Capítulo 2
24 de septiembre de 2025, 16:01
Cuando se encontraron en la alcoba, el vampiro se acercó a Dorian, sus dedos danzando suavemente entre los sedosos cabellos del joven. Este se volvió, ansioso por saborear esos labios carnosos que habían despertado en él un deseo latente desde su primer encuentro. El beso, fugaz y ligero, no lo conmovió del todo, pero encendió en su cuerpo el fuego familiar del deseo.
Con anhelo, intentó acariciar el vientre de Armand, pero este lo giró con un gesto firme, tirando suavemente de su cabello para revelar la piel delicada de su cuello.
El vampiro, con un roce ligero, lamió esa superficie suave, dejando un camino invisible que Dorian sintió secarse al instante, provocando un estremecimiento que recorrió su ser.
Armand, embriagado por la fragancia natural del joven, percibió la suavidad de su cabello y la armonía compleja de aquel cuerpo masculino, un tesoro que lamentaba tener que marchitar.
Cada centímetro de la piel de Dorian era un deleite, con un aroma que embriagaba sus fosas nasales. Se estremecía bajo las caricias del vampiro que, al pensar en lo efímero que iba a ser ese encuentro, sintió una punzada de dolor. No obstante, se esforzó por ahuyentar esos fatales pensamientos y acarició los brazos esbeltos que se abrían como un refugio para él.
Y entonces se sumergió en el pecho de Dorian. Sin saber por qué, se vio desabotonando la delicada camisa, ojal por ojal, mientras el rubio lo observaba con una intensidad que le había sido esquiva desde hacía tiempo. Aquellos ojos acuosos, cargados de deseo y de lujuria, lo consumían por dentro.
Dorian permitió que los labios de Armand exploraran su abdomen, haciendo que la piel se le erizara en un torbellino de sensaciones.
Armand, al acercarse a su deseo, sonrió con voracidad pero, en lugar de ceder a la ansiada caricia, se lanzó hacia sus labios, reclamando un beso que parecía contener el universo entero. Dorian, por primera vez, cedió el control, dejándose llevar por la marea de lo desconocido, sintiendo cómo una suave caricia en su mejilla lo obligaba a arrodillarse.
Obedeció, sin apartar su mirada de los ojos castaños de Armand, que brillaban con una mezcla de ansias y deseo. Se adentró entre las prendas, rasgando y desabotonando hasta toparse con la piel pálida y fibrosa del vampiro. Su tacto era un canto, un susurro de promesas, mientras descendía por el vientre hasta encontrar lo que ardía en su interior.
Nunca había ofrecido tal intimidad; el acto de ceder era nuevo y liberador. Pero aquella noche se entregó sin pensarlo, dejando a un lado cualquier resistencia.
Armand, arqueado por el placer, dejó escapar un suspiro. La calidez de Dorian lo consumía, cada roce era un eco de deseo reprimido y, no obstante, se negaba a que la noche llegara a su final.
Con un movimiento decidido, lo elevó y lo lanzó sobre la cama, dejando a Dorian con una mirada que, aunque inocente, guardaba un fuego abrasador.
Se lanzó hacia él, atrapándolo entre sus brazos, y Dorian, sorprendido, lo recibió, aferrándose con tal desesperación. En ese instante, ambos se sintieron atrapados por un poder que iban más allá de sus cuerpos, un juego de seducción y deseo.
Armand, embelesado por la visión de Dorian entre sábanas de seda, lo observó con avidez. La camisa a medio quitar y la piel palpitante del joven eran un espectáculo que lo desarmaba.
El sabor de la fragancia de Dorian se mezclaba con la sudoración de su piel, creando un néctar embriagador. Cada beso, cada caricia, lo acercaba más a un abismo que había temido. La tentación de morder, de saborear la vida misma, lo consumía.
El rubio dejó escapar un gemido de sorpresa, recibiéndolo con brazos y piernas. Apretándolo como tantas veces lo apretaron cientos de mujeres mientras suplicaban que no se apartara de ellas.
Ahora se sentía igual que aquellas damas de alta alcurnia: sometido por completo a los encantos de aquel desconocido que, sin duda alguna, no pensaría dejarlo hasta haber saciado su apetito, y hasta que rindiera ante él su bien más preciado.
Armand lamia y besaba de modo frenético hasta que se encontró con los labios de Dorian que mordió suavemente antes de hacerlo suyo, con la lengua y con su intimidad.
Un quejido ahogado entre sus labios, las manos del rubio bien prendadas a su espalda y su boca devolviendo cada beso.
—Esp…Espera, por favor —exclamó Dorian en su oído, pero el vampiro no era capaz de contenerse. Bombeaba con desesperación.
Dorian dejó escapar una lágrima. Nunca había imaginado que se sentiría así. Que el dolor y el placer podrían conjugarse de tal manera que las líneas que lo separaban llegaban a desvanecerse por momentos.
Se apretó aún más al cuerpo del vampiro, sintiendo que poco a poco comenzaba a ganar calidez.
Al final, sintió unos deseos intensos de llorar. No solo porque aquella había sido una experiencia única, sino porque, por vez primera, había logrado sentir lo que significaba entregarse.
Pese a que aquel era un completo desconocido, había algo en su rostro que lo atraía de modo voraz, como ningún otro ser humano en el mundo. Algo que lo identificaba y lo conmovía, como si hubiese encontrado el complemento que hasta esos momentos no sabía que necesitaba.
Desde aquel momento en el bar, cuando lo miró por primera vez, sintió aquella necesidad de conocerlo, de pertenecerle en todos los aspectos.
Armand lo abrazó con fuerza, tal y como si se tratase de un antiguo enamorado. Lo apretó con todo su ser y le depositó un par de besos en la mejilla y en los labios.
Nunca había experimentado tal desesperación romántica por nadie. Ni siquiera por aquellos jóvenes con los que experimentó de todo antes de su transformación. El sexo era un acto desesperado, apasionado, húmedo y delicioso, pero nada más. No había sentimientos de por medio.
Y pese a que en aquel encuentro tampoco podría haber sentimiento alguno, lo cierto es que por alguna razón se había sentido profundamente compenetrado con aquel chico de aspecto delicado.
No entendía si se trataba de su belleza etérea o de lo que podía intuir en su mirada.
—¿Cuál es tu nombre? —susurró el chico bajo su cuerpo.
El vampiro le dedicó una intensa mirada.
—Armand.
—Armand —sonrió este.
El moreno sintió un aguijón en su pecho. No podía seguir contemplando aquel rostro perfecto imbuido por las olas de la fruición. Sabía que debía consumir su sangre, para eso estaba ahí.
—Gracias por esta experiencia, Armand —prosiguió el rubio, entre suspiros.
De pronto, Armand sintió el peso de su decisión. El arrepentimiento intentaba cobrarle toda su seguridad. Un pensamiento fugaz sobre convertirlo en uno de los condenados le atravesó como disparo. Pero no… no podía hacer algo como eso. No podía invitarlo a ese mundo repleto de sangre, muerte y depravación. No podría hacerle algo tan horrendo a alguien tan hermoso como él.
Y, en un impulso desesperado, sin poder darle alivio a sus pensamientos, clavó sus colmillos en el cuello de Dorian, intentando apresar la esencia de aquel joven que amenazaba con iluminar su interior.
El momento, antes apasionado y delicioso, se convirtió en una danza frenética entre la vida y la muerte, y Dorian, atrapado entre las llamas del placer y del dolor, se batió contra el vampiro en una batalla que, en su interior, ya sabía perdida.
Armand sentía que la sangre se le metía a la boca a borbotones, seguramente propulsada por el ritmo acelerado del muchacho. No obstante, cuando estuvo a punto de vaciarlo por completo, un dolor cáustico lo recorrió, obligándolo a separarse sin comprender qué demonios estaba pasando.
El rubio se quedó petrificado en la cama. Su cuerpo se había transformado, de un fuerte, hermoso y cándido muchacho, a un anciano decrépito, escuálido y desgarbado. Armand frunció el ceño ante aquella visión, pero no tuvo tiempo alguno para la reflexión, pues de pronto Dorian volvió a su estado normal tras unos segundos.
No así él, quien sentía que su ser se quemaba por dentro, ahí, en los rincones en donde la sangre de Dorian corroía.
El joven de ojos azules se puso de pie con dificultad y lo miró, mezcla sorpresa, terror y desconcierto.
El vampiro se retorcía entre espasmos, confundido. Él podía sentir aún el aguijón en su cuello y la terrible sensación de estar perdiendo sangre lentamente. Y pese a que su primer instinto había sido el de prestarle ayuda, lo único que pudo hacer fuer coger su ropa y salir de la habitación, a trompicones.
No dejó de correr hasta conseguir un carruaje que lo llevó hasta su hogar. Y, aun así, viéndose entero y seguro, no dejaba de mirar hacia atrás con temor. No podía pensar en otra cosa que en perderse para siempre, esconderse de aquel ser extraño que, con toda certeza, no era humano.
Pero ¿lo era él, acaso?
Al entrar a casa y dejarse caer sobre el mullido colchón, Dorian se cubrió el rostro con las manos.
No podía creer que era aún más letal que cualquier criatura sobrehumana en el mundo. Corrosivo, incluso para un ser como Armand. Sea lo que este fuera.
Entre jadeos, dejó escapar un suspiro y observó el techo de su alcoba. Todo se encontraba en penumbras y en silencio, pero en su mente no había más que ruido.
Se miró las manos, confundido y aterrado por lo que acababa de experimentar.
El dolor en su cuello no cesaba, aunque la herida ya se había cerrado en su totalidad.
—Armand —susurró en medio de la oscuridad—. Armand