ID de la obra: 1303

Linea Blanca

Slash
NC-17
Finalizada
0
Tamaño:
228 páginas, 129.285 palabras, 25 capítulos
Descripción:
Publicando en otros sitios web:
Prohibido en cualquier forma
Compartir:
0 Me gusta 0 Comentarios 0 Para la colección Descargar

Capítulo 3

Ajustes de texto
Caminaron hacia la barra, pero ninguno de los dos se movió para alejarse del otro. Sus hombros se rozaban cuando caminaban, sus manos se tocaban cuando alcanzaban las copas, y cuando uno reía, el otro lo hacía también, como si fueran ecos de una misma melodía. — ¿Sabes? —dijo Touma después de su segundo trago— Hirosha siempre dice que hablo demasiado de mis compañeros de la U.A. — ¿Ah, sí? —Koichi trató de que su voz sonara casual, pero el nombre de la pareja de Touma le provocó una punzada de algo parecido a los celos. — Especialmente de uno en particular —continuó Touma, y lo miró de reojo— Un rubio problemático que hacía los mejores chistes malos del mundo y que tenía una forma muy particular de quedarse dormido en mitad de las conversaciones importantes. — Suena como un idiota —dijo Koichi, pero estaba sonriendo. — Lo era —acordó Touma— Pero era mi idiota favorito. La palabra "era" quedó suspendida entre ellos como una pregunta sin hacer. Koichi sintió que el alcohol le calentaba las mejillas, o tal vez era la forma en que Touma lo miraba, como si estuviera memorizando cada detalle de su cara. — ¿Bailamos? —preguntó Touma de repente, extendiéndole una mano. — Claro que sí, prepárate para quedar encantado con mis movimientos. —advirtió Koichi, pero tomó su mano de todas formas. — ¿Ah sí? —dijo Touma, tirando de él hacia la pista de baile improvisada— ¿Te acuerdas del baile de graduación de tercer año? Chocaste a tres personas diferentes. — ¡Esas no cuentan! ¡Estaba nervioso! — ¿Nervioso por qué? Koichi lo miró, y por un momento consideró mentir, hacer una broma, cambiar de tema. Pero el alcohol y la proximidad de Touma lo hicieron honesto: — Porque era la primera vez que bailaba contigo. La sonrisa de Touma se suavizó, volviéndose más íntima, más real. — Y yo estaba nervioso porque era la primera vez que bailaba con alguien que me importaba de verdad. Se movieron entre la multitud hasta encontrar un espacio donde cupieran, y entonces Touma puso sus brazos alrededor del cuello de Koichi, mientras él le rodeaba la cintura con las manos. No era realmente baile; era más bien un balanceo lento, dos personas aferrándose la una a la otra en medio del caos. — Esto está mal —murmuró Koichi, pero no se movió ni un centímetro. — Lo sé —respondió Touma, acercándose más hasta que sus frentes casi se tocaban. — Tengo pareja. — Lo sé. — Tú también. — También lo sé. Pero ninguno de los dos se movió. Si acaso, se acercaron más, hasta que Koichi pudo contar cada pestaña de Touma, hasta que pudo ver las pequeñas pecas que tenía alrededor de la nariz y que nunca había notado cuando eran más jóvenes. La música cambió a algo más lento, más sensual, y el movimiento de sus cuerpos se adaptó al ritmo. Touma apoyó la cabeza en el hombro de Koichi, y él cerró los ojos, respirando el aroma familiar de su cabello. Se sintió como si estuviera en casa después de años de estar perdido. — Koichi —murmuró Touma contra su cuello, y su aliento le provocó escalofríos. — ¿Mmm? —No quiero que esta noche termine. Koichi sintió que el corazón se le salía del pecho. Abrió los ojos y se encontró con la mirada de Rin, que observaba desde lejos, con una sonrisa amarga que apenas lograba sostener. Sabía lo que había en juego, lo había visto desde que Touma llegó a la U.A. y cómo sus ojos siempre buscaban inconscientemente a Kiochi. Aquella chispa jamás se había apagado, y ahora, frente a ella, ardía con la fuerza de un incendio, como si supiera exactamente lo que estaba pasando y lo que vendría después. Cuando sus ojos se encontraron, la punzada de la culpa le recordaba que esa felicidad estaba cimentada en la traición. Rin bajó la mirada un instante, como si de esa manera pudiera esconder su incomodidad ante una verdad que no quería aceptar: ninguno de los dos saldría ileso de esa noche. Desde el otro lado de la pista, Jihyo también los observaba, por su parte, estaba recostada contra la pared con los brazos cruzados, una ceja arqueada y un gesto que mezclaba diversión y resignación. Sus ojos seguían cada movimiento, cada roce de manos, cada mirada demasiado larga entre Koichi y Touma. Lo conocía demasiado bien: sabía que Koichi no sonreía así con Ryōsuke, que esa risa ligera y ese brillo en la mirada solo aparecían cuando estaba frente a alguien que realmente amaba. Y aunque quería alegrarse por él, no podía ignorar la sombra que caía sobre la escena. Aquello no era un simple coqueteo: era una bomba de tiempo. Koichi la miró, ella alzó una ceja y negó con la cabeza, aunque no parecía juzgarlo. Más bien parecía... resignada. —Yo tampoco —susurró Koichi, ignorando todas las miradas que le hacían sentir la culpa de sus decisiones.  Siguieron bailando, perdidos el uno en el otro, ajenos al mundo que los rodeaba. Las canciones se sucedían una tras otra, pero ellos parecían atrapados en su propia burbuja de tiempo suspendido. Touma le contaba cosas al oído, anécdotas de sus misiones, chistes sobre sus compañeros de clase, pensamientos random que le pasaban por la cabeza, y Koichi se reía, genuinamente feliz por primera vez en meses. — ¿Sabes qué es lo que más extrañaba de ti? —preguntó Touma en un momento, apartándose lo suficiente para mirarlo a los ojos. — ¿Mi encantadora personalidad? — Tu risa —dijo Touma, serio— La real, no la que usas con todo el mundo. La que solo sale cuando te olvidas de que tienes que actuar. Koichi se sintió desnudo bajo esa mirada que lo conocía demasiado bien. — No actúo —mintió. — Siempre has actuado —dijo Touma, pero no sonaba a reproche— Desde que te conozco. Con todo el mundo, menos conmigo. Al menos, antes era así. — Las cosas cambiaron. — No, tú cambiaste. O decidiste esconderte más profundo. Era doloroso que fuera tan perceptivo, que pudiera ver a través de todas las capas que Koichi había construido a lo largo de los años. Pero también era liberador, como si finalmente hubiera alguien que lo viera realmente. — Es más fácil así —admitió Koichi— Si nadie ve lo que realmente hay, nadie se puede decepcionar. — Yo nunca me decepcioné de ti —dijo Touma, con una intensidad que lo hizo temblar— Ni siquiera cuando estabas en tu peor momento. Lo que me dolía era verte hacerte daño a ti mismo. — Touma... — Sé que piensas que eres una carga, que todo el mundo estaría mejor sin tus problemas, pero te equivocas. Yo era mejor persona cuando estaba contigo. Eras tú el que me hacía querer ser héroe, no por mi apellido o por demostrar algo, sino porque veía cómo cuidabas a los demás incluso cuando no podías cuidarte a ti mismo. Koichi sintió que los ojos se le llenaban de lágrimas, y parpadeó rápido para contenerlas. No podía llorar aquí, no delante de todos. — No digas eso —murmuró. — ¿Por qué no? Es verdad. — Porque me voy a creer que merezco una segunda oportunidad. Touma se acercó más, hasta que sus narices casi se tocaron. — Tal vez la mereces. Fue entonces cuando alguien les ofreció algo más fuerte. Un tipo que Koichi no conocía, con una sonrisa demasiado amplia y ojos demasiado brillantes, se acercó a ellos con un par de pastillas pequeñas y blancas. — ¿Quieren probar algo bueno? —preguntó con voz cómplice— Es suave, solo para relajarse un poco más. Koichi miró las pastillas y sintió que algo se despertaba en su pecho. Era esa sensación familiar, ese impulso que había logrado controlar durante meses pero que nunca desaparecía del todo. La promesa de que todo se sentiría mejor, más intenso, más real. — No, gracias —dijo Touma inmediatamente, poniendo una mano protectora en el brazo de Koichi. Pero Koichi ya había extendido la mano. — Solo una —dijo, tratando de sonar casual— Para relajarme. — ¿Estás loco? ¿Qué pasa con Kentarō? ¿Qué pasa con todo el progreso que has hecho? Koichi lo miró con ojos vidriosos. — Kentarō está con Ryōsuke. Está seguro. Y en cuanto al progreso... —se encogió de hombros—. Tal vez era solo una ilusión. — Koichi, mírame —Touma le tomó el rostro entre las manos—. Esto no eres tú hablando. Es el miedo, es la confusion, pero no eres tú. Por un momento, Koichi vaciló. La calidez de las manos de Touma en su rostro era como un ancla a la realidad, un recordatorio de quien era realmente cuando no estaba huyendo de sí mismo. Pero la tentación era demasiado fuerte. La promesa de escape, de sentirse invencible aunque fuera por unas horas, era devastadora. — Solo esta vez —susurró, zafándose suavemente de las manos de Touma—. Te prometo que solo será esta vez. Antes de que Touma pudiera detenerlo, ya había vertido el contenido en su boca junto a la pastilla. El efecto fue casi inmediato. Una oleada de energía eufórica recorrió su sistema, haciendo que todo pareciera más brillante, más intenso, más posible. Los remordimientos se evaporaron, reemplazados por una confianza artificial pero intoxicante. — Dios —suspiró, apoyándose contra la pared—. Había olvidado lo bien que se siente esto. Touma lo miraba con una mezcla de horror y tristeza. — ¿Cómo puedes hacerte esto a ti mismo? Pero la droga ya estaba haciendo efecto en el sistema de Koichi, y cuando sonrió, fue con esa confianza artificial que había aprendido a odiar en sus días más oscuros. — Porque esta noche no quiero ser Koichi Yamada, el héroe responsable con un hijo y un novio que lo ama. Esta noche quiero ser quien era antes, cuando todo era más simple. —Pero esa persona te estaba destruyendo. — Tal vez —Koichi se encogió de hombros—. Pero al menos sabía quién era. Koichi se alejo, regresando al medio de la sala dónde la gente baila antes de que Touma pudiera responder, dejándolo solo con la devastación de haber visto a alguien que amaba autodestruirse frente a él. Cuando regresaron a la pista de baile, todo había cambiado. Koichi se movía con una energía frenética, como si la música estuviera directamente conectada a sus venas. Sus movimientos eran más fluidos, más atrevidos, y había una intensidad en sus ojos que era a la vez magnética y aterrorizante. Touma lo siguió, dividido entre la preocupación y una fascinación involuntaria. Esta versión de Koichi era peligrosa, impredecible, pero también irresistiblemente carismática. — ¡Baila conmigo! —gritó Koichi, tomándolo de las manos y atrayéndolo hacia el centro de la pista. La música había cambiado a algo más sensual, más lento, y de repente se encontraron muy cerca el uno del otro. Koichi tenía las manos en su cintura, moviéndose con una confianza que quitaba el aliento. — Koichi —comenzó Touma, pero su protesta murió en sus labios cuando se dio cuenta de cómo lo estaba mirando el rubio. Había algo salvaje en esos ojos negros, algo que hablaba de noches sin dormir y decisiones desesperadas, pero también había una vulnerabilidad cruda que lo desarma completamente. — ¿Sabes lo hermoso que eres? —le dijo Koichi al oído, su aliento cálido contra su piel—. ¿Sabes cuántas noches he soñado con tenerte así de cerca otra vez? Touma sintió un escalofrío recorrerle la columna. — Estás drogado —se recordó a sí mismo en voz alta. — Sí —admitió Koichi sin vergüenza—. Pero eso no hace que sea menos cierto. Sus cuerpos se movían en perfecta sincronía, como si hubieran sido creados para bailar juntos. Cada roce era eléctrico, cada mirada una promesa no cumplida. Touma se encontró perdido en la intensidad del momento, en la forma en que Koichi lo miraba como si fuera la única persona en el mundo. — Esto está mal —susurró, pero sus manos se aferraron a los hombros de Koichi. — Todo lo bueno está mal —respondió Koichi, acercándose aún más—. Esa es la maldición de ser adulto. Desde la distancia, Rin los observaba con una expresión preocupada. Había notado el cambio en Koichi, la forma en que sus movimientos se habían vuelto más erráticos, más intensos. Conocía las señales; había visto demasiados héroes jóvenes caer en la trampa de los estimulantes. — Esto no va a terminar bien —murmuró para sí misma, pero no se atrevió a intervenir. Había demasiada historia entre esos dos, demasiadas emociones no resueltas como para que su interferencia sirviera de algo. Cerca de la barra, Jihyo también había notado la transformación. Sus ojos ámbar se entrecerraron con preocupación cuando vio la forma en que Koichi se movía, demasiado fluido, demasiado confiado. — Maldito idiota —susurró, reconociendo inmediatamente las señales. Pero al mismo tiempo, había algo profundamente trágico en la escena. Dos jóvenes perdidos en un momento de conexión genuina, rodeados por las ruinas de sus propias decisiones. En la pista de baile, ajenos a las miradas preocupadas, Koichi y Touma continuaban moviéndose como si el mundo exterior hubiera dejado de existir. La química entre ellos era tan intensa que otros bailarines comenzaron a darles espacio, creando un círculo inconsciente a su alrededor. — ¿Sabes cuál es la parte más cruel de todo esto? —le dijo Koichi al oído, su voz apenas audible sobre la música. — ¿Cuál? —preguntó Touma, perdido en la sensación de tenerlo tan cerca. — Que en el fondo sabemos que esto es temporal. Que mañana volveremos a nuestras vidas, a nuestras responsabilidades, a pretender que esta noche nunca pasó. Touma cerró los ojos, sintiendo el peso de la verdad en esas palabras. — Entonces hagamos que valga la pena —susurró, y fue su turno de sorprender a Koichi con su atrevimiento. Sus cuerpos se pegaron aún más, moviéndose con una sensualidad que bordeaba lo obsceno. Las manos de Touma se deslizaron por la espalda de Koichi, y este último se arqueó hacia él con un suspiro que se perdió en la música. — Dios, Touma —gimió suavemente—. ¿Qué me estás haciendo? — Lo mismo que tú me has estado haciendo durante años —respondió Touma con una honestidad brutal. Se miraron a los ojos, y en ese momento, todo el ruido, toda la música, todas las voces se desvanecieron. Solo existían ellos dos, la tensión eléctrica que chisporroteaba entre sus cuerpos, y una necesidad desesperada que había sido reprimida durante demasiado tiempo. — Touma —la voz de Koichi era un susurro ronco. — ¿Sí? La pregunta que siguió cambió todo: — ¿Puedo besarte? El tiempo se detuvo. Touma lo miró con esos ojos celestes que siempre habían sido su perdición, y Koichi vio en ellos años de dolor, de anhelo, de preguntas sin respuesta. Pero también vio algo más: determinación. — Sí —susurró Touma, su voz temblorosa pero segura. Y entonces, en medio de la pista de baile, rodeados por decenas de personas pero completamente solos en su burbuja de intensidad, sus labios se encontraron. El beso comenzó suave, casi tentativo, como si ambos temieran que el otro fuera a desvanecerse si se movían demasiado rápido. Pero la tensión de años de separación, combinada con el alcohol y la euforia química en el sistema de Koichi, rápidamente transformó la ternura en algo más desesperado. Koichi profundizó el beso, sus manos enredándose en el cabello negro de Touma, atrayéndolo más cerca como si quisiera fusionarse con él. Touma respondió con igual intensidad, años de anhelo reprimido derramándose en ese contacto. Sabían a alcohol y a decisiones peligrosas, a promesas rotas y a segundas oportunidades. Era un beso hambriento, desesperado, el beso de dos personas que habían pasado demasiado tiempo negándose lo que más querían. Cuando finalmente se separaron para respirar, ambos estaban jadeando. Koichi tenía los ojos vidriosos, una mezcla de la droga y la emoción pura, mientras que Touma lo miraba como si acabara de ver un milagro. — Dios —murmuró Touma, tocándose los labios como si no pudiera creer lo que acababa de pasar. — Ha sido... —comenzó Koichi, pero no pudo terminar la frase. — ¿Bueno? —sugirió Touma con una sonrisa temblorosa. — Muy bueno —confirmó Koichi. Se quedaron mirándose, conscientes de que habían cruzado una línea de la que no había vuelta atrás. El peso de lo que acababa de pasar se cernía sobre ellos como una tormenta que se aproxima. — ¿Y ahora? —preguntó Touma. Koichi miró a su alrededor, consciente por primera vez de las miradas curiosas que habían atraído. Algunos rostros mostraban sorpresa, otros desaprobación, y unos pocos, comprensión. — Ahora —dijo, tomando la mano de Touma—. Ahora nos vamos de aquí. — ¿A dónde? — A cualquier lugar donde podamos estar solos. Touma vaciló por un momento, la realidad de lo que estaban a punto de hacer filtrándose a través de la euforia del momento. — Koichi, si hacemos esto... — ¿Qué? ¿Va a complicar las cosas? —Koichi soltó una risa amarga—. Las cosas ya están complicadas, Touma. Ya están jodidas desde hace años. Al menos esta vez, podemos estar jodidos juntos. Había una desesperación en su voz que partía el corazón, una vulnerabilidad cruda que contrastaba con la confianza artificial que la droga le proporcionaba. Touma estudió su rostro durante un momento que se sintió eterno. Vio al joven de diecisiete años que había amado en la U.A., pero también vio al hombre roto que se había convertido, luchando con demonios que no sabía cómo enfrentar. Y en ese momento, tomó una decisión que sabía que cambiaría todo. — Está bien —dijo suavemente— Vamos. . . . Subieron las escaleras hacia el segundo piso con una urgencia que bordeaba la desesperación. Koichi iba adelante, guiando a Touma a través de pasillos débilmente iluminados mientras probaban puertas que encontraban cerradas u ocupadas. — ¿Qué pasa si alguien nos ve? —preguntó Touma, aunque su voz carecía de verdadera preocupación. — Que nos vean —respondió Koichi, su inhibiciones completamente desaparecidas—. Esta noche no me importa nada más que estar contigo. Finalmente encontraron una habitación vacía al final del pasillo. Koichi empujó la puerta y se hizo a un lado para que Touma entrara primero. Era una habitación pequeña pero cómoda, probablemente un cuarto de huéspedes, con una cama doble y ventanas que daban al jardín trasero. Koichi cerró la puerta detrás de ellos, y el sonido del cerrojo cayendo resonó como una campana funeral para cualquier pretensión de que esto fuera inocente. Se quedaron de pie en el centro de la habitación, mirándose con una mezcla de deseo y terror. Sin el ruido de la música y las voces, el silencio se sentía ensordecedor. — ¿Estás seguro? —preguntó Koichi por última vez, su voz ronca. Touma se acercó lentamente, hasta que estuvieron a pocos centímetros de distancia. — He estado seguro desde hace tres años —respondió—. La pregunta es si tú estás seguro. Koichi lo miró durante un momento, y en sus ojos Touma pudo ver la lucha interna, el peso de las responsabilidades y las promesas en conflicto con un deseo que había sido negado durante demasiado tiempo. — No —admitió finalmente—. No estoy seguro de nada. Pero sé que si no hago esto, me voy a arrepentir por el resto de mi vida. Touma sonrió, esa sonrisa suave que siempre había sido la perdición de Koichi. — Entonces no te arrepientas. Y con esas palabras, se acercó y volvió a besarlo. Este beso fue diferente al primero. Menos desesperado, más profundo, cargado con años de palabras no dichas y promesas rotas. Las manos de Koichi se deslizaron por la cintura de Touma, atrayéndolo más cerca, mientras que las de Touma se enredaron en su cabello rubio. Se movían con una sincronía que hablaba de una conexión que iba más allá de lo físico. Cada caricia era una pregunta, cada suspiro una respuesta. Era como si sus cuerpos recordaran cómo encajar juntos, a pesar del tiempo que había pasado. — Te he extrañado tanto —murmuró Koichi contra sus labios—. Cada parte de ti. — Yo también —respondió Touma, sus manos explorando la espalda de Koichi a través de la tela de su camisa—. Pensé que se me pasaría con el tiempo, pero... — ¿Pero? — Pero algunos dolores se vuelven parte de ti. Y extrañarte se volvió parte de quien soy. Las palabras fueron como un puñetazo al pecho para Koichi, que por un momento se separó para mirarlo a los ojos. — Lo siento —susurró—. Siento mucho haber sido tan cobarde. — Ya no importa —Touma le acarició el rostro suavemente—. Lo único que importa es que estamos aquí ahora. Koichi asintió y volvió a besarlo, esta vez con una ternura que contrastaba con la desesperación anterior. Sus manos comenzaron a explorar, redescubriendo territorios que habían sido prohibidos durante demasiado tiempo. La camisa de Touma fue la primera en caer, seguida por la de Koichi. Cada pieza de ropa que se desprendía era como quitar una capa de pretensión, una barrera entre quienes habían sido y quienes eran ahora. — Eres hermoso —murmuró Koichi, sus manos trazando las líneas del pecho de Touma. — Tú también —respondió Touma, aunque había una tristeza en su voz—. Siempre lo has sido. Se movieron hacia la cama como si estuvieran en trance, sus cuerpos en perfecta armonía. Cada beso, cada caricia, cada suspiro era una reconexión, una forma de sanar heridas que habían estado abiertas durante años.
0 Me gusta 0 Comentarios 0 Para la colección Descargar
Comentarios (0)