***
Mi nueva libertad venía acompañada de cadenas que nadie podía observar. Por una parte, se sentía bien poder recorrer el castillo sin tener que ocultarme o temer que alguien me encontrara. Y por otra, era consciente de que no era bienvenido allí, que estaban esperando que cometiera un error para arremeter contra mí. Después de todo, su constante vigilancia me hacía sentir como un prisionero que podía ir a cualquier lugar, pero solo si me mantenía dentro de los límites establecidos para alguien que no es de aquí. Osea, era entendible que ahora sea parte del escrutinio público, sin embargo, era innecesario que estuvieran tan pendiente de cada paso que daba. Quizás, no debí aceptar el puesto de Guardián de Hogwarts. Mi hermana tomó mi mano para que dejara de ver a los chicos que me hacían gestos desagradables. Supongo que no les gustaba que un joven extranjero, con dudosos estudios mágicos, pudiera darles órdenes como si fuera un profesor de Hogwarts. Al menos, yo no era un idiota que carecia por completo de conocimientos básicos sobre la magia. Siempre le presté atención a Amanda mientras estudiaba, por lo que entendía la mayoría de las cosas a grandes rasgos. Además, los chicos me han estado enseñando lo suficiente como para estar a un nivel similar al de un estudiante de último año. Gracias madre por enseñarme técnicas para el aprendizaje sistemático y avanzado, te debo una grande. Pues bien, si sentirme juzgado fuera el único problema, podría simplemente ignorarlos y seguir adelante. No obstante, ellos además de no estar de acuerdo con mi presencia, también estaban haciendo trabajar a Sam más de lo necesario. Cada vez que ocurría algo, recurrían a él o a los prefectos. De hecho, las pocas veces que he tenido que intervenir, ha sido a petición de Lily y James. Por supuesto, esto me ha hecho sentir inseguro de mi papel en el castillo, sin embargo, no hay nada que no pudiera hacer si eso significaba permanecer junto a Amanda. Demasiadas cosas nos unían como para separarnos a estas alturas de la vida, ya no podíamos. —A veces me pregunto cómo estarán los muchachos del Frente de Avanzada. —Yo también lo hago. Aunque es claro que están luchando todavía. Su rostro se vació de emoción, sus ojos opacos me buscaron con desesperación. —Creo que deberíamos volver. —Amanda, ¿estás bien? —asintió—. No lo parece. —Hemos estado aquí mucho tiempo, Fernando. Ellos nos necesitan. —Puede ser, pero es peligroso, lo sabes. —¿Y desde cuándo eso importa? —Amanda, no vine aquí con la esperanza de volver y verte morir. —Eso no lo decides tú —soltó mi mano—. Además, aquí también corremos peligro, no lo olvides. —Es distinto, allá nuestros enemigos eran magos y muggles por igual, en cambio... —Yo... Perdón. He estado teniendo pesadillas... y siento que los hemos abandonado. —No lo hicimos, hermana, escapamos para salvar nuestras vidas. —¿Y qué? Hicimos un juramento —alzó su puño—. Vencer o morir, ¿recuerdas? —Lo recuerdo bien. —Entonces, ¿qué hacemos aquí? —Cumplir con nuestra promesa, Amanda. Sabes bien que no importa donde estemos, siempre habrá personas que tendremos que defender. —Puede que tengas razón, pero no es suficiente. Podíamos haber hecho algo más, por ellos, por nosotros. Amanda insinuó algo similar cuando descubrimos mis poderes. Ella pensaba que las cosas podrían haber sido diferentes de haberlo sabido antes. No le presté mucha importancia esa vez, pero ahora que lo volvía a decir, comprendía que ella estaba realmente convencida de que yo sería capaz de inclinar la balanza a nuestro favor. Sin embargo, ella estaba equivocada, podría habernos dado una oportunidad, no más. No hay manera en que yo estuviera dispuesto a atacar a los muggles con poderes que ni siquiera lograrían entender. Sería injusto para ellos enfrentarse a un monstruo que ni los magos serían capaces de detener. Mis ideales me lo impedirían, después de todo, preferiría morir antes que ganar así. Amanda también piensa de esa manera, lo sé. No obstante, cada vez que hablamos sobre nuestro país, ella se convertía en un ser rencoroso, violento y vengativo. Y la entendía, yo también quería que los culpables pagarán por toda la sangre que había sido injustamente derramada. Sin embargo, también era consciente de todas las limitaciones con las que tendríamos que lidiar a la hora de hacer justicia con nuestras propias manos. Y en verdad, esa ya no era una posibilidad real para nosotros, mi hermana debía haberlo comprendido hace tiempo. Ya había llegado el momento de redirigir el fuego. —Siempre vamos a creer que las cosas podrían haber sido diferentes. —Tú no me comprendes, Fernando. —¡Ya no podemos volver, Amanda! ¡Entiende! Es hora de que aprendas a vivir con el peso de tus decisiones y... —¿Acaso me estás culpando? —No lo hago, lo haces tú con esa actitud. Ahora deberías enfocarte en tus amigos, en lugar de estar pensando en personas que no sabemos ni siquiera si están vivas o muertas. —Lo dices como si ellos no significaran nada para ti. —¿Nada? —repetí con cierta agonía en mi voz—. ¿Sabes cuántos de ellos murieron a mi lado? ¿A cuántos me arrebataron de mis manos? ¿Cuántos sangraron entre mis brazos sin que yo pudiera evitarlo? —Entonces, por qué insistes tanto en que debemos olvidarlos. ¡Volvamos! —Estoy siendo realista, Amanda, no egoísta. Espero que comprendas la diferencia. —Solo sé que eres un cobarde que tiene miedo de volver y dar la pelea. Por un momento, me vi tentado a abofetearla para que entrara en razón. Ella se estaba comportando así debido al estrés post traumático, no estaba siendo hiriente con sus palabras a propósito. Sin embargo, esta vez no era suficiente justificación. Ambos estábamos aprendido a vivir con recuerdos dolorosos que quisiéramos poder olvidar. Amanda no era la única que estaba sufriendo con esta situación. Al ser la menor, siempre le he permitido salirse con la suya, pero ya me estaba cansando. Era injusto que hablara así de mí, sobre todo, cuando me arriesgue tanto para mantenerla a salvo todos estos años. Ni ella ni mis compañeros podían llamarme cobarde, ni mucho menos traidor. Herido, quise dejar la conservación hasta aquí. —¿A dónde vas? Aún no hemos terminado de hablar. —Yo sí, no tengo ánimos de seguir escuchando como piensas tan mal de mí. —Yo solo quiero que me comprendas. —Ni siquiera te entiendes tú misma, ¿cómo quieres que lo haga yo? Insistes en querer volver, y al mismo tiempo, intentas profundizar los lazos que te atan aquí. —Eso no tiene nada que ver, una cosa no excluye a la otra. —Por supuesto que sí. Así que si quieres cuestionar la lealtad de alguien, deberías partir por la tuya. ¿Acaso no decías que ibas a combatir por ellos? Suspiró. —Y es verdad. Sin embargo, ¿ellos lo harían por mí? —¿Qué quieres decir con eso? —Vamos, si esta guerra no existiera, ¿crees que ellos serían capaces de ir con nosotros a defender nuestro país? ¿piensas que todavía seguiríamos siendo útiles? —Pensé que ya habías solucionado las cosas con Gabriel. —No se trata de él y su opinión sobre volver. Tengo ciertas dudas sobre Sirius, Kath y Lily. No creo que sean capaces de darlo todo en caso de ser necesario. —¿Tienes razones para afirmarlo? —Sus relaciones personales con algunos mortigafos es más que suficiente. —No es tan simple, Amanda. —Vamos, Sirius nunca entregaría a su hermano, y dudo mucho que Kath se vuelva a enfrentar a su prima. Y en cuanto a Lily, estoy convencida de que al final va a pedir clemencia por Snape. —Si lo dices así, cualquiera desconfiaría. Sin embargo, yo no cuestionaría su lealtad, no la de ellos. —Dime ahora lo que sabes —pidió molesta—. Sabía que me estabas ocultando algo. —Necesitaba tiempo. Y por lo que sé, no hay que preocuparnos por ellos. —¿Me dirás quién es el traidor? ¿o tendré que adivinarlo? —Es muy pronto para llamarlo así. Sin embargo, encontré a Peter en un lugar en el que no debería estar y con una actitud sospechosa. —¿En dónde lo viste? —Lo vi en Hogsmeade antes del ataque. —Pero Peter nos dijo que se quedaría en Hogwarts. ¿Estás seguro de que era él? —Muy seguro. De todas formas, no podemos decir nada hasta que sepamos qué hacía él en Hogsmeade esa tarde. Hasta entonces, tendremos que esperar. —Y suplicar que no sea una rata de verdad. La fricción entre nosotros desapareció, cuando Amanda logro calmarse un poco después de ir a la cocina por un té de valeriana. Mientras volvíamos a la Torre, me contó sobre sus pesadillas y cómo le estaban afectando. De algún modo, ella pensaba que su destino era haber muerto ese día que me salvó. Por eso ha estado esquivando a todas las personas, incluso a mí no me veía con mucha frecuencia, excusándose en que debía de estudiar o hacer algún trabajo pendiente. Solo entonces, pude comprender la discusión que habíamos tenido esa tarde. Ella quería volver porque pensaba que debía cumplir su misión. Amanda quería volver para morir y acabar con sus pesadillas.***
Mi relación con Kath estaba yendo por buen camino. Contrario a lo que decía la mayoría de las apuestas, nosotros llevábamos juntos más tiempo de lo que cualquier hubiera esperado. Y cómo no iba a seguir con ella, si cada día que pasaba, sentía que la amaba un poco más. Además, ahora que todos se habían acostumbrado a nuestra relación, podíamos ser una pareja normal y tener mayor privacidad. Aun así, seguíamos viéndonos en lugares apartados, con tal de evitar a los curiosos que seguían chismoseando sobre nosotros. Nuestro refugio actual era mi habitación. Siempre era un lío hacerla subir, pero para eso contaba con mis amigos, quienes nos iban a cubrir en caso de que nos descubrieran con las manos en la masa. McGonagall debió de pensar mejor su idea de poner a Remus y a James en puestos de poder, era claro que tarde o temprano nos terminaríamos aprovechando. Quizás ese fue un regalo de su parte por nuestro último año. Y hablando de regalos... —¿Recuerdas que una vez te hablé de mi tío Alphard? —Sí, mencionaste algo el otro día. —Él murió hace algún tiempo y dejó toda su herencia a mi nombre. —¿En serio? —asentí—. ¿Quieres hacer algo con ella? —Bueno, mi tío siempre me apoyó al enfrentarme a nuestra familia y sus ideales retrógrados. Supongo que me heredó todas sus cosas para que no tuviera que depender de mi familia. —Debió de quererte mucho. —A decir verdad, mi tío Alphard era de los pocos que me querían en mi familia. Ya sabes que los demás son Andrómeda y Dora. Tomó mi mano para reconfortarme. —¿A él también lo borraron del árbol familiar? —Así es, mi madre lo borró en cuanto lo supo. No estaba feliz de saber que tendría algo de los Black, incluso cuando renuncié a la familia. —Y bien, ¿por qué has sacado el tema a colación? ¿has pensado en independizarte al salir de Hogwarts? —De hecho, sí, he estado pensando en comprarme una casa. —Me parece una buena idea. ¿Dónde piensas vivir? —El Valle de Godric me parece un lugar atractivo —busqué sus ojos—. ¿A ti te gustaría vivir allí? —El lugar te tiene que gustar a ti, no a mí. —Bueno, es que yo... Me gustaría saber si... Ya sabes. Kath me observó con comprensión en su rostro y desconcierto en sus ojos. De alguna manera, pudo entender mi propuesta implícita en mi nerviosismo y palabras entrecortadas. Los segundos comenzaron a pasar, y ella no se mostraba dispuesta a darme ninguna clase de respuesta. Era una decisión que no se debía de tomar a la ligera, por lo que le daría todo el tiempo que quisiera, pues se notaba que no sabía que decir ni que hacer. Sin embargo, al sentir que no íbamos a llegar a ninguna parte, opté por besarla. La besé para demostrarle que, sin importar su respuesta, todo estaría bien entre nosotros. —Sirius... —se alejó un poco—. No deberías presionar de ese modo. —Se trata de todo lo contrario, vida mía. Solo quería besarte para hacerte sentir que siempre estaré para ti. —¿De verdad? —Por supuesto que sí. No esperaba que me dieras una respuesta de inmediato, no soy tan idiota. —Entonces, ¿me darás más tiempo? —asentí—. ¿Cuánto más? —Todo el tiempo que necesites. Además, no te he dado todos los detalles. Los chicos también están incluidos en la idea de comprar una casa. —No entiendo. —Con James hablamos sobre irnos a vivir al Valle de Godric desde que me mudé a su casa. Y bueno, como Lily y tú están ahora con nosotros, pensábamos que podíamos vivir juntos los cuatros. —Bueno, eso cambia totalmente las cosas. No creo que a mis padres les hiciera mucha gracia que me fuera a vivir a solas contigo. —Y bien, ¿qué dices? —estaba esperanzado—. ¿Vivirías conmigo y los muchachos? —Dijiste que me darías más tiempo. —Y tú que las cosas eran distintas si los chicos estaban incluidos. —Bien, creo que no tengo más opción que decirte que sí. —¿De verdad? —me besó—. Genial, iré a las cocinas a pedir algunas cosas para celebrar. —¿Y cómo piensas hacerlo? —Ay, se me olvidó mencionarlo. Roset se encuentra trabajando en las cocinas de Hogwarts desde hace una semana. James le pidió a Dumbledore que la trajera. —Vaya, eso explica porque Lily siempre está comiendo golosinas. Como sea, te acompañaré a la cocina, quiero saludarla y ver cómo está. Ella también es importante para mí. Bajamos a la cocina con una sonrisa en nuestros rostros, ni siquiera las miradas extrañadas de los demás estudiantes podían echar a perder nuestro buen humor. Después de todo, saber que seguiría junto a Kath fuera de Hogwarts, me mantenía en una nube de la que nadie me podría hacer bajar. Al llegar a nuestro destino, le pedimos a Kratos, el elfo que siempre nos atendía cuando nos infiltrábamos en la cocina, que fuera a buscar a Roset para poder verla. Y en cuanto la vimos, Kath corrió hasta ella y se arrodilló para abrazarla. Fue entonces, después de mucho tiempo, que volví a sentir esperanza. Esperanza en un futuro. Un futuro para los dos.***
Las cosas se hacían más complicadas con el paso del tiempo. Cada vez me era más difícil mantener esta máscara frente a mis amigos, sostener este engaño en el cual vivo. Ya no sabía distinguir entre la verdad y la mentira, entre ser y parecer. De alguna manera, me había convertido en un enigma incluso para mí. Por lo mismo, me era imposible volver a mirarme en el espejo, sin asquearme de aquel reflejo que me devolvía una sonrisa cínica. Odiaba lo que veía. Y no se trataba de mi expresión o del cansancio que se evidenciaba en mi rostro, sino de lo que se podía vislumbrar en mis ojos. Ellos proyectaban cobardía. Mi cobardía. La cobardía de no decir la verdad y afrontar las consecuencias de mis actos. Ahora, tenía que planear una forma astuta de aumentar mi traición sin ser descubierto. Planificar con precisión, la manera de hacer que la gente que me quería confiara aún más en mí de lo que ya hacía, solo para traicionarlos una vez más sin que ellos lo supieran. Debía encontrar el modo de infiltrarme en la Orden del Fénix. Aquello no era realmente difícil, considerando que sólo debía hablar con los muchachos y con Dumbledore para hacerlo. Ninguno de ellos desconfiaría de mis intenciones. Lo que sí sería difícil de infiltrarme, sería fingir ignorancia al momento de ir y planear las misiones. Era un juego demasiado peligroso para mí, bastaba un simple error para terminar siendo descubierto. Durante las misiones, tendría que fingir constantemente que el hecho de estar en el lugar correcto, a la hora indicada, era solo una casualidad del destino. Tendría que fingir que yo era leal al bando de los buenos, cuando en realidad, mi lealtad estaba condenadamente atada al de los malos. Pensaba justamente en eso, cuando la oportunidad de dar inicio a mi integración a la Orden se presentó. Amanda, con la que no había tenido muchas conversaciones desde que nos conocimos, venía caminando hacia mí por el mismo pasillo. Ella era la más adecuada para mi plan, puesto que no nos conocíamos lo suficiente como para que desconfiara de mí. —¡Amanda! Necesito hablar contigo. —¿Y de qué quieres hablar? —Quiero saber, es decir, me gustaría saber cómo fue que supiste que debías unirte al Frente de Avanzada. —¿Y por qué quieres saberlo? Ella sonaba un tanto a la defensiva. —Porque quiero estar seguro de que tomaré la decisión correcta. —¿Cuál decisión? —Decidí unirme a la Orden y no quiero cometer un error al hacerlo. —Bien, pero antes de decírtelo, ¿te puedo hacer una pregunta? —Por supuesto, puedes preguntarme lo que sea. —Me agrada como suena —su rostro se endureció—. Lo tendré en cuenta para más adelante. —Eh, bueno, ¿qué quieres saber? —Tranquilo, a eso voy. Te voy a poner en una situación y tú deberás responder con completa sinceridad, solamente así sabré cómo orientarte respecto a tus dudas. —Me parece bien, adelante. —Bien, si por alguna razón alguien te diera un arma, para luego poner a una persona desconocida frente a ti y te diera la orden de disparar, ¿a quién le dispararías? —No deberías preguntarme si sería capaz de disparar, ¿o me equivoco? —No, la pregunta es tal cual como la formulé. ¿A quién le dispararías, Peter? —Le dispararía al desconocido. Por la expresión de Amanda, supuse que esa no era la respuesta que esperaba escuchar. De inmediato, volví a pensar en su pregunta, la cual tenía dos tipos de respuestas posibles: Le disparaba al desconocido o me disparaba a mí mismo. Supongo que ella creía que me inclinaría por la segunda. Después de todo, conociendo el pasado de Amanda y su hermano, era esperable que ellos prefirieran el suicidio antes de cometer cualquier clase de injusticia. A veces quisiera ser igual de valiente. De ser así, no estaría involucrado en este tipo de situaciones, sería libre de escoger mi propio camino. —No deberías unirte a la Orden. —¿Lo dices por mi respuesta? —asintió—. ¿Podrías ser más específica? —Querías saber por qué me uní al Frente de Avanzada, ¿verdad? Y bueno, la pregunta que te hice fue la razón de que lo hiciera. —No estoy comprendiendo. —Me uní porque no tolero la idea de vivir en un mundo en el que te hicieran escoger qué hacer con la vida de otra persona. Un mundo donde mi propia vida tuviera más valor que la de los demás. —Entonces, te dispararías a ti misma, ¿no? —De verdad no me estás entendiendo. —¿Como qué no? Te uniste al Frente, también a la Orden, porque piensas que puedes salvar a los demás de su propio destino. —Bien, no estás tan equivocado —parecía frustrada—. Sin embargo, yo no me dispararía. —¿Y a quién le dispararías? —A quien me obligó a disparar. —Pero si te están obligando, ¿no te estarías condenado al no hacerlo? —Al menos, moriría con la conciencia tranquila. Había sido suficiente, su humanidad me hería en lo más profundo. Por lo mismo, me disculpé por no poder seguir hablando y me fui de allí. Sin siquiera saberlo, Amanda supo cómo escupirme en el rostro, todo lo malo que había hecho. Me sentía avergonzado, derrotado, aplastado por el peso de mi conciencia. Sabía muy bien que cada palabra que cruzaba con aquellos a los que me atrevía a seguir llamando mis amigos, significaba el debilitamiento del lazo que todos manteníamos desde nuestra infancia. Había traicionado a todos los valores humanos sin siquiera detenerme a pensarlo. Por ese motivo, corrí a refugiarme en el lugar más alejado y oculto de Hogwarts, para poder llorar tranquilamente. Entonces, lloré por mí. Lloré por mis amigos. Lloré por la humanidad que yo mismo había perdido.