ID de la obra: 1060

Herencia

Femslash
NC-17
En progreso
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Fandom:
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planificada Midi, escritos 17 páginas, 6.038 palabras, 3 capítulos
Descripción:
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1. Raisa Whitlow

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Presente

Me miré en el espejo para comprobar mi apariencia. El traje parecía demasiado formal, pero sabía que las primeras impresiones importaban. Me pasé una mano por el cabello —me lo había cortado a los nueve para que no me estorbara en los entrenamientos— y concluí que me veía bien. Desde mis primeras interacciones con personas ajenas a mis padres, me había percatado de que llamaba la atención de manera involuntaria. En la escuela —cuando aún ni siquiera conocía mi origen—, el primer día de clase, los niños se quedaron mirándome. En el baño había examinado mi reflejo en el espejo, buscando algo fuera de lugar, pero solo encontré el mismo rostro pálido, los ojos oscuros y esa sensación persistente de no encajar. Con el tiempo entendí que la expresión seria, los hombros anchos, la postura erguida y la mirada intensa eran suficientes para no pasar desapercibida. Tomé las llaves y salí de mi diminuto apartamento, ubicado en una parte no muy luminosa de National City. Mis ingresos eran modestos debido a mi trabajo de medio tiempo, pero eso poco me importaba. Mi prioridad eran los estudios y, sobre todo, la pasantía que comenzaría ese día en L-Corp. Desde que comprendí que no bastaba con entrenar sola, supe que tendría que buscar un entorno que me desafiara de verdad: tecnología avanzada, proyectos de inteligencia artificial, laboratorios de primer nivel y ambientes extremos que me empujaran al límite. No sabía mucho sobre los saiyajin, mi raza, pero lo poco que había encontrado en los archivos de mi cápsula confirmaba lo que ya sentía en mi interior: el instinto de batalla y el deseo inquebrantable de volverme cada vez más fuerte. Al llegar, los practicantes fuimos alineados en una fila que se extendía junto a la pared de cristal por la que se colaba la luz de la mañana. Yo me mantenía erguida, con los brazos cruzados detrás de la espalda, en la postura alerta pero contenida, que había aprendido en los entrenamientos de combate guardados en el computador de mi cápsula, mientras escuchaba los murmullos a mi alrededor con aparente indiferencia. —¿Crees que hoy la veamos? —susurró alguien a mi lado. —Dicen que a veces ni aparece. Es Lena Luthor. Tiene mil reuniones al día —replicó otro. Ese nombre lo había escuchado incontables veces: en noticieros, entrevistas, conferencias científicas. La había observado moverse en pantallas y podios hablando de energía renovable, de IA, de justicia, de Supergirl. Su rostro me era familiar. Su voz también. Sin embargo, nada de eso me preparó para verla de tan cerca, en persona.

***

Lena revisaba en su mente el discurso para los nuevos practicantes. No porque tuviera que aprendérselo de memoria —era una oradora nata, después de todo—, sino que necesitaba algo predecible para sostener el equilibrio del día. Había empezado la mañana con una videollamada con los representantes del Departamento de Defensa —otra discusión sobre el uso de inteligencia artificial en protocolos de seguridad planetaria— y, después de eso, una reunión tensa con el consejo de innovación tecnológica de la ciudad. No era que la desmotivara, pero había días en que la política pesaba más que el progreso. Días como ese. La notificación en su agenda marcó el inicio de la jornada de prácticas. No necesitaba estar presente —no siempre lo hacía—, pero algo la impulsó a asistir esta vez. Tal vez por nostalgia. Quizás por el deseo de demostrar que aún podía ser accesible. Limpiar el desastre que Lex y Nyxly habían dejado y recuperar el honor del apellido Luthor le había llevado meses. Aunque, como última sobreviviente de la familia y miembro del círculo de héroes, todo había resultado más fácil que la primera vez en Tierra-38, cuando se mudó a National City y conoció a Kara. Una sonrisa tiró de sus labios de forma automática. Su amistad había pasado tormentas y huracanes, pero lo había resistido todo. Además, el hecho de que Kara ya fuera conocida como Supergirl le había facilitado la recuperación de la confianza de los ciudadanos en ella. Les dio un último vistazo a los mensajes en su celular y salió de la oficina. Tomó el ascensor hasta el piso de laboratorios y, casi por instinto, clavó la mirada en el reflejo de la puerta para comprobar su imagen. Ni siquiera la paz que ahora la acompañaba había podido borrar los años de autocontrol y disciplina inculcados por Lilian Luthor. Era posible que hubiese hecho las paces con su madre en su lecho de muerte, pero los traumas y los pesares no desaparecían del todo. Seguían allí, recordándole lo que había sido y lo que no quería volver a ser. Cuando las puertas se abrieron, el grupo ya la esperaba. Jóvenes de distintas edades y perfiles, todos expectantes. Algunos con miedo, otros con entusiasmo. Lena lo percibió en segundos. Se irguió, respiró hondo y dio un paso al frente.

***

Lena Luthor cruzó las puertas dobles del ascensor con la misma precisión de un satélite entrando en órbita. Su andar era calculado, elegante y sin apuro. El silencio se extendió como una onda expansiva entre los presentes. Y yo sentí, por primera vez en mucho tiempo, que el ritmo de mi respiración no era constante. Lena se detuvo frente a nosotros y sonrió. No como los humanos que fingían cortesía, sino como alguien que sabía exactamente el efecto que producía y decidía usarlo. —Bienvenidos a L-Corp. Me alegra tenerlos aquí —dijo con un tono más bajo de lo que yo recordaba. Se escuchaba cálida y… humana. Ahora comprendía el significado de ese adjetivo. La miré sin parpadear. No por insolencia, sino porque algo en mi mente parecía haberse detenido. No sabía qué era. No podía identificarlo. Solo percibí una sensación leve, incómoda, como cuando el entrenamiento me exigía más de lo que mi cuerpo podía soportar. Pero no era dolor físico. Era otra cosa. Algo que se me instaló en el centro del pecho y no desapareció. Lena caminó frente al grupo, hablando con naturalidad sobre lo que esperaba de nosotros, sobre el compromiso de la empresa con la innovación y la ética. Yo la escuchaba solo a medias. Mis sentidos estaban enfocados en la cadencia de su voz, en el leve movimiento de su cabello oscuro al girar, en el modo en que sus ojos se detenían en cada uno de los presentes. Y, cuando se cruzaron con los míos, sentí calor en las mejillas. —… y, sobre todo, valoro la verdad —dijo sosteniéndome la mirada—. No importa lo que haya sucedido ni el error que puedan haber cometido, sean sinceros, y buscaremos una solución… Por un momento, los vellos de mi nuca me anunciaron un posible peligro; sin embargo, después de que Lena desvió la mirada de mí y continuó hablando, me permití relajarme. No obstante, esas palabras se me quedaron grabadas en la mente. Una vez terminado el discurso, una mujer —posiblemente su secretaria— se acercó a ella y le musitó algo casi al oído. Lena se disculpó y se alejó. Los practicantes a mi lado no pudieron acallar las palabras de admiración, reverencia y entusiasmo. Yo, por otro lado, me mantuve callada, procesando la anomalía. Mi cuerpo no reaccionaba así, nunca. Con nadie. El susurro de pasos me sacó de mis cavilaciones y seguí al grupo hacia uno de los laboratorios. Al entrar, recorrí con la mirada el espacio asignado, mientras la coordinadora de prácticas hablaba, detallando los protocolos de seguridad y los proyectos activos. El lugar era amplio, luminoso e impregnado por un leve zumbido constante de la maquinaria en reposo. Había una pantalla enorme, dividida en varios paneles, donde se proyectaban gráficas de energía, flujos de datos y cadenas de código que se actualizaban en tiempo real. En medio de la explicación, Lena Luthor entró al laboratorio, flanqueada por dos jóvenes que sostenían tabletas. Saludó con una inclinación de cabeza antes de tomar la palabra. —Bienvenidos a su primera asignación formal —dijo con voz firme pero tranquila—. Actualmente, este piso está concentrado en dos proyectos principales. El primero: el proyecto Pathos: un sistema de inteligencia artificial de soporte para la detección de patrones de riesgo y análisis de comportamiento humano y metahumano. Buscamos un modelo ético, transparente, capaz de anticipar conflictos sin vulnerar la privacidad de la población. Eso captó mi atención de inmediato. ¿Una inteligencia artificial capaz de anticipar patrones de conducta? Para ellos significaba prevención de conflictos; para mí, una oportunidad de observarme desde afuera. Si esa tecnología podía detectar los movimientos de seres con habilidades sobrehumanas, entonces también podía servirme para comprender mis propias reacciones y límites. Conocer la violencia que habitaba en mi interior me daría, quizás por primera vez, una herramienta más contundente para contenerla. —El segundo proyecto —continuó Lena sin pausa— está enfocado en el análisis de residuos energéticos tras combates de superhumanos y alienígenas. Queremos entender el impacto ambiental de estos enfrentamientos y, al mismo tiempo, recopilar datos que nos ayuden a desarrollar materiales más resistentes y tecnologías de contención más eficaces. Me bastó solo un instante para percibir el valor de aquella información. Residuos energéticos, rastros de kriptonianos y otros seres poderosos... Todo aquello podría abrirme la puerta a algo igual de necesario: la posibilidad de construir un espacio que soportara el peso de mi fuerza. Tal vez, por fin, podría probar mis límites sin arrasar con todo a mi alrededor. No habría podido pedir un destino mejor. —El equipo se divide en dos grupos, pero trabajamos de forma colaborativa —continuó Lena, lanzando una mirada penetrante a los presentes—. En tres meses, rotaremos los proyectos. Necesito que aprendan rápido y aporten nuevas perspectivas. Espero informes semanales y, sobre todo, iniciativa. —Sonrió apenas, con una expresión que interpreté como un desafío y una advertencia—. L-Corp invierte en ustedes porque cree en el potencial humano. No me decepcionen. Aquellas últimas palabras, unidas al leve levantamiento de mentón de Lena, me dejaron algo… ¿aturdida? No sabía si esa palabra era la correcta para describir aquella emoción. Desde niña había notado que las personas —en especial las mujeres— con carácter fuerte llamaban mi atención. Incluso todavía recordaba con nitidez el porte altivo y la voz profunda de mi antigua profesora de inglés. La coordinadora llamó mi nombre, sacándome del recuerdo, y me asignó al equipo de la IA. Me acerqué a mis compañeros Michelle, Anna y George —con los tres había cursado materias en la universidad— y los saludé con un breve asentimiento. —¡Ahí viene! —susurró Anna. Escuché el sonido de los tacones aproximándose, pero no tuve tiempo de girarme. Bueno, lo hubiese tenido, pero no quería exponer mi velocidad sobrehumana. —Ustedes vienen de la Universidad Nacional de Tecnología y Ciencias, ¿verdad? —la voz de Lena sonó a mi lado. George esbozó una sonrisa de oreja a oreja. —Sí, señorita Luthor. No pude evitar girar el rostro, sintiendo un repentino deseo de volver a ver las facciones de mi jefa. —No sean tan formales —respondió ella con una pequeña sonrisa mientras le tendía la mano—. Llámenme Lena. ¿Tú eres…? —G-george Green. —Tenía las mejillas rosadas. Así fue presentándose uno por uno, hasta llegar a mí. Cuando los ojos verdes de Lena se posaron en los míos, dejé de respirar un segundo. Tomé su mano con cautela, sintiendo la calidez del contacto. Los latidos de mi corazón se intensificaron, y fruncí el ceño, confundida. ¿Los humanos podían provocar esa sensación solo con un roce? —¿Y tu nombre? —preguntó Lena, con una ceja arqueada. Parpadeé y enseguida me percaté de que había estado en silencio durante un largo momento. Por suerte, yo no tenía esa emoción que los humanos llamaban «vergüenza»… o me habría ruborizado. —Raisa Whitlow. —Encantada —sonrió, e intuí que con ese gesto estaba tratando de hacerme sentir bienvenida. Quizás había interpretado mi silencio por nerviosismo. En el momento en que me soltó la mano, mis dedos se sintieron fríos y vacíos—. Pasaremos mucho tiempo juntos —nos anunció—. Estos dos proyectos son muy personales para mí. —Asintió como forma de despedida y se encaminó al otro grupo. Su perfume quedó flotando en el aire. Y, por más que lo pensé, no pude entender por qué quería quedarme allí, sin moverme, envuelta en ese olor.
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