ID de la obra: 1269

La Fuerza de una Princesa

Gen
PG-13
Finalizada
0
Fandom:
Tamaño:
114 páginas, 41.772 palabras, 12 capítulos
Descripción:
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12. La Vida Continúa

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Buenas noches: Antes que nada, perdónenme por el retraso, he estado ocupada con la búsqueda de trabajo, pero aquí les dejo el capítulo final. Todos sabíamos que Izayoi iba a morir, así que, en esta parte sólo describo lo que sucedió con InuYasha después, pero lo hago sin entrar en demasiados detalles. Muchas gracias por haber seguido la historia, espero que les haya gustado y me regalen un comentario. Atención: InuYasha y todos sus personajes son propiedad de Rumiko Takahashi. Yo sólo escribí la historia por gusto y diversión.

***

Capítulo 12: La Vida Continúa InuYasha corría desbocadamente por el bosque, su agitada respiración apenas lograba llenar sus pulmones y las lágrimas de sus ojos se perdían en el viento de la noche. Nada parecía poder evitar su loca carrera, los árboles pasaban a su lado velozmente y los arbustos iban quedando detrás de sus saltos. El lastimero llanto del cachorro era escuchado por todos los habitantes del monte, los cuales se mantuvieron en silencio, como señal de luto a su dolor. Su madre acababa de morir y no podía aceptarlo, al menos no en éste momento. Tan pronto escuchó que su corazón se detuvo, comenzó a gritarle para que despertara. La agitó una y otra vez, pero ella permaneció inmóvil, lo que le estrujó terriblemente el alma. Gritó hasta quedarse sin voz y la impotencia de no poder hacer nada lo alteró al grado de perder el control de sus emociones, provocando que huyera de casa. Nori y Myoga no pudieron detenerlo. El viento siguió entonando su triste melodía cual misa fúnebre, mientras las nubes oscurecían el cielo, dando paso a la fría lluvia. No le importó a InuYasha, su mente estaba bloqueada con la dolorosa visión de Izayoi muerta. No tenía cabeza para nada más que su acelerada huida, la cual prosiguió sin importarle el destino final.

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Territorio del Oeste. Lady Irasue contemplaba en silencio la joya de su collar, la piedra Meido había terminado de revelar la última imagen de la humana y su cachorro. Dirigió la vista hacia el cielo y miró con indiferencia el andar de las nubes por algunos momentos. Entonces, se levantó de su diván y caminó al inicio de las escaleras que descendían hacia el piso inferior, donde un grupo de soldados se mantenían estáticos en su puesto de vigilancia permanente. —Envía a uno de tus hombres a buscar a mi hijo— ordenó al guardia más cercano. El hombre hizo una reverencia y se retiró inmediatamente del lugar. … Una hora después, Lord Sesshomaru llegó a la residencia de su madre. Con paso tranquilo ingresó a la estancia y subió las escaleras. Encontró a su progenitora reclinada en el balcón, mirando nuevamente su collar. —¿Me llamaste, madre? — La demonesa levantó la mirada. —La humana ha muerto. — —¿Ha muerto? — hizo un gesto de ligera sorpresa. —Pensé que viviría más tiempo. — —Me imagino que te diste cuenta, parecía ser una hembra fuerte a pesar de todo lo que vivió. Pero veo que los humanos aún no logran superar sus propias enfermedades— mencionó la demonesa. Sesshomaru asintió y después se giró para marcharse. —¿Qué vas a hacer? — preguntó Irasue. —Nada… no puedo hacer nada hasta que el bastardo sea mayor— masculló el Lord, ladeando un poco el rostro. Ella lo observó elevarse, para luego alejarse volando rápidamente. No pudo reprimir una extraña sonrisa al verlo desviar su ruta hacia la frontera Norte.

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Los sollozos de InuYasha se mezclaban con las gotas de lluvia. Su mirada, fija en el horizonte, reflejaba el malestar que lo invadía. Apenas era un niño, y aunque ya entendía el concepto de vida y muerte, no era capaz de aceptar que su madre ya no estaría más a su lado. Permaneció por largo rato inmóvil, a la orilla de una saliente elevada, en un desfiladero cuya vista dominaba gran parte del valle. No le preocupaba que el agua humedeciera su cabello y su vestimenta. No le molestaba el golpe del viento, ni la oscuridad que se avecinaba. Tampoco los sonidos del bosque, no le importaba absolutamente nada… hasta que percibió su olor. —Deja de llorar, cachorro— ordenó una voz a sus espaldas. El chiquillo volteó despacio. Sus ojos llorosos daban una expresión tan lastimera, que cualquiera se hubiera conmovido, excepto, el demonio que tenía enfrente. El niño lo miró a la cara y no pudo evitar sentir miedo, pero se mantuvo quieto y en silencio. —No olvides que tú y yo tenemos un asunto pendiente y algún día vendré a saldarlo— dijo Sesshomaru con frialdad. —Si no maduras y no eres capaz de superar esto, morirás— sentenció. —Mi mamá… yo no puedo… — el llanto le impedía hablar. El Lord se movió velozmente y, en un parpadeo, se ubicó a escasos centímetros de InuYasha, haciendo que sus garras se cerraran sobre su cuello. El niño se estremeció, pero no opuso resistencia alguna. —Eres una vergüenza para nuestra raza, aparte de ser un mestizo, eres un pequeño cobarde— dijo amenazante. —¡Dame un motivo para no degollarte aquí mismo! — gritó, apretando sus dedos con fuerza, impidiéndole respirar. El niño comenzó a agitarse, reaccionando más por instinto que por estar consciente de la situación. En ese instante, sus pequeñas zarpas se clavaron en el brazo de Sesshomaru, arañando hasta donde su fuerza se lo permitió. El demonio apenas se inmutó, pero su expresión cambió a un leve gesto de satisfacción. Entonces, arrojó a InuYasha contra unos arbustos, los cuales le provocaron algunas raspaduras superficiales. El mestizo se levantó, sacudiéndose las hojas y cuando buscó de nuevo al Lord, sólo alcanzó a ver su gélida mirada, indicándole que se volverían a encontrar. Acto seguido, inició el vuelo hasta desaparecer. InuYasha no alcanzaba a comprender el odio de Sesshomaru. Pero, dentro de sí mismo, ya comenzaba a hacerse a la idea de que, él sería su constante enemigo. … Aldea del viejo Kenji. El funeral de la princesa se realizó con honores, todos en el pueblo asistieron a dar sus condolencias. Algunos preguntaron por el pequeño InuYasha, pero Nori y Kazumi no supieron qué decirles. El niño no había vuelto desde el día anterior. La nana sabía que el pequeño estaría bien y que regresaría para el final del velorio, simplemente, no quería estar con nadie por el momento, necesitaba permanecer solo. En las afueras del pueblo, en la colina favorita de la princesa, el cachorro miraba su casa en la lejanía. Ya había regresado, pero no quería acercarse. Sus ojos estaban irritados y cansados de tanto llorar. Esperaría hasta que todos se fueran y sólo estuviese su familia. … Horas después, el cansancio había vencido a Nori y a Kazumi, ambas dormían en una recámara junto con Imari. Cuando InuYasha se adentró en la sala, pudo darse cuenta que únicamente Myoga permanecía cerca de su madre, rezando. El niño caminó lentamente y se sentó a un lado, murmuró una plegaria y de nueva cuenta, lloró en silencio. —Pequeño InuYasha, sabes que cuentas con nosotros, ¿Verdad? — habló Myoga. —Sí… gracias— dijo en voz baja. —No te preocupes, la princesa se ha ido a otro plano existencial, sin dolor y sin sufrimiento— mencionó la pulga, quien a duras penas podía mantener un poco la serenidad. —Es posible que ahora ella se reencuentre con tu padre— dijo otra voz. Nori entró a la sala, su gesto era tan triste como el del niño. Éste corrió directo a sus brazos, puesto que ella, era como su segunda madre. La nana lo abrazó, protegiéndolo y confortándolo. El pequeño sirviente miraba en silencio. —Mi señor InuTaisho, princesa Izayoi, les prometo que InuYasha será un gran muchacho, lo juro— pensó con determinación. … Una semana después. Nori revisaba las pertenencias de Izayoi, guardando lo importante y desechando lo que no. InuYasha había permanecido retraído esos días y ni siquiera quiso ver a Imari para jugar. Sin embargo, aquella mañana, despertó con una expresión alegre en los ojos. —Nori, soñé con mamá— comentó el niño desde el umbral de la puerta. —¿En serio?, platícame tu sueño— pidió la mujer mayor. —Ella estaba en un campo de flores rosas, me sonreía y me decía que me amaba y que siempre estaría cuidándome. — Nori le sonrió y suspiró aliviada. —Gracias al cielo, esto es de gran ayuda para InuYasha— pensó alegre. —Que lindo sueño, ¿Ahora entiendes lo que te dijimos Myoga y yo?, aunque no la veas, ella estará contigo. — El chiquillo asintió y una pequeña sonrisa se dibujó en su rostro. —¿Qué haces? — cuestionó. —Acomodando unas cosas, ven, tengo algo para ti— solicitó la mujer. —Estira la mano. — InuYasha lo hizo y ella depositó una pequeña concha de mar sobre su palma. El pequeño la miró con curiosidad y la abrió despacio. Contenía tintura para labios, así que inmediatamente supo que era de su madre. Sus ojos se alegraron, al mismo tiempo que se humedecieron. —Llévala contigo siempre, como un recuerdo de tu madre— indicó Nori. —¡Así lo haré, gracias! — afirmó con gran convicción. Más tarde, después de comer, el niño decidió ir a la casa de Kazumi e Imari. La vida debía continuar y que mejor manera de superar las adversidades, que con la amistad de los amigos y la familia.

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El tiempo continuó su marcha. Había pasado poco más de un año desde la muerte de Izayoi. InuYasha ya tenía seis años y seguía viviendo tranquilamente en la aldea del señor Kenji. Sin embargo, la sombra de la adversidad llegó al pueblo poco después. A pesar de ser un lugar semi aislado y tranquilo, fue inevitable que la enfermedad lo alcanzara. Una plaga de origen desconocido empezó a cobrar la vida de los habitantes. Unos decían que el mal llegó del extranjero, otros contaron que se trataba de las consecuencias bélicas entre humanos y demonios. Nadie tenía la verdad absoluta. El mal se extendió rápido y no hubo tiempo para nada, muchos abandonaron la aldea al ver el número tan repentino de contagios y muertes. Incluso Naoru, la vieja curandera que alguna vez visitó Izayoi, se presentó en el pueblo para alertar a sus habitantes, exhortándolos a migrar a otro sitio, ya que su propia aldea había sido arrasada por la extraña calamidad. Desgraciadamente, el señor Kenji y Nori no tuvieron tiempo, ya que también fueron parte de las víctimas. InuYasha tuvo que soportar por segunda vez la muerte de alguien sumamente importante en su vida. Y aún faltaba otra complicación: Kazumi e Imari estaban por partir y lo habían invitado a marcharse con ellas. —Tengo miedo, Myoga— dijo el niño con tristeza. El día anterior habían incinerado el cuerpo de Nori, junto con los restos de otras personas, era la única manera de frenar un poco los contagios. —Te entiendo pequeño InuYasha, pero tienes que tomar una decisión, ya que no podemos quedarnos— expuso el sirviente con algo de preocupación. —Tú y yo no nos enfermaremos, somos inmunes por nuestra capacidad sobrenatural, pero Kazumi e Imari podrían estar en peligro. — —Vámonos de aquí Myoga, no quiero que les pase nada— pidió el chiquillo. La pulga asintió, reservándose sus pensamientos. Jamás pensó que tendrían que abandonar ese lugar y más que nada, su temor era por lo que sucedería después. InuYasha había crecido en éste pueblo, a vista de todos los habitantes, quienes lo conocían y lo toleraban hasta cierto punto. Pero ahora, migrar a otro sitio, cambiaba por completo la situación. El pequeño mestizo tendría que enfrentarse a una posible incomprensión por parte de otros humanos. Y lo mismo sucedería con los demonios si buscase su aceptación. … —Entonces, ¿Lo has decidido, InuYasha? — preguntó Kazumi, observando al niño sentado junto a su hija. —Sí, quiero ir con ustedes— respondió, tomando la mano de Imari. —¡Qué bien, me alegra oír eso! — dijo emocionada la niña. —En ese caso, nos vamos ahora mismo, ya no debemos seguir aquí, no quiero que les pase nada malo— finalizó Kazumi. Ella, los niños y Myoga, dejaron la aldea, viajando hacia las tierras del Este, donde vivía la abuela de Imari. La anciana recibió con cordialidad a todos y escuchó la historia del pequeño mestizo. No dijo nada, estaba muy vieja para prestarle atención a esos detalles, así que también aceptó al niño junto con la pulga. … Lamentablemente, el presentimiento de Myoga se hizo realidad. En aquel pueblo, no confiaban en los demonios, ya que con anterioridad habían sufrido de agresiones por parte de ellos y pensaban que InuYasha podría traerles problemas. A pesar de que Kazumi intercedió por el chiquillo, explicando que sólo era mitad demonio y que había sido criado como humano, muchos habitantes se opusieron a su presencia. “Podría ser un peligro para nuestros hijos”, “Es una amenaza para la tranquilidad del pueblo”, “Un demonio jamás será bueno”, “Un día crecerá y nos atacará”, “Que se vaya con los de su especie, no lo queremos aquí” Muchos prejuicios fueron pronunciados en contra de InuYasha, a pesar de que no convivía con los aldeanos. Kazumi lo mantuvo protegido a pesar de todo, lo hizo como una promesa a su querida amiga Izayoi. Pero la intolerancia ya estaba sembrada en aquellas personas. … Cierto día, Imari e InuYasha jugaban a las escondidas en el campo cuando, de repente, un grupo de niños mal influenciados por los adultos, comenzaron a molestarlos. La reacción del pequeño mestizo fue un poco sorpresiva para los infantes, ya que los asustó enseñando sus colmillos y garras. No hubo persecución ni heridos, sólo un grupo de chiquillos atemorizados que hicieron un gran alboroto con sus padres. La gente del pueblo fue a reclamarle a Kazumi, pero ella los encaró con valentía, diciéndoles que el niño no había hecho nada más que defender a su hija de los otros. Aquello fue sólo el inicio de una serie de situaciones tensas, en las que la incomprensión humana predominaba. Llegó un momento en que InuYasha era mal visto, insultado y agredido a la mínima oportunidad. Esto comenzó a afectar el comportamiento del pequeño, generando rencor y odio contra cualquiera que no fuera alguien cercano a él. Myoga ya había previsto un escenario de éste tipo, así que habló con InuYasha y le hizo entender que, en algún momento, tendría que dejar el pueblo y buscar su camino en solitario. El niño comprendió perfectamente a qué se refería. En consecuencia, su personalidad fue cambiando, volviéndose irritable e impulsivo, siempre a la defensiva. El punto de quiebre llegó un día en que se encontraba con Imari, recolectando bayas en el bosque cercano. Un pueblerino le arrojó una piedra de forma alevosa. InuYasha la esquivó debido a sus reflejos, desgraciadamente, el objeto alcanzó a Imari, hiriéndola en la frente. En ese momento, el mestizo perdió el control y la ira lo dominó, atacando al hombre y dejándolo herido de gravedad. La noticia corrió por el pueblo, sin embargo, para cuando fueron a buscar a InuYasha, éste ya había huido. Todos supieron lo que sucedió y la pequeña Imari contó la verdad. Pero la intransigencia tenía nublado el razonamiento de la gente. Kazumi supo en ese momento que el hijo de su amiga, jamás podría volver a estar con ellas. … —Señor Myoga, ¿Podrá encontrar a InuYasha? — preguntó angustiada Imari, quien tenía una venda en la cabeza. Afortunadamente, sólo había sido un rasguño que pronto sanaría. —No te preocupes niña, él estará bien, se ha vuelto un niño muy fuerte, y sé que logrará superar esto— contestó la pulga. Su gesto era serio y afligido al mismo tiempo. En el patio ya lo esperaba un cuervo que lo ayudaría a buscar al chiquillo, así que sólo estaba despidiéndose de la madre y la hija. —Ten cuidado Myoga y cuando encuentres a InuYasha, dile que siempre podrá contar con nosotras, pase lo que pase, y si algún día quiere regresar, aquí lo estaremos esperando— dijo Kazumi, a pesar de saber que eso no iba a suceder. El pequeño demonio hizo una reverencia, para después saltar sobre el lomo del pájaro y alejarse volando. … Después de dos días, encontró a InuYasha caminando por un bosque montañoso, se había alejado bastante sin rumbo fijo. Confirmó que estaba ileso y escuchó atentamente su versión de los hechos. —Entonces, al darme cuenta de que había herido a ese hombre, escapé de la aldea— relató el niño. —Pero no me arrepiento, él se lo merecía por haber lastimado a Imari. — —Te entiendo, y no tienes de que preocuparte, ella está bien, sólo fue un rasguño— indicó Myoga. —Sin embargo, ya no podrás volver al pueblo. — —Ya lo sé… no quiero que molesten a Kazumi ni a Imari por mi culpa. Será mejor que viva en el bosque o encuentre otro lugar donde pueda estar— declaró el chiquillo con sorprendente lucidez para su edad. Myoga lo miró en silencio y comprendió que ya estaba madurando. Esto no debilitaría a InuYasha, porque la princesa Izayoi se encargó de forjarle un gran carácter. Sonrió para sus adentros, estaba orgulloso del hijo de su antiguo amo. —Dime, ¿Ya comiste algo? — —Sólo frutas que he recolectado, aún no he podido cazar nada— respondió InuYasha. —Bien, parece que aquí no hay bestias peligrosas— dijo la pulga, olfateando los alrededores. —Vamos, te enseñaré cómo buscar y atrapar algo para comer. — … Con el paso del tiempo, InuYasha se adaptó a vivir en aquel bosque. Por suerte, no estaba habitado por fauna demoníaca, lo que era una ventaja para el mestizo, aunado a sus habilidades y fortalezas sobrenaturales. Myoga permaneció con él, enseñándole a cazar y a sobrevivir. En algún momento, tuvo que interactuar de nuevo con humanos y otras criaturas, sobrellevando las consecuencias, a veces buenas y a veces malas. Pero nunca se dejó vencer por la adversidad. En algunas ocasiones, el demonio pulga lo dejaba solo, para viajar y ocuparse de otros asuntos, como la vigilancia de la tumba falsa de InuTaisho. Posteriormente, lo visitaba para darle ánimos y exhortarlo a volverse más fuerte. A pesar del paso de los años, InuYasha sólo aparentaba tener dieciséis y todavía no estaba listo para saber acerca de la herencia de su padre. Myoga debía ser paciente y esperar.

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Han pasado doscientos años desde la muerte de InuTaisho y el nacimiento de InuYasha. El Lord de Occidente y el mestizo sólo han tenido algunos encuentros contados, que no pasan más allá de los insultos y alguna que otra escaramuza, sin llegar a nada serio. Para ese momento, Sesshomaru ya se había enterado, por parte de Irasue, que Colmillo de Acero estaba en la tumba de su padre. Pero no ha sido capaz de encontrar la ubicación de dicho lugar. Más tarde, supo que un antiguo enemigo del linaje Inugami, el clan de los Gatos Leopardo, estaba buscando venganza. Así que tuvo la remota idea de darle una oportunidad a su medio hermano de hacer algo por el Oeste. Sin embargo, InuYasha ya había sido sellado por la sacerdotisa Kikyo. Cuando el Lord se enteró, no pudo hacer nada más que insultarlo por su debilidad. Así mismo, tuvo que tragarse su rabia al haber perdido la oportunidad de usar al mestizo para localizar la tumba de InuTaisho.

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Más de cincuenta años después, luego de la derrota de Naraku y el regreso de Kagome a la época feudal. La tumba de Izayoi reposaba a la sombra de un hermoso y frondoso árbol, cerca de un pequeño lago. Un joven de cabello blanco y orejas caninas se acercó y depositó un ramo de flores blancas. Se arrodilló y empezó a orar en silencio, mientras una suave brisa le acariciaba la mejilla. —Gracias por todo, madre. —

=FIN=

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Agradezco su tiempo, paciencia y comentarios. Tal vez mi próxima historia sea otro UA, ya veremos qué sucede. Por el momento, me voy a tomar un descanso de fin de año. Hasta luego.
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