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Capítulo 2: La Resurrección Han pasado seis años desde que la guerra santa finalizó. Muchos murieron, pero al final, el dios del inframundo fue derrotado, y ahora en el mundo se respiraba la paz. Los pocos sobrevivientes retomaron su vida y el tiempo avanzó con tranquilidad. El Santuario aún se encontraba en reconstrucción y Shion tenía el mando como actual Patriarca, ocupándose de los asuntos de estado. El cercano pueblo de Rodorio se mantuvo fiel, y sus habitantes han hecho todo lo posible para ayudar en la restauración. Asimismo, también se han dedicado en cuerpo y alma a trabajar, haciendo que la villa se recupere paulatinamente de los estragos de la guerra y que poco a poco comenzase a prosperar. … En medio de la calle principal se instala un mercado intermitente, el cual una vez al mes se organiza para recibir a los comerciantes de otras tierras, y así realizar las transacciones de sus productos. Ahí se puede observar a una joven de cabello castaño y ojos verdes, vendiendo sus hermosas flores. —Gracias por su compra, hasta luego— agradeció Agasha. Ese había sido el último ramo de flores, por fin podía irse a casa y descansar. Colocó las canastas en su carromato y luego se encaminó con una sonrisa en la cara, ese día había sido el mejor de la semana. Ahora sólo deseaba regresar con su padre y comer algo caliente. … El señor Estelios permanecía sentado en el porche de la casa, limpiando los tallos de unos tulipanes amarillos. Al verla llegar, le sonrió. —Hola hija, ¿Qué tal te fue? — —Muy bien papá, se vendieron todas las flores y para mañana me pidieron un pedido especial de tulipanes— dijo ella, mientras se quitaba la capucha que la protegía del sol y bajaba las canastas al suelo. —Excelente, justo ahora estoy terminando de limpiar el último tanto de flores. — Agasha se sentó junto a él en la banca de madera, y tomando su propia navaja curva, también empezó a limpiar los tallos restantes. Permanecieron un par de minutos en silencio, apresurándose con la tarea para después ir a comer. —Oye hija, vino de nuevo Zarek a preguntar por ti— habló de pronto el hombre mayor. —¿Por qué no le das una oportunidad?, se ve bastante interesado en ti. — Los ojos verdes de la chica rodaron en un gesto aburrido. De nuevo su padre buscándole otro marido. —Papá, ya hablamos de esto, Zarek es muy amable, pero no estoy interesada en él. — Estelios terminó de cortar las últimas hojas, para después levantarse y comenzar a ordenar los ramos en una gran tina de madera, la cual tenía agua lista para remojar los tallos y mantenerlos frescos. —Pero Agasha, ya pasó un año desde que Alexander murió, ¿No crees que estás dejando pasar mucho tiempo? — La joven suspiró cansada, ser viuda a su edad era un verdadero problema. Más que nada, por las costumbres de ese lugar. Siempre se esperaba que una mujer se casara joven y que empezara a tener hijos lo más pronto posible. Pero para Agasha eso no era algo tan relevante. Lamentablemente, no le quedó más opción y contrajo nupcias a los 17 años con un hombre un poco mayor que ella. Alexander fue un vecino al cual conocieron poco después de llegar a vivir a Rodorio. En aquel entonces, era uno de los mejores herreros del pueblo, por lo tanto, había tenido estabilidad económica. Para Agasha solamente era un conocido, nunca le llamó la atención. Sin embargo, era consciente de que se trataba de un buen partido, casarse con él sería muy benéfico para ayudar a su propia situación familiar. Después del ataque del Espectro Minos contra la villa, su padre quedó resentido de una pierna debido a los escombros que cayeron sobre él. Por un tiempo tuvo que usar una muleta, y aunque después se recuperó de sus heridas, un par de años más tarde, ya no pudo continuar con sus largos recorridos que hacía en el bosque para cazar animales, de los cuales, vendía sus pieles en el mercado. Debido a lo anterior, se dedicó de lleno al cultivo de plantas medicinales, flores ornamentales y árboles frutales. No obstante, los ingresos a veces eran muy bajos. Entonces llegó Alexander a pedir la mano de Agasha, con una excelente dote por supuesto. Ella no tuvo que meditarlo demasiado. Un esposo significaba techo, vestido y comida asegurados, tanto para ella como para su padre. Además, el herrero era amable y buen sujeto. Pero, curiosamente, el destino movió sus hilos. Alexander estaba enfermo del corazón debido a algo que ya padecía desde niño. Los médicos nunca pudieron ayudarlo y era obvio que moriría antes de llegar a viejo. Y así fue. Agasha fue una mujer casada por sólo tres años. Y ahora que había cumplido los 21 recientemente, la llamaban la “viuda joven”. —No papá, no tengo prisa por casarme de nuevo, es más, nadie me va a tomar en cuenta— dijo con un tono medio molesto. —Recuerda que “yo no pude” darle hijos a mi marido— ladeó la cabeza de un lado a otro, haciendo implícita una burla. —Pero hija, es probable que, bueno, ya sabes, Alexander no era el mejor ejemplo de salud a pesar de su buen aspecto físico— contestó el hombre, terminando de anudar otro ramo. —Vamos Agasha, ¿Me voy a morir sin haber sido abuelo? — La joven sonrió, su padre deseaba nietos desde hace tiempo. Por eso a cada rato le andaba buscando marido nuevo. —Tengo una idea, voy a ir con la señora Calíope para que me venda un cachorro, ya sabes que éste año sus perros tuvieron varias camadas— se levantó y comenzó a ordenar los ramos en la tina también. —Un perro sería una buena compañía, son igual de traviesos que un niño— soltó una risita. Estelios la miró desconcertado, pero sólo atinó a reír también y a negar con la cabeza. Ella siempre había tenido una extraña y curiosa forma de ver las cosas de la vida. Quizás no tendría nietos, pero agradecía infinitamente a los dioses por tener a una hija tan especial como Agasha. … Esa misma noche. Una suave brisa mecía las copas de los árboles, mientras el canto de los animales nocturnos arrullaba el sueño de los pueblerinos. La joven florista dormía tranquila en su habitación, cuando de repente, algo la despertó. Se sentó en la cama y miró a su alrededor, estaba sola, pero la sensación de estar siendo observada le provocó un sutil escalofrío. —¿Hola? — preguntó inquieta. Inesperadamente, un suave brillo comenzó a oscilar en la esquina más alejada del cuarto. Su mirada se clavó en el tono verde de la estela de luz que parecía danzar en círculos. Poco a poco el resplandor adoptó una forma humana hasta que la figura femenina se hizo presente. —Perdóname pequeña, no fue mi intención asustarte— dijo la recién llegada. Agasha abrió los ojos en grande al reconocerla. Después de tanto tiempo, por fin volvía a encontrarse con la diosa Deméter. Rápidamente bajó de la cama y se arrodilló ante ella, agachando la cabeza en reverencia. —Mi señora, es un honor tenerla de nuevo ante mí— saludó. La divinidad sonrió afable, sus fieles seguidores siempre eran muy respetuosos. —Levántate Agasha, déjame verte— pidió. La florista obedeció de inmediato. Deméter se acercó y la observó de arriba a abajo, caminó a su alrededor y sonrió de nuevo. —Perfecto, ya no eres una niña, creo que ha llegado el momento adecuado— señaló, más para sí misma, que para la florista. —No entiendo mi señora, ¿A qué se refiere? — Deméter entornó los ojos y la expresión de su rostro fue casi traviesa, pero de inmediato la disimuló. —Agasha, llévame ante la rosa que te encargué cuidar— solicitó. La joven se quedó sin palabras por un segundo, la diosa no había olvidado su encargo. Asintió rápidamente, caminando hacia la salida de la habitación. —Por favor, sígame. — … Momentos después, salieron al patio trasero de la casa, donde una amplia parcela se extendía. Había media luna llena, así que el astro nocturno iluminaba todo el sitio. Se trataba de la huerta para el cultivo de las flores y los alimentos. Pero más allá, en una zona apartada, permanecía sembrado un ejemplar muy especial. La deidad miró con asombro la increíble masa floral. Las rosas se extendían a lo largo de varios metros, naciendo desde una gruesa rama progenitora, la flor original, bifurcándose en cientos de brazos más pequeños. Todo levantándose como un muro de hojas verdes y pétalos escarlata. La imponente planta rezumaba vida, olor y color. Deméter sonrió complacida. Las rosas demoníacas reales volverían a la vida, y sus otras variantes también. —Has cumplido al pie de la letra mi petición, te felicito, son imponentes— reconoció la diosa, mientras acariciaba una flor y olfateaba su dulce fragancia. —Gracias, mi señora— hizo otra reverencia. Entonces Deméter se giró hacia la chica y su mirada dorada se estrechó. —Dime algo Agasha, ¿No tuviste “problemas” con la rosa original? — preguntó enigmática. —Es decir… algo como… una situación de malestar… o una enfermedad… — Sus palabras sonaron disimuladas, como no queriendo revelar más allá de lo necesario. La joven parpadeó extrañada, y luego hizo un gesto de meditación, recordando algo que hubiese sucedido. Entonces su memoria evocó cierta anécdota que casi había olvidado. —Sí, diosa Deméter, ahora recuerdo que, durante los primeros dos meses, después de trasplantar la rosa al suelo, tanto mi padre como yo, nos enfermamos de una extraña tos— explicó a detalle. —No sé por qué sucedió, pero quizás se trató de alguna reacción alérgica. En aquel entonces, la flor comenzó a liberar su aroma precipitadamente. Yo pensé que eso era buena señal de que viviría y crecería, pero creo que resultó un poco agresivo para nosotros. — La divinidad de la agricultura volvió a entornar los ojos mientras la escuchaba, esa información era muy importante. Dado que Albafica fue quien le regaló dicha flor, era de esperarse que él mismo la hubiese cultivado de manera especial para que no fuera peligrosa para la joven. La fragancia de las rosas demoníacas podía ser letal, pero no era imposible reducir su toxicidad. No le costó deducir que el Santo dorado había hecho todo lo posible para darle un regalo inocuo a la joven Agasha. Seguro por algún motivo especial. Lo malo era que, las flores rojas eran muy poderosas. Por lo tanto, cuando el obsequio vivió más de lo esperado, gracias a la bendición de la diosa y al cuidado de la chica, al ser trasplantada a tierra, sus propiedades venenosas se restauraron parcialmente. Su peligrosa fragancia se liberó sin que Agasha y su padre lo supieran. Pero quizás eso mismo fue una ventaja. La rosa demoníaca fue acostumbrándolos a un veneno de muy bajo nivel. Quizás de primera vez les provocó esa molestia respiratoria, pero una vez superada, ambos floristas pudieron tratar con ella, ganándose una involuntaria inmunización a su reducida toxicidad. Claro que no era el mismo potencial agresivo de las flores que alguna vez usó Albafica, pero sin lugar a dudas, esto era sumamente benéfico para los propósitos de Deméter. —Entonces, tu padre y tú, ¿Ya no tienen problemas de salud al estar cerca de las rosas? — interrogó de nuevo. —No— negó la chica. —Después del primer año de cuidarla y fertilizar la tierra que la rodea, dejamos de sentir molestias en la garganta y al respirar cerca de ella. — —¡Es perfecto! — sonrió encantada, girándose otra vez hacia el muro rojizo. De nuevo comenzó a recorrerlo en sentido contrario, admirando a detalle los ejemplares más grandes y bellos. Las flores eran perfectas, sanas, relucientes y hermosas. La jovencita tenía una habilidad innata con las plantas, lo que dejaba bastante satisfecha a la deidad. Pero ahora, era el momento de pasar a cosas más serias. —Cambiando de tema— le habló a la joven, sin dejar de caminar. —Quisiera saber si… ya has sido madre… — La florista la seguía con paso lento, pero al escuchar las últimas palabras, se quedó petrificada por completo. Sus ojos se abrieron en grande sin poder disimular la sorpresa ante ese comentario. No comprendía qué tenía que ver el cuidado de las rosas con semejante tema, tan ajeno a esta situación. Se quedó muda por unos segundos, hasta que finalmente pudo contestar. —No, diosa Deméter, no he tenido ese privilegio todavía— negó con el rostro levemente afligido. La divinidad se detuvo en seco y volteó a mirarla con cara de asombro. A su edad, ya debería tener al menos tres hijos. Entonces se llevó la mano al mentón, golpeándolo suavemente con un dedo, en un gesto reflexivo. —Oh, vaya, eso no me lo esperaba, ¿No estás casada? — —Soy… viuda— suspiró con resignación la joven. —Mi esposo murió hace un año, debido a un problema del corazón y… no pudimos concebir. — No es que ella no hubiera querido ser madre. Lamentablemente, en el pueblo también era conocida como, “la que no puede engendrar hijos”. Y ese era uno de los muchos motivos por los cuales una mujer perdía la oportunidad de ser tomada como esposa de nuevo. Simplemente, nunca sucedió, y no fue su culpa. Las comadronas más viejas de la villa la revisaron y le dieron hierbas especiales por si acaso. Pero al paso de los meses, y a pesar de lo joven y fértil que podía ser una chica de 17 años, nunca se gestó un fruto en su vientre. Las ancianas conocían muy bien la buena salud de las mujeres de su comunidad, así que dieron su acertado diagnóstico: Ella no era la del problema. Pero por desgracia, en una sociedad Patriarcal, el hombre nunca sería juzgado como el estéril incapaz de preñar a una mujer. Agasha sabía que no era necesario darle tantas vueltas al asunto, su marido podía verse sano por fuera, pero sus males internos eran variados. Incluso en algunas ocasiones, él le reclamó el no poder darle descendencia, a sabiendas de que su salud no era la mejor. Lo único que hizo fue resignarse. Quizás no era su culpa, pero prefería no discutir. Así era la vida en esos tiempos, y Agasha debía aceptarlo. No obstante, su existencia estaba a punto de cambiar por completo. La divinidad de las cosechas sonrió de nuevo, pero esta vez, su gesto fue inevitablemente travieso, y ya no lo disimuló. Agasha sintió un repentino nerviosismo ante su mueca. Algo se traía entre manos la diosa y no sabía qué era. Pero presentía que estaba a punto de averiguarlo. —Bien, eso cambia un poco las cosas y… quizás las facilita para ti— la expresión de su rostro cambió hasta volverse seria, así como su tono de voz. —Agasha, presta atención a lo que voy a decirte. — La florista se llevó las manos al pecho, no pudiendo evitar que creciera su ansiedad. Lo que le había dicho era extraño y no entendía absolutamente nada. Pero guardó silencio y asintió, dispuesta a escuchar. —En el pasado, cuando fue la guerra contra Hades, el Santo dorado de Piscis murió sin dejar un discípulo para su armadura. Por lo tanto, el secreto de las rosas que usaba en sus técnicas de combate, también se perdió. — La joven sintió un brusco dolor en el pecho y una sensación de abatimiento la invadió, humedeciendo sus ojos despacio. No había recordado lo triste que era pensar en el deceso de Albafica. El valiente guerrero se sacrificó para salvarla a ella y al pueblo de Rodorio, así que cada año visitaba su tumba en la misma fecha de su aniversario luctuoso. Le dejaba flores y rezaba una oración en su nombre. No obstante, siempre se enfocaba en recordar los momentos agradables que pasó con él, y no en su trágico final. —Sin embargo, la diosa Athena me pidió hacerme cargo al respecto— continuó hablando la divinidad. —Albafica de Piscis hizo un pacto conmigo antes de morir, así que me debe un favor. Y tú le ayudarás a cumplirlo— se acercó a la joven. Las últimas palabras resonaron en la mente de la florista una y otra vez, provocando que el desconcierto la invadiera. De un momento a otro, había pasado de la tristeza a la confusión total. La opresión en su pecho empeoró al escucharla hablar del Santo como si continuara vivo. Y tú le ayudarás a cumplirlo. ¿Qué significaban esas palabras? —Yo… no entiendo… — murmuró en voz baja. Deméter la observaba atenta y con expresión tranquila. Sabía que esto era un golpe emocional muy fuerte para un humano, y escuchar semejantes palabras viniendo de una deidad, lo complicaba todavía más. Así que decidió que le explicaría todo, para que no se traumara la pobre chica. —Recuerdas a Albafica de Piscis, ¿Verdad? — la florista asintió con lentitud. —Bien, entonces debes saber que uno de sus últimos pensamientos fuiste tú. Tengo entendido que el pobre sufría de una tremenda soledad, pero pensaba en ti muy seguido, así que me imagino que algo importante representabas para él. — Agasha se sorprendió ante lo dicho. Jamás le pasó por la cabeza que el Santo de oro le dedicara algún pensamiento más allá de decirle que se mantuviera alejada de él. En aquel entonces, ella era consciente de que no podía acercarse al caballero, por el temor que éste tenía de dañar a otros con su sangre envenenada. Sin embargo, la joven siempre pudo ver más allá de eso. El guardián de la última casa zodiacal no hablaba mucho, pero sus acciones eran amables y desinteresadas. Como aquella ocasión en que le facilitó su capa para cubrirse de la lluvia. O cuando le regaló la rosa como un curioso gesto de amistad y promesa de protección. Pero ahora, escuchando la revelación de Deméter, ya no sabía qué pensar. —Por lo tanto, tú eres la indicada, aunado al hecho de que, sólo a ti te regaló un ejemplar de sus rosas demoníacas— explicó la diosa, exhalando con calma para revelar la parte final. —Mi querida Agasha, necesito que entiendas esto: Volverás a encontrarte con Albafica, es importante que lo comprendas y lo aceptes porque… ambos se encargarán del linaje de Piscis y de sus correspondientes rosas. — La florista sintió un repentino mareo y el mundo dio vueltas a su alrededor. Apenas podía asimilar lo que la diosa de la agricultura le dijo. Era demasiada información para digerirla tan rápido. Sus rodillas temblaron y después cedieron, postrándola en el suelo. No pudo decir palabra alguna, tenía la garganta seca. Entonces, percibió la cercanía de la deidad y después su mano acariciándole el cabello suavemente. —Sé que no es fácil de entender, pequeña— reconoció Deméter. —Así que, por el momento, deja que tu mente repose… duerme. — La oscuridad envolvió a Agasha y no supo más de sí misma. Nuevamente la diosa de la vida vegetal sonrió satisfecha, su misión estaba ejecutándose muy bien. Se giró hacia el rosal y tomó uno de los botones que estaban en plena floración. Lo guardó entre sus ropajes y después levantó en brazos el cuerpo inerte de la chica. Se encaminó al interior de la casa y al llegar a su habitación, la depositó sobre la cama. —Descansa, mi querida florista— la cubrió con las sábanas. —Todavía te esperan más sorpresas. — Un segundo después, desapareció en medio de la oscuridad.:*~*~*~*~*~*~*~*~*~*~*~*~*~*~*~*~*~*~*~*~*~*~*~*~*~*~*~*:
Santuario, Casa de Piscis. Deméter se manifestó ante el imponente templo de los peces gemelos. Comenzó a subir por los escalones mientras admiraba su bello diseño, el cual se asemejaba al Partenón. La noche todavía estaba en plenitud, así que debía apresurarse para llevar a cabo su encomienda final. —Espero que hayas dejado todo listo pequeña Athena, no quiero tener que dar tantas explicaciones— murmuró por lo bajo, caminando hacia el interior del lugar. La doceava casa se notaba completamente sola, pero bien cuidada y limpia, al igual que los demás edificios zodiacales. Apenas habían pasado seis años desde la guerra contra Hades, así que era muy pronto para que una nueva generación de Santos dorados ocupara sus lugares correspondientes. No había prisa. Eran tiempos de paz y por el momento el Santuario podía estar sin la élite completa. Sus pasos resonaron levemente y la frialdad del sitio se hizo notar. Sin un ocupante, el templo quedaba convertido en un perpetuo monumento abandonado. Llegó al centro y dirigió su mirada a la cúpula ubicada en medio del techo, la cual permitía el paso de los rayos lunares a través de su bello vitral. La iluminación era limitada, pero suficiente. —Aquí vamos. — Deméter alzó su mano derecha hacia el tocado que adornaba su cabeza, buscando algo en medio de las espigas doradas. Cuando lo encontró, colocó su palma abierta frente a ella, revelando un pequeño grano de trigo, el cual resplandecía con un matiz azulado. Y también, envolviendo parcialmente a la semilla, había un largo cabello de tonalidad aguamarina. —Es tiempo de volver… — Con la otra mano, tomó el pelo y sus dedos lo retorcieron hasta formar una bolita. La arrojó al suelo y de inmediato comenzó una serie de pausados giros con la muñeca, al mismo tiempo que sus finos dedos se movían de arriba hacia abajo. Dicho ademán se convirtió en una invocación de poder, y frente a ella, el aire inició una extraña danza, elevando el ovillo azulado. Un momento después, una luz blanca empezó a oscilar en curiosos remolinos, rodeándolo por completo. Sus labios susurraron palabras en alguna lengua arcaica con matices casi divinos, ininteligibles para cualquier ser humano. La estela de luz aumentó su intensidad, transmutando a una tonalidad dorada. Al paso de los segundos, algo comenzó a suceder frente a sus ojos. En el centro de la refulgencia, el cabello había desaparecido, y lo que ahora sucedía, era la materialización de una forma de carne y hueso. El viento del exterior fue llamado, silbando poderosamente a través de los largos pasillos del templo, revoloteando alrededor de la diosa, agitando sus caireles y su vaporoso manto, enfatizando su omnipotente ritual. La silueta continuó su evolución, sus rasgos aún no se distinguían del todo, pero la forma de una larga cabellera ondeó con fuerza. Ella sonrió, orgullosa de ver la regeneración del cuerpo humano suspendido en el aire. Todos los dioses tenían habilidades especiales y casi omnipotentes. No obstante, Deméter compartía cierto dominio sobre la vida y la muerte junto con Tánatos y Hades. No en vano se le conocía como la diosa de la regeneración y la fertilidad de la tierra. Pero sus poderes iban mucho más allá de sólo la vida vegetal. Éstos podían manipular la naturaleza en todas sus formas de expresión. Y eso incluía a los humanos. Una vez estuvo completada la restauración, miró de nuevo el grano de trigo en su otra mano. Con una de sus uñas lo partió en dos, liberando su contenido. Un pequeño y brillante orbe azulado, que comenzó a latir una y otra vez, aumentando su volumen en cada pulsación, hasta abarcar su palma completa. Era el alma de Albafica de Piscis. Entonces aproximó la esfera de luz al cuerpo y la depositó sobre el pecho, haciendo una suave presión. Esto intensificó el resplandor alrededor de la figura humana y el viento se arremolinó con más fuerza por varios segundos. Después fue disminuyendo paulatinamente, dejando en claro que el proceso estaba casi listo. —¡Despierta, Albafica de Piscis! — su voz resonó imperativa por todo el lugar. La forma de carne y hueso se arqueó violentamente, liberando un grito ahogado que anunciaba su retorno a la vida. El cuerpo se tensó, preso de un potente espasmo, el cual estaba reactivando todas sus capacidades orgánicas. Sólo fue por un instante, para luego pasar a la completa relajación. El iridiscente halo dorado que envolvía al Santo de Piscis comenzó a desaparecer, al mismo tiempo que era depositado con suavidad sobre el frío suelo en una posición fetal. Silencio. Deméter se le quedó mirando por un par de segundos, esperando. Albafica abrió los ojos de golpe y el aire llenó sus pulmones con brusquedad. Se retorció dolorosamente al sentir de nuevo todos los estímulos del ambiente bombardeando sus sentidos, obligándolo a gritar una vez más. Todo su cuerpo se estremeció, forzándolo a abrazarse a sí mismo, apretando de nuevo los párpados y los dientes en un intento por asimilar tan violento despertar. Pasaron algunos segundos hasta que su quejido disminuyó. —Bienvenido, soldado de Athena— dijo la diosa con una mueca de suficiencia. El hombre abrió los ojos de nuevo, alzando la mirada hacia ella, reflejando un intenso miedo y desorientación. —¡¿Qué… sucedió… cómo… yo…?!— intentó preguntar, inquieto. Lo último que recordaba Albafica, fue que había muerto al derrotar a Minos de Grifo, salvando así al pueblo de Rodorio. Después una calma absoluta, luego las palabras de la diosa, y más tarde, un relajante sueño. Aunque eso sólo duró un intervalo atemporal, imposible de calcular. Pero ahora, se sentía como si lo hubiesen arrojado al gélido mar. —Perdóname mi querido floricultor, no tengo mucha práctica haciendo esto— se acercó Deméter, agachándose frente a él. Su mano acarició el rostro del Santo en un gesto casi maternal. Entonces, el cosmos divino se expresó con suavidad, envolviéndolo por completo, tranquilizándolo y arrullándolo cálidamente. Albafica cerró los párpados, dejándose llevar por tan agradable sensación. Su mente comenzó a esclarecerse, sus sentidos se relajaron, y aunque podía notar el frío del ambiente en su piel desnuda, se quedó quieto, permitiendo que la diosa lo consolara. —Tranquilo, de ahora en adelante, todo será mejor— susurró. Se quedó así por unos momentos más, rozando su mejilla con la suavidad de su palma y acariciando su cabello azul con la otra. Dejó de hacerlo cuando notó la tranquilidad en el rostro de Albafica. —Ha llegado el momento de pagar tu deuda conmigo— habló, levantándole un poco el mentón. El Santo de Piscis abrió los ojos y confirmó con un suave movimiento. Deméter se incorporó, dando unos pasos hacia atrás, mientras él se arrodillaba frente a ella, haciendo una inclinación respetuosa. —Mi señora, estoy en deuda, gracias a su ayuda pude vencer a mi enemigo— hizo una pausa y alzó la mirada. —¿Qué puedo hacer por usted? — La diosa de las cosechas ladeó un poco la cabeza, haciendo una traviesa sonrisa de repente. —Caballero de Athena, escúchame con atención— dijo con voz firme pero tranquila. —Tú moriste tras vencer al Espectro de Hades, sin embargo, yo me encargué de resguardar tu alma. Ahora, has sido revivido por dos motivos. El primero, es para recompensar tu sacrificio, te has ganado el derecho a empezar de nuevo— hizo una pausa, y de entre los pliegues de su túnica, extrajo el botón de rosa. —Y el segundo, es para que recuperes el arte de las rosas demoníacas reales. — Albafica de Piscis se quedó totalmente petrificado. Hasta ese momento, no había razonado lo que estaba pasando. Era consciente de su muerte, y por un instante pensó que aún continuaba muerto, pero las sensaciones físicas le confirmaron que estaba vivo de nuevo. Sin embargo, una noticia así, era difícil de procesar. Su mirada se clavó en la flor inmadura, ¿Acaso era una de sus rosas? No entendía cómo era posible que éstas aún existieran, porque de antemano sabía que, con su fallecimiento, las flores perecerían igualmente. Sin embargo, sentía que sus pensamientos todavía se revolvían inconexos, tenía demasiadas preguntas en la cabeza, pero no sabía cómo formularlas. Deméter pareció darse cuenta de su confusión. —Han pasado seis años desde que la guerra santa terminó— explicó, al mismo tiempo que le entregaba la flor. —Athena venció al rey del inframundo y ahora la humanidad está a salvo. Ella tuvo que volver al Olimpo, pero antes, me pidió hacerme cargo de ti y de tus rosas— levantó la mirada hacia la cúpula del techo, notando que la luna estaba presente. —Tienes la misión de volver a cultivarlas, tan letales y hermosas como siempre. Asimismo, deberás documentar ese conocimiento, para que los próximos representantes de Piscis puedan emplearlo. — Albafica tragó saliva con dificultad. —Pero… yo no dejé discípulo para mi armadura— se atrevió a contestar. —Será complicado buscar a uno y prepararlo para… — La diosa regresó su atención a él, haciéndole un gesto con la mano para que se detuviera. Su mirada dorada brilló con especial interés, y su sonrisa traviesa se amplió aún más. —No habrá más discípulos externos para tu casa zodiacal. Es necesario que quien porte dicho honor, también sea capaz de soportar la peligrosa esencia de las flores demoníacas, sin tener que pasar por el doloroso ritual de sangre, por lo tanto… — sus ojos se clavaron en él, recalcando la importancia de sus siguientes palabras. —Deberás iniciar un linaje de descendientes que hereden tu inmunidad natural al veneno de las rosas. — Al escuchar semejantes palabras, la mandíbula de Albafica casi cayó al suelo, mientras sus ojos azules se abrían a más no poder. Sintió que algo invisible le estrujaba el estómago, al mismo tiempo que el corazón se le detenía brevemente, dejándolo sin respirar por unos segundos. La garganta se le secó por completo y ya no fue capaz de pronunciar palabra alguna. Su mente comenzó a repetir la última frase de la deidad, una y otra vez, tratando de comprenderla. Aunque ciertamente, no había nada que entender, el mensaje era muy claro: El Santo de Piscis debía engendrar hijos que heredaran su inmunidad para que, a futuro, tomaran el manto del pez dorado y la responsabilidad de las rosas demoníacas. Descendientes. Ese pensamiento jamás había revoloteado por su cabeza, y si lo hizo, lo guardó celoso en lo más profundo de su mente y corazón. La soledad de Piscis fue lo que siempre rodeó su vida desde muy joven, y la simple idea de siquiera pretender convivir con alguien, quedaba terminantemente prohibida. La diosa Deméter era consciente de esto, pues conocía perfectamente la maldición que significaba su sangre envenenada. Entonces, ¿Por qué le estaba pidiendo semejante pago? Justo en éste preciso instante, Albafica de Piscis, pensó que quizás no fue tan buena idea pactar con ella.***
Continuará… Por favor, háganme saber su opinión, o las dudas que tengan. Gracias por leer.