PRIMERA PARTE
SERENDIPIA
"Hallazgo afortunado o inesperado que se produce cuando estás buscando otra cosa distinta".
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El cuarto año en Hogwarts había comenzado, y con él, la llegada del Torneo de los Tres Magos, una competencia tan emocionante como peligrosa. Días antes, Harry Potter se encontraba ansioso por reencontrarse con sus amigos. Deseaba, más que nada, que ese fuera un año tranquilo, sin alguien tratando de matarlo ni situaciones que pusieran en riesgo su vida o la de quienes lo rodeaban. También anhelaba un curso sin Draco Malfoy molestándolo cada vez que se le presentaba la oportunidad. Pero por mucho que lo deseara, sabía que no podía evitar ni lo uno ni lo otro. Solo le quedaba la opción de sobrevivir otro año. Finalmente, llegó el momento de elegir a los campeones que participarían en el Torneo. El cáliz de fuego seleccionó a Viktor Krum, Fleur Delacour y Cedric Diggory, los representantes de cada escuela. Pero entonces, para sorpresa de todos, un cuarto nombre emergió del cáliz: Harry Potter. La sala entera quedó en silencio. Nadie entendía cómo había sucedido. Todos creían que Harry Potter había encontrado la forma de ingresar al Torneo solo para llamar la atención. Al parecer, no le bastaba con ser "El Niño que Vivió", ahora también quería competir. Cuando la noticia llegó a los oídos de Draco Malfoy, su molestia fue inmediata. Desde primer año, Potter no hacía más que involucrarse en situaciones que ponían su vida en peligro. —¡Maldición! —exclamó, furioso, golpeando la pared del dormitorio—. ¿Potter necesita ser el centro de atención cada maldito año? Sus amigos no dijeron nada. Estaban acostumbrados a que el rubio hablara constantemente de Harry Potter. —¿Acaso no sabe lo arriesgado que puede ser ese estúpido torneo? ¿De verdad quiere morir? Aunque sabían bien cuánto detestaba a Potter, por la forma en que hablaba, parecía más preocupado que enojado. —¡Y yo que pensaba que al menos tenía un mínimo de sentido común! —No creo que Potter sea tan estúpido como para poner su nombre en el cáliz —comentó Goyle, encogiéndose de hombros—. Pero tampoco es lo bastante inteligente como para romper el hechizo que puso Dumbledore. —Tal vez no fue Potter, pero sí Granger —intervino Blaise, cruzado de brazos—. Aunque nos cueste admitirlo, ella sí es una.. —¡No lo digas! —interrumpió Draco, con advertencia—. Esa sangre sucia no tiene la capacidad de hacer un hechizo tan poderoso. Y mucho menos rompería las reglas. —Como sea, no importa —dijo Goyle con una sonrisa burlona—. Escuché que Potter ahora no tiene amigos. Weasley ni siquiera le dirige la palabra. Draco bufó al escuchar eso y sin responder, salió del dormitorio dejando a sus amigos. Iba molesto, aunque no solo porque Potter hubiera sido elegido, sino porque, una vez más, el idiota de gafas redondas estaba arriesgando su vida como si nada. Draco lo odiaba, al menos, eso se repetía a sí mismo desde el momento en que Potter rechazó su amistad. Lo había esperado durante años. "El Niño que Vivió" no era solo una leyenda en su casa, era alguien que Draco siempre había querido conocer. Tenían la misma edad, entrarían juntos a Hogwarts. Ser amigos tenía todo el sentido del mundo. Pero Potter había preferido a un Weasley antes que a un Malfoy. Para Draco, aquello fue humillante. Desde entonces, se esforzó en odiarlo. Lo atacó, se burló, lo provocó. Pero, en el fondo, la verdad era otra. Caminaba por los pasillos, perdido en sus pensamientos, cuando chocó de frente con la fuente de toda su frustración. —¡Maldición, Potter! —soltó sin pensar—. ¿Además de suicida, eres ciego? Harry lo miró con fastidio. Había tenido un día horrible, la entrevista lo había dejado agotado, Ron seguía sin dirigirle la palabra y, para colmo, ahora tenía que encontrarse con el insoportable rubio. —No estoy de humor, Malfoy —espetó con irritación, reanudando su camino. Pero Draco no estaba dispuesto a dejarlo pasar tan fácilmente. —¿Por qué no? Todos en Hogwarts hablan de ti. Deberías estar encantado. —Cierra la boca. Yo no pedí nada de esto. —¿Entonces por qué pusiste tu nombre en el cáliz? —¡Ya lo dije miles de veces, no fui yo! —exclamó, harto de repetir lo mismo. —Ni tu mejor amigo te cree —replicó Draco, ladeando la cabeza con falsa inocencia—. ¿Cómo esperas que lo hagan los demás? Harry se detuvo en seco. Se giró, con la molestia marcada en cada línea de su rostro. —Ese no es tu maldito asunto —gruñó—. Ve a fastidiar a otro. Estoy cansado de ti… y de todos en este lugar. Draco sonrió, divertido. —¿Y por qué iba a hacerlo? Molestar a otros no es ni la mitad de entretenido que molestarte a ti. La verdad era que, para Draco Malfoy, nadie más importaba. Desde que conoció a Harry Potter, toda su atención se había centrado en él. —Eres un dolor de cabeza —murmuró Harry antes de darle la espalda y alejarse. Draco se apoyó contra la pared, observándolo mientras se alejaba, con una expresión imposible de descifrar. ~°~°~ Transcurrieron pocos días desde que su nombre salió del cáliz, Ron seguía sin hablarle. Aún contaba con Hermione, pero incluso ella parecía de mal humor. No sabía cómo ayudarlo y eso la frustraba. Una noche, Hagrid llevó a Harry a escondidas para mostrarle los dragones. Eran enormes, imponentes, ellos serían el desafío de la primera prueba del Torneo. Harry ya se había enfrentado a un basilisco, incluso a varios dementores, pero en aquellos momentos no había estado completamente solo. Esta vez no tendría ayuda. ¿Cómo iba a enfrentarse a un dragón sin apoyo? Esa noche no pudo dormir bien. La idea de ser quemado vivo lo perseguía en cada pensamiento. Lo que Voldemort no había logrado… ¿lo conseguiría un dragón? Al día siguiente, todo fue peor. En los pasillos, varios estudiantes llevaban insignias mágicas anti-Potter. Se burlaban de él, como si se hubiera apuntado al torneo por puro ego. No había hecho nada malo, pero aun así lo odiaban. Especialmente los de Hufflepuff, la casa de Cedric Diggory. No vio a uno solo que no llevara la dichosa insignia, riéndose a su paso. Después de clases, Harry fue a buscar a Cedric. Quería advertirle sobre la primera prueba, al menos para que estuviera preparado. Al principio pensó que Cedric también lo rechazaría, que lo llamaría mentiroso o tramposo. Pero, para su sorpresa, le habló con más amabilidad de la que Ron le había mostrado en toda la semana. Desde lejos, Draco los observaba con desagrado. Ver a Harry acercarse a Cedric Diggory lo irritaba. Cedric no solo era popular por ser uno de los campeones, también era atractivo, el clásico chico por el que muchas chicas suspiraban. La simple idea de que Potter pudiera estar impresionado por Diggory solo aumentaba su fastidio. Más tarde, Draco presenció una discusión entre Harry y Ron. No pudo evitar aprovechar la oportunidad para molestar a Potter; después de todo, era la única forma en la que conseguía que lo mirara. Harry, agotado de todo: de las acusaciones, del desprecio general, no pensaba quedarse callado. —Me importa un bledo lo que tu padre diga, Malfoy —le soltó, furioso—. Él es vil y cruel... Y tú eres patético. Draco sacó su varita en el momento en que Harry le dio la espalda. No tenía intención real de hacerle daño, solo se dejó llevar por el enojo que lo consumía desde que lo vio hablando con Cedric. Pensó en lanzarle un hechizo, algo inofensivo, solo para incomodarlo… pero no tuvo oportunidad. El profesor Moody intervino justo a tiempo, bloqueando la varita con rapidez y dejando a Draco en ridículo frente a todos los que presenciaron la escena. Decir que estaba furioso era quedarse corto. Se culpaba a sí mismo, sí, pero más aún a Cedric Diggory. Si ese idiota no se hubiese acercado a Potter, nada de eso habría pasado. No habría perdido el control, ni habría terminado humillado. Por suerte para él, la mayoría estaba demasiado ocupada especulando sobre la primera prueba del Torneo como para prestarle mucha atención al bochorno que acababa de vivir. Esa noche, Harry volvió a la sala común arrastrando los pies. Encontró a Hermione y Ginny charlando junto a la chimenea. —¿Por qué estás tan molesto? —preguntó Hermione, notando su expresión tensa. —Ron sigue sin hablarme —bufó Harry, caminando de un lado a otro—. Todos con los que me crucé traían esa estúpida insignia, no tengo idea de quién la hizo y Malfoy sigue molestando como siempre. No sé cómo me contuve para no golpearlo. Ginny y Hermione intercambiaron una mirada preocupada. Era evidente que Harry estaba al límite. —Las insignias son cosa de Malfoy —dijo Ginny—. También fue él quien las distribuyó... aunque me sorprendió ver que él no esté usando ninguno. —¡Maldición! ¡¿Por qué no pueden dejarme tranquilo un segundo?! —exclamó Harry, alzando la voz sin poder contenerse. —Harry, trata de calmarte y siéntate —le pidió Hermione—. Deja de pensar en todos ellos y respira un momento. —¿Cómo quieres que esté calmado si cada vez que doy un paso alguien me llama mentiroso? —replicó, con el ceño fruncido y los puños apretados—. La prueba es mañana y ni siquiera sé si voy a salir vivo de esa maldita cosa. Hermione suspiró, con el corazón encogido por la angustia de su amigo. Se acercó, lo tomó del brazo y lo llevó con suavidad al sillón más cercano. —No puedes seguir así, Harry. Solo... respira. —No puedo tener un solo año tranquilo —murmuró él, dejando caer la cabeza entre las manos. —Si fuera tranquilo, no sería Hogwarts —respondió Hermione con una media sonrisa. Mientras tanto, en la sala común de Slytherin, Draco arrojaba insignias mágicas a la chimenea con un gesto frustrado. Había logrado recoger varias de sus propias creaciones, las que se burlaban de Harry, y ahora las destruía una por una. Había notado a Potter más tenso de lo normal, más agotado, más vulnerable. Le gustaba provocarlo, sí, pero no soportaba que otros lo hicieran. Las insignias habían sido solo una broma para reír un rato con sus amigos. Iba a deshacerse de ellas al día siguiente, pero alguien más se le adelantó y las multiplicó. Ahora, todo el colegio las usaba. —Esas insignias lograron que Potter pasara un mal día. ¿Por qué las destruyes ahora? —preguntó Pansy, alzando una ceja mientras lo observaba desde su sillón. —No me gusta ver la cara del cuatro ojos en cada rincón —respondió Draco con frialdad fingida—. Arruina mi día. —Tienes razón —dijo Pansy, encogiéndose de hombros—. Ya fue suficiente por hoy. Draco no respondió. Solo miró cómo la última insignia se retorcía entre las llamas hasta desaparecer. ~°~°~ La primera prueba estaba por comenzar y la expectación llenaba el aire. Las gradas vibraban con entusiasmo, pero Draco Malfoy sentía el estómago hecho un nudo. Cuando se enteró de que los campeones tendrían que robar un huevo custodiado por un dragón, su primer impulso fue incendiar todo el lugar. Si el torneo no seguía, Harry no se enfrentaría a nada. No correría peligro. Nada podría herirlo. —Creo que Potter no va a salir entero de esta —comentó Goyle con una sonrisa torcida—. Al menos no con todas sus extremidades. Draco apretó la mandíbula con fuerza. Por un momento se imaginó lanzando a Goyle al recinto, como carnada para calmar al dragón antes de que Harry saliera. Con suerte, el Colacuerno se sentiría satisfecho. Fleur Delacour fue la primera en salir. Aunque logró conseguir el huevo, regresó con graves quemaduras. Luego fue el turno de Viktor Krum, que consiguió su objetivo con una técnica precisa y salió casi ileso. Cedric Diggory, el tercero, tampoco escapó del fuego: sufrió quemaduras menores, pero visibles. Harry era el más joven, el más inexperto, aunque Draco sabía que no era precisamente un inútil, la ansiedad lo carcomía. Tenía un mal presentimiento. Uno que se le clavaba en el pecho como un anzuelo. —¿Por qué pareces preocupado? —le preguntó Pansy, notando la tensión en su rostro. —No estoy preocupado —respondió de inmediato, sin mirarla—. Son ideas tuyas. Pero cuando vio a Harry salir al centro del campo, la angustia se le anudó en la garganta. Se llevó la mano al bolsillo donde tenía guardada su varita. Si algo salía mal, si Harry llegaba a estar acorralado, no dudaría en intervenir, sin importar las consecuencias. El Colacuerno Húngaro rugió con fuerza, lanzando una ráfaga de fuego que hizo vibrar el suelo. Draco lo odiaba. Más que a Cedric Diggory. Más que a cualquier otro. Porque solo él tenía derecho a hacerle daño a Harry Potter. Ver al dragón atacar le provocaba una furia que no supo explicar. El corazón se le detuvo cuando vio a Harry salir disparado en su escoba, con el dragón siguiéndolo en vuelo. Desde las gradas, ya no podía ver lo que ocurría. Solo escuchaba el rugido de la criatura, el murmullo creciente de la multitud. —Potter va a morir —susurró alguien cerca de él. La impotencia lo consumía. Cada segundo que pasaba sin ver a Harry era una tortura. Draco intentaba aparentar calma, pero la angustia le recorría el cuerpo como una corriente eléctrica, y en cualquier momento iba a estallar. Estuvo a punto de sacar su varita, correr tras él, pero justo cuando se decidió, Harry regresó. La multitud lo recibió con vítores. Incluso aquellos que habían dudado de él o lo habían insultado horas antes lo celebraban como si siempre hubieran creído en él. Para Draco, todos eran unos hipócritas. Pero, pese a todo, él también quería festejar. Quería correr hacia Harry, abrazarlo, decirle que lo había hecho increíble. Sabía, sin embargo, que si se acercaba solo lograría arruinar el momento. Potter lo mandaría al diablo y todo ese alivio que sentía se convertiría en una nueva discusión. Al menos, pensó, Diggory no estaba ahí. —¿Por qué nadie los calla ya? —murmuró Pansy, observando desde lejos a la multitud—. Ya casi es hora de dormir. —Potter tiene más vidas que un gato —añadió Goyle con desgano—. Vámonos, no quiero seguir viendo esto. —Vayan ustedes, los alcanzo luego —dijo Draco, apartándose por otro pasillo. Si no podía celebrar con él, al menos podía hacer algo que tuviera valor. Sabía lo mucho que la pelea con Weasley había afectado a Harry. Reconciliarlos sería, de alguna forma, su regalo. Aunque Harry nunca supiera que fue él. Caminó por los pasillos hasta encontrar a Ron deambulando en solitario, con las manos en los bolsillos y cara de arrepentimiento. —Vaya, Weasley. ¿Potter no te invitó a su fiestita improvisada? —dijo Draco alzando una ceja apenas lo vio. Ron lo miró con fastidio. —No está haciendo una fiesta. —Como quieras llamarlo. Pero tú no estás con él, ¿verdad? Tal vez Potter se dio cuenta de que tener un amigo tan insignificante como tú es humillante. Después de todo, él es famoso, el niño que sobrevivió, venció al dragón… —Harry no es como tú —espetó Ron, encarándolo—. Él no piensa así. Es mi mejor amigo. "Mejor amigo…" Draco sintió una punzada, tan rápida como molesta. Él también podría ser su mejor amigo, si Harry se lo permitiera. Pero conoció a Weasley primero. —¿Siguen siendo amigos? —preguntó con una sonrisa venenosa—. ¿Cuántas semanas llevan sin hablarse? Hoy Potter pudo haber muerto, y tú habrías sido ese mejor amigo que decidió no creerle. Ron apretó los puños. Lo odiaba por tener razón. —Cállate, Malfoy. Tú no sabes nada. —¿De verdad crees que Potter puso su nombre en el cáliz? —soltó Draco con sarcasmo, deteniéndose a mirar a Ron—. Si lo hizo, es un completo idiota suicida. Pero yo no lo creo. Solo alguien que realmente quisiera verlo muerto lo habría hecho. Las palabras lo golpearon más fuerte de lo que Draco imaginaba. Ron bajó la mirada, sintiéndose más culpable con cada segundo. Si Harry realmente hubiera metido su nombre en el cáliz, se lo habría contado a él o a Hermione. Pero no lo hizo. ¿Cómo mirarlo ahora, después de llamarlo mentiroso tantas veces? Si Harry hubiera muerto hoy, no se lo habría perdonado nunca. —Recuerdo el primer año —continuó Draco, como si pensara en voz alta—. Potter eligió no ser mi amigo... y ahora tú le das la espalda después de que te defendió tantas veces. Seguro está arrepentido de haber confiado en ti. Ron lo miró con rabia, pero no respondió. No porque no tuviera ganas, sino porque Malfoy tenía razón. Recordó todas las veces que Harry lo había apoyado, incluso cuando no tenía motivos. Recordó cuando lo defendió de Draco la primera vez que se conocieron, las travesuras juntos, los partidos, las risas. ¿Cómo había podido dudar de él? Harry merecía un amigo mejor. Sin decir una palabra, Ron se alejó, tragándose el nudo en la garganta. Entonces, un estruendo ensordecedor llenó el pasillo. El sonido fue tan fuerte que creyó que los tímpanos iban a estallarle, pero desapareció tan rápido como había llegado. —¿Pero qué demonios fue eso? —preguntó confundido al encontrarse con Harry y con sus demás compañeros. Cuando vio a su amigo se sintió el doble de culpable y arrepentido, era momento de disculparse con él. Desde lejos, Draco los observaba en silencio, medio oculto entre las sombras del pasillo. Sus labios se curvaron apenas en una sonrisa. No necesitaba más. Harry, sin saber por qué, sintió de pronto que alguien lo miraba. Alzó la vista y buscó entre la multitud, pero no vio a nadie. ~°~°~ Los días transcurrieron, Harry se sentía mucho mejor desde que él y Ron habían hecho las paces. Volvieron a sentarse juntos en el Gran Comedor y todo parecía como antes. Ahora, su única preocupación era con quién ir al Baile de Navidad. —Demonios, enfrentas dragones y no consigues una chica —le decía Ron. —Creo que prefiero los dragones. El día del baile se acercaba rápidamente, Harry aún no había invitado a nadie. Entre clases, Ron hablaba constantemente del evento, lo que solo aumentaba su ansiedad. Incluso llegó a pensar que sería mejor no asistir. Mientras subía por las escaleras nevadas hacia la lechucería, se encontró con Cho y, reuniendo valor, la invitó al baile. Ella lo rechazó con amabilidad porque ya alguien más la había invitado. Draco, que lo había seguido discretamente, escuchó toda la conversación. Al ver bajar a Chang, la observó con un desprecio tan evidente que hizo que ella apurara el paso, visiblemente incómoda. Sin detenerse, Draco continuó subiendo hasta alcanzar a Harry. —Debes sentirte herido porque te acaban de rechazar, pobre Potter. Harry bufó al reconocer esa voz irritante. Apartó la mirada de las lechuzas y se giró para enfrentarlo. Lo encontró sonriendo con esa expresión arrogante que tanto detestaba, una sonrisa que habría querido borrarle a golpes. —No me rechazaron, sólo que alguien más ya la había invitado. En cambio, a ti te rechazarían incluso si les pagaras. Sus palabras no parecieron afectarle. —Hay muchas chicas queriendo ir al baile conmigo. Podría hacerte una lises verdad, dime con quié con quién vas a ir. —Aún no he invitado a nadie. La persona con la que quiero asistir no quiere ir conmigo. Harry soltó una risita burlona. —¿Te rechazó? Me hubiera gustado ver eso. —No hubo nada que ver. No se lo he preguntado. Harry lo miró, confundido. —¿Y cómo sabes que no quiere ir contigo? Aunque supongo que tendrá sus razones... eres insoportable. —Soy insoportable para aquellas personas que no me conocen. —Con tu actitud, haces que nadie quiera conocerte. Draco no se inmutó. Sabía perfectamente que Harry lo odiaba, y no podía culparlo, se había ganado ese desprecio a pulso. —Leí en el periódico que estás saliendo con Granger —cambió de tema con tono casual—. Pero también decía que ella sale con otros. Esa sangre sucia... —No hables así de ella —lo interrumpió Harry, fulminándolo con la mirada. Draco se encogió de hombros, restándole importancia, fue directo a lo que realmente quería saber. —¿Entonces estás saliendo con Granger o no? —Es mi mejor amiga, no mi novia. Ese periódico solo dice mentiras. Draco asintió lentamente, esbozando una sonrisa. Ya lo sabía, pero necesitaba oírlo de la boca de Harry. —¿Por qué te importa eso? —preguntó el pelinegro, frunciendo el ceño al notar su expresión—. ¿Por qué querías saber si estoy o no saliendo con Hermione? Draco se quedó en silencio, sin saber qué responder. Admitir que no odiaba a Harry Potter no era una opción. Ni aunque estuviera muriendo. Harry lo observó con atención, esperando una respuesta. No confiaba en Malfoy. Sabía que lo detestaba a él y a sus amigos, que haría cualquier cosa para molestarlos o lograr que los expulsaran de Hogwarts. —Escúchame, Malfoy —dijo, acercándose y empujándolo con fuerza, obligándolo a retroceder—. No te atrevas a meterte con mis amigos, o haré que te conviertas en hurón para siempre. La escena de aquel día cruzó fugazmente por la mente de Draco. Volvió a sentir la humillación, pero se obligó a mantener el control y no dejar que Harry lo notara. —¿Cómo te atreves a amenazarme, Potter? No podrías hacerme nada, ni aunque lo intentaras —replicó, empujándolo también. Continuaron discutiendo e insultándose mientras se empujaban una y otra vez. El suelo, cubierto por una fina capa de nieve estaba resbaloso, pero ninguno de los dos lo notó en medio del enfrentamiento. Estaban cada vez más cerca de las escaleras. —El profesor Moody debió dejarte como hurón —espetó Harry—. Al menos así no tendría que escuchar tu irritante voz. —Si vuelves a llamarme hurón una vez más, haré que te corten la lengua. —¿Por qué no cierras la boca, maldito hurón? Draco lo empujó con fuerza, Harry se lo devolvió. En ese último movimiento, Draco perdió el equilibrio y resbaló. Instintivamente se aferró a lo único que tenía cerca: la mano de Potter. Harry, que no tenía intención de matarlo, al menos no de verdad, lo sujetó con fuerza y tiró de él para evitar que cayera por las escaleras. Lo logró, pero en el proceso terminó en el suelo con Draco encima, aún aferrado a su mano. El impacto fue brusco, Harry soltó un quejido por el golpe. Draco, sin embargo, no pareció notarlo. Se quedó mirando los ojos verdes de Potter, tan cerca que por un momento se le olvidó dónde estaba. Nunca los había tenido tan cerca. Nunca se habían visto tan brillantes. Harry frunció el ceño, incómodo. No entendía por qué Draco lo observaba de esa forma, con tanta intensidad. Por un segundo pensó que estaba evaluando la mejor manera de arrancarle los ojos o estrangularlo. Así que, sin pensarlo, lo empujó a un lado y se incorporó. Draco parpadeó, saliendo de su aturdimiento, y se levantó también. —¡Maldito seas, Potter! Ibas a matarme —soltó, sacudiéndose la ropa con indignación. —Resbalaste. Y te salvé —respondió Harry, aún molesto. —Mi padre sabrá sobre esto. Hará que te expulsen. Sin esperar respuesta, Draco se giró y bajó las escaleras casi corriendo, como si lo persiguiera un dementor. Estaba avergonzado. Haberse perdido en los ojos de Potter lo perturbaba más que la caída. Al menos, pensó con alivio, Harry no lo había notado...