La ruta del cadáver II
16 de octubre de 2025, 21:00
۞ CAPÍTULO 4: La ruta del cadáver II ۞
La enfermera y la entrenadora tenían una reunión urgente afuera de la enfermería, y por una vez el tema no era un accidente que Quidditch.
-¿Entonces McGonagall te dijo qué cosa?
-No sé de qué tanto esté enterada, pero creo que ha estado investigando. Tarde o temprano va a llegar a nosotras. Parece que ese Gilderoy ha estado caminando por toda la escuela.
-¡Pero estaba muerto cuando lo examiné! -protestó Poppy.
-No sé mucho de anatomía pero distingo a los muertos de los vivos, y el profesor estaba muy bien muerto cuando lo cargué -dijo Hooch-. Y te aseguro que continuaba muerto cuando puso el examen.
La enfermera se recargó lánguidamente en la pared y la entrenadora se sentó en el suelo junto a ella
-Sprout no es tan buena para invocar un inferi, ¿o sí?
Poppy negó lentamente con la cabeza
-Y tampoco pudo estarlo moviendo con hechizos. Yo misma revisé que no hubiera hechizos de movimiento en la sala.
Las dos se alarmaron al escuchar pasos en el pasillo de abajo. Faltaban horas antes de que los alumnos se levantaran a desayunar. Pasos extraordinariamente pesados seguidos de otros más menudos, y un tintineo de metales en movimiento. Una voz femenina intentaba contener los sollozos de otra garganta más ronca.
-Maestra Sprout... es usted... sniff... tan amable... sniff... yo no habría podido...
-Ya, Hagrid. Todo va a estar bien –dijo Sprout, en un tono tranquilo-. La maestra McGonagall me mandó a investigar porque Myrtle estaba haciendo un escándalo en el baño clausurado y ahí estaba
La maestra le echó un vistazo furtivo a la armadura que Hagrid cargaba como un gran costal sobre sus hombros. Por suerte era de una lámina bastante gruesa o no hubiera resistido los golpes que recibía a cada paso del semigigante. Aunque definitivamente al difunto dentro de la armadura le hubiera dado igual si lo estuvieran cremando con un montón de hojas o dejándolo podrir en el pantano del lago donde las sirenas no entraban jamás. Por supuesto Sprout tenía mejores planes para un cadáver nuevecito con tan interesante historial, pero más le valía que su cargador pensara otra cosa.
-Espero... sniff... devolverle algún día este favor... usted es muy buena persona
En la esquina, la enfermera y la entrenadora seguían a la profesora y el guardabosque con la mirada. Enfrentarlos sería decididamente estúpido.
-Pero entonces, ¿lo dejaremos aquí por hoy? -dijo Hagrid, alzando sus cejas bonachonas-. Alguno de los niños lo puede ver.
Hagrid hacía esfuerzos por poner de pie la armadura sobre un pedestal en el pasillo. La profesora no parecía querer acercarse.
-Una armadura en un pasillo no tiene nada de sospechoso. Nadie lo verá
Cuando por fin estuvo en posición, un hechizo bastó para dejarlo firme.
-Volveremos por ella el sábado en la noche, ¿de acuerdo?.
No bien dieron ambos la vuelta en las escaleras, las señoritas Pomfrey y Hooch levantaron la estatua con todo y pedestal y corrieron a la enfermería. En cuanto recuperaron el aliento, entre risas y festejos, comenzaron los planes.
-¿En pedacitos? -sugirió Poppy-. Podríamos llevarlo poco a poco.
-De todas maneras tendríamos que esconderlos en algún lugar y en esta escuela no falta el idiota anónimo que se de cuenta –dijo Hooch- Hay que esfumarlo.
La enfermera miró instintivamente hacia el armario de las pociones.
-Una base fuerte -dijo, lacónica.
-¿En los cimientos? ¿Cómo llegaremos ahí?
-No, no, una base. Un alcalí, lo contario de un ácido. Podemos disolverlo en hidróxido de sodio.
-Poppy, ¿Cómo piensas conseguir suficiente para disolver un hombre de ochenta kilos?
-Los elfos la usan para blanquear cantera, tienen veinte galones de la última vez. Encargaré unos diez para limpieza. Me lo traerán para en la tarde.
Sacar al hombre de la lata fue laborioso y aburrido, pero tuvieron toda la mañana. La señorita Pomfrey, con su minuciosidad habitual, le arregló la túnica púrpura y lo acostó en la última cama. La entrenadora, mientras tanto, buscó como enloquecida un caldero de trescientos litros. Al final encontró uno muy a propósito, de acero colado, con gruesas agarraderas de argolla y cuatro patitas, en una puerta que nunca había visto, pero igual se lo llevó. Se preguntó desde cuando encontraba puertas nunca vistas en Hogwarts.
Las cuatro patitas como de cocodrilo la siguieron (aunque tuvieron algunos problemas para bajar las escaleras) hasta el despacho de Gilderoy, donde la enfermera ya tenía el ácido y algunos galones de agua. Sentaron al profesor en su escritorio mientras preparaban todo en el cuarto de enseguida. No estaba bien firme sobre la silla, pero ¿qué más daba si resbalaba?
.::..::..::..::..::..::..::..::..::..::..::..::..::..::..::..::..::..::..::..::..::..::..::..::..::..::..::..::..::..::.
El profesor Severus Snape se adentró en la nube de olor amargo y picante, rumbo al aula de Defensa para recoger algunos frascos que dejó antes del regreso de Gilderoy.
Conocía ese aroma. Arrancapiel a medio preparar.
De regreso, el olor se había vuelto más fuerte. Venía del despacho del profesor Lockhart. ¿Ahora también quería dar pociones? Era momento de terminar en privado la conversación que habían tenido hacía algunas horas en su despacho frente a Potter y Compañía.
Con varios frascos de veneno en la mano, Severus entró en el despacho. Semioscuro, le recordaba el estilo de la sala de espera en la tienda de túnicas, y tembló de rabia pensando en semejante imbécil dando Defensa. El imbécil en cuestión lo miraba indiferente desde su silla, milagrosamente sin hablar. Severus dejó sobre el escritorio los frascos, recordando un pequeño truco que consideraba hallazgo personal: la primera fase de la poción arrancapiel requería reposar por lo menos tres horas para afinar su efecto.
Medio sonrió pensando que alguien más le había cogido el truco al Arrancapiel. Tal vez el imbécil sabía un poco más de lo que aparentaba, dado que se había sentado a esperar en lugar de abalanzarse a terminarla como todo mundo lo hacía. Mientras el profesor de pociones recorría con la vista los adornos del despacho, Gilderoy seguía mirándolo en silencio. Severus sintió que era una invitación a hablar.
Establecer contacto adecuadamente con otras personas no era su fuerte, pero le daba curiosidad en que podría utilizar el otro profesor la arrancapiel. Esforzándose en verse casual, intentó iniciar la conversación mientras observaba un cuadro en la pared
-Ese paisaje... son los Alpes Suizos, ¿no es así?
Tal vez no era el camino para iniciar la conversación. Dirigió sus manos a un pequeño amuleto muggle colgado en la esquina del marco. Recordaba lejanamente haber visto algo así en la portada de un libro de Gilderoy que le decomisó a una Hufflepuff de cuarto año. Y no es que lo hubiera leído, bueno, tal vez un poco, pero no lo continúo por mucho tiempo, aunque a su ritmo de lectura naturalmente avanzó unas doscientas páginas antes de darse cuenta.
Oh, de acuerdo, de acuerdo, sí, leyó el libro. Pero fue para criticar su gramática, naturalmente. Un pobre vocabulario, algunas metáforas gastadas, descripciones escuetas de escenas esenciales, un final predecible con una muerte inesperada, que hubiera disfrutado más si la Delawey no se la hubiera adelantado “accidentalmente”. Eso sí, la redacción era tan sencilla que era imposible no seguirla. Tal vez por eso los libros de Gilderoy tenían tanto éxito.
-¿Cómo piensa seguir escribiendo, ahora que da clase? -preguntó en un tono casi amistoso.
El silencio del hablantín profesor estaba poniéndolo frenético... no, más bien lo irritaba. ¿Quién se creía ese tipo?
Ahí estaba Snape, tratando de abrir un poco su oscuro corazón, y el sujeto lo despreciaba con un completo silencio.
.::..::..::..::..::..::..::..::..::..::..::..::..::..::..::..::..::..::..::..::..::..::..::..::..::..::..::..::..::..::.
Excepto por un que otro susurro, las dos brujas se las arreglaron para trabajar en silencio. Se sentían como unas colegialas preparando pociones a escondidas. Tal vez por les inquietó escuchar movimiento en el cuarto de enseguida.
Discretamente se asomaron por la puerta entreabierta. El aire fresco les vino de maravilla. En el despacho, el profesor Severus Snape sostenía una especie de monólogo dirigido al extinto Gilderoy Lockhart. Ambas ahogaron una risita
-Te dije que estaba loco -murmuró Poppy.
-Las personas que hablamos solas preferimos que nos llamen “mentalmente interesantes” -dijo Hooch en voz baja-. Somos tan interesantes que no necesitamos a nadie más para conversar.
Esta vez Poppy no pudo ahogar del todo la risa. Cerraron la puerta a toda velocidad antes de que Severus volteara. Afuera, el ritmo del monólogo subió de indignado a rabioso. Severus debe haber pensado que Gilderoy se reía de él. Con la oreja pegada a la puerta ambas brujas escucharon a Severus hacer una pregunta que naturalmente no fue respondido. El profesor de pociones montó en cólera. Cualquier plan de hacerlo partícipe del incidente se fue al traste. Severus libraba todo una batalla contra el inerte profesor de Defensa. De repente, se escuchó un hechizo especialmente distinguible.
-¡Sectum-Sempra!
El despacho se cimbró. Un canto, un gritito de desesperación, un hechizo desilusionante, la puerta abrirse y después nada. La entrenadora y la enfermera se asomaron al despacho. Ni Gilderoy ni Severus, pero sí un escritorio destrozado.
-¿Qué vamos a hacer con ese caldero de ácido?
-La fachada sur esta muy sucia, creo que le pediré a los elfos que la limpien -dijo Poppy mirando el caldero.
-¿Y Gilderoy?
-Ahora es problema de Snape.
Ambas asintieron con la cabeza. Si Sprout trataba de quitárselo, encontraría un rival del que ni Hagrid la podría proteger.
..::..::..::..::..::..::..::..::..::..::..::..::..::..::..::..::..::..::..::..::..::..::..::..::..::..::..::..::..::..::.