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Capítulo 11: Enfermedad y Dolor Se dice que algunos animales tienen la capacidad de olfatear ciertas enfermedades en otros seres vivos. Algunos demonios también pueden hacerlo, ya que su desarrollado olfato les brinda muchas ventajas. Lord Sesshomaru se dio cuenta de que había algo extraño en la princesa, algo que era tenue, casi imperceptible. Pero estaba ahí, en su interior, comenzando a crecer y dañar. Eso fue lo que le impidió asesinarla o, tal vez, fue por malsano placer que la dejó vivir. Sus pensamientos eran un misterio. … Fiesta anual del pueblo. El ambiente era de júbilo en la plaza central del lugar, muchas antorchas y faroles de papel multicolor adornaban las casas. Había mesas con comida y bebida, la gente platicaba, reía y bailaba al ritmo de los instrumentos que ejecutaban una alegre tonada. Los niños corrían de un lado a otro, entretenidos en sus juegos infantiles. InuYasha e Imari no eran la excepción y retozaban con mucha energía acompañando a los demás infantes, siempre bajo la vigilante mirada de sus madres. Era una época de celebración, dado que la cosecha había sido abundante y el comercio con el pueblo vecino había dejado buenas ganancias. Todos los habitantes se organizaron para el festejo y ahora disfrutaban del momento de ocio. Tres mujeres estaban cerca de una mesa con un amplio surtido frutal, cada una disfrutaba de una porción, mientras platicaban animadamente. —Que agradable es esto— dijo Izayoi. —Tiene razón princesa— contestó Nori. —A mí me encantaría bailar. — —¿Y por qué no lo haces?, invita a bailar a uno de ellos— habló Kazumi, señalando con la mirada a un grupo de hombres que se reían distraídamente. La mujer mayor se sonrojó. —Cómo dices eso jovencita, me daría mucha pena— hizo una risita incómoda. —Lo más normal, sería que alguno de ellos me invitase a bailar. — —Vamos Nori, no tiene nada de malo que tú tomes la iniciativa y lo invites— mencionó Izayoi, guiñándole un ojo. La nana estaba a punto de contestarle cuando, de pronto, la princesa se llevó una mano a la frente, sus ojos se entrecerraron y después se pusieron en blanco. En un segundo, la fruta que comía cayó de su mano y sus rodillas dejaron de sostenerla, desplomándose pesadamente al suelo. —¡Izayoi! — gritó asustada Kazumi, acercándose de inmediato a su lado para tratar de reanimarla. Nori comenzó a abanicarla con la mano, al mismo tiempo que le tocaba la frente. —¡Princesa, reaccione por favor! — le habló con angustia. —¡Ayuda por favor, que alguien nos auxilie! — llamó a las personas a su alrededor. Rápidamente la atención se centró en ellas y dos hombres se apresuraron a cargar a Izayoi, mientras otro llamaba al médico del pueblo. En medio de la conmoción, InuYasha observaba fijamente a su madre desde cierta distancia. Un irracional miedo estrujó su corazón al contemplarla inerte, y un terrible presentimiento lo invadió. … Más tarde, la princesa reposaba en su habitación. Tenía temperatura y Nori intentaba disminuirla con compresas de agua fría. Solamente había abierto los ojos un momento para contemplar el rostro asustado de InuYasha, después volvió a quedarse dormida. Ya la había revisado el doctor de la aldea, dejándole instrucciones a la nana para preparar unas infusiones medicinales, las cuales debía tomar en los siguientes días. El viejo galeno advirtió una extraña palidez en Izayoi y pensó que podría ser por una mala alimentación o por intoxicación. Sin embargo, se comprometió a visitarla de vez en cuando para vigilar su recuperación. Nori salió de la recámara, cerrando la puerta detrás de ella. —Ya bajó la fiebre, ahora sólo duerme— explicó. —¿Qué le habrá sucedido? — quiso saber Kazumi, quien permanecía en la sala con su hija. —El médico dijo que podría deberse a la falta de una buena alimentación, pero no creo que sea eso— indicó la mujer mayor. —Espero que se recupere pronto. Imari y yo nos retiramos, vendremos mañana por la tarde— comentó la joven. —¿Dónde está InuYasha? — preguntó la niña. —Está sentado junto a su madre, no quiere moverse de ahí— dijo la nana. —Será mejor que estés con él y con Izayoi. Hasta mañana— se despidieron madre e hija. … InuYasha no dejaba de vigilar el sueño de su madre. Cada cierto tiempo humedecía el paño en agua para volver a colocarlo sobre su frente. No quería ir a dormir, pero el sueño ya pesaba sobre sus párpados. En ese momento, Nori entró a la habitación, traía consigo un futón y una manta extra. Después de colocarlos al lado de la princesa, le habló a InuYasha. —Duerme un rato, yo la cuidaré. — —No quiero dejarla sola— respondió el niño con los ojos amodorrados. —No estará sola, vamos a quedarnos a su lado toda la noche. — En el patio, Myoga permanecía en silencio, escuchando todo desde la ventana del cuarto. Había estado meditando sobre qué hacer respecto a la información obtenida después de beber la sangre de Izayoi. Estuvo indeciso porque desconocía la enfermedad, pero guardaba la esperanza de que el curandero humano pudiera ayudarla. No diría nada por el momento, solamente se mantendría expectante, tal vez existía la posibilidad de que no fuera algo grave. … Al día siguiente, Izayoi despertó con un terrible dolor de cabeza, que fue aminorando poco a poco conforme tomaba el té que Nori le preparó. Posteriormente, el doctor la visitó durante toda la semana, revisando sus síntomas y recomendándole qué comer y qué beber. Durante esos días, Izayoi hizo poca actividad física, ya que un extraño cansancio la invadió por completo. Su salud parecía frágil y por momentos la nana pensó que empeoraría. Afortunadamente, días después, la princesa comenzó a recuperar las fuerzas. Poco a poco su vitalidad regresó y de manera gradual, volvió a sus actividades normales. Nori e InuYasha sintieron un gran alivio. —Mami, ¿Ya no te sientes cansada? — preguntó el niño, mirando a su madre desde la entrada a la cocina. —Ya estoy bien hijo, la medicina del doctor me ayudó— indicó la joven. —Ahora ve a lavarte las manos y llama a Nori, ya vamos a comer. — El pequeño sonrió y se alejó rápidamente en busca de la nana. En ese instante, la joven volteó a hacia la ventana, la pulga llegaba saltando desde el patio. —Saludos princesa. — —Hola Myoga, no te había visto desde hace unos días, ¿Estabas de viaje? — preguntó ella. —No exactamente— negó Myoga, para luego dar su explicación. —He estado recorriendo el valle y averiguando con mis contactos de la frontera Oeste lo que saben acerca del señor Sesshomaru. — La mujer hizo un gesto de nerviosismo, mientras pasaba saliva con dificultad. —¿Hay malas noticias? — —No princesa, no se inquiete. Creo que, por el momento, ya no tendremos que preocuparnos por el Lord. Él ha regresado al palacio del Oeste y, según me dijeron, está ocupado con sus responsabilidades de estado— reveló el sirviente. —Quizás de ahora en adelante, podamos seguir en paz con nuestras vidas. — —Sé que algún día él volverá para enfrentar a mi hijo— dijo la princesa con seriedad. —Dejemos que el tiempo avance y no desaprovechemos esta oportunidad de vida. Cuando llegue el momento, yo hablaré con InuYasha para que se prepare a futuro y esté listo para luchar por lo que le corresponde— finalizó Myoga. … Un mes después. Izayoi se encontraba en el patio, tendiendo unas mantas. Era media mañana y la casa estaba tranquila, InuYasha había ido a visitar a Imari para jugar, mientras que Nori, fue a comprar algunas cosas al almacén del pueblo y Myoga, se hallaba en su partida semanal de Mahjong con el señor Kenji. Todo parecía transcurrir normalmente cuando, de repente, la joven sintió un fuerte mareo. Cayó de rodillas al pasto, sosteniéndose apenas con sus brazos, mientras que la vista se le oscurecía y las sienes comenzaban a punzarle con fuerza. Un aturdimiento le recorrió todo el cuerpo, a la vez que parpadeaba rápido para mantener su visión. Entonces, lo vio, un rojo intenso empezó a teñir la hierba. Tratando de no perder el equilibrio, levantó una mano hacia su rostro, dándose cuenta de que la sangre fluía desde su nariz. —¡No puede ser! — susurró antes de caer desmayada. … Cuando abrió los ojos, pudo ver el rostro de su hijo, el pequeño tenía una expresión de angustia. —¡Mami! — dijo emocionado, abrazándose a ella con fuerza. —¡Me asusté mucho, tú no despertabas y yo no sabía qué hacer! — Nori entró en ese momento a la habitación. —Princesa, que bueno que ya despertó— sonrió alegre. —Cuando volví, InuYasha estaba muy alterado, él la encontró desmayada en el patio, ¿Qué sucedió? — —No lo sé, únicamente sentí un mareo y después comencé a sangrar de la nariz… no recuerdo nada más— contestó Izayoi, soltando a InuYasha, quien ya parecía más tranquilo. —Será mejor visitar de nuevo al médico, no me parece normal ese desmayo. Además, he notado que se fatiga muy rápido, ¿Por qué no había dicho nada? — inquirió Nori preocupada. —Yo pensé que era algo pasajero, por eso no le presté atención— respondió Izayoi. —Mami, debemos pedirle más té al doctor— intervino InuYasha. —Sí hijo, tendré que consultarlo de nuevo— ella sonrió. … Más tarde, los tres visitaron al galeno, quien volvió a revisarla y a tratar de descifrar qué era lo que sucedía con Izayoi. Siendo tan joven, no debería tener ningún problema de salud, sin embargo, no se podía descartar la posibilidad de que estuviera enferma. De nuevo, un tratamiento con plantas medicinales y algunas recomendaciones extra, fue lo que recibió la princesa. No obstante, el malestar general persistía y poco a poco, se presentaron otros síntomas. A lo largo del siguiente mes, el agotamiento se mantuvo constante, los mareos eran impredecibles y a veces venían acompañados con dolores de cabeza. Llegó un momento en que la molestia fue tan fuerte, que la obligó a pasar el resto del día recostada en su habitación. … Nori salió de la recámara, su mirada reflejaba preocupación después de haber atendido a la princesa. —Pobre de mi querida Izayoi, su salud está decayendo nuevamente— dijo con amargura. —Tal vez deberíamos buscar otra opinión— propuso la pulga, que se encontraba en el pasillo. —He oído rumores de una curandera en el siguiente pueblo. — —Estoy de acuerdo señor Myoga, me preocupa mucho la princesa, ella siempre fue una niña muy sana y jamás dio muestras de debilidad, ni siquiera cuando se resfriaba— hizo una pausa, liberando un apesadumbrado suspiro. —Tengo un mal presentimiento. — El pequeño demonio entendía bien a la mujer. —Haremos todo lo posible por ayudarla. — … Dos días después. InuYasha se hallaba en la colina favorita de su madre, sentado en un viejo tronco, mirando a la nada. Imari lo acompañaba como siempre, en un gesto de fraternidad y apoyo. —Tengo miedo Imari— dijo el chiquillo. —No te preocupes, tu mamá se curará pronto— contestó la niña, abrazándolo. —Niños, es hora de regresar— dijo una voz a sus espaldas. Los infantes bajaron del tronco y cada uno tomó una mano de la mujer. Kazumi había aceptado cuidar a InuYasha en lo que Izayoi, Nori y Myoga viajaban al otro poblado para consultar a la curandera. Al principio, el niño quería ir con ellos, pero Imari lo convenció de quedarse y esperar. Pasarían al menos dos días más antes de que su madre volviese. La mujer notó la angustia del pequeño. —InuYasha, no estés triste, yo sé que tu mamá es una mujer muy fuerte. Ya verás que cuando regrese, estará mejor y seguramente cocinará tu postre favorito— trató de animarlo. —Espero que esté bien, ya quiero que vuelva— habló desganado. … Más tarde, después de cenar. Los niños jugaban con unos muñecos y una pelota en la estancia. Kazumi cosía una tela y de vez en cuando, miraba de reojo al pequeño mestizo. —¿Qué sería de éste niño si algo le sucediera a su madre? — meditó. Había estado al pendiente de Izayoi desde la primera vez que se desmayó en la fiesta. Incluso le ofreció apoyo cuando no pudo hacer sus labores domésticas. Ahora se sentía más preocupada, ya que su amiga parecía más delgada y recientemente, descubrió que ocultaba unos extraños moretones en brazos y piernas. Kazumi sabía que aquellas marcas no eran normales, ya que no parecían golpes, sino extrañas manchas que iban resaltando poco a poco sobre su piel. Definitivamente, algo no andaba bien.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-
Los tres viajeros por fin habían llegado al pueblo y, por fortuna, localizaron rápidamente a la curandera. Se decía que aquella anciana rebasaba los cien años de edad y que era experta en curar extraños males. Su morada tenía un aura sobrenatural, sin embargo, era una mujer sumamente respetada en ese lugar y en las tierras aledañas al territorio Norte. Incluso, algunas criaturas sobrenaturales la conocían bien. Myoga había escuchado de ella hace tiempo y tuvo la intención de consultarla tan pronto se dio cuenta del extraño sabor en la sangre de Izayoi. No obstante, decidió esperar un poco, antes de tomar una decisión precipitada. Pero ahora que la salud de la princesa había empeorado, se lamentaba no haber hecho el viaje antes. —Buenas tardes señora, mi nombre es Izayoi— se presentó humilde la joven. —Hola pequeña, yo soy Naoru, ¿En qué puedo ayudarte? — habló la anciana, mirándola fijamente con opacos ojos grises. La princesa sintió como la centenaria mujer la examinaba profundamente con sólo la mirada, provocándole un poco de incomodidad. Pero, a pesar de ello, comenzó a explicarle todos sus síntomas y lo que había estado sucediéndole en los últimos dos meses. La curandera escuchó atentamente y después le pidió a Izayoi que le permitiera revisarla, empezando por sus ojos y luego por las manchas de su piel. Afuera del lugar, Myoga y Nori esperaban pacientemente en silencio, rezando por buenas noticias. Pasó alrededor de media hora en la que sólo se escuchaban murmullos y se percibía el olor de hierbas quemadas inundando el ambiente. Poco después, la puerta se abrió y la joven salió caminando con gesto tranquilo. —Gracias, señora Naoru— dijo Izayoi, haciendo una reverencia. La vieja curandera asintió con la cabeza, manteniendo un gesto ligeramente serio. —Vayan con cuidado— fueron sus únicas palabras. Entonces, su mirada se posó en la pulga y susurró mentalmente una petición. —Pequeño demonio, necesito hablar contigo. — … Más tarde, las dos mujeres dormían en la habitación de una pequeña posada. Myoga permaneció en un rincón de la habitación, esperando paciente a que la noche avanzara. Rato después, se incorporó y salió del lugar en absoluto silencio, dirigiéndose al hogar de la curandera. La anciana ya lo esperaba en la entrada y su lúgubre gesto le sugirió que el asunto para el cual lo requería, no era nada grato. —Buenas noches, demonio— saludó la vieja mujer. —Puede llamarme Myoga— contestó la pulga. —¿Por qué me ha citado? — —¿Qué relación mantienes con aquellas mujeres? — quiso saber. —Es decir, por lo regular las criaturas sobrenaturales se mantienen a distancia de los humanos. — —Es una cuestión de amistad y lealtad con ellas y con el hijo de la princesa Izayoi, su padre fue mi amo— explicó Myoga. —Bien, te pregunto esto por una razón importante— la curandera hizo una pausa y cerró un momento los ojos, antes de soltar la cruel verdad. —Esa jovencita, está condenada a muerte. — La pulga pudo sentir un escalofrío recorrerle la espalda antes de poder hablar. —No puede ser… — —Tú eres un demonio que se alimenta de sangre, ¿Verdad? — inquirió la anciana. —¿Has probado su sangre? — El pequeño sirviente desvió la mirada y su silencio fue la clara respuesta. Naoru soltó una pesada exhalación antes de continuar. —Entonces lo sabes, esa muchacha tiene una enfermedad que no se puede detener, aquel mal, no tiene cura— sus palabras fueron crudas y tristes a la vez. —¿No hay ninguna posibilidad? — interrogó la pulga. La anciana negó con la cabeza. —A pesar de mis décadas de experiencia, desconozco su mal y no hay manera de sanarla, ella no es la primera persona que he visto con esos síntomas y no será la última que muera por dicho padecimiento. — —Entonces, ¿Qué fue lo que le dio? — Myoga recordó que Izayoi llevaba una plantita de extrañas hojas y un paquete envuelto en tela cuando salió de su revisión. —Medicina atenuante… para sobrellevar el dolor— reveló Naoru con un dejo de tristeza. —Lo lamento pequeño demonio, prepárense para lo inevitable. — Esas fueron sus palabras finales antes de regresar a su morada.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-
Dos días después, el trío regresó a la aldea. —¡Mami, que bueno que volviste! — gritó InuYasha al ver a su madre en la puerta. —Hola mi amor, ¿Cómo has estado? — preguntó ella, levantando en brazos al pequeño. Tan pronto llegaron al pueblo, Izayoi fue por él a casa de Kazumi. —Bien mami, Imari y su mamá son muy amables conmigo— contestó el niño. La princesa sonrió, al tiempo que bajaba al infante. —Ve por tus cosas, tengo que hablar con Kazumi. — El niño obedeció. —¿Cómo estás Izayoi?, ¿Qué te dijo la curandera? — quiso saber la otra mujer. —Estoy bien, sólo tengo que beber más infusiones y mejorar mi alimentación— indicó sonriente. —Gracias por cuidar a InuYasha. — —No te preocupes, ya sabes que cuentas conmigo, ojalá te recuperes muy pronto— declaró Kazumi con sinceridad. Madre e hijo se despidieron, encaminándose a su hogar. … La noche llegó y avanzó con lentitud. La puerta al jardín se abrió e Izayoi salió caminando en silencio. Frente al cenotafio de InuTaisho, se arrodilló y sus manos se unieron para iniciar una plegaria, al mismo tiempo que una lágrima humedecía su mejilla. —Concédeme el tiempo necesario para velar por mi hijo— susurró. Entonces, alguien habló con voz triste a sus espaldas. —Princesa… — Ella se giró para mirarlo. —Myoga, sé que la curandera habló contigo también… por favor, nadie debe saberlo— pronunció con firmeza, a pesar del nudo en su garganta. —Eso es imposible, aunque nadie diga nada, todos se darán cuenta— respondió la pulga. —Escúchame por favor, la señora Naoru fue muy sincera conmigo y a pesar de lo terrible que pueda parecer… yo no le temo a la muerte— su voz disminuyó. —Lo único que lamento, es que no podré seguir cuidando de InuYasha. — La mujer se derrumbó y silenciosas lágrimas escaparon de sus ojos. El sirviente bajó la mirada, tratando de controlar sus propias emociones, pero fue inútil. —Pero princesa… ¿Usted se ha resignado? — preguntó con tristeza. —Todo tiene que morir y la vida debe continuar… yo ya esperaba mi muerte desde que Lord Sesshomaru nos encontró… y realmente, lo que más me preocupa… es que mi hijo esté a salvo— dijo con voz quebrada, mientras sus ojos reflejaban una gran pena, no por ella, sino por el futuro de su vástago. —Myoga, júrame que cuidarás de InuYasha. — —¡Lo juro por mi vida, princesa! — contestó el fiel sirviente. —Gracias… ahora, por favor, déjame sola, lo necesito— finalizó, volteándose de nuevo hacia la tumba. El pequeño demonio sintió un dolor en el pecho y aunque cerró los ojos con fuerza, no pudo retener sus lágrimas. Hizo una reverencia y se alejó en completo silencio. El viento sopló a través de los árboles y el frío ambiental se sintió más pesado que de costumbre. A lo lejos, los sonidos de animales nocturnos parecían entonar un funesto réquiem. … Los siguientes meses, Izayoi continuó su vida como si nada sucediera. Pero la desconocida enfermedad crecía en su interior y, aunque lentos, los síntomas fueron empeorando. A pesar de comer lo necesario y vigilar su salud, el extraño mal empezó a consumirla gradualmente. Su familia y amistades se dieron cuenta, a pesar de que ella lo negó al principio. Todos tuvieron que aceptar la triste verdad y resignarse en silencio después de que Myoga hablara con ellos. Nori, Kazumi y el señor Kenji, se enteraron de esto cuando celebraban el cumpleaños de la pequeña Imari. La princesa se desmayó en medio de todos y comenzó a sangrar de boca y nariz. Sufrió una convulsión y al día siguiente permaneció inconsciente por largo tiempo. En ese momento, y sin que los niños se dieran cuenta, el pequeño demonio les confesó todo y con lágrimas en los ojos, les suplicó que la apoyaran hasta el final. Por acuerdo general, decidieron mantener a InuYasha en la ignorancia. Era por su propio bien. … El tiempo siguió su marcha, Izayoi demostraba una gran entereza, a pesar de la debilidad que la agobiaba, a pesar de las fiebres nocturnas, los sangrados nasales, la pérdida de peso y los terribles mareos. La planta que le obsequió la vieja Naoru, crecía abundante y sus hojas eran una medicina que le ayudaba a soportar el dolor que se extendía en su interior. Lamentablemente, llegó el momento en que su efecto ya no fue suficiente para calmar el sufrimiento. … InuYasha sabía que su madre estaba muriendo. No fue necesario que nadie se lo dijera, su propio instinto se lo susurraba cuando la miraba a los ojos y veía como su brillo se iba apagando. Ese terrible presentimiento que le estrujó el corazón hace tan sólo unos meses, cuando la vio desmayarse por primera vez, se había vuelto una cruel realidad. La impotencia de verla marchitarse lentamente y no poder hacer nada por ella, era el peor dolor que jamás había sentido en su corta vida. Conforme pasó el tiempo, la princesa Izayoi se debilitó hasta que cierto día, ya no pudo levantarse del futón. —Mami… tú siempre estarás conmigo, ¿Verdad? — preguntó esperanzado el niño. —Hijo… yo estaré contigo… aunque no puedas verme— contestó ella con dificultad. —Estás mintiendo— reprochó con tristeza, comenzando a llorar. —InuYasha… no quiero que llores… recuerda que eres hijo… del gran InuTaisho— acarició su mejilla suavemente. —No es justo, no quiero que me dejes— se limpió las lágrimas. —Cariño… ¿Has visto las flores del campo?… ¿Has visto cómo nacen, crecen y mueren? — preguntó Izayoi. El niño se mantuvo en silencio y sus orejitas se agacharon. La analogía era tan clara y tan dura, que no sabía cómo asimilarla. —Hijo… todo ser vivo pasa por esta etapa de transición… unos antes y otros después… no estés triste por algo que es tan natural como… la salida del sol— explicó la princesa. —Pero mami… yo no quiero… yo… — el niño empezó a llorar nuevamente. Ella se sentó con dificultad y lo abrazó contra su pecho. Una lágrima recorrió su mejilla y cayó sobre el pelo blanco del pequeño. A pesar del dolor que sentía como madre, no podía permitir que su hijo se derrumbara. No dejaría que InuYasha se debilitase por esta tragedia, él tenía que ser fuerte y debía prepararse para el futuro. —Escúchame InuYasha… nunca olvides tu linaje y cuando llegue el momento… busca la herencia de tu padre— pidió con firmeza, separándolo despacio de su regazo. —Quiero que me prometas… que jamás cederás ante la ira… prométeme que serás valiente y que nunca te dejarás vencer por la adversidad… júrame que siempre serás un muchacho noble… y que harás lo correcto, pase lo que pase… — El chiquillo la miró con ojos llorosos, pero asintió a sus palabras. —¡Lo prometo! — La mujer se recostó nuevamente y, sujetando la mano del niño, hizo que se acercara a ella para colocar un beso en su frente. —Te amo hijo, nunca lo olvides. — —Yo también te amo— dijo InuYasha, estrechando con fuerza la mano de su madre. Ella sonrió y su rostro se relajó, al mismo tiempo que cerraba los ojos. —¿Mami? — La mano de Izayoi se aflojó e InuYasha escuchó claramente como su corazón dio el último latido dentro del pecho, para después, quedar solamente en frío silencio. —¡Mamá! — El desgarrador grito del niño se escuchó por toda la casa. Afuera de la habitación, Nori y Myoga lloraron en silencio.***
Continuará… No sé ustedes, pero a mí me costó trabajo hacer la corrección final, porque me ganaba el sentimiento. Éste es el penúltimo capítulo, la próxima semana espero traerles el final. Gracias por leer y por sus comentarios.