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19 de octubre de 2025, 7:13
Los seres humanos son crueles. Esa era una verdad absoluta para Sakura Haruka.
Desde el momento en el que nació conoció el desprecio y el dolor. Solo por nacer con una apariencia diferente, qué lejos de robarle belleza lo hacía único, sin embargo, para los ojos equivocados era un monstruo.
Sakura creció alimentando la idea de que se necesita ser fuerte para lograr sobrevivir. Una idea fundamentada en sus vivencias más viscerales.
Era difícil que no odiara su aspecto. Que incluso él creyera las palabras despreciables que salían de la boca de los extraños. Que era un bicho raro y un monstruo. Algo parecido a haber salido del circo.
Y no, no esque odiara sus ojos dispares de azul y amarillo respectivamente, ni su cabello blanco y negro. Solo le causaba cierto malestar la situación. Porque verse repudiado por su aspecto nunca fue algo que lo hiciera feliz, y cómo hacerlo.
Y dado todo esto cuando tuvo la edad suficiente para poder emanciparse se fue a Makochi. En esa ciudad creyó encontrar un lugar lleno de violencia donde podría dar rienda suelta a sus impulsos.
No obstante, lo que encontré en esa ciudad lo sorprendió sobremanera.
¿Pandilleros que protegen la ciudad? Eso sonaba a una burla. Sonaba a algo que no podía caber en el cerebro de Sakura.
Porque lo único que conocía él era la violencia. No una fuerza que se usa para proteger. Una fuerza bruta que se usa para deshacerse de tus malos sentimientos. Una forma de demostrar que eres el más fuerte y el que merece prevalecer.
— Eso es una locura. — Espetó Nirei a Sakura. Ambos adolescentes se habían encontrado en la cafetería de Kotoha. — No puedes aclamar que llegarás a la cima, no afirmes cosas que no puedes cumplir. — Decía el rubio compadeciéndose del forastero.
¿Cómo que era una locura? Sakura no podía entender las palabras del recién conocido. ¿Era acaso una burla? ¿Lo tomaba acaso por alguien débil?
— Vamos a la calle. — Gruñó Sakura con los puños alzados.
Nirei, consciente de su sentido de supervivencia, huyó del lugar despidiéndose torpemente.
Sabiéndose libre de gente que lo juzgara, Sakura terminó su desayuno en la cafetería mientras Kotoha se burlaba tiernamente de él. Sakura ya había notado cómo era la personalidad de la chica, tan alegre y animada.
Lo que les sacaba de quicio es que todos en aquella ciudad pareciesen tan tolerantes e incluso amables. No estaba acostumbrado a ese trato. Casi preferiría que golpearan o insultaran. Eso resultaría más familiar.
Una vez que Sakura terminó su tiempo de desayuno salió a la calle y se encontró con mucha gente que le regalaba cosas y que le sonreía. Sin duda esta era una ciudad muy rara.
— Oye, eres de Furin. ¿No? — Preguntó agitada una chica. — Tienes que ayudarlo. — Casi suplicó.
Sakura se vio arrastrado hacia un callejón donde varios tipos intimidaban al chico que se le hacía conocido. Y claro que era así pues se trataba de Nirei.
Sin dudarlo Sakura dio un paso al frente y se hizo notar por los idiotas que se creían tan fuertes. Vio como Nirei a pesar de no saber luchar, no se rendía.
En un abrir y cerrar de ojos Sakura se deshizo de todos sus oponentes.
— Debes creer que soy patético. — Dijo cabizbajo el rubio.
Sakura lo observó. Pensaba muchas cosas de él y del resto de la gente de la ciudad, sin embargo, no que fuera patético.
— No me pareces patético. — Dijo sin más.
Y desde entonces se ganó la compañía de Nirei. Agradecía su información sobre Furin, pero era de lo más agobiante cuando el chico se entusiasmaba y no paraba de hablar. Sakura solo quería comer alguno de los dulces de los señores de la ciudad le habían regalado.
Ese fue sin duda un día agradable.
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En el templo de Makochi, un lugar destinado a las plegarias por protección a los espíritus, Suo se encontraba meditando.
Había pasado en esa especie de trance durante 16 años y ahora que estaba próximo su despertar en su interior solo había calma.
Las flores de los cerezos seguían revoloteando por el lugar como la primera vez. Era como si en el interior del templo, donde nadie puede entrar, la primavera fuera eterna.
Suo podía notar la presencia de su maestro cerca.
Era consciente de que despertaría muy pronto. No estaba seguro de lo que depararía el futuro. Después de todo, se la había negado la visión de la humanidad. Aún no era consciente de por qué.
Algo en el aroma de los cerezos le gustaba. Presentía que había mucho más, era como si su intuición le advirtiera de algo.
De que algo importante iba a suceder.