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Extra 8: Descendencia Los sonidos nocturnos en el bosque colindante al pueblo se mantenían intermitentes y los ruidos extras de una pareja se unieron a ellos. Era noche de luna llena y su brillo platinado iluminaba sutilmente la floresta, en especial el enorme árbol sagrado, donde alguna vez estuvo sellado InuYasha. Pero eso era cosa del pasado, ahora el antiguo árbol era testigo del ardiente amor que se profesaban el mestizo y la sacerdotisa. Una de sus raíces expuestas servía de asiento para InuYasha, quien permanecía cómodamente recargado contra el tronco. En cuanto a Kagome, ella se mecía cadenciosamente sobre su pelvis, permitiendo que sus intimidades friccionaran una contra la otra en coordinada fusión. Los encuentros sexuales al aire libre se habían vuelto una parte divertida de su vida en pareja, a pesar de que implicaban un gran riesgo de ser descubiertos. Sin embargo, eso no importaba en estos momentos, lo único verdaderamente trascendental, eran las placenteras contracciones que se generaban en el centro de sus cuerpos. Los gemidos de ambos se perdían en el bosque y el resto de las criaturas nocturnas que rondaban por ahí, los ignoraban. De la misma forma, todo alrededor de ellos, no existía, solamente el movimiento corporal, la caricia sensual y la humedad labial, expresada en apasionados besos. Kagome comenzó a temblar, su clímax estaba creciendo intensamente. InuYasha pudo sentirlo en la presión sobre su hombría, así que sus manos se aferraron a las caderas femeninas y empezaron a guiarlas en una acompasada oscilación. El goce se intensificó en ella y su boca empezó a clamar con mayor deleite, incluso antes de explotar en un placentero final. Al percibir la contracción en su interior, el semi demonio la abrazó con fuerza y el roce final de sus vientres provocó la satisfactoria culminación. La sacerdotisa se estremeció al sentir el vibrante orgasmo extenderse por su interior, provocando increíbles sensaciones a lo largo de su espina dorsal. El mestizo jadeó con intensidad cuando el éxtasis corrió como una ola sin control, recorriendo su cuerpo y liberando la tensión. El bosque continuó con su serenata nocturna mientras los amantes recuperaban la cordura. … Al día siguiente. Kagome despertó aquejada por una molestia en su estómago que la obligó a levantarse de inmediato y correr al baño. Las náuseas aparecieron de nuevo, ya era la tercera vez en aquella semana y eso le provocó una gran agitación en el corazón. —¿Me pregunto si será por…? — se cuestionó, sonriendo con emoción. Habían pasado dos años desde su regreso a la época feudal y su boda con InuYasha. El matrimonio y sus responsabilidades como sacerdotisa habían hecho un cambio completo en ella. Ahora veía la vida de otra manera, incluso podría decirse que ya era lo bastante madura emocionalmente como para dar otro gran paso en la relación con el mestizo. Si bien, al principio ambos habían llegado a un acuerdo para esperar y disfrutar de su matrimonio, ahora una nueva plática entre ellos los llevó por fin a tomar una gran decisión: La búsqueda de un bebé. A pesar de los candentes y continuos encuentros, requirieron de medio año para lograr el anhelado deseo. Kagome pensó que sería más fácil en un inicio, siendo que InuYasha era un mestizo. Pero resulta que a veces, la naturaleza es muy caprichosa y no fue con el lado sobrenatural de su marido cuando empezó a notar los cambios, sino con la parte humana. La mayoría de sus acercamientos se daban con InuYasha en su forma común de semi demonio. Sin embargo, el paso de los meses y el conteo de los ciclos, no daban buenas noticias. Entonces Kagome decidió hacer un intento sincronizando su propia cuenta con la fecha de la luna nueva. Aunque era sólo por una noche, decidió hacer la prueba con su compañero siendo completamente humano. Dos semanas después, su periodo no se había presentado. Al parecer, resultaba más factible embarazarse de un humano que de un híbrido. Travesuras de la genética. … La noticia fue de gran celebración y aunque InuYasha recibió la sorpresa con alegría, tuvo que recurrir a las sabias charlas de Miroku para asimilarlo completamente. Es decir, a pesar de llevar años conviviendo con niños, su instinto paterno no se había despertado del todo, no hasta que percibió el cambio en el olor corporal de su esposa. Casi de inmediato, su comportamiento se volvió más que protector y mimoso con ella, cosa que le encantaba a la sacerdotisa. Por otro lado, Kagome buscó a Sango para que le aconsejara en todo lo referente a la maternidad, es decir, tres hijos ya le otorgaban a la exterminadora suficiente experiencia. También fue necesario tomar algunas clases de comadrona con la anciana Kaede, para saber cómo sería su parto. La información extra nunca estaba demás. Se podría decir que éste era uno de los momentos más bellos en la vida de Kagome e InuYasha. … En algún momento del periodo de embarazo. Kagome se despertó a mitad de la noche con una extraña sensación. No estaba segura de haberlo soñado, pero se sentía agitada y un “antojo” la recorría intensamente. Ya había superado los síntomas iniciales del embarazo y ahora sólo veía como su vientre crecía despacio. Pero eso no la distraía de las actividades cotidianas… ni de los apetitos sexuales. Muchas mujeres no se sienten receptivas para encuentros carnales en ciertos meses de la gestación. Pero eso no sucede con todas y algunas mantienen su actividad marital como si nada. Kagome era una de ellas, ya que su buena salud y fortaleza física le permitían llevar un embarazo saludable. Por lo tanto, ahora sentía el deseo de abrazar a su esposo y despertarlo con un beso en la mejilla. Pero resultó que InuYasha tenía el sueño pesado. Ese día había estado ayudando a los pueblerinos a recoger toda la cosecha y aunque no demostraba cansancio, se había quedado profundamente dormido tan pronto se recostó en el futón. La sacerdotisa lo miraba con una sonrisa, no quería despertarlo de forma abrupta. Así que, con gesto pícaro, se deshizo de la yukata que vestía, se acercó a él y lentamente lo abrazó por la espalda. El mestizo exhaló entre sueños, percibiendo la caricia y sonriendo inconscientemente. De pronto, algo comenzó a alejarlo del sopor onírico. Los labios de Kagome estaban recorriendo su mejilla y bajando hacia su cuello. Entonces, medio separó los párpados ante la encantadora sensación. —Kagome… qué… estás haciendo— habló con algo de modorra, tratando de enfocar su mirada. —Despierta… — ronroneó ella con gesto seductor. De pronto, el semi demonio abrió los ojos completamente al sentir que su esposa subía encima de su vientre, acomodándose de una manera muy provocativa. —¡Hey, ¿Qué haces…?! — trató de preguntar desconcertado. Entonces se encontró con el deseo reflejado en sus castaños ojos, en su caprichosa postura y en el insinuante jadeo de sus labios. —InuYasha… yo quiero… — volvió a sonreír, dejándole en claro sus intenciones. El muchacho parpadeó un par de veces, tratando de asimilar la situación. Su esposa lo estaba asaltando a media noche con un peculiar antojo. Esto no había pasado antes, por lo regular, sus encuentros eran de día o al anochecer. No quiso buscar una explicación, simplemente sonrió, al tiempo que sus manos la tomaban por la cintura. —¿Estás segura de que quieres hacerlo en éste momento? — La mujer no respondió, su mirada se había vuelto lujuriosa y la fricción que hizo sobre su entrepierna le dio la respuesta. Para cuando quiso volver a pronunciar otra palabra, ella ya se había apoderado de sus labios. El lento y excitante beso le robó el aliento a InuYasha, desconcertándolo por un instante. Kagome no tenía ganas de hablar, el deseo que la había despertado la empujaba a llamar la atención de su marido hacia su cuerpo. No estaba segura del porqué tenía ese sorpresivo apetito, simplemente quería satisfacerlo. Entonces sus manos comenzaron a abrir la vestimenta de él, dejándolo desnudo antes de que sus bocas se apartaran. La hombría del mestizo despertó mientras sus manos recorrían la suave piel de la mujer, quien empezó a gemir con el inicio de su lubricación. De repente, su cuerpo comenzó una provocativa ondulación, generando más excitación por la fricción de piel contra piel. Los besos de ambos se desviaron, bajando por el cuello de él y recorriendo los hombros de ella. El calor los rodeó y la manta que los cubría a un lado cayó. Los gemidos aumentaron y sus respiraciones se descontrolaron. Una leve contracción en la intimidad de Kagome la incitó a buscar la unión con InuYasha. El semi demonio se estremeció al percibir el manoseo de su esposa sobre su virilidad. Ella lo tomaba con suavidad y al mismo tiempo lo estrujaba con ansiedad. La fricción contra su humedad lo hizo clamar antes del abrazo inicial. La mujer jadeó con lujuria al sentirlo entrar, provocándole una mueca obscena. Comenzó a cabalgar sin siquiera esperar, el creciente anhelo la recorría sin parar. InuYasha se limitó a verla delirar y disfrutar, ella tenía el control total. El sudor abrillantó su piel y los sonidos de satisfacción no se detuvieron ni un instante. Ambos cuerpos danzaron al ritmo del deseo hasta que la culminación final llegó. Kagome clavó su mirada en la nada, perdiéndose en el regodeo que explotaba en el sur de su cuerpo. El éxtasis invadió todo su ser y el aliento no le alcanzó para reflejar semejante placer. InuYasha sonreía complacido, deleitándose con la expresión de su compañera, hasta que sintió el clímax creciendo en su propio vientre. Su clamor secundó al de la mujer y su cuerpo se estremeció por las deliciosas sensaciones que recorrieron su columna vertebral, distribuyéndose en su totalidad. Cerró los ojos con satisfacción, al mismo tiempo que sentía el cuerpo de su esposa caer sobre él. La abrazó y los dos permanecieron unidos hasta que la agitación menguó. … Los meses pasaron y el gran día llegó. La anciana Kaede y Rin atendieron el parto, pero jamás imaginaron que nacerían mellizos. Una niña y un niño de hermosos ojos chocolate como los de su madre, con cabello tan oscuro como el de su padre en fase humana y, al mismo tiempo, decorado por un brillante mechón plateado, recordando su parte Inugami. Ambos bebés tenían rasgos completamente humanos y solamente el atisbo de pequeñas garras en sus manos. El paso del tiempo revelaría más cambios. … Dos meses después. Kagome jadeaba intensamente, su respiración era entrecortada y su cuerpo temblaba sin parar. El estímulo manual de su botón de placer estaba por regalarle el estallido final. Detrás de ella, InuYasha embestía con vigor, acercándose a su propia satisfacción. Instantes después, en ambos el orgasmo se gestó, otorgándoles la celestial culminación. Sus cuerpos se estremecieron por varios segundos, hasta que la relajación corporal se hizo presente. Permanecieron recostados con un gesto de complacencia hasta que, de pronto, el llanto de un bebé los alertó y, un par de segundos después, otro lo secundó. Ambos cachorros despertaron al mismo tiempo para interrumpir la noche de pasión. InuYasha le dio un beso a Kagome en la frente al mismo tiempo que se levantaba. —Descansa, yo me encargo— le susurró. Ella solamente sonrió.=Fin del Extra 8=
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Todavía falta otro extra, donde abarcaré cómo le hace la pareja para sus ratos de diversión, a pesar de tener hijos. Gracias por leer. [Junio 2017]