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La Torre estaba en silencio esa noche. Lena estaba acurrucada en el sofá, con las piernas dobladas bajo sí misma, un libro abierto en las manos y una taza de té a medio tomar en la mesa baja frente a ella. Había sido uno de esos días raros donde no hubo urgencias, ni amenazas interdimensionales, ni reuniones de último minuto. Solo paz. Unos pasos seguros interrumpieron su concentración. —¿Vienes a rescatarme de mi lectura y a invitarme a una sobredosis de azúcar? —preguntó Lena sin apartar la vista de la página. —Obvio microbio —respondió Kara, sentándose junto a ella en el sofá—. Tu té sigue humeando y estás en modo total relax. Me encanta. Lena marcó la página con una tarjeta y cerró el libro con suavidad. —Ha sido un día tranquilo. Los sistemas funcionan como deben, los accionistas no me han llamado y no hay amenazas en L-Corp. Lo extraño es eso… que no hay alboroto. —Entonces estamos sincronizadas. En Catco tampoco ha habido incendios hoy. Bueno, salvo por un artículo que alguien intentó subir con fuentes inventadas. —¿Y? —Como toda una editora en jefe, le grité por correo. Muy profesional todo. Las dos se rieron. —A propósito de profesionalidad —dijo Lena, acomodándose el cabello tras una oreja—, esta semana recibimos al grupo de practicantes. Hay una chica nueva… Raisa. Tiene algo… interesante. Seria, reservada y con una postura que grita entrenamiento militar. O como si hubiese crecido en una base secreta. —¿Y eso te llamó la atención? Lena asintió, pensativa. —No por desconfianza. Es solo que… no encaja del todo con los demás. No habla, pero observa. Como si lo estuviera evaluando todo. Me recordó un poco a ti, la primera vez que estuviste en mi oficina. Solo que tú eras más tímida y… medio tonta. —Apretó los labios para reprimir una sonrisa. Kara fingió una ofensa teatral. —¡Oye! ¡Yo sí hablaba! —Ahora sí. Pero cuando te conocí, eras toda esa fachada de «periodista torpe con gafas» y en realidad llevabas una capa y peleabas con alienígenas en secreto. —Touché —rio Kara. —Igual, puede que me equivoque. A veces, lo más interesante de alguien no está en lo que dice, sino en lo que calla. Kara la miró con una sonrisa cómplice. —¿Y vas a investigarla como buena Luthor? —No. Por ahora, solo observaré. Soy su mentora, no su interrogadora. Kara apoyó la cabeza en el respaldo y cerró los ojos un momento. —¿Sabes qué me encanta de esto? —¿Qué? —Que podemos tener este tipo de noches. Sin caos. Solo té, donas y conversaciones normales. Lena miró su taza y luego a Kara. —Sí… eso también me gusta. La mañana siguiente, llegó temprano a L-Corp. Los pasillos estaban envueltos aún en el silencio habitual de las primeras horas. Quienes trabajaban durante la noche deambulaban por los corredores con el letargo dibujado en el rostro, carentes de energía para entablar conversaciones. Su destino inicial era la oficina, pero cambió de rumbo en el último momento y se dirigió al laboratorio de IA. Aunque los practicantes habían comenzado solo unos días atrás, quería observar su progreso o, al menos, su capacidad de adaptación. Siendo honesta consigo misma, también deseaba asegurarse de que no hubieran cometido ningún error (agradecimientos no tan cordiales a Lilian por esa desconfianza instalada en lo más profundo de su instinto). Al cruzar la puerta, lo último que esperaba era encontrar a alguien más tan temprano. Pero ahí estaba. La chica soldado... como la había apodado la noche anterior con Kara. De pie, frente a una de las estaciones de trabajo, Raisa sostenía una tableta, con el rostro bañado por la luz azulada de las pantallas. Tenía el ceño ligeramente fruncido y la mandíbula tensa por la concentración. Lena se detuvo un momento y la observó en silencio. Había algo en su postura que resultaba casi intimidante: erguida, firme, con cada músculo listo para reaccionar. Su altura era comparable a la de Kara, aunque su espalda era visiblemente más ancha. La camisa y el pantalón marcaban un cuerpo compacto y de líneas fuertes pero proporcionadas. ¿Entrenaría a diario? ¿O simple bendición genética? El cabello corto, negro, ligeramente revuelto, le daba un aire de rebeldía y acentuaba sus pómulos definidos. Su estilo tan pulcro, profesional y con un toque andrógeno le recordó los días en los que recién había comprado Catco, cuando Kara se paseaba por la redacción con aquellas camisas de botones, metidas en pantalones de corte recto; una imagen más asertiva, más segura, más… Sacudió la cabeza, alejando esos pensamientos. Ya no sentía ese tipo de cosas por su mejor amiga. —¿Eres siempre la primera en llegar? —preguntó al fin. Raisa giró el rostro con calma, como si ya hubiese percibido su presencia desde antes, y asintió. —No duermo mucho. Lena alzó una ceja. No había ni rastro de fatiga en el rostro de la chica, ni ojeras, ni signos de agotamiento. —¿Desde qué hora estás aquí? —Desde las cuatro. Vaya. Lena había encontrado a alguien más obsesionada con el trabajo que ella misma. —Interesante. Y supongo que eso explica tu nivel de enfoque. —Se acercó para mirar la pantalla de la tableta—. ¿Qué estás revisando? —Las secuencias de retroalimentación del modelo predictivo. Encontré una inconsistencia mínima en los eventos de amenaza clase dos. Estoy verificando si fue una falla de entrada o un patrón mal clasificado. Lena sonrió, genuinamente impresionada. —Estás más adelantada de lo que esperaba para la primera semana. Raisa levantó la mirada y la sostuvo sin vacilación. Sus ojos, de un oscuro casi negro, eran difíciles de leer, pero transmitían convicción. —No puedo perder el tiempo. Por un instante, Lena percibió algo más allá del profesionalismo en esa respuesta. Una necesidad urgente, un anhelo de propósito que no parecía tener que ver solo con el trabajo. Decidió no ahondar. —Bien. Avísame si confirmas ese error. Quiero que veas de cerca cómo se maneja una corrección de sistema en tiempo real. —Sí, señora. Lena contuvo una carcajada. Recordó las bromas con Kara la noche anterior sobre cómo esa chica la saludaría como si fuera una comandante militar. Y al parecer, no se habían alejado mucho de la realidad. Se aclaró la garganta. —Lena —corrigió. Raisa no titubeó ni se avergonzó. A diferencia de muchos jóvenes con los que Lena había trabajado, no parecía sentirse intimidada en lo más mínimo. —Sí, Lena. Por un momento, Lena sintió un ligero cosquilleo de nervios en el estómago. Ella era la mentora, la jefa, la mujer al menos ocho años mayor. Y, sin embargo, aquella joven la miraba con una firmeza desarmante, sin pestañear siquiera. Asintió y giró sobre sus talones. Mientras se encaminaba a su oficina, descubrió que aún llevaba la mirada de Raisa fundida en algún rincón de su mente.***
Me quedé mirando la puerta por la que Lena había salido. No por vigilancia ni respeto jerárquico, sino por... No, no sabía la razón exacta. Parpadeé con lentitud y volví la vista a la pantalla. Las secuencias seguían allí, esperando mi análisis. Sin embargo, mi mente no regresó de inmediato. Había una tensión en mi cuerpo, pero no era muscular. Era algo más difuso, más interno. Como si una parte de mí quisiera seguir a Lena y otra se esforzara por quedarse anclada en su lugar. Fruncí el ceño. Ese pensamiento era irrelevante. No aportaba nada concreto. No cumplía ninguna función lógica. Lo descarté como una anomalía mental temporal, probablemente consecuencia de un desequilibrio hormonal tras una noche sin combate, y me volqué nuevamente al trabajo. Un par de horas más tarde, mis compañeros comenzaron a llegar. George fue el primero en acercarse. —Caramba, chica. ¿Dormiste aquí? —Solo llegué temprano —respondí sin apartar la mirada de la pantalla. —¿Ya te quieres lucir con la jefa? Ese comentario había sido de Michelle. Ella tenía la costumbre de hacer ese tipo de observaciones desde que estudiábamos en la universidad. Una vez, mi madre me dijo que las personas que sentían envidia tendían a expresarse de esa forma. Envidia, según Claire, era el deseo de poseer algo que otro tiene. Y, por más que yo lo analizaba, no comprendía qué podría querer Michelle de mí. Los humanos se movían por el dinero, el estatus, la inteligencia o la belleza física, y Michelle poseía todo eso con creces. —Ah, ya déjala en paz —intervino Anna—. Raisa, ¿en qué estás trabajando? Anna era más cerebral. Aunque yo solía ocupar el primer lugar en clases, ella competía conmigo de vez en cuando por ese puesto. —Encontré una inconsistencia. Pathos clasificó una situación como moderada, pero hubo una reacción violenta inesperada. Revisé los datos físicos y contextuales, y todo indicaba que estaba bajo control. Anna asintió, pensativa. —Precisamente ayer estuve analizando un caso similar, y me percaté de que la IA a veces no toma en cuenta el componente emocional. «Emociones». Por supuesto. Los humanos eran criaturas movidas por ellas. Algunos parecían incluso adictos a sentirlas. Otros, en cambio, huían de ellas y se refugiaban en lo que llamaban «drogas». Volví la mirada a la pantalla y repasé la situación nuevamente. Sí, ya había encontrado el error. —Tengo que hablar con Lena. Salí del laboratorio con paso firme y me dirigí hacia las oficinas. Al llegar a la recepción, me acerqué a su secretaria. —Buen día. Necesito hablar con Lena. La mujer frunció el ceño y me escaneó de arriba abajo. —¿Eres una de los practicantes? —Sí, señora. —No es común que vengan a verla. Normalmente, ella es quien se acerca a ustedes durante los espacios asignados en su agenda para evaluar su proceso. El estómago se me contrajo y mi respiración se aceleró. Eso era ira. ¿En serio iba a negarme el acceso? Apreté la mandíbula y la miré fijamente, sintiendo ese fuego familiar recorriéndome por dentro. Los humanos a veces olvidaban su lugar; eran seres frágiles, con cuerpos que podían ser heridos con un solo movimiento de mi mano... El rostro de la secretaria cambió de inmediato. Abrió los ojos con exageración y la boca se le torció en una mueca que yo ya había visto antes… En otras personas. Cerré los ojos un instante y tomé una bocanada de aire. Sabía de dónde venían esos pensamientos: del instinto saiyajin que vivía en mí, agazapado, esperando siempre una excusa para emerger. Di un paso atrás. Desde niña había aprendido a reconocer el miedo que a veces provocaba en los demás. Y ese temor, lejos de satisfacerme, me dejaba vacía. —Esperaré a que ella vaya a los laboratorios. Gracias. Me giré y di unos cuantos pasos, pero una voz firme y serena me detuvo.***
Lena soltó un suspiro apenas puso el punto final al informe mensual para el DEO. Colaboraban de forma regular, sobre todo en asuntos relacionados con tecnología alienígena, y aunque le apasionaba el tema, aquel informe había sido particularmente extenuante. Desvió la mirada hacia la taza de café junto a su portátil, ahora fría y abandonada, y sus papilas gustativas reclamaron una nueva dosis de energía. Instintivamente, estiró la mano hacia el intercomunicador para pedirle a Andrea, su secretaria, que le llevara una taza, pero se detuvo. Había pasado las últimas dos horas inmóvil frente a la pantalla, y un poco de movimiento no le vendría mal. Además, podía aprovechar para desviarse hacia los laboratorios. Tenía curiosidad por saber si Raisa ya había detectado la anomalía en el sistema. Reconocía que la chica tenía disciplina. Eso había quedado claro desde el primer día. Seria, responsable, más que puntual y metódica. Características difíciles de encontrar en alguien tan joven. Abrió la puerta de su oficina y se detuvo al verla allí, frente a Andrea, en el recibidor. Raisa había ido a buscarla. «Qué coincidencia», pensó. Sin embargo, su atención no tardó en enfocarse en su secretaria, cuya expresión denotaba incomodidad, incluso algo de temor. —Esperaré a que ella vaya a los laboratorios. Gracias. Apenas la chica terminó de hablar, se dio la vuelta para marcharse. Pero Lena no la dejó ir. —Raisa. La chica se giró de inmediato. Lena esbozó una leve sonrisa y le hizo un gesto para que la siguiera de regreso a su oficina. Antes de entrar, se volvió hacia Andrea, que aún se veía un poco pálida. Ya hablaría con ella sobre lo ocurrido con la practicante. —¿Puedes traerme más café, por favor? —Por supuesto. Una vez adentro, Lena se acomodó en su silla y cruzó una pierna sobre la otra. Raisa, en cambio, se quedó de pie junto a la puerta, expectante, pero sin rastro de nerviosismo. «No se deja intimidar, pero es prudente y educada», pensó Lena, observándola con interés. —Raisa, acércate y siéntate —indicó con un gesto de la mano. Esperó a que lo hiciera antes de continuar—. Entonces, dime, ¿qué encontraste? —El modelo predictivo clasificó una situación como amenaza moderada. Pero el sujeto reaccionó con violencia extrema, sin una justificación aparente dentro de los datos contextuales. —¿Y por qué crees que falló el sistema? Raisa le sostuvo la mirada casi sin pestañear. —Porque no tomó en cuenta el componente emocional. La IA procesó la información física, ambiental y de antecedentes, pero omitió factores como la acumulación de experiencias personales no verbalizadas, traumas pasados y cargas afectivas latentes. Lena ladeó la cabeza, interesada. —¿Te refieres al estado emocional del sujeto en ese momento? —No exactamente. Me refiero al bagaje emocional completo. A veces, un individuo puede presentar una respuesta desproporcionada no por lo que está ocurriendo en el presente, sino por todo lo que ya ha vivido. Eso altera su percepción de lo que constituye una amenaza. Lena frunció ligeramente el ceño, procesando la información. —Eso suena casi como un enfoque psicológico. —Lo es. En los humanos, las emociones no siempre se expresan de forma lineal. Se acumulan como energía reprimida, y cuando el sistema ya no puede sostenerlas, se manifiestan de manera impredecible. —Hizo una breve pausa antes de añadir—: El error fue no considerar esa variable. El silencio que siguió fue breve, pero cargado. Lena apoyó los codos en el escritorio y entrecerró los ojos. —¿Los… humanos? —Arqueó una ceja—. ¿No las… personas? Y, por primera vez, notó un leve titubeo en los ojos de Raisa. —A veces me expreso de forma más… analítica de lo necesario. Lena no respondió de inmediato. Había aprendido a detectar los pequeños quiebres, las grietas en las máscaras bien construidas. Sonrió, pero no con ironía, más bien con curiosidad. —Entiendo. Aun así, es una buena observación sobre las emociones humanas. Pareces tener un alto grado de inteligencia emocional. Raisa bajó la vista un instante. —Yo no lo afirmaría. Lena alzó las cejas, intrigada. —Ah, ¿no? —Se reclinó en el respaldo de la silla, estudiándola—. Siempre te ves tan compuesta y tranquila. —Lo estoy. —Una pausa—. La mayoría del tiempo. —¿Y cuando no lo estás? La chica abrió la boca para responder, pero fue interrumpida por la entrada de Andrea, que llevaba una taza de café en la mano. Se la ofreció a Lena con una sonrisa tensa, evitando hacer contacto visual con Raisa. Lena observó el comportamiento de su secretaria con cierta suspicacia; no recordaba haberla visto actuar así con nadie. —Gracias, Andrea. La secretaria asintió y salió con paso acelerado. Lena desvió su atención nuevamente hacia Raisa, con una mirada analítica. «¿Qué pudo haberle hecho a Andrea?». —¿Tienes alguna idea de cómo podemos corregir ese fallo? —preguntó, recuperando el hilo de la conversación. Raisa asintió sin vacilar. —Debemos integrar un módulo afectivo. No solo contemplar los estados emocionales inmediatos, sino también una memoria emocional acumulada. Sería como incorporar una variable de tensión no resuelta que crezca o disminuya con cada experiencia. Lena parpadeó, interesada. —¿Una especie de «termómetro emocional» continuo? —Sí. Algo que se actualice con cada interacción, patrón de evasión y microexpresión. El sistema tendría que aprender que la calma aparente no siempre implica estabilidad emocional... ni la ausencia de una emoción peligrosa latente. ¿Calma aparente? Lena ladeó la cabeza, pensativa. Había algo en el tono de Raisa, en la forma precisa pero cargada con la que hablaba, que sonaba más a experiencia que a teoría. Quizás no era tan tranquila como aparentaba. Algo se ocultaba bajo aquella expresión estoica. —Dime, Raisa. —Se inclinó levemente y entrelazó los dedos sobre el escritorio—. ¿Estarías dispuesta a entrenar a la IA utilizando tu propio bagaje emocional? La chica abrió un poco los ojos y se tomó unos segundos para responder. —Sí. Lena esbozó una sonrisa satisfecha. —Bien. Vuelve al laboratorio con tu equipo y diles que, desde mañana, trabajaré con ustedes. Tú serás nuestro sujeto de prueba. Raisa asintió con un leve movimiento de cabeza y se levantó para marcharse. Pero justo antes de cruzar la puerta, se detuvo. Se giró apenas, lo suficiente para mirarla por un breve segundo. Luego salió sin decir una palabra. Lena la siguió con la mirada hasta que la puerta se cerró con suavidad. Luego tomó la taza del escritorio, se recostó en el respaldo de la silla y giró levemente hacia la ventana. «En los humanos». No lo había dicho como una figura retórica. Lena ya tenía experiencia con los deslices de lengua. Antes había sido demasiado ingenua para interpretar frases como «Volé aquí en un bus», pero ya no. Había aprendido a leer entre líneas. Raisa era más de lo que aparentaba. Y no podía evitar sentir curiosidad. Una que no se disiparía tan fácilmente.