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En el salón del trono el rey estaba iracundo, pero ya no había nada que pudiera hacer. Deshacerse del tercer príncipe no serviría nada y menos ahora que este tiene la bendición del ave sagrada. Era tan injusto. Bueno, solo según él, un tirano hecho a laantigua usanza. Control, dolor, sangre y terror era lo que caracterizaba a su reinado y ahora había perdido el control. Con ello perdía todo lo demás porque su poder se basaba en infundir el miedo, en vigilar constantemente tras los ojos de los animales. Ahora todo estaba perdido para él. Odiaba a Aaqil, de haber sabido que las cosas se tornarían de esta manera nunca lo habría mandado a Sorcier. Le servía cuando le tenía miedo, cuando era fácil de manipular, pero ahora ya había perdido todo eso. ¿Esto significaba el fin de la tiranía? Probablemente no. Debía encontrar el modo de seguir teniendo su poder y corona en lo alto.***
Aaqil escuchaba a la multitud gritando su nombre como una ovación fuera de la caravana. El mundo estaba feliz, sentían que gracias a Aaqil todo iba a cambiar en Mutrak. Que al fin podrían ver la luz, que la esperanza volvía a existir plena y brillante. Y el tercer príncipe se sentía feliz, aliviado incluso de que su gente se sintiera tan feliz. Sin embargo, él no creía que todo hubiera acabado del todo. Sí, eran libres, solo hasta que el rey encontrara otro modo de atarlos a sus deseos y órdenes. —Ya estás con esa cara larga otra vez.—Dijo Qumiit llegando al lado del príncipe. Aaquil bufó.—No sé cuánto durará la paz.—Murmuró. Qumiit se sentó a su lado entre los cojines de terciopelo.—Bueno, el tiempo que dure será suficiente, no lo pienses mucho.—Dijo con una sonrisa reconfortante. No existían certezas en el este mundo y Aaqil temía por el futuro. Habían borrado la memoria a Katarina por el hecho de evitar guerras entre Sorcier y Mutrak. Pero el panorama político de Mutrak no era el mejor. Una guerra civil podría estallar si no se elegía un nuevo rey, porque mantener a su padre sería sentenciar la muerte de la nación. Sabía también que sus hermanos seguirían los pasos de su padre. No había una buena opción se mirara por donde se mirara. Bueno, sí había una opción, pero Aaqil estaba ignorándola a propósito.***
El frío suelo le helaba la piel, gruesas cadenas la ataban a esa celda, no podía moverse, aunque quisiera. Ada sentía sus huesos doler y los músculos entumecidos. Había perdido la noción del tiempo después de la primera semana de cautiverio y estaba por volverse loca. Deseaba quemar a todos allí, desde el rey al último eslabón. Ella quería matarlos a todos, era un sentimiento que surgía directamente del rencor. Tan profundo desde el abismo en el que alguna vez estuvo el amor. ¿Cuál fue el delito que cometió? Ni siquiera lo sabía, solo fue arrastrada aquí acusada de herejía y traición, delitos que también se le otorgaron a su familia, de verdad que odiaba a la monarquía y a todos aquellos que estuvieran de su lado. Pero ella no instigó contra el régimen, todo eran patrañas que sinceramente pensaba que se habían sacado de la chistera. Estaba perdiendo la esperanza. Solo anhelaba un cambio y sin saberlo, su deseo podría cumplirse pronto.