ID de la obra: 1300

Lily Evans Y James Potter: El Amor Y La Guerra [1]

Gen
G
Finalizada
1
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312 páginas, 107.354 palabras, 25 capítulos
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LO AZAROSO DEL DESTINO

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CAPÍTULO 1: LO AZAROSO DEL DESTINO «Siempre he creído que todas las cosas suceden por una razón, que el destino no es nada más que una sucesión de causas y efectos producidas por nuestras elecciones. Supongo que las mías me llevaron a donde estoy». Siempre he pensado que la casualidad y la necesidad son dos entes compatibles en cuanto al destino se refiere. Puesto que ambas fuerzas, a pesar de ser por sus principios contrarios, son capaces de actuar en conjunto a la hora de trazar los distintos caminos por los cuales transitamos a lo largo de nuestras vidas. Debido a lo anterior, es que sostengo que podemos llegar a ser tan libres o tan prisioneros como deseemos serlo, ya que está en cada uno de nosotros determinar de qué modo queremos experimentar nuestras existencias, dependiendo de lo que decidamos suponer respecto a cada una de ellas. Por lo mismo, si continuamos con ese tipo de reflexión, esta nos conducirá a la inevitable conclusión de que la idea de destino no es nada más que una ilusión, y que, de existir, solo podría consistir en el inmediato correlato de nuestras propias decisiones. De ese modo, es comprensible que la vida se presente ante nosotros, cargada de una inmensa responsabilidad respecto al tipo de persona que cada uno decidió ser. Y como si esto fuera poco, de este hecho también provienen todos esos sentimientos de frustración, arrepentimiento y desorientación que sentimos desde el momento en que recibimos nuestras existencias sin un manual o guía de supervivencia. En cuanto a los demás, es posible que estimen que tengo una visión demasiado pesimista de la vida. Sin embargo, si consideramos que la elección correcta nos puede llevar a encontrar una completa coherencia entre lo que somos y lo que siempre quisimos ser, la idea de elegir en cada momento no se vuelve tortuosa, sino más bien liberadora. Además, es algo encantador saber que, en caso de fracasar, se puede volver a recomenzar una y otra vez. Por lo mismo, no hay que temer el mirar hacia atrás a la hora de analizar los errores, ya que estos, son los que nos permitirán volver a empezar si queremos cambiar nuestras formas de actuar. En mi caso, los últimos años me he dedicado a ver la vida pasar. Esto se debe a que, sin importar qué estuviese en juego, nunca me atreví a tomar alguna decisión radical que pudiese cambiar por completo el sentido de mi existencia. Por ese motivo, es que este año pienso adoptar una actitud más activa y menos contemplativa. Después de todo, yo ya era considerada una persona adulta en el mundo mágico, por lo que debo saber sobrellevar la responsabilidad de cada una de mis acciones y de las posibles consecuencias que pudieran derivarse de estas. En fin, volví a poner todo en su lugar, una vez que la breve charla filosófica terminó en mi cabeza. No tenía caso seguir mirando las cosas que encontré al momento de empacar, si sabía que acabaría poniéndome a llorar ante la emoción de ver esos bellos recuerdos. Y es que nos veíamos tan felices en los álbumes de fotos y nos mostrábamos tanto afecto en cada una de las cartas, que tan solo el hecho de recordar que nos vamos a graduar este año me causaba un nudo en la garganta que amenazaba con quebrantar mi estabilidad emocional. Después de todo, si hay algo de mi vida que no quisiera cambiar jamás, es la unidad y complicidad que tengo con mis amigos en Hogwarts. Una voz desde la planta baja me hizo regresar a la realidad. —¡Lily! ¡Lily! —¿Qué pasa? —Hay una lechuza aquí abajo, ¡Ven rápido! —¡Ya voy!  Dejé las cosas como estaban. Ni tuve tiempo de notar que iba descalza. —Te vas a lastimar. —Ya vas a empezar… —Luego no te quejes. —No lo haré —me volví hacia la lechuza—. ¡Hola, lindura! —Será mejor que la liberes pronto. No querrás que Petunia vea a la inocente y trate de hacerle algo. —¡Merlín no lo permita! —Concuerdo. —Vuelve al castillo, cariño —le saqué la carta—. Te llevaré algunas golosinas cuando regrese a Hogwarts. Por la expresión que puso, pude imaginarme a la perfección lo que estaría pensando: ¿Cómo me vas a distinguir si somos más de doscientas lechuzas en el castillo? —Yo te reconoceré. Ella giró su rostro, apuntando hacia la ventana y luego a mí. —En serio, ve tranquila. —No sabía que te gustaba hablar con las lechuzas. —Es algo que pasa con los años. —Lo dices como si fueras mayor que yo. —Para algunas cosas sí, y otras no. —Hablando de eso, lamento no haberle sacado la carta. Pero ya sabes, ¿y si le hago daño? —Es bastante improbable, mamá, te lo he dicho un millón de veces. —Improbable, no es lo mismo que imposible. —Vamos, lo único malo que puede llegar a pasar, es que te muerda un dedo o dos. —Bien. Supongo que eso debería ser suficiente consuelo para mí. Por cierto, mi madre se llama Selena. Lo sé, es un tanto extraño al provenir del griego, pero su significado es muy bello, ya que mis abuelos la nombraron así por la luna. Mágico, ¿no? En cuanto a su actitud, ella es una mujer extraordinaria, llena de vida y gozo. Siempre está riendo, cantando o bailando, como si la belleza de la juventud nunca la hubiera abandonado. Siendo honesta, me encantaría ser como ella cuando tenga su edad. Es más, incluso con llegar a ser la mitad de lo que es me conformaría. Recordé la carta que había dejado en la mesa.  Al tomarla otra vez, me di cuenta de que pesaba más de lo que debería, por lo que no me sorprendió ver que en realidad se trataba de seis hojas dobladas para utilizar un único sobre. Nunca, en todos los años que llevaba en Hogwarts, había recibido una carta con una extensión similar. Las primeras tres hojas correspondían a los materiales que usaríamos este año, mientras que la cuarta y la quinta, consistían en las solicitudes para los permisos de Aparición y de Animago. Por último, la única carta que quedaba dentro del sobre se veía distinta a las demás. De partida, fue escrita con una caligrafía diferente. Y, en segundo lugar, estaba firmada por alguien que no era McGonagall. Con cierto nerviosismo, miré la firma al final de la página: Albus Dumbledore. Creo que en ese minuto olvidé como se respiraba. —Cariño, ¿estás bien? —¿Qué...? —De repente te pusiste pálida y… —Estoy bien. Es solo que leí algo que me hizo entrar en pánico. —¿Y qué leíste? —En verdad, no alcancé a leer nada. —Entonces… —Nunca había recibido una carta de Dumbledore. Supongo que es normal que no supiera cómo reaccionar. —Supones bien —hizo un gesto con su mano—. ¿Qué esperas? ¡Léela! ¿O acaso es algo malo? —Bueno, McGonagall es quien redacta y envía todas las cartas que están dirigidas a los estudiantes. No sé qué pensar al respecto. —No lo hagas, solo léela y sabrás qué pasa. «Querida Lily: Tengo el deber y el honor de informarte que has sido seleccionada por el cuerpo docente como el nuevo Premio Anual de este año. ¿Sorprendida? No deberías de estarlo, eres la mejor hechicera de tu generación a mi parecer. Es más, te considero una de las brujas más sobresalientes que ha asistido a Hogwarts. Debido a aquello, me tomé la libertad de recomendar tu nombre a la Academia de Aurores. Ellos se han visto muy sorprendidos por todo lo que les he hablado de ti. Tanto así, que desean reclutarte lo más pronto posible. Por supuesto, tengo que hacerte la siguiente aclaración, pues veo necesario que lo haga: el que yo te haya recomendado a los Aurores, no es en ningún caso motivo para que te les unas. Aquello debe ser una decisión tuya. Eres libre de elegir tu camino.  Sin más que decirte, al menos a través de una carta, me despido. Nos vemos muy pronto en Hogwarts. Albus Dumbledore». Mi madre me estrechó entre sus brazos al terminar de leer. —¿¡Felicidades!? —¿Por qué lo dices a modo de pregunta? —Por la expresión de tu rostro. No te ves feliz por ser Premio Anual. —Ah, no es por eso. —¿Es por lo de los tales Aurores? —Así es. —A todo esto, ¿quiénes son? —Los Aurores se encargan de arrestar y entregar a la justicia a los magos y brujas que hayan quebrantado la ley. —Son como policías, ¿verdad? —Más o menos. Son más similares a la milicia. —Bien, creo entenderlo —sonrió con amabilidad—. ¿Qué piensas al respecto? —No lo sé, supongo que es un honor. Aunque claro, nunca lo había considerado como una opción. Después de esa breve charla con mi madre, volví a subir a mi habitación para continuar con la organización de mis cosas. Mientras hojeaba un libro de Hechicería, el teléfono sonó, acabando por completo con mi intento de concentración. —¡Buenas tardes! ¿Con quién tengo el gusto de hablar? —Con una de tus mejores amigas. La voz alegre y armoniosa de Viola era la que sonaba al otro extremo de la línea. —¡Vaya, qué sorpresa! ¿Cómo estás? —Bien, muy bien. ¿Qué tal tú? —Sin hacer nada en realidad. ¿A qué se debe el honor de esta llamada? —Quería decirte que nos juntáremos mañana en el Caldero Chorreante. Ya sabes, para ir a comprar los materiales y lo demás. —¿A qué hora debo estar por allá? No los veía desde hace dos semanas y ya los extrañaba demasiado. —A las cuatro. Lo siento Lily, pero te tengo que colgar, te estoy llamando desde un teléfono público. —¡Nos vemos! —¡Hasta luego! Mi interés se volvió a enfocar en el libro, después de decirle a mi madre sobre los planes que tenía para mañana. Ella se veía contenta por mi reencuentro con los muchachos, ya que sabía a la perfección lo feliz que era al contar con su compañía. Luego de un rato, me dormí sin siquiera darme cuenta. De hecho, supe que me había quedado traspuesta cuando el teléfono volvió a sonar. Me sentí solicitada. —¿Quién habla? —Soy Kath —era mi otra mejor amiga—. Es mi idea, ¿o te desperté? —En efecto. —Es gracioso que contestes formal cuando te levantas. —¡Espera! ¿De dónde diablos me estás llamando a esta hora? —De la casa de Viola —dijo como si fuese algo obvio. Pensándolo bien, sí lo era. —Claro, hicieron noche de chicas y no me invitaron. —De hecho, también está Gabriel. ¿Acaso olvidaste que Viola y él son vecinos? —Cierto —seguía medio dormida—. ¿Están contigo ahora? —Así es. Y quieren hablar también, así que te pondré en altavoz. —¡Hola Lily!  Me saludaron al mismo tiempo, provocando que sus voces se acoplaran. Ellos tenían la adorable/molesta manía de realizar todo juntos, incluso el dejarme sorda. —¡Hola, chicos! ¿Cómo están? —¡Bien! —respondió Gabriel. —¡Muy bien! —aclaró Viola. —Bueno, te llamábamos para decirte hoy mismo… ¡Felicidades! —¡Oh, gracias! Pero ¿cómo lo supieron? —McGonagall se encargó de propagar la noticia de que los dos Premios Anuales de este año son de Gryffindor —respondió Viola con orgullo en su voz. —¿En serio? ¿Y quién es el otro?  Debía de tratarse de Remus, no había otra opción más probable. A menos que… —No creo que sea conveniente decirle, chicos —murmuró Kath por lo bajo. —Se va a enterar de todos modos —le debatió Gabriel. —¿Quién es?  A pesar de mi insistencia, algo en mí presentía que no me agradaría la respuesta. —James —contestó resignado—. Él es el otro Premio Anual. —¡Merlín! ¿Qué hice para merecer esto? —No seas exagerada —le bajó el perfil Viola—. Ya lo verás. Mañana nos reuniremos y buscaremos algo bueno de todo esto. —Eso espero. —Así será, nos vemos. Después de colgar la llamada, me dediqué a maldecir a los profesores. No entendía cómo podían haber elegido a Potter cuando existían otras personas más que calificadas para recibir tal distinción. Al fin y al cabo, un Premio Anual debía ser un estudiante íntegro, con buenas calificaciones y una conducta intachable, cosas de las que Potter carecía por completo. De acuerdo, él siempre ha tenido sobresalientes, incluso cuando no parece ser un estudiante modelo. Y en el último tiempo se ha estado comportando, al menos, lo suficiente como para no estar en detención fin de semana de por medio. De hecho, le ha otorgado varios puntos a nuestra casa, lo que hace que su nominación tenga cierto mérito. A pesar de lo anterior, me era difícil dejar de pensar que no existían razones suficientes para su elección. Y de haberlas, yo ya no era capaz de verlas. Es más, no entendía cómo los profesores estaban dispuestos a reunir a dos personas, en una labor que se debía hacer en pareja, cuando ambas partes eran conocidas por no soportarse más de la cuenta. Por ese motivo, no me quedaba más que suponer que había gato encerrado en torno al nombramiento de Potter, por no decir que alguien debía de estar confabulando en mi contra. ¡Dale una oportunidad! Me pidió una voz muy similar a la de Sirius en mi cabeza. Últimamente, él insiste demasiado para que le dé a Potter una chance. No en plan de amantes, pero sí de amigos. Al fin y al cabo, a nosotros nos resultó más que bien nuestro intento de serlo. Algo que era más que improbable, considerando que ambos sostenemos una enemistad con el mejor amigo del otro. ¡Dale una oportunidad! Replicó la voz de Kath al pensar en ella. De inmediato, sus voces se enfrascaron en una especie de competencia. Era inevitable que algo así sucediera, ya que, en la vida real, ellos eran capaces de convertir hasta una coincidencia en una declaración de guerra. En fin, parece que este año promete estar lleno de sorpresas. 

***

Siempre he creído que el mundo puede dividirse entre dos visiones diferentes, en cuanto a nuestros pensamientos e intereses se refiere. Ya que, incluso al tratarse de una misma idea, es común encontrar a personas dispuestas a afirmar algo, mientras que otras son capaces de defender lo contrario. Ante aquello, es posible sostener que la mayoría de nuestros razonamientos pueden ser descritos con la expresión lógica de P y no P*, cuya aplicación nos conduce a una contradicción de principios. Lo sé, es un pensamiento demasiado estructurado y falto de pasión. Sin embargo, si dirigimos nuestra mirada hacia la historia universal, podemos observar que la humanidad se ha desarrollado a partir de la superación dialéctica** de sus propias contradicciones.  Un ejemplo claro, es la forma en que se establecen, a través del tiempo, distintos bloques hegemónicos y supremacistas que intentan defender determinadas características, en desmedro de quienes sostienen una visión diferente de las mismas. En otras palabras, la historia de la humanidad es un desencadenamiento de contradicciones cuya resolución nos permite alcanzar una etapa superior de pensamiento y reflexión. Por lo tanto, el aprender de nuestras equivocaciones tendría que ser uno de los principios fundamentales del ser humano. Y aun siendo así, en cuanto se da por finalizado un conflicto, olvidamos que debemos enfocar nuestros esfuerzos en corregir/evitar que cometamos de nuevo los errores del pasado.  Pues bien, continuando con lo anterior, es posible que todos ya hayamos llegado a la siguiente conclusión: existen solo dos tipos de personas en el mundo, las que se inclinan por una opción y quienes prefieren ser el bando opositor. Y es, ante lo común de esta situación, que podemos establecer el tipo de contradicción que existe al interior de cualquier idea, pensamiento u opinión. Por ejemplo, si tomamos en cuenta las distintas concepciones que hay en torno al destino, nos encontramos de inmediato con la diferencia abismal entre necesidad y casualidad. Por ende, también somos capaces de establecer una distinción respecto a nuestra propia participación en sus designios, lo cual nos da la opción de ser los artífices o los espectadores del camino. Y así, es posible seguir hasta el infinito. Puesto que, por una parte, es sencillo suponer que el artífice es capaz de arriesgarlo todo a la hora de actuar. Creer que no tendrá miedo de enfrentarse a las equivocaciones, arrepentimientos y lamentaciones que podría llegar a experimentar como consecuencia de su accionar. En cambio, si pensamos en el espectador, suponemos de inmediato que se mantendrá siempre a una distancia prudencial de la vida. Confiamos en que nunca se acercará al fuego lo suficiente como para correr el riesgo de quemarse. Teniendo esto en consideración, es inevitable desear ser los artífices de nuestro destino, incluso cuando la mayoría de nosotros se ha inclinado por la segunda opción casi todos los días. Intenté fijar mi concentración en Sirius una vez más. El pobre ha estado desde la mañana enseñándome nuevas piruetas en la escoba y yo seguía sin poderlas ejecutar como correspondía. Aquello se debía a que, mientras mi vista pretendía captar los movimientos y maniobras que este hacía, mi mente no dejaba de enfocarse en los pensamientos que rondan mi cabeza desde la noche anterior. Después de todo, Sirius era la perfecta personificación de lo que un artífice realiza con su vida, es decir, tomarla entre sus manos y hacer con ella lo que le plazca. —¡James! —¿Qué? —Será mejor que bajemos. —¡No te escucho! Voló hacia mí a toda velocidad. —Te dije que lo dejemos por hoy. —¿Por qué…? Todavía no me enseñas como hacer el giro de… —Es que tengo hambre. —Tú siempre tienes hambre. —¿Y qué con eso? No hay nada de malo en tener un apetito como el mío.   —Cómo que no. —¿Acaso sabes cuántas calorías consume el verse así? —¿Así de idiota o así de egocéntrico? —Ambas. —Supongo que varias. —Así es, por lo que ahora vamos a ir a comer. Y si te sigues tardando, me quedaré con tu porción también. —Eso sí que no. De inmediato, comenzó una persecución, la cual casi terminó con nosotros estampándonos contra la pared del piso superior. Para suerte de Sirius, quien logró cambiar de dirección antes de estrellarse contra la ventana, Roset nos esperaba en la entrada para comentarnos que el almuerzo estaba listo. Aunque no lo parezca, es muy común que las familias de sangre pura cuenten con los servicios de un elfo doméstico. Sin embargo, nosotros nunca hemos sido como las otras familias que esclavizan a los elfos con tal de que realicen por ellos las labores domésticas que no quieren hacer. Muy por el contrario, nosotros la contratamos. En efecto, Roset contaba con todos los beneficios de cualquier otro trabajador del mundo mágico o de Inglaterra. Además, la forma en que llegó hasta nosotros fue honesta y brillante. Fue hace unos cuantos años que ella se presentó en nuestra casa, diciendo que uno de sus antepasados había trabajado para la familia Potter hace siglos. Por lo mismo, nos ofrecía sus servicios, ya que no contaba con algún amo a quien servir. Mis padres la acogieron de inmediato, sin decirle que su verdadera intención era liberarla al momento de realizar un contrato laboral. Aun así, aquello no es lo más importante respecto a nuestra relación con Roset. Lo más destacable es el hecho de que ella nos expresó desde un comienzo bellísimos sentimientos, los cuales nos permitieron considerarla parte de nuestra familia. Luego de almorzar, más bien, después de arrastrar a Sirius lejos de la cocina, nos dirigimos a nuestra habitación a descansar. Habíamos estado volando toda la mañana, por lo que nos merecíamos una tarde completa de procrastinación. En cuanto entramos, nos encontramos con la sorpresa de que las cartas de Hogwarts ya habían llegado, cosa que no solía alegrarnos como a la mayoría. Esto se debe a que, por lo general, recibimos cartas con una extensión superior a la del resto, en las cuales nos pedían mejorar nuestro comportamiento del año anterior. Al parecer, este año no sería la excepción, ya que mi sobre contenía un total de siete hojas en su interior. Las primeras tres, consistían en los materiales que usaríamos, mientras que la cuarta y la quinta, eran las solicitudes para los permisos de Animago y Aparición. Siendo sincero, yo no tenía ni el menor interés en dejar de ser Animago ilegalmente. Por una parte, no quería menospreciar los esfuerzos que tuvimos que realizar para lograr nuestras transformaciones, y por otra, ya contábamos con una defensa más que comprensible en caso de que nos descubrieran en el acto. A fin de cuentas, hicimos lo que hicimos, con la única intención de poder hacerle compañía a Remus en las noches de luna llena. Continúe con las dos hojas restantes. Una de ellas correspondía a la correspondencia de McGonagall y la otra a la de Dumbledore. De inmediato, supuse que se trataban de las típicas cartas que recibía cada año. Sin embargo, esta vez parecía que mi comportamiento no era el motivo de las presentes. Al menos, no completamente. «Estimado Señor Potter: Le informamos que este año, la jefa de la Casa de Gryffindor lo eligió para ser el nuevo Capitán del equipo de Quidditch. Entre sus deberes estará el convocar las pruebas de este año y seleccionar a los jugadores. También entrenar al Equipo y conseguir, en medida de lo posible, la Copa de Quidditch. Entre sus privilegios están el tener a su disposición el campo de Quidditch, el eliminar y/o agregar jugadores según le parezca, también tendrá una rebaja de asistencia académica cuando tenga entrenamientos o partidos. Estos son algunos de sus deberes y privilegios que tendrá al ser el Capitán de la Casa de Gryffindor. Para más detalles, dirigirse a la jefa de su Casa.  PSD: No lo estropeé, Potter. Minerva McGonagall». Sirius se abalanzó sobre mí para abrazarme con efusividad. —¡Felicidades! —Pero ¿cómo...? —McGonagall también me escribió una carta. —¿Y qué decía? —Bueno, que eras el nuevo Capitán del Equipo y que... —se cortó de golpe—. ¡Espera! Te queda otra carta, ¿verdad? —Sí —le mostré la hoja—. ¿Me dirás qué más dijo? —No será necesario. —¿Por qué lo dices? —Léela y lo entenderás. —Como digas. «Querido James: Antes de apropiarme de mi rol de director de Hogwarts, te quiero hacer un par de preguntas que me gustaría que me respondieras en cuanto vuelvas al castillo: ¿Cómo estuvieron las vacaciones?, ¿has jugado Quidditch?, ¿has intentado hablar con Lily? ¿Sirius, en su calidad de huésped, se comporta bien? Ahora, volviendo a mi papel de director, quiero decirte que tengo el honor y el placer de informarte, que fuiste seleccionado por el Cuerpo Docente como el Premio Anual de este año. Es más, tengo la alegría de contarte que tu compañera en aquel nuevo rol a desempeñar a nivel estudiantil será Lily. Espero que sepas aprovechar esta oportunidad, en la cual juro no estar involucrado de ninguna manera, para demostrarle a Lily que puedes ser alguien respetable y querible cuando deseas serlo. Sin nada más que decirte, excepto felicitarte, me despido. Nos vemos muy pronto en Hogwarts. Albus Dumbledore». Mi mejor amigo comenzó a molestarme de inmediato. Entre codazos y risas, nos dedicamos a comentar el milagro escolar en el que me había convertido.  —Con que Capitán y Premio Anual… ¿Cómo se supone que lo hiciste? —Ni la menor idea. —Hay que pensar de qué manera podremos sacarle provecho.  —Con calma, Sirius, debemos regresar a Hogwarts primero. —Vaya, nunca creí que iba a llegar el día en que quisiera que las clases iniciaran. —Ni yo —estuve de acuerdo—. Por cierto, ¿sabías que Lily es el otro Premio Anual? —Sí, la carta también lo decía. Y hablando de ella, ¿me permites dejarte un momento para escribirle y darle mis felicitaciones? —Por supuesto. Aunque no comprendo por qué me preguntas. —Te pido permiso porque eres muy celoso cuando se trata de Lily. ¿O acaso ya olvidaste las escenas que me hacías cuando decidimos intentar ser amigos? —Las recuerdo. Y lo lamento, en serio. Luego de unos extensos diez minutos, los cuales se sintieron como una hora, Sirius volvió a la habitación con una sonrisa maliciosa en su rostro. Él había vuelto trayendo consigo una botella de Whisky de Fuego y un par de vasos.  —Hay que celebrar las noticias. —¿Acaso te pedí explicaciones? —No, supongo que es la costumbre. —Está bien, ¿brindamos? —Brindemos. —¿Haces los honores? —Por supuesto. Brindemos para que este año sea tuyo y de los Merodeadores. —¡Por Merlín que sea así! —Así que, ¡Salud por ti! —¡Y salud por nosotros! Así fue como terminamos bebiendo y riendo el resto de la tarde, recordando con algo de nostalgia nuestros años en Hogwarts. Las primeras bromas y castigos, el descubrimiento de los pasadizos y las excursiones al Bosque Prohibido. También rememoramos cuando nos hicimos Animagos y la primera vez que acompañamos a Remus en sus transformaciones. Y mientras recordábamos los mejores y peores momentos de los Merodeadores, algo me hizo volcar mis pensamientos hacia Evans. Las múltiples formas en que había logrado quemar todas mis posibilidades de estar con ella, estallaron en mi memoria y me hicieron sentir miserable. Me perdí entre mis propios pensamientos y olvidé que me encontraba acompañado. A lo lejos, se podía oír una voz reclamando mi presencia. —¡Hey, James! ¡James! —¿Ugh? —¡Tierra llamando a James! ¿Me oyes? —Sí. En seguida, alzó una ceja en señal de duda. —¿De verdad? —No —me reí—. ¿Qué decías? —Dije que escuché un ruido abajo, ¿serán tus padres? —No lo sé, tendríamos que bajar a ver. En efecto, se trataba de ellos, los cuales acababan de llegar de su trabajo. Ambos se veían cansados, pero alegres de vernos. Los dos nos saludaron con un gran abrazo, para luego dirigirse al salón principal, como era la costumbre antes de cenar.  —¿Cómo les fue en el trabajo?  —Nos fue muy bien, hijo. De hecho, hoy nos dedicamos a entrenar al nuevo miembro. —Un muchacho sorprendente, la verdad —añadió mi padre—. Aunque no tanto como ustedes. —¿Y algún día nos dirán su nombre? —Ya les hemos dicho que lo conocen, y eso es más que suficiente por ahora. —Pero señora, usted ya sabe que soy curioso. No debería… —Mira qué atrevido eres, no trates de embaucar a mi esposa. —Esa no era mi intención, yo… Lo siento, me dejé embargar por la emoción. —Está bien, Sirius, estaba bromeando contigo —cambió de tema—.  Ahora, cuéntenme sobre su día. —Volamos toda la mañana y hablamos el resto de la tarde. —¿En serio? ¿No hicieron nada más? —Claro que no, papá. También comimos y recibimos cartas de Hogwarts. —Por Merlín, espero que no les hayan pedido comportarse mejor este año.  —Todo lo contrario, tía. Nos han felicitado por nuestro excelente desempeño, en especial a su hijo. —¿En verdad? —Sí, mamá. Me han escogido como Premio Anual y Capitán del Equipo de Quidditch. Después de las felicitaciones correspondientes, charlamos un poco más y nos sentamos a cenar. Mientras comíamos, mis padres nos contaron algunos de los problemas a los que se enfrentaba el Ministerio de Magia. Y es que, debido al avance realizado por Voldemort el último mes, obteniendo un mayor número de seguidores y aliados, el Ministerio se iba a quedar sin el apoyo y financiamiento de las familias más influyentes del mundo mágico. Aquello de por sí ya era problema de suma gravedad, pero la realidad es que las cosas no hacían nada más que empeorar. También se estaba barajando la posibilidad de encontrar a más de algún elemento infiltrado en todas las instituciones mágicas, incluyendo Hogwarts. La conversación llegó a su fin, cuando mis padres decidieron que ya era hora de dormir. Ambos ya eran personas de edad, por lo que necesitaban descansar si querían continuar con su agitado ritmo de vida por unos cuantos años más. Así que, como buenos hijos que éramos, nos fuimos a acostar temprano con tal de que ellos pudieran descansar tranquilos. Una vez en nuestra habitación, noté a Sirius demasiado ensimismado. —¿Qué tienes? —Nada.  —Vamos, sé que algo te pasa. —Estaba pensando, eso es todo. —Y en qué, sí se puede saber. —Reflexionaba sobre lo acogido y querido que me siento aquí. —Esta es tu casa, Sirius, somos tu familia. Pude ver en los ojos de mi mejor amigo, que él confiaba en la veracidad de mis palabras.  —Lo sé, James. Es solo que… —No puedes evitar preguntarte si hiciste lo correcto. —Exacto —sonrió cabizbajo—. También pensaba en Regulus. De inmediato, recordé el modo en se ha ido deteriorando su relación con el pasar de los años. Ellos solían ser muy unidos cuando eran niños, el mero hecho de recordar lo distanciados que se encuentran ahora me dolía en lo más profundo del alma. Y como si esto fuera poco, ver los múltiples intentos de Sirius, para lograr recuperar su relación con Regulus fallar, no hacía más que aumentar mi sufrimiento aún más. Si se dieran una oportunidad, estoy convencido de que las cosas entre ambos se podrían solucionar.  —No salió como lo planeaste, ¿verdad? —¿A qué te refieres? —También he estado pensando en Regulus, y creo saber la razón por la que no le dijiste que te irías. —Lo hice para que no me lo impidiera. —Corrección, querías evitar que te siguiera.  —¿Qué te hace suponer algo como eso? —En ese momento, no sabías si podrías encontrar un lugar seguro o si tu familia tomaría represalias por lo que hicieras. Querías protegerlo, hacer lo correcto. —Como sea. —¿Has intentado decirle eso? —¿Qué cosa? —La verdad, no la mentira que nos has dicho a todos.  Su expresión valía más que mil palabras.  —También querías saber hasta dónde sería capaz de llegar sin tenerte vigilando sobre sus hombros, ¿no es así? Hiciste lo que considerabas necesario.  —Regulus no lo entenderá jamás. Además, él ya eligió su sitio y no está conmigo. —Él piensa lo mismo de ti. —Lo sé. —¿Sabes por qué no quiere tus explicaciones? —Porque cree que lo traicioné. —Puede que sí, pero también está lo otro. Regulus es consciente de que no las merece, no cuando eligió seguir a Voldemort. Al menos, no después de todo lo que hiciste para impedirlo.  —Puede que tengas razón. Aun así, debería darme una oportunidad, es mi hermano. —Estoy de acuerdo. Sin embargo, va a haber un punto en que tendrás que admitir que ya es tarde. —Comprendo. Al ver que sus ojos brillaban, decidí que era momento de dejarlo por ahora. Ya tendríamos tiempo para continuar con nuestra conversación.  —Si quieres, podemos seguir con esto mañana. —No será necesario. —¿Seguro? —Sí. Además, nos juntaremos con los muchachos, así que prefiero no arruinar el ambiente. —Está bien. Pero ya sabes que, si necesitas hablar de algo, cuentas conmigo. —Lo sé, duerme tranquilo. —Entonces, ¡Buenas noches, Canuto! —¡Buenas noches, Cornamenta! Nota a pie de página:  * Expresión correspondiente a la lógica de proporciones que se emplea con la ayuda de las tablas de verdad. ** Se conoce como dialéctica a la técnica que intenta descubrir la verdad mediante la confrontación de argumentos contrarios entre sí.
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