ID de la obra: 1086

Semana FrontSales

Gen
R
Finalizada
2
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36 páginas, 12.014 palabras, 8 capítulos
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Día 1: Traje Formal de Negocios

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Disclaimer: Actos de Coqueto/Dobles Sentidos Sexuales

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Título: Un Café en la Oficina Las paredes repletas de azulejos geométricos brillaban con fuerza, inundando de reflejos dorados y sombras oscuras cada rincón de la sala. El mobiliario de la misma, tal y como había sido ordenado, era muy escaso: una escritorio, dos sillas —dispuestas en lados contrarios del escritorio—, un minibar y una enorme lámpara de araña como única fuente de iluminación. Resultaba demasiado minimalista, teniendo en cuenta que Hwang In-ho, El Líder de aquellos Juegos que cada año se cobraba cientos de vida y que contaba con un alto presupuesto (en el que, por supuesto, se incluía un jugoso salario para él), era quién usaba aquella sala como oficina personal. Podía abarrotar aquella habitación con todos los lujos que pudiera imaginar, pero se negaba a hacerlo. Desde antes de participar en su propia edición de los Juegos había sido una persona extremadamente cuidadosa con aquello con lo que compartía su espacio. Incluso cuando los Vip's, en señal de agradecimiento (grotesco, teniendo en cuenta las circunstancias que lo motivaban) le ofrecían un regalo, él tan solo se limitaba a tomarlo y, bajo la protección de la soledad, guardaba aquel obsequio en un armario que había asignado para tal cometido. Al menos, durante las noches en las que las pesadillas le atormentaban por los pecados del pasado, podía refugiarse en el hecho de que esa sobriedad en el gusto le seguía perteneciendo y se mantenía como un ancla fija entre la locura. —Buenos días, Líder. In-ho levantó bruscamente los ojos de los papeles que estaba ojeando. Frente a él, avanzando con un paso digno de un modelo de pasarela, tan lento y elegante pero a la vez enérgico y poderoso, con un sofisticado traje y el pelo negro cubierto de gomina, se encontraba quien desde hacía ya muchos años era su pareja: El Reclutador. Éste, sujetaba en ambas manos unos vasos de color marrón con la tapa blanca. —¿A qué vienen esas formalidades? —preguntó en tono divertido In-ho, al tiempo que se levantaba de su asiento. El Reclutador detuvo de inmediato su paso, como si no estuviera dispuesto a avanzar más. —Créeme, a mi también me ha dado asco —respondió burlonamente. In-ho rodeó la mesa hasta quedar de espaldas a ésta. Luego, y sin apartar en ningún momento la sonrisa de su cara ni la atención que tenía puesta al completo sobre El Reclutador, se dejó caer suavemente hasta quedar apoyado sobre la superficie del escritorio. El Reclutador, por su parte, mantuvo también el contacto visual y, en el más absoluto silencio, le tendió uno de los vasos a In-ho. —Yo podría acostumbrarme —dijo éste, recibiendo el vaso. Al instante, las yemas de sus dedos percibieron el calor atravesando con delicadeza las finas paredes de papel y su nariz logró captar, a partir del humo que escapaba desde una pequeña abertura de la tapa, el delicioso aroma del café recién hecho. —Por mi no lo hagas —respondió a su vez El Reclutador, con cada palabra marcada por aquella arrogancia burlona que le era tan característica. Luego, acercó su propio vaso de café a la boca y, antes de beber, añadió con voz suave—: Además, no lo pienso repetir. In-ho bufó divertido. —Tal vez pueda convencerte de alguna forma... —sugirió con voz pícara. El Reclutador apartó el vaso de los labios y mostró una sonrisa socarrona. —Y tal vez yo pueda seguir negándome después de tus intentos —espetó, alzando una ceja con arrogancia. —Veremos si dices lo mismo esta noche —le retó In-ho. Sus palabras hicieron que la sonrisa de El Reclutador se ensanchara aún más. Llevaban viviendo casi desde el inicio de su relación puesto que la intensidad que rodeaba a la misma, había impuesto en sus corazones una angustia inmensa cada vez que se separaban. Una sensación que se volvía terrible cuando se le añadía el hecho de no dormir el uno junto al otro. —Confías demasiado en tus habilidades, In-ho —se burló El Reclutador. —Tienes suerte de trabajar tan bien —respondió In-ho con una pequeña sonrisa—. O ya habría pedido que te despidan por impertinente. El Reclutador dejó escapar una pequeña risilla y, luego, comenzó a caminar de nuevo, rompiendo poco a poco la distancia que les separaba. Cuando sus cuerpos quedaron a pocos centímetros de distancia, se inclinó hacia adelante hasta que sus manos cayeran sobre el escritorio, cercando así a In-ho por ambos costados. —¿Y ser tu pareja no influye en la decisión? —susurró con picardía. —Decisivamente —contestó con decisión In-ho. Luego, sus labios se acercaron un poco más, destruyendo de forma definitiva el terrible abismo que les alejaba. Sus bocas se movieron con delicadeza, disfrutando de la dulzura de la saliva conocida y el amargor del café que inundaba sus paladares. Aquel beso fue tranquilo, muy diferente a aquellos que en el disfrute de ciertos momentos de privacidad en su hogar se lanzaban el uno al otro. Pero también era muy parecido a todos esos que en las mañanas, acogidos por la pereza del despertar, se entregaban mutuamente. Cuando sus labios comenzaron a separarse, dejaron tras ellos los suaves jadeos que la falta de aire había provocado. Las miradas de ambos se conectaron y cerca estuvieron de dejarse arrastrar de nuevo por la necesidad de los labios ajenos. —Deberíamos dejar eso para después —susurró In-ho con una pequeña sonrisa—. Tienes trabajo que hacer. El Reclutador correspondió la sonrisa y se apartó un poco para dejarle espacio. La separación se sintió agónica y casi antinatural, pero ambos eran conscientes de que las responsabilidades que les aguardaba no podían retrasarse más. —¿Qué tienes para mí? —preguntó El Reclutador, adoptando una postura más erguida y profesional, pero no exenta de una sonrisa altiva. In-ho se giró hacia su escritorio y tomó un pila de papeles que rápidamente le entregó. —Cuatro apostadores de carreras, un empresario endeudado y un universitario con problemas para pagar la matrícula. El Reclutador esbozó una mueca divertida al tiempo que tomaba los documentos. —¿Por qué no me sorprende que los apostadores vuelvan a ser mayoría? —se burló al tiempo que comenzaba a revisar los expedientes de quienes serían los futuros jugadores. —Al menos hoy tienes más variedad —contestó In-ho con una ligera sonrisa—. ¿Te acuerdas de la semana pasada? —No me lo recuerdes —suspiró El Reclutador con cansancio—. Toda una maldita semana junto a las casas de apuestas y aguantando a idiotas que querían seguir jugando al ddakji. Luego, volvió a mirar a In-ho, sin levantar la cabeza del todo y añadió pícaramente: —Esa semana me dolía mucho la mano... —Lo recuerdo —respondió divertido In-ho. Luego, levantó la mano derecha y la apoyó sobre su pecho, justo sobre el corazón, y añadió con exagerada tristeza—: Pero al menos conseguimos sobrevivir. El Reclutador amplió su sonrisa ante la actitud infantil y fingida de su pareja, y volvió a centrar su atención en los expedientes. —Es una suerte que a ti si te funcionara bien la mano —respondió traviesamente. In-ho no contestó. En cambio, se limitó a observar como su pareja revisaba los últimos detalles de los expedientes y, mientras tanto, él aprovechaba para deleitarse con cada una de sus hermosas facciones. Porque, al hacerlo, en esos pequeños instantes en los que sus ojos surcaban cada línea de las mejillas y la curvatura de los labios, o cuando recorrían la brillantez de sus cabellos negros y la blancura de su tersa piel, se daba cuenta, una vez más, de una verdad indiscutible. Lo amaba. —Bien, estoy listo. La voz de El Reclutador le sacó bruscamente de su pensamientos. —Perfecto —dijo, tratando de recomponerse. Su pareja alzó una ceja con un gesto divertido. Era evidente que había notado su nerviosismo pero, para la suerte de In-ho, en aquella ocasión se ahorró cualquier comentario que lo señalara. —¿Voy después a recogerte y nos vamos a cenar? —preguntó In-ho, aprovechando aquella muestra de misericordia. —Está bien —dijo El Reclutador, con un tono divertido. Luego, se acercó de nuevo hacia In-ho y, sin previo aviso, le plantó un suave beso en la nariz y, con idéntica velocidad, otro en los labios. Aquello pilló por sorpresa a In-ho quien no pudo hacer más que quedarse allí donde estaba, tratando de asimilar el rápido movimiento de El Reclutador y sujetando con gesto torpe su vaso de café. —Te toca pagar a ti —le avisó El Reclutador, justo antes de darse la vuelta para dirigirse a la salida. Pero, justo al llegar a la puerta, y con el pomo de la misma ya en su mano, giró la cabeza hacia atrás para mirar a In-ho, que seguía sin saber muy bien cómo reaccionar. —Te amo —le dijo burlonamente. —Y-yo también te amo —tartamudeó In-ho de forma inconsciente. Y es que, por mucho que su mente estuviera cubierta por las llamas, había algo que su cerebro podía hacer casi sin pensarlo: decirle que lo amaba. Porque aquello no respondía más que a la cruda y hermosa realidad. Amaba a ese hijo de puta que le prendía fuego a los nervios.
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