***
Ken entró en una tienda de vinos muy exclusiva y elegante. Mientras miraba cuál sería el vino idóneo para la noche, comenzó a cantar bajito “Dancing Queen”, la misma canción que emplearon en el ascensor cuando iban a hacer pipí en el vaso. –You are the dancing queen, young and sweet, only seventeen. –entonces, cogió la botella que buscaba.***
Yamato preparaba algo de cena. Cocinaba en su apartamento como todo un experto. Cualquiera que lo viera manejar la sartén con tanta soltura pensaría que era todo un chef. Mientras lo hacía, también canturreaba la canción de Abba. –Dancing queen, feel the beat from the tambourine, oh yeah. You can dance…***
–You can jive, na na, na na na, na naaa.See that girl, watch that scene, diggin’ the dancing queen –tarareaba Sora mientras conducía de camino a casa.***
Cuando Taichi salió del ascensor, llevaba la corbata medio deshecha y cara de querer morir. –Bienvenido. –le saludó Ken cuando lo vio aparecer tras recorrer el corto pasillo que había desde el ascensor hasta el vestíbulo. –Hola. –saludaron Sora y Yamato. Habían puesto una mesa baja en el vestíbulo con comida. Estaban sentados en el suelo sobre unos cojines y vestidos cómodamente: Yamato y Sora con un chándal y Ken con pijama y bata de casa. –¿Qué hacéis? –preguntó Taichi. –Todavía no has cenado, ¿verdad? –preguntó Sora. –Yamato es muy bueno en la cocina. –Cocinando libero estrés. –dijo Yamato. –Pero, ¿qué estáis haciendo? –volvió a preguntar Taichi porque no le respondieron la pregunta. –Está claro, una fiesta de pijamas. –explicó el doctor. –Vamos, ve a cambiarte. –¿Por qué no lo hacemos en alguno de los apartamentos? –preguntó Taichi. –Mi apartamento está lleno de libros. –dijo el moreno. –Yo lo uso como cuarto oscuro para revelar fotos. –dijo Yamato. –Y yo todavía no me siento cómoda como para hacer eso. –dijo Sora con una copa del vino que había comprado Ken. –A mí me pareces muy cómoda. –dijo Taichi. –En cuanto a ti, técnicamente no eres el propietario. –dijo Ken. –¿Tenías que recordármelo? –dijo Taichi sentándose de espaldas a ellos. –Es la falta de delicadeza de los terapeutas. –dijo Yamato. –Nosotros lo llamamos terapia de shock. –dijo Ken sonriendo. –Hoy me llamó el presidente. –confesó Taichi. –¿Ha descubierto la ruptura y te ha despedido? –preguntó Yamato, pero Taichi se quedó callado. –Entiendo, en ese caso convertiremos esto en una fiesta de consuelo. –dijo Ken mientras los tres alzaban sus copas para brindar. –¡No!¡Estoy a salvo! –dijo Taichi girándose hacia sus vecinos. –Mimí todavía no le ha dicho nada. Le pedí que no se lo contara a nadie hasta el último momento. –Eso debe de haber sido doloroso. –opinó Ken. –Mi vida es como andar por la cuerda floja. Lo entendéis, ¿no? –dijo Taichi. –No se refiere a ti, sino a Mimí. –le aclaró Sora. –¿Cómo? –Que debe ser doloroso para Mimí. –dijo Yamato dándole en la mano cuando Taichi iba a coger algo de comer y apartando los platos que había en la mesa para ponerlos en el suelo. –Estoy seguro de que quiere terminar con esto. –La culpa se va acumulando día a día. –le explicó Ken quitándole la copa de vino. –Pero tú sólo te preocupas por ti. –añadió Sora. –¿Y a qué te refieres con que estás a salvo? Tu personalidad es nula. –¡Completamente! –dijeron Yamato y Ken a coro. –Yamato, ¿has enfriado el vino tinto antes de servirlo? –preguntó Sora. –Normalmente no lo enfrío. –respondió él. –¿Por qué me estáis echando la culpa? –preguntó Taichi retomando el tema. –Creo que con la comida picante le va mejor el vino blanco. –dijo Ken, haciendo caso omiso a los intentos de Taichi por retomar el tema. –Voy a ponerme el pijama. –dijo Taichi levantándose, para ver si al llevar pijama le hacían caso. –Esperad a que me cambie. Cuando Taichi abrió y entró en su apartamento, los otros tres vecinos no pudieron evitar reír. –Me siento mal por él. –dijo Sora. –Taichi hace que quieras meterte con él. –dijo Ken. –Como estrujar un peluche. –dijo Yamato. –¡Exacto! –dijeron Sora y Ken a coro. Mientras tanto, Taichi, a toda velocidad comenzó a cambiarse para ponerse el pijama. Parecía que para que le hicieran caso era requisito indispensable llevar pijama o chándal como código de vestimenta. En tiempo récord, estaba casi vestido. –¿Qué estoy haciendo? –se preguntó al mirarse en el espejo.***
La cita entre Sora y Yamato había llegado. El rubio la había llevado a su estudio fotográfico. Mientras él preparaba las cámaras y la iluminación, la pelirroja observaba un montón de ropa de una percha. –¡Guau!¡¿Puedo ponerme cualquier modelito?! –preguntó Sora emocionada. –Elegí algunas cosas que creo que te sentarían bien. –contestó Yamato. –Me pone un poco nerviosa hacer una sesión con un fotógrafo profesional. –admitió Sora cogiendo uno de los modelos de percha para mirarlo. –Durante la sesión, voy a hacerte preguntas sencillas, así que responde tranquilamente. –dijo Yamato. –¿Del tipo “cuál es tu color favorito”? –preguntó Sora mirando a Yamato con una camisa en la mano. –Algo así. –dijo Yamato. Lo que Sora no sabía es que las preguntas que le haría no tenían nada que ver con eso.***
Por su parte, Miyako había llevado a Taichi a un restaurante elegante, pero al mismo tiempo, tradicional y un poco peculiar por su menú. –Tortuga. –dijo Taichi sosteniendo un trozo de tortuga entre los palillos. –Nunca había comido tortuga. Mmm, está rica. –Una vez que lo pruebas ya no puedes parar. Te da energía. –dijo Miyako. –¿Energía? –preguntó Taichi, sin intuir a qué clase de energía se refería la mujer. Entonces, se le fue la vista hacia el escote de su acompañante. Miyako puso una copita a la altura de su pecho. –Esto es como sangre vital. –dijo Miyako después de beber. –También da mucha energía. –¿Mucha energía? –preguntó Taichi como hipnotizado. –Venga, bebe. –le animó ella. –Sí. –Taichi cogió la copita y la bebió de un solo trago. –Ahhh. –Ahora no podrás dormir en toda la noche. –dijo Miyako de forma enigmática. –Pero tengo una reunión a primera hora de la mañana. ¡Perdone! ¡¿Me trae una cerveza?! –pidió Taichi nervioso. –¡No! Nada de alcohol. –le advirtió Miyako. –Cuando un hombre bebe alcohol no puede cumplir como es debido. –¿Cumplir qué? –preguntó Taichi. –Es bastante obvio, ¿no? Por ahí abajo. –dijo Miyako señalando con el dedo y manteniendo una sonrisa que en ningún momento había quitado de su rostro. –Aunque supongo que siendo joven no tendrás ningún problema.***
En otra parte de la ciudad, un grupo de chicas llevaban sus bandejas a su mesa de forma un poco escandalosa. En aquella hamburguesería, en la que había algo de alboroto se encontraban en la mesa un nervioso Jou Kido y una impasible Hikari Kamiya. –¿Estás segura de que este lugar está bien? –preguntó el de gafas. –Siento no haber podido conseguir el local entero para nosotros. Hikari ni contestó, estaba concentrada haciendo burbujas a su bebida a través de la pajita. –¡Oh! Yo también solía hacer eso cuando era un niño. –dijo Jou. Se llevó su bebida a la boca y también empezó a hacer burbujas. Entonces, la chica comenzó a masticar el hielo de su bebida. –Se dice que la gente con la tensión baja tiende a masticar el hielo. Así que eres estudiante de arte. ¿Trabajas al óleo o con acuarela? Pero Hikari no respondía. Simplemente seguía masticando hielo, algo que Jou no sabía cómo romper. –Yo también morderé un poco de hielo. –dijo él.***
La sesión de fotos comenzó después de que Sora se hubiera decantado por un vestido con un gorro. Yamato iba con sus habituales pantalones negros. Se había quitado la chaqueta, los zapatos y los calcetines y llevaba una camisa blanca remangada. –¿A qué animal crees que te pareces? –preguntó Yamato mientras iba sacando fotos. –Al koala. –respondió Sora. –Los koalas tienen unas uñas muy afiladas. –comentó Yamato con la vista baja en la cámara, al ser un tipo de cámara con la que el fotógrafo debía mirar hacia abajo. –¿Quieres arañar algo? –¿De qué hablas? Claro que no. –contestó Sora, posando sonriente. –Si nacieras otra vez, ¿qué preferirías ser: hombre o mujer? –preguntó él sin dejar de sacar fotos. –Hombre. –dijo Sora sin dudarlo. –¿De verdad?¿Es aburrido ser mujer? –preguntó él. –Es divertido, pero creo que los hombres tienen amistades más fuertes. Parecen más apasionados. –contestó Sora, vestida esta vez con ropa que parecía ser de motera. La sesión continuaba, con Sora vistiendo diferentes prendas cada cierto tiempo, y Yamato con su particular cuestionario. Sora se sentía muy cómoda. Se lo estaba pasando muy bien y posaba de forma muy natural. –¿Crees que eres sexi? –No. –Sé sincera. –Supongo que no estoy mal. –contestó esta vez vestida de colegiala, con una peluca con pelo corto y unas gafas. –¿Cuántas relaciones has tenido? –preguntó cuando estaba vestida con un vestido rosa palo, una peluca rubia corta y sombrero estilo años veinte. –Sin comentarios. –¿Cuándo tuviste tu primer amor? –preguntó Yamato. Esta vez, Sora vestía un vestido vaporoso de color blanco que le llegaba un poco más debajo de las rodillas. –En cuarto. –¿Qué te gustaba de él? –No me acuerdo. –¿Saldrías con él si te lo encontraras otra vez? –No. –¿Hay alguno que quieras ver de nuevo? –Supongo que hay unos cuantos. –dijo ella con una sonrisa inocente, momento que aprovechó Yamato para disparar. –Escoge uno…y piensa en él. –le pidió Yamato. Entonces, a Sora se le borró la sonrisa y se puso seria. Yamato no disparó al ver su expresión. –Piensa en él profundamente.***
–Al hotel Queen. –le pidió Miyako al conductor una vez dentro de la limusina blanca que los llevaría. –¿Qué? Pero… –comenzó a decir Taichi. –¿Qué pasa? –preguntó la mujer. –¿No crees que vamos demasiado deprisa? –preguntó Taichi. –Sólo tenemos una semana para nuestro intercambio. No podemos perder el tiempo. –Pero ¿no deberíamos aprender más el uno del otro, o algo así? –No hay lugar a la negociación. Las palabras son mentiras. Sólo me creo las cosas que veo. –Pero en “El Principito” dicen que “lo esencial es invisible a los ojos”. –argumentó Taichi. –Su autor, Saint-Exupéry murió en un accidente de avión. –Pero es que ahora estoy prometido, así que estoy en una posición complicada. Si Mimí se entera estoy perdido. –No hay peligro. Hoy estoy bien. –No me refería a eso. –Basta ya de tanta cháchara. –dijo de forma calmada y sin perder su enigmática sonrisa. –Dime que es mentira, Joe. –musitó Taichi para sí mismo. Pero lo cierto era que durante todo el trayecto, las piernas de Taichi iban en una posición como si tuviera ganas de hacer pipí y con sus manos sujetándose ciertas partes, pero no era pipí lo que tenía precisamente. La tortuga y la “sangre vital”, tal y como la había definido Miyako, parecía estar teniendo sus efectos.***
–Estoy seguro de que te aburres conmigo. –dijo Jou mientras Hikari tenía la cabeza ladeada hacia la cristalera de la hamburguesería. –Siento haberte tocado yo como primera pareja. Pero si te toca la primera persona más aburrida de primeras, creo que podrás disfrutar del resto mucho más. Pero Hikari permanecía mirando al ventanal y en completo silencio. –Estoy seguro de que Sora está mostrando sonrisas que nunca me ha enseñado a mí. –musitó Jou para sí mismo.***
–¿Quieres verle? –preguntó Yamato. Ahora Sora posaba en el suelo y Yamato había cambiado de cámara. Una cámara que le permitía más movimientos. Ya no posaba con la misma alegría que antes. –¿Harías algo para verle? –Sí. –Vale. Digamos que esa persona entra de repente por la puerta. Imagínatelo. –dijo Yamato acercándose mucho más sin dejar de enfocarla. –Si eso pasara, ¿qué cara pondrías? –Es imposible. –contestó Sora. –Quiero una sonrisa. –le pidió él. –No puede pasar. –dijo ella sin cumplir su petición. –¿Esa persona está viva…o murió? –preguntó Yamato enfocando desde el perfil de Sora. –Hace tiempo. –confesó ella. –¿Le querías? –preguntó agachándose frente a ella y enfocando. –¿Es diferente a tu primer amor? –Está a un nivel completamente diferente. –contestó ella. –¿Un novio al que quisiste? –No. –¿Un familiar? –Sí. –¿Hermano mayor?¿Hermano pequeño? –Mi otro yo. –dijo Sora con expresión triste. –¿De verdad? Así que eres una gemela.***
Taichi estaba sentado a un lado de la cama, de espaldas a la puerta del baño. Miyako se duchaba y ni se había molestado en cerrar la puerta del baño. Incómodo, echó una mirada hacia atrás viendo la silueta traslúcida de su cita de la semana a través de la mampara de la ducha. Entonces, se levantó para coger su chaqueta y los zapatos y se dirigió hacia el cuarto de baño. –Creo que me iré a casa. –avisó a Miyako. –No es que no me gustes, pero… es como una tarea. Déjame pensarlo por esta noche. Siento haberte avergonzado. A decir verdad, estoy avergonzado de mí mismo por mi falta de coraje. Soy tan pardillo que quiero llorar. Por favor, déjame pensarlo durante un día. Entonces, comenzó a abrirse la puerta de la mampara. Al ver que la puerta se abría, salió corriendo del cuarto de baño con la chaqueta y los zapatos en la mano. –¡Buenas noches! –se despidió Taichi. Abrió la puerta de la habitación y se marchó, a pesar de que su cuerpo le pedía otra cosa. Pensó que se merecía una medalla porque tuvo que hacer un gran esfuerzo de contención.***
Una vez que salieron de la hamburguesería, Jou y Hikari caminaban por una transitada acera. Como era habitual en él, llevaba su maletín negro. –Estoy más relajado cuando consigo tener el local para nosotros solos. –admitió Jou. –Supongo que no puedes beber, ya que eres menor. ¿O quieres irte ya a casa? Pero Hikari se había desviado hacia la calle voluntariamente. Entonces, Jou se dio cuenta de que la castaña no estaba a su lado. Cuando la vio, un camión se dirigía hacia ella tocando el claxon, porque con la inercia no le daría tiempo a frenar. Sin pensarlo, Jou la agarró por detrás y la apartó, cayendo los dos al suelo. Cuando pasó el camión, intentó ayudar a Hikari a incorporarse. –¿Estás bien? –preguntó él. Entonces, vio que su manga se había subido un poco, dejando ver varios cortes en la muñeca de la chica. Hikari se levantó y se dirigió hacia la acera como si fuera un fantasma ante la cara impresionada de Jou.***
–Era mi gemelo mayor. –dijo Sora acostada en el plató fotográfico. En el estudio se había creado una atmósfera más íntima. Yamato de pie, con Sora entre sus piernas y enfocándola con la cámara desde arriba. –¿Cómo se llamaba? –Yuki. –contestó triste y con la mirada perdida. –¿Era amable contigo? –Sí. –entonces Yamato se agachó para obtener un primer plano de su rostro. –¿Te protegía? –Sí. –Dame una sonrisa mientras recuerdas ese tipo de cosas. –le pidió él. Pero Sora era incapaz de sonreír. –Sora. –¿Has acabado? –preguntó ella incorporándose para quedarse sentada y casi tirando a Yamato. –Sólo un poco más. –le pidió él poniéndose en el perfil de Sora y apuntando con su cámara. –¿Crees que tus relaciones no funcionan por culpa de Yuki? –No. –dijo Sora un poco cansada. –Te lo preguntaré otra vez. ¿Crees que tus relaciones no funcionan por culpa de Yuki? –pero Sora no contestaba. –Última pregunta: ¿es por qué en algún lugar de tu mente siempre los comparas con él? Sora, responde con una sonrisa. –Estoy segura. –Sora giró su cabeza hacia donde estaba Yamato para responder con un hilo de voz y una sonrisa triste. Yamato sacó la última foto y se puso junto a ella. –Vale. Ha estado genial. –A Yamato también le agotó esa sesión de fotos y se pasó la mano por la cara suspirando. El rubio le tendió la mano ayudando a levantarla del suelo. –Tengo hambre. ¿Quieres ir a cenar? La reacción de Sora fue darle una bofetada y marcharse. –Supongo que no. –musitó él.***
Taichi caminaba a paso ligero después de prácticamente huir del hotel al que le había llevado Miyako. Entonces, con el nervio, ni se fijó que estaba a punto de chocarse con alguien. Lo curioso es que la otra persona también iba tan sumida en sus pensamientos como para percatarse de que se iba a chocar con Taichi. El choque entre Taichi y Jou fue inevitable. Con el golpe, el maletín de Jou cayó y se abrió, dejando ver un montón de fajos de billetes. –Lo siento. No estaba prestando atención. –dijo Taichi para ayudar a recoger lo que había caído y sin darse cuenta con quién se había chocado. –¿Dinero? ¡Tú! –¡Oh, hola Taichi! –saludó Jou, que tampoco se había percatado que había chocado con el vecino de su ex novia. Taichi no podía dejar de mirar el dinero. Pese a todo, puso el fajo de billetes en el maletín del moreno. Tras el choque, Taichi abrió la puerta de entrada de su edificio, cuando se percató que había algo tras él. Al girarse, vio a Jou, que por lo visto lo había seguido. –No puedes entrar sin permiso. –le llamó la atención al moreno. –¿Por qué no?¿Puedo tomar un poco de té o algo? –preguntó Jou casi invitándose. –Al fin y al cabo, somos compañeros del “Love Shu”. –¿Qué es eso? –Es la abreviatura del “Love Shuffle”. ¿No suena moderno y juvenil? –Para nada. –dijo Taichi continuando su camino. –Además, siento una especial simpatía hacia ti. –dijo Jou siguiéndole. –¿Por qué? –preguntó Taichi hastiado. –Porque tenemos un afecto persistente. Tú por Mimí y yo por Sora. –explicó Jou. –¡Oye!¿Qué te parece si nos hacemos llamar “Los Persis”, de persistentes? –Lo siento, pero no quiero relacionarme contigo. –dijo Taichi rechazando la propuesta del de gafas. –He oído que tu compromiso se ha roto. –dijo Jou. –Eso no es del todo exacto. –Entiendo perfectamente ese sentimiento. –dijo Jou haciendo caso omiso a lo que acababa de decirle Taichi. –Yo también me siento así. –¿Y eso es porque somos “Los Persis”? –preguntó Taichi irónicamente. –Pues claro. –Ni de broma. –dijo Taichi. –Buenas noches. –dijo Mimí apareciendo en el edificio con una sonrisa en la cara. –¡Mimí! –dijo Taichi yendo hacia ella rápidamente. –¡Hola! –saludó Jou también acercándose a ella. –Perdona, pero ¿puedes irte? –preguntó Taichi empujando a Jou hacia la salida. –Tengo que hablar con Mimí. –¿No puedo quedarme con vosotros? –preguntó el moreno. –A eso se le llama “sujeta velas”. Lo entiendes, ¿no? Tu novia te odia porque no coges las indirectas. –No estoy aquí para verte. –le dijo Mimí a Taichi. –¿Qué? –Vengo a ver Ken. Es mi pareja del “Love Shuffle”. –le informó Mimí. –Son “Love Shuffs”. –le dijo Jou como vengándose. –Pero es muy tarde. –dijo Taichi. –Como es médico, está muy ocupado. –dijo Mimí. –Pues el otro día estaba bebiendo en pijama. –dijo Taichi. –¿Qué? –Nada. –Bienvenida. –dijo Ken abriéndole la puerta a Mimí. –Entra. Taichi lo veía todo desde la puerta de su casa. –¡No puede ser! –dijo él corriendo hacia el apartamento del médico. –¡Por favor, ven a mi casa después! Pero el doctor cerró la puerta sin recibir respuesta de la castaña. –Entiendo perfectamente cómo te sientes. –dijo Jou, que también le había seguido hasta allí. –¿De verdad? –preguntó con ironía. –Sí. Después de todo, somos divertidos y un poco tristes. –dijo Jou. –¡Somos “Los Persis”! –¿Todavía estás aquí?***
–Parece una pequeña biblioteca. –dijo Mimí observando el apartamento del doctor, llena de estanterías con libros. –También tienes muchas plantas. –Se dice que son necesarias las tres pes para que la gente se relaje. –dijo Ken encendiendo una velita. –¿Tres pes? –Plantas, personas y pájaros. –dijo incorporándose y mirando una jaula con un pajarito azul dentro. –Se llama Blue, igual a como es. Mimí puso un dedito en la jaula para llamar la atención del pajarito. –Ven, siéntate en esta silla y relájate. Ya que estás aquí, deja que te hipnotice. –dijo Ken poniéndose tras una silla que parecía más un sillón. –¿Hipnotizarme? –El subsconsciente le habla al consciente para disminuir el estrés. –explicó Ken. Mimí se sentó en la silla con curiosidad. –Mi método es algo peculiar. Le leo un libro al paciente. –¿Cómo un padre leyendo a un niño? –Algo así. –dijo Ken mientras buscaba el libro entre la estantería que tenía detrás. –Creo que este libro será apropiado para ti: “Salamandra”, de Masuji Ibuse. –Lo leí como deberes de verano cuando estaba en primaria. –dijo Mimí con nostalgia al reconocer el libro. –Me gusta la primera línea. –dijo el doctor sentándose junto a Mimí. –“La salamandra estaba triste”. Incluso una salamandra puede estar triste. Así que, no es extraño que la gente se ponga triste. Al pensar eso me siento mejor. Con un mando a distancia, el doctor atenuó la luz. –Relaja todo tu cuerpo. –Mimí se acomodó en la silla apoyando su espalda en el respaldo. –Respira profundamente. Mírame. Tus párpados empiezan a hacerse pesados. Mientras me miras, cierra los ojos como si intentaras encerrarme dentro de ti. La castaña hizo todo lo que pidió el moreno, hasta que cerró los ojos. –Voy a agarrar tu mano, así que no te preocupes. –cuando Ken hizo contacto con la mano de Mimí, ésta tuvo un pequeño acto reflejo, pero enseguida se tranquilizó con la suavidad con la que la agarró. Entonces, Ken comenzó a leer. –“La salamandra estaba triste”. Al otro lado de la puerta, pegada a ella, estaba un desesperado Taichi. –¡Ya ha pasado mucho rato! –se quejó el castaño. –¿Cuánto tiempo piensa quedarse ahí? –Hasta mañana, ¿quizás? –respondió Jou, que estaba sentado en un poyo que había en el vestíbulo acomodando los billetes de su maletín. El de gafas recibió una mirada inquisitorial de Taichi por meter el dedo en la llaga. –Sólo era broma. Seguro que están disfrutando de una conversación agradable. Taichi se acercó un poco como asomándose para ver el maletín rebosante de billetes. –Puedes quedártelos, si quieres. –dijo Jou al ver la curiosidad de Taichi. –¿Qué? –Los billetes de verdad son el primero y el último. –Al decir eso, Taichi se sentó junto a Jou y cogió el fajo que le pasaba, comprobando que lo que decía el moreno era cierto. –El mundo de ahí fuera da miedo. –¿Por qué lo llevas a todas partes? –preguntó Taichi después de que Jou le arrebatara el fajo para colocarlo en el maletín. –Es útil cuando necesitas hacer negocios. –explicó Jou. –Mucha gente sucumbe si ve un montón de dinero enfrente suyo. –¿De verdad? –preguntó Taichi con curiosidad mientras que Jou cerró el maletín una vez que terminó de acomodar los fajos de billetes. –En internet también. Incluso cometería un crimen por ello. –dijo Jou con una mirada y un tono que asustaba. –Eres mucho más profundo de lo que pareces. –dijo Taichi nervioso y queriendo retirarse. Pero en ese momento, la puerta del apartamento de Ken se abrió. De allí salía una Mimí un poco afectada. –¡Mimí! Pero la chica no hacía caso a pesar de que Taichi le ponía las manos delante mientras cruzaba el vestíbulo. –“La salamandra estaba triste”. –Se limitó a decir la castaña. –¿Qué? –preguntó Taichi sin comprender nada. –Las tres pes son geniales. –dijo Mimí. Tras decir eso, se encaminó hacia el pasillo del ascensor ante la atónita mirada de Jou y Taichi. –¿Tres pes? –preguntó siguiéndola. –¡Mimí!¡¿Qué te ha hecho?! Justo cuando llegó al ascensor, se abrió la puerta. Dentro estaba Sora. Tras limpiarse unas lágrimas, salió del ascensor para dirigirse a su apartamento. –Buenas noches. –dijo Sora sin querer detenerse. –Buenas noches, Sora. –dijo Mimí entrando en el ascensor. –¡Mimí! –cuando Taichi intentó detenerla, la puerta del ascensor ya se había cerrado. Por su parte, Jou siguió a Sora. –¡¿Por qué lloras?!¡¿Qué te hizo?! –preguntó Jou al ver que Sora estaba afectada por algo, pero Sora le cerró la puerta casi en las narices. –¡¿Qué te hizo?! –gritaron Taichi y Jou a la vez.***
Yamato acababa de aparcar su todoterreno negro en su plaza de garaje. Entonces, unos pasos se apresuraban hacia él. Jou fue a atacarlo intentando golpearle con su maletín, pero Yamato, que lo escuchó llegar lo esquivó sin problema. Cuando Jou intentó agredirle de nuevo, Yamato sacó el brazo consiguiendo tirar a Jou de un puñetazo, dejándole una pequeña magulladura. –¿Tú? –preguntó Yamato, que ni se había dado cuenta de quién era su atacante. Entonces fue a ayudarlo a incorporarse un poco. –Lo siento. Hago algo de boxeo. ¿Por qué me has atacado? –¿Qué le hiciste a Sora? –preguntó Jou un poco atontado. Jou agarró a Yamato de la pechera. –¿Qué le has hecho? –Sólo le saqué fotos en mi estudio. –contestó Yamato. –¡Espera!¡¿Le hiciste posar desnuda?! –preguntó Jou escandalizado al ser consciente qué tipo de fotos solía sacar el rubio. –¡Claro que no! –dijo Yamato zafándose del agarre de Jou. –Pero… –Hice que desnudara su corazón. –le dijo Yamato. Entonces se levantó para marcharse, dejando a Jou casi más preocupado que antes. El rubio sacó un botellín de agua de su bolso y se lo lanzó a Jou. –Toma, límpiate la boca. –Mierda. Es tan guay. –dijo Jou viendo como Yamato se marchaba.***
En el vestíbulo, Ken estaba sentado en el poyo, vistiendo su pijama y su bata de casa. –Sólo la hipnoticé. Eso es todo. Estoy seguro de que tiene muchas cosas en la cabeza. –explicó Ken intentando tranquilizar a Taichi. Tras decir eso, le dio un trago a su lata de cerveza. –No tenías por qué cogerle la mano. –dijo Taichi indignado. Él también estaba sentado al lado, pero con los pies encima, con otra lata de cerveza. –¿Qué tiene de malo? Sólo son manos. ¿No le coges la mano cuando bailáis? –Bah. Entonces la puerta del ascensor se abrió, dejando ver a un cansado Yamato. –Hola. –saludó Ken. –Hola. –dijo Yamato llegando al vestíbulo. –Estaba totalmente acorralado. Me hizo comer tortuga y beber sangre de vida. –explicó Taichi sobre su cita con Miyako. Al fin y al cabo, era la pareja que aportó Yamato. –¿De verdad? También me lo hizo a mí. –dijo Yamato sentándose entre Taichi y el doctor. –Parece ser que se escapó del hotel. –explicó Ken pasándole una cerveza al fotógrafo. –¿Por qué? –preguntó el rubio. –No deberías preocuparte por mí. –No puedo hacer eso. Todavía estoy prometido. Emocionalmente no puedo. –dijo Taichi. –En ese caso, ¿por qué fuiste al hotel? –preguntó Ken. –Porque… mis pantalones parecían una tienda de campaña. –dijo con vergüenza. –Eres sincero. Eso está bien. –dijo Ken dedicándole una sonrisa antes de darle un trago a su bebida. –Qué horror. Estuviste a punto de llegar a la cima y te rendiste. –opinó Yamato. –Dices eso, pero ella dice que tiene demasiada prisa como para hacer las cosas con calma. –dijo Taichi. –Pero es porque su marido vuelve en tres meses. –dijo Yamato. –¿Qué? –preguntaron Taichi y Ken a coro. No se esperaban que Miyako estuviera casada. –Ups, se me ha escapado. –dijo Yamato. –Así que está casada. –dijo Ken. –Sí. Lo que significa que no tendré problemas en el futuro, así que no te preocupes. –dijo Yamato. –Espera, no puedo hacer eso. –insistió Taichi. –Supuestamente, el marido tiene una amante más joven. –explicó Yamato. –¿Por qué no puede tenerlo ella? –Pero… –Incluso sin ese tema, ¿no está bien que quiera estar enamorada toda la vida? –No lo entiendo. –contestó Taichi. –Podrá ser anticuando, pero puede convertirse en madre y quedarse con el único hombre que elija. –Bueno, yo también creo que estaría bien. –dijo Ken levantándose. –Es sólo que ahora las mujeres tienen más opciones. Sin más, Taichi y Yamato brindaron con sus latas. –¿Qué hay de ti? –preguntó Ken a Yamato. –Sora no se ha dejado ver. –Quizás me he pasado un poco con una aficionada. –admitió Yamato.***
Sora bajó a la piscina a hacer unos cuantos largos. Mientras nadaba no paraba de recordar la cita con Yamato. Sentía que la había llevado hasta el límite con sus preguntas, que inevitablemente, le rememoraron sus demonios. –¿Crees que tus relaciones no funcionan por culpa de Yuki? Tras unos cuantos largos y después de recordar aquella pregunta de la sesión de fotos, emergió del agua. Se apartó las gafas de nadar y se quedó allí pensativa. –¿Es por qué en algún lugar de tu mente siempre los comparas con él? –Qué deportista. –escuchó Sora la voz de Taichi. Estaba acostado de lado, cerca de la orilla con su pijama puesto. –¿Cuántos kilómetros piensas hacer a nado? –¿Desde cuándo estás ahí? –preguntó Sora. –No me acuerdo. –Qué despreocupado. –dijo Sora acercándose hasta la orilla en la que estaba el castaño. –Si la ruptura se hace oficial, me volveré más despreocupado. –comentó Taichi. –O no, quizás estaré más preocupado buscando trabajo. –Ya estás algo más relajado si hablas así. –dijo Sora quitándose el gorro de baño. –Sólo pensaba que todos tenemos problemas. Resulta que no soy el único al que le persigue la mala suerte. En cuanto a mí, aunque me despidan, puedo encontrar algo con lo que pasar página. –dijo Taichi sentándose. –¿Te has enterado? –preguntó Sora, que intuía que también hablaba de ella. –No estuvo bien que se pasara así contigo. –dijo Taichi refiriéndose a la cita de Sora con Yamato. –Ya no importa. Además, no es un mal recuerdo en sí. –Pero los buenos recuerdos pueden ser más deprimentes que los tristes. Estamos haciendo una fiesta de pijamas en el vestíbulo de nuestra planta. –dijo Taichi levantándose y ofreciéndole la mano a Sora para que saliera de la piscina. Sora la tomó y salió del agua. De esa manera no tenía que ir a las escaleras, que quedaban en la orilla opuesta. Por un momento, se quedaron uno frente al otro. –Te sangra la nariz. –dijo Sora. Esta vez, cuando Taichi se llevó los dedos a la nariz vio que era cierto. –¿Te excitas por ver a alguien en bañador?¡Qué penoso! –¡Sora, no es eso! –dijo Taichi llevándose una mano hacia sus zonas bajas mientras Sora se iba hacia los vestuarios. –¡Es por la tortuga!***
A la mañana siguiente, cuando Sora salió de casa para marcharse al trabajo y recorría el vestíbulo hacia el ascensor, se detuvo porque le pareció ver algo extraño. En la pared del vestíbulo en el que últimamente se ponían a hacer las fiestas de pijamas había un montón de fotos suyas en blanco y negro. Eran las fotos que Yamato le había hecho la noche anterior. No esperaba encontrárselas allí, como si fuera un altar para adorarla. –¿Yo? –musitó la pelirroja. En muchas de ellas salía posando sonriendo y muy natural. Pensó que Yamato la había sacado más guapa de lo que realmente se consideraba. Con razón era considerado uno de los mejores fotógrafos del país. Pero las que más le llamó la atención fueron aquellas en las que salía seria, aquellas en cuyas preguntas el rubio ahondó más en su interior.***
En la cita de aquella noche, Jou y Hikari volvieron a repetir en la hamburguesería como lugar de su cita. Hikari miraba a Jou con expresión indiferente mientras masticaba hielo. –No deberías pensar en suicidarte. –le dijo Jou tras considerar en si decirle lo que pensaba o no. –Cuando estaba en primaria me acosaban. Esperaba que la situación cambiara en secundaria, pero me seguían acosando. Prácticamente me usaban como esclavo. La gente que sólo vive para maltratar a otras personas son malas personas. Hay un montón de gente que no siente nada al hacer daño. Pero, por otra parte, también puedes encontrarte con gente maravillosa. Yo también pensé en suicidarme y fui a un edificio en construcción. Pero un obrero que había olvidado sus herramientas me descubrió. Ese hombre me dijo que yo era genial y yo le grité que no lo entendía y que lo estaba pasando mal. El hombre gritó y me dijo: “Mientras te acosan a ti, el resto de chicos débiles no son acosados. Así que, en realidad eres un héroe para ellos”. Entonces, Jou despertó de su ensoñación. Todo eso era lo que le habría gustado decirle a Hikari, pero no había dicho nada. Ella seguía masticando hielo. –Qué mona, pareces un hámster. –fue lo único que se le ocurrió decir al moreno. Como de costumbre, Hikari no dijo nada. –Yo también voy a mascar hielo.***
En otra de las citas del “Love Shuffle”, Miyako y Taichi se encontraban en un lujoso restaurante coreano. –Cómete el yukhoe. –le dijo Miyako. –Te dará… –Mucha energía. –terminó diciendo Taichi, lo que hizo sonreír a Miyako, al ver que el castaño completó su frase. –¿Qué decisión has tomado después de pensarlo toda la noche? –Yamato me ha dicho que estás casada. –dijo Taichi. –No intentaba ocultarlo. Si eso te hubiese convencido de que no tendrías ningún problema en el futuro, te lo habría dicho antes. –Lo siento. –se disculpó Taichi. –Sinceramente, creo que eres muy atractiva, pero todavía no puedo acostarme contigo. –¿Estás preocupado por si tu novia lo descubre? No tienes una personalidad muy aventurera. –dijo Mimí mientras ponía trozos de carne en la parrilla de mesa. –A lo mejor por eso tu novia rompió el compromiso. –Podría ser. Pero siento que algo está mal. –¿Mal? –Supongo que el concepto “sexo sin compromiso” es aceptado por muchas mujeres y los hombres lo agradecemos. Pero esa clase de mujeres siempre parecen baratas, por mucha ropa cara que se pongan. Pero creo que tú no eres así. No eres de esa clase. No sé por qué estás haciendo esto. –Porque mi marido también me engaña. –dijo Miyako. –No puedo verte como una facilona que cree que está bien engañarle también. –dijo Taichi. –No es que se me dé bien juzgar a la gente. Yo también soy así. Me han dado un buen trabajo con una buena posición, pero me siento tenso. Por eso tengo esos sentimientos cuando alguien más se está esforzando. –¡Vámonos! –dijo Miyako en tono firme y levantándose de la mesa. –¿Y la cena? –¡No me importa!¡Vamos! –insistió ella cogiendo su bolso y marchándose. –¡Espera! –dijo Taichi saliendo, no sin antes dar un último bocado. Qué desperdicio de comida.***
Cuando Yamato llegó del trabajo y aparcó su coche en su plaza de garaje salió cargado de bolsas. –Vas muy cargado. –dijo Sora, que también salía en ese momento de su Seiscientos rojo. –¿Es para la cena? –Hey, ¿vosotros qué queréis ser? –preguntó Yamato a los alimentos que había dentro de las bolsas y haciendo sonreír a Sora. –Supongo que puedes enseñarme a cocinar. –dijo Sora cogiéndole un par de bolsas y encaminándose hacia el vestíbulo en el que cogerían el ascensor. –Mi condimento estrella es el picante. –avisó Yamato. –Me gusta. –dijo Sora juguetona. Con las fotos que Yamato había en el vestíbulo, Sora había perdonado a Yamato.***
–¡Qué bonito! –exclamó Mimí al entrar al restaurante en el que había reservado el doctor Ichijouji. –No parece que estemos en Japón. –Originalmente era la residencia de un conde construida en la era Showa. Incorporó el diseño español, que era único en aquella época. Hacía tiempo que no venía. –explicó Ken. Cuando llegaron a la mesa, en una habitación exclusiva en la que había un piano de cola, ya había un camarero esperando para atenderles. Una vez que se sentaron, el camarero les ofreció la carta. –¿Estás seguro?¿No será un sitio especial al que venías con tu novia? –preguntó Mimí. –Bueno, algo así. –reconoció Ken mientras ojeaba la carta. –No puedo compararme con ella. –dijo Mimí. –¿Por qué? Tú también eres encantadora. –Porque nadie puede superar a un buen recuerdo. –No soy tan romántico. –dijo Ken con la mirada en la carta. Entonces, cuando notó que sobre él caía la mirada de la castaña, le puso atención. –Mírame. Cierra los ojos como si estuvieras intentando encerrarme dentro de ti. –le pidió Mimí. –¿Puedo hacerlo después de mirar el menú? –entonces Mimí se rio con lo que dijo Ken.***
Miyako dirigió a Taichi hacia un bar de copas con billar. Desde una mesa que parecía una barra, Miyako bebió su copa de un solo trago. –Miyako, creo que estás bebiendo demasiado. –le dijo Taichi al percatarse de que llevaba ya varias copas. –¡Calla! ¡No quiero que nadie como tú me diga nada. –dijo Miyako enfadada. –Lo siento. –Sólo eres un quejica debilucho. ¿De verdad tienes lo que un hombre tiene que tener? –Lo tengo, y bueno. –dijo él orgulloso y aflojándose la corbata. –¿Qué te parece? Ahora he sido muy barata, ¿verdad? –Sí, bueno… –¡Hey, guapa! –dijo un hombre fornido de color en inglés americano, llamando la atención de Miyako. –Hola. ¿Cómo estás? –le saludó Miyako, también en inglés mientras daban un toque a sus copas. –Perdona. –dijo Taichi levantándose e intentando interponerse entre los dos. –Ella está conmigo. –No tengo nada que hacer con él. –le dijo Miyako al desconocido. –¿Qué te parece si hacemos el amor esta noche? –Claro, ¿por qué no? –aceptó el hombre la propuesta de Miyako. –¡Vamos a casa, Miyako! –le pidió Taichi. –¡Puedes irte a casa tú solo! Yo me iré con él. –dijo Miyako mientras se abrazaba al desconocido. –¡Dime que es mentira, Joe! –se quejó Taichi. –¡Hey, dude, my name’s Joe! –exclamó alegremente el pretendiente de Miyako mientras se acercaba a Taichi.***
–Tengo que decirte que tienes una voluntad muy fuerte. –dijo Yamato mientras cocinaba con Sora en su segunda cita. Mientras él lidiaba con la sartén, ella cortaba ingredientes para una ensalada. –¿Tú crees? –No ha habido ninguna modelo que me haya dejado hacer la última pregunta. –admitió Yamato. –Normalmente lloran, se enfadan o se escapan. –¿Eres súper sádico? –preguntó Sora mirándolo fijamente. –Quizás soy súper masoquista. –dijo él devolviéndole la mirada. –¿No sería interesante? –El tiempo se detiene cuando me acuerdo de Yuki. –dijo Sora sincerándose mientras buscaba platos. –¿Cuándo murió? –En sexto. –¿Un accidente? –No, una enfermedad. Iba perdiendo peso. –Ya veo. –No te atrevas. –dijo ella mirándole mientras él le apuntaba con su pequeña cámara. Parecía que siempre la llevaba encima por si había algún buen momento que captar. Él respetó su deseo y se la guardó. –Como éramos gemelos, tenía esa culpa dentro de mí. ¿Sabes? Podría haber sido yo. Él seguía adelgazando y adelgazando, pero me preguntaba por qué sus ojos seguían siendo claros y brillaban con luz propia. –¿Brillaban? –preguntó él una vez que vació el contenido de la sartén en uno de los platos. –El médico determinó que no había nada que hacer y reunió a toda la familia. Esa noche no me aparté del lado de Yuki. Déjame hacerlo. –dijo Sora cuando Yamato volvió a encender el fogón para calentar una sopa que había que remover. –Claro. –accedió él intercambiando lugares. –Estaba llorando en mitad de la noche y desperté a Yuki. –siguió ella explicando mientras removía el contenido de la cazuela. –Me miró directamente a los ojos y con una sonrisa me pidió que no llorara más. –¿Y? –preguntó él, consciente de que no había terminado mientras echaba algo de condimento a la cazuela mientras ella seguía removiendo con la mirada perdida. –Me dijo de que se alegraba que fuera él, y no yo quien estuviera muriendo. –Ser comparado con un chico como ese es un gran obstáculo a superar. –reconoció Yamato. –Supongo que es culpa de Yuki que mis relaciones nunca funcionen. –terminó por admitir Sora. –Pero… –comenzó a decir Yamato con su grave y profunda voz mientras sujetaba la mano con la que Sora tenía la cuchara, abrazándola por detrás cogiéndola de la cintura y asomando su cabeza apoyado en el hombro de la pelirroja. –coincidiría con él. –¿Qué quieres decir? –sin esperarse aquel gesto que la hizo vibrar. –Que si estuviera a punto de morir yo también te diría “me alegro de que no seas tú, Sora, sino yo”. –Idiota, no digas esas cosas. –dijo Sora cuando se recuperó de la impresión por lo que dijo Yamato. Entonces en aquella misma posición, se miraron a los ojos, pero justo cuando estaban a punto de besarse, un tono ridículo en el móvil de Yamato rompió aquel mágico momento. –Contesta. –Ah. –se quejó Yamato cuando Sora le dio un codazo en el estómago por el sobresalto. –Maldito Ken. Me ha cambiado el tono del móvil. Taichi, ¿qué diablos te pasa? Me has estropeado la diversión. –¡Miyako está en problemas! –exclamó Taichi. –Ven ahora mismo. –Ni hablar. Tengo un fuego encendido por aquí. –dijo él en voz baja para que Sora no lo oyera, ya que no se refería a la cazuela, precisamente. –¡Estoy en unos billares de Roppongi llamados Aquarium.Los conoces, ¿verdad? –Y sin darle tiempo si quiera a contestar, Taichi colgó. –Mierda. –se quejó Yamato. –Dime que es mentira… –¿Joe? –dijo Sora completando la frase de Descalzo Joe.***
En la hamburguesería continuaban Jou y Hikari con una bandeja con una ración de patatas intactas y con los vasos de refresco vacíos. Ya no les quedaban trozos de hielo que masticar. El lugar se había vaciado, pero estuviera lleno o vacio, Hikari seguía impasible y sin decir nada, mientras que Jou seguía tan incómodo como en la primera cita.***
Contrastando con la hamburguesería, Mimí se sentía muy feliz en su cita con Ken en el exclusivo restaurante. –¿Cómo puedo estar tan emocionada? Me lo estoy pasando de maravilla. –dijo Mimí mientras que Ken le rellenaba la copa de vino como si fuera un experto sumiller, sujetando la botella por el culo con una servilleta. –Yo también lo estoy pasando bien en tu compañía. –coincidió el moreno. –¿De verdad?¿No estás mintiendo? –Tenemos buena química.***
Mientras tanto, en los billares, el ambiente era mucho más tenso. –¡No! –gritó Taichi al ser empujado por Joe, el pretendiente de Miyako. Pero Taichi se volvió hacia él para evitar que llegara hacia donde estaba Miyako. –¡No puedes llevártela! –¡Es maravilloso!¡Una pelea internacional por mí! –exclamó Miyako contentísima sentada en un taburete mientras en una mano sostenía su bebida. Fue entonces que entró Yamato seguido de Sora. El rubio se fue directamente hacia su vecino para separar a Taichi y el que tenía pinta de afroamericano. –¡Taichi!¡¿Qué estás haciendo?! –preguntó Yamato intentando separarlos mientras Joe les gritaba enfadado. –No lo entiendo. –dijo Taichi. –No tengo ni idea de qué dice. –¿Qué pasa? –le preguntó Sora en inglés. –She said she would come home with me! –contestó Joe enfadado. –Dice que ella le dijo que se iría a casa con él. –¡Dame un respiro! ¿No te dije que ella estaba conmigo? –contestó Taichi. –I told you she was with me. –tradujo Sora. –She dumped you! –contraatacó Joe. –Ella pasó de ti. –le transmitió Sora a Taichi. –¡Nadie pasa de mí tan fácilmente! –gritó Taichi indignado. –No way. She didn’t dump me. –dijo la pelirroja, que conforme iba traduciendo parecía divertirse más y más con la discusión de aquellos dos. –Yes, she did. Do you wanna play, one of one? –preguntó Joe. –En ese caso peleemos. –dijo Sora, con una traducción no muy exacta para prolongar la diversión. –¿Pelear? –preguntó Taichi un poco intimidado. –Bien, supongo que lucharé por ti. –dijo Yamato apartando a Taichi para ponerse frente al americano y quitándose la chaqueta mientras la gente que se encontraba en los billares gritó emocionada. –Que te quede claro que no voy a pagarte el hospital. –¡Vamos, Yamato! –lo animó Miyako, que permanecía en el taburete disfrutando de la diversión. Entonces Yamato le dio un empujón y se puso en posición de pelea de boxeo. –Hey dude, I meant to play pool, not fighting. –dijo Joe señalando el billar. –Es una pelea al billar. –dijo Sora divertida, traduciendo correctamente esta vez. –¿Billar? Claro, vamos. –aceptó Yamato yendo a coger un palo y aplicándole tiza para asegurar el agarre de las bolas. –Oye, Yamato, ¿estás seguro? –preguntó Sora al ver la decisión del rubio. –Cuando se pone así, Miyako no cederá. –dijo él. Joe también cogió un palo y metió una bola de una partida que ya estaba en marcha de antes. –¿En serio? –dijo Yamato sorprendido por la facilidad con la que aquel tipo metió la bola. –Por eso te preguntaba si estabas seguro. –dijo Sora. –Yo jugaré. –dijo Taichi con un palo en la mano. –Yo soy el “Love Shu” de Miyako. –“¿Love Shu?” –preguntó Yamato. –¿Estás seguro de que puedes hacerlo? –preguntó Sora. –Por supuesto. –dijo él sonriendo con seguridad. –Me encanta cómo lo ha dicho. –comentó Sora. Mientras, a Yamato le volvió a sonar el móvil con aquella melodía ridícula. –¿Diga? –preguntó Yamato tapándose uno de los oídos para poder escuchar mejor debido al ruido de ambiente. –¿Te has dado cuenta de que te he cambiado el tono del teléfono? –dijo Ken. –Ahora mismo tengo otras cosas de las que preocuparme. –dijo Yamato. –¿Billar? –dijo Ken adivinando dónde estaban por los sonidos. Pero Yamato le había colgado no sin antes haber escuchado a Taichi de fondo. –No lo entendí del todo, pero parece que ha pasado algo y están en una pelea de billar con Taichi, he escuchado su voz al fondo. –¿Taichi? –preguntó Mimí. –Sí. –¿Había mucha gente delante? –preguntó Mimí. –Bueno, supongo que Yamato y Sora, y la gente que esté en el bar. –respondió Ken extrañado por la pregunta. –En ese caso, si tiene espectadores, lo hará bien. –dijo Mimí con seguridad. –¿Qué quieres decir? –Que estoy segura de que ganará. –dijo con una sonrisa mientras miraba su copa de vino.***
Al echar a suertes quién rompería al iniciar la partida, le tocó a Taichi. El castaño se había quitado la chaqueta, se remangó la camisa y se colocó en posición para romper la formación triangular de las bolas. Con la primera tirada, ya metió una bola. Le tocaba jugar con las lisas. –Impresionante. –admitió Miyako. –¿Tú no estabas borracha? –preguntó Yamato a su lado, a lo que Miyako sólo respondió con una sonrisa. –He practicado casi todos los juegos posibles. –dijo Taichi colocándose y apuntando para meter la bola amarilla en la tronera de uno de los lados del tapiz. Cuando disparó, metió la bola. –Estaba obsesionado como un loco. Pero cuando pensé en hacer de ellos una profesión, las ganas de jugar desaparecieron. ¿Puedes traducírselo? Mientras decía eso, fue hacia el otro costado de la mesa, apuntó y metió otra bola más. No obstante, no parecía muy necesario que Sora le tradujera nada. Viendo cómo jugaba Taichi se arrepintió de haberlo desafiado a jugar al billar y la seguridad que tenía previamente fue desapareciendo. –No tengo ni idea de para qué has venido a este país, si por turismo o por trabajo. –Decía Taichi refiriéndose al americano mientras se volvía a colocar para tirar y mientras Sora le iba traduciendo. –Si has venido a buscar mujeres, sería mejor que te volvieras a tu país. –Sí que es bueno. –dijo Yamato sorprendido al ver que Taichi también metía bolas con jugadas con carambola, y no sólo golpeando a la bola en cuestión directamente. –No me importan las mujeres estúpidas que se emocionan viendo los taxis amarillos. –dijo Taichi refiriéndose a los taxis neoyorquinos mientras daba tiza al palo. Después volvió a meter otra bola. –Te invito a que te las lleves a casa. Pero Miyako es diferente. Lo siento, pero ella es totalmente diferente. No es una mujer fácil con la que puedas acostarte la primera noche. A Miyako pareció bajársele el punto de alcohol con todo lo que estaba diciendo. Mientras, Taichi seguía metiendo bolas, incluso había tiradas a las que le daba efectos a la bola o les daba un efecto de salto, bajo la atenta mirada de todo el bar.***
–El verdadero Taichi es genial. –le explicaba Mimí a Ken, que ya conocía aquella faceta del castaño. Seguían en el restaurante, con la parte de los cafés. –No es el segundón que siempre dice ser. Siempre he sido fan suyo. Ken le ofreció un pañuelo a Mimí. Entonces Mimí se toco la cara. No se había percatado de que se le escapó una lágrima. –¿Por qué estoy llorando? –Vaya, vaya. –musitó el doctor más para sí mismo.***
Tras acabar la partida, Taichi, que le había cogido el gusto, volvió a desafiar al americano a otra partida, aunque hacía un rato que Joe había aceptado su derrota. Por su parte, Yamato se salió afuera y se apoyó en la baranda que separaba la ancha acera con la carretera. –Se ha llevado la mejor parte. –reflexionó Yamato. –Eso no es verdad. –dijo Sora, que había seguido al rubio afuera y se apoyó junto a él. –¿Ya se ha terminado? –preguntó Yamato. –No, pero no necesito quedarme para saber quién ganará. –dijo Sora. En cierto modo, él también lo sabía. Ya había visto más que suficiente. –Es verdad, pero… –Además, mi “Love Shu” eres tú. –añadió Sora agarrándose de su brazo. –Vale. Vamos, la noche es joven. –dijo Yamato. Juntos, se fueron agarrados a otro lugar.***
Dentro de los billares, Taichi metió la última bola y fue aclamado por los asistentes. Taichi se dirigió hacia el americano y le pasó el palo con el que había jugado con una sonrisa. Tras unos toques en el hombro, se dirigió hacia Miyako y se arrodilló. –He ganado. –Miyako le extendió la mano y éste la besó.***
Jou acompañó a Hikari a su casa. De hecho la castaña le permitió acceder y lo llevo a una parte que hacía las veces de estudio de arte. Jou se quedó mirando los cuadros que había colgados. Enfrente había un cuadro grande de tonos azules y pequeños angelitos y, en otra pared, un cuadro prácticamente igual pero de color salmón. –¿Son ángeles? –preguntó Jou impresionado. Estaba claro que Hikari tenía muchísimo talento con los lienzos. –¿Un chico?¿Una chica? –El doctor dice que se parecen más a Tánatos[1]. –¿Tánatos? –preguntó Jou. Entonces miró el cuadro de color salmón. –Este es especialmente genial. Es como el borde del universo, brillando con luz propia. –Te lo regalo. –dijo Hikari sentándose en un taburete. –¿Qué? Ni hablar. Lo compraré. –se negó Jou. –Pagaré lo que sea. De hecho, no me importa comprarlos todos. –Papá se volverá loco, pero no puedo encargarme de ellos. No puedo encargarme de todo lo que puedes ver.***
La noche anterior había terminado la primera semana de intercambios de pareja. –Oh, qué buena pinta. –dijo el doctor a la mañana siguiente saliendo al vestíbulo a la vez que Yamato. Se había convertido en una costumbre poner una mesita baja en el vestíbulo para reunirse. Normalmente lo hacían por la noche, pero esa mañana también lo hicieron para desayunar. Había té, sándwiches, huevos revueltos y beicon, pan, tomate, etc. –¿Todo esto lo has preparado tú? –preguntó Yamato a Sora, que estaba echando té a las tazas. –Me gustaría decir que sí, pero me arreglé y salí a comprarlo. –contestó Sora. Aunque en ese momento Sora iba vestida con el chándal que hacía las veces de pijama. Yamato también vestía con ropa de chándal, mientras que el doctor vestía su elegante pijama con bata. –Eso también tiene su mérito. –Supongo que sí. –dijo Yamato sentándose para desayunar. –Por cierto, ¿podemos quitar ya estas fotos? –preguntó Sora mirando hacia las fotos que le hizo Yamato. –Yo creo que quedan bien. –admitió el doctor sentándose. –No soy tan narcisista. –dijo ella. –Vale, las quitaré después de desayunar. –dijo Yamato. –Vale. –¿Y Taichi? –preguntó Ken soplando a su té. –Llamé al timbre varias veces, pero parece que no está. –dijo Sora. –Por cierto Ken, ¿cuál será el “Shuffle” de la próxima semana? –Ya lo he elegido. –dijo Ken, dejando la taza y buscando los naipes en el bolsillo de su bata. –Toma Yamato, esta es para ti, y esta para ti. Cuando Yamato hizo el gesto de asomarse para ver la carta de Sora, ésta la escondió contra su pecho. –Mala. Estábamos muy bien juntos. –Sí, es verdad. No puedo creer que ya tengamos que despedirnos. –admitió Sora. –Debemos quedarnos con el recuerdo y seguir adelante. En eso consiste el intercambio. –dijo el doctor.***
Taichi no podía creerlo cuando despertó. Estaba en la cama de la habitación de su apartamento. La mujer dormía a su lado apaciblemente. –Después de jugar al billar, bebimos mucho. –dijo Taichi intentando recordar lo que pasó. Miró bajo las sábanas y como se temía, estaba completamente desnudo. Había tenido la esperanza de que sólo estuviera desnudo en la parte de arriba, pero cuando lo confirmó se puso nervioso. –No puede ser, ¿he coronado la montaña? Entonces comenzó a escuchar el timbre. Quien estuviera tocando, lo hacía de forma insistente. En tiempo récord, se puso el pijama y miró por la mirilla. Era Sora. Llevaba una bandeja con desayuno. Consciente de que no podría evitarlo durante mucho más tiempo, recogió los tacones de Miyako del genkan y los escondió en el armario de la entrada. –Hola. He comprado el desayuno. Ya hemos desayunado todos. –dijo Sora cuando Taichi le abrió la puerta. –¿En serio? –Va, déjame pasar, que se está enfriando. –dijo Sora intentando entrar. –Deja, ya lo hago yo. –dijo Taichi intentando coger la bandeja, pero ésta no le dejó. Como consecuencia, sin querer tocó la tetera.–¡Ah, quema! –Por eso te he dicho que me dejes pasar. –dijo Sora, que ya se había introducido en el apartamento. –De verdad, no hace falta. –dijo Taichi intentando evitar que la pelirroja entrara más. Pero entonces, apareció Miyako. Tan sólo llevaba puesta la camisa de él, que le llegaba por los muslos. –Taichi, ¿puedo darme una ducha? –Claro, adelante. –dijo Taichi nervioso ante la atónita mirada de Sora. Ahora comprendía por qué no quería dejarla entrar. –Esta es tu carta para la semana que viene. –dijo Sora poniéndole el naipe en la boca, y que determinaría cuál sería su pareja en la semana entrante. Tras ponerle el naipe, le pasó la bandeja. –En serio, no me acuerdo de nada. –dijo Taichi justificándose y con la vocalización distorsionada por tener la carta en la boca. Mientras, Sora cogió la tetera y abocó adrede el líquido por fuera, de manera que caía en los pies del castaño. Al notarlo, a Taichi se le calló el naipe de la boca, dejando ver el rey de picas. En el vestíbulo, Yamato y Ken continuaban desayunando, cuando escucharon el grito de Taichi. –¡Quema! Se miraron, y siguieron tomándose su té. Continuará… [1]Tánatos: demonios que personifican la muerte en la mitología griega; los antagonistas de Eros.