ID de la obra: 1299

Perteneces a mí

Slash
NC-17
En progreso
1
Tamaño:
planificada Mini, escritos 13 páginas, 5.154 palabras, 4 capítulos
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4: Disperso

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Henry no solía tener sueños raros, pero desde luego el de esa noche le impactó: vio a la mujer más hermosa del mundo, sin embargo, no era humana con orejas puntiagudas y alas relucientes. La mujer le sonrió con ese tipo de sonrisas que dejan un sabor amargo, que no son nada reconfortantes y que dan a entender que la mujer trama algo. La sonrisa de Sarae se ensanchó mostrando unos dientes afilados y volviendo todo de color rojo sangre. En ese momento Hal no supo si estaba en un sueño o una pesadilla, lo único que sabía era que el terror lo estaba invadiendo. Henry se despertó agitado. Eso no era real, pero lo sintió como si lo fuera, lo que le hizo dudar de sí mismo por un momento antes de recomponerse respirando hondo. … Pasó el desayuno, las reuniones matutinas con los consejeros, tuvo que revisar papeles que debían tener su sello real. Y Henry estaba exhausto, se notaba que no había descansado. Catherine, intentó averiguar lo que pasaba, pero como mujer del siglo XV tampoco se atrevió a indagar demasiado. Henry era el rey y después el esposo de Catherine. Ella sabía que estaba en un puesto importante “la reina de Inglaterra”, sí, sonaba bello, pero no era más que una cárcel de oro. Al menos tenía la suerte de que Henry la escuchaba. La reina saludó con respeto a los invitados, aunque había algo en ellos que no le gustaba, y ella no entendía nada de viajes en el tiempo, sonaba a locura. Pero su interior le decía que eso era tan real como la vida misma, que esos chicos no pertenecían a ese siglo y que traerían problemas si se quedaban demasiado. Caminó con elegancia seguida de sus damas de compañía hacia el despacho del rey donde encontraría a Hal. Necesitaba cerciorarse de que él estaba bien, de que estaba en el mundo real con ella y no en aventuras fantasiosas con los viajeros o cualquier otro. Entró en el despacho tras llamar, las damas quedaron atrás y ella avanzó con seguridad refinada. Vio a Henry sentado en su sillón frente al escritorio revisando una pila de documentos. — Hal. — La voz de Catherine resonó suave en el despacho. Henry levantó la mirada y sonrió levemente, aunque fue más por costumbre que por amor y ambos lo sabían. Era un matrimonio que aseguraba poder y una alianza política, pero no había heredero aún y eso era un problema. No obstante, solo llevaban ocho meses casados y los momentos de intimidad no eran tantos. — Mi reina ¿qué haces aquí? — Dijo Henry. Catherine sonrió, una sonrisa suave, incluso afable. — Te he notado disperso hoy, quería saber si hay algo que te preocupa. — Dijo con la voz medida, como si tanteara el terreno. El semblante de Hal se endureció un instante, tan solo un segundo recordando el sueño o pesadilla. Un instante suficiente para que Catherine lo notara. — No hay nada que deba preocuparte de mí, todo va bien. — Dijo Henry. Trató de sonar seguro de sus palabras, pero era obvio que estaba omitiendo algo y la reina no estaba contenta con eso. Catherine frunció los labios levemente, una reacción inconsciente ante la evidente mentira de su esposo. — Claro, pero sabes que puedes contar conmigo, somos un equipo, soy tu esposa y la persona en quién más puedes confiar. — Recordó Catherine. Hal asintió sabiendo que había más peso en esas palabras de las que él quería ver ahora. Sabía que confiar en su esposa era esencial, pero no quería que lo tomara por estúpido si le confesaba que su actitud dispersa era por una pesadilla. ¿Qué clase de rey sería si un simple sueño fuera su debilidad? Pero el rojo sangre, la sonrisa espeluznante de esa mujer que no era humana. Parecía un hada, pero demasiado diabólica para su gusto. … William caminaba hacia la biblioteca perdiéndose varias veces en el intento y con Dan pisando sus talones decidido a averiguar a qué se debía su actitud extraña. — Te digo que no pasa nada. — Dijo por enésima vez William. — Oh, claro, y yo soy supermán. — Dijo Dan. — Gracias por el sarcasmo. — Replicó William. — De nada mi caballero andante. — Se burló Dan. — Pero en serio te pasa algo, no es normal que grites como si le hablaras a algo invisible. — Cambió el tono a uno más serio denotando su preocupación. William frenó en seco sus pasos haciendo que Dan chocara con su espalda. William se giró encarando a su amigo. — No pasa nada, al menos nada de lo que debas preocuparte, solo son tonterías mías, no he dormido bien. — Dijo esperando que fuera suficiente para disuadir a Dan. Dan respiró hondo. — Fingiré que te creo por el momento. — Dijo finalmente colocándose a su lado y caminando a la par esta vez. Llegaron a la biblioteca. El lugar era enorme, con libros que nunca podrían haber leído de no haber viajado por accidente al pasado. Seguía sonando a locura. William se interesó por un libro, un simple cuento de hadas aparentemente. Pero había algo en este libro que lo llamaba, no sabía cómo explicarlo. Se sentó alrededor de una mesa ojeando el libro mientras Dan iba revisando las estanterías por si encontraba algo que le interesara. “Eres muy curioso, ve a la página 56” Dijo la voz que comenzaba a ser una constante en la mente de William. Este obedeció y fue a la página señalada. Se dio cuenta entonces que el libro no era un simple cuento de hadas, sino que era un libro de mitos y leyendas. “Las hadas son seres mágicos, de aspecto bello, orejas de elfo, alas brillantes y un aura que te atraerá incontrolablemente. No te dejes engañar por su apariencia, no son amables. Son traviesas, de vida eterna y se divierten jugando con las mentes humanas”. Leyó William. ¿Qué era esto? ¿La voz que escuchaba pertenecía a un hada? Sonaba ridículo, pero más ridículo era escuchar esa voz y estar en el siglo XV, así que pensó que podría ser bastante real esta respuesta. Bueno, definitivamente esto era una majadería, pero era lo único que tenía. — ¿Hadas? Interesante. — Murmuró Dan detrás de William leyendo por encima. William se sobresaltó y cerró el libro de golpe. — Sí, solo un libro tonto. — Dijo, pero aun así se guardó el libro para tenerlo con él. Dan no dijo nada más sobre el extraño comportamiento de su amigo. Ni siquiera dijo algo cuando notó el temblor nervioso en las manos de William ni la manera en que se aferraba al libro que había catalogado como “tonto”. Solo se dedicó a observar porque necesitaba entender cada movimiento, aunque le asustaba que su amigo estuviera perdiendo la cordura. … La cena fue un momento incómodo. El silencio reinaba y solo el tintineo de los cubiertos era lo que sonaba. William no sabía por qué eran obligados él y Dan a asistir a todas las comidas con el rey y la reina. Odiaba esa mirada penetrante que Hal le lanzaba, era como si pudiera ver en su interior y no le estuviera gustando lo que encontraba. Dan comía porque morirse de hambre no era una opción y evitaba a toda costa hacer contacto visual con los reyes. Tenía muchas cosas en contra de ellos, era antisistema, la monarquía absoluta era una mierda aún más grande que la monarquía parlamentaria y temía soltar su opinión si le tiraban de la lengua. El tema de William era algo parecido sumado a la risa del “hada” o lo que fuera aquello que escuchaba. Parecía divertirse con la tensión y estaba irritando a William, pero al menos ya no saltaba y gritaba cuando la escuchaba. ¿Iba mejorando? Si no puedes con ellos, únete a ellos. O algo así. En los planes de William solo estaba regresar a su siglo, pero ni una sola idea de cómo podría hacerlo. Cada momento que pasaban en el siglo XV era un problema, era peligroso si revelaban información del futuro por un descuido y lo de andar sobre cáscaras de huevo no era la acción favorita de William. Él era más intenso, volátil, libre. Y ahora sentía que estaba siendo apagado, censurado incluso. Ni siquiera sabía cómo evitar sentirse así porque no podía hablar sin ser consciente del peligro de morir. William pensó que podrían cortarle la lengua como castigo menor y su piel se erizó. Jugó con el pollo, no tenía hambre, pero no podía permitirse no comer así que se obligó a llevarse la comida a la boca, masticar y tragar, aunque no quisiera. Su estómago se revolvía con cada trago, pero no podía hacer otra cosa. La mirada de Henry seguía sobre William analizando su cabello castaño rojizo, esos ojos castaños que brillaban adornados de largas pestañas, sus rasgos varoniles que se le hacían extrañamente dulces. Hal desechó esa idea inmediatamente apartando la mirada bruscamente. Catherine fue la única en percatarse de esa mirada tan intensa y del fin abrupto, de la tensión en los hombros de su esposo y la actitud distraída de William. No quiso pensar nada extraño porque estaba segura de que no lo había, sin embargo, algo le decía que no era casualidad que los dos actuaran tan extraño a la vez. … La noche que siguió fue silenciosa, demasiado apacible. Tan quieta y dócil la vida que parecía mentira. El mundo era frágil en este momento, demasiado frágil mientras la luna brillaba en lo alto. Las estrellas acompañaban la escena con esa belleza de algo que se está consumiendo a sí mismo mientras resiste y muestra lo mejor de sí. En esa noche Hal tomó a su esposa como un ritual, le hizo el amor como un simple pacto burocrático, porque podía tenerla de su lado, estar atado a ella, pero no la amaba y eso era algo que pesaba entre ambos. Catherine tampoco lo amaba, no de la forma pasional o como se esperaría de una esposa porque ella aún lo veía como un extraño, alguien que invadió su país, alguien que se ganó su respeto, sí, pero no su amor. Había demasiadas situaciones en el mundo, injusticias que Catherine no estaba dispuesta a investigar porque a veces es mejor seguir viviendo en la ignorancia. Sabía que esperar amor de Hal era estúpido, ingenuo y una total pérdida de tiempo. Y aún así, sin amarlo ella, esperaba su amor. Se decía a sí misma que el mundo es demasiado frío, que incluso el tacto de su esposo se siente distante y calculado, todo con un solo propósito. Ella sabía que se esperaba un heredero y sería su deber darlo. Y aquí estaba, sin heredero y sin amor.
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