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19 de octubre de 2025, 7:13
En los confines del tiempo existen monstruos. Seres de esos que dan miedo y producen pesadillas.
Pero para Suo Hayato ninguno de esos seres se comparaba al ser humano. Humanos que sellaron en él a un ser maligno, un espíritu de otro mundo. Y qué podía hacer Suo más que callar y aceptar la voluntad de su maestro.
“Paciencia, solo ten paciencia con ellos. Los humanos son frágiles y miedosos, a veces crueles, pero sabes… hay uno que te sorprenderá.”
Fueron las palabras de su maestro.
Así que Suo aceptó su destino: ser el guardián de un gran peligro.
Aunque para él no suponía más que un malestar en su cabeza si el espíritu deseaba romper el sello, y perder la visibilidad en su ojo derecho, el cual esconde tras un parche.
Y mientras veía la vida d ellos humanos marchitarse, y nuevos descendientes nacer en un ciclo sin fin. Aguardó pacientemente a que ese humano que lo sorprendería apareciera.
Parecía que se moriría de aburrimiento antes de ver a ese humano.
La vida de Suo sería larga. Un siglo pasa como si nada para él, como respirar y que ya hayan pasado décadas.
La eternidad es tan aburrida.
Pasando los años la humanidad iba mejorando, en parte. Más bien, solo buscaban nuevas formas de matarse entre ellos. Suo sentado en lo alto de un templo, con té en mano, se preguntaba cuándo se darían cuenta los humanos de que su cerebro sirve para algo más que para pensar en cómo hacerse daño.
Pero no era el problema de Suo. No le importaba lo que les pasara.
Y cada día dudaba más en las palabras de su maestro. Tal vez se equivocó al dictar que alguien captaría su atención. Juraría que un humano no es capaz de llamar un mínimo su atención.
Los humanos son todos tan ridículamente iguales. Creyéndose únicos, pero son lo mismo en distintos cuerpos. Disfrazan la crueldad en honestidad, en un acto de valentía y justicia.
Bobadas. Solo se están destruyendo en un acto suicida.
Y eso era tan patético para Suo.
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La noche del uno de abril se sintió especial. Fue como si una corriente eléctrica atravesara a Suo Hayato. Su cabeza dolió más de lo esperado y el espíritu sellado en su interior pareció removerse de forma agonizante.
Esa noche su maestro tuvo que cuidar de Suo que sufría fiebre. Pero lejos de preocuparse, el hombre mayor sonreía.
Esa noche era especial.
Tan especial.
El nacimiento de una leyenda.
Las flores de los cerezos en flor revoloteaban alrededor del templo. Y solo esa brisa dulce parecía calmar la fiebre de Suo.
El hombre al que Suo consideraba casi como su padre, su maestro y la persona en quién más confiaba, tomó una decisión: sellaría al humano recién nacido, Suo solo sería consciente de su existencia cuando fuera el momento indicado.
Podría sonar como un acto sin sentido, una forma de prologar la agonía del guardián.
Pero el destino de ese humano ya estaba escrito, no se debía intervenir. Y estaba seguro de que Suo quemaría el mundo si viera antes del momento indicado al humano.
No es agradable ver a tu pareja destinada sufrir.