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Capítulo 2: Herrero Al día siguiente Kohaku y Kirara continuaron su viaje, el cual se estaba complicando porque aún no llegaban a la montaña de fuego, tal vez se habían perdido. Siguieron caminando un rato más por el sendero paralelo a un río, cuando la gata demonio maulló de pronto. —¿Sucede algo, Kirara? — cuestionó el joven. Éste volteó hacia donde miraba la felina. Una silueta caminaba entre los árboles al otro lado del arroyo. —Es… el señor Sesshomaru— murmuró un poco sorprendido. —Vamos Kirara, tengo que hablar con él– dijo rápidamente. La felina se transformó y cruzaron volando, para luego descender cerca del poderoso demonio. Sesshomaru detuvo sus pasos al verlos bajar. —¿Qué sucede, amo bonito? — preguntó el pequeño sirviente que lo seguía. —Oh, pero si es ese niño, el hermano de la exterminadora, ¿Cómo se llama?… no me acuerdo— dijo Jaken con indiferencia. —Saludos, señor Sesshomaru— habló el adolescente, haciendo una reverencia ante el Lord de Occidente. —Kohaku— habló el demonio. —¿Qué haces aquí? — —Señor Sesshomaru… he comenzado un viaje para convertirme en un gran exterminador de demonios— comenzó a explicar un poco nervioso. —Y yo quiero… pedir su ayuda para encontrar al gran herrero Totosai. — —¿Para qué quieres encontrarlo? — cuestionó Jaken, metiéndose en la conversación. —Quiero… pedirle que forje un arma para mí— respondió Kohaku. De pronto, se escucharon las carcajadas del sirviente. —¡Sí que eres un niño tonto!, ¿Qué te hace pensar que Totosai creará un arma para ti?, eres sólo un humano, no serías capaz de blandir semejante artefacto— se expresó burlón el pequeño demonio. —Silencio, Jaken— se escuchó la voz autoritaria de Sesshomaru, logrando que el sirviente se tapase la boca ante la orden. —Jamás podrás usar un arma creada por un demonio, no tiene caso que busques a Totosai— le dijo con frialdad al joven. —¡Tengo que encontrarlo!, yo lo convenceré de que forje una guadaña para mí— replicó Kohaku. —Aunque lo consiguieras, ¿Cómo piensas usarla, si no tienes la fuerza que se necesita? — preguntó el Lord sin dejar de mirar al muchacho. —Aún no lo sé… pero quiero intentarlo, ¡Necesito hacerlo! — alzó la voz con seguridad. —¡Por favor, señor Sesshomaru, dígame dónde puedo encontrar al herrero Totosai! — El gran demonio hizo un sutil gesto de admiración. —Ustedes los humanos son criaturas tan necias, les gusta retar a la muerte a pesar de que llevan las de perder. Son tan frágiles y su vida es tan efímera, que me sorprende ver tanto valor en una cría como tú. — —Señor Sesshomaru, recibí una segunda oportunidad gracias a la señorita Kikyo y no pienso desperdiciarla en los dolorosos recuerdos de mi pasado, si he de morir al tratar de alcanzar mi meta, ¡Que así sea! — se expresó con firmeza el adolescente. El Lord hizo una mueca de extrañeza, a pesar de todo, ese niño humano demostraba tener más valor que muchos adultos de su misma especie. —Continua tu camino hacia el sur por un día más, la montaña de fuego es inconfundible— fueron sus últimas palabras antes de reiniciar su marcha. —Gracias, señor Sesshomaru— comentó Kohaku, mientras lo miraba alejarse seguido por Jaken. . . El viaje fue cansado, pero, a pesar de las dificultades del camino y los peligros adyacentes al mismo, Kohaku y Kirara estaban a punto de llegar a la montaña de fuego, la cual se elevaba imponente con su llamativo brillo rojizo. El ambiente de ese lugar era agreste y peligroso, únicamente volando se podía llegar a la parte superior, donde se encontraba la morada del forjador de armas. El exterminador pudo reconocer a la distancia una llamativa formación. Era un esqueleto gigante que daba soporte a una extraña cueva. No había nada más a la redonda que pudiera ser habitable, así que decidió averiguar. Kirara entendió sus intenciones y comenzó a descender cerca del sitio. Con precaución caminaron algunos metros cerca de la entrada, el ambiente era cálido y hasta cierto punto asfixiante. No había señal de vida, estaba todo en silencio. No obstante, una ligera luz rojiza brillaba en el fondo de la caverna. Kohaku se acercó un poco más y habló. —¡Hola, ¿Hay alguien aquí?! — preguntó en voz alta. Hubo silencio por unos segundos, hasta que una figura se movió en el interior del lugar. —¿Qué quieres? — se oyó desde el interior. —Mi nombre es Kohaku y estoy buscando al herrero Totosai— indicó el exterminador. Se escucharon pasos descalzos avanzar a la entrada del lugar. —Yo te he visto antes, niño… acompañabas a Sesshomaru en su viaje— habló el anciano Totosai. —Saludos, señor Totosai, llevo días buscándolo— saludó emocionado el joven. —Es raro que un humano ande por estos territorios, ¿Cómo llegaste? — preguntó, ladeando la cabeza para ver a la felina. —Oh, ya veo, vienes con Kirara… sólo espero que ese chico molesto de InuYasha no esté contigo— miró para todos lados. —Sólo estamos nosotros dos, señor Totosai. El motivo de mi visita es para pedirle un gran favor— dijo Kohaku con gesto serio y haciendo una reverencia. Totosai lo observó con curiosidad. —Eres muy joven para andar con tantas preocupaciones niño, lo puedo ver en tu rostro. — —Yo… no entiendo a qué se refiere, señor— se expresó un poco sorprendido el chico. —¿A qué has venido muchachito? — —Señor Totosai… he venido a solicitar sus servicios como forjador de armas. Deseo que haga una guadaña especial para mí— pidió con total seriedad el exterminador. El herrero se rascó la cabeza, asombrado con dicha petición. —¿Una guadaña?, ¿Para qué quiere un niño como tú, un arma de ese tipo? — —Pertenezco al clan de exterminadores de demonios y mi objetivo es convertirme en el mejor. Deseo ayudar a los demás, a los que no pueden defenderse de criaturas sobrenaturales. Para ello, necesito una mejor arma que ésta— declaró el muchacho, al tiempo que le mostraba su hoz de hueso. El anciano tomó el arma y la examinó un momento. —Fue hecha por manos humanas, es muy efectiva contra demonios de clase baja y media— dijo con certeza, dictaminando acerca del arma. —Es hueso de una bestia acorazada, por eso es tan resistente, sin embargo, falta mejorar su filo. — Kohaku se mantuvo en silencio, era cierto, ese demonio era el mejor herrero y lo estaba demostrando con sólo mirar su vieja hoz, elaborada por su padre. Todo lo que describía acerca de su hechura era verdadero, aquel instrumento había estado con él desde que inició su entrenamiento como exterminador años atrás. Cuando su padre le entregó la guadaña por primera vez, él tembló al sentirla en sus manos. Era un niño miedoso que no estaba listo para convertirse en uno más del grupo élite del clan. Pero, a pesar de todo, siempre tuvo el apoyo de su familia, quienes lo motivaron para aprender a manejar esa herramienta que, con los años, pasó a convertirse en una extensión de su cuerpo, incluso más que su katana. Era un arma para quitar la vida y también para protegerla… todo dependía de las motivaciones de su dueño. —Es un buen instrumento, ¿Por qué quieres reemplazarlo? — inquirió Totosai, al tiempo que le devolvía la hoz. —No deseo reemplazar mi arma, lo que necesito es que la vuelva a reforjar con las técnicas que usted conoce. Quiero que sea una mejor defensa. Necesito hacerme más fuerte para poder vencer a demonios poderosos y para ello, requiero que también mis herramientas de caza lo sean— reconoció Kohaku. El herrero resopló con indiferencia antes de hablar. —Lo siento, pero no puedo hacer eso. — —¿Cómo dice, señor Totosai?, ¿Por qué no? — cuestionó desconcertado el muchacho. —Porque eres humano y porque sólo eres un niño. Las armas que yo forjo deben ser empuñadas por demonios o semi demonios. Nunca he forjado algo para un humano, es peligroso— mencionó con seriedad el anciano. —¿Peligroso? — volvió a preguntar Kohaku. —No entiendo a qué se refiere, aún soy joven, pero pertenezco al clan de exterminadores. No soy un humano común, mi entrenamiento está por encima de las habilidades de otros— trató de justificarse. El forjador hizo un gesto de negación. —No es eso, muchacho. Ésta guadaña fue creada por humanos, así como el boomerang de tu hermana. Están destinados a ser empleados por los de tu especie. Un arma creada por mí, no podría ser utilizada por ustedes, sería contraproducente. — —¡Por favor, señor Totosai!, ¡Estoy dispuesto a hacer lo que sea necesario para que forje una nueva guadaña para mí! — alzó la voz el exterminador. —Jovencito, ya te dije que no, un humano se puede corromper al empuñar un arma demoníaca. Además, tu adiestramiento como exterminador, no es suficiente para controlar una hoz de características sobrenaturales— finalizó el viejo demonio, dándole la espalda. El adolescente apretó los puños. —¡No puedo rendirme!, ¡No ahora que tengo una segunda oportunidad! — gritó con determinación. —¡Señor Totosai, permítame demostrarle que soy capaz de blandir un arma creada por usted! — insistió. —No. — El herrero se adentró en su cueva. Kohaku tenía un gesto sombrío, sin embargo, no se rendiría tan fácilmente. En silencio giró hacia Kirara y comenzaron a alejarse, volvería a intentarlo más tarde. . . Al día siguiente, el forjador estaba en la entrada de la cueva, limpiando su martillo. De pronto, algo lo alertó y su mirada se dirigió hacia el cielo, donde un extraño brillo se dirigía hacia él. Con un rápido reflejo, esquivó el filo de un arma que se impactó contra el suelo. Totosai se quedó observando con interés el daño provocado por el instrumento en la roca a sus pies. Nuevamente, algo cortó el aire a sus espaldas y con un veloz movimiento, detuvo el golpe de una esfera de metal sujetada por una cadena, la cual terminó enroscándose en el mango de su martillo. Observó por un instante la cadena y la forma en que quedó sujetada. Después miró hacia arriba, reconociendo a su atacante, era Kohaku a lomos de Kirara. —Buen golpe, muchacho— reconoció Totosai. Entonces se agachó y levantó la hoz clavada en el suelo, la cadena se aflojó e inmediatamente lanzó el arma contra el joven. El filo se dirigió con vertiginosos giros al rostro del exterminador, quien, sin el menor ápice de sorpresa, extendió la mano hacia el frente. El mango de la guadaña chocó contra su palma e inmediatamente cerró el puño. El arma quedó sujetada con firmeza por su dueño, lista para el siguiente ataque. —Excelentes reflejos, tengo que reconocerlo— dijo el herrero, mientras veía a Kohaku desmontar de la felina. El adolescente permanecía en silencio mientras caminaba hacia el anciano, posteriormente, su cuerpo adoptó una posición de ataque. Su guadaña brilló sutilmente y el resto de la cadena ya giraba en su mano izquierda con gran destreza. El embate inició, la cadena se estrelló de nuevo contra el martillo del herrero, atrapando otra vez el mango para tirar de el con fuerza. Totosai estaba sorprendido por el actuar del chico, sin embargo, debía defenderse. Su boca escupió fuego contra el joven humano, quien brincó hacia atrás, esquivándolo. La guadaña retrajo la cadena hacia su dueño y éste volvió a colocarse en posición para el nuevo asalto. Una vez más, la llamarada se dirigió hacia él, pero ahora Kirara lo ayudó al pasar corriendo cerca, permitiendo que montara sobre ella. —Vamos niño, sólo estás jugando, con esa técnica no conseguirás dañarme— habló confiado el anciano, mientras acariciaba su barba. De pronto, entre los restos de humo, vio una silueta volar hacia él, entonces sus mejillas se hincharon y el fuego escapó de su boca. El gran lanzallamas parecía haber dado en el blanco. Totosai sonrió satisfecho de su ataque, mientras se despejaba el ambiente. No obstante, la silueta permanecía en el suelo, de pie y sin heridas. Era Kirara, quien rugió con fuerza. El forjador se desconcertó y no tuvo tiempo de nada, cuando volteó, la cadena ya estaba sobre él. Lo enredó rápidamente, inmovilizándolo con todo y mazo. Un tirón lo hizo trastabillar y en un parpadeo, la guadaña ya tocaba su cuello. El joven exterminador estaba a sus espaldas, con el arma empuñada y sujetando firmemente la cadena. —¿Esto parece un juego? — masculló Kohaku, sin retirar la hoz de su amenazante posición. —Vaya, me has sorprendido chiquillo, esa fue una buena estrategia. Sin embargo, yo soy un demonio pacífico y no es lo mismo tratar conmigo, que con otras criaturas. Ellos no se tentarán el corazón para matarte— dijo Totosai. —Sobreviví al peor monstruo de todos, nacido de muchos demonios, ya nada me sorprende— respondió, al tiempo que liberaba al herrero. —Está bien niño, lo reconozco, tienes valor y fortaleza, pero si todavía insistes en que te fabrique una nueva guadaña, antes deberás acatar dos condiciones muy importantes— advirtió el anciano con voz seria. —Lo escucho, señor Totosai, estoy listo— se expresó animado Kohaku. El viejo demonio suspiró por lo bajo y se aclaró la voz. —La primera condición, deberás dar parte de tu sangre para mezclarla con el arma, es la única manera en que se formará un vínculo con ella. De esta forma, el riesgo de que te corrompa, será menor. Esto quiere decir que, tendrás que aprender a controlar la guadaña demoníaca haciendo que tu sangre y voluntad se impongan sobre ella, si no lo consigues… te consumirá y terminarás muerto— dijo sombríamente. Kohaku asintió sin titubear. —¿Cuál es la segunda condición? — —Esa es más complicada… deberás entrenar más allá de tus límites para poder dominar semejante arma y la única forma de hacerlo, es que busques a un demonio que te prepare para ello. Lo que significa que, deberás pedirle ayuda a alguien de tu confianza, o bien, puedes ir por ahí provocando demonios para que te ataquen. Pero si mueres antes, yo no seré el responsable— advirtió Totosai. El muchacho se sorprendió un poco por la segunda condición, pero tenía lógica, era necesario practicar para eliminar demonios y obviamente debía entrenar con ellos. Ya pensaría en cómo cumplir esto, por el momento, lo que importaba era que el legendario forjador había accedido a fabricarle una guadaña. … Un grito entrecortado se escuchó por toda la cueva y los alrededores. En el exterior, Kirara se incorporó mientras gruñía nerviosa. Tuvo la intención de ingresar al lugar, pero una orden la detuvo. —¡Estoy bien… Kirara… espera afuera! — dijo Kohaku con dificultad, era obvio que estaba tolerando mucho dolor. Dentro de la cueva, Totosai terminaba de juntar la sangre que escapaba del brazo del joven. Había sido necesario hacer un corte grande y profundo con una daga calentada al fuego. Era la única forma en que el líquido rojo saldría rápido y al mismo tiempo quemaría su piel para evitar el desangramiento. Momentos después, Kohaku se vendaba la herida mientras mordía un pedazo de madera y sus lágrimas permanecían contenidas. A pesar del dolor, se mantuvo estoico en todo momento. Esto no era nada comparado con el daño emocional que Naraku le provocó. Al terminar, la manga de su traje cubrió todo como si nada. —Con esto es suficiente, empezaré hoy mismo a preparar la mezcla— dijo el herrero. —Se lo agradezco mucho, señor Totosai— asintió Kohaku. —Buena suerte chico, tienes una semana para encontrar a alguien que te entrene. Deberás dejarme tu hoz, la tendré lista como una versión más controlable de tu futura arma, deberás empezar con ella y conforme avances en tu adiestramiento, la iré preparando para que se convierta en tu guadaña definitiva— indicó el anciano. —Entendido, le doy las gracias de nuevo, señor Totosai— hizo una reverencia. Poco después, Kohaku y Kirara se alejaban de la montaña de fuego, ahora debía encontrar a un demonio que aceptara ser su entrenador.***
Continuará…