Los Titiriteros
16 de octubre de 2025, 21:00
۞ CAPÍTULO 3: Los titiriteros ۞
-¡Ron! ¡Ron! -dijo Fred, estrujando a su hermano menor- ¿Estás bien?
-Claro que no está bien, estúpido –bufó George- ¿Qué no lo ves desmayado?
Ron abrió los ojos, para encontrarse con Fred mirándolo fijamente. Por un momento le pareció casi tan molesto como su rata Scrabbers en la mañana. George examinó el cadáver de Gilderoy en el sillón y se sentó dejando un espacio. Tras jalar a Ron para sentarlo entré él y Gilderoy, le pasó el brazo sobre el hombro.
-Esta vez debo reconocer que te llevaste las palmas -dijo George en voz baja- ¿Cómo lo hiciste, Ron? Se ve maltratado pero nada de lesiones letales. ¿Veneno o solo un Avada?»
Fred descubrió un beso marcado con labial violeta en la manga de la túnica.
-Me da la impresión de que este no es tuyo –dijo, mostrándoles la marca del labial-. El violeta es más un color de Potter, a ti te vendría un labial color coral.
-Yo… Yo ni siquiera puedo explicarlo –dijo Ron, entrecortado-. Es muy largo de explicar.
-Habla, habla, tenemos dos horas.
-¿No se supone que Albus les iba a dar pociones?
-Sí, pero está resfriado y tomó demasiado jarabe. Quemó un caldero vacío y convirtió a Jordan Lee en un cotonete y después en un hidrante amarillo, así que nos dio la hora libre -dijo Fred, cerrando la puerta con un hechizo de sellado-. Empieza a hablar.
A la hora de la comida, unos alarmados Harry y Hermione entraron a la sala común. Ron estaba cabizbajo en un sillón.
-¡Ron! –dijo Hermione, corriendo desde la puerta- ¿En donde demonios estabas?
La voz de Gilderoy les respondió a sus espaldas
-Harry, Hermione, queremos darles la bienvenida a la selecta sociedad de los escondemuertos.
Los dos voltearon, alarmados. Los gemelos les sonreían desde la esquina. Todavía simulando la voz de Gilderoy, George siguió:
-El ilustre profesor Lockhart está bajo buen resguardo en el baño de los Gryffindor de cuarto año. Les aseguro que podrá aplicarles el examen a tiempo. Ahora, quisiéramos hablar con ustedes...
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Ron no podía creerlo, aunque llevaba en los brazos unos tres galones de formol. Harry lo seguía, cargado de mangueras, cuchillos quirúrgicos, y jeringas. Hermione llevaba solo un maletín con todo el maquillaje que pudo conseguir, un cambio de ropa limpio y un libro de encuadernación a todas luces muggle.
Cruzaron el dormitorio de los cuartos. Los compañeros de los gemelos estaban tan acostumbrados a los materiales exóticos y los negocios turbios que ni siquiera preguntaron. Hermione se quedó afuera vigilando la puerta.
En el baño, los gemelos tendieron a Gilderoy en una de las duchas, y luego estudiaron cuidadosamente unas páginas del libro. George le ordenó a Harry conectar una manguera a las regaderas, mientras él le abría las venas del brazo a Gilderoy. Todavía más helado se sintió Ron cuando Fred le pidió que le ayudara a desvestir y lavar el cadáver.
-Tiene que quedar perfecto –dijo Fred, en tono paciente-. No querrás que nadie se entere que está muerto, ¿verdad?
-Nadie tendría porque enterarse –refutó Hermione afuera-. Le puse bastantes hechizos anti-putrefacción anoche.
-Lo sospechaba –dijo Fred, jalando las mejillas de Gilderoy-. Esta en muy buen estado para tener un día completo muerto. Pero no vamos a dejar nada al azar
George conectó la manguera de la regadera al brazo de Gilderoy, abrió la llave y luego le rajó las venas del tobillo. El líquido manó, primero rojo y gelatinoso, hasta volverse gradualmente cristalino. Sacó la manguera y con un « ¡Reparo!» cerró las aberturas. Fue cuidadoso de hacerlo a suficiente distancia. El formaldehído, como muchos muggles saben, es altamente flamable y con la cantidad de porquerías que iban a mezclarle, el fuego sería tan rápido que parecería victima de una combustión espontánea. Luego ambos gemelos se apresuraron a inyectarle formol y otras cosas de los frascos.
-¿Era indispensable que le lavaran las venas? –dijo Ron, solo por encontrar un motivo para no vomitar. Sentía que ya nada, absolutamente nada más en la vida le daría asco
-Les reservamos a ustedes la parte más interesante del lavado -respondió Fred, poniendo en las manos de su hermano menor una manguera con una boquilla metálica alargada, y volteando el cadáver con un pie.
Cuando comprendió para qué y por donde iba la boquilla metálica alargada, Ron tuvo que arrepentirse respecto a lo de no sentir asco.
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-¿Ya terminaron? ¿Qué hicieron? ¿Les llevo la ropa?
Hermione desistió de interrogar a sus dos compañeros cuando vio la cara de total asqueamiento con la que salieron del baño. Harry se miraba las manos. Fred le quitó a Hermione el cambio de ropa limpio que le pidió del cuarto de Lockhart, cerrando la puerta tras de sí. La abrió de nuevo al instante, solo para quitarle sin más formalidades la bolsa de maquillajes.
-Hubiera preferido que lo encontrara el Ministerio –confesó Ron, con la mirada en algún punto a muchos kilómetros de ahí.
Media hora después, la puerta del baño se abrió de nuevo. Un limpio y muy “vivo” Gilderoy estaba sentado en un retrete. Los gemelos se hicieron mutuas reverencias.
-Está terminado -dijo Fred-. Todavía podríamos poner una capa más de sellador rúnico de maquillaje, pero creo que esperaré a que esta capa se seque.
-Solo le faltan los hilos -dijo George.
“¿Porqué un cadáver necesita hilos?” se preguntaron Harry, Hermione y Ron al mismo tiempo.
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Hora de la clase de DCAO para los Gryffindor de segundo año. Severus entró al frente de su grupo en turno después de comer con los Ravenclaw, y por tanto fue el primero en experimentar el shock de ver a un renovado Gilderoy Lochkart en el escritorio, en medio de la penumbra. “Gilderoy”, con un amplio y pomposo gesto de la mano, invitó a los alumnos a sentarse. De Severus no tuvo que ocuparse porque el maestro de pociones estaba momentáneamente catatónico.
-Alumnos, me he tenido que ausentar porque tenía un impostergable asunto de vida o muerte - “Gilderoy” giró su cabeza a un lado y al otro del auditorio.
El trío se maravilló de la sincronización con que movía la boca y hablaba el cadáver-títere de los gemelos.
-Aun así, el examen que elaboré sigue programado para pasado mañana, con los mismos contenidos. Avisen a sus compañeros de cuarto que los calificaré con un trabajo. Los otros grupos harán simultáneamente el examen en el gran comedor. Pueden retirarse a estudiar.
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Todos, especialmente McGonagall y Snape, estaban asombrados con el repentino regreso del profesor. Los gemelos le ofrecieron a Hermione una copia del examen pero esta se rehusó. De todas maneras, aseguraron, era un examen tan sencillo que hasta la Sra. Norris podría pasarlo. Por supuesto, todos los alumnos de cuarto tuvieron buena calificación en el trabajo, y “Gilderoy” los comisionó para cuidar a los otros grupos.
Y llegó el día del examen. El gran comedor fue dispuesto para un examen masivo. “Gilderoy” estuvo ahí desde el principio. Mc Gonagall no cesaba de entrar al gran comedor con cualquier pretexto y echarle extrañas miradas a Lockhart. Hagrid, Hooch, Poppy y Sprout hacían otro tanto, hasta que la mayoría de los alumnos se instalaron en sus lugares.
Draco y las slytherines de segundo y sexto se veían especialmente nerviosos. Hermione se preguntó a sí misma si los gemelos habían preparado sets de exámenes distintos para las otras casas.
Con preguntas tan fáciles y los de cuarto año “vigilando”, ese examen fue legendariamente recordado por los Ravenclaw como “la hora feliz”. No se puede decir lo mismo de Hermione, Harry y Ron, que todo el examen estuvieron preocupados de que alguien notara el parche en el cielo del techo donde se ocultaban Fred y George. Ni siquiera lo notó Snape cuando se acercó a “Gilderoy” y le exigió hablar con él a solas al día siguiente en su despacho.
Hermione, Fred y George discutieron el asunto mientras llevaban el cadáver a los baños de Mirtle la llorona por la noche.
-Pero... ¡Snape lo notará! -protestó Hermione.
-¡Nah! –dijo George-. Fred y yo ya teníamos un plan bajo la manga, solo necesitamos...
George se interrumpió rápidamente. Una pequeña silueta felina acababa de pasar junto a él.
-¿Quién anda ahí? -exclamó Filch desde las escaleras
Los tres miraron a todos lados. Solo había un armario, un sitio tan cliché para esconderse que Filch no podía pasarlo por alto.
-Estamos acorralados –murmuró Hermione.
-No. Confíen en mí -dijo Fred, un instante antes de embestir contra George y romperle la camisa, para aventarlo al armario.
Antes de Fred pudiera protestar, Fred empujó el cadáver de Lockhart y a Hermione en el armario. Le desbarató el cabello a Hermione, cerró la puerta y se paró en actitud vigilante frente al armario, seguro de que su gemelo ya entendía el asunto.
-Sabía que tenía que andar un Weasley en esto -Filch y la Sra. Norris dieron algunos pasos frente a Fred-. ¿Qué hay en el armario, si se puede saber?
-¡No abra! ¡No hay nada!
Los gemelos sabían por experiencia que esas palabras desencadenaban invariablemente una reacción. Filch abrió la puerta, y la cerró rápidamente.
-¿Qué... Lockhart... la señorita Granger...su hermano? -dijo Filch, con un gesto asqueado.
-Yo le pedí que cuidara la puerta –resonó desde dentro la voz de “Gilderoy”, en cuanto George pudo controlar su risa-. Y, Filch, si dices algo, tu affaire con cierta felina será ventilado.
El prefecto escapó por el pasillo. Por Merlín, si la escuela se enteraba, el asunto de Poppy y las esposas quedaría pálido.
-No pongan esa cara, la voz tenía que venir de dentro y era más creíble si un hombre vigilaba –dijo Fred, al abrirles la puerta-. Un profesor no deja a una alumna cuidando si va a hacer obscenidades en un armario.
-Y ya bastante malo es que Filch vaya a creer que soy gay para que además crea que me acostaría con mi hermano –dijo George-. Bien jugado, Fred.
-Ruego diferir –dijo Hermione, tratando de componerse el cabello.
Ninguno de los tres habló hasta que llegaron al baño de Myrtle. La fantasma comenzó su eterna sucesión de lamentos, pero pareció contentarse un poco cuando vio a su acompañante, y prometió no hacer mucho ruido.
Antes del desayuno del día siguiente, Ron y Harry fueron a revisar el estado de Gilderoy. Por segunda vez el cadáver ya no estaba. Myrtle se hizo la ofendida primero y se puso histérica después cuando intentaron interrogarla al respecto.
Evitando el pánico (este tipo de cosas comenzaban a volverse habituales), les contaron la situación a los gemelos y a Hermione. Fred se frotó las manos. Un segundo antes de que George pudiera contarles cual era el gran plan, el profesor Snape pareció materializarse de la nada atrás de ellos
-Ustedes cinco, a las cuatro en mi despacho. Díganle a Gilderoy que también vaya él. Quizá Dumbledore esté muy resfriado para que le importe, pero yo no.
Los gemelos rompieron en carcajadas en cuanto Snape estuvo lo bastante lejos de la mesa y salieron disparados del comedor, dejando al trío de oro en la más obscura duda. Por más que intentaron buscarlos durante el día, no dieron con ellos hasta unos minutos antes de entrar al despacho de Snape. Se sentaron a esperar con toda la calma que podían aparentar. Hermione preparaba más coartadas. Ron jugaba con sus dedos. Harry miraba fijamente al piso. Los gemelos se veían serenos y tranquilos.
- Veo que el profesor Lockhart ha decidido desaparecer misteriosamente de nuevo, y estoy seguro de que ustedes tienen algo que decir –dijo Snape, con el tono frío de regreso en los labios.
Harry estaba a punto de soltar la mejor explicación que tenía, cuando la puerta se abrió. Gilderoy Lockhart entró caminando al cuarto, y con mucha naturalidad se sentó entre los alumnos
-Profesor Snape, le aseguro que estos responsables, valientes, comprometidos y aplicados estudiantes me han estado ayudando de una manera extraordinaria
Completando su actuación, Gilderoy soltó un suave suspiro. Ambos profesores siguieron con la conversación frente a sus alumnos. Varias veces Harry estuvo tentado a pellizcar a Lockhart para comprobar que era real, pero terminó pellizcándose él cuando le pareció que le guiñaba un ojo cada vez que volteaba a verlo. Para tener más de una semana de muerto, el profesor se veía bastante fresco, y todavía llevaba la túnica que usó en el examen.
Luego de los veinte minutos más largos de sus vidas, los cinco gryffindor y el profesor salieron del despacho. Harry seguía con la idea de que Lockhart le guiñaba y eso estaba por ocasionarle un tic nervioso. Los títeres no guiñan. Caminaron unos metros hasta que el profesor comenzó a temblar. Los gemelos lo jalaron a un salón
-No se va a morir otra vez, ¿verdad? -dijo Ron, sin dejar de mirarlos.
Los gemelos se reían. Algo muy raro le ocurría a las facciones del profesor. Se hacían más finas, se encogían, y no solo su rostro sino el resto de su cuerpo, hasta que se perdió dentro de la túnica púrpura. Una delicada manita, perteneciente a la menor de los Weasley, salió de entre los pliegues de una túnica demasiado grande.
-¿Estuve bien? –preguntó Ginny, tratando de sacar la otra mano de la túnica. Su voz todavía sonaba a una mezcla de la voz de ella y la de Gilderoy.
Para el resto de sus días, el trío le tendría más respeto a la poción multijugos.