ID de la obra: 1048

Colisión: El último equilibrio

Otros tipos de relaciones
PG-13
En progreso
1
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planificada Maxi, escritos 17 páginas, 5.556 palabras, 5 capítulos
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Prólogo

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El aire sabía a sal y a promesa. A bordo del Viento de Hielo, cada ciclo en mar abierto era una bendición. Hemi sintió la brisa salada en su rostro y sonrió, una sonrisa genuina y sin esfuerzo. A su lado, el Capitán Rakei soltó una carcajada, un sonido estruendoso y honesto como el de una ola rompiendo contra un arrecife. —¡Mira eso, muchacho! —dijo Rakei, señalando con un trozo de pescado ahumado a una manada de Cazadores de Estelas que danzaban en la estela de la nave—. El mar nos sonríe hoy. Buena pesca, buen viento y buena compañía. Rakei le dio una palmada en la espalda que casi lo derriba y le ofreció la mitad de su ración. Hemi la aceptó, agradecido. En sus veinte ciclos de vida, nunca había tenido un hogar hasta que subió a este Calao. Rakei no era solo su capitán; era la figura paterna que nunca tuvo. Y la tripulación no eran sus compañeros. Eran sus hermanos. Los amaba con una lealtad forjada en tormentas compartidas y silencios bajo las lunas. Eran su clan. Su todo. Mientras la luz de Astor comenzaba su descenso, pintando el cielo de un naranja sangriento, Hemi supo que el momento había llegado. —Capitán, voy a revisar las amarras de la carga —dijo, su voz firme, sin delatar la tormenta en su interior. —Buen hombre —respondió Rakei, dándole otra palmada—. El trabajo antes que el descanso. Por eso serás un gran cazador algún día. Hemi se adentró en la bodega de carga, el olor a pescado salado y a madera de alga-árbol envolviéndolo. Se sentó en la oscuridad, entre las cajas y los barriles, y cerró los ojos. No necesitaba velas ni runas. Su fe era más simple. Más terrible. Se concentró. Reunió cada recuerdo, cada risa, cada gesto de camaradería. La forma en que Rakei le enseñó a leer las estrellas. La vez que una joven tripulante le salvó de caer por la borda. El calor del alcohol de leviatán compartido junto al motor. Lo reunió todo, el afecto genuino que sentía por esta gente, y lo convirtió en una ofrenda. Era el sacrificio que Tel'katzon exigía para su milagro. Un sacrificio equivalente al vacío que estaba a punto de crear. Susurró la única oración de su fe: Que el mundo se rompa. Que nazca algo nuevo. Y entonces, tiró de los hilos. No era una creación, era una anulación. Sintió un desgarro en su alma, un tirón frío y absoluto que le robó el aliento. No fue el olvido. Fue una extirpación. La estructura emocional que lo definía fue arrancada de su existencia y arrojada a la no-existencia. Abrió los ojos. La bodega olía igual, se veía igual. Pero él estaba vacío. Volvió a subir a cubierta. Vio a Rakei riendo con su tripulación. Eran una colección de componentes biológicos, de materia organizada cuyo orden era una ofensa para la gloriosa entropía. Su propósito ya no era interactuar con ellos. Era borrarlos. El milagro comenzó. Una de las cuerdas del ala de babor, gruesa como el brazo de un hombre, no se rompió. Simplemente se deshizo, sus fibras perdiendo cohesión y convirtiéndose en una nube de polvo gris que el viento se llevó. La tripulante en el puesto de vigía gritó confundida. Luego, un remache de metal en la barandilla comenzó a oxidarse. Lo hizo con una velocidad antinatural, floreciendo en un cáncer marrón que se extendió por la placa de acero en segundos, convirtiéndola en un encaje quebradizo que se desmoronó con el siguiente embate de una ola. El pánico comenzó a extenderse. El caos. La entropía. La madera de alga-árbol bajo sus pies perdió su solidez. Se volvió blanda, pulposa, como si su estructura celular hubiera decidido, de repente, rendirse. Los tripulantes tropezaban, hundiéndose hasta los tobillos en una cubierta que se estaba convirtiendo en lodo. —¡Por Noctua! ¿Qué es esto? —rugió Rakei, su rostro una máscara de incredulidad. No era un ataque. No había enemigo al que enfrentarse. Su mundo, su hogar, su nave... simplemente se estaba deshaciendo. Hemi se aferró a un barril de carga mientras el Viento de Hielo se inclinaba, su estructura cediendo. El casco no se partió con un crujido. Se disolvió. El agua no entró con violencia; fue absorbida por la madera que se deshacía, y la nave comenzó a hundirse no por una brecha, sino por su propia y fundamental inexistencia. El agua helada lo engulló. Cuando salió a la superficie, aferrado al barril, el Viento de Hielo ya no estaba. Solo quedaban restos flotantes y un puñado de supervivientes que gritaban en la oscuridad. Vio a cuatro de ellos aferrados a un trozo del mástil, sus rostros iluminados por el terror y la incomprensión. —¡Un Leviatán! —gritó uno de ellos—. ¡Nos atacó desde abajo! ¡Un Leviatán nos partió en dos! La mentira nació de su miedo, una explicación lógica para un evento que desafiaba toda lógica. Hemi escuchó la mentira y la aceptó. Sería la historia oficial. Nadie sospecharía la verdad. Miró los rostros de las unidades biológicas con las que había compartido espacio, ahora meros náufragos cuyo destino le era indiferente. No había pena. No había triunfo. No había nada. El capitán Rakei había desaparecido. Un vacío se había creado. La entropía había sido servida. Flotando en el agua fría, bajo la mirada indiferente de las lunas, el Deshilador observó el caos que había creado y sintió la calma absoluta del vacío en su interior. El viejo mundo se deshacía. Y era hermoso.
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