ID de la obra: 1277

Guadaña

Gen
G
Finalizada
1
Fandom:
Emparejamientos y personajes:
Tamaño:
40 páginas, 15.569 palabras, 5 capítulos
Descripción:
Notas:
Publicando en otros sitios web:
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1. Decisión

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Saludos a todos: De vez en cuando se me ocurren algunas ideas raras sobre lo acontecido en InuYasha Kanketsu-Hen. He aquí una de ellas. En esta historia cuento desde mi punto de vista cómo es que Kohaku obtuvo su hoz, forjada por el mismísimo Totosai, obviamente no debió ser fácil para el joven humano. Atención: InuYasha y todos sus personajes son propiedad de Rumiko Takahashi. Yo sólo escribí la historia porque me encanta éste anime.

***

GUADAÑA

Capítulo 1: Decisión Ya había pasado medio año desde la derrota de Naraku y la destrucción de la perla de Shikon. Kohaku aún se encontraba tratando de asimilar su nueva vida en la aldea de la anciana Kaede. Pero, a pesar de estar con su hermana y amigos, no podía sacudirse el peso de los recuerdos. Él se sentía muy agradecido por lo que Kikyo había hecho, regalarle su luz para continuar viviendo, sin embargo, tenía una sensación de vacío. Su hermana Sango ahora se encontraba feliz, dándose un respiro y disfrutando de su romance con el monje Miroku y él no quería ser un hermano inoportuno. Solamente la pequeña Kirara permanecía a su lado, escuchándolo atentamente. Sabía que, si ella pudiese hablar, le daría algún consejo o unas palabras de ánimo para superar el dolor. … Estaba atardeciendo, en lo que el joven y la felina se encontraban en una colina a la salida de la aldea. Permanecían sentados tranquilamente, admirando el color del cielo, la luz del sol ya se despedía matizando las nubes. El chico miró a la lejanía y soltó un pequeño suspiro. —Sabes, Kirara, si no hubiera sido tan débil, ni tan cobarde, las cosas habrían sido diferentes— dijo Kohaku. La pequeña gata demonio sólo maulló, reafirmando que entendía el sentir y las palabras del joven. —Bien, ya no tiene caso lamentarse por el pasado, es tiempo de continuar y he tomado una decisión Kirara— expreso con ánimo. —¡Voy a convertirme en el mejor exterminador de demonios!, tengo que demostrarle a mi hermana y a mi padre que puedo hacerlo— dijo, poniéndose de pie y mirando al horizonte, había un renovado brillo en sus pupilas. Kirara lo miró, parpadeó un par de veces y maulló en un gesto de aprobación. Después brincó a sus brazos y ambos comenzaron su regreso a la aldea. . . Tiempo después. —¿Qué estás diciendo Kohaku?, ¿Estás seguro de esto? — preguntó angustiada Sango, al enterarse de la decisión de su hermano. —Hermana, estoy completamente seguro. No deseo permanecer aquí sin hacer algo al respecto, no me siento bien conmigo mismo después de lo que pasó con Naraku. Por favor, no quiero que me detengas— contestó el chico, al tiempo que empacaba algunas cosas básicas para iniciar un viaje. —Pero Kohaku, no es necesario que demuestres nada, ya no tienes por qué preocuparte más. — El joven terminó de empacar, estaba vestido con su traje de exterminador y su katana en la cintura. En su hombro izquierdo ya cargaba una pequeña bolsa con provisiones y otros artilugios. En su mano derecha, la hoz de hueso gris estaba afilada y lista para su uso. Se acercó a su hermana y la miró directo a los ojos. —Por favor, debo hacer esto, sólo confía en mí— se expresó con seguridad en la voz. Él ya había tomado una decisión. Sango lo contempló por unos segundos, su hermano Kohaku había tenido que madurar de forma brutal cuando apareció Naraku, sin embargo, al ver sus ojos, pudo comprobar que eran los mismos que tenía su difunto padre. En ellos se reflejaba el valor y la fuerza que todo exterminador debe tener para hacer su trabajo. La meta que se había autoimpuesto era la de encontrar su propia paz interior y reafirmar por qué pertenecía al clan de los exterminadores de demonios. —Kohaku, claro que confío en ti, te deseo suerte— expresó con sinceridad la joven, al tiempo que lo abrazaba. Él correspondió a su cálido gesto, sabía que su hermana jamás dudaría de él. … Poco después, caminaba a la salida de la aldea, Kirara estaba a su lado, la gata demonio no lo dejaría solo en esta aventura. Todos sus amigos ya estaban enterados y aunque se mostraron reacios al principio, terminaron aceptado la decisión del adolescente. Cuando ya se encontraban recorriendo una colina y la aldea se perdía de vista, alguien los alcanzó. —Oye, Kohaku— habló InuYasha, quien apareció brincando desde un árbol. —Señor InuYasha, ¿Qué hace aquí? — —Sólo vengo a darte un consejo… si deseas ser el mejor exterminador de demonios, necesitas mejorar las armas que tienes— indicó el medio demonio. —¿A qué se refiere, señor InuYasha?, las armas de los exterminadores están hechas con los restos de los monstruos y demonios que cazamos— explicó el joven. —Son las mejores para eliminarlos. — —Sí, lo sé, pero a final de cuentas, son herramientas elaboradas por humanos. Si realmente deseas ser el mejor, tienes que buscar a Totosai y pedirle que forje un arma para ti. — —Se refiere al herrero que forjó su espada y la del señor Sesshomaru, ¿Verdad? — cuestionó Kohaku. —Así es, ese viejo demonio vive en la montaña de fuego y sólo podrás llegar a ella desde el aire. — —¿Cree que el gran Totosai quiera forjar un arma para un humano? — interrogó dudoso el exterminador. —Eso debes averiguarlo tú. Te deseo suerte y no mueras en el camino, tu hermana no lo soportaría— finalizó InuYasha, al tiempo que se despedía del chico y se alejaba de regreso a la aldea. —Gracias, señor InuYasha— murmuró Kohaku. —Vamos Kirara, tenemos un largo camino por delante. — La felina le contestó con un ronroneo, al tiempo que se transformaba. Ambos emprendieron el vuelo en busca de la montaña de fuego. Atrás, en los límites de la aldea, una joven miraba el cielo y las azuladas montañas. Su mirada era triste, sin embargo, estaba feliz de saber que su pequeño hermano, había logrado superar todos los obstáculos, incluso la muerte. —Él estará bien, no te preocupes— habló el monje Miroku a sus espaldas. —Lo sé, mi hermano ya no es el niño con el que crecí… sin embargo, su corazón sigue siendo el mismo y ahora el lazo que nos une se ha hecho más fuerte. Kohaku se convertirá en un gran exterminador y mi padre estará orgulloso de él— dijo Sango con una sonrisa. El monje le devolvió el gesto y después le ofreció su brazo, la joven se aferró y juntos emprendieron el regreso a casa. . . Dos días después. Kohaku y Kirara sobrevolaban un bosque, estaba por anochecer así que decidieron acampar en un pequeño claro. Habían viajado todo ese tiempo y necesitaban reposo. —Kirara, tenemos que cazar algo para comer, ya se acabó la reserva de carne que traíamos— dijo Kohaku. La mencionada gruñó suavemente al tiempo que olfateaba el aire, buscando una posible presa. De pronto, salió corriendo hacia unos arbustos. El joven vio que la felina se perdía entre las sombras de los árboles y sonrió. —Perfecto, parece que ya encontró la cena— dijo, mientras juntaba ramas para encender una fogata. Poco después, la noche dominaba, siendo iluminada únicamente por la luna casi llena. El exterminador y la gata demonio comían tranquilamente la carne asada de algún animal y se refrescaban con el agua recolectada de un riachuelo cercano. Los sonidos del bosque se escuchaban serenos e intermitentes cuando, de repente, todo quedó en silencio. Casi de inmediato ambos dejaron de comer y alertaron sus oídos. Kirara comenzó a gruñir hacia una parte del bosque y Kohaku empuñó su hoz, atento a las reacciones de su compañera. La tierra tembló un poco, eran los pasos de algo enorme que se aproximaba, seguramente atraído por el aroma de la carne al fuego, o por el joven humano. De entre los arbustos, emergió un gran monstruo de aspecto lupino, con enormes garras que dejaban marcada la tierra con sus huellas. Su pelaje era rojizo y brillaba a la luz de la luna, sus ojos destellaron con el atisbo de hambre y sus fauces babeantes lo confirmaron. Kirara se transformó para enfrentar a la criatura, sin embargo, el exterminador atacó primero, lanzando su hoz a distancia. Rápido y certero, el filo del arma dañó el costado de la bestia, la cual rugió al tiempo que corría hacia el muchacho. En ese instante, Kohaku brincó ágilmente al lomo de la felina, quien emprendió el vuelo de inmediato. El sobrenatural lupino gruñía molesto hacia el cielo, dando vueltas una y otra vez, pero no podría alcanzarlos, aunque brincase. De pronto, la respiración de la bestia se vio interrumpida por un segundo golpe del arma exterminadora. Su yugular dejó escapar la sangre que lo mantenía con vida y segundos después, cayó pesadamente al suelo. Ambos descendieron y Kohaku desmontó, acercándose a la bestia, la pateó ligeramente comprobando que estaba muerta. —Era un monstruo de bajo nivel, seguramente estaba famélico, por eso se atrevió a acercarse— dijo el muchacho, al tiempo que tomaba una de las patas de la criatura y examinaba sus zarpas. —El filo de las garras es muy bueno, creo que me pueden ser útiles como dagas— finalizó. Rato después, terminaron de cenar y decidieron dormir. El resto de la noche todo permaneció tranquilo.

***

Continuará…
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