ID de la obra: 1275

Noche de Bodas

Het
NC-17
Finalizada
0
Fandom:
Tamaño:
23 páginas, 9.866 palabras, 13 capítulos
Descripción:
Notas:
Publicando en otros sitios web:
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Extra 9: La Cabaña

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Buenas tardes a todos: Antes que nada, me disculpo por estar tan alejada estos meses, mi inspiración anda en la vagancia todavía. Les dejo a continuación el extra final, espero les guste y me regalen un comentario. De antemano, gracias. Atención: InuYasha y todos sus personajes son propiedad de Rumiko Takahashi. Yo sólo escribí la historia por puro gusto y diversión.

***

Extra 9: La Cabaña InuYasha observaba cómo Kagome se secaba el pelo después de ducharse. Se notaba el cansancio en su cara. Aquella semana había sido complicada por la carga de trabajo y el deber de la paternidad. Hace apenas unos minutos él había arropado a los mellizos, los cuales por fin se durmieron después de un largo rato de arrullos. Ella sintió su mirada y se giró para verlo. —¿Ya están durmiendo? — —Sí, por fin, y parece que tú también lo necesitas— dijo, mientras le hacía un gesto para que se sentara a su lado en el futón. Kagome se acercó y tomó asiento a su lado, dejando que las manos de su marido se posaran sobre sus hombros. Solamente vestía la yukata, así que el calor de las palmas fue percibido con facilidad cuando él comenzó a masajear suavemente, tratando de aflojar sus músculos y liberar la tensión. Soltó un suspiro, aquellas atenciones siempre la relajaban y le permitían descansar mejor. Sin embargo, el recorrido le provocó hormigueos involuntarios cuando el mestizo pasó por su nuca y luego por su espalda. Otro pequeño jadeo se escuchó y no pudo evitar querer recargarse contra el torso de InuYasha. —¿Kagome? — preguntó un poco extrañado. —Continúa por favor— susurró con gesto amodorrado, al tiempo que se quitaba la yukata y se tendía boca abajo sobre las mantas. El semi demonio sonrió. Se colocó de rodillas junto a ella y con entusiasmo reanudó el masaje, tal vez esta noche tendrían la oportunidad de llegar a algo más. Otro gemido satisfactorio le indicó que podía incrementar su recorrido. De pronto, notó que ella giraba el rostro y le sonreía invitadoramente. Él se acercó y dejó un beso sobre su hombro, después otro y luego la punta de su lengua palpó la suave piel. Kagome liberó una risita y su respiración empezó a incrementarse. InuYasha extendió el tacto sobre sus costados y luego hacia sus caderas. Bajando lentamente, dibujando la curva de sus muslos y cosquilleando sobre sus pantorrillas. Le agradaba mucho explorar la anatomía de su esposa, siempre lograba que ella aumentara rápidamente su deseo cuando la acariciaba de esa forma y todavía más si utilizaba la lengua. Pausadamente fue recostándose a su lado y cuando sus manos comenzaron de nuevo el ascenso, su boca y lengua ya marcaban la espalda femenina. Ella se sacudió ligeramente por el escalofrío y volvió a jadear más fuerte. De repente, se giró hacia él, abrazándolo y pegando los labios a su mejilla, buscando su boca. Las manos empezaron a jalar la ropa de InuYasha, queriendo desnudarlo para sentir el calor de su cuerpo. —Ven… — llamó con otro murmullo. El mestizo soltó un gemido de excitación al percibir el sensual aroma de su esposa. Estaba ansiosa y su abrazo se volvió más posesivo, casi arrastrándolo sobre ella. Ni lento ni perezoso, respondió con el mismo ímpetu, tomando su boca con un profundo beso, aumentando el ritmo de sus respiraciones y dejándose llevar por la agradable sensación de la fricción corporal. Se apartaron jadeando intensamente, tratando de recuperar el aliento. InuYasha empezó a lamer el cuello de Kagome, al mismo tiempo que se levantaba ligeramente para tomar una mejor posición sobre ella. El clamor femenino aumentó, mientras sus manos recorrían el torso masculino y subían hacia sus hombros. Inesperadamente, un llanto se hizo presente y un par de segundos después, otro sollozo se escuchó. En un instante, la sensual atmósfera se disipó y los ojos de ambos se encontraron en una mirada que sólo podía definirse con una sola palabra: Frustración. … Al día siguiente. InuYasha se encontraba en casa de Sango y Miroku. Después de la pésima noche que pasaron él y su esposa, había decidido pedir apoyo a su mejor amigo. La exterminadora no estaba, pues fue al río a lavar, mientras el monje terminaba de bañar a su hijo más pequeño. —Te comprendo InuYasha, sé por lo que estás pasando— dijo en tono amistoso. —¿Entonces no tienes inconveniente en que vayamos? — preguntó. —Claro que no, es más, ya te habías tardado en utilizar ese recurso— Miroku sonrió pícaro, terminando de vestir al niño, para luego ir a un anaquel cercano y estirarse un poco para tomar una cajita de la parte más alta. —Aquí está, ya sabes cómo utilizarlo, sólo tienes que apuntarlo en la dirección correcta. — —Sí, no hay problema, te lo regreso en un par de días. — —Que no sea más de una semana— le advirtió el monje. —Está bien, está bien, te lo prometo— aceptó el semi demonio, encaminándose a la salida. Miroku lo siguió con la mirada hasta que desapareció, soltando una risita para sí mismo. Él y su esposa ya habían superado la etapa de noches desveladas. Afortunadamente, todos sus hijos ya tenían horarios establecidos y sus noches íntimas ahora eran más seguidas. Pobres del mestizo y la sacerdotisa, aún tenían un largo camino por delante. … Más tarde, al anochecer. El fresco de la noche hacía que la caminata por el sendero fuera muy agradable y, aunque llevaban un farolillo para iluminar el sendero, la luz de la luna facilitaba la visión para el curioso paseo que InuYasha le daba a su esposa. Estaban cerca del área donde se ubicaba el pozo devora huesos, así que Kagome hizo un gesto de extrañeza. —¿Qué hacemos aquí InuYasha? — —Todavía no hemos llegado, hay que caminar un poco más hacia allá— señaló un claro que se distinguía metros más adelante. Entonces, el semi demonio hurgó en su ropaje hasta que extrajo un pedazo de papel de color gris claro con llamativos símbolos negros en una de sus caras. —¿Un sello? — preguntó ella. —No exactamente, más bien, un “señalador”— sonrió InuYasha, al tiempo que lo sujetaba de una esquina y después lo apuntaba hacia los árboles. Por un momento, el pergamino se mantuvo caído y, un segundo después, se extendió como si estuviera hecho de un material sólido. El mestizo comenzó a caminar, señalando hacia varias direcciones, hasta que notó como los símbolos cambiaban de tonalidad en una trayectoria específica. —Vamos, sígueme. — La sacerdotisa tenía un gesto desconcertado, pero lo siguió sin cuestionar. Ya estaba acostumbrada a los comportamientos raros de su marido y tenía curiosidad por saber a dónde la llevaría, según él, para tener más privacidad. Y es que, en las últimas semanas, ambos habían estado bastante ocupados con los mellizos. Los bebés estaban volviéndose cada vez más activos y ya dormían menos. Provocando que papá y mamá se desvelaran más seguido y que sus espacios íntimos se redujeran demasiado. Esto era común que le sucediera a cualquier pareja, Kagome ya había escuchado las anécdotas de Sango y de otras mujeres en la aldea. Sin embargo, había estado esperando el momento adecuado para ponerse de acuerdo con InuYasha y que ambos intentaran buscar una alternativa. No obstante, el trabajo de sacerdotisa también le robaba mucho tiempo, así que no desaprovechó la curiosa invitación de su marido para caminar por el bosque, mientras Kohaku y Rin hacían de niñeras temporales aquella noche. Ella dirigió la mirada hacia el frente y pudo notar como los símbolos del papel se coloreaban rápidamente a un rojo intenso. —InuYasha, dime qué es eso. — —Ya te lo dije, es un “señalador”, me lo prestó Miroku para que pudiéramos encontrar esto— se detuvo cuando el pergamino se aflojó y sus símbolos quedaron brillando con suavidad. Frente a ellos comenzó a mostrarse una pequeña cabaña, que había estado completamente oculta a la vista gracias a una barrera de energía. En su puerta de acceso estaba pegado otro papel con las mismas características que el que portaba InuYasha, resplandeciendo al mismo tiempo y con iguales matices. Kagome se sorprendió, ya que no había percibido el camuflaje hasta que estuvo enfrente. La energía empleada era suave, pero firme en su presencia. Se notaba que las habilidades místicas de Miroku se perfeccionaban cada vez más, dado que ese campo protector tenía toda la firma espiritual del monje. —¿Esto lo hizo Miroku? — preguntó curiosa. —Así es, ya conoces lo pervertido que es y el nacimiento de sus niñas no disminuyó su comportamiento libidinoso con Sango— explicó InuYasha. —Cuando quería tener más privacidad con ella, ambos venían a éste lugar. — El semi demonio abrió la puerta e invitó a Kagome a entrar. Entonces pegó el papel que traía junto al que estaba en la entrada y cerró. Inmediatamente la sacerdotisa sintió una vibración en el aire y supo que la barrera se levantó de nuevo alrededor de la cabaña. —Al parecer, Sango y Miroku querían estar bastante aislados, el campo de energía es muy fuerte— comentó. —Precisamente es para eso, nada ni nadie puede ver o escuchar lo que pasa aquí adentro— InuYasha le sonrió pícaramente, señalando una habitación. —Esa es la nuestra. — Aunque era pequeña, la construcción se conformaba por dos habitaciones y un área común. Cada cuarto tenía sus respectivos futones y mantas. Ese lugar había sido construido para ser compartido. La joven lo comprendió de inmediato e hizo un gesto de sorpresa, soltando luego una risita. Jamás imaginó que sus amigos tuvieran aquel secretito tan cerca de la aldea. Prácticamente era como tener un mini hotel para ellos solos y lo mejor de todo, era que no estaban lejos de su hogar, nadie se percataría de su presencia y tenían completa intimidad. —Esto sí que es práctico— respondió Kagome. —Pero me imagino que no lo hizo solo, ¿Verdad? — —Yo le ayudé a construir todo, pero la barrera y los pergaminos son creación de él. — —¿Y por qué no habíamos venido antes? — —Porque no era necesario, nosotros tuvimos más tiempo para convivir antes de la llegada de los bebés. Además, éste sitio no siempre está oculto, cada cierto tiempo, Miroku tiene que venir y renovar el campo de energía. Eso lo deja bastante cansado, así que la cabaña no puede ser usada continuamente— indicó el mestizo. —Ya entiendo. — InuYasha colocó el farolillo en el suelo y después se acercó a ella, rodeándola con ambos brazos por la cintura y mirándola con deseo. Esos periodos de abstinencia por paternidad ya habían acumulado bastante anhelo por su esposa. Y él claramente podía percibir que ella sentía lo mismo, sus ojos cafés brillaron cuando la repegó contra su cuerpo. —¿Qué tal si recuperamos el tiempo que nos han robado los mellizos? — acercó su rostro al de ella. La sacerdotisa no pudo reaccionar a tiempo, ni contestar, ya que su boca fue tomada con intensidad. Por un momento tuvo la intención de decir algo, pero sus pensamientos se fueron a pasear. El sorpresivo y apasionado beso la estremeció por completo. Primero sus labios fueron recorridos con ansia y después el sensual baile de sus lenguas provocó una agradable sensación que la hizo cerrar los ojos y dejarse llevar. De repente, sintió como él la sujetaba por las caderas y la levantaba con facilidad, dirigiéndose hacia la habitación, sin separarse un sólo centímetro de ella. La depositó sobre el futón y continuaron besándose, al mismo tiempo que ambos pares de manos empezaban a aflojar las vestiduras del otro. En cuestión de segundos, su tersa piel quedó expuesta a la fresca temperatura ambiental. La boca del semi demonio abandonó sus labios y comenzó a descender por su cuello. Era tan tibio y suave su tacto, que la sonrisa femenina se intercaló rápidamente con los suaves gemidos de su garganta. Kagome perdió la concentración y no terminó de desnudar a su esposo. No obstante, el semi demonio terminó por quitarse lo que sobraba en un parpadeo, y sin soltarla, bajó más el rostro hasta rozar sus senos, haciendo que su nariz se hundiera en medio de su tibia carne. Ambos pechos respondieron rápidamente, endureciéndose para complacencia de InuYasha. Por otro lado, la mujer liberó una exhalación más fuerte al bajar la mirada y ver como la traviesa lengua de su marido se deleitaba sobre su piel. Un leve escalofrío le erizó los poros conforme se extendía el delicioso recorrido. Las manos del mestizo continuaron su camino sobre el cuerpo femenino, incitando su reacción a través de cada centímetro y recoveco de la sacerdotisa. Sintió como el anhelo de ella creció rápidamente debido a sus ávidas atenciones. El fresco aroma de su piel, el calor de todo su cuerpo, la dureza de sus pezones, los sonidos de su boca y el fluir de su lubricación, eran señales intensas e innegables que lo llamaban para tomarla y complacerla una y otra vez. Kagome se dejó arrastrar por completo, permitiendo que el deseo se desbocara en ella. A pesar de todo, también había esperado ansiosamente la oportunidad de estar a solas con su compañero. No es que no disfrutara de su faceta materna o su trabajo como sacerdotisa, simplemente, también era mujer y tenía necesidades carnales. Estaba hambrienta por sentir el abrazo de InuYasha envolviéndola en su totalidad, así que, sin darse cuenta en qué momento lo hizo, se aferró a su cabello blanco y hundió los dedos con fuerza, atrayéndolo hacia ella. Su cuerpo empezó a ondular lentamente contra él en una sugerente invitación a tomar todo lo demás. De pronto, sintió una de sus manos posándose sobre su vientre. Tembló por un instante el recordar lo celestial que era sentir los dedos de su marido recorrerla lánguidamente. Sin embargo, era consciente de que no lo haría esta vez, porque no se encontraba en fase humana y sus garras serían peligrosas. Sin embargo, había otra alternativa, el semi demonio sabía cómo ejercer una placentera presión sobre su monte de Venus con sólo la palma de su mano. El tacto sobre su ropa interior le generó un estremecimiento que la hizo arquear la espalda y separar las piernas con morboso deleite. Se relamió los labios cuando él emprendió un masaje sobre su carne, la cual respondió de inmediato con mayor humedad. La caricia manual arrancó más gemidos de su garganta y provocó un obsceno vaivén de sus caderas. De pronto, y sin avisar, una intensa convulsión nació en su botón de placer, extendiéndose por todo su vientre, haciéndola enloquecer. InuYasha sonrió ante la mueca de su esposa, el primer orgasmo le llegó demasiado rápido y en ese momento supo que ella lo necesitaba en su interior. Se incorporó, al mismo tiempo que dejaba de presionar y retiraba la húmeda prenda. —¿Kagome? — llamó antes de posicionarse sobre ella. La agitada respiración de la sacerdotisa no le permitía expresarse adecuadamente. —Ven… — suplicó con la mirada y el provocativo arqueo de su cuerpo. El mestizo acercó las caderas y su palpitante virilidad a la entrada femenina. Su rostro bajó hacia sus endurecidos pechos para volver a lamer y humedecer. La mujer se aferró a sus hombros mientras echaba la cabeza hacia atrás, jadeando con fuerza. Inconscientemente, sus talones espolearon los muslos de InuYasha, apresurándolo a entrar y provocándole un gruñido de excitación. Ella abrió los ojos y sonrió al encontrarse con su brillante mirada dorada, en ambas la lujuria se reflejaba. Sus vientres se fusionaron, el miembro masculino se abrió paso entre sus pliegues, humedeciéndose, friccionando contra su carne y provocándole un intenso clamor. Por un instante ella sintió que llegaría a la cima sólo con eso, sin embargo, su cuerpo quería prolongar el agradable regodeo. Sus piernas rodearon a InuYasha y sus brazos se aferraron un poco más al sentir una descarga corriendo por su espina dorsal. El semi demonio jadeó guturalmente, mientras flexionaba los brazos a los costados de ella y sus caderas iniciaban una rítmica oscilación. El movimiento se incrementó, las respiraciones se descontrolaron y el placer los inundó en una creciente ola de sensaciones. Kagome volvió a estremecerse cuando una fuerte contracción se gestó en su interior. Sus paredes internas se tensaron y el comienzo del imparable orgasmo se hizo presente. Su mirada divagó en la nada, al tiempo que su boca intentaba expresar lo que su cuerpo registraba. InuYasha gruñó al sentir las uñas en sus hombros y no pudo evitar sonreír con gran satisfacción al contemplar el estallido de su esposa. Continuó embistiendo una y otra vez sin detenerse, hasta que una potente convulsión se retorció en su propio vientre, obligándolo a clamar con la misma fuerza, dejándose arrastrar por el delirante final. … Rato después, la pareja seguía tendida, respirando lentamente, esperando la relajación. Estaban abrazados con gesto aletargado y una sonrisa de alegría que no cabía en sus rostros. —Entonces, no les importará a Miroku y a Sango que nosotros… — dijo Kagome. —No, no hay ningún problema— indicó InuYasha, retirándole el cabello de la cara. —Sólo que deberemos turnarnos con ellos para hacer la limpieza del lugar, porque a veces vienen a distraerse también. — La sacerdotisa estuvo de acuerdo, después tendría que reclamarle a Sango por no platicarle sobre éste sitio con anterioridad. Entonces se incorporó despacio, soltándose de los brazos de su marido, sonriéndole con lujuria mientras se sentaba a horcajadas sobre su vientre. —Me parece justo, y que tal si aprovechamos un poco más el tiempo— dijo, relamiéndose los labios. El semi demonio le sonrió, al tiempo que sentía como su virilidad se endurecía nuevamente. Su mirada la recorrió ansioso y se quedó fija en el suave movimiento de sus senos, que se mecían mientras ella levantaba las caderas para buscar nuevamente la unión de sus sexos. Afuera de la choza el ambiente seguía tranquilo y nada ni nadie, se percataría de la pasión que esta pareja se prodigaba. … Más tarde, ambos se alejaron del lugar, mientras la barrera se activaba para ocultar la cabaña, la cual se quedaba en espera de la siguiente visita, siempre disponible para las travesuras de ambas parejas.

=Fin del Extra 9=

***

Éste es el último capítulo, ahora sí, es todo. Muchas gracias por seguir el fanfic y por comentar. Ya se me ocurrirá alguna otra historia Lemon más adelante, ténganlo por seguro. ¡Hasta pronto! [Noviembre 2017]
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