Capítulo 2
16 de octubre de 2025, 10:58
El aire invernal le golpeó el rostro como una cachetada de la realidad en cuanto cruzó la puerta del edificio. El contraste entre el calor sofocante de su apartamento y el frío cortante de las 1:34 a. m. creaba pequeñas nubes de vapor blanco que se disipaban con cada exhalación agitada. Koichi se detuvo un momento en el umbral, leyendo el mensaje que había llegado a su teléfono apenas minutos antes:
"Operación Nocturna - Distrito Industrial 7. Presencia requerida inmediatamente. Código Rojo."
Sus dedos entumecidos se movieron sobre la pantalla mientras respondía: "En camino. 30 minutos."
Guardó el teléfono y observó las calles vacías que se extendían ante él. Podría haber tomado su motocicleta, que estaba estacionada en el garage del edificio, pero un vehículo en medio de una operación urbana nocturna no era más que un estorbo potencial. Su entrenamiento con Aizawa había sido claro: un héroe que depende de herramientas externas es un héroe vulnerable.
Comenzó a correr, sus botas resonando contra el asfalto helado. Sus músculos protestaron inicialmente, había dormido apenas dos horas después de la operación anterior, pero gradualmente encontraron su ritmo. Tokyo de madrugada se convirtió en su campo de entrenamiento: usó las escaleras de emergencia para ganar altura, se balanceó entre balcones usando las vendas especializadas que llevaba siempre consigo, convirtió cada obstáculo urbano en una oportunidad de movimiento fluido.
La luna llena proyectaba sombras largas entre los edificios, creando un paisaje casi cinematográfico que contrastaba con la realidad brutal de lo que lo esperaba. Durante el trayecto, pudo escuchar en la distancia el eco de explosiones y sirenas - otros equipos ya estaban en acción.
Treinta minutos después, jadeando ligeramente pero funcional, llegó a su destino: una bodega abandonada en el distrito industrial que servía como punto de reunión temporal. El exterior era deliberadamente anónimo, paredes de concreto grises, ventanas cubiertas con tablones, un cartel desgastado que decía "fuera de servicio" colgando torcido de la puerta principal.
Miró su reloj: 2:04 a. m. exacto. La puntualidad había sido una lección temprana de Aizawa - en operaciones críticas, cada segundo importaba. Sacó su teléfono y envió un mensaje rápido a Ryōsuke: "Ya llegué, buenas noches." Era una mentira por omisión, no mencionaba que "llegar" significaba el inicio de una operación que podría durar horas.
La respuesta llegó casi inmediatamente: "Cuídate mucho. Te amo."
Koichi se quedó mirando las palabras por un momento, sintiendo el peso familiar de la culpa. Ryōsuke se merecía más transparencia, más honestidad sobre los riesgos que enfrentaba noche tras noche. Pero también se merecía poder dormir sin la ansiedad constante de saber exactamente cuán peligrosa era la vida de su pareja.
Guardó el teléfono y empujó la puerta de la bodega.
El interior era una contradicción estudial de la fachada exterior. Aunque desde afuera parecía una estructura abandonada, el interior había sido convertido en un centro de operaciones temporal: mesas plegables cargadas con mapas y dispositivos de comunicación, pantallas portátiles mostrando feeds de vigilancia, y un grupo de héroes que representaban múltiples generaciones y especialidades.
Sus pasos resonaron contra el suelo de concreto mientras se dirigía hacia el grupo central. El silencio era pesado, cargado de la tensión que precedía a las operaciones de alto riesgo. Reconoció inmediatamente varios rostros: veteranos que habían salido del retiro para esta crisis, estudiantes de último año de U.A. reclutados por la urgencia de la situación, y héroes profesionales con los que había trabajado en misiones anteriores.
Nadie parecía tener energía para conversaciones casuales. La gravedad del momento se reflejaba en cada expresión, en cada movimiento económico y preciso.
— Yamada —lo saludó una voz familiar.
Se giró para ver a Nighteye, un héroe veterano especializado en análisis predictivo cuyo quirk le permitía ver fragmentos del futuro inmediato. Sus ojos, siempre intensos, parecían más cansados de lo usual.
— Nighteye-san —respondió Koichi con una inclinación respetuosa de cabeza—. ¿Cuál es la situación?
— Compleja —respondió el veterano, acercándose a una de las mesas donde se desplegaba un mapa detallado del distrito—. La información confirma presencia enemiga en al menos tres ubicaciones diferentes. Fábricas abandonadas convertidas en bases temporales, con estimaciones de veinte a treinta combatientes por ubicación.
Koichi estudió el mapa, notando las marcas rojas que indicaban actividad enemiga confirmada y las marcas amarillas que mostraban ubicaciones sospechosas.
— ¿Objetivos? —preguntó.
— Neutralización y captura cuando sea posible —respondió Nighteye—. Pero la prioridad es evitar que establezcan bases permanentes en área urbana. Si consolidan estas posiciones, tendrán acceso directo a rutas de suministro y escape que los convertirían en una amenaza a largo plazo.
— ¿Mi rol específico?
— Equipo Alpha, posición avanzada —Nighteye señaló el edificio más grande en el mapa—. Tu quirk se convierte en el elemento de supresión más efectivo que tenemos. Neutralizas habilidades enemigas mientras el resto del equipo ejecuta, captura o neutralización física.
Koichi asintió, aunque sintió el peso familiar de la responsabilidad. Su quirk, Canceling Voice, era devastadoramente efectivo en situaciones de combate grupal, pero también lo convertía en el blanco prioritario de cualquier enemigo inteligente. Eliminar al supresor de quirks era siempre la primera táctica en cualquier manual de combate villano.
— Entendido —dijo simplemente.
La reunión continuó durante quince minutos más, cubriendo rutas de entrada y salida, protocolos de comunicación, y planes de contingencia para múltiples escenarios. Koichi memorizó cada detalle, cada variable, cada posible complicación. Su entrenamiento militar había sido exhaustivo - Aizawa nunca había tolerado la preparación a medias.
— Equipos, movilización en cinco minutos —anunció Nighteye finalmente.
El edificio objetivo era una fábrica textil que había cerrado durante la crisis económica de hace dos años. Cinco pisos de altura, múltiples puntos de acceso, y suficientes espacios internos para ocultar una operación significativa. El equipo Alpha estaba compuesto por ocho héroes: Koichi como supresor, dos especialistas en combate cuerpo a cuerpo, un héroe con quirk de manipulación elemental, dos especialistas en rescate, un héroe de soporte con habilidades de curación básica, y un veterano como líder táctico.
Se acercaron al edificio usando las sombras como cobertura, moviéndose en formación que había sido practicada en cientos de simulaciones. La luna llena era tanto una bendición como una maldición - proporcionaba visibilidad, pero también hacía más difícil mantenerse oculto.
— Contacto visual confirmado —murmuró el líder del equipo en su comunicador—. Tres centinelas en el tejado, movimiento en ventanas del segundo y cuarto piso.
Koichi se concentró, sintiendo cómo su quirk se preparaba para activarse. La sensación era siempre la misma: una tensión que comenzaba en su garganta y se extendía por todo su pecho, como si su cuerpo se estuviera sintonizando con una frecuencia específica.
— En posición —informó, acurrucado detrás de un contenedor de basura que ofrecía cobertura parcial.
— Iniciando en tres... dos... uno... ¡Inicien!
La ventana del primer piso se hizo añicos cuando el especialista elemental lanzó una explosión controlada. Inmediatamente, Koichi activó su quirk.
— ¡MUTE! —gritó, su voz modulada para crear ondas de supresión que se extendieron en un radio de aproximadamente diez metros.
El efecto fue inmediato y dramático. Los villanos que habían comenzado a activar sus quirks se encontraron súbitamente indefensos, sus habilidades neutralizadas por completo. Un enemigo que había estado creando barreras de hielo se quedó mirando sus manos inútilmente, mientras que otro que había comenzado a generar llamas se encontró con puños vacíos.
— ¡Supresión efectiva! ¡Avancen! —gritó el líder del equipo.
Los siguientes minutos fueron un caos controlado. Los héroes se movieron con precisión militar, aprovechando la ventana de oportunidad creada por la supresión de quirks. Koichi mantuvo su posición, modulando continuamente su voz para mantener el efecto de supresión mientras sus compañeros ejecutaban capturas.
Pero los villanos se adaptaron rápidamente. Uno de los centinelas del tejado había quedado fuera del rango de supresión y comenzó a lanzar proyectiles desde arriba, trozos de escombro amplificados por un quirk de fuerza que los convertía en proyectiles letales.
—¡Koichi, muévete! ¡Fuego desde arriba! — gritó uno de sus compañeros.
Se lanzó a un lado justo cuando un trozo de concreto del tamaño de un balón de fútbol se estrelló donde había estado segundos antes. El movimiento interrumpió momentáneamente su quirk, permitiendo que dos villanos en el interior recuperaran sus habilidades por unos segundos críticos.
Uno de ellos tenía un quirk de teletransportación de corta distancia. Apareció directamente detrás de uno de los especialistas en combate cuerpo a cuerpo, preparando un ataque por la espalda.
Sin pensar, Koichi se incorporó parcialmente de su cobertura y dirigió su voz específicamente hacia el teletransportador.
— ¡SILENCE! —gritó, enfocando toda la potencia de su quirk en un rango mucho más pequeño pero con intensidad máxima.
El villano se desplomó inmediatamente, no solo perdiendo su quirk sino también siendo aturdido por la intensidad de la supresión vocal. Sin embargo, el esfuerzo le costó caro a Koichi, sintió un sabor metálico en su boca mientras sus cuerdas vocales protestaban por el uso intensivo.
— ¡Koichi, estado! —gritó el líder del equipo mientras ejecutaba un movimiento de captura perfecto en otro enemigo.
— ¡Funcional! —respondió, aunque su voz sonaba notablemente más ronca—. ¡Supresión al 70%!
La batalla continuó durante otros veinte minutos brutales. Los villanos habían convertido el edificio en una fortaleza improvisada, con barricadas, trampas, y múltiples rutas de escape preparadas. Cada piso requería una táctica diferente, cada habitación presentaba nuevos desafíos.
En el tercer piso, se enfrentaron a un villano cuyo quirk le permitía manipular la gravedad en espacios cerrados. Koichi tuvo que mantener una supresión constante mientras colgaba literalmente del techo, con sus compañeros moviéndose en orientaciones imposibles para ejecutar la captura.
En el cuarto piso, un grupo de tres villanos había establecido lo que esencialmente era un laboratorio de drogas improvisado. El aire estaba cargado de vapores químicos que hacían que la respiración fuera dolorosa. Koichi tuvo que modular su máscara y su quirk para trabajar a través del modo máscara de gas que ya tenía incorporado, alterando completamente su técnica vocal habitual.
Para cuando llegaron al quinto y último piso, Koichi podía sentir sangre real en su garganta. Sus cuerdas vocales estaban severamente tensionadas, y cada vez que activaba su quirk se sentía como tragar vidrio molido.
— ¡Último grupo! ¡Cuatro enemigos confirmados! —informó el especialista en reconocimiento.
— ¿Puedes mantener la supresión por cinco minutos más? —preguntó el líder del equipo, mirando a Koichi con preocupación evidente.
Koichi escupió discretamente en su pañuelo, la saliva salió teñida de rojo, pero aún funcional.
— Afirmativo —murmuró, aunque sabía que esos serían probablemente los cinco minutos más dolorosos de su carrera heroica hasta ahora.
La confrontación final fue intensa pero breve. Los cuatro villanos restantes estaban bien coordinados y habían estado observando las tácticas del equipo durante toda la operación. Sabían exactamente cómo contrarrestar cada movimiento.
Pero no habían contado con la determinación de un joven de diecinueve años que había sido entrenado por Eraserhead para nunca rendirse, sin importar el costo personal.
Koichi mantuvo supresión total durante los cinco minutos más largos de su vida. Su voz se quebró completamente en los últimos treinta segundos, pero continuó modulando sonidos guturales que aún lograban interferir con los quirks enemigos lo suficiente para dar ventaja a sus compañeros.
Cuando el último villano fue esposado y sedado, Koichi se desplomó contra una pared, jadeando y saboreando la sangre en su boca.
— ¡Medico! —gritó inmediatamente el líder del equipo.
— No —murmuró Koichi con voz apenas audible—. Estoy... funcional. Solo necesito... cinco minutos.
Pero sabía que necesitaría mucho más que cinco minutos para recuperarse completamente.
Cuatro horas después del inicio de la operación, los tres edificios objetivos habían sido asegurados. El recuento final fue mejor de lo esperado: veintitrés villanos capturados, cinco neutralizados permanentemente, tres escaparon. Sin bajas heroicas, aunque varios héroes, incluyendo Koichi, requerirían recuperación médica.
El amanecer comenzaba a colorear el cielo de naranja y rosa cuando Koichi finalmente salió del último edificio. Su garganta se había hinchado hasta el punto donde hablar era doloroso, pero había rechazado tratamiento médico inmediato, otros héroes habían sufrido heridas más visibles y necesitaban atención prioritaria. Él podría sobrevivir con las medicinas baratas de la farmacia que llegaba consigo.
Se encontraba de pie en el área de desmovilización, llenando su reporte de misión en una tablet digital, cuando sintió una mano familiar en su hombro.
— Ha pasado mucho tiempo, ¿eh?
La voz era inconfundible, cargada de una calidez que contrastaba con el frío matutino. Koichi se giró lentamente y se encontró con Jihyo Sako, una figura del pasado que materializó como si sus pensamientos la hubieran convocado.
Jihyo tenía veinte años, pero su sonrisa permanente y sus ojos ámbar brillantes le daban un aire de eterna juventud. Su cabello castaño oscuro con reflejos rojizos estaba recogido en una coleta alta deliberadamente desordenada, algunos mechones escapando para enmarcar su rostro. Su traje de héroe también mostraba signos de la batalla reciente: rasguños en la tela sintética, polvo de concreto en los hombros, pero su sonrisa estaba intacta.
— Jihyo —dijo Koichi, su voz saliendo como un graznido ronco que lo hizo hacer una mueca de dolor.—. No sabía que estabas en la operación de esta noche.
— Dios, suenas terrible —observó ella con preocupación genuina—. ¿Cuántas horas estuviste usando tu quirk continuamente?
— Cuatro —respondió él, tocándose la garganta instintivamente.
— Koichi, eso es peligroso incluso para tus estándares —Jihyo frunció el ceño—. Necesitas atención médica.
— Después —murmuró él—. ¿Cómo estuvo tu operación?
— Distrito 12, infiltración y reconocimiento —explicó ella, acercándose con esa confianza característica que siempre había tenido—. Menos dramático que neutralizar quirks enemigos durante cuatro horas seguidas, aparentemente. Escuché por radio que tu equipo arrasó completamente. Muy impresionante, Mute Voice.
El uso de su nombre de héroe lo hizo sonreír a pesar de todo. Jihyo siempre había tenido esa habilidad para hacerlo sentir competente, valorado, incluso en sus peores días de estudiante en la U.A.
— Solo hice mi trabajo —respondió Koichi, aunque el orgullo era evidente a pesar de su voz dañada.
— Mmm, modestia. Muy atractivo —bromeó Jihyo, pero su expresión se volvió más seria—. Aunque te ves terrible. ¿Cuándo fue la última vez que dormiste más de cinco horas?
Era una pregunta que había escuchado demasiado recientemente, pero viniendo de Jihyo se sentía diferente. No cargada de preocupación romántica como cuando Ryōsuke la hacía, sino de la familiaridad de alguien que lo conocía desde antes de que se convirtiera en esta versión adulta y complicada de sí mismo.
— La semana pasada —admitió—. Todo se ha vuelto un ciclo de misiones y recuperación.
Jihyo lo estudió con esos ojos ámbar que siempre habían sido demasiado perceptivos.
— ¿Sabes qué? —dijo después de un momento—. Necesitas recordar que tienes diecinueve años, no noventa.
— A veces se sienten como noventa.
— Exactamente mi punto.
Se quedaron de pie en el área de desmovilización, observando cómo otros héroes terminaban sus reportes y comenzaban a dispersarse. La morgue de la madrugada gradualmente daba paso a la energía del amanecer, aunque ambos se sentían desconectados de cualquier sensación de renovación.
— ¿Tienes prisa por llegar a casa? —preguntó Jihyo, y había algo en su tono que sugería que la pregunta tenía más capas de las obvias.
Koichi consideró la pregunta. Ryōsuke estaría durmiendo, agotado por una noche de preocupación. Kentarō dormiría hasta tarde, como siempre hacía los fines de semana. Su apartamento lo esperaría con la rutina familiar de responsabilidad y estabilidad.
— No necesariamente —respondió, aunque una parte de él sabía que debería haber dicho lo contrario.
— Perfecto —Jihyo sonrió con esa picardía que lo había metido en problemas durante sus días de estudiante—. Porque tengo algo que podría interesarte.
Se inclinó hacia él, lo suficientemente cerca como para que pudiera hablar en voz baja sin forzar su voz dañada. Sus labios casi rozaron su oído cuando susurró:
— Hay una reunión. Héroes jóvenes, algunos veteranos. Gente que entiende que mañana podríamos estar muertos y que hoy necesitamos recordar por qué vale la pena seguir luchando.
Koichi se separó para mirarla directamente, arqueando una ceja con sorpresa que se transformó en curiosidad y luego en duda.
— ¿Una reunión? ¿Ahora? ¿Después de esto?
— Especialmente después de esto —respondió Jihyo con seriedad—. Koichi, la mitad de las personas en estas operaciones podrían no regresar de las próximas. Los que sobrevivimos necesitamos razones para seguir luchando, y a veces esas razones incluyen recordar qué se siente estar vivo.
Sus palabras resonaron con algo profundo en el pecho de Koichi. Durante meses había estado operando en modo de supervivencia: misión tras misión, responsabilidad tras responsabilidad, sin espacio para simplemente existir como un joven de diecinueve años.
— No sé —murmuró, su voz ronca haciendo que cada palabra fuera un esfuerzo—. Tengo responsabilidades. Kentarō, Ryōsuke...
— Van a estar ahí cuando regreses —dijo Jihyo suavemente—. La pregunta es: ¿vas a regresar como la misma persona que se fue, o vas a permitirte un momento de recordar quién eras antes de que el mundo decidiera que tenías que cargar con todo esto?
Era una pregunta peligrosa, cargada de posibilidades que Koichi había estado evitando conscientemente. Pero parado allí, con su garganta destruida y el sabor de la batalla aún en su boca, la perspectiva de una mañana sin expectativas se sentía como oxígeno.
Pasaron unos segundos de silencio mientras procesaba la decisión.
— ¿Dónde? —preguntó finalmente, sabiendo que ya había elegido.
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Caminaron juntos hacia un área más privada del punto de desmovilización mientras Jihyo explicaba los detalles. La "reunión" era en una casa en los suburbios, alquilada temporalmente por un grupo de héroes jóvenes que habían decidido crear un espacio para procesar las realidades de su nueva existencia.
— No es nada oficial —explicó Jihyo mientras se alejaban del bullicio—. Solo gente que necesita estar rodeada de personas que entienden lo que estamos viviendo.
Koichi sacó su teléfono, sus dedos entumecidos moviéndose torpemente sobre la pantalla. Escribió: "Esta noche no vuelvo, asuntos con compañeros."
Sus dedos se quedaron inmóviles sobre la pantalla por varios segundos antes de enviarlo. El remordimiento lo atravesó como una corriente eléctrica. Ryōsuke no se merecía la ambigüedad, especialmente después de haber esperado despierto por noticias de su seguridad durante una operación que había durado toda la noche.
Pero explicar la complejidad emocional de lo que estaba sintiendo requería una conversación que no tenía energía para enfrentar.
La respuesta de Ryōsuke llegó rápidamente: "Está bien. Cuídate mucho. Te amo."
Dos palabras simples que se sintieron como un peso en su pecho. Te amo. Palabras que Ryōsuke decía con la facilidad de alguien que nunca había dudado de sus sentimientos, mientras que Koichi luchaba constantemente con la diferencia entre amar y estar agradecido.
Su teléfono vibró con un mensaje, está vez de Kaede:
"¿Llegaste bien? Vi las noticias sobre el distrito 7. Se veía intenso."
"Todo bien. Nada que este chico no pueda manejar."
respondió.
"Me alegro, idiota. Descansa."
Guardó el teléfono sin responderle a ninguno y siguió a Jihyo hacia una camioneta que había estacionado en una calle lateral.
— ¿Estás seguro de que esto es lo que necesitas ahora? —preguntó Jihyo mientras se instalaban en el vehículo— Puedo llevarte a casa si prefieres.
Koichi se quedó en silencio por un momento, considerando realmente la pregunta. Su cuerpo pedía descanso, su garganta pedía cuidado médico, y su conciencia pedía que regresara a las responsabilidades que había construido. Pero algo más profundo, algo que había estado enterrado bajo meses de disciplina y sacrificio, pedía algo diferente.
— Estoy seguro —murmuró finalmente.
El viaje tomó cuarenta minutos a través de distritos residenciales que gradualmente se volvían más suburbanos. Koichi se quedó dormido durante el trayecto, su cuerpo finalmente sucumbiendo al agotamiento del trabajo. Despertó cuando Jihyo lo sacudió suavemente.
— Llegamos —dijo ella suavemente.
La casa era exactamente lo que esperaba: una construcción de dos pisos típica de los suburbios, lo suficientemente grande para acomodar a mucha gente, lo suficientemente aislada para evitar quejas de vecinos. Había varios autos estacionados en la entrada y luces encendidas en la mayoría de las ventanas.
— ¿Cuánta gente hay? —preguntó Koichi, su voz aún ronca pero ligeramente mejorada después del descanso.
— Vários —respondió Jihyo—. Algunos duermen, otros llegan después de operaciones, otros se van cuando los llaman para nuevas misiones. Es como un refugio temporal para gente que necesita estar rodeada de personas que entienden.
Caminaron hacia la puerta principal, y Jihyo tocó con un patrón específico, tres golpes rápidos, pausa, dos golpes lentos. La puerta se abrió inmediatamente, revelando a un joven que Koichi reconoció vagamente como un héroe especializado en manipulación de agua.
— ¡Jihyo! Y... oh, dios mío, ¿Mute Voice? —el joven se iluminó—. Escuché sobre tu operación de esta noche. Cuatro horas de supresión continua... eso es legendario, hermano.
— Solo hice mi trabajo — respondió Koichi automáticamente, con un guiño coqueto y una pequeña chispa de orgullo.
— Modesto hasta el final —rió Jihyo, empujándolo suavemente hacia el interior—. Vamos, hay gente que te va alegrar ver.
El interior era exactamente lo que esperaba: caótico, cálido, lleno de energía que parecía vibrar en cada superficie. Los sofás habían sido empujados contra las paredes para crear espacio. Algunos héroes estaban desplomados en cojines en el suelo, claramente agotados después de operaciones nocturnas. Otros se apoyaban contra las paredes en conversaciones de baja energía.
La primera cara familiar que vio fue la de Rin Amajiki, quien estaba acurrucada en un sofá con una manta, claramente acabando de despertar. Su cabello celeste estaba desordenado por el sueño, pero sus ojos se iluminaron cuando lo vio.
— ¡Koichi! —exclamó, enderezándose—. No puedo creer que Jihyo te haya convencido de venir.
— Yo tampoco —admitió él con una sonrisa genuina.
Se acercó al sofá y se sentó en el brazo, sintiendo inmediatamente cómo sus músculos tensos comenzaron a relajarse en el ambiente informal.
— ¿Cómo está Kentarō? —preguntó Rin, porque por supuesto que sabía sobre su hijo.
— Bien. Creciendo demasiado rápido —respondió Koichi, su sonrisa volviéndose más suave—. Le encantan los dibujos que le mandas.
— Son terribles, pero él los ama, así que supongo que cumplen su propósito —rió Rin—. ¿Quieres algo de beber? Tenemos café, té, agua... y algunas cosas más fuertes para después.
La mención de "cosas más fuertes" hizo que algo se tensara ligeramente en el pecho de Koichi. Había estado completamente limpio durante meses, parte de su compromiso de ser un mejor padre y pareja.
— Té por ahora —dijo—. Mi garganta necesita algo frío.
Rin desapareció hacia la cocina, y Koichi se encontró observando la habitación. Era extraño estar rodeado de gente de su edad que entendía exactamente lo que había vivido esa noche. No había necesidad de explicaciones, no había preguntas sobre por qué su voz sonaba destruida o por qué tenía rasguños en las manos.
Durante la siguiente hora, más personas llegaron y se fueron. Algunos se dirigían directamente a habitaciones en el segundo piso para dormir, otros se unían a conversaciones casuales sobre tácticas, equipamiento, o simplemente sobre la vida. Era como un refugio temporal del mundo exterior.
Alrededor de las 2:45 PM, la casa había cobrado vida completamente. El ambiente había evolucionado de cansancio post-operacional a algo más parecido a una reunión social. Risas, anécdotas, voces que se superponían creando una sinfonía de juventud que había encontrado formas de procesar trauma.
Fue entonces cuando apareció el alcohol.
— ¿Alguien quiere algo más fuerte que el café? —preguntó un héroe que Koichi no reconocía, sacando varias botellas de algún lugar.
Hubo un coro de respuestas positivas. Rin regresó con una cerveza y se la ofreció a Koichi con una sonrisa.
— Para la garganta —bromeó—. Medicina líquida.
Koichi vaciló. Su disciplina había sido férrea durante meses. Pero mirando alrededor de la habitación, viendo a jóvenes como él que habían arriesgado sus vidas esa noche y que ahora simplemente querían sentirse humanos otra vez, la cerveza se sintió menos como una tentación y más como una conexión.
— Solo una —dijo finalmente, tomando la botella.
El primer sorbo fue frío y reconfortante contra su garganta irritada. El segundo fue más fácil. Para la quinta cerveza, había perdido la cuenta de cuánto tiempo había pasado, la fiesta había alcanzado ese punto álgido donde las inhibiciones se diluyen como azúcar en agua tibia. Los héroes veteranos se mezclaban con los novatos, las conversaciones fluían entre anécdotas de misiones y chistes que solo tenían gracia después del cuarto trago. En ese ambiente de camaradería forzada y alcohol abundante, Koichi Yamada se movía como pez en el agua.
Era como si una máscara perfecta hubiera cubierto toda la oscuridad que cargaba en el pecho. Su sonrisa era brillante, genuina en apariencia, y su risa resonaba por encima de la música cada vez que alguien contaba un chiste malo. Había bailado con al menos tres héroes diferentes, dos chicas que no paraban de reírse de sus comentarios sarcásticos y un chico de cabello verde que se sonrojaba cada vez que Koichi le guiñaba el ojo, había intercambiado bromas con veteranos a los que normalmente ni les dirigía la palabra, y había repartido sonrisas coquetas como si fueran confeti en año nuevo.
— ¡Yamada! — le gritó alguien desde el otro lado de la sala— ¡Ven acá, que este idiota dice que tu papá era más rápido borrando quirks que tú!
Koichi soltó una carcajada y alzó su copa hacia el provocador.
— ¡Mi viejo está retirado, amigo! ¡Ya no tiene que demostrar nada! —respondió con una sonrisa traviesa— Pero si quieres que te haga una demostración...
El grupo estalló en risas y silbidos. Koichi bebió de un trago lo que quedaba en su copa, sintiendo el alcohol quemar su garganta de forma familiar. Era la tercera... ¿o cuarta? Ya había perdido la cuenta, y honestamente, no le importaba. Esta versión de sí mismo, alegre, despreocupada, magnética, era mucho mejor que la que se quedaba despierta por las noches preguntándose si alguna vez sería suficiente para algo.
Fue en medio de esa euforia artificial cuando sus ojos encontraron una figura familiar al otro lado de la habitación. Touma Shimura.
El mundo se detuvo.
No de forma poética o romántica, sino de esa manera brutal en la que tu cuerpo olvida cómo respirar y tu mente se queda en blanco. Touma estaba al otro lado de la sala, apoyado contra una columna, con una copa en la mano y esos ojos celestes que Koichi conocía de memoria. El cabello negro le caía suavemente sobre la frente, y aunque sonreía por algo que le había dicho su acompañante, había algo en su expresión que no había cambiado en todos estos años: esa mezcla de serenidad y tristeza que lo hacía parecer mayor de lo que era.
El tiempo pareció ralentizarse cuando sus miradas se encontraron a través de la habitación. Por un segundo que se sintió como una eternidad, simplemente se miraron, dos jóvenes separados por una habitación llena de gente y años de decisiones complicadas.
Touma sonrió, una sonrisa pequeña, tentativa, pero genuina, y levantó su bebida en un saludo casual. Koichi respondió automáticamente, levantando su propia cerveza en reconocimiento.
Su pulso se había acelerado inmediatamente. Un año y medio. Había pasado un año y medio desde que habían tenido una conversación real, y casi dos desde que habían intercambiado más que saludos educados en los pasillos de U.A.
Pero entonces Koichi vio cómo Touma se giraba hacia el chico que tenía al lado —un tipo rubio con cara de ángel que no podía tener más de dieciocho años— y le decía algo al oído que lo hizo reír. Los celos lo golpearon como un puñetazo en el estómago. Era irracional, estúpido, no tenía derecho a sentir nada parecido después de todos estos años, después de haber construido una vida con Ryōsuke, pero ahí estaba: esa sensación ácida y familiar de ver a Touma con alguien más.
— ¿Vas a quedarte ahí toda la noche mirándolo como un acosador? —preguntó una voz familiar a su lado.
Se giró para encontrar a Jihyo, que había aparecido con su propia bebida y una expresión divertida.
— No estoy mirándolo como un acosador— protestó Koichi.
— Tienes razón —concedió Jihyo—. Los acosadores son más sutiles.
A pesar de todo, Koichi se rió. Era imposible mantenerse melancólico alrededor de Jihyo por mucho tiempo.
— ¿Sabías que iba a estar aquí? —preguntó.
— Tal vez —admitió ella con una sonrisa que no negaba nada—. Tal vez pensé que sería bueno para ambos tener una conversación como adultos funcionales en lugar de seguir evitándose como si fueran ex tóxicos.
— No somos ex tóxicos —protestó Koichi.
— No, son algo peor —dijo Jihyo, tomando un sorbo de su bebida—. Son dos personas que se gustaron y nunca tuvieron un cierre apropiado.
Sus palabras fueron directas y certeras, cortando a través de todas las racionalizaciones que Koichi había construido durante los últimos años. Se quedó en silencio, procesando la verdad incómoda.
— Mira —continuó Jihyo, su tono volviéndose más suave—, no te estoy diciendo que hagas nada dramático. Pero ustedes fueron amigos antes de ser cualquier otra cosa. Tal vez puedan ser amigos de nuevo.
Antes de que pudiera responder, Jihyo le dio una palmadita en el hombro y se alejó entre la multitud, dejándolo solo con sus pensamientos y una sensación extraña en el pecho. Koichi suspiro, viendola desaparecer y luego, sin pensarlo demasiado, comenzó a caminar. Su mente se llenó de pensamientos, pero antes de que pudiera cambiar de opinión, se dirigió hacia las puertas corredizas. Sus pasos se sintieron pesados, como si estuviera caminando a través de agua espesa, pero continuó hasta que estuvo parado en el umbral entre el interior cálido y el patio fresco de la tarde.
— ¿Puedo interrumpir? —preguntó, dirigiéndose tanto a Touma como a su compañero de conversación.
— Por supuesto —respondió el otro joven, levantándose con una sonrisa comprensiva—. Yo ya me iba de todos modos. Touma, seguimos hablando después.
Y entonces se quedaron solos. Bueno, tan solos como se puede estar en una fiesta llena de gente, pero la burbuja de silencio que se formó alrededor de ellos se sintió más íntima que cualquier habitación vacía.
— Hola —dijo Touma, y sonrió de esa forma que había hecho que Koichi perdiera el sueño durante meses cuando eran adolescentes.
— Hola —respondió Koichi, y se dio cuenta de que sonaba como un adolescente nervioso. Se aclaró la garganta y trató de recuperar algo de compostura— Te ves... bien. Te ves muy bien.
Era cierto. Touma había crecido, había llenado esos espacios que lo hacían ver frágil cuando tenía diecisiés años. Ahora, a los diecisiete, casi dieciocho, había una solidez en él, una confianza tranquila que lo hacía aún más atractivo. Koichi se sentó en el escalón junto a Touma, manteniendo una distancia respetable pero consciente de cada centímetro que los separaba.
— Tú también —dijo Touma, y sus ojos recorrieron el rostro de Koichi de una forma que hizo que se le erizara la piel— Escuché sobre tu operación de esta noche —dijo Touma después de un momento de silencio—. Impresionante trabajo.
— Gracias. ¿Tú también estuviste en acción? —pregunto, sus ojos recorriendo lentamente la vestimenta de héroe de Touma.
— Distrito 5, evacuación civil —respondió Touma—. Nada tan drástico como neutralizar quirks, pero necesario.
La conversación comenzó en territorio seguro: clases, misiones recientes, anécdotas de sus antiguos compañeros de clase. Palabras que flotaban entre ellos como globos, ligeras y sin peso, diseñadas para llenar el espacio sin tocar nada importante.
— ¿Te acuerdas de cuando Len quemo toda la cocina de los dormitorios porque quería hacer un pastel para el cumpleaños de Kikyo? —preguntaba Touma, con los ojos brillando de diversión.
— Y luego trató de culparle a Jihyo por "distraerlo con su estúpido baile" —completó Koichi, imitando la voz chillona de su excompañero.
Ambos se rieron, y por un momento fue como si no hubieran pasado años, como si siguieran siendo esos dos chicos que se quedaban despiertos hasta tarde hablando de todo y nada en los jardines de la escuela.
— Y... ¿Cómo está Kentarō? —preguntó Touma, y la pregunta sorprendió a Koichi.
— ¿Conoces sobre Kentarō?
— Los círculos heroicos son pequeños —explicó Touma con una sonrisa—. Y honestamente, me alegra saber que adoptaste. Siempre pensé que serías un gran padre.
La sinceridad en su voz hizo que algo se tensara en el pecho de Koichi.
— ¿En serio?
— En serio. Incluso cuando estábamos en la U.A., tenías esta forma de cuidar a la gente. Recuerdo cómo te preocupabas por Kaede y los demás, o cómo siempre te asegurabas de que los estudiantes más jóvenes se sintieran incluidos durante los entrenamientos.
— Yo no recuerdo ser tan altruista —murmuró Koichi.
— Tal vez porque nunca te diste suficiente crédito —respondió Touma, girándose ligeramente para mirarlo más directamente—. Esa fue siempre tu mayor falla, ¿sabes? Nunca pudiste verte a ti mismo como el resto de nosotros te veíamos.
Las palabras se quedaron suspendidas entre ellos, cargadas de años de conversaciones no tenidas y sentimientos no expresados. Koichi tomó un sorbo largo de su cerveza, usándola como excusa para evitar responder inmediatamente.
— ¿Cómo estás tú? —preguntó finalmente, cambiando el enfoque—. ¿Feliz?
Touma consideró la pregunta por un momento, su mirada perdiéndose en algún punto del jardín mal cuidado.
— La mayoría de los días —respondió honestamente—. Tengo una carrera que me gusta, gente que me importa. No me puedo quejar.
— ¿Gente que te importa? —Koichi no pudo evitar preguntar, aunque inmediatamente se odió por la obviedad de su curiosidad.
— Hirosha —dijo Touma simplemente—. Aunque... es complicado.
— Las relaciones siempre son complicadas —murmuró Koichi, pensando en Ryōsuke esperando en casa.
— Sí, supongo que sí.
Se quedaron en silencio por un momento, cada uno perdido en sus propios pensamientos sobre las relaciones que habían construido después de lo que habían tenido juntos. Era extraño estar sentados tan cerca, después de tanto tiempo, hablando sobre otras personas como si lo que había existido entre ellos fuera solo un capítulo cerrado de sus vidas.
— ¿Te puedo hacer una pregunta? —dijo Touma súbitamente.
— Claro.
— ¿Alguna vez piensas en lo que habría pasado si...?
Se detuvo a mitad de frase, los ojos abriéndose como si recién se diera cuenta de lo que había estado a punto de decir. Se pasó una mano por el cabello y sacudió la cabeza.
— Perdón, olvida que...
— Sí —lo interrumpió Koichi, con una intensidad que lo sorprendió incluso a él mismo— Sí, me lo pregunto. Todo el tiempo.
Touma lo miró, y en esos ojos celestes Koichi vio el reflejo de todos esos "qué pasaría si" que lo habían atormentado durante años. Su corazón se aceleró, y las palabras comenzaron a salir de su boca sin filtro, empujadas por el alcohol y por algo más profundo y desesperado:
— Pienso en ti, Touma. Más de lo que debería, más de lo que está bien. Hay noches en las que no puedo dormir y me quedo ahí, despierto, recordando cómo era tu risa cuando te contaba chistes, o cómo se sentía tu mano en la mía cuando caminábamos por aquellos pasillos. Y sé que no tengo derecho, sé que fui yo el que lo arruinó todo, pero...
Cuando levantó la vista, encontró a Touma mirándolo con una expresión que no podía descifrar.
— Koichi —dijo Touma, con voz suave— Yo también pienso en ti.
Esas cinco palabras fueron como un rayo. Koichi sintió que el suelo se movía bajo sus pies.
—¿Qué?
— Pienso en ti —repitió Touma, un poco más fuerte— Pienso en lo que fuimos, en lo que podríamos haber sido. Pienso en si cometí un error al alejarme, en si debería haber luchado más por lo nuestro.
Ahora fue el turno de Touma de bajar la mirada, y cuando habló, su voz temblaba ligeramente:
— Pero tenía miedo, Koichi. Tenía miedo de no ser suficiente para ti, de que mis problemas familiares te ahuyentaran, de que un día despertaras y te dieras cuenta de que estabas con el hijo de Shigaraki y salieras corriendo.
— Touma, no...
— Y cuando empezaste a... a meterte en problemas, con las drogas y todo eso, pensé que era mi culpa. Que yo te estaba haciendo daño solo por existir en tu vida.
Koichi sintió como si alguien le hubiera clavado un cuchillo en el pecho. Durante todos estos años, había cargado con la culpa de haber perdido a Touma por sus propias decisiones estúpidas, sin saber que él también se había culpado a sí mismo.
— No era tu culpa —dijo, con una firmeza que lo sorprendió— Nunca fue tu culpa, Touma. Yo... yo estaba roto, y en lugar de dejarte ayudarme, preferí ahuyentarte. Pensé que era mejor que me odiaras a que vieras lo patético que era en realidad.
Touma levantó la vista, y sus ojos estaban brillantes también.
— Nunca te odié. Ni un solo día.
— Yo tampoco —susurró Koichi— Te extrañé todos los días.
El mundo alrededor se desvaneció. La música, las voces, las luces de colores; todo se convirtió en un fondo borroso. Solo existían ellos dos, parados frente a frente, con años de palabras no dichas flotando entre ellos como promesas rotas.
Touma se acercó un paso, y luego otro, hasta que estuvo lo suficientemente cerca como para que Koichi pudiera oler su colonia, algo fresco y limpio que le recordaba a la lluvia de primavera.
— ¿Y ahora qué? —preguntó Touma, con voz baja, apenas audible.
Koichi no tenía respuesta. No había pensado más allá de este momento, no había planeado qué pasaría después de la confesión. Pero cuando vio la forma en que Touma lo miraba, como si fuera algo precioso y frágil, sintió que algo se reparaba dentro de su pecho.
— Ahora... —comenzó, y luego sonrió por primera vez en la noche sin forzarlo— Ahora me invitas un trago y me cuentas qué tal te ha ido la vida sin mí arruinándotela.
Touma se río, y el sonido fue como música.
— Trato hecho.