ID de la obra: 1065

Last Friends

Mezcla
PG-13
En progreso
2
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planificada Mini, escritos 118 páginas, 59.302 palabras, 9 capítulos
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1. Nuestros problemas

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En una ciudad costera, bajo el canto de las gaviotas, una embarazadísima Sora Takenouchi miraba al mar sobre un rompeolas. No tendría más de veinticinco años y tenía el cabello rojizo. Tras tocarse el abultado vientre con cariño, decidió volver de su paseo, no sin antes comprar algunas cosas en tiendas que encontraría de paso. Yoko. ¿Cómo estás? Estoy sola, saliendo adelante de alguna manera. No es la primera vez que estoy sola, así que ya estoy acostumbrada. Llegó a la habitación que le habían prestado en un ryokan típico japonés. Esta es la segunda vez que desaparezco, ¿verdad? La primera vez, durante el instituto y la segunda vez… es ahora. Se sentó en el suelo y sobre la mesa baja, abrió una caja de cartón. De allí sacó su cinturón de peluquera, que llevaba tijeras y cepillos varios. También había una llave del lugar que fue su hogar y unas fotos. No volveremos a vernos. No puede ser de otra manera. Allí vio unas fotos de ella y su amiga Yoko durante el instituto. La amiga de Sora llevaba el pelo corto castaño y un chándal rojo y blanco. Era un parque de Tokio que solían frecuentar. Solían sentarse en unas bancadas que había a los pies de un escenario. Así que lo considero como un castigo. Sora pasó a la siguiente foto. Estaban en clase y llevaban el uniforme del instituto. No sabía nada de ti. En la siguiente foto volvían a aparecer las dos con el uniforme. Sora llevaba un ramo de flores y Yoko parecía llevar una especie de diploma enrollado. De tus sueños. En la siguiente foto vio a sus amigos de barbacoa. La siguiente también era de sus amigos, celebrando una de las victorias de Yoko con su moto. De tus agonías. La siguiente foto era de la barbacoa, dispuestas a morder el pincho moruno que sujetaba Sora mientras Yoko hacía el selfie. De los sentimientos que guardabas en tu corazón. La siguiente también era de la barbacoa. Esta vez era Taichi el que iba a morder el pincho que sujetaba Sora ante la sonrisa de Yoko y ella misma. El sonido de la tetera la sacó de sus recuerdos. Una vez que el té estuvo preparado, se lo puso en su taza blanca con una lista ancha rosa con el dibujo de una casa y un sol. El cielo es azul. Yoko, ¿cómo es el cielo en el lugar que estás? Tras mirar hacia el cielo que se veía por la ventana, arrugó el papel en el que estaba escribiendo la carta. Es realmente difícil conocer a una persona. Se levantó para tirar el papel. Todavía sigo pensándolo. Sora se dirigió hacia la ventana, la abrió y se asomó. Si tuviera el poder de saber lo que esconden los corazones de los demás. Si al menos me hubiera esforzado mucho más. Esa terrible muerte, la hubiera podido evitar. ¿Pero sabes qué, Yoko? Siempre estuviste a mi lado. Aunque no nos volvamos a ver otra vez, siento como si me reconfortaras. Sobre la mesa había una foto de sus amigos. Estaban todos frente a la casa que compartieron. A la izquierda estaba Koushiro Izumi, seguida de Mimí Tachikawa, en el centro estaba ella misma, a continuación estaba Yoko y por último Taichi Yagami. Todos sonreían a la cámara.

***

Dos años antes. En Tokio, en una ajetreada peluquería se trabajaba a destajo. Sora Takenouchi trabajaba allí de asistente. En ese momento preparaba un tinte. –Takenouchi, ¿todavía no está listo? –Enseguida. –contestó Sora. Llevaba su cinturón de peluquera como si fuera una bandolera. Una vez que terminó, se lo llevó a una de sus compañeras, Maki Himekawa que siempre iba al trabajo muy bien vestida y maquillada –Aquí tienes. Siento haberte hecho esperar. –Eso no es suficiente. –le reprendió Maki. –Lo siento. –dijo Sora tímidamente. –Olvídalo y déjalo ahí. –dijo Maki. –De acuerdo. –¡Takenouchi, rápido, ven aquí y seca a esta clienta, por favor! –le ordenó su jefa. –¡Sí! –dijo Sora dirigiéndose a su jefa. –Después hazle un rizado, ¿de acuerdo? –dijo su jefa antes de ir a la zona de recepción a ver cuántos clientes tenían pendientes para ese día. –Disculpe un momento. –dijo Sora dejando a la clienta y acercándose a su jefa. –Disculpe, yo… –¿Qué? –Hoy trabajo hasta las cinco. –dijo Sora. –¿Qué?¿Me pediste permiso? –le preguntó su jefa. –Sí, ayer. –Echa un vistazo al salón. Como puedes ver está lleno. –le dijo su jefa. –De acuerdo. –se resignó Sora. Después de haberle rizado el pelo a la clienta, se fue a lavar peines y fregar botes de tinte. Miró el reloj que había en la pared, que marcaba las ocho menos veinticinco. Después de lavar, se acercó a una mesa que había muy cerca del ventanal para recoger más botes y al mirar a través del cristal, vio a su novio esperando, Yamato Ishida, un chico de ojos azules muy guapo y vestido como cualquier otro salaryman, sólo que a él le sentaba muy bien toda la ropa que se pusiera. Cuando la vio la saludó con una cálida sonrisa y le indicó con el dedo que la esperaba en el restaurante al que pensaban ir, ya que no quedaba muy lejos de allí. Sora le sonrió y le hizo un gesto dándole a entender que comprendía. Cuando por fin su jefa la liberó, bajó corriendo y se dirigió al restaurante. Allí, en una mesa, Yamato la esperaba con una taza. Cuando la vio, la saludó con la mano y una sonrisa. Sora se dirigió hacia la mesa en la que estaba su novio. –Siento haberte hecho esperar hasta ahora. –se disculpó Sora. –No importa. No pudiste salir antes, ¿verdad? –asumió Yamato. –Mi jefa no me dejó a pesar de que ayer le pedí permiso. –Pero has estado trabajando muy duro hasta estas horas. –No he podido evitarlo, y tengo que hacerlo si quiero que me asciendan. –explicó Sora. –Además, me gusta mi trabajo. –¿En serio? –Sí, porque después de hacer los toques finales, la clienta se mira en el espejo encantada. Me gusta ver eso. –explicó Sora. –Sobre todo cuando me piden que les corte yo el pelo o las peine. –¿No te atormentan tus superiores? –preguntó Yamato interesado. –He oído muchas cosas de esas. –No es que no lo hagan, pero está bien. –dijo Sora. –¿De verdad? –Sí. –Muy bien. Es hora de darte tu regalo de cumpleaños. –dijo Yamato agachándose hasta coger una bolsa del suelo y colocándola en la mesa. –Gracias. –dijo Sora con ilusión. –Me pregunto qué será. De la bolsa, Sora sacó una caja de cartón. Al abrirla vio una tarjeta que ponía “Happy Birthday” y una bonita taza con una línea roja. –¡Es monísima!¡Gracias! –dijo Sora muy contenta. –Tengo la pareja de esa taza en casa. –dijo Yamato. –Estaba pensando en que las podríamos usar juntos. –¡Sí! Usémoslas cuando vaya a tu casa. –Sora abrió la nota que ponía: Para Sora. ¡Feliz cumpleaños! A partir de ahora y para siempre, cuídame, por favor. Después de leer la nota, Sora seguía mirando la taza. –Sora. –empezó a decir Yamato. –¿Sí? –¿Te vendrías a vivir conmigo? –al no recibir respuesta, preguntó. –¿No está bien? ¿Tu madre se opondrá? –Lo intentaré y le preguntaré. –dijo Sora. No había nada que le hiciera más ilusión que irse a vivir con la persona que más amaba. –Si viviera contigo, sería feliz. Tras escuchar las palabras de Sora, Yamato la cogió dulcemente de las manos, que todavía sostenían la taza y le sonrió. Después de la cita, Sora se dirigió a la casa de su madre, Toshiko Takenouchi. Era un lugar bastante humilde. Tras sacar su llave, abrió y entró en casa. Como de costumbre, se encontró con todos los platos sin fregar y la mesa de la cocina llena de basura. Su madre, en la salita estaba medio dormida en la mesa baja, con restos de latas de cerveza, una botella de sake y el cenicero lleno de cigarrillos. La estancia estaba llena de ropa por todas partes. –Otra vez borracha. –musitó Sora. Sora se dirigió hacia donde estaba el futón enrollado, cogió una manta y se la pasó por encima para que no cogiera frío. Entonces escuchó la cisterna del retrete. De allí salió un hombre. –¿Y esto? ¿Tiene una hija? –preguntó el hombre. Entró como si viviera allí toda la vida y se sentó junto a la mesa baja. –¿Te apetece un trago? –No, gracias. –Venga, sólo un poco. –dijo el hombre incorporándose y cogiéndola de la muñeca. Parecía que no le había sentado demasiado bien que se negara a beber con un completo desconocido. –Tienes una buena delantera, igual que tu madre. Al ver que el hombre dirigió su mano hacia sus pechos, Sora lo esquivó. –Para, por favor. –le pidió ella. Él sólo se rió un poco. –Vaya, eres tú. Ya has vuelto. –dijo su madre que recién empezaba a despertar. –Tienes una hija adulta. ¿Cuántos años tiene? –preguntó el hombre cogiendo la botella de sake. –Se llama Sora. –contestó Toshiko. –¿Cuántos años tienes?       –Veintidós. –avergonzada de que ni su propia madre supiera su edad. –¿No eran veintiuno? –preguntó su madre, que respondía al nombre de Toshiko. –Veintidós…desde ayer. –dijo Sora. –Así que, ¿ayer fue tu cumpleaños? –preguntó Toshiko. –Deberíamos hacer una fiesta de cumpleaños. –sugirió el hombre. –No, está bien. No tenemos por qué. –rechazó Toshiko. –Venga, ve a tu habitación. Entristecida por el trato de su propia madre, Sora se levantó, cogió su bolso y se fue a su cuarto. Lo malo es que podía escucharlos hablar. –¿Sabes? En tu día libre me gustaría divertirme. –decía la madre de Sora al hombre. Sora decidió irse a dormir para evitar tanta tristeza. A la mañana siguiente, Sora se puso a fregar los cacharros mientras su madre seguía durmiendo con la ropa del día anterior. Entonces, se despertó. –¿Dónde está Ken?¿Se ha ido ya? –preguntó Toshiko. –Si te refieres a ese señor, parece que se ha ido. –contestó Sora desde la cocina. –Qué hombre más frío. –dijo la mujer. –Hubiera sido bonito que se hubiera esperado a que me levantara. ¿Puede ser que se haya enfadado por este ruido que estás haciendo tan temprano? Dame agua. –Toma. –dijo Sora poniéndole el vaso en la mesa de la cocina. –Gracias. –dijo Toshiko. Toshiko se encendió un cigarro y Sora pensó que sería un buen momento para hablarle de la propuesta de su novio. –Mamá, hay algo que me gustaría comentarte. –empezó Sora nerviosa. –¿El qué? –¿Te parecería bien que dejara esta casa y viviera por mi cuenta? –¿Por tu cuenta? –preguntó Toshiko mirándola a los ojos. –¿No será con algún chico? –Sora le rehuyó la mirada. –Así que es eso. –Se llama Yamato Ishida. La próxima vez te lo presentaré. Trabaja en una oficina del distrito, en el departamento de bienestar social, sobre todo en lo relacionado con la defensa del menor. Lo está haciendo realmente bien. Viviríamos en un edificio del distrito de Setagaya. –Qué historia más maravillosa. –dijo la mujer con ironía. –Seguiré pagando el alquiler de esta casa como he estado haciendo hasta ahora, así que no te preocupes. –dijo Sora. –¿Y? –Está bien. Siempre y cuando pagues el alquiler. –accedió Toshiko. –¡Gracias! –dijo Sora contentísima. –Me duele la cabeza. Me voy a la ducha. –dijo Toshiko levantándose y pasándole el cigarro a su hija, que lo apagó en el cenicero. –Sí. –celebró Sora consigo misma cuando su madre desapareció de su vista.

***

Yamato y una compañera de trabajo tocaron un timbre de un apartamento de un barrio humilde. –¡Voy! –contestó una voz de mujer antes de abrir la puerta. –Soy Ishida, de la oficina del distrito de Setagaya. ¿Es usted Natsuko Takaishi? –se presentó Yamato. –¿Qué ocurre? –contestó la mujer. –¿Tiene usted un hijo de siete años, verdad?¿Dónde está ahora mismo? –dijo Yamato. –Está en casa de mi madre, cerca de aquí. –contestó la mujer. –Ya veo. Nos gustaría hablar de la situación de su hijo. ¿Podemos pasar? –Lo siento, pero tengo que ir al supermercado. –se negó la mujer. Cogió el monedero y la llave de casa y se fue, dejando a Yamato y a su compañera allí plantados. Era evidente que la mujer estaba tratando de evitarlos. Entonces, Yamato vio que un niño rubio que se asomó por la esquina. Al mirarlo, se fue derecho al arenero de un parque cercano. Yamato y su compañera lo siguieron hasta allí. Yamato dejó su maletín en un banco y se agachó junto al niño en el arenero. –¿Puedo jugar contigo? –preguntó el rubio. –Sí. –contestó el niño. –¿Cómo te llamas? –Takeru Takaishi. ¿Y tú cómo te llamas? –Yamato Ishida. ¿Me prestas la pala? –cuando el niño le tendió la pala, Yamato aprovechó para subirle la manga. El brazo del niño parecía tener un viejo moratón, que ya estaba casi curado. Tenía la pinta de que lo hubieran agarrado demasiado fuerte. –Esperemos a tu madre aquí, ¿vale? –¡Vale! –contestó el niño. Entonces, el móvil de Yamato empezó a sonar. Salió del arenero para contestar mientras su compañera se hacía cargo de Takeru. –¿Diga? –¡Yamato, puedo irme a vivir contigo! –informó Sora mientras cerraba la puerta de la casa de su madre para irse. –¿De verdad? –preguntó Yamato sonriendo. –Mi madre está de acuerdo. Llevaré mis cosas el sábado. –informó Sora. –Vale, te estaré esperando. –Voy a ir a comprar cosas como una olla, cubiertos y demás. –dijo Sora mientras bajaba la escalera.

***

Cuando Sora llegó a la zona comercial, entró en una tienda de menaje del hogar. El hecho de que su novio pasara fuera la mayor parte del día hacía que en su apartamento faltaran cosas tan simples como algunos utensilios de cocina, por lo que estaba dispuesta a convertir aquel apartamento de un sitio de paso a un hogar. Estaba contentísima de poder irse a vivir con Yamato. Cogió una cesta, pensando que tendría que comprar un montón de cosas para los dos. Cogió un par de manteles individuales, uno azul y otro rosa, dos pares de palillos, rosas para ella y azul para él, unas zapatillas de casa para ella, un par de cuencos y en la zona de las lámparas, se enamoró de una lámpara de mesa de color naranja. Así que, también la cogió. Después de casi haber comprado media tienda, se fue a la caja. En aquel momento, entró una chica de pelo corto castaño. Llevaba una chaqueta de color verde militar, unos vaqueros negros y botas también de estilo militar. La chica se fue directamente al estante donde estaban las tazas. Todas eran iguales, blancas con una lista ancha de color con el dibujo de una casa y un sol. No se decidía entre la morada y la azul. Sora pasó por detrás cargada de bolsas después de haber pagado, mientras la chica de pelo corto se decidió por la taza morada. Así que se dirigió en sentido contrario al que iba Sora para pagar. –Son 1200 yenes. –dijo la cajera. La chica pagó y entonces miró a su derecha y la vio. No podía creerlo. Después de tanto tiempo volvía a ver a Sora. En ese momento, un chico alto de pelo castaño bastante alborotado también se puso a mirar las mismas tazas que la chica de pelo corto había estado mirando tan solo un instante antes. Cogió una morada y la volvió a dejar en su lugar tras observarla. –Aquí tiene. –dijo la dependienta ofreciéndole la bolsa a la chica de pelo corto. Cogió la bolsa y echó a correr rápido. Tenía que alcanzar a Sora. Corría tan desesperada que su mochila golpeó a la mochila del chico de pelo castaño y lo hizo caer, cayendo también la bolsa con la taza recién comprada y que dejó olvidada. Con el golpe, se abrió la caja y el asa de la taza morada se rompió. Mientras tanto, la chica de pelo corto salió a la calle y localizó a Sora a punto de subir a un autobús. –Sora. ¡Sora! –la llamó, pero sería imposible que la escuchara. Sora había subido al autobús y había demasiado ruido de ambiente por el tráfico. Sin pensarlo, fue a por su bici, que había dejado en un sitio para bicicletas que estaba en un callejón contiguo y empezó a pedalear siguiendo el autobús. Aunque estuvo cerca del autobús unos minutos, llegó un momento en el que parecía alejarse. Lo importante es que no lo perdiera de vista, en algún momento el autobús debía de parar y estaba dispuesta a alcanzarlo. Finalmente, el autobús paró. Después de que bajaran algunas personas, también bajó Sora, pero alguien que iba con prisa chocó con ella, haciendo que cayeran parte de las cosas que había comprado, así que no tuvo más remedio que ponerse a recogerlas. Por suerte no cayó nada que pudiera romperse. Entonces, escuchó que alguien la llamaba. –Sora. Sora levantó la vista. No podía creer lo que veía. Allí estaba Yoko, de pie junto a una bicicleta de montaña. –¿Yoko? –Hola Sora. –saludó Yoko. Sora no pudo evitar sonreír. Se levantó y corrió hacia ella para abrazarla. –¡Yoko! Después de haberse encontrado, decidieron ir a pasear por un parque cercano. Era muy bonito porque los cerezos estaban en flor y daba un colorido especial al parque. –Así que después regresaste a Tokio. –dijo Yoko andando con su bicicleta al lado. En el manillar llevaba una de las bolsas más grandes de Sora. –Sí. Después de que se asentaran las cosas quise ponerme en contacto contigo, pero no pude. –explicó Sora. –Me dijeron que no le dijera a nadie. –¿Dónde estuviste?¿Qué hiciste? –preguntó Yoko. –Teníamos un pariente lejano en Choushi. Está en Chiba. Fuimos con ese pariente y mi madre encontró un trabajo nocturno. Yo trabajé a tiempo parcial mientras iba a la escuela de belleza. –explicó Sora. –¿Y ahora qué? –preguntó Yoko. –Trabajo en un salón de belleza. –respondió Sora. –¡Vaya! Realmente te pega eso, Sora. –opinó Yoko. –¿Y qué hay de ti?¿Qué estás haciendo ahora? –preguntó Sora. –Motocross. –respondió Yoko. –¿Motocross? ¡Es genial! Eso significa que formas parte de un equipo, ¿verdad? –Algo así. También trabajo a tiempo parcial en el taller de una tienda de bicicletas y motos. –¿Es nostálgico, verdad? –dijo Sora, que llegaban a la zona del parque que solían frecuentar en su época de instituto. Había un escenario, y justo a sus pies, unas bancadas. –Sí. –Siempre estábamos por aquí. Me llevabas detrás de ti en tu bicicleta. –recordó Sora mientras se sentaban. –Y nos solía perseguir algún guardia de seguridad. –añadió Yoko. –Siempre que estaba preocupada por las cosas que pasaban en casa, estabas ahí conmigo escuchando lo que tenía que decir. –dijo Sora. –Llorando de esa manera no podía dejarte sola. –dijo Yoko. –No has cambiado, Yoko. –¿Qué? –Cuando a las otras chicas les emocionaba hablar de los chicos de clase, o de pastelerías, te separabas de los demás e ibas por tu cuenta. –recordó Sora. –¿No significa eso que era una frívola? –preguntó Yoko. –No. La verdad es que seguías tu propio camino. Yo, por otra parte, me dejo llevar por la corriente. –dijo Sora. –Es sólo que es molesto intentar encajar con la gente. –dijo Yoko. –¿En serio? –Aunque ahora estoy viviendo con algunas personas. –explicó Yoko. –¿Sabes lo que es una casa compartida? –¡Oh, eso! Vives con mucha gente. –dijo Sora. –Es una casa. El salón, la cocina y el baño son compartidos. Luego cada uno tiene su propia habitación. –explicó Yoko. –¡Suena interesante! –Solía compartirlo con cuatro personas, pero esta primavera dejaron la casa. Ahora sólo queda una azafata de vuelo. Si quieres, ¿por qué no vienes con nosotras? –propuso Yoko. –Es que… –El alquiler es barato. Sólo son cuarenta mil yenes al mes. –intentó convencer Yoko. –Es que ya me he mudado a la casa de alguien. –explicó Sora. –¿Alguien es un chico? –aventuró Yoko. –Sí. –contestó. –¿Tu novio, verdad? –Sí. –contestó Sora sin poder evitar su sonrisa. –Comprendo. A sí que tienes novio. Eso es bueno. Eras una persona tímida, así que estaba preocupada. –¿Y qué hay de ti? –preguntó Sora. –Ahora mismo estoy persiguiendo mi sueño, así que no tengo tiempo de pensar en esas cosas. –dijo Yoko. –Tan propio de ti. –comentó Sora riendo. –¿Nos podemos ver otra vez? –preguntó Yoko. –¡Claro! Te doy mi número de teléfono y mi dirección. Una vez que se intercambiaron los teléfonos y las direcciones se levantaron para seguir caminando. –Bueno, tengo que irme a trabajar. –dijo Yoko. –Nos vemos. –Nos vemos. –se despidió Sora. Yoko se montó en la bici para marcharse y Sora se fue caminando, cargada con las bolsas en sentido contrario. Yoko, no tenía ni idea, que en ese momento, te giraste y me miraste. No me di cuenta de tu mirada.

***

En un apartamento de la ciudad, Taichi Yagami, un chico alto con pelo castaño alborotado se disponía a salir, pero el teléfono empezó a sonar. Cuando fue a cogerlo, el identificador de llamadas le reveló que se trataba de Hikari, su hermana, así que, lo dejó sonando y salió de casa. Taichi llegó al estudio, donde empezó a maquillar y peinar modelos para la sesión fotográfica que se estaba llevando a cabo. –En breve empezamos. –avisó un asistente del fotógrafo. –En seguida. –dijo Taichi. –Bien, ya está. Entonces, la modelo se levantó y le dio un beso en la mejilla, cosa que incomodó mucho al castaño. –Por favor, no hagas eso. Pueden empezar a sacar rumores raros. –dijo Taichi mientras se limpiaba la mejilla con un pañuelo de papel. –Bienvenidos sean los rumores raros. –dijo la modelo. –Salgamos algún día a tomar algo. ¿Cuándo te va bien? –También trabajo por las noches. –dijo Taichi. Con esa respuesta, la modelo se dio por vencida. En parte era verdad. Taichi también hacía algunos turnos de tarde en un pequeño pub sirviendo copas, aunque el mensaje le llegó alto y claro a aquella modelo. Cuando por fin acabó su trabajo, salió con algunos compañeros. –Hasta mañana a las nueve. –se despidieron sus compañeros de trabajo. –Sí, adiós. –dijo Taichi. Se colgó su mochila y se fue en su bicicleta. Reflexiones de Taichi: El destino suele deparar encuentros casuales. Taichi se paró en un semáforo en rojo. Yoko, eso es lo que me pasó contigo. Justo a su lado, se detuvo una bicicleta, conducida por Yoko. Entonces, a Taichi se le hizo familiar. Pensó que la había visto en algún sitio. Entonces se acordó que fue la bestia que lo derribó en la tienda de menaje del hogar el día anterior. –¡Tú! –dijo Taichi. –No me mires, idiota. –respondió Yoko ante la mirada del castaño, al que no reconoció. Entonces, el semáforo se puso en verde y Yoko empezó a pedalear. –¡Eh, espera un segundo, se te cayó esto! –gritó Taichi, que recordó que seguía teniendo la taza de esa chica en su mochila. Pero al ver que no se detenía, Taichi empezó a seguirla con la bicicleta. –¡Hey, espera! –siguió gritando mientras iba tras ella, pero Yoko seguía pedaleando haciendo caso omiso de aquel tipo. Al ver que aquel chico no dejaba de seguirla, apretó el ritmo. –¡Espera, se te cayó esto! –seguía gritando Taichi, incapaz de alcanzarla. Finalmente, se dio por vencido. Era demasiado rápida para él.

***

Una vez que perdió de vista a aquel imbécil, Yoko se marchó al entrenamiento de motocross. Su moto, al igual que su equipación, era azul y blanco. Después de dar varias vueltas con sus correspondientes saltos, paró junto a su entrenador, Gennai. Se quitó las gafas protectoras y el casco y esperó a que su entrenador le dijera el tiempo que había marcado. –Ha estado bien. –dijo Gennai. –Incluso los chicos no pueden saltar tan alto como lo has hecho tú en este entrenamiento. Tienes coraje. –Muchas gracias. –agradeció Yoko. –Bien. Tomemos algo algún día. Yo invito. –dijo su entrenador. –Claro. –dijo Yoko. Entonces se dio la vuelta y se agachó para revisar la rueda trasera. –Ese día ponte falda. Tienes un trasero encantador. –dijo Gennai dándole una palmada en el trasero. Ese comentario y la palmadita incomodó sobremanera a Yoko. El entrenador se dirigió hacia otro grupo de motoristas. –Bien, vosotros id a dar otra vuelta. Lo que su entrenador no esperaba fue la patada en el culo que le dio Yoko. Fue tan fuerte que lo tiró al suelo. Cuando se dio la vuelta a ver quién fue, se encontró con la sonrisa de Yoko. Había probado de su propia medicina. Yoko se dirigió a los vestuarios y se sentó en unos bancos que había en la puerta. Estaba esperando a que se marcharan el resto de chicas del entrenamiento. Una vez que se fueron, entró ella para ducharse y cambiarse. Cuando abrió su taquilla y vio sus ojos reflejados, se miró con odio.

***

En el aeropuerto de Narita, una azafata, cuyo nombre era Mimí Tachikawa, andaba por el aeropuerto con su maleta para dirigirse a casa después del último vuelo. Llevaba el uniforme de azafata, compuesto por un traje de falda y chaqueta azul marino, camisa blanca, un pañuelo con tonos rosas, morados y blanco al cuello y el pelo castaño recogido en un moño. –Adiós. –se despidió Mimí de la tripulación que se dirigía hacia los aviones puesto que empezaban turno. Pero éstos no le hicieron ni caso. Cuando salió del aeropuerto, se dirigió directamente a casa para cambiarse y después se iría al pub en el que trabajaba su amigo Taichi. Con un poco de suerte tendría turno esa tarde. Taichi estaba preparando un cóctel a un cliente cuando se escuchó la campanilla de la entrada, dejando ver la cabeza con el pelo suelto de Mimí. –¡Taichi! He venido a tomar algo. –le dijo Mimí. –¡Mimí!¡Cuánto tiempo sin verte! –dijo Taichi. –Ponme una cerveza. –pidió Mimí. La chica alargó el brazo hacia la puerta para arrastrar a alguien. –Hoy he venido con una amiga: mi compañera de piso. Yoko apareció por la puerta con cara de no tener ganas de nada. Entonces, Yoko y Taichi se reconocieron. – ¡¿Tú?! –exclamaron Yoko y Taichi a la vez. –¿Qué? No me digáis que os conocéis. –dijo Mimí, sin esperar que esos dos se conocieran. –Lo conozco. El chico cero a la izquierda en potencia. –dijo Yoko mientras se sentaba en un taburete de la barra mientras miraba a los ojos de Taichi. –Es lento y no es capaz ni de flirtear correctamente. –No estaba flirteando. –se defendió Taichi. –Puede que lo hayas olvidado pero ya nos habíamos cruzado antes. –Entonces Taichi sacó una caja de cartón de su mochila. –Más que eso, nuestras mochilas chocaron y se te cayó tu taza en la tienda. ¿Te acuerdas? Entonces Yoko abrió la caja y vio la taza morada que había comprado y que perdió antes de salir de la tienda. Se fijó en el asa de la taza. –Lo recuerdo…vagamente. –dijo Yoko. –No lo pude evitar. Tenía algo que hacer. Además, tu cara no tiene nada para recordarla. Ante lo que dijo, Mimí le dio con su mano riendo. Aunque las dos reían. –No digas eso. –se quejó Taichi. –Bueno, de todas formas es tuya. –Te la regalo. No la quiero con esa grieta. –dijo Yoko. –Lo siento, Taichi. Ella es así. –comentó Mimí mientras Taichi retiraba la taza, que ahora pasó a ser suya. –Además, hoy está un poco borde porque su entrenador la ha acosado. –No hablemos de eso. –se quejó Yoko. –Tienes que soportarlo. La lucha de las mujeres siempre ha sido más dura. –dijo Mimí. –Yo también tuve que pasar un infierno cuando empecé a trabajar de azafata de vuelo. –Puede ser, pero…¿sabes…? –empezó a decir Yoko. –Entiendo cómo te sientes. –interrumpió Mimí. –Tener un entrenador que te acosa es una gran carga. –Es que… no debería importar si soy un chico o una chica. Me gustaría que me miraran como persona. Ser una más y que guardaran las distancias. –dijo Yoko. –Podría llevarme bien con gente así. –Entiendo. –dijo Taichi entrando en la conversación. –¿Lo entiendes, Taichi? –preguntó Mimí. –Bueno, a mí también me gustaría tener amigos así. –explicó Taichi. –¡Sois completamente iguales!¡¿Por qué no os asociáis?! –sugirió Mimí alegremente. –No digas eso. –se quejó Yoko. –¿Por qué? –preguntó Mimí. –Disculpe. –llamó un cliente a Taichi, sacándolo de la conversación. –¿Sí? –¿Me pone un té helado? –Claro. Una vez que salieron del bar, Mimí y Yoko se dirigieron a la casa compartida. Cuando dejaron el calzado en el genkan y encendieron las luces dijeron: –Ya hemos vuelto. –Aunque estemos las dos solas seguimos diciéndolo por costumbre. –dijo Mimí entrando en el salón. –¿Quieres beber algo? –preguntó Yoko cuando entraron a la cocina. –Sí, un poco de agua. –contestó Mimí mientras se sentaba. –Por cierto, será mejor que no te hagas ilusiones con Taichi. –¿Ilusiones? –preguntó Yoko mientras servía dos vasos de agua. –Tiene una cara muy bonita, pero creo que es gay. –confesó Mimí. –Aunque son sólo suposiciones mías. Pero nunca lo he visto con novia. Y trabaja de maquillador y peluquero. ¿No crees que es sospechoso? –Yo no me preocuparía. –dijo Yoko. –Bueno, nos vemos mañana. Buenas noches. –se despidió Mimí. –Buenas noches. Después de que Mimí se retirara y ella se terminara el vaso de agua, Yoko se fue a su habitación, se quitó la chaqueta y se sentó en su escritorio. Abrió un cajón y sacó una foto enmarcada en la que aparecía ella con un chándal rojo y su amiga Sora, sujetándola del brazo con el uniforme del instituto. De fondo salía el escenario del parque en el que hablaron el día anterior. Reflexiones de Yoko: Sora. Tú lo dijiste, ¿no? Que ignoraba a la gente y que aún así destacaba y seguía mi propio camino. Pero no era eso. En realidad…la gente me daba miedo. Yoko dejó la foto y sacó su teléfono móvil del bolsillo para buscar el número de Sora. Empezó a escribirle un mensaje diciendo si le importaba que la llamara. Todavía hoy…lo más importante de mi corazón…no puedo decírselo a nadie. A nadie. Ni siquiera a ti. No puedes ni imaginarte cómo me ha sorprendido verte después de cuatro años. Durante esos cuatro años, cómo he pensado en ti; cuánto he deseado encontrarte. Ni tampoco, cuán intensamente, ni cuánto he temido este reencuentro. Yoko recordaba cómo se había reencontrado con Sora después de ese tiempo en ausencia, pensando en si le enviaba el mensaje que había escrito.

***

Al día siguiente, Sora estaba trabajando en el salón de belleza. Maki le estaba alisando el pelo a una clienta cuando llamó a la pelirroja. –Termina de alisarle el pelo. –le pidió Maki a Sora. –Enseguida vuelvo. –Sora se puso manos a la obra, aunque le dio pocas pasadas de cepillo y secador. –Espera, este peinado... –decía la clienta. –¿Pasa algo? –preguntó Sora. –¿No está demasiado liso? –preguntó la clienta. –Oh, bueno. –dijo Sora mientras cogía producto voluminizador y se lo aplicaba a la clienta. –Con esto vamos a hacer que el pelo tenga más volumen. –¿En serio? La próxima vez te pediré a ti que me peines. –dijo la clienta. Maki, que lo vio y lo escuchó desde el mostrador decidió vengarse. Entonces se dirigió hacia ellas. –Cambio. –dijo Maki. –Atiende a la cliente siete. Antes de que Sora se fuera, la miró de reojo y le clavó el tacón en sus zapatos. Ante el gesto de dolor que vio la clienta le preguntó: –¿Ocurre algo? –No, no pasa nada. –fingió Sora para no incomodar a la clienta. Después de haber atendido a la cliente siete, Sora se fue a la zona de empleados a lavar cacharros. Entonces Maki se dirigió hacia ella y abrió más el grifo de agua caliente. –¡Quema! –se quejó Sora. –Si crees que vas a quitarme a mis clientes, quiero que sepas que no pienso tolerarlo. –amenazó Maki. Un rato después, cuando el resto de sus compañeros se fueron, Sora se quedó terminando de limpiar los lava-cabezas para el próximo día, cuando le sonó el tono de que recibió un mensaje. Era de su amiga Yoko, que decía que se alegraba de haberla encontrado. Ese mensaje la animó mucho después del horroroso día que le había hecho pasar Maki Himekawa.

***

Por fin llegó el sábado y Sora se dirigió hacia el apartamento de Yamato con una maleta y las bolsas con lo que compró el otro día. Como sabía que llegaba, Yamato le abrió la puerta y salió para ayudarla con la maleta contento por su llegada. –Yamato. –dijo Sora. –Deja que te ayude con eso. –se ofreció Yamato. –Toma, he hecho esta copia para ti. –Gracias. –dijo Sora recibiendo la llave. Yamato cogió la maleta y las bolsas y entraron al apartamento. Yamato dejó las bolsas en el sofá y la maleta a un lado para que no estorbase. Yamato vivía en un apartamento pequeño y moderno. Tan sólo había un bañó, el pasillo de la entrada y un poco más adentro el salón y la cocina estaba separada por una barra. Junto a la barra, había una mesa para comer. En el salón había un sofá y una mesa y separado por unas puertas correderas, el dormitorio. –Se me hace raro decirlo, bueno, no. Como ahora vivimos juntos tendré que decir “ya estoy en casa”. –dijo Sora. –Bienvenida. –dijo él con su mejor sonrisa. Una vez que Sora deshizo su maleta y organizó sus cosas, Yamato empezó a preparar café, utilizando la pareja de tazas que había comprado mientras que Sora esperaba en el sofá. –Siento haberte hecho esperar. –dijo Yamato sentándose él también. –Gracias. –Salud. –dijeron a la vez brindando con las tazas de café. Tras dar un sorbo al café, Sora vio que Yamato había puesto la lámpara naranja que compró en la tienda junto a una mesilla que había junto al sofá. Le daba una luz muy bonita a la estancia. Yamato dejó su taza y cogió la mano libre de Sora porque vio lo que parecía ser una quemadura. Entonces Sora, al ver la preocupación en los ojos de Yamato, dejó su taza en la mesa. –Mi mano está rugosa, ¿verdad? –dijo Sora. –¿No te duele? –preguntó. –Tranquilo, estoy bien. –dijo Sora restándole importancia. Sora se soltó y se giró para darle un vistazo general a la casa. –Desde hoy esta será mi casa. –Sí. –dijo Yamato rodeándola con su brazo. Sora apoyó su cabeza en el hombro del chico. –Si estoy aquí, estaré bien. –dijo Sora. –No importa lo duro que sea el mundo o las cosas que pasen fuera mientras vuelva a casa y tú estés aquí. Yamato le cogió la mano y la miró a los ojos. –Nunca me alejaré de ti. –dijo Yamato. –Pase lo que pase. Tras mirarse a los ojos, se sonrieron, acortaron distancia y se dieron un tierno beso en los labios. Tras besarse, se amaron como nunca antes habían amado.

***

A la mañana siguiente, Sora se despertó con la luz que entraba por la ventana. Qué bien que había dormido. Pero a su lado vio que Yamato no estaba. Se levantó y vio que estaba sentado en el sofá, aunque no se esperaba que él estuviera revisando su teléfono móvil. –¿Qué estás mirando? –preguntó Sora. –¿Tengo algún mensaje extraño? Seguro que de mi madre. –¿Quién es? –preguntó Yamato con seriedad sujetando el móvil para que Sora lo viera por detrás, viendo que era el mensaje que le envió Yoko. –Ahh, es una vieja amistad de la secundaria. –dijo Sora dando la vuelta y quedándose en pie junto a él. –El otro día nos encontramos después de mucho tiempo. –¿Es un chico? –preguntó Yamato. Pero Sora se quedó callada por lo extraño de esa pregunta. –Es un chico, ¿verdad? –No…es una chica. –dijo Sora. –Cuando la ves tiene una apariencia un poco ambigua, pero es una chica. –intentó convencerlo Sora sentándose junto a él. –Demuéstralo. –dijo Yamato. –¿Puedes probarlo? –La… La llamaré. Lo comprobarás si escuchas su voz. –dijo Sora un poco asustada. Nunca había visto a Yamato ponerse tan serio y tener esa mirada tan fría. Normalmente era un chico atento y cariñoso. El chico le pasó el móvil. Sora buscó el número de Yoko entre sus contactos y la llamó, pero salió el buzón de voz. –Sale el buzón de voz. –Has estado con un chico a mis espaldas, ¿verdad? –preguntó Yamato. –Claro que no, Yoko es… –empezó a justificar Sora, pero no acabó la frase porque Yamato dio una patada a la mesa, volcándola tirando todo lo que había encima de ella. El chico se levantó muy enfadado. –¡Cuánto más repites que es una chica, menos me lo creo! –gritó Yamato. Sora seguía sujetando el teléfono asustada en el sofá y el chico empezó a zarandearla de los hombros. –Has estado con un chico, ¿verdad? –¡No, de verdad que no! –gritaba Sora asustada. –Ya sé. Te lo demostraré. Iré a casa de mi madre y te traeré el álbum de graduación del instituto. –Asegúrate de traerlo. –dijo Yamato con voz grave tras soltarla. –Lo haré. –dijo Sora. Yamato se quitó de encima para que pudiera marcharse. Después de vestirse, se fue a toda prisa a casa de su madre, donde empezó a buscar el álbum por todas partes. Buscó por todos los recovecos de su cuarto durante horas, pero no había ni rastro del álbum. Sora empezó a ponerse nerviosa. –¿Dónde lo habré puesto? –se preguntó con desesperación. Entonces escuchó el móvil. Fue hacia la cocina, abrió el bolso y al mirar la pantalla vio que era Yamato. Pero cuando fue a contestar, dejó de sonar. Dejó el móvil para seguir buscando pero el móvil volvió a empezar a sonar. –Hola. –¿Qué estás haciendo? –preguntó Yamato, que miraba por la ventana del salón. –Buscando el álbum, tal y como te dije. –contestó Sora. –¿Y por qué no has cogido el teléfono inmediatamente? –preguntó Yamato enfadándose. –Tenía el móvil en la cocina. –dijo Sora con la voz temblorosa. –Estás con un chico, ¿no? –asumió Yamato. –¿Por qué iba a…? Desde que me pediste la prueba he estado buscando el álbum. –explicó Sora con impotencia. –Pero no lo encuentro. ¿No te acuerdas? Mi padre tenía una deuda enorme y tuvimos que huir en mitad de la noche. Pensaba que estaría aquí, pero… –Vuelve. –ordenó Yamato. –Ahora mismo. Tras ordenarle que volviera, Sora cogió un autobús. Justo cuando bajó, comenzó a llover y empezó a correr hacia el apartamento. Yamato, que la vio llegar por la ventana, abrió la puerta justo cuando ella iba a sacar la llave para abrir. –Yamato. –dijo Sora. –¿Dónde está el álbum? –preguntó él. –No lo tengo. –dijo Sora Entonces, la agarró del brazo y la arrastró dentro del apartamento, donde la tiró al suelo, dándole accidentalmente con el bolso a la lámpara naranja que con tanta ilusión compró Sora. Al caer al suelo, se rompió. Yamato se acercó a ella de forma amenazadora. –¿Por qué no cumples tus promesas? –preguntó Yamato. Entonces, empezó a darle bofetones en la cara. Tras darle tres bofetones empezó a patearla en el estómago, haciendo que Sora tosiera entre el llanto. Entonces, el chico paró de agredirla sin dejar de mirarla. Sora, con miedo, lo miró de reojo. El chico se arrodilló y la ayudó a incorporarse. Se quedaron mirándose a los ojos. Sora lo miraba con miedo porque no entendía que le podía haber pasado a su chico. Entonces, Yamato parecía que se iba a poner a llorar en cualquier momento, aunque no lo hizo. Tan sólo la abrazó. –Lo siento, Sora. –Me haces daño. –dijo Sora, porque aunque al principio era un abrazo suave, en seguida el chico empezó a apretar. Al escucharla decir que le hacía daño, el rubio aflojó el abrazo y cogiéndola suavemente de la cara la miró a los ojos. Cuando Yamato redujo las distancias para besarla, Sora, instintivamente giró un poco la cabeza, haciendo que fallara en su intento por besarla. Yamato no parecía reaccionar. Era como si se hubiera dado cuenta de repente de lo que había hecho y se quedó allí de rodillas, sin reaccionar. Sora, lo cogió de las manos y se soltó del agarre suavemente. –Lo siento. Yo…iré a buscar el álbum otra vez. Sora se levantó para marcharse, dejando a Yamato allí inmóvil. Sin ni siquiera coger un paraguas, Sora salió del apartamento y caminando bajo la lluvia, llegó a casa de su madre. Por la ventana vio a su madre que estaba haciendo algo en el fregadero, cuando el tipo de la otra vez la agarró por detrás y empezaron a hacerse arrumacos. No podía entrar y molestarlos. Además, ya había buscado durante toda la mañana y no encontró nada. ¿Por qué lo iba a encontrar ahora si era evidente que el álbum no estaba allí? Así que, se dio media vuelta y andando con la mirada perdida, se dirigió al único sitio que le vino a la mente, el parque que en su pasado frecuentaba con Yoko. No se atrevía a volver al apartamento con Yamato. Las lágrimas se mezclaban con la lluvia. Aunque no era tarde, ya había oscurecido. Después de dejar que la lluvia la empapara un poco más, sacó su móvil del bolso y marcó el número de su amiga Yoko, pero le salió el buzón de voz. Por su parte, Yoko se encontraba en un combini comprando algo para comer. –¿Desea que se lo caliente? –preguntó la dependienta. –Sí, gracias. –dijo Yoko. Mientras le calentaban el tentempié, salió a la puerta. Llegando al combini había escuchado su teléfono pero no había podido cogerlo. Así que revisando el teléfono, vio que tenía un mensaje de Sora en el buzón de voz en el que le decía, con la voz muy apagada que la volvería a llamar. Algo le decía que algo andaba mal con Sora. Era una corazonada. Así que, sin volver a entrar, cogió un paraguas del paragüero que había en la entrada y echó a correr hacia el parque. De repente, para Sora dejó de llover. Cuando giró su cabeza, allí estaba su amiga Yoko cubriéndola con un paraguas. –Yoko. ¿Cómo…? –Intuí que estabas aquí. –dijo Yoko sonriéndole. –Pero en realidad no me imaginaba que fuera a encontrarte. –Hace tiempo veníamos aquí a resguardarnos de la lluvia. Solía haber un puesto con un parasol. Comprábamos muchos helados, ¿te acuerdas? –dijo Sora con una sonrisa triste. –Mi casa está cerca. ¿Quieres venir? –ofreció Yoko. Era evidente que la pelirroja no estaba bien y estaba demasiado empapada. Sora la miró con agradecimiento. Nada más entrar al salón de la casa, apareció Mimí con una vestimenta que parecía ser hindú con dos refrescos en la mano. –¡Namaste!¡Namaste, namaste! –gritó Mimí dando la bienvenida y dándole las bebidas a Sora y a Yoko. –¿Qué son esos trajes? –preguntó Yoko. –¿Quieres caerle bien a la gente o no? –preguntó Mimí. Taichi, que también estaba en casa se levantó. –Estás completamente empapada. ¿Tienes ropa para que se cambie, Mimí? –preguntó Taichi. –¡Sí, vengo en seguida! –dijo Mimí. Mientras, Taichi cogió unas toallas que le pasó a Sora y a Yoko, que aunque no estaba calada como Sora, también se había mojado un poco. –Gracias. –dijo Yoko. Después de secarse un poco y cambiarse con algo de ropa de Mimí, Sora se sentó en uno de los sillones del salón. –¿Qué quieres beber? –preguntó Mimí animadamente. –Esta noche tenemos a un camarero entre nosotros, así que, por hoy tenemos muchas bebidas que ha traído del bar y que podéis escoger. ¡Ya sé, vamos a tomar un Martini! –¡No te dejes llevar de esa forma! –le dijo Yoko, que vio a Mimí pasada de revoluciones. Aunque de normal era una chica alegre y divertida. –¡No hables como una amargada de mediana edad! –le recriminó Mimí. –Disculpad. –interrumpió Sora. –¿Vivís todos aquí? –Perdón, no me he presentado. –dijo Mimí. –Me llamo Mimí Tachikawa. –Puedes llamarla Mimí. –dijo Yoko. –Y este de aquí es Taichi Yagami. Está de paso. –explicó Mimí. –Encantado de conocerte. –dijo Taichi después de darle un trago a su bebida. –Encantada. –dijo Sora. –¿Pero hoy te quedarás a dormir, no? –preguntó Mimí a Taichi. –Pues…–empezó a decir Taichi, que parecía más un sí que un no. –Cuando Mimí bebe se pone muy pesada, así que preparaos. –dijo Yoko. –¡Preparaos! –dijo Mimí asumiendo de broma el rol que le había asignado Yoko. –¿Os parece bien que me quede yo también hasta mañana? –preguntó Sora. –Claro. Tenemos habitaciones de sobra. –dijo Yoko. Miró a Mimí, que también asintió con la cabeza. –Es que… he tenido una pequeña pelea con mi novio. –explicó Sora sin entrar en detalles. Ya que iba a quedarse, por lo menos que supieran parte de la verdad. Cuando dijo eso, Yoko la miró. En cuanto la vio supo que algo no andaba bien. Lo que no se imaginaba era la gravedad del asunto. –¡Sora, eres monísima!¡Me la comería! –soltó Mimí. –¡Para ya, Mimí!¡Deja de decir esas cosas! –le riñó Yoko. –¿Por qué? Es un cumplido y es adorable. –se reafirmó Mimí. –Aquí tienes. –dijo Taichi sirviendo un cóctel a Mimí. –¡Deja de decir que te vas a comer a la gente! –siguió Yoko riñendo a Mimí. –¡Hagamos un brindis! –dijo Taichi. –Ahí vamos. –¡Kanpai! –dijeron todos brindando a la japonesa. Mientras bebían después del brindis, Yoko miró a Sora. Parecía que le cambió la cara en ese ambiente tan relajado. Mimí seguía contando cosas divertidas mientras los demás escuchaban curiosos. Reflexiones de Sora: Yoko, esa tarde fue la primera vez que estuve contigo y tus amigos. Eráis todos tan amables. Era como si fuera una niña abandonada que llegaba a una casa llena de ternura. Por primera vez en el día me sentí feliz. Pero al final, cuando por la noche todo se había calmado, recordé a Yamato. Le recordé como un valioso tesoro que había perdido y que nunca volvería a encontrar. Mientras Mimí contaba una de sus anécdotas, Sora sacó del bolso la llave del apartamento de Yamato. Yoko se dio cuenta de eso, pero fingió ofreciéndole una sonrisa que Sora le devolvió. Lo siento, Yoko. Entonces pensaba que era la persona más desgraciada del mundo. Qué cría que era. A la mañana siguiente, aunque era muy temprano, Yoko acompañó a Taichi afuera cuando se iba. –Nos vemos. –dijo Taichi. –Adiós. –respondió Yoko. Antes de coger su bicicleta, aparcada junto a la de Yoko, Taichi quiso saber algo. –Yoko, ¿te importa si me mudo aquí? –¿Aquí?¿Por qué? –Siento que aquí podría encajar. –dijo Taichi. –Pregúntale a Mimí. –dijo Yoko. Una vez que Taichi se marchó, Yoko entró al salón, donde Sora y Mimí seguían durmiendo en los sofás. Al final no hicieron falta las habitaciones porque la fiesta se alargó y se durmieron todos en el salón. Yoko cogió una manta y arropó a Mimí, que roncaba, lo que le hizo gracia. Entonces, miró al otro sofá, donde dormía Sora. Al ver que también estaba destapada, la arropó con otra manta y se acuclilló a su altura. Al mirarla, vio que una lágrima caía de su ojo. Sabía que había algo que la atormentaba. Sin poder evitarlo, acortó distancias y la besó en los labios. Continuará…
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