ID de la obra: 1084

The Rise of Empires

Gen
NC-17
En progreso
0
Fandom:
Tamaño:
planificada Maxi, escritos 45 páginas, 20.606 palabras, 5 capítulos
Descripción:
Publicando en otros sitios web:
Consultar con el autor / traductor
Compartir:
0 Me gusta 0 Comentarios 0 Para la colección Descargar

IV. FRANCIA

Ajustes de texto
POV: FRANCIA Castilla entró al salón con esa confianza que había aprendido a apreciar profundamente durante nuestros siglos de amistad, aunque sabía perfectamente que nunca lograría alcanzar la elegancia completamente natural e innata que yo poseía, y no era realmente una falla personal sino simplemente una realidad de la naturaleza. Vestía un jubón de seda granate que, aunque no era terrible en términos absolutos, carecía de la sofisticación sutil que yo habría elegido para una ocasión de tal importancia. Sin embargo, debo admitir con mi usual honestidad conmigo mismo que el color le favorecía considerablemente: los tonos cálidos y profundos acentuaban hermosamente su piel oliva que había sido bronceada por siglos de sol mediterráneo, y el corte del jubón era lo suficientemente ajustado para revelar su pecho tonificado de manera que no pasaba desapercibida para un ojo tan entrenado y apreciativo como el mío. Su cabello castaño ondulado estaba peinado según la última moda italiana—una mejora considerable respecto a esas plumas espantosas de avestruz que solía usar como compensación por alguna inseguridad masculina profundamente arraigada—y sus ojos color jade evaluaron mi salón con la admiración apropiada, aunque pude detectar también esa mirada evaluativa y competitiva que siempre adopta cuando estaba en territorio que consideraba potencialmente rival. "Qué absolutamente delicioso." La competencia y la tensión sexual siempre habían añadido un sabor particular que yo apreciaba, como especias exóticas que transforman un plato ordinario en algo memorable. —Francia. —dijo, inclinándose con respeto medido, aunque noté inmediatamente que la reverencia fue exactamente lo mínimo requerido por la cortesía diplomática—Nada más, ni nada menos. Tu palacio es, como siempre, una obra de arte. —Naturalmente —repliqué—. Roma nos enseñó bien sobre la importancia fundamental de la belleza en todas sus manifestaciones. Aunque algunos heredamos mejor esas lecciones que otros. Gesticule hacia el sillón de terciopelo que había hecho colocar estratégicamente frente al mío, lo suficientemente cerca para permitir intimidad, pero lo bastante separado para mantener el delicado juego del poder que era tan esencial para lo que veníamos a discutir. Se sentó con la gracia adecuada que esperaba de él, pero pude ver perfectamente cómo su mandíbula se tensó ligeramente ante mi comentario deliberadamente provocativo, esa reacción física tan familiar que había aprendido a leer como música conocida después de siglos. Sus ojos se dirigieron inmediatamente a los tapices flamencos que adornaban las paredes como trofeos textiles, escenas de victoria militar tejidas con hilos de oro y plata que contaban la historia de mis triunfos más gloriosos con la precisión de un cronista y la belleza de un poeta épico. Castillón ocupaba un lugar prominente en el centro de la composición, indudablemente. Había sido una obra maestra tanto artística como militar. —He estado reflexionando sobre nuestra conversación en Amboise —comenzó Castilla, aceptando la copa de vino que mi sirviente le ofreció. Sus dedos se cerraron alrededor del cristal con la firmeza apropiada, y pude notar cómo evaluaba la calidad del vino con el primer sorbo, un ritual que había aprendido de mí, aunque él nunca lo admitiría abiertamente. — Sobre las... oportunidades que presenta la situación oriental. —¿Te refieres a la muerte de nuestro querido Bizancio? —pregunté, saboreando las palabras tanto como el vino. —. Una tragedia, por supuesto. Pero las tragedias, cuando se manejan con la sabiduría apropiada y la perspectiva correcta, pueden ser beneficiosas. —Exactamente —dijo Castilla, pero había algo en su tono que sugería que ya tenía sus propias ideas completamente formadas al respecto, ideas que probablemente había estado desarrollando durante días sin consultarme—. Con las rutas comerciales orientales cortadas definitivamente, quien logre establecer nuevas conexiones directas con las fuentes de especias controlará el futuro de Europa. Por supuesto. Castilla tenía sus propias ambiciones grandiosas. Lo había notado claramente en Amboise, la manera deliberada en que se había erguido cuando los Estados Pontificios había hablado de elegir "herederos dignos" para liderar la respuesta cristiana. Esa reacción física había sido tan obvia que cualquiera con ojos podría haberla interpretado correctamente. Era una ambición admirable en principio—después de todo, un hombre sin ambiciones era apenas mejor que un eunuco—pero estaba mal dirigida hacia objetivos que excedían sus capacidades naturales. Había un solo heredero verdadero y legítimo de Roma en esta habitación, y estaba sentado frente a él vestido en seda azul real, no gesticulando como un mercader entusiasmado. —Y ese alguien, mon cher, debe ser naturalmente el heredero de Roma que ha demostrado tanto la capacidad militar como la sofisticación cultural necesarias para tal responsabilidad. —¡Yo!¡Moi!—exclamamos al mismo tiempo, nuestras voces chocando en el aire como espadas desenvainadas en un duelo inesperado. Un silencio incómodo se extendió entre nosotros como niebla densa, cargado de tensiones que iban mucho más allá de la simple política. Castilla se enderezó completamente en su asiento, adoptando una postura de desafío y pude ver perfectamente cómo su temperamento mediterráneo comenzaba a encenderse como aceite tocado por una llama. Sus ojos color jade brillaron con esa fiereza particular que había aprendido a reconocer durante nuestras décadas de amistad, no era la calculada frialdad intelectual de Inglaterra, sino algo infinitamente más peligroso y primitivo: pasión desatada sin filtros racionales. No tenía problema alguno con su pasión cuando la dirigía apropiadamente en mi alcoba—de hecho, era una de las características que más apreciaba de él—pero cuando la usaba para competir conmigo directamente en cuestiones de supremacía política, se volvía completamente molesto e inapropiado. Era como un caballo magnífico que de repente decidiera morder la mano que lo alimentaba. —Perdón, Francia —dijo Castilla, pero su voz había adquirido un filo metálico que definitivamente no había estado presente momentos antes—. ¿Acabas de sugerir seriamente que eres el único heredero legítimo de Roma en toda Europa? Mantuve mi sonrisa perfecta con el control absoluto que había desarrollado durante siglos de navegar aguas políticas traicioneras, aunque internamente sentí una chispa de irritación genuina comenzando a crecer como brasa mal apagada. Por supuesto que Castilla tendría que complicar innecesariamente lo que debería haber sido una simple conversación sobre realidades históricas obvias, seguida tal vez por actividades nocturnas más placenteras que reafirmen nuestra amistad, pero ahora se encaminaba a discusiones innecesarias. —No lo sugiero como una posibilidad debatible,mon cher ami—repliqué con la misma paciencia que empleaba cuando necesitaba manejar su temperamento sin quebrar completamente su ego—. Lo afirmó como un hecho histórico verificable. Roma y Galia tienen conexiones que se remontan directamente a César mismo, a las campañas que me transformaron en una provincia civilizada. Yo soy... —¿Tú? —me interrumpió bruscamente, levantándose abruptamente de su asiento con esa impulsividad tan característica de él que podía ser encantadora en ciertos contextos pero era completamente inapropiada en una discusión seria como aquella—. Roma conquistó y civilizó Hispania siglos antes de que tu siquieras aprendieras a hablar latín correctamente, mucho menos a escribirlo con elegancia. Mi tierra ya llevaba el nombre orgulloso de "Hispania" cuando la tuya aún era considerada territorio bárbaro. Su rostro se había ruborizado ligeramente, esa incapacidad para mantener la sangre fría que era tanto una debilidad política como una fortaleza. Se paseó agresivamente por la habitación con movimientos amplios que revelaban exactamente qué tan perturbado estaba por mi observación perfectamente razonable. —Además —continuó, su voz subiendo peligrosamente de tono mientras gesticulaba —, ¿quién ha estado luchando verdaderamente contra los infieles en las fronteras durante siglos enteros? ¿Quién ha derramado sangre cristiana para mantener a los musulmanes completamente fuera de Europa? No fuiste tú ciertamente, que has estado demasiado ocupado... jugando con ingleses. Ah. Ahí estaba. Esa púa deliberada sobre mi relación compleja con Inglaterra—tan poco elegante, tan directa, tan típicamente de él en su falta de sutileza—pero que en vez de hacerme enojar, simplemente me estimulaba, porque revelaba que había estado pensando en mis actividades privadas más de lo que sería apropiado para un simple aliado. —Mon cher Castille,—dije con paciencia —la conquista física es solamente un aspecto rudimentario de la herencia romana, el más básico y primitivo. La verdadera herencia, la que realmente importa para el futuro de Europa, está en la cultura superior, en la civilización refinada, en la capacidad innata de elevar todo lo que se toca hasta convertirlo en arte. —¿Arte? —soltó una risa que sonó más como el ladrido de un perro que como una respuestacivilizada—. Roma se construyó con sangre derramada y acero templado, no con perfumes importados y terciopelos decorativos. Roma ganó su imperio en campos de batalla cubiertos de cadáveres, no en salones perfumados discutiendo teorías estéticas. El aire entre nosotros se había vuelto definitivamente tóxico, cargado de testosterona y competencia mal dirigida. —El verdadero legado romano se mide fundamentalmente en la capacidad demostrada de defender las fronteras cristianas contra los infieles —continuó. "Su predictibilidad era absolutamente encantadora", pensé con una sonrisa que realmente no me llegaba completamente a los ojos. Castilla estaba claramente perdiendo el control de sus emociones, permitiendo que sus impulsos dictaran sus palabras en lugar de emplear la racionalidad que la situación requería. Era simultáneamente fascinante y molesto: fascinante porque confirmaba mi superioridad intelectual absoluta en manejar situaciones complejas, molesto porque complicaba innecesariamente todo. Por ello, era hora de redirigir hábilmente la conversación antes de que ese orgullo se volviera genuinamente problemático para mis objetivos personales. —Creo firmemente —dije, levantándome con gracia para recuperar el control— que ambos estamos permitiendo que el orgullo nuble nuestro sentido común. La verdad objetiva es que Roma necesita múltiples herederos coordinados para enfrentar efectivamente la amenaza otomana que se acerca como una tormenta. Castilla me miró con evidente suspicacia, sus hombros tensos y su mandíbula apretada, pero al menos había dejado de gesticular salvajemente. —El Imperio Otomano ha hecho mucho más que simplemente destruir una ciudad antigua o haber matado a uno de los nuestros, Castilla —continué, permitiendo que mi voz adoptara ese tono reflexivo y paternal que sabía que funcionaba especialmente bien cuando él necesitaba ser guiado hacia conclusiones correctas—. Ha roto completamente el equilibrio delicado de poder que había sostenido Europa durante siglos enteros. Caminé deliberadamente hacia el gran mapa que dominaba una mesa entera del salón, cada paso calculado para mostrar autoridad natural sin agresión. Dejé que mis dedos rozaran el borde de la mesa, un gesto casi casual pero lleno de propiedad. —Mató a mi querido hermano mayor, Castilla. —mis palabras salieron más suaves, teñidas de una melancolía que no tuve que fingir del todo. Incliné ligeramente la cabeza y cerré los ojos por un momento, como si el peso de la pérdida me obligara a recomponerme—.Es una tragedia. Las rutas comerciales tradicionales estaban marcadas cuidadosamente con líneas doradas, todas ahora cortadas simbólicamente por una gruesa marca roja que representaba el control otomano absoluto sobre los puntos de tránsito críticos. —Pero donde otros hombres menos visionarios ven solamente desastre y pérdida —mi voz se elevó gradualmente, ganando fuerza y convicción con cada palabra mientras me enderezaba por completo— yo veo oportunidades esperando ser aprovechadas por aquellos lo suficientemente inteligentes para reconocerlas. Me volví hacia él con un movimiento fluido, capturando su mirada directamente. Extendí mi mano sobre el mapa en un gesto amplio. —Venecia ha perdido definitivamente sus conexiones comerciales más lucrativas —expliqué, trazando las rutas interrumpidas con mis dedos sobre el mapa como un maestro enseñando a su estudiante, mi voz adoptando un ritmo casi hipnótico—. Incluso nuestro pequeño y astuto Flandes tendrá que buscar desesperadamente nuevas fuentes para mantener su prosperidad comercial. Castilla se acercó hacia mí con pasos medidos, e inmediatamente pude detectar su perfume característico flotando en el aire: una mezcla intoxicante de flores silvestres mediterráneas, acero bien mantenido y vino que siempre había encontrado particularmente atractivo cuando estábamos cerca. Era un aroma completamente masculino pero con toques sutiles que revelaban su origen en tierras más cálidas y sensuales que las mías. —¿Y propones específicamente que nosotros llenemos ese vacío? —preguntó, su voz ahora controlada pero cargada de interés genuino que no podía disimular completamente. —No lo propongo como una mera posibilidad,mon ami—respondí con confianza—. Lo declaró como absolutamente inevitable, una consecuencia natural. Pero no a través de aventuras oceánicas completamente fantásticas como sugiere Portugal con esa tendencia típicamente femenina hacia lo romántico e impráctico. El solo recuerdo de las teorías oceánicas absurdas de Portugal me irritó ligeramente. Durante nuestra reunión en Amboise, había notado vívidamente cómo sus ojos se iluminaban de manera completamente irracional al hablar de océanos supuestamente infinitos y continentes míticos que existían solo en su imaginación sobreactiva. Encantador, tal vez, en una mujer joven cuya mente naturalmente tendía hacia fantasías románticas, pero completamente impráctico para una nación que debería concentrarse en realidades políticas tangibles. Siempre había tenido esa atracción inexplicable hacia el mar, una fascinación que yo nunca había logrado comprender completamente ni nadie con los pies firmemente plantados en la realidad podía comprender racionalmente. Incluso Roma, solía reprenderla por ello durante nuestra infancia. Era completamente idealista para alguien en su posición. Portugal siempre había sido demasiado soñadora, demasiado dispuesta a perseguir fantasías en lugar de concentrarse en las realidades que requerían atención masculina sería. Era una debilidad típicamente femenina: permitir que la imaginación y los sentimientos dominaran sobre la lógica práctica y la planificación estratégica racional. No es que Portugal fuera incompetente, había demostrado cierta astucia en mantener su independencia contra las presiones expansionistas de Castilla, lo cual requería inteligencia considerable. Pero había una diferencia fundamental entre la astucia defensiva y la capacidad de liderazgo que las grandes naciones requerían. Las mujeres podían ser astutas en proteger lo que ya poseían, pero raramente tenían la visión y la determinación necesarias para conquistar nuevos territorios que requieran riesgoy agresión. —El poder verdadero —continué, permitiendo que mi voz adoptará la cadencia de un profesor ilustrando verdades fundamentales a un estudiante prometedor pero aún imperfecto— reside en el control sólido y tangible. Roma no construyó su imperio navegando hacia horizontes imaginarios. Lo construyó conquistando, administrando eficientemente, civilizando sistemáticamente. Una legión tras otra marchando en formación perfecta, una provincia tras otra incorporada al sistema imperial, hasta que el mundo conocido entero cantaba sus oraciones en latín y medía el tiempo según el calendario romano. Era una de las grandes lecciones que había aprendido de Roma mismo, cuando él nos enseñaba los principios básicos del poder imperial desde su propio palacio en el Palatino. Sus lecciones siempre habían sido prácticas, tangibles, basadas en realidades geográficas que podían tocarse y territorios que podían ser medidos y administrados por burocracias competentes. Castilla asintió con un entusiasmo que habría sido completamente adulador si no hubiera sido por el hecho evidente de que él también albergaba sus propias ambiciones grandiosas de grandeza. —Y nosotros podemos hacer exactamente lo mismo —declaró con esa confianza que lo caracterizaba cuando se sentía inspirado—. Pero infinitamente mejor, porque tenemos la ventaja de la experiencia histórica que Roma no poseía cuando comenzó sus conquistas. —Precisamente,mon ami—acordé, sintiendo una satisfacción genuina al ver cómo su mente comenzaba a alinearse con mis propios planes—. El Imperio Otomano nos ha hecho un favor completamente involuntario, aunque él sea demasiado bárbaro para comprender las implicaciones de sus propias acciones. Al matar a Bizancio, ha eliminado al último competidor serio por la herencia romana en el este. Ahora solamente queda el oeste para ser reclamado, y en el oeste... —Quedamos nosotros —completó Castilla con una sonrisa que prometía tanto cooperación como competencia. —Aliados cercanos y devotos, por supuesto —añadí magnánimamente—. No creo en la hegemonía solitaria y aislada, Castilla. Creo firmemente en la hegemonía compartida entre aquellos pocos que comprenden cómo se constituye la grandeza auténtica y tienen la capacidad de materializarla. Era una mentira, naturalmente. Creía absolutamente en la hegemonía solitaria, específicamente la mía, bajo mi liderazgo absoluto y según mis propios términos. Pero Castilla era demasiado útil militarmente y demasiado atractivo personalmente como para eliminarlo prematuramente, y los aliados útiles siempre merecían ser... alentados apropiadamente con las palabras correctas y las promesas necesarias. Al menos hasta que ya no fueran estratégicamente necesarios o hasta que sus ambiciones comenzaran a interferir seriamente con las mías. Me dirigí con gracia hacia la ventana principal, contemplando los jardines perfectamente manicurados que se extendían como una obra de arte viviente bajo el sol dorado del atardecer. Los rosales importados estaban en plena floración estacional, creando un tapiz de colores coordinados que habría hecho llorar de envidia pura a cualquier artista florentino o flamenco. Cada arbusto había sido podado según especificaciones exactas, cada sendero diseñado para crear perspectivas visuales que dirigían la mirada hacia los puntos focales más hermosos. Todo era exactamente como debía ser: hermoso sin ostentación vulgar, ordenado sin rigidez opresiva, simple y llana: perfección natural. —Pero hay un problema inmediato y potencialmente serio que debemos abordar antes de proceder con planes más ambiciosos —dije, permitiendo deliberadamente que una nota de preocupación genuina tiñera mi voz para capturar completamente su atención—. El Imperio Otomano no se conformará pasivamente con Constantinopla como su conquista final. Él es ambicioso como un lobo hambriento, y ahoraha probado el sabor embriagador de la victoria contra una ciudad que se había creído completamente inexpugnable durante más de mil años. —Por supuesto que continuará expandiéndose agresivamente —replicó con esa impaciencia característica que aparecía cuando consideraba que se estaba perdiendo tiempo en obviedades—. La pregunta estratégica real no es si atacará nuevamente, sino cuándo exactamente lo hará y dónde dirigirá su próxima ofensiva. Su pragmatismo brutal era ocasionalmente molesto por su falta de sutileza, pero no era completamente incorrecto en sus conclusiones básicas. Castilla se acercó decididamente al gran mapa, su temperamento hirviendo visiblemente bajo su piel oliva. Señalando agresivamente hacia los Balcanes con movimientos que revelaban tanto conocimiento militar como frustración personal. —¡Mira estos movimientos! —su voz retumbó en el salón, más fuerte de lo necesario. Su puño se estrelló contra la mesa con un golpe que hizo temblar los candelabros cercanos y envió ondas por la superficie de mi vino—. Cada año que pasa, avanzan consistentemente más hacia el norte. Observé con una tranquilidad externa perfectamente cultivada cómo pequeñas gotas de tinta salpicaban el borde de mi mapa recién actualizado. "Controla tu maldita fuerza, bestia"pensé con irritación mientras observaba cómo una delicada figurilla de porcelana se tambaleaba peligrosamente cerca del borde de la mesa. Era una pieza de la época de Roma, y este bruto ibérico estaba a punto de destruirla con su falta absoluta de autocontrol. Se giró bruscamente hacia mí, su brazo golpeando "accidentalmente" un candelabro de plata que salió volando. Lo atrapé con un movimiento reflejo antes de que se estrellara contra el suelo, mis dedos cerrándose alrededor del metal con más fuerza de la necesaria. "Respira, Francia"me dije a mí mismo, colocando cuidadosamente el candelabro lejos del alcance de las extremidades descontroladas. "Respira y recuerda que necesitas su cooperación. Puedes envenenarlo después." —Cada año que permitimos que pase, están geográficamente más cerca de las verdaderas puertas de Europa —continuó, ahora golpeando el mapa repetidamente con el dedo, dejando marcas visibles—. ¡Y cada año que perdemos debatiendo, estamos desperdiciando tiempo valioso con diplomacia perfumada cuando deberíamos estar forjando armas y entrenando soldados! Con el último énfasis, su palma se estrelló contra la mesa nuevamente, esta vez con tanta fuerza que la figurilla de porcelana finalmente cayó. El sonido de la cerámica rompiéndose contra el suelo de mármol resonó en el silencio que siguió. " Sans doute"pensé con una calma gélida que contrastaba con la furia que sentía burbujeando en mis venas. "Por supuesto que este animal sin modales acaba de destruir una reliquia de siglos. Por supuesto que en mi castillo, este bárbaro actúa como si estuviera en una taberna de mala muerte." Mis ojos se posaron en los fragmentos de porcelana esparcidos por el suelo, y tuve que hacer un esfuerzo consciente para no permitir que mi expresión revelara la magnitud de mi irritación. Sus observaciones eran acertadas, aunque expresadas con esa falta de elegancia típicamente suya que caracterizaba su estilo de comunicación y ahora, aparentemente, su completa incapacidad para existir en un espacio civilizado sin destruir algo de valor. —El hecho de que hayan logrado... matar permanentemente a Bizancio sugiere que sus ambiciones son problemáticas —dije finalmente, mi voz cuidadosamente modulada para no revelar que estaba considerando seriamente si valdría la pena arruinar mi seducción solo por el placer de hacerle tragar cada maldito fragmento. La verdad era que la noticia no me había perturbado tanto como podría esperarse de alguien menos preparado para enfrentar las realidades más crudas de nuestro mundo. Lo que sí me perturbaba era que este energúmeno castellano aparentemente creía que mi mobiliario era tan indestructible como él. Le había tenido cierto agrado genuino a Bizancio, era mi hermano mayor después de todo, alguien con quien podía discutir filosofía antigua y los matices más refinados de la administración imperial. Aunque debo admitir que siempre preferí mil veces la compañía estimulante de Roma Occidental, su gemelo, cuyo pragmatismo directo encontraba infinitamente más atractivo que la tendencia bizantina hacia el misticismo excesivo y la contemplación teológica interminable. Su muerte era lamentable desde una perspectiva sentimental, pero estratégicamente había creado oportunidades que sería negligente no considerar cuidadosamente. Después de todo, en el gran tablero de ajedrez político, cada pieza que desaparecía alteraba fundamentalmente las posiciones de todas las demás. La expresión de Castilla se volvió más calmada, sus ojos recorrían las líneas doradas del mapa con un dejo de lo que parecía tristeza. —Bizancio resistió durante más de mil años. Sinceramente pensé que duraría al menos otros mil más —murmuró, y en su voz detecté una nota de sorpresa genuina que raramente mostraba ante nadie. —Como todos pensábamos, mon ami—murmuré, tomando un sorbo deliberadamente lento de mi vino para permitir que el sabor complejo limpiara el regusto amargo que los recuerdos de pérdida siempre dejaban en mi paladar—. Pero los tiempos cambian. Era la naturaleza inevitable de nuestra existencia: donde una nación experimentaba su final definitivo, otra inevitablemente tomaba su lugar. El lugar que Bizancio había ocupado durante siglos ahora pertenecía al Imperio Otomano, exactamente de la misma manera que los gemelos ahora ocupaban el vacío dejado por Occidente cuando encontró su descanso eterno. O como yo mismo había asumido el papel y las responsabilidades que habían pertenecido a mi difunta madre Galia Céltica, cuya memoria aún honraba aunque hubiera superado ampliamente sus logros territoriales y culturales. Era algo completamente inevitable, parte del flujo natural de la historia que ninguna fuerza política podía detener permanentemente. Lo único que podíamos controlar era cómo nos posicionamos para aprovechar esos cambios cuando ocurrían. —Europa necesitará un liderazgo unificado en estos tiempos de transición —declaré—. Liderazgo de aquellosque comprenden verdaderamente qué significa el legado romano y tienen la capacidad demostrada de materializarlo en el mundo moderno. —Los herederos legítimos de Roma —murmuró Castilla, e inmediatamente noté cómo se enderezó ligeramente, adoptando esa postura defensiva pero orgullosa que aparecía siempre que el tema de la herencia imperial entraba en la conversación. Sus hombros se cuadraron casi imperceptiblemente, y pude ver cómo sus dedos se tensaron. —Precisamente, mon ami—acordé con magnanimidad calculada—. Aunque, naturalmente, algunos herederos han demostrado mayor... consistencia histórica en mantener y expandir ese legado a través de los siglos. Sus ojos se entornaron ligeramente, captando inmediatamente la implicación sutil pero deliberada de mis palabras. Pude ver cómo su mente procesaba si debía interpretar mi comentario como simple observación o como un desafío directo a sus propias credenciales imperiales. —Es por ello que tu experiencia militar es absolutamente invaluable para esta empresa de esta magnitud —dije con la sinceridad apropiada—. De hecho, es precisamente por eso que esta alianza entre nosotros será tan... mutuamente efectiva y beneficiosa. Su postura se relajó visiblemente ante el reconocimiento explícito de sus capacidades, confirmando que había calibrado correctamente mi respuesta. Él era tan susceptible a la validación cuando se administraba con la dosificación y en momentos apropiados. —Entonces debemos actuar primero, antes de que él consolide completamente su posición —murmuró—. Una alianza cristiana fuerte y coordinada podría detener cualquier expansión adicional de ese bastardo otomano antes de que se vuelva completamente incontrolable. —Una alianza inteligentemente liderada por aquellos que están capacitados para tal responsabilidad histórica —acordé con satisfacción genuina—. Mi hermano ya nos ha dado su bendición. Y con las rutas comerciales orientales cortadas definitivamente, tendremos todo el incentivo económico necesario para... motivar persuasivamente a otras naciones a unirse a nuestra causa con el entusiasmo apropiado. Castilla sonrió con una expresión que prometía tanto cooperación como una pizca de crueldad calculada, y por un momento glorioso vi en él un destello de esa dureza implacable que genuinamente respetaba y encontraba atractiva en un aliado potencial. —Incluso Inglaterra podría resultar útil en una empresa de tal magnitud —sugirió con esa sonrisa traviesa que podía hacer sonrojar hasta a las monjas más terribles—. Su derrota reciente lo ha... suavizado considerablemente, volviéndolo más maleable a influencias externas. La mención específica de Inglaterra me produjo una satisfacción particular que se extendió desde mi pecho hacia regiones más íntimas del sur. Pobrecito Albión, cojeando patéticamente por el salón de espejos de Amboise con esa herida que me había asegurado personalmente de hacer permanente. No había sido simplemente una victoria militar convencional, había sido una declaración artística completamente calculada. La espada hundida en el ángulo exacto para maximizar el daño físico y el tiempo perfectamente calculado para que el dolor agudo coincidiera precisamente con la realización devastadora de su derrota total e irreversible. Solo recordar la expresión de su rostro en ese momento, esa mezcla exquisita de dolor, humillación y algo más complejo que él quería negar, hacía que mi entrepierna vibrará con anticipación y que mi lengua se deslizara inconscientemente sobre mis labios. Inglaterra tenía una belleza particularmente exquisita cuando estaba sufriendo genuinamente: esos ojos verdes que se volvían vítreos, la manera en que su respiración se entrecortaba o cómo su piel pálida se endurecía en lugares específicos que yo conocía íntimamente. Era como contemplar una obra de arte siendo perfeccionada ante mis propios ojos, cada gemido una nota musical, cada estremecimiento una pincelada en la composición perfecta de su rendición total, cuando todas sus defensas habituales se desmoronaban y revelaban la vulnerabilidad cruda que ocultaba bajo capas de sarcasmo y arrogancia. —Inglaterra será útil precisamente porque ya no representa una amenaza real para nuestros planes —acordé, manteniendo mi voz cuidadosamente neutral mientras permitía que mi mente saboreara recuerdos más privados. —Portugal también es valiosa para nuestros propósitos —añadió —. Ella es absolutamente clave contra Al-Ándalus. Más allá de su fascinación aparentemente incurable con todo lo marítimo, era indiscutiblemente clave contra cualquier futura amenaza del Imperio Otomano. Era una cristiana devota y genuina, y a pesar de las limitaciones inherentes de su género, había demostrado repetidamente su valía en campos de batalla cuando ella y Castilla habían trabajado coordinadamente contra Al-Ándalus. . Aunque, debo admitir con completa honestidad, había algo particularmente molesto en la manera específica en que Inglaterra y Portugal habían estado conversando durante la reunión en Amboise. Esa intimidad susurrada, esa complicidad física que sugerían secretos compartidos y planes coordinados... Portugal siempre había sido una de mis amigas más queridas durante siglos, alguien cuya compañía genuinamente disfrutaba siempre y cuando su mente no estuviera divagando por aguas saladas. Prefería que su atención se enfocara completamente en mí—en especial cuando sus manos y su boca trabajaban en complacerme—, y si quería divagar mentalmente, que lo hiciera repitiendo mi nombre como una oración mientras sus piernas temblaban y su cuerpo pequeño se arqueaba contra el mío. Verla desperdiciar su tiempo y su encanto en un perdedor cojo como Inglaterra era... profundamente decepcionante y potencialmente problemático, era como ver a alguien servir vino exquisito en una copa sucia.Y más teniendo en cuenta que habían firmado oficialmente esa alianza formal, que ni a mí ni a Castilla nos agradaba en lo más mínimo. Ella era hija legítima de Roma al igual que nosotros dos, educada en las mismas tradiciones clásicas y los mismos principios. No debería malgastar su considerable potencial en herejes insulares y marginados europeos. Ella siempre había tenido esa tendencia problemática hacia lo salvaje, esa inclinación casi maternal por darle oportunidades a los problemáticos y los derrotados. Era simultáneamente una de sus características más entrañables. —¿Y qué hay de los demás? —preguntó Castilla de repente, interrumpiendo mis reflexiones—. La Orden Teutónica, los pequeños estados italianos, incluso nuestro Flandes comercialmente astuto... —Todos encontrarán inevitablemente que sus intereses se alinean naturalmente con los nuestros una vez que les presentemos las alternativas apropiadas con la persuasión correcta —respondí con confianza absoluta —.Ordensstaates esencialmente pragmático por encima de cualquier consideración ideológica. Los estados italianos son pequeños niños completamente influenciables. Y Flandes... bueno, ese pequeño es demasiado inteligente como para apostar contra el bando que obviamente va a ganar. Había notado específicamente la manera calculadora en qué Flandes había observado cada detalle durante nuestra reunión en Amboise, con esos ojos demasiado maduros que no corresponden en absoluto a su apariencia infantil engañosa. Cada conversación, cada intercambio, cada gesto había sido evaluado con la precisión de un comerciante experimentado calculando ganancias potenciales. Era un recordatorio útil de que las apariencias podían ser completamente engañosas, especialmente en el caso de naciones que habían aprendido a usar su tamaño aparentemente diminuto como ventaja estratégica. Aunque en mi caso particular, por supuesto, la belleza exterior reflejaba perfectamente la magnificencia interior. Era una de las pocas consistencias confiables en un mundo político lleno de máscaras y decepciones. —Entonces comenzamos de inmediato —declaró Castilla con esa energía que siempre encontraba estimulante, especialmente cuando se dirigía hacia objetivos que coincidían con los míos—. Una campaña coordinada para asegurar aliados y establecer nuevas rutas comerciales que reemplacen definitivamente las pérdidas orientales. —Comenzamos,oui.Pero con la elegancia apropiada que nos distingue de nuestros enemigos —acordé, deslizando mis dedos por el borde de mi copa de cristal mientras saboreaba tanto el vino como el momento del triunfo—. No somos bárbaros destructivos como ese otomano. —Francia, déjame ser perfectamente claro —dijo — No seré tu colaborador ni tu subordinado. Si vamos a enfrentar juntos esta amenaza, será como socios iguales o no será en absoluto. —Naturalmente,mon cher—repliqué, permitiendo que mis ojos recorrieran casi imperceptiblemente su figura mientras hablaba—. Aunque seguramente reconocerás que alguien debe coordinar los esfuerzos generales para evitar duplicaciones ineficientes. Y mi posición geográficamente central en Europa, además de mis conexiones diplomáticas establecidas con otras cortes... —Tu obsesión personal con Inglaterra podría resultar... problemática para tal coordinación estratégica —me interrumpió, pero su tono era más de observación sagaz que de ataque directo. Incluso tenía una media sonrisa socarrona que sugería que encontraba mi situación más divertida que preocupante. —Mi "obsesión", como tan elegantemente la denominas, ha resultado en una victoria total y completamente aplastante —respondí con suavidad, saboreando las palabras como miel en mi lengua—. Inglaterra ya no representa una amenaza real a nuestros planes continentales. Y te aseguro que nunca más lo será, porque me encargaré personalmente de que así sea. La promesa se deslizó de mis labios con la misma naturalidad que un suspiro de placer. Era una verdad que me calentaba desde adentro: Inglaterra permanecería exactamente donde yo lo quería, herido y dependiente, lo suficientemente humillado para no representar una amenaza pero lo suficientemente intacto para continuar proporcionándome... entretenimiento. —Suponiendo que puedas resistir la tentación irresistible de continuar jugando indefinidamente con tu enemigo favorito. Él conocía perfectamente mi fascinación por llevar tanto a enemigos como aliados a mi cama con la misma facilidad con que otros coleccionaban tapices o manuscritos raros. Era un conocimiento de dominio público para todos los reinos europeos, nunca había hecho esfuerzo alguno por ocultar mis preferencias, siempre he sido completamente transparente en ese aspecto particular de mi naturaleza. De hecho, era una de las pocas cosas sobre mí que permitía que fueran transparentes y conocidas por todos. Roma me había enseñado que la vulnerabilidad era debilidad, que permitir que otros vieran tus verdaderas motivaciones, tus miedos, tus deseos más profundos, era entregar armas que inevitablemente serían usadas contra ti."Una nación nunca revela sus cartas completamente,"solía decir durante sus lecciones."Mantén siempre misterio, siempre algo en reserva. Que crean que te conocen, pero que nunca realmente te conozcan." Era una lección que había perfeccionado hasta convertirla en arte: construir capas sobre capas de máscaras elegantes, permitiendo que la gente viera exactamente lo que yo quería que vieran: ni más, ni menos. Mi apetito sexual servía para ese propósito: suficientemente escandaloso para capturar toda la atención, suficientemente obvio para satisfacer su curiosidad, pero lo suficientemente superficial para ocultar todo lo que realmente me importaba. Mientras tanto, mis verdaderas ambiciones, mis planes reales, mis vulnerabilidades auténticas permanecían completamente ocultas detrás de esa cortina de seda y escándalo calculado. De todas formas ¿Quién podría culparme realmente por tal predilección? Había algo genuinamente excitante y embriagador en dominar tanto en las alcobas como en los campos de batalla empapados de sangre y gloria, y la emoción se multiplicaba exponencialmente si el rival era particularmente desafiante, poderoso, o hermoso en su sufrimiento y rendición eventual. La política y la pasión se entrelazaban naturalmente como amantes experimentados, cada una intensificando los placeres de la otra. Un enemigo conquistado en batalla que luego gemía mi nombre en la privacidad de mi alcoba representaba el tipo de victoria total que pocas experiencias podían igualar. Hacía que todas las victorias fueran infinitamente más memorables, como el vino añejo que mejora con cada año de paciencia y atención cuidadosa, desarrollando matices de sabor que solo podían apreciarse completamente después de la espera apropiada. —Mon cher Castille—murmuré, acercándome a él con esa gracia felina, permitiendo que mi voz adoptara ese registro ronco que sabía que recordaba de nuestros encuentros más privados—, confundes el arte refinado con la simple distracción. Mantener a Inglaterra... apropiadamente ocupado asegura que no interfiera con asuntos más importantes mientras nosotros forjamos el futuro de Europa. —Cómo establecer un nuevo orden continental bajo nuestro liderazgo conjunto —susurró, y pude ver perfectamente cómo la idea comenzaba a seducirlo, cómo sus ojos se iluminaban con esa ambición que encontraba tan atractiva en un hombre poderoso. —Voire,mon cher allié—murmuré, permitiendo que mi satisfacción se filtrara en mi voz —. Con tu experiencia militar y mi... digamos, fineza diplomática naturalmente superior, podríamos crear algo absolutamente prodigioso. Algo que haría palidecer a cualquiera que osara enfrentarnos. Sus ojos brillaron con esa emoción apenas contenida. "Perfecto,"pensé con satisfacción que me calentó como brandy."Absolutamente perfecto." Me relamí los labios lentamente mientras me dirigía nuevamente hacia la ventana, saboreando tanto el momento presente como las anticipaciones futuras. La conversación se había desarrollado exactamente como había previsto desde el momento en que Castilla había solicitado audiencia. Cada palabra, cada gesto, cada pausa había sido una nota en una sinfonía de manipulación que ahora llegaba a su crescendo perfecto. Castilla ahora estaba pensando automáticamente en términos de "nosotros" en lugar de "yo versus tú", exactamente como cualquier seducción exitosa debía proceder. —Certes—añadí con delicadeza, contemplando los jardines dorados por el atardecer mientras sentía la mirada de Castilla sobre mí como una caricia tangible—, seremos los arquitectos de la nueva civilización europea. La civilización del mundo entero. —Civilizadores—concordó—. Como Roma en sus días más gloriosos. —Como debe ser —asentí, permitiendo que un toque de camaradería fraternal tiñera mis palabras—. Después de todo, tanto tú como yo hemos demostrado repetidamente nuestra capacidad innata de elevar y embellecer todo lo que tocamos, de transformar lo ordinario en extraordinario. Castilla se acercó a mí con pasos decididos y extendió su mano en un gesto formal de sellado del acuerdo, pero pude ver en sus ojos algo más cálido que la simple diplomacia. —Por Roma—dijo con solemnidad que no lograba ocultar completamente su emoción genuina. —Por Roma —repliqué, estrechando su mano con la fuerza apropiada, aunque permitiendo que mis dedos se demoraran un momento más de lo estrictamente necesario contra su piel. Era una concesión perfectamente calculada. Permitir que Castilla se sintiera incluido como socio igualitario en la grandeza venidera era un precio insignificante por asegurar su cooperación entusiasta y, si dios me sonreía favorablemente, su compañía en mi alcoba antes de que la noche terminara. Al fin y al cabo, la diplomacia y el placer siempre han sido indistinguibles para mí. ¿Por qué separar artificialmente lo que la naturaleza había diseñado para complementarse tan perfectamente? Después de haber llevado exitosamente nuestra conversación a mi alcoba privada donde se olvidó convenientemente por varias horas deliciosas que era un cristiano devoto con restricciones morales, vi cómo su determinaciónse quebraba como un cristal frágil bajo el peso de nuestro calor compartido. Nuestros besos iniciales comenzaron tentativos: un roce de labios que se prolongó, mi boca persuadiendo la suya con suave presión hasta que se separó, nuestras lenguas se encontraron en una danza lenta que se profundizó en hambre. Mordisqueé su labio inferior, chupándolo suavemente antes de reclamar su boca por completo, nuestras respiraciones mezcladas en suspiros calientes mientras nuestras manos vagaban. Mi boca lo reclamaba en besos lentos y devoradores, y su rigidez cedió finalmente cuando lo besé a lo largo del cuello, desabrochando su ropa para revelar el cuerpo fornido que ocultaba bajo capas de ropas, mis manos recorrieron los tensos músculos de su pecho antes de envolver su polla rígida, bombeándola con tirones lánguidos que provocaron gotas de excitación hasta la punta. Gimió profundamente cuando lo incliné sobre mi cama, mi lengua hurgando su culo para aflojarlo, rodeando el estrecho anillo antes de empujar dentro, saboreando su entrega mientras mis dedos acariciaban su palpitante longitud. Levantándome, me aceite mi polla y me coloqué entre sus muslos, deslizando mi gruesa polla contra su resbaladiza entrada antes de penetrarla profundamente, centímetro a centímetro, hasta que estuvo completamente empalado, sus paredes apretándose a mi alrededor con una necesidad desesperada. Montándolo entonces, lo follé despacio al principio, saboreando el calor intenso que me apretaba el miembro, luego con más fuerza, nuestros cuerpos chocando en un frenesí de sudor y deseo; sus uñas se clavaban en mi espalda. Nos mecimos juntos en la penumbra a la luz de las velas: yo embistiendo contra su cuerpo rendido, su culo agarrándome como un torno mientras lo follaba entre oleadas de éxtasis, inclinándome para alcanzar ese punto que lo hizo gritar, su polla atrapada entre nuestros abdominales goteando constantemente entre nosotros. Le sujeté las muñecas por encima de la cabeza, inclinándome para morderle el hombro mientras embestía más rápido, sintiendo su tensión, su orgasmo lo atravesó con un grito ahogado, el semen chorreando por mi estómago mientras seguía embistiendo hasta que mis testículos se tensaron, descargándose en su interior con un calor palpitante. Las horas se difuminaron en nuestro fervor mientras cambiamos de posición en posición sin descanso. Una sinfonía de placer que duró toda la noche. Sacido, Castilla finalmente se retiró con fervientes promesas de iniciar de inmediato las consultas apropiadas con sus asesores militares, y yo me quedé gloriosamente solo, contemplando el mapa mientras las luces doradas del amanecer se alargaban como dedos acariciadores sobre las superficies pulidas. Mi cuerpo aún vibraba sutilmente con los ecos del placer reciente, esa satisfacción física que solo venía después de una dominación completamente exitosa tanto política como carnal. La conversación había sido un éxito completo en todos los niveles imaginables. Castilla ahora se sentía como mi socio genuinamente igualitario, cuando en realidad acababa de comprometerse voluntariamente a seguir mi liderazgo en todos los aspectos verdaderamente importantes. Era infinitamente gratificante confirmar que, después de tantos siglos de perfeccionar mi arte, seguía siendo un maestro absoluto en la disciplina suprema de hacer que otros eligieran voluntaria y entusiastamente exactamente lo que yo necesitaba que hicieran. Y confirmarme una vez más, que la seducción, seguía siendo mi especialidad más refinada. El Imperio Otomano podía haber matado a Bizancio, pero al hacerlo había creado involuntariamente un vacío de poder que yo estaba perfectamente posicionado para llenar con la elegancia y la eficiencia que solo la verdadera grandeza podía proporcionar. Roma había conquistado el mundo conocido desde sus siete colinas mediterráneas, empleando legiones disciplinadas y ingeniería superior. Yo haría exactamente lo mismo desde los salones perfumados de París, pero con infinitamente más estilo, más elegancia, más belleza sensual, y más placer compartido. Cada conquista sería también una obra de arte, cada victoria un banquete para todos los sentidos, cada celebración una orgía. Y comenzaré por las mismas tierras que una vez gobernó mi padre. Italia. El sol se elevaba majestuosamente sobre mis tierras, tiñendo todo de oro líquido como si los propios cielos reconocieran mi supremacía natural. No pude evitar pensar que era una metáfora absolutamente perfecta para el amanecer dorado que se acercaba inexorablemente para toda Europa bajo mi guía iluminada y mis caricias benevolentes. Después de todo, era solo natural que el mundo entero gravitara hacia la perfección,como todas las cosas buscan naturalmente la belleza y la armonía. Y yo era la perfección personificada, tanto en cuerpo como en mente, tanto en política como en placer. GLOSARIO 1. Moi:"Yo" en francés.2. Mon cher ami:"mi querido amigo" en francés.3. Ordensstaat:Orden Teutónica.4. Voire: "en efecto" en francés.5. Mon cher allie:"mi querido aliado" en francés.6. Certes:"Ciertamente" en francés.
0 Me gusta 0 Comentarios 0 Para la colección Descargar
Comentarios (0)