ID de la obra: 1269

La Fuerza de una Princesa

Gen
PG-13
Finalizada
0
Fandom:
Tamaño:
114 páginas, 41.772 palabras, 12 capítulos
Descripción:
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1. Después del Dolor

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Buenas tardes: El día de hoy por fin les traigo un nuevo fanfic, en el cual relataré qué sucedió exactamente después de la muerte de InuTaisho. Siempre me pregunté cómo Izayoi logró salir adelante con InuYasha recién nacido. Seguramente fue difícil para ella, así que éste relato cuenta mi versión de la historia, con algo de tensión y drama. Espero que sea de su agrado. Gracias por su tiempo de lectura y por los comentarios que gusten dejarme. Atención: InuYasha y todos sus personajes son propiedad de Rumiko Takahashi. Yo sólo escribí la historia por gusto y diversión.

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La Fuerza de una Princesa

Capítulo 1: Después del Dolor Mi corazón se desgarra al verte morir, mi alma sangra al sentir que ya te perdí. El fuego consume todo lo que fue y ya no podrá ser, el humo se lleva mi felicidad y los escombros entierran mis sueños ya. Nadie jamás entenderá cuanto te amé, nadie jamás comprenderá tu proceder. InuTaisho, estés donde estés, siempre te recordaré.

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El cielo se estremece, los truenos amenazan con partir el firmamento y los relámpagos iluminan tenuemente la oscuridad. La lluvia cae sin parar y se mezcla con el llanto de una mujer que camina con paso tembloroso a través de un bosque. Las criaturas se resguardan, no piensan en cazar, porque saben que esta noche es de luto. El gran InuTaisho ha muerto y pareciera que la naturaleza y todos sus habitantes se han dado cuenta. Algunos lloran, otros agachan la cabeza en silencio y otros más sonríen con burla, sin embargo, mantienen el gesto de respeto. La mujer sigue caminando sin importar el lodo, las piedras y el sufrimiento. Sostiene entre sus brazos a un cachorro que ha dejado de llorar y que duerme sin sentir el peso del destino que ha caído sobre sus frágiles hombros. Ella está cubierta por la tela roja que le dejó InuTaisho, sin saber que esto no sería suficiente para protegerlos de todo y de todos. El llanto sigue en silencio, sus ojos no han podido detener las lágrimas desde que se alejó de los restos de su palacio, de sus conocidos, de su vida y de sus sueños rotos. El dolor de su cuerpo recién parido no parece importarle, restos de su propia sangre van quedando en el camino después de recorrer sus piernas y manchar su vestimenta. El agua diluye todo, limpia poco a poco y borra el rastro de sus pasos. Nadie podrá seguirla por ahora. La última lágrima cae sobre el rostro del bebé quien, sin inmutarse, abre lentamente sus ojos. Ella mira con ternura los hermosos iris dorados y descubre que, a través de su inocente mirada, se refleja la pureza de su alma. Es una criatura hermosa e inocente que tiene todo el derecho de vivir como lo tendría cualquier cría de otra especie. El pequeño bosteza y vuelve a dormir, acurrucado en los brazos de su madre. Izayoi sigue caminando sin parar, no le importa el cansancio, ni el daño en sus pies desnudos. Un poco más adelante, encuentra un cobertizo natural, producto de las rocas y un frondoso árbol cuya copa forma un techo adecuado. Se aproxima con cautela, revisa en todas direcciones y después se acurruca en el hueco que forma el tronco y la pared rocosa. La lluvia continúa, ahora es más ligera, pero no se detiene. El cielo va dando una tregua lenta después del estruendo inicial. Hace frío, parte de su atuendo sigue húmedo y la tela roja no es suficiente para brindar calor. No le importa, sólo se preocupa de mantener abrazado a su bebé, cerca de su pecho para que su propio calor corporal lo proteja. Se envuelve un poco más y se queda inmóvil, observando la oscuridad. —InuTaisho, ¿Por qué tuvo que ser así? — se cuestionó en sus pensamientos. —Te avisé con tiempo, te pedí que vinieras por mí, pero fue demasiado tarde— se lamentó. Volteó a ver al cachorro y sus ojos se humedecieron una vez más al recordar.

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Izayoi no estaba muy consciente de lo que sucedía, sabía que Takemaru la había asesinado y, de un momento a otro, InuTaisho estaba a su lado, cubriéndola con un manto rojo. En ese momento, él la miró y sonrió ligeramente, acercó su mano al pequeño bulto que ella sostenía con fuerza. Retiró la tela que cubría el rostro del bebé y nuevamente amplió su sonrisa. Se escucharon pasos rápidos, no había tiempo. InuTaisho buscó algo entre su ropaje y lo acercó al recién nacido, que comenzaba a llorar. Izayoi pudo verlo, era una pequeña perla, negra y resplandeciente. Con cuidado abrió un poco el párpado derecho del cachorro y dejó caer la esferita sobre el ojo, ésta brilló hasta desaparecer en su interior. Ella quiso preguntar, pero el grito de Takemaru se lo impidió. —Vete de aquí— dijo el gran demonio, al tiempo que desenfundaba su katana para pelear. “InuYasha, el nombre del niño es InuYasha” “Debes seguir viviendo, eso es lo que tienes que hacer, junto con InuYasha” Esas palabras resonaban una y otra vez en su cabeza, las últimas que pronunció el hombre que la amó. Tan pronto como abandonó el palacio, éste cayó devorado por el fuego. Ella permaneció en la colina, observando en silencio, con el corazón destrozado, esperando un milagro que sabía, nunca llegaría. Comenzó a llover, parecía que el cielo se burlaba de ella y de su hijo, quien seguía llorando, como si supiera que su padre había muerto.

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Izayoi suspiró, secó sus lágrimas y besó a su bebé en la mejilla. —No permitiré que algo te suceda— le dijo. La noche siguió avanzando y poco a poco la lluvia fue disminuyendo. El bosque se mantenía tranquilo con sus sonidos habituales y para suerte de ambos, nada los amenazó esa noche. … El día comenzó fresco y radiante, las aves cantaban recibiendo al sol. La mujer abrió los ojos, no había podido dormir adecuadamente, su sueño fue muy ligero y lleno de sobresaltos. Todo el tiempo estuvo vigilando a InuYasha, pero éste permanecía durmiendo plácidamente. Ella se levantó con calma, pero la incomodidad de su cuerpo aún persistía. Con lentitud empezó a caminar, resistiendo el dolor de sus lastimados pies. Llegó a una pequeña cascada y se acercó a la orilla del riachuelo que formaba. Después colocó al bebé sobre el manto rojo previamente doblado. Rasgó la parte inferior de su vestimenta y comenzó a lavar el pedazo de tela en el agua. Poco después, limpiaba a InuYasha, quien se revolvía inquietamente. Era necesario hacerlo, ya que no había tenido tiempo de asearlo después de huir. Era una situación complicada, tenía los sentimientos a flor de piel y el temor la asechaba. Sola con su bebé, se dio cuenta de que estaba completamente desvalida en ese momento. No sabía qué hacer, ni a dónde dirigirse, sentía temor por el futuro y lo que vendría. Pero, lo que más le aterraba, era la posibilidad de no poder proteger al cachorro, quien, al ser un mestizo, tendría una vida muy diferente a la de una cría humana o demonio. Rato después, terminó de asearse ella también y ahora alimentaba a InuYasha. Por fortuna, tuvo a su servicio a una vieja comadrona que la puso al tanto de lo que debería hacer cuando naciera su hijo. Desafortunadamente, no pudo estar presente cuando ella dio a luz. Los conflictos con Takemaru y la falta de sus padres, impidieron que ella tuviera la asistencia necesaria. Pasó un par de horas más, ella permanecía vigilante, al tiempo que arrullaba al recién nacido. Seguía sentada a la orilla del riachuelo sin saber qué hacer. De pronto, sintió que la miraban, pero no sabía desde dónde. Una voz se escuchó de la nada. —Buenos días, princesa Izayoi— dijo el misterioso visitante. —¡¿Quién es?, ¿Dónde estás?! — cuestionó ella, sobresaltada y mirando en todas direcciones. —No se asuste por favor, soy sirviente del gran InuTaisho— contestó en un tono conciliador. —Soy un demonio pulga y me encuentro en su hombro derecho— aclaró rápidamente. Izayoi seguía asustada, pero al escuchar el nombre de InuTaisho, logró tranquilizarse. Despacio volteó a su hombro y vio a la pequeña pulga, que inmediatamente le hizo una reverencia. —Mi nombre es Myoga y sólo quiero ayudarla, princesa Izayoi— explicó el pequeño demonio, incorporándose y saltando a una piedra que se encontraba frente a la mujer. Ella lo observó detenidamente. —¿Eres su sirviente? — —Fui más que su sirviente, siempre lo admiré y respeté, por muchos años le serví, y aunque ha muerto, mi lealtad jamás desaparecerá— dijo Myoga con gesto solemne. —El gran InuTaisho me confió la misión de protegerla y ayudarla con su bebé. — La mujer agachó la cara y un par de lágrimas cruzaron sus mejillas. —Él está muerto… ahora estamos solos. — —Princesa, si me lo permite, usted no puede dejarse caer, es madre del hijo del gran InuTaisho, tiene un gran camino por delante— expresó la pulga, tratando de consolarla. —¡No sé qué hacer, ni a quién recurrir!, ¡Mi familia está muerta y mi corte me desprecia por haberme enamorado de un demonio!, ¡Y peor aún, por haber parido a un mestizo! — dijo Izayoi con dolor en la voz. —Por favor, princesa, aún no es el fin, yo voy a ayudarla— habló Myoga, saltando a su hombro nuevamente. —Vaya en esa dirección, tenemos que salir del bosque— señaló un sendero. Izayoi limpió sus lágrimas y abrazó con más fuerza a InuYasha. Comenzó a caminar, siguiendo las indicaciones de la pulga. Avanzó por un rato, haciendo plática con el pequeño demonio, quien con sus palabras consiguió tranquilizarla. —¡Qué lindo bebé!, tiene los ojos de mi señor— expresó con mueca de ternura. —Así es, sus ojos son hermosos y su cabello también— respondió ella. —Sin embargo, sus orejas… — se quedó en silencio. —No se preocupe princesa Izayoi, su aspecto no será un impedimento para que se convierta en un digno heredero del gran InuTaisho, solamente necesita la fuerza de su madre— comentó Myoga, al tiempo que la miraba. La joven sonrió, ese pequeño demonio era un aliciente para no rendirse. Caminaron un poco más y a lo lejos comenzó a distinguirse el final de los árboles y el inicio de una pradera. Sin embargo, también se percató de que había un grupo de personas, tres hombres y tres mujeres, con una modesta carreta y otros equipamientos para viajar. Izayoi dudó por un momento y detuvo sus pasos. Reconoció a varios de sus sirvientes, los más fieles, pero ahora no estaba segura si podía confiar en ellos. Myoga le dio la respuesta. —No tenga miedo, ellos siguen siendo fieles a usted y están preparados para acompañarla a otro lugar, donde podrá criar al pequeño InuYasha. — Ella asintió y caminaron hasta llegar al grupo de personas. —¡Princesa Izayoi, está usted bien gracias al cielo! — gritó emocionada una mujer mayor al verla llegar. Todos los demás sirvientes hicieron una reverencia. —Gracias, no saben cuánto les agradezco que estén aquí— declaró Izayoi con los ojos húmedos. —Princesa, nosotros siempre seremos sus fieles siervos, puede contar con ello y la protegeremos hasta el final de nuestras vidas— dijo un hombre de gesto serio que portaba armadura, arco y katana. —¡Cuente con nosotros princesa! — dijeron al unísono los demás. Éste grupo de personas, las más leales y allegadas a la princesa, tuvieron el honor de conocer al gran señor del Oeste y supieron de la historia de amor que se dio entre él y su joven ama. Por eso, un mes atrás, el poderoso demonio se reunió con ellos en el anonimato, para encomendarles proteger a Izayoi y prepararse para lo que sucedería. Como fieles sirvientes, juraron hacer todo lo que estuviera en sus manos, pues en verdad respetaban y comprendían los sentimientos de la pareja. Sabían que sería imposible que su relación prosperara en tiempos tan turbulentos. Por esto mismo, horas antes del nacimiento de InuYasha y la llegada del gran demonio, ellos se escabulleron entre las sombras, con todo listo para esperar a su princesa y huir lejos. Un soldado, que había formado parte de la guardia real y que jamás estuvo de acuerdo con las ideas de su comandante. Dos campesinos, expertos en el cultivo de la tierra y la recolección de frutos y plantas comestibles. Tres mujeres, la primera era una señora madura, que había sido la nana de Izayoi y después se convirtió en su dama de compañía más fiel. Las otras dos jóvenes eran cocineras y las mejores asistentes que jamás tuvo la princesa. Estas personas serían los acompañantes de Izayoi y se encargarían de escoltarla a otro lugar, donde podría estar a salvo junto con su hijo. —Gracias nuevamente— dijo la princesa, al tiempo que subía a la carreta. La pulga saltó al hombro del soldado. —Señor Myoga, todo está listo, debemos partir inmediatamente, tal y como lo ordenó el gran InuTaisho— comentó el hombre, montando en su caballo y posicionándose al frente del grupo. El pequeño demonio asintió. —Vámonos, debemos alejarnos de aquí, el padre de la princesa murió hace poco y muchos de sus enemigos querrán tomar estas tierras, ya que no consideran a la heredera como un obstáculo— advirtió con seriedad. Sin embargo, había algo que le preocupaba incluso más al fiel sirviente. —Los humanos no son tanto problema… el verdadero peligro son los demonios. Ahora que mi señor ha muerto, intentarán alzarse no sólo con el poder, sino que también buscarán derramar la sangre del pequeño InuYasha— pensó con inquietud. El grupo inició su marcha rumbo a las tierras del Este, buscarían refugio con una pariente del padre de Izayoi.

***

Continuará…
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