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–Oh, ha empezado a llover. –comentó Mimí Tachikawa, una joven de unos veintisiete años con pelo castaño claro y largo que tenía pinta de una dulce muñeca. Cuando lo dijo, se le escurrió una lágrima por la mejilla que se apresuró a limpiar. La noticia que le acababa de dar a su novio en aquella cafetería no la hacía nada feliz. Más bien era tan gris como el tiempo en ese momento. –Dijeron en el tiempo que esta noche bajaría la presión atmosférica. –dijo Taichi Yagami. Taichi era un hombre de veintinueve años. Su pelo castaño oscuro era bastante rebelde y vestía un traje gris oscuro con una corbata azul, acorde al código de vestimenta de casi todas las empresas de Tokio. Él no podía ser menos, especialmente siendo el gerente de una gran empresa de informática. –Tú también tienes la tensión baja, así que a lo mejor es por eso que… Pero Mimí negó con la cabeza. –Pero ya habíamos reservado todo para casarnos en tres meses. –dijo Taichi, que todavía no se creía que su novia cancelara la boda. –Lo siento. –se disculpó Mimí. Taichi metió su mano en el bolsillo de su chaqueta y extrajo una cajita con un anillo. –Mira, lo compré ayer. –dijo Taichi intentando convencer a su novia de no cancelar la boda. –Lo siento. –volvió a disculparse Mimí. –¿Se lo has dicho al presidente? Perdón, ¿a tu padre? –preguntó Taichi. Mimí era nada más y nada menos que la hija del presidente de la multinacional para la que trabajaba Taichi. –Todavía no. –dijo Mimí. –Pero lo pasamos bien juntos, ¿no? –Lo siento. –volvió a disculparse Mimí. –Deja de hacer estas bromas. –dijo Taichi al que se le borró la sonrisa y se resistía a creer que su novia cancelara la boda. –Lo siento. –volvió a decir Mimí. –En serio.¿Dónde está la cámara oculta? –preguntó Taichi mirando hacia todas partes buscando la cámara. –Lo siento. –Tiene que ser mentira. –dijo Taichi sin poder creérselo. –¡No me lo creo! –Lo siento. –dijo Mimí, pero inclinando la cabeza esta vez. –No, dime que es mentira, Joe. –dijo Taichi agobiado. –¿Joe? –preguntó Mimí extrañada.***
El móvil de Sora seguía sonando. En cuanto pudo, paró el coche bajo un puente, donde poder contestar a cubierto la insistente llamada sin entorpecer el tráfico. Así, de paso, podría quitar las malditas latas. –¿Diga? –preguntó Sora. –¿Has sido tú quién ha atado todas las latas a mi coche, verdad? ¿Quieres decir que sueñas con que vayamos juntos de luna de miel? Oye, hay una cosa llamada “Ley contra el acoso”, ¿sabes? Eh, di algo. ¿Hola? La persona al otro lado del teléfono la dejó con la palabra en la boca. Entonces, le dio una patada a las latas. Frustrada, volvió a montar en su coche y se encaminó hacia casa con el tintineo de las latas a su paso. Su novio era demasiado persistente.***
La tormenta empeoraba por momentos, pero a pesar de las horas, Yamato Ishida llegó sin contratiempos hasta el garaje subterráneo del bloque de apartamentos de lujo en el que vivía. Antes de que bajara de su todoterreno negro, contestó al móvil cuando le sonó. –¿Quieres yakiniku a estas horas? –preguntó Yamato. Era un hombre atractivo de unos veintiocho años. Tenía el pelo corto, rubio y algo rebelde y unos profundos ojos azules. –Lo siento, pero mañana madrugo. No, aunque lo digas para animarme, siento que al final absorberás toda mi energía. No, no, sólo… La persona que hablaba con Yamato le colgó sin ni siquiera dejarle terminar de excusarse ante la negativa de quedar. Sin más, abrió la puerta para bajarse. En ese mismo momento, Taichi también bajó de su coche en ese mismo garaje. A pocos metros, en otra plaza de garaje, Sora intentaba quitar las molestas latas enganchadas en el coche. Perdiendo la paciencia, volvió a darle otra patada a las latas. Ya bajaría al próximo día con unas tijeras para soltarlas. Parecía que los tres se dirigían hacia el ascensor que los llevaría a sus respectivas plantas. –¡Espere! –gritaron los tres a la vez cuando vieron que las puertas del ascensor se cerraban. En el edificio había muchas plantas y les podría llevar un rato esperar a que subiera y que luego bajara el ascensor. No obstante, tuvieron suerte. Ken Ichijouji, un hombre moreno que rondaba los treinta y seis años estaba dentro del ascensor. Sólo de mirarlo transmitía tranquilidad. Parecía un tipo sereno y sosegado. Pulsó el botón que hizo que las puertas se volvieran abrir, dejando paso a los tres vecinos. Tras hacer una pequeña inclinación con la cabeza a modo de saludo, se situaron cada uno en una esquina del ascensor de paredes granates y un cristal desde el cual se podía ver la inmensa ciudad en cuanto el ascensor comenzara a subir. –¿Qué planta? –preguntó Ken. –A esa. –contestó Yamato, que vio que Ken ya había pulsado la planta veintiocho. –Sí, a esa. –dijo Taichi. –Yo también. –dijo Sora. –Curioso. –dijo Ken, al ver que todos tenían que subir a la misma planta. Mientras el ascensor subía, Taichi se apoyó desde su esquina mirando la ciudad por la cristalera con ganas de querer despertar de la pesadilla que estaba viviendo. –Tiene que ser mentira. –musitó para sí mismo. Entonces, tras un pequeño estruendo, como si el ascensor hubiera pillado un bache, el ascensor se detuvo. –Quizá sea un apagón. –¿En una ciudad como Tokio? – comentó Sora. Entonces, al mirar por la cristalera, vieron como las diferentes manzanas del barrio se fueron quedando sin luz. –No puede ser. Tras un par de segundos a oscuras, se encendieron las luces de emergencia del ascensor. –¡Dime que es mentira, Joe! –exclamó Taichi al confirmar que se habían quedado encerrados. Desde luego, ese no era su día de suerte. –¿Joe? –preguntó Sora, sin saber a qué se refería el castaño. –Con Joe se refiere a “Descalzo Joe”. –explicó Ken mientras intentaba dar con alguien desde su teléfono. –Fue un famoso jugador estadounidense de la liga de béisbol profesional. Fue suspendido tras un escándalo por haber amañado partidos. Cuando saltó el escándalo, un niño que era fan suyo le gritó llorando “Dime que es mentira, Joe”. –Vaya, qué historia más triste. –dijo Sora. –Gracias por el resumen. –dijo Taichi agradeciendo la explicación al moreno. –De nada. –¿Eres fotógrafo? –preguntó Taichi al ver una cámara y agachándose junto a Yamato, que estaba agachado buscando algo de su bolso. –Sí, suspendimos una sesión por culpa de la lluvia. –No hay cobertura. –dijo Ken dándose por vencido con el teléfono y guardándolo en su chaqueta. –Parece que sólo es por aquí. –dijo Sora mirando hacia la ciudad. –Seguramente sea por el trueno de antes. –Se arreglará pronto. –dijo Ken con voz calmada. –Si no, vendrán a sacarnos. –añadió Taichi mirando él también. –Es verdad. –dijo Sora. –¿Eso creéis? –preguntó Yamato muy tranquilo, que se había sentado en el suelo con la espalda en una de las paredes del ascensor, porque presentía que les llevaría un rato salir de allí. –Se dice que Tokio no funciona muy bien en situaciones de emergencia. –Deja de asustarnos en una situación como esta. –le riñó Sora cruzando los brazos. –Seguro que tus fotos son desagradables. –No son desagradables, son eróticas. –se defendió Yamato. –Tengo algunas aquí, ¿queréis echar un vistazo? –Oh. –dijo Taichi cuando vio la portada de la revista que le pasó Yamato. Después la abrió emocionado, pero al ver la mirada inquisitorial de Sora, le devolvió la revista a Yamato. –No, gracias. –¿Por qué no aprovechamos la oportunidad para presentarnos? –sugirió Ken. –Es raro que sólo hayamos coincidido aquí aún viviendo en la misma planta. –Claro, no tenemos nada mejor que hacer. –accedió Sora mientras buscaba tarjetas de presentación. –Y además, está ese crimen de la mujer que fue asesinada por el pervertido de la puerta de al lado. Mejor saber a quién tenemos al lado. –No soy un pervertido. –dijo Taichi sintiéndose aludido y buscando pasando su tarjeta a sus vecinos. –Vaya, trabajas en una tecnológica, muy a la moda. –le dijo Ken a Taichi. –Y gerente con tu edad. Debes de ser muy importante. –Te equivocas. –dijo Taichi. –Taichi Yagami. –leyó Ken. –¿Puedo llamarte Tai? –¿Por qué? –Porque así es más familiar. –argumentó Ken, al que le parecía divertir la situación. Entonces Sora repartió sus tarjetas. –¿Intérprete? –leyó Yamato. –Japonés, inglés, francés y español. Impresionante. –Gracias al trabajo de mi padre he viajado mucho. Eso es todo. –dijo ella restándole importancia. –¿Puedo llamarte Sori? –preguntó Ken. –No. Soy Sora Takenouchi y punto. –Sólo es un apodo. –insistió él. –Ni hablar. No quiero ser tan amiga tuya. –dijo Sora algo cansada. –A mí se me acabaron las tarjetas de presentación. –dijo Yamato empezando a darle la mano a Ken, después a Taichi y por último a Sora. –Soy Yamato Ishida, fotógrafo especializado en mujeres, estrellas, mujeres maduras, transexuales. –¿Y lo dices tan orgulloso? –preguntó Sora mientras le sostenía la mano. –Pues sí. Las mujeres sois paz, ¿lo sabías? Paz y amor. –dijo el rubio, desatando la carcajada de Ken. –¿Puedo llamarte Matt? –preguntó Ken. –Ni hablar. –dijo Yamato. –¿Y tú quién eres? –Es verdad. –dijo Taichi situándose junto a Sora y dejando de frente a Ken. –Es la primera vez que nos vemos y nos cambias el nombre a todos. –Sí, tú eres el más raro de todos. –coincidió Sora. –Quizás es el pervertido. –sugirió Yamato. –No, no. En realidad soy…–dijo mientras buscaba unas tarjetas en el bolsillo interior de su chaqueta. –Tomad. –Clínica mental Ichijouji. –leyó Taichi. –¿Así que eres médico? –Sí, soy psiquiatra. –dijo Ken. –Cuando tengáis algún problema, soy la persona que os puede ayudar. –Ken Ichijouji. –volvió a leer Taichi. –Puedes llamarme Káiser, Kenny, o como quieras. –dijo Ken situándose junto a Taichi mientras sonreía. –No. Te llamaré por tu nombre. –dijo Taichi sin querer entrar en juegos de nombres. –¡Qué pena! –dijo Ken volviendo a su lugar cerca de los comandos del ascensor. Entonces, un rayo que iluminó el ascensor asustó a Sora, empujando a Taichi del susto y tirándolo al suelo al perder el equilibrio. –Lo siento. Me asustan los truenos. –dijo Sora disculpándose. –Lo normal sería abrazarme y no empujarme. –se quejó Taichi desde el suelo. –Las chicas que hacen eso sólo quieren resultar adorables. –dijo Sora defendiéndose. –La mía es una reacción normal. Entonces, Ken se agachó para recoger algo que había caído del bolsillo de Taichi con la caída. –¿Esto es tuyo? –preguntó Ken mostrándole la caja del anillo que no había podido poner en el dedo de Mimí. –Ah, lo siento. –dijo Taichi cogiéndolo apresurado y abriéndolo para cerciorarse de que estaba. Efectivamente, el anillo seguía allí, recordándole que su novia había cancelado la boda. –¿Vas a casarte? –preguntó Ken sonriendo con curiosidad. –Felicidades. –dijo Yamato. –¿Cómo es tu novia?¿Cómo la conociste? –preguntó Sora interesada sonriendo. Pero Taichi no contestaba. –Ah, bueno. Sólo pensaba que en esta situación sería genial escuchar una historia feliz. –Es verdad, queremos oírla. –dijo Ken. –No es especialmente feliz. –dijo Taichi, todavía agachado y esquivando la mirada de los otros tres. –¡Venga, vamos! Está bien que presumas de tu felicidad. –le animó Sora. –¡Ya he dicho que no es feliz! –exclamó Taichi. –Escucha, es normal que te dé un poco de corte, pero sería desconsiderado hacia tu novia. –dijo Sora agachándose a su lado para mirarlo. –Entiendo cómo te sientes. –dijo Yamato. –Se suele decir que el matrimonio es una condena para toda la vida, ¿no? –Odio a los hombres que se consuelan así. –dijo Sora. –¿Ah sí? No me digas. –dijo Yamato, recibiendo una mirada asesina de Sora. –En realidad era feliz hasta esta mañana. –comenzó a contar Taichi. –¿Qué quieres decir? –preguntó Sora. –Quiero decir que de repente tuve que decirle “Dime que es mentira…” –¿Joe? –completó Sora. Taichi asintió con la cabeza triste. –No me digas que ha roto vuestro compromiso. –intervino Ken. –¿No puedes decirlo de otra manera? –se quejó Taichi. –Perdón. –se disculpó Ken. –¿En serio?¿Por qué? –preguntó Sora cual maruja. Incluso Yamato se agachó junto a ellos para no perderse detalle de la desgracia del castaño. –No lo sé. Pero no paraba de disculparse todo el tiempo. –explicó Taichi. –Puede que lo haya hecho para no caer en la rutina matrimonial. –dijo Ken. –¡Ni si quiera estamos casados! –exclamó Taichi. –Debe de haber otro tío. –dijo Yamato. –Mimí no es de ese tipo de chicas. Ella es seria. –la defendió Taichi. –No sabes nada sobre chicas. –dijo Yamato dándole un toque a Sora antes de levantarse y volver a apoyarse en la pared. –¿Verdad? –¿Y a mí qué me dices? –se quejó Sora, que también se levantó para apoyarse. –Si es una chica seria, quizá lo haya pensado mucho antes de decírtelo. –Si lo ha pensado tanto, me gustaría saber qué parte de mí es la que ya no le gusta. –dijo Taichi abatido. –Eres guapo, bueno en tu trabajo y tienes buenos ingresos, ya que vives en la última planta como nosotros y no cualquiera puede alquilar un apartamento en un edificio de lujo como este. –dijo Ken incorporándose y colocándose entre Sora y Yamato. –Y puede ser un pervertido. –añadió Yamato. –Puede… –empezó a decir Sora, pero su teoría se vio interrumpida cuando Taichi se incorporó y empezó a hablar. –Soy tan normal que me da hasta vergüenza. –Entonces debe de ser tu falta de personalidad. –dijo Sora sonriendo. –Cuando se trata del matrimonio, el aspecto no es lo único que importa. –Eres una borde. –dijo Taichi. –Estamos intentando ayudarte. –se defendió Sora. –A mí me parece que sólo os lo estáis pasando bien a mi costa. –discrepó Taichi. –A lo mejor a ella no le gusta tu personalidad desconfiada. –volvió a especular Sora. –¡Oye! –le gritó Taichi. –¡¿Qué?! –le respondió Sora. –Tai, Sori, calmaos. –dijo Ken intentando mediar entre los dos como si fuera a separar a dos personas que en cualquier momento pueden comenzar a atizarse. –¡¿Puedes dejar de llamarnos así?! –se quejó Taichi. –¿No puedo llamaros así? –¡No! –dijeron a coro. –Por cierto, ¿qué hay de ti, doctor? –preguntó Yamato, manteniéndose al margen del rifirrafe que habían tenido. –¿Estás casado? –No, todavía estoy soltero. –dijo Ken dirigiéndose hacia la esquina de los botones del ascensor. –Pensaba que ser médico daba popularidad. –dijo Sora. –¿Y tú qué? –preguntó Yamato a Sora. –No hablemos de mí. –dijo Sora. –Guapa, con estilo e inteligente. Debes de ser muy popular entre los hombres. –dijo Ken de forma analítica. –Sí, pero últimamente no me va muy bien. –reconoció Sora con la boca pequeña. –Será por tu falta de personalidad. –contraatacó Taichi vengándose por las suposiciones de Sora. –¡Qué pesado! –se quejó Sora. –¡Puede haber otra razón! –¡Lo mismo digo! –No soy tan persistente como tú. Si algo no va bien, lo dejo inmediatamente. –dijo ella. –Yo haría lo mismo si no estuviese prometido. –reconoció Taichi. –Además, también están involucrados nuestros padres, el lugar de la ceremonia… y este anillo. –Sin embargo, ahora sabes que a ninguno nos va bien, ¿no? –intervino Ken. –¿Estás intentando animarme? –preguntó Taichi. –En las terapias crear armonía y simpatía con el paciente es el primer paso. –dijo Ken dándole una palmada en el hombro. –Yo no estoy enfermo. –dijo Taichi. –No te atormentes más. Sus sentimientos hacia ti se han ido, eso es todo. –dijo Yamato. –Es muy fácil decirlo porque no es tu problema. –dijo Taichi. –Pero, ¿por qué? –preguntó Sora con la mirada perdida en la oscuridad ciudad. –¿Por qué olvidamos o perdemos los sentimientos que tenemos hacia alguien? –¿Me estás pidiendo una explicación psicológica? –preguntó Ken. –No, pero, cuando quieres a alguien, todo es emocionante, y cuando rompes, te olvidas de él. –dijo Sora. –Les pasa incluso a las parejas casadas. –Los humanos somos así. –dijo Yamato. –¿De verdad crees que el amor entre un hombre y una mujer puede ser lo más importante? Nos conocemos, nos ponemos cachondos, y entonces nos cansamos el uno del otro. Eso es todo. –No estoy de acuerdo. –intervino Taichi. –Hay muchos matrimonios que son felices. –Yo pienso igual que Taichi. –dijo Ken. –Para. No quiero escuchar la opinión de un especialista. –dijo Yamato. –Posiblemente, la compatibilidad es más importante que el amor. –dijo Ken haciendo caso omiso a Yamato. –¿La compatibilidad más importante que el amor? –preguntó Taichi. –Sí, el amor cambia fácilmente. Para conservarlo, hace falta la compatibilidad entre dos personas. No es sólo tener la misma escala de valores y ese tipo de cosas que pensamos de manera racional. –Además de una buena compatibilidad física. –añadió Yamato. –Hay una dama presente. –dijo Ken como avisando. Pero la dama estaba preocupada con otra cosa. Estaba cara la pared encogiéndose hasta que se agachó un poco apurada. –¿Qué te pasa? –preguntó Taichi. –Nada. –dijo ella intentando restar importancia. –Ahora que lo dices, estás un poco pálida. –dijo el médico agachándose junto a ella. –¿De verdad? –preguntó con una sonrisa nerviosa. –A lo mejor es que estás embarazada. –dijo Taichi. –¡¿Eres idiota?! –exclamó Sora. –Sólo estoy preocupado por ti. –A mí me parece que te estás cachondeando. –le recriminó la intérprete. –Parece que vamos a estar encerrados un buen rato. Rodeada de tres hombres extraños en este espacio reducido. –dijo Yamato serio pero cachondeándose. –¿Te duele el estómago? –preguntó el doctor. –O quizás hayas cogido frío. –No es nada de eso. –dijo Sora. –¡Ya sé!¡Quieres mear! –dijo Taichi. –¡¿Pero cómo te atreves?! –gritó Sora sin querer admitir que el castaño había dado en el clavo. –Es que yo estoy igual. –reconoció Taichi. –Aún así, yo soy una chica. –dijo Sora. –Claro. –dijo Ken poniéndose de pie. –La uretra de las mujeres es más corta que la de los hombres, así que no pueden aguantar tanto… –¡Estoy bien, estoy bien! –interrumpió Sora, a la que no le apetecía escuchar una explicación científica sobre las diferencias entre el proceso de micción entre hombres y mujeres. –Cómo mola ser médico. Puedes decir las cosas sin rodeos. –dijo Taichi. –Ah, esperad. –dijo Yamato dirigiéndose a su bolso para buscar algo. –Sora. –¿Qué? –Tengo vasos de papel. –dijo Yamato ofreciéndole los vasos. –¿Pretendes que lo haga ahí? ¡Prefiero morir! –dijo Sora indignada. –Era broma. –dijo el fotógrafo. –Pues vaya gracia. –dijo Sora con ironía, a la que cada vez le costaba más aguantar las ganas de orinar. Entonces el ascensor se quedó en silencio. –Decid algo. El silencio lo hace más difícil. –¿Cantamos una canción? –sugirió Yamato. Lo cierto es que todos tenían ganas de hacer pipí. –Dame un vaso. –dijo Taichi cogiendo uno de los vasos. –Yo no aguanto más, lo haré aquí mismo. –¿Estás de broma? –preguntó Sora, todavía encogida para que no se le escapara el pis. –Nos pondremos de cara a las esquinas y para no escuchar el sonido, cantaremos. –sugirió Taichi. –Vale, me apunto. –dijo Yamato. –¿Pero qué estáis diciendo?¿Estáis locos? –preguntó Sora. –¿Tú también? –preguntó Yamato ofreciéndole un vaso a Ken. –No puedo hacerlo. Soy más pudoroso de lo normal. –contestó él. –Armonía y simpatía son lo más importante, ¿no? –dijo Taichi. –No le deis más vueltas y hagámoslo rápido. –dijo Yamato ofreciéndole un vaso a Sora. Sora no quería cogerlo pero Yamato prácticamente le abrió la mano y se lo dio. –¿Estás de coña?¿Cómo voy a hacerlo? –preguntó Sora incorporándose un poco, pero todavía encogida. –¿Te daría vergüenza si estuvieras dando a luz? –preguntó Taichi para intentar convencerla. –¡Ya he dicho antes que no estoy embarazada! –Me animaré a mí mismo cantando una canción. –dijo Taichi de cara a una de las esquinas. –¡You are the dancing queen…! –¡Esa es buena! –dijo Yamato colocándose en otra esquina para hacer pipí y uniéndose a la canción. –¡Young and sweet! A continuación, también se unió el doctor en su esquina, dejando atrás su pudor. Las ganas eran más poderosas que el pudor. – ¡Only seventeen! –¡Estáis todos locos! –dijo Sora mirando el vaso. Además, ellos lo tenían mucho más fácil. –El ruido no es el problema. ¿Qué pasa con el olor? –¡You can dance, you can jive! Sin poder aguantar más, Sora se giró hacia su esquina y justo cuando se agachó para hacer pipí, el ascensor volvió a iluminarse con las luces normales y prosiguió su camino hacia la planta veintiocho. Entonces, todos dejaron lo que estaban haciendo para mirar hacia la ciudad. Ninguno había conseguido orinar. Esperarían a llegar a casa. –¡Se mueve! –dijo Taichi. –Las braguetas. –dijo Sora. Entonces empezaron a reír. –¡Salud! –brindaron los cuatro con los vasos de papel.***
En la empresa World Electron, concretamente en la Sección de Información Tecnológica del Departamento de Marketing, todos los trabajadores tecleaban a toda velocidad en sus ordenadores como hipnotizados. Había un silencio sólo roto por el tecleo de sus trabajadores y algún teléfono que otro. Un poco más apartado que el resto debido a su rango, Taichi estaba en su mesa, pero a diferencia de los demás, tecleaba torpemente en su ordenador portátil. –Señor. –dijo una empleada llamando la atención de Taichi. –¿Qué? –El director ejecutivo. –dijo la mujer señalando al despacho, desde cuyo cristal vio a un hombre unos seis o siete años mayor que él indicándole que fuera. Taichi, nervioso, entró al despacho. Al fin y al cabo, era su jefe más directo.***
Mimí Tachikawa caminaba por las calles de Tokio pensativa. Cuando pasó por el escaparate de una tienda de vestidos de novia no pudo evitar parar y mirar.***
–¿Mimí ha roto el compromiso? –preguntó el director ejecutivo a Taichi. –Sí, todo pasó tan de repente que ni siquiera sé por qué. –admitió Taichi. –¿La has engañado? –¡Claro que no! –se apresuró Taichi a aclarar. –No tengo ni idea del por qué. –Mi hermana a veces hace cosas completamente inesperadas. –admitió el director ejecutivo, que resultó ser hermano de Mimí. –De repente te presentó a mi familia. Yo no podría hacer eso. Debo reconocer que mi padre me da miedo. Mi padre la consiente demasiado. No tiene muchas esperanzas en ti, alguien que apenas consiguió graduarse en una universidad de segunda. De hecho te nombró gerente aún sabiendo que no podrías hacer el trabajo. Después de la boda tenía pensado ascenderte a jefe del Departamento de Sistemas de Desarrollo. –¿En serio? –preguntó Taichi, que no tenía ni idea de los planes de su suegro. –Pero las cosas cambian si no tienes nada con Mimí. Serás despedido de inmediato. –dijo el director ejecutivo, que se dio la vuelta para salir del despacho. –¡Cuñado! Quiero decir, director, ¿podría hacer algo? –preguntó Taichi apresurado. –Mis padres se jubilaron en cuanto entré en la empresa. –Desafortunadamente mi padre maneja la empresa como le parece. Se centra en las habilidades para ascender. Tú eres la excepción dentro de la excepción. –¡Lo sé, pero, por favor…! –suplicaba Taichi haciendo una inclinación. –No me importa ser un trabajador más. –Me da pena ver a un hombre perder un matrimonio con una mujer rica. –dijo el director ejecutivo. –¿Qué? –dijo Taichi esperanzado. –Y mi hermana también me da pena. A decir verdad, reunirme contigo me cabrea. –para cuando el director ejecutivo decía esto, todos los trabajadores de la Sección de Información miraban curiosos y atentos a través del cristal del despacho. –¿Cómo pudo engañarla un pobre don nadie? Tras decir eso, el hermano de Mimí dio la conversación por finalizada. Cuando Taichi miró al cristal, los trabajadores volvieron a su sitio como si simplemente pasaran por allí. Tras la conversación, Taichi se dirigió hacia la máquina de café, pero tras pulsar los botones, parecía que no funcionaba. Parecía que todo le estaba saliendo del revés desde que Mimí rompió el compromiso. Entonces, cogió el vaso de papel, que era exactamente igual que el que Yamato les ofreció en el ascensor. –¡Voy a mear!***
Sora estaba en su trabajo frente a una pantalla con unos auriculares con micrófono, traduciendo simultáneamente noticias de telediarios norteamericanos. –Finalmente ha dejado de nevar en Dakota del Sur. Quitar la nieve será un reto. En Black Hill se han acumulado más de seis metros de nieve. Tras realizar la traducción, salió de la cabina para volver a su sitio de la redacción. Una compañera le llevó un café. –Gracias. –dijo Sora. Cuando cogió el vaso, vio que era igual que el del ascensor y no pudo evitar sonreír. Entonces, le sonó el teléfono móvil. –¿Diga? –¿Podemos vernos esta noche?***
Yamato Ishida preparaba la cámara en un trípode en su estudio fotográfico. –Yamato, has hecho llorar a otra modelo. –le riñó su asistente. –Lo siento. –dijo Yamato acercándose al ordenador, donde había pasado las últimas fotos que había hecho. –Me transformo cuando miro a través del objetivo. Pero el resultado siempre es genial, ¿no? –Está claro que tienes talento pero… –El talento no tiene nada que ver con esto. Los obsesionados con la tecnología que se pasan la vida en Akihabara sacan fotos que destacan más y tienen mejores sistemas para hacerlas más sexis. –dijo Yamato yendo hacia la máquina del café. –Pero es muy raro. Todas se marchan llorando y aún así siempre vuelven preguntando por ti. –dijo el asistente. –Sin embargo, creo que esta modelo no volverá. Ahora es muy popular, es famosa y tiene un gran orgullo. –Orgullo, ¿eh? –dijo Yamato mirando el vaso de papel antes de darle un sorbo a su bebida. –Tienes que hacerles cumplidos. Ya sabes, ser amable. –dijo el asistente. Entonces, la puerta se abrió, entrando por ella la modelo que había estado fotografiando previamente. –Siento haberte hecho esperar. –dijo la modelo sonriendo, vestida con ropa provocativa. –No puede ser. –dijo el asistente. Entonces Yamato lo acompañó hasta la puerta. –¿Qué pretendes echando a tu asistente? –Es un secreto. –dijo Yamato. El fotógrafo cerró la puerta y miró a la modelo, que se quitaba la chaqueta que tenía encima. Él también se quito su chaqueta.***
En la clínica mental Ichijouji, Ken pasaba consulta. Su consulta era muy blanca y pulcra, aunque había una pared de contraste con un color oscuro donde también se encontraba la puerta. También había alguna maceta para darle un ambiente más familiar y no tan aséptico. Se notaba que era una clínica que no todo el mundo podría pagar. A través de la cristalera, se podía ver la ciudad. Junto a la cristalera, había una mesa. Pero cuando Ken hablaba con sus pacientes, se ponía frente a ellos, cada uno en un sofá. Lo único que diferenciaba el estatus de médico y paciente era la bata blanca que llevaba el doctor, y quizás, también la carpeta en la que tomaba notas. –¿Estás tomando la medicación? –preguntó Ken a su paciente. Su paciente era una pálida joven delgada de diecinueve años, estatura baja y con el pelo castaño claro largo. Ella se limitó a asentir con la cabeza. –¿Duermes bien por las noches? –La paciente volvió a asentir con la cabeza. –Tu padre me llamó el otro día. –¿Sí? –preguntó la paciente sin apenas voz. –Me expresó su gratitud. Dice que estás mucho más calmada. –le dijo Ken. –Eso es porque crees en mí. –dijo la paciente con algo más de voz. –Sí, claro que creo en ti. Dime, ¿puedes verle ahora en esta habitación? –Sí. Está a tu lado. –dijo la paciente. –¿Sí? –Ken anotó entre sus notas la palabra “alucinación”. –¿Tiene algo en mi contra? –No. Dice que eres un buen hombre. –Dale las gracias. –entonces, se escuchó un golpe como si afuera se hubiera caído algo. Ken se levantó. –Espera un momento. Cuando Ken abrió la puerta vio a su enfermera recoger algo del suelo. –Lo siento, he roto su taza. –se disculpó la enfermera, a la que se le había caído la bandeja con la taza de café que había preparado. –Entonces, usaré un vaso de papel. –dijo Ken sonriendo, recordando la anécdota del ascensor. –Parece que le molesta mi promesa. –dijo la paciente en cuanto Ken cerró la puerta. Vio a su joven paciente que se había levantado y le daba la espalda. –¿La de que no morirás hasta tu vigésimo cumpleaños? –Sí, pero sólo quedan tres meses. –Es verdad.***
Los cuatro vecinos que se quedaron encerrados en el ascensor quedaron por sugerencia de Ken después del trabajo en un restaurante. Unos días atrás les planteó algo y estaban esperando a que aparecieran el resto de personas. Lo extraño era que el restaurante estaba completamente vacío, excepto por los cuatro vecinos y el personal del restaurante. –¡Salud! –dijeron los cuatro brindando con unas copas de champán. Aunque Taichi no estaba muy animado. –¿Por qué estamos brindando? –preguntó Taichi. –Por un nuevo comienzo. –dijo Ken. –Es verdad. Además, nos hemos reunido por ti. –dijo Sora. –Me gusta la idea del doctor. Es interesante. –dijo Yamato mientras rellenaba la copa de su vecino. –Gracias. –dijo Ken. –¿Qué tiene de interesante esta locura? –preguntó Taichi, al que no le parecía tan buena idea lo que había planteado el psiquiatra. –Te quedan pocas posibilidades. –le dijo Ken. –Te estás desesperando, ¿a que sí? –Mimí no querrá verme a solas, así que… –no le gustaba reconocerlo, pero el castaño empezaba a desesperarse y seguía sin gustarle nada la idea del médico. –Exacto. Para mí también es incómodo quedar a solas con mi novio en estos momentos. –dijo Sora. –Yo también estoy atascado. –admitió Yamato. –Parece que a ninguno le va bien con su pareja. –dijo Ken. –Por supuesto, sería más rápido romper, pero, ¿no creéis que estaría bien probar? –Nos enamoraríamos de nuevo y volveríamos a romper. –dijo Sora. –Exacto, el resultado sería el mismo. –dijo Ken. –Vamos a dejarlo un segundo. Lo entiendo pero…–empezó a decir Taichi. –Es verdad. Lo intentas de nuevo y entonces descubres que la persona anterior era mejor. –intervino Yamato. –A las mujeres nos pasa igual. –dijo Sora. –Pero ya es demasiado tarde para arrepentirse. –dijo el doctor. –Aunque quieras intentarlo de nuevo, ni siquiera sabes por dónde empezar. Además de que hay muchas posibilidades de que ella ya haya encontrado a otra persona. –Al final mucha gente se rinde y se casa con cualquiera. –dijo Sora. –La de veces que he escuchado historias así. –Es por eso que mientras hay esperanza deberías intercambiar parejas. –dijo Ken para terminar de convencer a Taichi. Esa era la gran propuesta de Ken: realizar intercambios de parejas. –Lo llamamos “Love Shuffle”. –Sabía que esto era una tontería. –dijo Taichi. –Si después de los intercambios ella sigue pensando que tú eres el único, entonces todo saldrá bien. –dijo Ken. –Y si eso no pasa, ¿entonces qué? –preguntó Taichi. –Es un riesgo que tienes que correr. –respondió Ken. –Parece que no tengas mucha confianza. –dijo Yamato. –La tengo. De ninguna manera Mimí se fijaría en el doctor, o en ti. –dijo Taichi. –Escuchar eso me anima más. –dijo Yamato. –Sí, a mí también. –dijo Ken. –Sí, pero el decirlo ha hecho que me preocupe. –dijo Taichi. –No, estoy seguro que Mimí nunca estaría de acuerdo con esto. Es muy seria, buena y con una gran moral. –Un momento, ¿intentas decir que yo soy una maleducada, una mala persona y una guarra? –intervino Sora, que se sintió aludida porque ella sí que estaba de acuerdo con la propuesta. –Supongo que sí. –contestó Taichi. –Normalmente tendría que parecerte mal que tu novio saliera con otra chica. –Tampoco es que me guste, pero quiero saber que nunca dudaría con otra chica. –dijo Sora. –Entonces no tendría que preocuparme porque me ponga los cuernos. –¿Y qué pasa si duda? –preguntó Taichi. –Entonces le diría adiós sin dudarlo. –respondió ella. –Es un reto, ¿verdad? –dijo Taichi. –Taichi, venga, abre la caja de Pandora. –dijo Ken rellenándole la copa al castaño. –Seguro que dentro encontrarás esperanza. –Entiendo, me van a despedir de todos modos. –dijo Taichi. –¿Qué? –preguntó Sora. –Nada. –dijo Taichi antes de beberse casi toda la copa de un solo trago. –Entre todos convenceremos a tu novia. Déjamelo a mí. Soy terapeuta. Puedo tranquilizarla y manejarla. –le propuso Ken mientras movía la botella como para ilustrar su dominación. –Eh, ¿es esa? –preguntó Yamato señalando a la puerta. –¡Mimí! –rápido y raudo, Taichi acudió a su encuentro. –Qué horror. Está demasiado desesperado. –comentó Sora al verlo como un perrito faldero. –Seguirlas cuando huyen es el patetismo de los hombres. –dijo Ken. Entonces, la pareja llegó a la mesa en la que estaban. –Ella es mi no…, bueno, ella es Mimí. –se corrigió Taichi al presentarla, ya que no tenía muy claro cómo etiquetar su relación a esas alturas. –Encantada de conoceros. –dijo Mimí inclinando la cabeza. –Igualmente. –dijeron los demás. –Nos conocimos la semana pasada por casualidad el día de la tormenta. Todos vivimos en la misma planta. –explicó Ken a la recién llegada. –Puedes llamarnos “El Club de la Orina”. –dijo Yamato. –Ni hablar. –dijo Sora, aunque en realidad le hizo gracia la ocurrencia del ojiazul. Entonces Mimí se acercó a Sora y la miró fijamente a la cara. –Por casualidad, ¿eres Sora? –preguntó Mimí. Al aproximarse, acabó cerciorándose. –Sora Takenouchi. No sé si me recuerdas pero fuimos al mismo instituto. Soy Mimí Tachikawa. –¿Tachikawa? –preguntó Sora mirando hacia arriba como si en el techo estuviera la respuesta. –Sí. –¡Claro, Mimí! –dijo Sora. –¡Cuánto tiempo! –¿De verdad te acuerdas? –preguntó Yamato, que no tenía claro si estaba fingiendo recordarla. –El número de parpadeos se ha disparado. –añadió el doctor como para confirmar la teoría de Yamato. –Oh, calla. –le dijo Sora. –No puede ser. ¿Te has olvidado de mí? –preguntó Mimí. –Es que cambié de colegio muchas veces. –se defendió Sora. –Pero también estábamos juntas en el equipo de tenis. –dijo Mimí. –¡Ya sé! Llevabas gafas, ¿verdad? –dijo Sora. –No. Veo perfectamente. –dijo Mimí. –Por culpa de un accidente mi memoria… –empezó a decir Sora, que ya no sabía cómo salir de ese “jardín”. –¿Qué clase de mentira es esa? –preguntó Yamato. –¿Así que erais compañeras de clase? –decidió intervenir Taichi. –Sí, Sora era una estrella. Era muy popular en el instituto. –explicó Mimí. –¿En serio? –preguntó Taichi con incredulidad. –Era un instituto femenino. –dijo Sora para que no se hiciera ideas raras. –Lo sabía. –dijo el castaño. –Me pones enferma. –contraatacó Sora. –Sentémonos. –sugirió Ken para intentar poder calmar a las “bestias”. –Sora, cuánto tiempo. –dijo Mimí mientras iban a sentarse. –Estoy muy contenta. –¿Estás contenta? Eso está bien. –dijo Taichi. –Qué suerte que sean amigas, ¿no? Podría serte de mucha ayuda. –dijo Yamato apartando un poco a Taichi para decirle aquello. Él asintió con la cabeza. –Sora, ¿quieres otra copa? –ofreció Taichi, cambiando radicalmente de actitud hacia la pelirroja. –¿Qué? –Venga, no seas tímida. –No quiero nada. –dijo ella con una mirada sádica. Estaba sentada justo enfrente del castaño. –¿Por qué eres así cuando en realidad eres muy amable? –preguntó Taichi. Parecía que Taichi intentaba conseguir que Sora lo ayudara. Entonces, por la puerta apareció una mujer de unos treinta y cinco años que vestía de manera muy sofisticada y elegante. Llevaba un vestido rojo, un abrigo de piel y unas gafas de sol, a pesar de que el sol ya se hubiera escondido hacía un rato. No sólo su aspecto era sofisticado, sino también sus andares. –Miyako, por aquí. –le dijo Yamato al verla en la puerta. Ella lo saludó con la mano y le dedicó una sonrisa, mientras lo que parecía un asistente le cogía el abrigo. –Parece una celebridad. –le dijo Ken a Yamato. –Supongo. No estoy muy seguro. –dijo Yamato. Mientras tanto, Taichi se quedó deslumbrado al ver la zona del escote del vestido. –Te sangra la nariz. –le dijo Sora, que había visto lo embobado que se había quedado el castaño. Al escucharla, se llevó la mano a la nariz. –Mentira. –dijo él. –Qué mente más sucia, ¿eh? –comentó Mimí. –Sí. –coincidió Sora. –Deja que te presente. –dijo Yamato una vez que la mujer llegó. –Lo haré yo misma. –dijo la mujer. –Soy Miyako Inoue. Eres el psiquiatra, ¿verdad? –Sí, soy Ken Ichijouji. –dijo Ken. Después, la mujer se giró hacia el castaño. –¿Tú eres Taichi? –preguntó Miyako. –Sí, encantado. –dijo Taichi. –El placer es mío. –dijo ella. –Eso significa…–comenzó a decir el doctor. –Sí, ya le he contado de qué va todo esto. –explicó Yamato sin dejar que Ken acabara la frase. –¿Explicar el qué? –preguntó Mimí a Taichi, que ignoraba qué se estaba cociendo en esa reunión. –Pues…–comenzó a decir él, pero se vio interrumpido por Miyako. –Creo que es una idea muy original. Vamos a deshacernos de los estándares tradicionales. –dijo ella tomando asiento en el sitio que ocupaba Yamato antes. –Una belleza madura como tú lo entiende muy bien. –dijo Ken mientras le servía un poco de champán. –A decir verdad, realmente depende de los participantes, ya que podrían ser cualquiera. –dijo la aludida. –Sólo le gustan los guapos. –dijo Yamato. –Estaré encantada de participar. –dijo Miyako chocando su copa con el doctor, y después con Yamato. –¿No te importa el interior? –preguntó Sora. –La apariencia es lo más importante. –dijo Miyako. –Sería diferente si sólo piensas en tu felicidad. Pero si tienes un bebé, será mejor para él si es guapo. Una buena chica siempre mira hacia el futuro. –Parece que no sólo sus pechos son impresionantes. –le susurró Taichi a Yamato. –¿Te has dado cuenta? –Sí. –“Una buena chica siempre mira hacia el futuro”. –repitió Mimí. –Increíble. Es muy instructivo. –¿Y tu novia no es un poco cabeza hueca? –le susurró Yamato a Taichi. –¿Lo has notado? –Sí. –¿Estamos todos? –preguntó Miyako. –No, todavía falta mi novio. –dijo Sora mirándose el reloj. –Qué raro, nunca llega tarde. –¡Hace rato que estoy aquí! –gritó un hombre moreno de unos treinta y dos años y con gafas. Había estado detrás de una columna. Sora se dirigió hacia él y le pegó en la espalda. –¿Por qué no salías si estabas aquí? –preguntó Sora indignada. –Lo siento, todos parecíais pasarlo bien y no quería molestar. –argumentó él. –Hay algo que me resulta extraño desde que he llegado. Este restaurante está vacío. –comentó Miyako. –Eso es porque he hablado antes con el dueño para poder tener la reunión privada cuando Sora me citó aquí. –dijo el novio de Sora. –Encantado, soy Jou Kido. –¿Kido? Tienes nombre de ricachón. –dijo Yamato. –Por favor, escuchadme sin interrupciones. En cuanto al dinero, he traído a espuertas. –dijo Jou animadamente mostrando un maletín negro. –¿A espuertas? –preguntó Taichi. Después de que Jou se presentara, Taichi y Yamato fueron al lavabo a orinar después de llevar varias copas. –Soy un segundón. –se quejó Taichi mientras hacía pipí en el orinal del lavabo. –Tanto en la universidad como ahora. El padre de mi novia es el presidente de la compañía en la que trabajo. Por eso me convertí en gerente a pesar de mis pocas cualidades. –Así que has dado un braguetazo. –dijo Yamato que orinaba a la derecha de Taichi. –Si se cancela la boda me despedirán. –explicó Taichi. –Es como caer del cielo al infierno. –¿Por eso estás tan desesperado? –preguntó Yamato a Taichi, que se subió la bragueta y fue a lavarse las manos. –Al decir esto te preguntarás si de verdad me gusta, ¿verdad? –dijo el castaño. –Pues sí. –dijo Yamato yendo a lavarse las manos. –Me gusta. La quiero, aunque me dé vergüenza decirlo. –confesó Taichi mientras se secaba las manos. –Es muy pura comparada con las chicas de hoy en día. Y me siento feliz estando con ella. –Entiendo. –Ni siquiera sabía que era tan rica hasta que me presentó a sus padres. Pero ahora que las cosas están así no me reconozco. ¿Me estoy aferrando a Mimí o a mi estilo de vida? Por su parte, en el lavabo de las chicas también se mantenía una conversación de mingitorio entre Mimí y Sora. –¿Te contó todo eso? –le preguntó Mimí a Sora mientras esta se atusaba el pelo con la mano frente al espejo. Acaba de contarle que estaba al corriente de la cancelación de la boda. –¿Es porque te engañó? –preguntó Sora. –No. –Entonces, ¿por qué? –pero Mimí se quedó callada. –Es bastante guapo, un poco simple y está claro que es un poco pervertido, pero no está nada mal. –Sí. –reconoció Mimí. –Además, quería mear delante de todos, aunque sea algo demasiado explícito. –confesó Sora. –Al principio pensé que estaba loco, pero resulta que es bastante agradable. –Gracias. –Si no quieres hablar de ello, no importa. –dijo Sora al ver lo poco comunicativa que se estaba mostrando Mimí. Decir eso pareció animar a Mimí a hablar. –Brillaba con luz propia. –dijo Mimí. –¿Qué quieres decir? –Lo conocí durante un viaje del instituto que hicimos. Fuimos a esquiar. –¿En serio? –Normalmente soy mala en los deportes, pero aquella vez lo hice bastante bien. Me emocioné y fui a esquiar sola, pero se me hizo de noche. Sin darme cuenta me alejé, y por supuesto, me caí. Me hice daño en una pierna, así que no me podía mover mucho. Grité pidiendo ayuda, pero nada. Pronto empezó una ventisca. No paraba de preguntarme si moriría en un sitio así. Y lo que es peor, no dejaba de pensar que moriría sin haberme enamorado. Entonces vi una luz en el horizonte. Venía hacia mí rápidamente. Un chico llego hasta mí esquiando. Era Taichi, que trabajaba a tiempo parcial en la estación de esquí. Flashback. –Te encontré. –dijo Taichi con una sonrisa. –Lo siento. De verdad que lo siento. Taichi la cargó en brazos. –¿Por qué te disculpas? Quería darte las gracias. –dijo Taichi. –¿Las gracias? –Todos te están buscando. Pero yo soy el único que te ha encontrado. ¿No es genial? Fin del flashback. –Taichi brillaba con luz propia mientras me decía todo aquello con una sonrisa. Pensé: “¡Guau, guau, guau!”. Una vez que todos volvieron a la sala, se sentaron a la mesa para cenar, aunque cambiaron de lugares. En un lado de la mesa estaban Jou, Taichi y Yamato, al otro lado, Miyako, Mimí y Sora. Ken presidía la mesa, con Sora a su izquierda y Yamato a su derecha. –Esta es la nueva moral con la que me gustaría experimentar. –dijo Ken para explicarle la idea a las parejas de sus vecinos. –Se trata de una nueva manera de encontrar pareja. Una búsqueda de la felicidad. Lo llamamos “Love Shuffle”, o lo que es lo mismo, intercambio de parejas. –No estoy muy seguro de esto. –dijo Taichi mirando a Mimí, que seguía mostrándose reacio a la idea. –¡Yo me opongo! –dijo Jou. –Eso es imposible. Aunque sea un experimento, imaginar a Sora saliendo con otro hombre… Yo tampoco podría salir con otra mujer. –Venga, deja de lloriquear por esto. –dijo Sora desde la esquina opuesta de la mesa. –Es la prueba de que sólo quieres a Sora. –le dijo Mimí. –Entonces, ¿yo debería llorar? –preguntó Taichi sacando un pañuelo. Tan sólo quería complacer a Mimí para que siguiera con él. –Entonces, que levante la mano el que esté de acuerdo en participar. –dijo Ken. –Un momento, ¿y tu novia? –preguntó Yamato, ya que todos habían llevado a sus respectivas parejas pero faltaba la del doctor. Entonces él dirigió la mirada a la silla libre que había al lado opuesto del médico. –La he llamado varias veces. Al igual que tú, Matt, se lo expliqué todo esta mañana. –No me llames Matt. –Entonces te ha dejado tirado. –comentó Sora. –Es bastante caprichosa, aunque es uno de sus encantos. –dijo Ken. –¡Es normal! Después de escuchar esta idea, nadie con dos dedos de frente vendría. –dijo Jou, mientras Taichi asentía con la cabeza mostrando su acuerdo con el hombre de gafas. –Entonces, ¿no participarás? –preguntó el psiquiatra. –Participaré. –dijo Jou en seguida. –¿Qué? –preguntó Taichi. Acababa de decir que no estaba de acuerdo y aún así iba a participar. –Si es la única posibilidad de recuperar a Sora, participaré. –Entonces, estamos todos de acuerdo, ¿verdad? –preguntó Miyako. –No, todavía falta ella. –dijo Ken, refiriéndose a la persona que faltaba. –Mimí no aceptará. –dijo Taichi. –Y en realidad yo tampoco he aceptado. Esta gente está un poco loca. –¡Oye! –se quejó Yamato. –La gente tiene unos principios morales. No es una vieja o nueva moral. –continuó diciendo Taichi. –¡Oye! –esta vez, la que se quejó fue Sora. –Vámonos, Mimí. –dijo Taichi levantándose. –Iremos los dos a un sitio tranquilo y hablaremos las cosas. –Participaré. –dijo Mimí mientras Taichi se dirigía a la salida. Pero al escucharla, se detuvo en seco. –¡¿Qué?! –gritó el castaño girándose. –¡Participaré! –volvió a decir Mimí con decisión, por lo que los demás comenzaron a aplaudir. –¡No, no puede ser! –dijo Taichi volviendo a la mesa. –¡No saldrás con nadie que no sea yo! –Parece interesante. –dijo Mimí. –Dime que es mentira… –¡Joe! –completaron sus vecinos. –¡¿Joe?! –gritó después Mimí. Ya le explicarían que significaba aquello. –Ya que tenemos la reserva, vamos a cenar. –sugirió Jou. –Es verdad. –dijo Miyako. –Buen provecho. Mientras tanto, Taichi se sentó en la silla de otra mesa de espaldas. Todavía no se creía lo que le estaba pasando. –Es una lástima que Mimí participe y tú no. –dijo Sora. –Como falta una persona, tendremos que buscar un sustituto. –dijo Yamato. Ken se levantó al sonarle el móvil para hablar con privacidad. –¿Suicidio? –preguntó Ken. –¿Ella? No puede ser, eso nunca podría…***
Una vez que terminaron aquella extraña reunión privada, Taichi y Mimí se fueron al apartamento del castaño. –Taichi, eres muy desordenado. –le riñó Mimí mientras recogía latas de cerveza y desperdicios de a saber cuándo estaban en la mesa, aunque intuía que serían desde el día en el que canceló su compromiso. –Deberías acostumbrarte a ordenarlo todo como es debido. –No estoy de humor para eso. –dijo Taichi mientras se quitaba la corbata y los calcetines. –Si no bebo un poco no puedo dormir. ¿Me entiendes? –Sí, a mí me pasa lo mismo. No consigo pasar bien las noches. –dijo Mimí llevando la bandeja con las latas hacia la basura. –¿En serio? Eso quiere decir… –Es desde hace tiempo. Quizás antes que tú. Desde que nos prometimos. –dijo Mimí recogiendo latas de otra mesa. –¿Tanto tiempo? –Me preguntaba si debía romper contigo. –Mimí. –dijo él acercándose a la castaña. –Así que, no ha sido nada impulsivo. Lo he pensado mucho. Siento hacerte pasar por esto. –¿Qué es lo que no te gusta de mí? –Lo siento. –Si me lo dices, cambiaré. –dijo Taichi con desesperación. –Lo siento. –Soy idiota, así que no lo entiendo. ¡No lo entenderé si no me lo dices!¡Soy un segundón estúpido! –dijo él alzando la voz y dando un golpe en la mesa. Al ver la cara de Mimí, procedió a disculparse. –Siento haberte levantado la voz. Entonces, la abrazó por detrás. –Mimí, te quiero. Me daba vergüenza, por eso no te lo había dicho nunca, pero te amo. –Amor. –susurró Mimí, que no se había movido. –Eso es. Así que…, por favor. –Mimí llevó su mano hasta el brazo de él. –Taichi. –Mimí se giró. Entonces él la besó, pero a Mimí se le escapaban las lágrimas. Cuando Taichi lo notó, la miró incrédulo.***
Tras la reunión, Jou y Sora fueron a pasear un rato, pero todo el tiempo iban en completo silencio. –Voy a pasar por la tienda de conveniencia. Nos vemos. –dijo Sora. –¿Quieres algo? Puedo llamar al dueño y… –pero Sora negó con la cabeza. –Perdona, es una mala costumbre. –No importa. Seguro que hay un montón de chicas a las que les encantaría. –dijo Sora mientras comenzaban a bajar una escalera del puente que acababan de cruzar. –No intento conseguir nada con ello. –Lo sé. Lo bueno de ti es que aunque seas rico, no alardeas de ello. –dijo Sora. –Mi afición es observar los cambios en el mercado de valores. No lo hago para ganarme el respeto de nadie. –Eso es impresionante. La mayoría de los ricos que conozco son orgullosos y desagradables. Oye, ¿te acuerdas de la fiesta en la que nos conocimos? –preguntó Sora deteniéndose y apoyándose en el posa brazos de la escalera. –Por supuesto. –Había médicos, abogados, jóvenes ejecutivos… –Había muchos hombres que se acercaban a ti. –recordó Jou. –Te confundí con el camarero y te pedí otra copa. –dijo Sora. –Lo cual era normal, porque tenías un aura diferente a todos los demás. –Eso es porque me hicieron llevar esmoquin, y es algo que no suelo usar. –dijo Jou. –Pero entonces, sin ni siquiera poner mala cara dijiste: “¡Ahora mismo!” –Estaba muy contento de que me hablaras. –admitió Jou. –Intenta pensar en ser feliz con otra persona. –dijo Sora después de tomar aire. No quería hacerle daño a Jou. –¿Acaso no hemos entrado en el “Love Shuffle” porque todavía existe una posibilidad para nosotros? –No conozco a esa gente, pero…no soy buena para ti. –¡Eso no es verdad! Aunque te estaba siguiendo todavía te preocupabas por mí. Lo sé. Por eso me llamaste. –No puedo odiar a alguien que quise. –dijo Sora mientras se le soltaban las lágrimas. –Pareces fría pero en realidad eres muy sensible. –dijo Jou. –Por eso soy mala. Sigo mandándote señales equivocadas y por eso sigues persiguiéndome. –Está bien. –dijo Jou sentándose en uno de los escalones. –Me olvidaré de ti. –¿De verdad? –A decir verdad, estaba muy cerca de cometer un crimen. –Qué miedo. –dijo Sora sonriendo, sabiendo que él sería incapaz de hacerle daño. –Esta es la primera vez que te veo llorar. –Me gusta aparentar ser fuerte. –Lo intentaré con otras chicas. –Sí, eso es. –dijo Sora sentándose junto a Jou. –Mimí es muy guapa y Miyako muy elegante. Y seguro que la novia del doctor también es muy guapa. –Si me va bien con alguna, ¿me darás algún consejo? –preguntó Jou. –Claro. –Yo también espero poder aconsejarte. –Eso es imposible. Creo que no quiero tener una relación. –Tienes un ideal muy definido. –¿Eso crees? No tengo ni idea. –Estoy seguro de que es totalmente opuesto a mí. Sería genial que pudiera comprarte con dinero. –A mí también me gustaría. –admitió Sora. –Yo también creo que si pudiera comprar a quien quiero con dinero… –¿Le ayudarías económicamente como hago yo? –Haría que estuviera a mi lado y que brillara con luz propia para siempre. –tras decir eso, sonrió de manera triste y se levantó para seguir bajando las escaleras. Se despidió de Jou con la mano, dejándolo allí sentado con su maletín lleno de dinero.***
Yamato echaba una cabezada desnudo, tapado tan sólo con una sábana mientras Miyako se duchaba. Tras la reunión, habían ido a desfogarse a la habitación de hotel que Miyako solía reservar. Desde la cama se veía la mampara del baño, dejando ver la silueta traslúcida de Miyako. Cuando la mujer salió de la ducha con un albornoz, Yamato estaba empezando a vestirse en su lado de la cama. –Me voy. –dijo él. –No quieres comprometerte demasiado. –dijo Miyako sentándose a los pies de la cama. –¿Por eso sugeriste esa idea? No tienes que preocuparte. Todavía tenemos tres meses hasta que mi marido vuelva de su viaje de negocios. “Una esposa inmoral que no sabe qué hacer con su cuerpo y su tiempo libre”. Cualquiera pensaría eso de mí. Pero si no hiciera estas cosas, creo que me volvería loca. El hombre al que quería y con quien me casé es la última persona que me tiene en cuenta como mujer. Cuando pienso en ello me agobio. No es justo. –No es que crea que nuestro momento ha pasado. Si fuera así, rompería y punto. Creí que sería injusto acaparar esta felicidad para mí solo. No tengo ni idea de qué piensan los demás. –dijo él levantándose para coger su chaqueta y ponérsela. –Pero siento un gran respeto por ti, porque quieres ser una mujer con todas las letras hasta que mueras. “Deja de hablar y acuéstate conmigo”. Ninguna chica exigente podría fingir algo así. Ese tipo de mujeres son una gran fotografía. Yamato sacó una pequeña cámara del bolsillo de su chaqueta, enfocó a Miyako y la fotografió mientras ella se apartaba el albornoz. –Fantástica. –dijo Yamato al ver la foto en la pantalla. Miyako se acercó, le puso las manos en la cara y lo besó. –¿Quieres quedarte? –preguntó ella. Él le dio un pico. –Mmm. Lo siento, mañana tengo que madrugar.***
Tras dar por finalizada la cena después de recibir aquella llamada, Ken se dirigió al hospital. –¿Te tomaste toda la medicación a la vez? –preguntó Ken a su joven paciente. –Lo siento. –dijo la joven con voz débil. –¿Por qué? Todavía quedan tres meses para tu cumpleaños. –Papá me dice que pinte, pero yo no quiero pintar. Me provoca dolor de cabeza. –explicó ella. –Ya veo. –Entonces me pegó y me dijo que estoy mal de la cabeza. –continuó ella. –Dijo que le habías dicho que tengo alucinaciones. –Entiendo. –No creíste nada de lo que te dije. –le reprochó ella. –He visto a muchos pacientes con tus mismos síntomas. –se justificó él. –¡Puedo verle! –gritó ella incorporándose. –¡Está justo aquí, ahora mismo, puedo verle! –Por favor, cálmate. –dijo Ken sosteniéndola de los hombros para calmarla. –Ahora respira profundamente. Una vez que se tranquilizó un poco, volvió a apoyarla en el colchón de la cama y la arropó. –Siento no haberte creído. –dijo haciéndole una caricia en la cara. –Soy una persona obtusa que no tiene tu delicada sensibilidad. Sólo puedo dar respuestas de manual. Soy un fraude. Pero lo de hoy ha sido decepcionante. Si sigues viva, puedes encontrar la felicidad. Quería hacer la prueba. –¿Intentar enamorarme? –preguntó ella con la mirada en el techo. –Sí. Quería presentarte a tres hombres. Entre ellos, podría haber alguno que te gustara. –dijo Ken. –No me interesa. –Nunca lo sabrás si no lo intentas. –Además, si llegara a tener esos sentimientos, creo que le haré mucho daño a alguno de ellos. Estoy segura de ello. –Quizás, pero no tienes que preocuparte por eso. Eso no es un problema. Da igual a quien hagas daño. –dijo el doctor.***
En la escalera, Jou lloraba porque aunque dejó ir a Sora, le dolía haberla perdido como pareja. Mientras tanto, Yamato volvía a casa caminando cuando un gato negro se le cruzó. No es que fuera supersticioso, pero por un momento sintió un repelús, aunque bien lo podía estar confundiendo con el frío que hacía. Por su parte, Taichi en su apartamento probó a extraer un omikuji, un palito que se saca de un recipiente hexagonal que predice la fortuna del que lo saca. Después de agitar el recipiente, la varilla que salió predecía que el castaño tendría muy mala suerte. –Ya lo sé, qué novedad. –dijo Taichi atormentado. –Me voy a casa. –dijo Mimí. –Te acompañaré. –se ofreció Taichi. –No hace falta. –Espera un momento, espera. –pero cuando intentaba alcanzarla se tropezó y se cayó al suelo. –¡Espérame, no te vayas! Cuando Mimí salió del apartamento, de la puerta de al lado Sora también salía del suyo con su pijama puesto al escuchar los gritos de su vecino. Mimí se dirigió a la parte central de la planta que la llevaría al pasillo del ascensor. –¿Por qué me haces esto? –preguntó Taichi siguiéndola cojeando un poco del golpe que se había llevado con la caída. –Todavía sigue con eso. –musitó ella al ver la insistencia de Taichi para que su novia no lo dejara. –Llevamos saliendo desde que estaba en el instituto. No he salido con nadie más. –dijo Mimí mientras esperaba el ascensor, lo cual le dio tiempo a Taichi para alcanzarla. –Es raro hoy en día. Quizás esas mujeres ven frustrada su vida más adelante. Mis amigas solían burlarse de mí por eso. –No deberías tener amigas como esas. –le dijo Taichi. –Pronto puedes tener toda la felicidad que ellas no tienen. Están celosas. En la compañía también hay gente así. –Pero… creo que es verdad que soy estrecha de miras. –Mimí, eres tan inocente que en seguida estás de acuerdo con los demás. –dijo él intentando convencerla. –Un momento, ¿es por eso? Mierda. –Taichi, escúchame bien. Salir con varios hombres, aunque sea algo indecente, creo que está bien. Hasta ahora sólo veía las cosas blancas o negras. –No te entiendo muy bien, pero ¿ahora las ves negras? –Quiero crecer como mujer. –¿Pero eso quiere decir que todavía tengo alguna posibilidad? –preguntó Taichi, que quería que le dijeran las cosas claras. –Todavía no lo sé. No puedo prometerte nada. –dijo Mimí. El ascensor llegó y se metió dentro. –Entonces no hables todavía con tu padre sobre la ruptura hasta dentro de tres meses, justo antes de la ceremonia. –se apresuró a decir Taichi y bloqueando la puerta. –Deja las cosas como están. –Pero Taichi. –No importa si me das plantón. No me importa ser un perdedor al que abandonan en el altar. Por favor, déjame esperarte por si al final cambias de opinión. –Deberías encontrar a otra mujer. –El “Love Shuffle” no significa nada para mí. –dijo dándose la vuelta. –Buenas noches. –dijo Mimí mientras se cerraba la puerta del ascensor. –¡Mimí! –gritó yendo hacia la puerta, pero la puerta ya se había cerrado.***
Yamato y Ken entraron en el edificio a la vez. –Pareces bastante cansado. –comentó Ken. –Tú también, doctor. Cuando estás vivo, tienes que enfrentarte a muchas cosas. Entonces, del ascensor salió Mimí llorando. –¿Qué ha pasado? –preguntó Ken preocupado sujetándola de los hombros. Pero ella hizo el ademán de retirarse al incomodarse por el contacto. –Perdona, lo hago por defecto profesional. Cuando empezó a caminar de nuevo, se detuvo al asustarse por un resplandor de luz. –Lo siento, es por defecto profesional. –dijo Yamato, que le había sacado una foto limpiándose las lágrimas con su pequeña cámara. Sin más, la chica se fue apresurada todavía más llorosa. –¿Qué tipo de trabajo es ese? –se preguntaron los dos a la vez.***
El edificio de lujo en el que vivían tenía una bonita piscina climatizada con tumbonas. Tras la huida de Mimí, Taichi se bajó a la piscina, se sentó en una de las tumbonas y se puso a contemplar el anillo que no le llegó a dar a su novia. Entonces, Sora entró en la piscina, encontrándoselo allí. Intuía que podía estar allí porque bajó descalzo y se preocupó después de haber sido testigo de la escena del ascensor. –Estaba pensando en cómo resolverlo, pero no encuentro la solución. –dijo Taichi. Sora se sentó en la tumbona de al lado. –¿Mimí te ha dicho algo? ¿Dijo algo de mí cuando fuisteis al lavabo? –¿La verdadera razón? –Sé que la hay. Necesitaremos planear mis movimientos. –dijo él sacando el anillo de compromiso. –No es el tipo de chica que le cuenta todo a cualquiera. –Entiendo. –Pero probablemente la razón sea tu horrible costumbre de seguir mirando esto. –dijo Sora arrebatándole el anillo. –¡Oye! ¡¿Qué estás haciendo?! –A la mayoría de chicas les gustan las cosas muy brillantes pero, las tirarían si se enteran de que son falsas. –entonces, tras mirar el anillo y acabar la frase, lo lanzó, cayendo al agua. –¡¿Qué demonios haces?! –gritó Taichi acercándose a la orilla para ver dónde había podido caer el anillo. –Me dijo que brillabas con luz propia cuando os conocisteis. Tanto trabajando como jugando. A lo que te dedicaras, brillabas. –No deberías haberlo tirado. –¿A quién le importa? Tienes un apartamento bonito y un buen trabajo. Te convertirás en un aburrido. Eso es todo. –Mi anillo. –dijo Taichi más pendiente del anillo de todo lo que le decía Sora. –Qué pesado llegas a ser. Jamás tiraría el anillo de compromiso de nadie. –entonces, Sora sacó la mano del bolsillo de su chaqueta y la abrió, pero para su propia sorpresa, el anillo no estaba. –Intuía que estaríais aquí. –dijo Yamato entrando a la piscina seguido del doctor. –Taichi, Mimí ha salido llorando. –le dijo Ken. –Ha tirado mi anillo. –dijo Taichi señalando a Sora, obviando lo que le había dicho el moreno. –No lo hice a propósito, se me resbaló de la mano. –dijo Sora defendiéndose, pero sonriendo. –Qué desastre. –dijo Ken riendo. –Supongo que estabas destinado a perderlo. –comentó el fotógrafo. –¡Mierda!¡¿Cómo podéis reíros así de mí?! –dijo Taichi indignado. –¡Todos tenéis dinero y pensáis que podéis comprar uno, pero la gente normal no puede hacer eso! –No queríamos que te lo tomaras así. –dijo Ken. –¿Entonces qué? –preguntó Taichi incorporándose y encarándose a Ken. –Sois un fotógrafo famoso, un médico rico y una intérprete que tiene un padre diplomático. No os burléis de mí. Seguro que tenéis una vida “durísima”. –Eh, no seas antipático. –dijo Yamato acercándose a él y rodeando su brazo sobre los hombros del castaño. –¡¿Brillar con luz propia?! Por supuesto que me dedicaba a jugar cuando era más joven. ¿Pero quién puede hacer eso para siempre sin un plan de futuro?¿Qué tiene de malo preocuparse por el trabajo y por una buena vida? Es normal cuando formas parte del mundo real. –dijo Taichi yendo hacia el otro lado de la piscina para seguir buscando el anillo. –Las mujeres también. Se casaron con directores ejecutivos o corredores de bolsa antes de que estallara la burbuja económica. Al final todo lo que quieren es dinero. ¿Qué te hace tanta gracia? Sora había empezado a reírse con ironía cuando la señaló a ella, al ser la única mujer en el lugar. –No te preocupes por eso. Esas mujeres tienen todo para ser unas deprimidas. –dijo Sora. Cuando acabó, sacó una sonrisa al doctor y un silbido a Yamato por la defensa de la pelirroja. –Tiene razón. Tengo muchas pacientes que tienen ese tipo de estrés. –añadió Ken. –¿Estás seguro? –preguntó Taichi. –¿Y qué hay de ti? –preguntó Sora encaminándose hacia Taichi. –Eras la cigarra, ¿verdad? Cantando todo el día y pasándolo bien. Pero ahora que te has convertido en la hormiga pareces desgraciado. –Moriré de hambre si llevo una vida estúpida de cigarra. –se defendió Taichi. –¿Por qué? –preguntó Sora. –Es más guay así, ¿no? –dijo Yamato. –Vosotros nunca entenderíais los sentimientos de un pobre segundón. –dijo Taichi incorporándose, quitándose la chaqueta y remangándose los pantalones del traje. –Si me despiden me convertiré en un vagabundo. No entendéis el miedo que da esa posibilidad. –Espera, ¿qué estás haciendo? –preguntó Sora al ver cómo Taichi bajaba por la escalerilla de la piscina. –Si quieres buscar en la piscina, espera hasta mañana y dile al de mantenimiento que la vacíe. –le recomendó Ken. –¡Cállate! Si no lo hago ahora mismo no podré dormir. –dijo Taichi ya dentro de la piscina. Tras decir eso, se zambulló para buscar el anillo. –Si no queda más remedio, te ayudaré a buscar. –dijo Yamato quitándose la chaqueta. –Yo también. –dijo Sora saliendo hacia los vestuarios para ponerse un bañador. Ken hizo el gesto de quitarse la chaqueta, pero al final decidió no hacer nada. Mientras Taichi buceaba en busca del anillo, recordó las palabras que le había dicho Sora tan sólo hacía unos minutos. –Me dijo que brillabas con luz propia cuando os conocisteis. Tanto trabajando como jugando. A lo que te dedicaras, brillabas. Fue entonces cuando lo vio. Yamato se había quitado la chaqueta y la camisa y también se remangó los pantalones. Estaba a punto de tirarse de cabeza cuando Taichi salió a la superficie. –¿Lo has encontrado? –preguntó el rubio. El castaño asintió con la cabeza. Ken se asomó al vestuario para avisar a Sora de que Taichi había encontrado el anillo. Este se lo puso, se puso a flotar boca arriba y admirar el anillo en su dedo. –¿Qué pasa? –preguntó Sora que salió todavía con el pijama puesto, pero con un moño en el pelo. –Un cuadro de estrés y complejo de inferioridad, mezclado con la sensación de alivio por haber encontrado el anillo. –dijo Ken, dando una explicación científica. –El sistema eléctrico de su corazón tiene que estar frito. –Se le ha ido la olla. –dijo Yamato resumiéndolo escuetamente. –¿Estás bien? –preguntó Sora a Taichi. –¡Lo haré! –dijo Taichi poniéndose de pie. –La madurita de tu novia, también tu novia, doctor, e incluso tú, Sora. Os conquistaré a todas. Haré que os enamoréis de mí. ¡Os voy a patear el culo! Tras decir eso, Taichi se volvió a zambullir y se puso a hacer el pino. –Parece que no está bien. –opinó Yamato. –Estoy un poco preocupado, pero ya nos ocuparemos de ello. –dijo Ken. –Vale. Vamos. –dijo Yamato. –¡¿Me estáis escuchando?!¡Voy en serio! –dijo Taichi acercándose a la orilla de la piscina. –Te estoy escuchando. –dijo Sora agachada en la orilla mientras que los otros dos se volvían a su apartamento. –No sé qué pasará contigo. –dijo Taichi. –Parece imposible, pero si me enamoro de ti, te daré 10 yenes. ¿vale? –dijo Sora. –50 yenes. –dijo Taichi negociando. –30. –40 yenes. –35 yenes. –tras decir eso. Taichi le extendió la mano para mostrar que tenían acuerdo, pero cuando ella la aceptó, tiró de ella y la tiró a la piscina. –¡¿Por qué has hecho eso?! Taichi sólo reía, contagiando a Sora, que le tiraba agua.***
El ascensor del edificio llegó hasta la planta veintiocho. Cuando se abrió la puerta, en el vestíbulo de esa planta del edificio estaban todos esperando al doctor, que iba seguido de una joven de pelo castaño de diecinueve años que parecía que se iba a quebrar en cualquier momento de lo pálida que estaba. Pese a su palidez, era muy guapa. El doctor le puso una mano en la espalda para acompañarla hacia donde estaban todos. –Os presento a Hikari Kamiya. Es estudiante de arte en la universidad. –presentó Ken. –¡Qué joven eres! –exclamaron algunos. Hicieron una pequeña inclinación con la cabeza a modo de saludo. –Está de acuerdo en participar. –entonces, Ken entregó un naipe a cada persona. –¿Tenéis todos vuestra carta preparada? Los chicos tienen reyes y las chicas tienen reinas. Quienes tengan las cartas del mismo palo, serán pareja durante la próxima semana. –¿Cambiaremos de pareja cada semana? –preguntó Taichi. –Sí, será como un tiovivo. Seguirá girando hasta que encontremos la felicidad. –explicó Ken. –Bien, yo empiezo. –dijo Yamato, enseñando el rey de picas. –Reina de tréboles. –dijo Miyako mostrando su carta. –Rey de diamantes. –dijo Jou. –Reina de diamantes. –dijo Hikari. –Reina de corazones. –mostró Mimí. –Rey de corazones. –enseñó el doctor mirando a Mimí. –Reina de picas. –dijo Sora. –Rey de tréboles. –finalizó Taichi. Por tanto, las parejas para la primera semana del intercambio quedaron de la siguiente manera:Taichi Yagami y Miyako Inoue; Sora Takenouchi y Yamato Ishida; Mimí Tachikawa y Ken Ichijouji; Jou Kido y Hikari Kamiya. Cada miembro del “Love Shuffle” miró a su pareja de la semana. Ken dedicó una dulce sonrisa a Mimí, al igual que ella a él. Jou miró nervioso a Hikari, cuyo rostro estaba impasible. Yamato dedicó una sonrisa a Sora, y ella le sonrió de vuelta. Miyako, con una sonrisa, se acercó a Taichi, que hizo una inclinación, quedando su vista a sólo unos centímetros del escote de la mujer. Cuando se dio cuenta, rió incómodo, pero a Miyako no pareció molestarle. Al contrario, parecía que le hacía gracia la actitud del nervioso castaño. El “Love Shuffle” daba comienzo. Continuará...