras hablar con Iori, sin importar que decisión tomara este, se iría lejos lo antes posible. Al salir del baño, improviso de manera regular, una gasa sostenida por esparadrapo sobre la herida. Su cabello aun goteaba copiosamente humedeciendo su torso desnudo. Se detuvo pensativo haciendo un paneo del lugar, no recordaba haber visto sus ropas y no le emocionaba en lo absoluto vestir solo su pantalón, que milagrosamente salió airado del conflicto. Kyo diviso una manga de su camiseta, un pedazo grisáceo claro que sobresalía tímido bajo la tapa de una caneca metálica de basura en la cocina. Se acercó con una molestia creciente, arrebatando la prenda de la boca del objeto con un movimiento brusco. Un pequeño retazo de su camisa colgó holgado de su mano. El joven miro casi indignado el pedazo de prenda. Al abrir la caneca metálica observo estupefacto como múltiples retazos de su camisa estaban revueltos en el cuenco y al levantar las partes rasgadas, le sorprendió la cantidad de sangre impregnada en la tela. Suspiro. Algo bajo los pedazos llamo su atención. Aquel cuenco de basura estaba repleto solo de desperdicios antisépticos, ampolletas vacías y múltiples jeringas entre tabletas de plástico. Eran una cantidad abrumadora de medicamentos. ¿Acaso Yagami había hecho uso de todo aquello en tan solo una semana? Kyo apoyo sus brazos en el mesón de la cocina. Ciertamente Iori no había tenido una semana fácil, pensó. Con solo una herida profunda, sin padecer de ningún dolor constante, extenso, Kyo deseo matar a Iori un par de veces. Tal vez ahora entendía un poco más su terrible actitud ante el mundo. Miro pensativo hacia la habitación, sintiendo como el enojo que sintió al despertar, menguaba. – Ahhh – exhalo irritado. A mí que mierda me importa que le suceda, no es culpa mía, pensó molesto. Tomo de nuevo los pedazos de su camisa, lanzándolos con fuerza de regreso a la caneca. Si la policía hiciera un allanamiento del lugar en aquel momento, tendrían mucho material para decir que localizaron a un psicópata, secuestrador y asesino. Kyo sonrió ante la idea y su estómago emitió un gruñido protestante. Recordó no haber probado bocado desde la tarde anterior. Aun así, la sensación que le producía el hambre se le hizo impersonal, como si no fuera suya. Dio una mirada rápida a la cocina. Reconoció el impecable desuso del mesón, reflejando con suavidad la luz de la tarde que se filtraba intensa. Indago la nevera despreocupado y en su vacuo contenido solo encontró un par de botellas de agua acompañadas por un enlatado pequeño, destapado, con el rostro de un minino estampado en un costado. Cerro sin querer preguntarse nada sobre los extraños gustos que podría tener Iori. Miro de nuevo la habitación y luego deposito su atención en las llaves que colgaban de un retablo de madera esmaltada a un extremo de la cocina. No estaba en sus planes dejarse morir por inanición así que decidió salir a comprar algo. Regreso a la habitación, Iori estaba en la misma posición, presa de un sueño profundo. O más bien atrapado en las fauces del fármaco. Mientras Yagami lograba regresar del “más allá” de los químicos, tendría tiempo suficiente para muchas cosas, tal vez hasta para estrangularlo ¿porque no? pensó Kyo resentido. Tras una búsqueda rápida entre la ropa de Yagami y recordar que existía algo llamado celular, dejo al aparato muerto siendo alimentado por un cable y salió del apartamento. Kyo camino por el amplio corredor interno, dos puertas bastante separadas parecían compartir el piso, una de ellas estaba entreabierta, pero nadie hacia presencia. Lo ignoro despreocupado dirigiéndose al ascensor. – ¡Noctis! – grito suave, una delicada voz femenina y para cuando Kyo giro su cabeza unas delgadas agujas se clavaron en su piel, intentando ascender en tramos por su pantalón. Kyo dio un respingo y agarro al pequeño peludo que había trepado hasta su rodilla. Miro al animal, un cachorro de gato negro con líneas grises cruzando su lomo. Este estiro sus patas para intentar agarrar el borde de la manga de la camisa. Kyo se giró en dirección a su dueña, una chica bonita, de poca estatura, ojos oscuros y cabello claro. Le sonrió mientras cargaba al pequeño gato de regreso. La mujer parecía sorprendida por alguna razón, mirándolo de pies a cabeza. No estaba en su mejor momento así que no le extraño la manera en que esta lo escruto. – Es tuyo supongo. – dijo Kyo amable, mientras le rascaba la cabeza al minino, que tenía parte de la camisa entre sus zarpas. La chica asintió con la cabeza y a la vez negó con la voz. Kyo la miro divertido, entregando al animal. Ella se sobresaltó, pidiendo disculpas por la osadía del gato. – Perdón…debe ser que le oliste. Como él. – dijo algo nerviosa, mientras envolvió al gato entre sus delicadas manos. - Si… ¿cómo quién? – asintió Kyo sonriendo y de manera inconsciente tomo la camisa de Iori y la olfateo por un instante. Reconoció un suave aroma cítrico, fresco, impregnado en la tela, un perfume. La chica se sonrojo levemente y desvió su mirada al animal. – Él…como se encuentra. ¿Está bien? – pregunto la chica sin mirarlo directamente a los ojos. – ¿Yagami dices? - pregunto Kyo algo confuso. – ¿Yagami…se llama? ...oh, no sabía. – sonrió la chica sorprendida. Bueno no esperaba que Iori fuese un vecino ejemplar, pero no decir su nombre a una chica bonita que vive justo a su lado. Tonto, pensó Kyo. – El toco mi puerta hace varias noches, no se veía muy bien, me entrego a Noctis…dijo que, que no podía tenerlo por algunos días. Él, él estaba herido ¿cierto? – pregunto la chica, había una preocupación honesta en sus ojos. Kyo la observo varios segundos antes de responder. - Él está bien, no te preocupes. – respondió con amabilidad. La chica sonrió y bajo nuevamente la mirada. – jeje Bueno no conocía como estaba y hacía días no lo sentía allí. Me alegro que este bien…él nunca había traído a nadie antes…- el nerviosismo de la mujer solo parecía ir en aumento y tras sus palabras Kyo la miro extrañado, ¿no lo sintió? ¿Traer gente antes? Le gusta Yagami, pensó Kyo divertido ante el ataque de timidez que demostraba la chica. ¿Era algún tipo de acosadora que no le hablaba, pero lo espiaba? ¿O tal vez una amante a la cual no le dijo su nombre? La chica se percató de la sonrisa indagadora de Kyo. – Yo no…digo, las paredes son gruesas pero, es imposible no escuchar nada…el techo está conectado…se escucha cuando está tocando la guitarra…pero no es mucho, solo algunos ruidos…yo no. – dijo la chica rápido, entrecortado, temblando un poco de la vergüenza, parecía a punto de llorar. – Yo no sabía que él...que ustedes… - Guardo silencio abruptamente como si hubiese dicho algo inapropiado. Su tez clara ya tenía el color vivo de un calamar, arrebujando en sus mejillas. La chica entrego con velocidad el gato a Kyo. – Dile que Noctis está muy ¡bien! Y que no mas…no puedo… - puntualizo la chica enredándose con sus propias palabras, en extremo sonrojada, tras lo cual cerró la puerta en la cara de Kyo. Kyo miro durante varios segundos la puerta cerrada. El gatito nuevamente atrapo entre sus zarpas los bordes largos de la camisa. Pero que mierda había sido eso, pensó Kyo. ¿Sí era una acosadora en extremo tímida? ¿Acaso le compartió una expresión muy severa al mirarla, o acaso dijo algo indebido? Suspiro exasperado, con cuánta gente rara debía tratar. Aun así, al caminar de regreso por el corredor, resistió una risa que pugnaba por salir cuando miro al gatito, el olor de la ropa, la lata de comida en el refrigerador, la vecina incauta y prendada a la cual relegar la responsabilidad. Sonrió. Iori Yagami cuidando de un gato. Era una idea tan hilarante que le puso de muy buen humor, haciéndole olvidar cualquier resentimiento de esa mañana. Kyo metió al pequeño animal dentro de su camisa. Tomo el ascensor y bajo con una sonrisa maliciosa en los labios. – ¿Noctis? Es un bonito nombre el que te puso esa chica. – le hablo al animal. ---------------------------------------------------------------------------------------------------- Con un hambre de paladar nada exigente, comió con avidez el primer tentempié que encontró, tras lo cual, fue en búsqueda de su motocicleta. Esta corrió con suerte al haberla dejado lejos del motel ya que seguía allí acompañada de otros vehículos. Regresó poco después de una hora. Tenía una bolsa con un par de bebidas energizantes, una nueva lata de comida de gato y una cajetilla de cigarrillos igual a la que estaba ya vacía en la mesa de la sala. Todo lo necesario para una charla ininterrumpida. Las llaves eran solo un juego de dos, así que no sería nada difícil dar con la indicada. Miro ambas y escogió una al azar, pero al acercarse a la puerta el sonido, bajo y melodioso de una guitarra lo hizo detenerse. Kyo descansó la espalda en la pared junto a la puerta, por la cual se filtraban melodiosas notas. Escucho silencioso un par de minutos hasta que el arpegio se silenció. Paredes gruesas eh, pensó dirigiendo una mirada a la puerta cerrada de la chica tímida. ¿Estaría espiando en este momento? Noctis dormía enredado bajo la tela de la camisa. Kyo probo suerte, no era la llave. Pasó a la otra maldiciendo las probabilidades. Entro a la instancia. Iori descargó la guitarra a un lado del sillón, observo como Kyo colgaba las llaves de su apartamento, sus llaves, tomadas sin permiso. Una rabia creciente acompañó la molestia de ver una de sus camisas, usurpada de la misma manera. Se acercó. – Es increíble la absurda tolerancia que tienes a las drogas Yagami. Pensé que pasarías de largo hasta el anochecer. – espeto Kyo observando el semblante silencioso y amenazante de Iori al acercarse. – No sabía que tenías por pasatiempo nocturno atacar a tus huéspedes. – pugno cortante Kyo. Iori sesgo la mirada sin poder ocultar la molestia que le generaba el joven. – Tú no eres mi invitado Kusanagi, por lo cual no deberías tomar sin autorización, absolutamente nada. – las palabras de Iori salieron pausadas, cortantes. Su cuerpo tenso, aplacaba una reacción agresiva. – Pensé que estaba en los márgenes de la hospitalidad demostrada hace unas horas. – respondió Kyo con una sonrisa retadora, deseando repentinamente que Yagami actuara en vez de hablar. Pero no sucedió, porque del vientre de Kyo una pequeña garra atrapo victoriosa, uno de los botones de la camisa corta del pelirrojo. Iori desvió la mirada soez hacia la parte baja de su pecho, un pequeño gatito oscuro estaba casi trepado a su camisa. Kyo evito, con absoluto control de sí mismo, reír. Si una sola risa, por más suave que fuese, se escapaba de su garganta, todo se trasformaría en una batalla campal. Yagami no lo miro, se alejó con el gato en una de sus manos y se sentó en el sillón sin mediar más palabras. – Chica idiota. – susurro para sí mismo Iori. – No tengo tiempo para estas estupideces Kusanagi, ni para pelear por trivialidades. – Espeto Iori arrugando la cajetilla vacía de cigarrillos, mientras alejaba al gatito de su pantalón. Cruzaron miradas, la de Kyo casi divertida, la de Iori molesta. Kyo saco las bebidas de la bolsa. Lanzó una por lo aires, recibida tras un reflejo rápido por parte del pelirrojo. Este sonrió con desdén, restándole importancia a todo. – El sedante es fuerte, pero tiene su tiempo límite. Lamentaras mover con tanto descuido ese hombro Kusanagi. – hizo una pausa donde solo se escuchó el gas escapando de la lata energizante. – Aunque aun hay calmantes de sobra, si es que eso quieres. - alzo una mirada de zorro hacia el castaño y bebió. Jamás, pensó Kyo. Eso no lo dudaba ni por poco. Posó, esta vez con delicadeza, la cajetilla de cigarrillos en la mesa. Ya no habría más distracciones. Noctis dormía hecho una bolita de pelos al otro extremo del sillón. – Bueno, se directo Yagami, que sabes. – hablo Kyo imperante, recostado en el muro lateral del fondo. Con una imagen completa del lugar. Desde allí pudo ver su chaqueta, desparramada en el piso tras una de las poltronas. – No puedo decir algo completamente verídico, pero es evidente que estoy siendo cazado, cuando...sucedió, lo del bar. Tuve una alucinación, ensoñación, no estoy seguro que. Algo irreal que tomaba forma y fuerza en mi realidad inmediata. – Iori hizo una pausa queriendo buscar las palabras adecuadas para no sonar como un demente. Kyo aguardo en silencio, extrañado. – Un ser oscuro sin forma clara, acompañado de voces caóticas. Una pesadilla que cegó mis sentidos, pero proveniente de algún lugar. Y ese lugar lo pude percibir. La voz de un hombre detrás, ordenando encontrarme, los gritos de otro hombre. Las formas de un templo, uno rodeado de nenúfares. – Iori se detuvo, pensativo, cavilando. Kyo lo miro sin entender gran parte de sus palabras, todas ellas sonaban demenciales, pero la expresión seria de Yagami lo confundía. ¿Un espíritu acaso? ¿Alguien que lo comandaba? Cuanto sin sentido, pensó. Pero le creía, por alguna razón le creía. Posiblemente por aquel ser de túnica clara, siendo tragado por la oscuridad. Yuki. Su nombre sonó de fondo en la mente de Kyo, como una palabra estridente y dolorosa. – Creo que buscaban debilitarme. El acoso nocturno, las voces. No sé qué demonios son o que hacen. – miro Iori a Kyo. – Pero la sangre de Orochi reacciona a ellos, los repele. Por eso creo que esta no será la última vez que vengan por mi. Buscarán rastrearme de nuevo. – puntualizo Iori posando nuevamente la mirada en la lejanía. – Quieres decir…que la sangre de Orochi ¿Te está protegiendo? – respondió Kyo quedamente. Eso ubicaba a Yagami en la posición abnegada de víctima. Aunque ya lo sospechaba, él no estaba implicado en las desapariciones. Él, al igual que Yuki había sido atacado por algo intangible, pero a diferencia de ella, no había caído. – No lo sé, pero no hay caso en darle vueltas al asunto. Debemos encontrar a Chizuru, si ella fue atacada, debió ser capaz de defenderse. Tal vez este ocultándose de esos entes. – respondió Iori levantándose del asiento. Kyo lo miro pensativo. – Entiendo. Ella debe saber algo más que nosotros...y si puedes percibir cuando hacen ese extraño contacto, ella podría ayudarnos a rastrear de donde proviene…- acoto Kyo. Una emoción suave comenzaba a embargarlo. Por fin estaba tras un plan sólido. - ¿Dónde podríamos buscarla? Mi familia ya mencionó que no lograba contactarla. – pregunto Kyo recogiendo su chaqueta del piso. Aunque el cuero era impermeable, tenía un fuerte aroma a sangre y ceniza. – Podemos comenzar en el templo donde vive, supongo. Si hacemos una búsqueda más profunda, sabiendo que esa condenada mujer es bastante astuta, debe haber alguna señal que haya dejado. – respondió Iori. Kyo empezó a desabrochar los botones de la camisa, con la chaqueta tendría suficiente, pensó. – Deja así. – espeto Yagami. – Ya no la quiero igual. – respondió cortante entrando en la habitación. A Kyo la indignación le provoco quemar la prenda, pero no lo hizo, no era nada razonable, era mejor que estar sin camisa, con el cuero rígido presionando el hombro desnudo. Suspiro controlando el impulso. Un ruido ahogado de algo quebrándose sonó tras de él. Kyo observo la pared blanca, ascendió su mirada hasta las vigas de madera que cruzaban el techo. Estas continuaban su curso sin mayor interrupción sobre el muro, dejando entre el techo alto y la pared gruesa que separaba los apartamentos, un espacio abierto no muy amplio. Ah, con que a eso se refería la chica entre todo lo que balbuceo. Rió por bajo ¿Estaría escuchando acaso todo lo que ellos hablaban o hacían? Pero la respuesta le llego como un baldado de agua fría. Los ruidos de la noche anterior, gritos ahogados y gemidos…Kyo se negó a pensarlo más allá, todo ese sonrojo exagerado y esa expresión nerviosa, lacrimosa. Esa maldita chica estaba pensando que ellos dos... “ustedes eran”. Y luego verlo vistiendo la camisa de Yagami. Kyo sintió una gran irritación. El calor subía intenso por su cuello. Una ira profunda contra Iori le llego, contra aquella maldita mujer que pensaba lo que no era. Apretó el respaldo de la poltrona con fuerza y respiro calmando la vergüenza que reptaba por sus orejas y enardecía en sus mejillas. Cuanto estaba odiando a Yagami. – Por cierto. – hablo Iori al salir de la habitación. Kyo dio un respingo y agacho el rostro. – Ya que lo recibiste, regresa el gato a su nueva dueña, no pienso llevarlo a ningún lado. – espeto imperioso mientras posaba un estuche de guitarra sobre el sillón. Mirando dócil al durmiente Noctis. – Puedes llevarlo tú ¡no soy tu maldito sirviente! – respondió Kyo en voz más alta de lo que esperaba. Yagami lo observo. Una leve sonrisa, aquella sonrisa cargada de malicia que tanto odiaba Kyo se dibujó en su rostro. – Esperare abajo. – hablo golpeado mientras camino presuroso a la puerta, tiro de esta con tanta fuerza que choco contra el muro haciendo tintinear las llaves. – Espero que le aclares todo a esa… - Su voz retumbo al fondo del corredor, tras salir brío y abandonar la instancia. Iori aun observaba la poltrona. Kyo con el rostro rojizo, avergonzado, iracundo. A que se debía esa reacción, esa expresión casi exquisita, descontrolada ¿Tan fácil era provocarlo? ¿Ó habría sido algo diferente? Ah, que importaba. Iori rió abiertamente, el eco de su risa se dispersó por el corredor.
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