ID de la obra: 1300

Lily Evans Y James Potter: El Amor Y La Guerra [1]

Gen
G
Finalizada
1
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312 páginas, 107.354 palabras, 25 capítulos
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TRINCHERAS

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CAPÍTULO 25: TRINCHERAS «¿Cómo alguien puede vivir sin tener algo por lo que morir?». Morir, vivir, resistir. Tres opciones que nos van conduciendo a todos al final. Nadie se salvará. Me desperté agitado otra vez. Las pesadillas habían vuelto a perseguirme hace un par de días. En ellas seguíamos siendo lastimados al intentar detener el avance de Voldemort. Y en ellas siempre perdía lo que más quería, mis amigos, mi amor. Si tan solo pudiera encerrar a todos los que amo en un lugar seguro... Pensé en mi estado mental, el cual se había deteriorado después de lo sucedido con Sirius. Voldemort me vencería en un instante si esto fuera una guerra psicológica, era un hecho. Casi era un alivio que pudiera utilizar mi fuerza bruta contra él, de lo contrario, ya no sabría qué hacer. Intenté volver a dormir, temeroso de ver de nuevo esas imágenes que profetizaban un futuro peor, cuando un golpe en la puerta de nuestro cuarto me paralizó el corazón. Era medianoche, por lo que era extraño que alguien viniera a molestar a esta hora. Por precaución, decidí ponerme mis lentes y tomar mi varita en caso de que nos vinieran a atacar. Al parecer, la muerte me esperaba del otro lado. —¿Quién es? —Soy la Profesora McGonagall, Potter. Bueno, no era la muerte, pero casi. Le abrí la puerta de inmediato. —Profesora, ¿pasó algo? —Por supuesto que pasó algo, por eso estoy aquí. —¿Y en qué puedo ayudarla? —Necesito que despierte a sus amigos y los lleve a la Sala Común. Ha surgido una emergencia, la Orden los necesita. Y sin dar más detalles, ella se marchó. En seguida, desperté a mis compañeros. Al comprender la situación, todos se apresuraron en vestirse y bajar como nos había ordenado McGonagall. Antes de marcharme, le pedí a Peter que cubriera nuestra ausencia en caso de ser necesario. Él dijo que entendía. Cuando me reuní con los demás, las chicas, Fernando y Sam también estaban allí. Algunos más dormidos que otros, pero todos a la espera de algún tipo de explicación. Ninguno de nosotros había esperado tener que ir a una misión de madrugada, por lo que estábamos esperando que tuvieran un buen motivo para no esperar hasta mañana. —Nos acaban de informar que una de las casas de seguridad de la Orden, fue asaltada por un grupo de mortifagos. Es probable que estuvieran buscando algunos nombres y la dirección de otra casa. —Vaya, eso nos pone en una situación problemática —comentó Sam—. ¿Se sabe algo sobre las otras casas? —Casi todas están vacías, así que no encontrarán nada. Aun así, con Dumbledore creemos que no se detendrán hasta dar con la casa principal. —¿Y qué va a pasar si la encuentran? —Es el final del juego, Viola. Tú, yo, ellos, todos nosotros perdemos el juego, nos quedamos sin ninguna oportunidad. —Lamentablemente, Amanda tiene razón. Sería el fin de todos nosotros, el final de toda resistencia. McGonagall se veía realmente preocupada y conmocionada. —Entonces, ¿qué estamos esperando? Sirius estaba listo para la batalla que se avecinaba. Kath también. —Haré que esos malditos se arrepientan de levantarme a esta hora. ¡Ya verán! —Bien. ¿Qué hacemos, Profesora? —Tenemos que esperar a Dumbledore, él les dirá lo que deben hacer. Y Potter, por favor no... Lo entendí. No debía buscar venganza, no todavía. Luego de unos minutos, Dumbledore apareció en la chimenea de la sala común. Él había usado la Red Flu, en lugar de la Aparición, por lo que era probable que se encontrase en una de las casas de seguridad antes de venir. A simple vista, no había señal de que se hubiera visto involucrado en un enfrentamiento, ningún rastro de cansancio, de dolor o de tristeza. Su rostro permanecía sereno y su expresión de sabiduría intacta, lo único que delataba lo sucedido, era la suciedad y la sangre en su túnica, nada más. —Vengo del cuartel principal. Necesitaba habilitar la chimenea para que ustedes puedan llegar hasta allá, sin la necesidad de saber hacia dónde van. —¿Y hacia dónde vamos, Profesor? Quiero decir, ¿cómo es el lugar al que vamos? —Van a la casa solariega de uno de los miembros de la Orden, Gabriel. Está rodeada por un bosque oscuro y espeso. Necesitamos que vaya una gran cantidad de miembros porque es mucho terreno que abarcar. —Una vez que estén allí, se coordinarán con los miembros que los están esperando —continuó McGonagall—. Y como solo están Arthur, Molly y Alastor protegiendo el lugar, nos urge que partan de inmediato. —¿Y ustedes no vendrán con nosotros? —quiso saber Lily. —Ni Minerva ni yo podemos dejar Hogwarts, querida. Tampoco los dos Guardianes del Castillo. Fernando sujetó instintivamente a su hermana. —Yo no voy a permitir que mi hermana se vaya sin mí. Hemos luchado juntos más años de lo que me gustaría admitir como para dejar de hacerlo ahora. —Lo tengo muy en claro, Fernando. Sam se quedará conmigo en caso de que quieran aprovechar la oportunidad para entrar a Hogwarts. Sin tiempo que perder, todos hicimos una fila para utilizar la chimenea uno a la vez. Cuando la llamarada verde me absorbió como a todos los demás, aparecí en lo que parecía una casa de campo antigua, grande y acogedora. No tenía apariencia de ser un centro de operaciones. Después de acordar entre todos ciertas cosas que nos parecían fundamentales, Arthur nos recordó la parte que más me molestaba de las misiones. —Hay que dividirnos, para así poder abarcar un mayor perímetro. —Somos cinco mujeres y siete hombres, que cada mujer escoja a su pareja. Y los dos hombres que queden, serán la pareja restante. —No lo creo, Molly. Yo siempre trabajo solo, y eso lo sabes. Alastor era uno de los Aurores más temidos. Era entendible que no quisiera ser estorbado por unos niños. —Bien, como quieras. —Nos vemos luego, iré a hacer mi ronda de inmediato. —Alastor... Molly era una mujer sensata, no perdió tiempo en debatirle. Lo dejó marcharse sin decirle que estaba dando un mal ejemplo frente a nosotros, aún cuando ganas no le faltaran. Por lo mismo, se dispuso a asignarnos un compañero y nos envió a vigilar los alrededores. Mi compañera designada fue Kath. A ambos nos hubiera gustado estar con Lily y Sirius, respectivamente, pero no se pudo. Al menos, teníamos la tranquilidad de saber que los habían asignado mutuamente. La ronda partió en silencio. No duró demasiado. —Nos quieren cazar, James. —¿Por qué lo dices? —Porque siempre vienen por nosotros. Estoy segura de que no están buscando algo importante esta noche, están buscando a alguien. —Bueno, no creo que seamos tan importantes para ellos. Mentí. Lo más probable era que fueran por mí nuevamente. —En tu casa, en el Callejón Diagon y en Hogsmeade, nosotros fuimos su principal objetivo. Ellos mismos nos lo han dicho y no les hemos querido prestar atención. —En primer lugar, se supone que nosotros no deberíamos estar aquí, Kath. Y, en segundo lugar, su plan no sería cazarnos, sino capturarnos. —¿Y qué conseguirían con eso? —Más tiempo. Necesitan más tiempo, al igual que nosotros. —¿De verdad crees que están buscando algo? —Revisaron mi casa antes de que los Aurores llegaran, supongo que sí. —Pero ¿cómo? ¿los mortifagos que encontraron algo ese día? —No, solo se llevaron a los que les servía, tu prima y Regulus, nada más. —Debiste decírnoslo, James. No creas que... Sea lo que sea que me iba a decir, tendría que esperar a que la batalla terminara. Puesto que, a pesar de las precauciones que habíamos tomado, los mortifagos no tardaron en encontrarnos. Nos dispusimos al combate. Mientras luchaba, me juré a mí mismo que esto no sería como en mis pesadillas. Debía creer que esta vez sí podría salvar lo más importante. Tenía que mantener la esperanza de que mi mejor amiga seguiría con vida. Se lo debía.

*** 

Cuando me alejé de James, para ir a hacer guardia junto a Sirius, sentí que estaba cometiendo un gravísimo error. Una equivocación fatal. Y es que cada vez que nos separábamos en una batalla, lo volvía a encontrar cuando estaban a punto de matarlo. No había que ser un genio para suponer que esta vez no sería la excepción. Quería, más bien, necesitaba estar con James. Supongo que Sirius también pensaba lo mismo de Kath, quien ha tenido el infortunio de lastimarse por culpa de su prima, más veces de las que a cualquiera le gustaría mencionar. Sumergidos en nuestros pensamientos, caminamos por el bosque en silencio, esperando a que el enemigo fuera hacia nosotros. Esto estaba siendo realmente agotador. Ojalá hubiera un modo de acabar con la guerra en poco tiempo. —¿Piensas en James? —Así es. Del mismo modo en que tú piensas en Kath. —Ambos estarán bien. —¿De verdad lo crees? —Los dos están juntos, así que ambos se cuidarán mutuamente, como tú y yo lo hacemos. —¿Confías en mí? —asintió—. Yo también. Saldremos juntos de esto. —Y volveremos con ellos cuando todo acabe, ya lo verás. Un grito de dolor, no muy lejos de donde estábamos, declaró lo contrario. Ellos no estarían bien. Ninguno de nosotros estaría bien, más de alguno de nosotros podría no llegar a salir de allí. Con cuidado de no ser atrapados, comenzamos a caminar hacia el lugar de donde había provenido el grito. Caminábamos tan sigilosos y coordinados, que parecíamos ser una sola persona. No obstante, seguíamos siendo dos personas, y una de ellas, fue lanzada por los aires: Sirius. Él había chocado contra un árbol, antes de caer al suelo y lastimarse aún más. Como iba a necesitar tiempo para recuperarse, me dispuse a pelear contra los mortifagos que tenía en frente. Al final, eran tres mortifagos contra mí y un Sirius lesionado. Una batalla bastante justa, comparada a las otras que hemos tenido. Después de quince minutos, y luego de volar varias veces por los aires, seguíamos manteniendo a los mortifagos lejos del cuartel. Casi parecía que la fortuna nos sonreía este día. Lastima que nunca fuera así. Un cuarto mortifago apareció de la nada, gritando hacía nosotros: ¡Bombarda Máxima! Ambos salimos disparados hacia atrás, siendo golpeados por pedazos de tierra, árboles y piedras. De inmediato, busqué mi varita con mis manos y a Sirius con los ojos. Una vez que los encontré a ambos, me levanté del suelo, sin importar lo herida y golpeada que estaba, y nos defendí a Sirius y a mí. No dejé de lanzar hechizos, hasta que el silencio fue la única respuesta que obtenía. Un gemido de dolor me hizo recordar a Sirius. En seguida, me arrodillé a su lado para ver su estado. —¿Te encuentras bien? —No del todo. No entiendo la manía que tienen de dañarme la espalda. —O la de romperle el brazo a Kath —bromeé—. ¿Puedes levantarte? Intentó levantarse por sí mismo, diciendo un mar de improperios en el proceso. —Lo siento, tendré que aferrarme a ti para hacerlo. Me rindo. —Bien, ¡Afírmate! Puso sus manos detrás de mi nuca, para luego sacarlas de inmediato. —¿Qué pasa? —¡Lily, siéntate! —¿Para qué? Se nos hará más difícil levantarte. —Necesito que te sientes ahora mismo, por favor. ¡Siéntate! Lo obedecí, no era bueno que se alterase en ese estado. —¿Qué tienes? Me estás asustando. La respuesta de Sirius fue bastante gráfica. Sus manos estaban manchadas de sangre. —Estás sangrando, te han roto la cabeza. Por acto reflejo, mis manos se dirigieron hacia mi nuca, donde algo húmedo y caliente, brotaba de un par de cortes en mi cabeza. No parecían ser graves, eran cortes relativamente pequeños y algo superficiales. Pero ¿cuánto tiempo llevaba sangrando? Eso no podía ser nada bueno. No solo me sangraba la cabeza, también tenía otros cortes en el torso y las extremidades. Me había olvidado de mí misma, intentando proteger a Sirius. Un mareo me hizo cabecear, el sueño me vino de golpe. —¡Lily, no te duermas! ¡No puedes dormirte! —Es tu culpa. —Lo siento, debí tener más cuidado. —Idiota, no debiste decírmelo. —Te habrías desmayado en el camino. —Quizás. —Por favor, no te duermas. —Lo haré... Sintiendo la pesadez de mi cuerpo, traté de caer al suelo lo más blando posible. Caí sobre Sirius. Si hubiese podido, también lo habría pateado por haberme dicho lo de mi cabeza. Bien sabido es, que una vez que el cuerpo se da cuenta de la pérdida, se da por vencido rápidamente. Bueno, no tardé mucho en perder el conocimiento. Estúpido Sirius.  

***

Mientras la espera se alargaba, no pude evitar ponerme a jugar con mis poderes para pasar el rato. De algún modo, eso me permitía distraerme y también concentrarme. Además, la sonrisa de Amanda cada vez que lo hacía, era suficiente motivación para continuar haciéndolo a pesar de ser un mal momento. Sus ojos brillaban y su boca se curvaba en una mueca que daba a entender que estaba conteniendo la risa, ya que el viento que levantaba su cabello le hacía cosquillas en el cuello. Me agradaba verla así, sobre todo, después de la pelea que tuvimos. Sentía que habíamos retomado nuestra antigua complicidad, así que seguí molestándola. Ella me daba empujones cuando el aire se hacía más fuerte, haciendo que ambos estuviéramos envueltos en mis poderes. Al final, ella se comenzó a quejar, sin perder la sonrisa de su rostro. —¡Detente! Estás haciendo que me de frío. —¿Y qué? A ti te gusta el frío, desde siempre te ha gustado. —Claro que me gusta, pero me estás haciendo muchas cosquillas. —No me di cuenta —me dio un codazo—. Amargada. —No creo que sea conveniente que me empiece a reír, Fernando, los mortifagos me podrían escuchar a varios metros de distancia. —Bien, dejaré de hacerlo —arreglé su cabello—. Pero te equivocas, ellos no te escucharían a varios metros, sino que a varios kilómetros. Golpeó mi mano para que la quitara, lo había arruinado. —No seas molesto, no es mi culpa tener una risa así de sincera. —Yo no diría que es sincera, es más bien estruendosa y llamativa. Ese hubiese sido un momento ideal para hacerla reír. Sin embargo, lo único estruendoso y llamativo que se escuchó, fue el grito de una mujer a lo lejos, acompañado de la aparición de cuatro sombras encapuchadas. —Miren lo que tenemos aquí, los extranjeros que jugaban a la revolución. —Un juego divertido, según lo que nos enteramos. Aunque perdieron el juego, ¿no? Por eso ahora están aquí. —Lástima que no será por mucho tiempo, pues no podrán escapar de nosotros esta vez. Bien, ya sabíamos que eran dos hombres y una mujer. Podíamos manejarlo. —¿Terminaron? ¿o tenemos que esperar a que nos reciten una declaración de guerra antes de derrotarlos? —¡Muchacha insolente! Actualización, tres hombres y una mujer. Mi hermana se defendió. —Insolente, mal educada, irreverente y con una agilidad sorprendente de patearle el trasero a cualquiera. Probablemente, mi padre le diría que esa no era forma de hablar, para luego felicitarla por no bajar la cabeza ante nadie. El infierno se desató sin tardanza. Dos de ellos, contra cada uno de nosotros. En menos de cinco minutos, cayó uno de ellos. Casi me daban ganas de alardear. No obstante, una mujer que no era mi hermana lanzó un potente hechizo en nuestra dirección. —¡Expulso! En cosa de segundos, tierra, piedras, árboles y Amanda, fueron expulsados hacia atrás. —¡Ay ¡Mierda! ¡Duele! —¡Amanda! —¡Estoy bien! ¡Concéntrate! —No, espérame, ya voy. Comenzó a quitarse los escombros de encima con mayor rapidez. —¡Fernando, cuidado! El golpe contra el suelo fue más fuerte de lo que habría imaginado, considerando que caí boca abajo. A mis espaldas, escuché la lucha continuar. Amanda se había levantado y nos estaba defendiendo a ambos. —¡Expelliarmus! —¡Protego! —¡Reducto! —¡Impedimenta! —¡Desmayus! —¡Reducto! —¡Confringo! Demasiado tarde, Amanda voló por los aires otra vez, llevándose parte del bosque consigo. Afortunadamente, cayó cerca de mí. Consciente de que podía terminar pronto la pelea, la abracé y la cubrí con mi cuerpo, para luego hacer explotar la tierra bajo sus pies. Los tres mortifagos que se mantenían en la pelea, quedaron reducidos bajo los escombros. Como pudimos, nos fuimos de allí, no tardarían en perseguirnos si es que aún seguían vivos.

***

Volé por los aires en cuanto ellos aparecieron. Revisé mi brazo, al menos no me lo quebré colo la otra vez. Aún era muy pronto para reencontrarme con esa lesión que parecía ser una maldición para mí. Me levanté de inmediato, tenía que mantenerme firme y atenta. Sabía que los mortifagos aprovecharían cualquier oportunidad para llevarse a James. Hoy, como nunca, debía darles pelea. Con mi mejor amigo nadie se metía, excepto yo, su novia y mi novio. Esos bastardos me debían responder por varias cosas, así que iba a cobrárselas todas. Analicé la situación, solo nos habían enviado a tres de ellos, nunca habíamos tenido tanta ventaja desde un principio. Iba a contarle a James mi plan, cuando mi estrategia fracasó. —¿Aún sigues con ellos, Kath? Esa voz me hirvió la sangre de rabia. —Tú otra vez. —Así es, no me rendiré hasta que veas el camino correcto. —Pierdes tu tiempo, ya estoy ahí. —¡Avergüenzas a tu familia! —Hasta donde sé, la única vergüenza eres tú. Una risa malvada y cínica se escapó de sus labios. —Pobre ingenua. Casi me llegas a dar lástima. —¿Qué tratas de insinuar? —Olvídalo, tienes razón. Estás en el lugar correcto. —Y siempre estaré con ellos. Se quitó la máscara. Su melena rubia tenía sangre. —Mis respetos, prima, antes de tu funeral. Me di tiempo de mirarla antes de decir algo más. Sus ojos azules, mis propios ojos azules, me devolvieron la mirada de forma fría y distante. Ella no era la Elizabeth que yo conocía, al menos, no era la Elizabeth que yo creía conocer. Desconocía a la persona que tenía frente a mí. Me atacó de nuevo, me defendí otra vez. De un momento a otro, terminé azotando mi espalda contra un gran roble, haciendo que perdiera el aliento ante el golpe. —Has tenido... Más de una oportunidad para acabar conmigo. Y este... No será el día en que lo logres. —¿Y quién dijo que quería acabar contigo? ¿Acaso no has pensado que te he mantenido con vida a propósito? —¿Por qué lo harías? Me sujeté las costillas ante la falta de aire. Debí haberme roto alguna. —Porque aún no es tu tiempo, querida prima. Y porque nos podrías ser útil todavía. Hice el esfuerzo de levantar nuevamente mi varita. —¡Nunca! Prefiero morir antes que servirle a Voldemort. —Bien, como quieras —hizo una mueca—. Morirás como deseas. Recuerdo haber volado por los aires, alrededor de unas siete veces, antes de poder contraatacar, aunque sea una sola vez. Siendo sincera, me sentía como si una manada de centauros me hubiese caminado por encima. De todos modos, continué la lucha, pensando que podría llegar a ser la última. Decidí no rendirme, ella tenía razón, todavía no había llegado mi tiempo. —Espero que puedas perdonarme. —No, cariño, perdóname tú. —Lo dices como si no estuvieras por caerte de lo cansada y herida que estás. —Aún me queda algo de fuerza, la suficiente para derrotarte. —Ya lo veremos. —¡Expelliarmus! —¡Desmayus! —¡Protego! ¡Desmayus! ¡Confringo! Elizabeth quedó inconsciente bajo algunos escombros. Me aseguré de que no se pudiera mover más. —Saluda a los dementores de mi parte, ¡Petrificus Totalus! Sintiéndome renovada por mi victoria, utilicé todas mis fuerzas en buscar a James, con quien había perdido el contacto en cuanto la batalla comenzó. Mis esfuerzos fueron recompensados, ya que lo encontré a unos cuantos metros de donde estaba. Con cuidado, me acerqué protegiéndome del fuego cruzado, esperando el momento indicado para intervenir. Y vaya que necesitaba James de mi intervención, puesto que en cuanto llegué a su lado, un ¡Diffindo! le abrió una herida considerable al costado. Localicé al atacante y le apunté. —¡Desmayus! —¡Kath! ¿Estás bien? —No lo sé. Al menos, me veo mejor que tú. —Bueno, con el frío que hace, algo caliente no me venía mal. —¡Ridículo! —intenté levantarlo—. ¿Puedes? —Creo que no. De hecho, creo que podría desmayarme en cualquier momento. —Más te vale que no. No puedo... ¡Maldito! Supongo que James no escuchó la última parte. Sus ojos se cerraron indicando que había perdido la conciencia, haciendo que su cuerpo cayera con todo su peso sobre mí. Si sobrevivimos, voy a cobrarle mi ayuda con creces. Si bien, podía llevarlo levitando hasta la casa de seguridad, nada aseguraba que pudiera lograrlo en las condiciones en las que me encontraba. No me quedó más opción que confiar en que lo haría.

*** 

Mientras esperábamos la llegada de los mortifagos, en la parte más despejada del bosque, me di el tiempo de admirar el cielo y sus estrellas. Teníamos una vista maravillosa desde allí. Como era de esperarse, mis ojos se perdieron en la imagen clara de luna menguante. Me gustaba cuando se encontraba en esa fase, cuando era media luna nueva y media luna llena. Pues, al igual que todos los licántropos, estaba siendo medio algo, permitiendo sentirme identificado. Ojalá pudiéramos estar en un lugar como ese otra vez, pero bajo otras circunstancias, me agradaba en demasía la idea de acampar algún día. Alguien jalo mi brazo con suavidad. —Remus... —¿Qué? —¡Remus, agáchate! Sin pensarlo, me lancé al suelo, esquivando por muy poco un hechizo. —¡Desmayus! —me defendió Viola. —¡Expulso! —¡Expelliarmus! —siguió Gabriel. —¡Diffindo! —¡Protego! Reaccioné muy tarde. Viola cayó sobre sus rodillas, sosteniendo su brazo derecho. Ante nuestra distracción, los otros dos mortifagos, aprovecharon la oportunidad para atacarnos a Gabriel y a mí. De suerte no chocamos cuando salimos volando por los aires. Sin importar el dolor, me levanté para defender a Viola, quien tardaba en recuperarse debido a la impresión. Supongo que recordó cuando se lastimó en la casa de James. Luego de unos minutos, ella se reincorporó de nuevo a la lucha, emparejando un poco las cifras. Volvíamos a ser tres contra cinco, una desventaja que podíamos sortear si nos disponíamos a dar todo desde el principio. Pasados unos cuantos minutos, nos deshicimos del primero. Un poco después, nos deshicimos del segundo. Entonces Viola, actuando por iniciativa propia, intentó eliminar a los que quedaban con un ¡Bombarda Máxima! Lamentablemente, solo consiguió dejar fuera de combate a uno de ellos. Con Gabriel, fuimos por los otros dos que quedaban. Y en cuanto lo logramos, nos dimos cuenta de que venían más mortifagos por nosotros. Gracias a Merlín, Arthur y Molly llegaron para emparejar la situación. Sin embargo, la situación se volvió insostenible cuando Viola no pudo seguir luchando. Le habían lastimado su brazo dominante, dejándolo sin movimiento. Por más que ella intentó seguir luchando con el otro, los mortifagos lograron ponerle fin a su resistencia al herirle el brazo izquierdo también. De esa manera, la dejaron completamente desarmada. Fue entonces, cuando el famoso y temible Alastor Moody, entró en acción. Si no fuera porque llegó en el momento en que más lo necesitábamos, no hubiésemos podido detener el avance de los mortifagos por más tiempo. —Viola, ¿cómo estás? —le pregunté viendo su estado—. ¿Te duelen mucho las heridas? —Un poco. Aunque siendo sincera, me siento más mareada que adolorida. —Apóyate en mí —le sugirió Gabriel—. Trataré de no tocarte los brazos. —Me siento tan inútil. No debería estar en más misiones. —No digas eso, tuviste mala suerte, nada más. Todos hemos fallado en medio de un combate. Además, se aprovecharon de la situación. —Remus tiene razón, cariño. Tú eres muy buena, incluso para ellos. —Y tú, ¿estás bien? —le preguntó a Gabriel—. No finjas que no te pasó nada. —Mientras tú estés bien, Viola, puedo prescindir por un tiempo de mi pierna. —Vamos, Gabriel, tú también necesitas apoyarte en alguien. Él se había destrozado nuevamente la rodilla, pero Viola parecía importarle más. No tuve más opción que ayudarlo, cargando con su peso y de paso el de Viola. —Gracias, Remus. —Creo que ahora podremos caminar hasta la casa los tres. —Así es. Estoy muy cansado como para llevarlos levitando. Arthur, Molly y Alastor, no podían acompañarnos. Por más que necesitáramos de su ayuda, ellos tenían la obligación de quedarse resguardando a los mortifagos que habíamos capturado. Llegar a la casa de seguridad fue toda una osadía, considerando que uno de nosotros estaba totalmente agotado, otro cojeaba como si no hubiera mañana y la otra estaba a punto de desmayarse en cualquier momento. Fernando y Amanda eran los únicos que se encontraban en ese lugar. Ella estaba recostada en uno de los sillones, siendo atendida por su hermano, quien le limpiaba cada pequeña herida que quedaba a la vista. Al vernos, ambos corrieron en nuestra ayuda. Al poco tiempo, Sirius llegó trayendo consigo a una Lily inconsciente. Entre el golpe de su cabeza y la pérdida de sangre, ella había perdido la conciencia casi sin saber que estaba herida. Por su parte, Sirius tenía una gran lesión en su espalda. De hecho, su piel ya estaba comenzando a ponerse entre negra y morada. Es probable que le quebraran una vértebra o dos. Nos sentamos para poder descansar un poco, sin quitar nuestra mirada de la puerta que permanecía entreabierta. Nos mantuvimos alertas. —¿Vieron a Kath? —quisó saber Sirius. —No, lo siento. —¿Y a James? —insistió. —Tampoco. No vimos a ninguno de nosotros, hasta que llegamos aquí. —¿Y ustedes? —Nos sucedió lo mismo —respondió Fernando—. Traje a Amanda a la casa en cuanto derrotamos a los mortifagos que fueron por nosotros. —Debiste ayudar a los demás. —Lo voy hacer después de curarte, muchachita terca. —Sin pelear —dijo Viola casi sin voz —. Por favor. —Creo que deberíamos ir por ellos, son los únicos que no han vuelto. —Dales un poco de tiempo, Sirius. Si no vuelven en cinco minutos, yo mismo iré a buscarlos. Aquello no fue necesario, en ese preciso momento, ambos entraron por la puerta, permitiendo que nuestros corazones se tranquilizaran. James venía inconsciente. Kath lo había traído levitando, ya que ella no podía con su peso ni tenía las fuerzas suficientes para arrastrarlo hasta aquí. Al ver que todos nos encontrábamos reunidos en el mismo lugar, Kath dejó escapar un suspiro de alivio antes de desmayarse. Ella también se veía notoriamente lastimada, por lo que traer a James debió de representar un esfuerzo que su cuerpo no iba a tolerar por demasiado tiempo. Como era de esperarse, Sirius fue a atender a su novia. Yo levanté a James del suelo para recostarlo junto a Lily. Estando juntos se recuperarían más rápido, estaba seguro.

***

Todo el dolor que pude haber llegado a sentir durante la batalla, se disipó en cuanto vi entrar al amor de mi vida, llevando a mi mejor amigo consigo. Las dos personas que más amaba en el mundo se encontraban bien y estaban conmigo, me podía dar por satisfecho. Esperé a que ella recuperara la conciencia, antes de ofrecerme a hacer una ronda en caso de que volvieran a atacarnos. Fernando y Amanda, quienes habían llegado primero a la casa, ya se habían unido a los mayores para vigilar los alrededores. Remus, por su parte, se encontraba con Viola en la entrada, conversando con un Gabriel que había considerado que el suelo era un buen lugar para cuidar de su rodilla quebrada. —James... Idiota. —¿Kath? —Te voy a matar si nos llegamos a morir por tu culpa. —¡Hey, Kath! ¿Me escuchas? Termina de despertar, por favor. —¿Sirius? —logró abrir los ojos—. ¿Estamos muertos? Le pellizque el brazo. Ella me dio un golpe en la cara. —Lo siento, yo... ¡Mierda! —¿Estás bien? —Estoy algo dolorida y muy cansada. Estuve a punto de desmayarme a unos metros de aquí. —Alcanzaste a llegar, eso es lo importante. —Y James, ¿cómo está? —Sigue inconsciente. No me quiero ni imaginar lo culpable que se va a sentir cuando se despierte, ya sabes como es. —Y los demás, ¿ellos están...? —Vivos y recuperándose —la observé con detención—. ¿Estás segura de que te encuentras bien? —Sí, mira, esta vez no me quebré el brazo izquierdo. —¡Felicidades! Tú próxima meta es no quebrarte nada. —Mira quien lo dice. Se nota que estás igual de adolorido que yo, estoy segura de que te quebraste algo también. De inmediato, comenzamos a calcular quién resultó más lesionado de los dos, solo para recordarle al otro que no había cumplido con su promesa de cuidarse. Luego de un rato, ya un poco más calmados, Kath me confesó algo que la mantenía preocupada y un tanto angustiada. A pesar de que sus ojos la traicionaron en algunos instantes, se notaba que ella no se arrepentía de haber entregado a su prima a la justicia. —¿Y dijo por qué no quería matarte? —Según ella, todavía podía resultarles útil. No se desharán de mí hasta que llegase el momento adecuado. —¿Resultarles útil? ¿Se refería a los mortifagos? —No, genio, a los muggles. Claro que se refería a los mortifagos, tonto. —¿Y por qué diría algo así? —No lo sé. Supongo que lo hizo para asustarme, para que creyera que ellos tienen un interés especial en mí, al igual que lo tienen con James. —Sí, debe ser eso. Solo quieren asustarnos. Extendí mi mano para sujetar la suya. Ella la apretó antes de continuar. —Pero no me asustan sus palabras, Sirius, sé que nunca los ayudaría. Incluso si mi vida estuviera en riesgo, estoy convencida de que me negaría. —¿Y si la vida de alguien más dependiera de aquello? ¿Qué harías entonces? —Lo que sea necesario. Al igual que todos, haría lo necesario. —Los mortifagos también piensan así, Kath. —Nosotros somos diferentes. —Lo único que nos diferencia de ellos, es que nosotros reconocemos los límites entre lo que podemos o no podemos hacer. —Límites que ninguno de nosotros se atrevería a cruzar, ¿verdad? Besé su mano en respuesta, esperando que siempre fuera así. Aun así, Kath tenía razón al decir aquello, ninguno de nosotros se atrevería a cruzar los límites que nuestra consciencia nos imponía. Éramos humanos, demasiado humanos como para enfrentarnos a la oscuridad, sin llevar el fuego de los otros en el corazón. Nuestra humanidad era el límite que nos impedía convertirnos en victimarios, cuando nos dedicábamos a defender a las víctimas de Voldemort y sus secuaces. La humanidad que ardía en nosotros todavía, eran el fuego que nos conducía y protegía a la hora de batallar. No podíamos dudar.

***

Ya estaba por amanecer cuando nos convencimos de que nadie más vendría por nosotros. Aun así, con mi hermano nos empecinamos en mantener la guardia hasta que Lily y James, se recuperaran lo suficiente como para poder volver al castillo. Cuando luchaba por el Frente de Avanzada, nunca me gustó lo relacionado a la vigilancia. Siempre prefería ir adelante, ser parte de la primera línea de combate, participar en las fuerzas de choque. Incluso antes de unirme, solía ser de aquellas personas que se quedaban después de las protestas para hacerle frente a la policía. Después de todo, poseía el espíritu de la resistencia, el alma altamente inflamable, un corazón dispuesto al combate. Mi hermano tenía razón al querer hacerme entender que había llegado la hora de redirigir el fuego. Todavía ardía. —¿Estás bien? —Sí, ¿por...? —Te ves algo perdida, ¿en qué pensabas? —Recordaba nuestro tiempo en el Frente de Avanzada. —¿Sigues pensando en volver? —No, ya no. Comprendí que no podemos hacer nada, excepto permanecer aquí y resistir. —Y vaya que lo sabemos hacer —sonreí—. Por cierto, ¿qué hay entre tú y Gabriel? —¿Por qué tienes que arruinar el momento? —Bien, te preguntaré otro día. —Así me gusta. Acaricié mis brazos, el frío me estaba matando. Fernando se quitó su chaleco y me lo pasó. —Sé que está sucio y con algo de sangre, pero es grueso y te ayudará a soportar el frío. —Pero ¿qué hay de ti? —Un poco de frío no me vendrá mal. Además, olvidas que puedo controlar el ambiente. —Estás generando aire caliente a tu alrededor, ¿no es así? —Me descubriste. —Y yo de bruta pensando que estabas teniendo un gesto lindo conmigo. Y hablando de brutos, él comenzó a reírse de mí. Me crucé de brazos molesta. —¡Vamos, ven aquí! —me negué—. ¡Amanda...! ¡Vamos, ven! —¡No! —No seas terca, abraza a tu hermano. —No lo haré, debiste comenzar diciendo que podías hacer eso. Me abrazó a la fuerza, se sentía realmente cálido. Si no fuese porque habíamos estado peleando por nuestras vidas esa noche, lo hubiera apartado de un solo empujón, por no decirme que había progresado en el control de sus poderes. Y no solo porque tenía frío en ese momento, sino porque había pensado que la explosión que nos permitió terminar con la pelea correspondía a la misma ira que se había apoderado de él en Hogsmeade. Al parecer, sus reacciones estaban siendo más controladas, por lo que sus poderes no se desbordaban como antes. Instintivamente, me hundí más en el abrazo, buscando su cariño más que su calor. Me sentía en casa. —¿Qué haría yo sin ti? —Vivir. Vivir y seguir adelante. —No podría, Amanda, sin ti no lo haría. —Entonces, tendré que esforzarme por mantenerme con vida. Nos separamos, solo para ver como una lágrima caía por su mejilla. —¿Te quedarás a mi lado? —Siempre. —¿Me lo prometes? —asentí—. ¿Hasta vencer...? —¡Hasta vencer! Sonrió. Incluso sabiendo que debía hacer dicho ¡O morir!. —Era justo lo que necesitaba escuchar. —Y era justo lo que tenía que decir. Nos volvimos a unir en un fuerte abrazo. En medio de las guerras en las que nos habíamos visto involucrados, encontramos la manera de construir una trinchera donde nuestro amor se pudiera mantener a resguardo. Nada ni nadie había podido deshacer nuestro lazo. Y así debía de ser para todos los que nos encontrábamos allí, para todos los que habían visto su amor atravesado o interrumpido por las guerras. Y es que el amor, en cualquiera de sus formas y maneras, no conocía ni de condiciones ni de fronteras, ni la misma muerte lo podía limitar. Por lo mismo, ya que estábamos dispuestos a morir desde el día en que habíamos adquirido conciencia, teníamos que asegurarnos de vivir lo suficiente como para hacer de nuestro amor un ser inmortal. Hacer de nuestros sacrificios, el suelo donde la humanidad habrá de construir los cimientos de un nuevo día.
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