ID de la obra: 1330

TMOB3: The Children of Bear Valley Ranch

Het
G
En progreso
0
Tamaño:
planificada Mini, escritos 112 páginas, 45.234 palabras, 4 capítulos
Descripción:
Notas:
Publicando en otros sitios web:
Consultar con el autor / traductor
Compartir:
0 Me gusta 0 Comentarios 0 Para la colección Descargar

Un Día de Gracias en Bear Valley (1899)

Ajustes de texto
. Un Día de Gracias en Bear Valley (1899) . Estación de Bear Valley, 1899 Edward hundió aún más las manos en los bolsillos y contuvo una risa. Lanzó una mirada rápida de reojo al amor de su vida. Sabía que ella vibraba de emoción mientras ambos esperaban el tren de Denver en el andén de la estación de Bear Valley. Bella iba de un lado al otro, se retorcía las manos y, cada tres segundos, se asomaba ansiosa por los rieles con un brillo alegre en los ojos. Él jamás se lo diría, pero pensaba que sus gestos eran increíblemente encantadores. —Ay, Edward, me pregunto si habrá cambiado mucho. ¿Y si no logro reconocerlo? —Se angustiaba ella, de pie sobre las toscas tablas del andén. —Estoy seguro de que aún podrás reconocerlo. —¡Pero la última vez que lo vi fue hace años! Él entrelazó su brazo con el de ella y le sonrió. —Las personas no cambian tanto en diez años, Bella. Y, además, si tú no lo reconoces, seguro él te reconocerá a ti. Sigues siendo la misma mujer hermosa que eras la primera vez que te vi. —¿De veras lo crees? —Claro que sí, mi hermosa. —Sus dedos recorrieron con ternura la curva de su ceja, la línea de su mejilla y el dulce arco de sus labios—. No has cambiado nada —añadió, aunque esta vez su humor iba dirigido a sí mismo. Su cuerpo aún reaccionaba ante ella como lo hacía en los primeros días de su vida juntos. Discretamente, se acomodó los pantalones. —¡Ay, ya basta, Edward! —respondió ella con una sonrisa divertida, agradecida por sus palabras tranquilizadoras. Aún tenía el don de disipar sus inseguridades. De pronto, se oyó el agudo silbato del tren acercándose por los rieles. —¡Oh, ya llegaron! —exclamó Bella, clavando la vista en la dirección por donde venía el tren. Minutos después, la ruidosa locomotora de vapor llegó a la estación y el lugar tranquilo se convirtió en un caos bien organizado con mozos y empleados del ferrocarril corriendo de un lado a otro. Bella se aferró al brazo de Edward mientras se ponía de puntillas, estirándose hacia un lado y otro, tratando de ver a los pasajeros que descendían del tren. Una cabellera rubia familiar llamó su atención, y el aliento se le cortó de alegría. Apretó el brazo de su esposo y susurró: —Ahí está, Edward. Mi hermano Michael, por fin está aquí. TCoBVR Jessie estaba molesta. Nunca entendería por qué, en nombre del cielo, había aceptado hacer una parada en medio de la nada para visitar a la hermana de su esposo. Supuso que podría haberlo convencido de no hacerlo con el tiempo, pero no, Michael se había precipitado y compró los pasajes de tren tan pronto como se firmó el contrato de venta de la granja en Virginia. Le había tomado casi diez años convencer a Michael de venderla y mudarse a California. Siempre había sido su sueño vivir allá. De niña, quedó encantada con los relatos de un tío que fue en busca de oro en el 49. No encontró mucho tesoro, pero sí muchas aventuras, y solía ser la estrella de las reuniones familiares, contando historias increíbles de esa tierra dorada, soleada y dichosa llamada Ca-li-for-nia. Siempre había estado decidida a vivir allí algún día, y lo que Jessie quería, Jessie lo conseguía. Pero por alguna razón, Michael se mostraba reacio a deshacerse de la granja, diciendo que siempre había habido un Swan en el condado de Prince William, Virginia, desde que el condado existía. Ella lo intentó todo para hacerlo cambiar de opinión, sin éxito. Finalmente, le comentó de pasada que podrían visitar a su hermana en camino a California, y por primera vez Michael consideró seriamente la mudanza. Jess sabía que él le tenía un cariño especial a Isabella. Se escribían varias veces al año, y él siempre le enviaba un par de jamones en Navidad. Ella había esperado que, una vez que Bella se marchara de Occoquan y se casara, esa conexión se desvaneciera, pero para su pesar, nunca ocurrió. Jess jamás comprendió el atractivo de Isabella Swan, pero Michael parecía adorarla. En su opinión, Bella era una mujercita aburrida, siempre leyendo y demasiado intelectual para ser una dama. En secreto, se burló cuando su cuñada encontró esposo a través de un anuncio en el periódico. ¡Qué ordinario debía de ser! Se imaginaba a un vaquero sucio, ignorante, que prefería dormir en un granero antes que en una cama. Estaba horrorizada con la idea de quedar atrapada con un montón de incivilizados en un sitio tan rústico como Bear Valley. Le daba escalofríos de solo pensarlo, pero se resignó porque el viaje la llevaría a su tan ansiado destino. Michael, por su parte, tenía sus propias razones para dejar Virginia. Al comienzo de su matrimonio con Jess, había esperado que tuvieran hijos a quienes dejar la granja, pero después de once años juntos y aún sin un niño que alegrara sus vidas, había abandonado ese sueño. Así que, ¿qué sentido tenía conservar algo que desaparecería tras su muerte? Dudaba que su hermana quisiera volver a la granja familiar. Parecía irle bastante bien en Colorado, y ella era la única a quien le confiaría ese legado. La verdad era que estaba muy emocionado por ver a Bella. Después de que se desvaneció la novedad del matrimonio, comprendió que Jess no era la mejor compañera de vida que podría haber escogido. Durante el noviazgo, era dulce, suave y amable. Se dejó deslumbrar por su belleza y por el hecho de que provenía de una de las familias más importantes del pueblo, los Stanley, lo que añadía atractivo a sus encantos. En realidad, tenían poco en común, pero no podía quejarse. Ella cumplía con su deber de esposa, y se llevaban bien mientras ella se saliera con la suya en la mayoría de las cosas. Le hacía falta la ternura y amabilidad que él creía que toda mujer traía consigo. Había aprendido, con los años, que no era así. Anhelaba algo más. Recordaba su juventud en el calor del hogar familiar, y una calidez le invadía el corazón. Había alegría y risas en la vieja casa de campo, y cuando regresaba tras una larga jornada, lo sentía hasta en los pies. Hacía mucho que no sentía que tenía un verdadero hogar. Lo único que le arrancaba una sonrisa últimamente era la idea de ver de nuevo a su hermanita. Cada kilómetro que avanzaba el tren aumentaba su emoción, y le costaba quedarse quieto. Jess se acomodó un poco cuando el tren llegó al andén de Bear Valley. Miró por la ventana, sorprendida al ver lo ordenado y bien trazado que era el pueblo. Esperaba calles polvorientas con hombres rudos y borrachos disparando al aire e indios salvajes aullando mientras cabalgaban por las calles, pero Bear Valley se parecía mucho a cualquier pequeño pueblo de Virginia. ¡Qué asombroso! El tren se detuvo y Michael se levantó para acompañar a Jess hasta la plataforma. Ella lo dejó ir primero, reacia a ser la primera en pisar esa tierra desconocida. Recogió el sombrero que él, en su emoción, había dejado sobre el asiento y lo llevó consigo al bajar del vagón. —¡Michael! ¡Michael! —gritó una voz familiar. Jessie descendió justo a tiempo para ver a Bella correr hacia los brazos de Michael. Su abrazo fue totalmente impropio, pero no le sorprendió. Los Swan eran una familia muy efusiva. Desde el inicio de su matrimonio, no le tomó mucho tiempo entrenar a Michael para que mantuviera las manos quietas. Se aseguraría de darle una charla sobre comportamiento apropiado en cuanto estuvieran a solas. Se hizo a un lado para observar el reencuentro y notó que un hombre desconocido hacía lo mismo. Jessie soltó un leve jadeo y parpadeó. Era el hombre más apuesto que había visto en su vida. ¿Quién demonios era? ¿Y por qué parecía tan complacido al observar la escena entre Isabella y Michael? —Hola, Jessie —saludó Bella con una sonrisa, dando unos pasos hacia su cuñada—. Es muy bueno volver a verte. Mientras caminaba, Bella extendió la mano hacia el apuesto caballero, invitándolo a unirse a ella, luego se volvió hacia su hermano y su cuñada y dijo—: Estoy tan feliz de poder presentarles por fin a mi esposo, Edward Cullen. Jessie apenas podía respirar. ¿Ese era el vaquero de pueblo que Bella había conocido por medio del periódico? ¿La pequeña y aburrida Bella había conseguido a este hombre de ensueño como esposo? No parecía posible. Tenía la boca abierta del asombro cuando Edward se volvió hacia ella, se quitó el sombrero con una leve inclinación de cabeza y dijo: —Un placer conocerla, señora. Acompañó el saludo con su sonrisa habitual. No sabía lo devastador que podía resultar para el sexo femenino… especialmente considerando que aún conservaba todos los dientes. La fachada de superioridad de Jessie se resquebrajó y soltó en voz alta: —¿Usted es el hombre que Bella conoció por medio de un anuncio? Edward soltó una carcajada sorprendido, pero se encogió de hombros mientras admitía: —Sí, supongo que así fue como nos conocimos, pero diría que la Providencia tuvo un papel muy importante. No habría podido soñar con una esposa más perfecta que la que ese anuncio me trajo. Una vez más, pasó el brazo de Bella por el suyo y la miró con amor mientras hablaba. Bella conocía a Jessie desde hacía mucho tiempo. La esposa de Michael siempre había sido la reina del salón de baile. Había nacido Stanley, y los Stanley siempre habían estado en la cima de la escalera social en su pueblo natal. Eran dueños de los molinos y tenían la casa más grande y fastuosa de la zona. Jessie había sido su compañera de escuela y, como los fondos de la escuela eran complementados por los Stanley, Jessie siempre tenía el lugar de honor. Bella estaba acostumbrada a hacerse a un lado en presencia de ella. Pero eso había quedado muy atrás, y ya no estaban en el pequeño pueblo de Occoquan. El comportamiento torpe de su cuñada no la sorprendió en lo más mínimo. Le entristecía ver que la actitud autocomplaciente de Jessie no había cambiado, y también sabía que su opinión despectiva hacia ella tampoco había mejorado con el tiempo. Esta iba a ser una visita interesante. Sus labios se curvaron en una pequeña sonrisa de complicidad. Jessie no iba a disfrutar lo que encontraría en Bear Valley Ranch. Edward explicó mientras los guiaba hacia el carruaje cubierto que los esperaba: —Tyler Crowley está aquí con la carreta y se encargará de cargar sus pertenencias y llevarlas al rancho. Bella y yo trajimos el landó para que su trayecto sea un poco más cómodo. —Si hay alguna valija que necesiten tener de inmediato al llegar, podemos llevarla con nosotros —añadió Bella. Michael miró a su esposa y se sorprendió al ver que no estaba tomando el control de todo -y de todos- como solía hacer. De hecho, parecía incapaz de articular palabra en ese momento. —¿Señora Swan, se siente bien? —le preguntó. Ella lo miró con los ojos muy abiertos y asintió. —Mi hermana quiere saber si necesitas alguna maleta en especial apenas lleguemos al rancho; ¿tal vez ese pequeño baúl de viaje? —preguntó Michael. Jessie simplemente asintió de nuevo y Michael dio indicaciones para que llevaran la valija correcta al carruaje. Luego se volvió para ayudarla a subir al amplio coche. Bella se acomodó junto a ella y pronto las dos parejas avanzaban por la calle principal de Bear Valley rumbo al rancho. —Debo decirlo, hermana, Bear Valley es mucho más grande de lo que esperaba —comentó Michael. —Ha crecido bastante desde que instalaron la vía secundaria del tren. Cuando Edward me trajo por primera vez, solo estaba la calle principal y unas cuantas tiendas. Era mucho más pequeño. —¡Hermana! ¡Llamaste a tu esposo por su nombre de pila! ¡Qué vergüenza! —exclamó Jessie. En otros tiempos, el comentario de Jessie habría apagado la confianza de Bella, pero ya no. Bella soltó una carcajada y dijo: —Ay, hermana, aquí no somos tan formales. Además, en el rancho hay dos señoras Cullen más de visita, así que sería un enredo si todas usáramos nuestro apellido. Y si cuentas a todos los hombres, hay siete señores Cullen. Usar los nombres de pila no es una imprudencia, es una necesidad. Los hombres se unieron a la risa de Bella. —¿Siete señores Cullen? Hermana, ¿cuántos hijos tienes? —preguntó Jessie con desprecio. —Como estoy segura de que recuerdas por las cartas que te he enviado a lo largo de los años, Edward y yo hemos sido bendecidos con cuatro hijos hasta ahora: Joy Elizabeth, nuestra primogénita, que cumplió nueve este verano; Charles Edward, que tiene siete; Grace Margaret, de cuatro; y el bebé, John Henry, que aún no cumple el año —respondió Bella con una sonrisa cariñosa. Edward añadió: —Además de nuestros dos hijos, mi hermano Jasper y su esposa tienen también dos hijos varones y una hija. Así que tenemos a mi padre Carlisle, a mí, a mi hermano Jasper, a mis dos hijos y a mis dos sobrinos… en total, siete señores Cullen. Toda mi familia viene al rancho para celebrar el Día de Acción de Gracias. —Cielos… ¿habrá espacio suficiente para todos en su cabaña? —preguntó Jessie, horrorizada ante la posibilidad de tener que compartir habitación con extraños. Esperaba al menos algo de privacidad para ella y Michael. Bella decidió que el humor sería la única manera de lidiar con semejante ignorancia, así que le dio una palmadita en la mano a su cuñada y dijo: —No te preocupes, hermana, ponemos a los hombres en el granero. Los caballos y el ganado los mantienen calentitos, y nosotras las mujeres compartimos una gran colcha de plumas en el piso, frente al hogar. No está tan mal, si no te importan una que otra pulga. Los niños se acomodan en el altillo. Es todo muy acogedor. La expresión de Jessie fue impagable. Edward creyó haber pescado un pez que hizo la misma cara una vez. —Hermana, sigues siendo una bromista —rio Michael, y luego se volvió hacia su esposa—. Señora Swan, ¿no recuerdas las cartas de Bella? Han ampliado mucho la casa del rancho en los últimos años. Mi hermana y su familia viven muy bien. Tienen todas las comodidades modernas. Edward se inclinó hacia Jessie con una sonrisa tranquilizadora. —Usted y el señor Swan estarán muy cómodos, estoy seguro. Bella es una ama de casa extraordinaria y se ha hecho famosa por su hospitalidad. Jessie aún no sabía qué creer, así que se mantuvo en silencio mientras la conversación giraba hacia el clima y el paisaje. Pronto tomaron el camino que subía la colina hacia el rancho. Desde allí, se tenía una vista hermosa del valle. Había ganado pastando hasta donde alcanzaba la vista. —Qué magníficas reses —comentó Michael—. ¿Cuántos ranchos hay por aquí? —¿En esta zona en general? —preguntó Edward—. Bueno, hace unos cuantos kilómetros que estamos dentro de los terrenos de Bear Valley Ranch. Ese rebaño que ves es solo uno de los nuestros. Una vez que crucemos este alto, verán la casa principal. Unos minutos después, los ojos de Jessie casi se le salieron de la cara. La casa del rancho, recientemente remodelada, era el doble de grande que antes. Estaba asentada sobre el hombro de la colina como una joya sobre terciopelo. Se veía muy distinta a lo que ella había esperado. ¡Vaya! Era tan grandiosa como la casa de su infancia: Rockledge. Lanzó una mirada acusadora a su cuñada. ¿Cómo se atrevía a elevarse por encima de su posición? En la opinión de Jess, semejante grandeza estaba reservada para personas como ella, que había nacido con altas expectativas y acostumbrada a los lujos que esa vida ofrecía. Había algo muy equivocado en cómo se habían dado las cosas, pensó. Le tocaba a ella volver a poner todo en su lugar. Michael supo leer el lenguaje de su esposa y comprendió que se avecinaban tiempos difíciles. Por primera vez en muchos años, una chispa de rebeldía se encendió en su alma y decidió que Jessica Stanley Swan no iba a arruinar la dicha de Bella. Haría todo lo posible por contener a esa mujer obstinada, egoísta y mimada… o tal vez sería ella quien terminaría durmiendo en el granero con el ganado. Lo mejor sería empezar de una vez. —¿Sabías, hermana, que Rockledge fue vendida? Bella soltó un jadeo de sorpresa mientras Jess fruncía el ceño, molesta. —¿Por qué tu familia vendería la mansión, Jess? —Eh… Mi hermano habrá tenido sus razones —dijo Jessie con altivez. Michael soltó una carcajada. —Su razón fue que no podía seguir costeándola. Jessie le lanzó una mirada venenosa a su esposo, pero no agregó nada más. Estaban llegando a la casa principal justo cuando toda la familia Cullen los esperaba en el porche. Carlisle y Esmé los saludaban con sonrisas mientras los niños saltaban de emoción. Jasper y Alice intentaban controlar a los más activos para que no asustaran a los caballos. Era una escena caótica, pero feliz. Edward sonrió y se volvió hacia sus invitados: —Sean bienvenidos, mis estimados, a Bear Valley Ranch. TCoBVR Tyler se rascaba la cabeza mientras miraba el artefacto que, además de los típicos baúles y maletas, debía llevar de regreso al rancho en el buckboard. —Eso sí que es un artículo bien raro —comentó Festus, inútil e indolente como siempre. Se había acercado con las manos en los bolsillos a husmear en los asuntos de los Cullen cuando llegaron sus invitados a la estación. Tyler sabía que no se ofrecería a ayudar con la carga. Tyler gruñó como respuesta y luego decidió atar el objeto en cuestión al banco junto a él para el camino de regreso al rancho. —¿Y tú qué crees que es? —siguió Festus. —Vaya uno a saber. —Se encogió de hombros Tyler—. Son del este. —Ah, entonces con razón —concluyó Festus, como si eso lo explicara todo. Otro misterio más para la colección de excentricidades de la gente del este. Tyler subió al asiento del cochero y tomó las riendas. —¡Caminen! —ordenó, y los dos caballos robustos comenzaron el trayecto de vuelta al rancho. Vaya espectáculo el que daban atravesando el pueblo: el hombre estoico y, junto a él, esa llamativa y extravagante jaula de alambre. Algunos sujetos en el porche del salón reconocieron el objeto y empezaron a imitar cantos de pajaritos y a reírse mientras Tyler pasaba. —Mmm —resopló Tyler con disgusto. Las cosas que los del este creían necesarias… Se imaginaba que después de aguantar a su señora por unos diez años, ya debería haberse acostumbrado, pero no. Estaría contento de llegar al rancho y deshacerse de esa responsabilidad en particular. La única razón por la que se había ofrecido a ir al pueblo ese día era porque a Lauren le encantaban unos dulces de menta específicos que la señora Cope preparaba y vendía en su tienda. El señor Cope había fallecido hacía unos años -no es que a mucha gente le importara- y la señora Cope se había hecho cargo del negocio. Lo estaba haciendo muy bien, especialmente ahora que no tenía tiempo para amargarle la vida a todos con su forma entrometida de ser. Y hacía unos dulces de menta realmente sabrosos. Tyler esperaba sorprender a su esposa con ellos. Subieron la colina hasta el corral del rancho y un grupo de hombres comenzó a descargar las cajas y baúles de la carreta. La señora estaba allí con una mujer rubia que señalaba y hablaba a los hombres. Al parecer, algunos de esos baúles no se necesitaban de inmediato. Ojalá lo hubiera sabido antes; habría cargado el carro de forma diferente. Pronto pusieron todo en orden y Tyler condujo el equipaje innecesario al granero. Iban a guardarlo allí hasta que los visitantes se marcharan y se lo llevaran consigo. No le sorprendió que aquella monstruosidad dorada fuera uno de los artículos innecesarios. —Tonterías inútiles —murmuró. Terminó de descargar el resto de la carreta y luego lo guardó en su lugar habitual hasta que volviera a necesitarlo. Desenganchó el tiro y llevó los caballos al corral, luego guardó el equipo. Estaba empezando a cepillar a los animales cuando Abraham, su hijo mayor, apareció en la esquina del granero. —¿, necesitas ayuda? —preguntó el larguirucho de quince años. Asintiendo, Tyler le lanzó el cepillo y señaló con el mentón al otro caballo que estaba allí. Abraham se puso manos a la obra, acostumbrado a las conversaciones no verbales de su padre. Después de trabajar en silencio un buen rato, Tyler preguntó: —¿Dónde está tu ? —En la cocina, ayudando a Nana con la comida. Tyler gruñó de nuevo. No podía esperar para ver la cara de sorpresa de su esposa cuando le entregara los dulces. Acarició el cuello del caballo en el que estaba trabajando, agradeciéndole por su servicio ese día, y dejó las tareas restantes en manos de Abraham. Palpó el bolsillo de su chaleco buscando el característico bulto envuelto en papel, y se encaminó con paso ágil hacia la cocina con la intención de encontrar a su esposa. Cuando entró en la bulliciosa cocina, vio que ella no estaba, pero Ana María sí. —¿Dónde está mi esposa, señora Nana? —preguntó. —Está en el jardín buscando algo más para acompañar el almuerzo —respondió Ana María. Su hija, Magdalena, estaba ocupada estirando masa para las galletas, y él aspiró con gusto los olores deliciosos que inundaban la estancia. Era un gran cambio comparado con la rústica cocina que usaba Cookie en los viejos tiempos. Cuando el patrón derribó la antigua casa de campo, también lo hizo la cocina vieja y en su lugar instaló una con lo último en estufas, agua corriente, hornos y toda clase de… bueno, no había otra forma de decirlo: tonterías inútiles. A Tyler no le entusiasmaban mucho esos cambios modernos, pero a Lauren le encantaban los nuevos artilugios. Decía que hacían el trabajo más fácil, y si eso le facilitaba la vida a su esposa, entonces él admitía que eran cosas buenas… siempre y cuando él no tuviera que usarlas. Pasó por la puerta trasera de la cocina y rodeó la esquina rumbo al jardín. Era un buen día de finales de otoño y, aunque fresco, el sol lo hacía agradable mientras brillaba. Pero en cuanto se ocultara, tras las montañas, se haría evidente que el invierno estaba a la vuelta de la esquina. Vio a Lauren agachada entre las plantas del jardín, recogiendo los últimos zapallos de invierno y dejándolos caer en su delantal recogido. Se incorporó al verlo acercarse y su rostro se iluminó con una sonrisa. No dijeron ni una palabra de saludo. No hacía falta. Sus ojos lo decían todo. Ella caminó hasta el final del surco y soltó una esquina del delantal para que los zapallos rodaran con suavidad dentro de una canasta que tenía allí. Cuando Tyler llegó a su lado, sonrió. —Tengo algo para ti. —¿Ah, sí? —se sorprendió ella—. ¿Qué cosa? Él ladeó la sonrisa. —Adivina. —Tyler, sabes que no soy buena adivinando. —Es algo que siempre se te antoja —le insinuó. Lauren parpadeó y se concentró. —Uhm, ¿un antojo? Veamos… ¿un vaso de suero de leche? Tyler resopló. —No, mujer. ¿No crees que lo habrías notado si viniera con eso? Es algo más pequeño. Lo llevo en el bolsillo del chaleco. Lauren extendió la mano hacia el bulto que podía ver ahí, pero Tyler puso su mano encima primero. —Adivina. —Es algo que se me antoja y que cabe en tu bolsillo del chaleco... —Miró fijamente el bolsillo en cuestión—. ¡Ya sé! Un pie de cerdo. Tyler se echó a reír. —¿Y por qué habría de meter un pie de cerdo en mi bolsillo? Se quedaría la grasa y el olor pegados. —Es que esta mañana se me antojó uno. —¿Y cómo iba a saber eso? No te he visto desde antes del desayuno. —Pues eso era lo que se me antojaba. —Esto es algo que conseguí en el pueblo. —¿Whisky? —adivinó ella. Tyler la miró sorprendido. —¿Se te antoja el whisky? —Dudaba que Lauren hubiera probado una sola gota, aunque antes trabajara en el salón. —No, pero eso se consigue en el pueblo y aquí no. Se quedó callada un segundo y lo miró con un gesto apenado. —Te dije que no era buena adivinando. Tyler retiró la mano de su bolsillo. —Ve y mira tú misma. Lauren dio un paso más hacia su marido y extendió la mano hacia la sorpresa, pero entonces otro pensamiento cruzó su mente. Le gustaba estar tan cerca de Tyler. Se acercó aún más, hasta que casi quedaban cadera con cadera, y puso su mano libre sobre el brazo de él. Levantó los ojos hacia los de Tyler, que se oscurecieron, y su corazón se aceleró. Metió la mano en su bolsillo y sintió el crujido del papel. —Me trajiste dulces —susurró. Sacó el pequeño paquete, lo acercó a su nariz y soltó un jadeo—. ¡De menta! Tyler sonrió y le pasó un brazo por la cintura. —Sabía que te iban a gustar. Lauren abrió el paquete apresurada y rompió un trozo del caramelo de menta. Tras metérselo a la boca, gimió de placer. Impulsivamente, se estiró y le dio a Tyler un beso en los labios, un piquito rápido y mentolado que, junto con su cercanía, le hizo pensar en otras cosas… cosas que también se le antojaban. Él deslizó el otro brazo alrededor de su cintura. —¿Dónde está Lee? —En la escuelita, aprendiendo sus lecciones. —¿Y por qué Abraham no está allí también? —La maestra dijo que hoy terminó temprano. Lo mandó a la casa grande a leer. Abraham había resultado tener una mente excepcional. De hecho, la maestra le pedía cada vez más que leyera libros de la amplia biblioteca de los Cullen. Le enseñó a llevar un diario con sus ideas y reacciones a lo que leía. A veces, Edward aprovechaba para hablar con él sobre temas filosóficos cuando tenía tiempo. Era evidente que Abraham sería un buen candidato para una institución de educación superior. Edward y Bella habían hablado de enviarlo al este para completar su formación, pero aún estaban buscando cómo planteárselo a sus padres. Bella estaba segura de que Lauren y Tyler tendrían dificultades para entender la necesidad de un gasto así o una separación tan larga, incluso si ella y Edward estaban dispuestos a cubrirlo, así que aún no se había tocado el tema. —¿Y entonces por qué estaba Abraham en el granero? —preguntó Tyler. —Seguro te vio llegar. ¿Te ayudó con los caballos? —Sí. Debe estar de vuelta en la casa grande ya. Lauren asintió y se metió otro trocito del caramelo de menta en la boca, soltando un suspiro. —¿Bueno? —preguntó Tyler. Ella volvió a asentir. —¿Me das un poco? Se sorprendió de que él hiciera una pregunta con una respuesta tan obvia. Podía tener lo que quisiera de ella. Nunca necesitaba pedirlo. Ella levantó el pequeño paquete. Tyler miró rápidamente a su alrededor y vio que no había nadie a la vista, luego volvió a mirar la oferta de su esposa y negó con la cabeza. Sonriendo, se inclinó y la besó en los labios, obteniendo su parte del caramelo de menta de esa manera. Después de un momento, se apartó y dijo con voz ronca: —Vamos a visitar esa piel de oso. Riendo, Lauren recogió la canasta de calabazas y la dejó en el porche trasero de la cocina para que Ana María la encontrara. Tocó la puerta para asegurarse de que la viera de inmediato. Luego, ella y Tyler salieron corriendo de la mano hacia su cabaña, donde la alfombra de piel de oso de Lauren los esperaba como en un altar, justo frente a la chimenea. Nadie los vio por un buen rato, pero Bella notó en el almuerzo que Lauren tenía las mejillas sonrojadas y que Tyler, normalmente ceñudo, sonreía por una vez. La mirada suave con la que seguía a su esposa mientras se movía por el comedor contaba una historia dulce por sí sola. Bella jamás le reprocharía a un hombre el amor por su mujer, ni a una mujer el amor por su hombre. Después de todo, ella entendía muy bien ese sentimiento. Y eso explicaba la diatriba que había tenido que escuchar unas horas antes. —¡HERMANA! ¡HERMANA! —Jessie irrumpió corriendo hacia Bella, que alimentaba al pequeño John en su sala privada—. ¡Ay, por Dios! ¿Qué estás haciendo? —Jess se detuvo en seco al ver el pecho descubierto de Bella y al bebé mamando. Definitivamente estaba siendo un día lleno de escándalos para Jessie. —Estoy alimentando a mi bebé. Ya come papillas y vegetales colados, pero la leche materna sigue siendo lo mejor para él. —Sonrió mirando a su hijo, que tenía los ojos cerrados con fuerza mientras se concentraba en su alimento. Jessie jadeó y se abanicó con la mano. —Las damas refinadas no hacen esas cosas. Bella levantó la mirada y respondió: —Pero las madres refinadas sí lo hacemos. Ofendida, Jessie resopló. —Este es un territorio salvaje, y la gente es tan salvaje como la tierra. Bella pensó que Jessie aún no había visto nada verdaderamente salvaje, pero preguntó: —¿Qué te hace decir eso? Jessie bufó y se dejó caer en una butaca que estaba en un ángulo tal que no tenía que mirar directamente a Bella mientras hablaban. No tenía ningún deseo de presenciar aquella falta tan vulgar de buenas costumbres. Susurró, como si decirlo en voz alta pudiera contaminarla: —Estaba organizando los artículos de tocador en mi habitación, miré por la ventana y vi a dos personas abrazándose. Bella parpadeó. —¿Dos personas de Bear Valley se estaban abrazando en el jardín? —No, hermana, ¡fue peor que eso! Se estaban comportando de manera íntima —le lanzó a Bella una mirada escandalizada y sabihonda. —¿Peor? —Bella no podía imaginarse a ninguna de las parejas del rancho acaramelándose a plena luz del día y en espacio abierto. La gente aquí era muy reservada y respetuosa con ese tipo de cosas. —El hombre sostenía a la mujer muy cerca de él mientras la besaba en los labios. Así, ¡a la vista de Dios y de Moisés! —¿De qué color era el cabello de la mujer? —Blanco. Bella volvió a parpadear. —¿Blanco? No hay nadie en el rancho con el ca… oh, debes referirte a la señora Crowley. Tiene el cabello más rubio que he visto en mi vida. Es realmente hermoso. Jess resopló de nuevo. Su propia melena rubia era su mayor orgullo, a pesar de que se había oscurecido bastante con los años. Pero Jessie aún recordaba los días de gloria de su infancia rubia y su juventud dorada. Se negaba a admitir que su cabello ya no era tan dorado como antes, y por supuesto se negaba a aceptar que quizás el de Lauren lo fuera más. —Hermana, probablemente lo que viste fue una reunión. Tyler Crowley fue al pueblo esta mañana justamente para traer tus pertenencias hasta aquí —Bella ladeó la cabeza y miró hacia donde estaba su cuñada, meciéndose en la silla, y añadió—: Los Crowley son una pareja muy unida. Estoy segura de que no se dieron cuenta de que los estaban espiando. Jessie se puso de pie de un salto. —¡Espiar! ¡Solo miré por la ventana! Bella se encogió de hombros. —Solo digo, hermana, que si hubieran sabido que los estabas viendo, habrían actuado de otro modo. Son una pareja bastante discreta. Jessie bufó y salió de la habitación hecha una furia, molesta de que Bella no tomara en serio su escándalo. Bella bajó la vista hacia su pequeño, que la miraba con curiosidad. —Bueno, John Henry, parece que tu tía anda un poco descompuesta. Me da la impresión de que le esperan muchas sorpresas. John Henry le sonrió a su madre como si ya estuviera esperando el espectáculo. TCoBVR Después de que los peones de la granja cenaron en el comedor, los Cullen por fin pudieron sentarse a la mesa en el hermoso comedor de la casa principal, amueblado recientemente en el último año. Bella organizó los asientos según la costumbre. Edward se sentó en la cabecera de la mesa, ella en el extremo opuesto, con Carlisle a la derecha de Edward y Esmé a su izquierda. A la derecha de Bella se sentó Jasper y a su izquierda, Alice. Agregaron una extensión a la mesa y sentaron a Jessie entre Jasper y Esmé, y a Michael entre Alice y Carlisle. Los niños ya habían comido antes en su anexo, con la niñera supervisando. Cuando la cantidad de niños empezó a superar a la de adultos en la mesa, la familia Cullen decidió hacer las cosas de forma un poco diferente para tener comidas más tranquilas. —Espero que se esté acomodando bien, señora Swan —dijo Edward mientras pasaban los platos. Jessie hizo una mueca coqueta y parpadeó hacia el apuesto hombre. —Declaro, señor Cullen, que su plantación es de lo más lujosa. Edward soltó una risa que rápidamente disimuló con una tos. —Es más bien un rancho, señora Swan, y me alegra que lo encuentre cómodo. Si necesita algo, por favor no dude en pedirlo. —Edward —intervino Carlisle—, ¿cuándo vamos a salir de cacería de pavos? Compré una nueva escopeta para aves y muero por probarla. —Podemos ir mañana. He visto algunos buenos ejemplares mientras cabalgaba por el rancho. Espero que podamos cazar suficientes para hacer un buen banquete de Acción de Gracias. ¿Cuántos crees que necesitaremos para alimentar a todo el rancho, Bella? —Dependerá de si tu definición de «buen ejemplar» y la mía coinciden. Yo diría que entre ocho y diez pavos de buen tamaño. —¡¿Ocho a diez pavos?! —Jessie estaba horrorizada—. Seguro que no se necesitan tantos. Alice soltó una risita y dijo: —Seguramente no ha visto cuánto comen los vaqueros. —Aquí tenemos un verdadero banquete de Acción de Gracias, hermana —respondió Bella—. Además, esperamos que venga un grupo de nuestros amigos Ute. Siempre traen comida, pero todo se comparte. —¿Amigos Ute? ¿Eso es una secta religiosa? —preguntó Jessie. Todos rieron ante eso, dejando a Jessie algo excluida. —No, señora Swan —explicó Carlisle—. Los Ute son nativos norteamericanos. Son buenos amigos de los Cullen. De hecho, yo los he representado en Washington, D.C. durante varios años para asegurarme de que las leyes los traten con justicia. —¿Nativos...? ¿Se refiere a indios? —volvió a exclamar Jessie, con su característico chillido. Probablemente iba a morir de un ataque al corazón antes de que terminara su visita. —Por supuesto. Ellos estuvieron en el primer Día de Acción de Gracias, después de todo —intervino suavemente Esmé. Michael habló entonces: —¿Recuerdas las cartas que mi hermana escribía contando cómo los Ute se volvieron parte del rancho Bear Valley, señora Swan? Le salvaron la vida al señor Carlisle Cullen hace un tiempo y desde entonces han sido grandes amigos. La verdad era que Jessie nunca se interesó lo suficiente como para leer las cartas que Bella enviaba a Michael, aunque él la invitaba a hacerlo cada vez que llegaban. No era sorprendente que Jessie no supiera nada sobre el rancho ni sobre sus habitantes. Incluso cuando Michael hablaba de Bella, Jessie cambiaba de tema por algo que le interesara más. Al darse cuenta de que estaba quedando como una tonta, decidió no hablar más. Jasper preguntó: —Señor Swan, ¿le resultó difícil vender la granja familiar? Michael dejó el tenedor antes de responder: —En cierto modo sí, y en otros no. Jess y yo decidimos comenzar de nuevo en California, así que vendimos la granja amoblada. Solo trajimos con nosotros las cosas que no podíamos soportar dejar atrás. Bella escuchaba en silencio a Michael. Siempre había tenido la esperanza de volver a Virginia algún día para una visita. Se imaginaba mostrándole a Edward su antiguo hogar: el árbol al que trepaba para leer, la biblioteca de préstamo donde encontró el anuncio de Edward en The Matrimonial News. Quería mostrarle la vieja casona de la granja y su acogedora habitación con la estrecha cama de bronce. Hubiera sido delicioso ver su alta figura en ese cuarto pequeño de niña. Podía imaginarse empujándolo hacia la almohada y amándolo justo allí. Suspiró audiblemente y levantó la vista justo a tiempo para ver que Edward la miraba con preocupación. Sabía que le había costado mucho a Bella dejar ir la idea de su hogar de infancia. Bella le sonrió suavemente, intentando tranquilizarlo. Los ojos de Jessie estaban enfocados en su comida, pero sus oídos captaban cada palabra que Michael le decía a Jasper Cullen. ¿Michael había empacado una caja para darle a su hermana? Ella nunca la vio. ¿Qué tenía adentro? ¿Estaría allí el chal de seda azul de Renee Swan? Jessie había revisado toda la casa en busca de ese tesoro poco después de casarse, pero no pudo encontrarlo. Recordaba perfectamente que Renee lo usaba para ir a la iglesia los domingos y sabía que Bella no se lo había llevado a Colorado porque Jessie revisó en secreto el baúl de Bella la noche antes de que partiera. Sabía que Bella tenía el chal de encaje negro, pero ese no le interesaba. El azul combinaba mucho mejor con sus rasgos. Iba a confrontar a Michael después de la comida. Pero después del almuerzo, Michael no apareció por ninguna parte. Jessie lo buscó por todos lados y terminó en la cocina, donde ya estaban lavando los trastes. Ana María, al ver unas manos desocupadas, le puso un delantal a Jessie y la puso a restregar ollas antes de que siquiera entendiera qué pasaba. No tuvo más opción que obedecer a la imponente mujer mexicana. Alcanzaría a Michael más tarde, y entonces se encargaría de él. ¿Cómo se atrevía a esconder cosas a sus espaldas? Le recordaría muy bien dónde debía estar su lealtad. Oh, claro que lo haría. Mientras tanto, Michael había bajado rápidamente al granero en busca de la caja que había guardado para su hermana. Al repasar los años, se dio cuenta de que no había tratado bien a Bella. Estaba tan perdidamente enamorado de Jess cuando se casaron que no le prestó mucha atención a lo que pasaba con Bella. Al principio le preocupó un poco que su hermana se carteara con aquel hombre de Colorado, pero Jess lo tranquilizó diciendo que era bueno que Bella ampliara sus horizontes, y que la correspondencia era una buena manera de hacerlo. Bella le permitía a Michael leer todas las cartas que Edward le enviaba durante los meses previos a su propuesta y, con el tiempo, Michael llegó a admirar al culto ranchero. En papel, parecía un buen hombre, con un futuro prometedor, así que cuando Bella se fue, solo la extrañó por sí mismo, no tanto por ella. Pero cuando pasó la fiebre del recién casado, se dio cuenta de que tal vez no debió dejarse influenciar tanto por su esposa. Debió haber sido más justo con su hermana, incluso haberla acompañado hasta Colorado para asegurarse de que estuviera bien. Cuanto más pensaba en ello, más comprendía que no había sido el hombre que debía ser, y que no solo había fallado a Bella, sino también a sí mismo. No fue el hombre responsable, confiable y protector que sus padres le habían enseñado a ser. Ellos se habrían avergonzado de él. Con resolución firme, movió algunas cajas hasta encontrar la que buscaba. La levantó y volvió a la casa principal para buscar a su hermana, con la esperanza de que, quizás, su contenido ayudara en algo a reparar el daño hecho. Encontró a Bella en el comedor, recogiendo los restos del almuerzo. —Bella, aquí hay algunos recuerdos de nuestro hogar en Virginia. Quiero que los tengas. —No sabes cuánto significa esto para mí, hermano. He deseado tantas veces tener algo del viejo lugar para recordar. —Creo que aquí encontrarás eso. ¿Dónde quieres que la ponga? —¿Podrías llevarla a mi sala privada? No estorbará allí y podré revisarla con calma. —Ella lo condujo hasta su pequeño oasis de calma y paz, una nueva adición a la casa principal. Aunque su entrada principal daba al salón, también estaba conectada a la habitación de Bella y Edward por unas puertas francesas. Michael colocó la caja sobre una mesa en el centro de la sala. Bella sonrió agradecida: —Gracias por pensar en mí. Tengo una vida maravillosa aquí, pero aún pienso con cariño en nuestro hogar de infancia y no quiero olvidarlo nunca. —Lamento que no recibieras tu parte antes. —No te preocupes por eso. Soy feliz, hermano. Recibí más que mi parte justa. Tuve la mejor madre, el mejor padre y el mejor hermano que cualquiera pudiera tener. —Se puso de puntillas y le besó la mejilla—. Eres muy querido para mí. Michael sintió que se le hacía un nudo en la garganta y se sorprendió al notar lágrimas en sus ojos. Eso no podía ser. —Bueno… tú también eres muy querida para mí, hermana. Siempre lo has sido. Se aclaró la garganta. —Será mejor que vea dónde está Jess. Seguro quiere hablar conmigo. —Y así, salió por la puerta principal de la sala, dejándola entreabierta tras de sí. Bella se volvió hacia la caja, aliviada de ver que podía levantar la tapa con facilidad. Jadeó al mirar dentro. Con cuidado, sacó un paquete de cartas atado con una cinta gris. Eran de puño y letra de su padre, dirigidas a su madre. Soltó con suavidad el lazo y abrió la carta que estaba encima. . Richmond, 21 de julio de 1862 Mi querida esposa: Parece que no hemos hecho otra cosa que luchar durante todo el verano. Actualmente estamos en Richmond, luego de retirarnos tras las victorias en las batallas de la península. Salí ileso, gracias a la bondad de Dios, pero muchos de mis compañeros no tuvieron la misma suerte. El nuevo comandante del Ejército de Virginia del Norte es Robert E. Lee, de Arlington. Seguramente recuerdas a los Lee. Mi padre solía comerciar con ellos hace varios años. El general Lee, que asistió a la academia militar de los Estados Unidos, es un soldado sabio y astuto, y sabe cómo ganar una batalla y liderar a los hombres. Me siento esperanzado con él al mando. Ruego a Dios que tú y nuestro pequeño estén bien. Pienso en ustedes con frecuencia, especialmente ahora que estás en estado delicado. Espero que el hombre contratado esté cumpliendo con su trabajo y que puedas descansar y no tengas preocupaciones. No me parece justo estar lejos de ti en este momento. Que Dios te lo haga fácil y que pronto puedas dar a luz sin complicaciones. Tu esposo amoroso, Charles Swan . Bella se dio cuenta de que ella era el bebé que su madre estaba esperando, y sintió una calidez reconfortante al leer las palabras de su padre. Nació poco después de la segunda batalla de Manassas, más adelante ese verano, no muy lejos de donde vivían. Su padre recibió un disparo en el brazo durante esa batalla. Se negó a que se lo amputaran, como solía hacerse en casos de heridas con balas minié. Solicitó permiso para regresar con su familia y ser atendido allí. Como el Ejército Confederado tenía muy pocos recursos médicos disponibles, le concedieron el permiso. Con el tiempo, logró recuperarse de la herida, aunque cargó con esa bala en el brazo hasta el día de su muerte. Pasaron muchos meses antes de que pudiera usar el brazo de manera limitada, pero jamás volvió a la guerra. Decidida a guardar el resto de las cartas para más adelante, Bella volvió a meter la mano en la caja y sacó una carpeta grande con fotografías. Al abrirla, se le llenaron los ojos de lágrimas. Era un viejo daguerrotipo de sus padres poco después de casarse. Se veían tan jóvenes. Un calor reconfortante la envolvió al observar una vez más sus rostros. Se quedó mirando la fotografía un buen rato, con el alma dolorida de tanto extrañarlos. Suspirando, dejó la imagen a un lado y tomó lo que parecía ser un marco envuelto en una tela suave. Al retirar la tela, soltó un jadeo al descubrir una pintura en acuarela de la antigua casa de la granja, tal como la recordaba. Nunca antes había visto esa pintura, pero notó en una esquina las iniciales M.S. y una fecha de cinco años atrás. ¿La habría pintado Michael? Era muy buena. No tenía idea de que su hermano tuviera ese talento. Suspiró al reconocer la pequeña caja que sacó después. Estaba llena de las viejas recetas de su madre. Las había buscado por todas partes antes de irse de Occoquan, pero no logró encontrarla. Cuando le preguntó a Jess por ella, Jess le contestó con indiferencia que la había tirado. Después de todo, todo el mundo sabía que Renee Swan tenía dificultades hasta para hervir agua. Era cierto, su madre no era la mejor cocinera, pero ver su letra apretada en esas tarjetas la hizo sentir que estaba allí mismo, en la habitación con ella. Bella sintió que las lágrimas temblaban en sus pestañas y se pasó el dorso de la mano por los ojos para evitar que cayeran. No debería estar llorando por esto. Debería estar feliz. El último objeto en la caja parecía algo suave envuelto en un papel grueso marrón y atado con un cordel. Al abrirlo, sonrió, y sin importar lo que pensara, las lágrimas que había estado conteniendo por fin comenzaron a rodar por su rostro. El paquete contenía el chal de seda azul de su madre. Recordaba que su madre lo usaba en ocasiones especiales, y la sensación de la seda entre sus dedos y el suave susurro de los flecos la conectaron de golpe con su recuerdo. Desplegó la tela de seda, la sostuvo contra su rostro e inhaló. Había un tenue aroma a verbena, el perfume personal de su madre. Se envolvió el chal alrededor de los hombros y cruzó las puertas francesas que conectaban con su dormitorio para contemplar su reflejo en el espejo de cuerpo entero que Edward le había regalado en su primera Navidad juntos. Imaginó los brazos de su madre rodeándola una vez más. Recordó lo reconfortante que era sentirse abrazada por ella y lo tiernamente que su madre murmuraba palabras de amor y aliento. —Ay, mamá —sollozó Bella en voz baja. Le dolía recordarla, pero al mismo tiempo, esos recuerdos le traían consuelo. TCoBVR Después del almuerzo, Edward salió al corral para buscar a su capataz, Eric Yorkie, que estaba trabajando con un potro joven, intentando que se acostumbrara al freno. —Será una excelente montura algún día —dijo Edward, admirando al inquieto potrillo. —Eso será, si hereda el carácter de su madre y el porte de su padre. Todavía no entiendo por qué sigues teniendo ese semental blanco. —Kate da buenos potrillos sin importar quién sea el padre, pero la señora Cullen le tiene aprecio al caballo blanco. —Es verdad, es la única con la que se porta bien, ese diablo. Edward sonrió y asintió antes de darle a Eric algunas instrucciones para el resto del día. Luego se volvió y vio a Michael y Jessie teniendo lo que parecía una discusión acalorada en el porche de la cocina. Eso le recordó lo que Michael le había dicho a Bella durante el almuerzo: que había traído una caja con recuerdos de su antiguo hogar. Recordó la expresión de Bella mientras su hermano hablaba de ello y decidió que era mejor regresar a la casa, por si ella lo necesitaba. No estaba en la sala principal, ni en el comedor. Estaba a punto de ir al ala nueva que habían construido para los niños cuando escuchó un sollozo proveniente de su dormitorio. De inmediato, entró y cerró la puerta tras de sí. Fue hacia ella y la rodeó con sus brazos. —Querida, ¿por qué lloras? —Michael me trajo algunas pertenencias de nuestros padres… y hacen que los recuerdos regresen tan vívidos… Ella sostuvo una esquina del chal. —Este era el favorito de mi madre. Creo que mi padre se lo regaló como obsequio de bodas. Solo lo usaba en ocasiones especiales. Al llevarse el chal a la nariz, inhaló profundamente. —Edward, todavía puedo oler su perfume. La extraño tanto… —Las lágrimas se deslizaban por el rostro de Bella. Edward las limpió de debajo de sus ojos y la besó con suavidad. —Oh, cómo desearía que hubieran podido conocerte —dijo ella—. Habrían estado tan felices de que fueras mi esposo… y habrían disfrutado tanto a nuestros hijos. Él la besó de nuevo y dijo: —Yo también habría querido conocerlos. Por las historias que me has contado, sé que tendría mucho en común con ellos. Por ejemplo, amo mucho a su hija. Sostuvo su rostro entre sus manos y volvió a besarla. Se encendieron las chispas. Sintió esa sequedad familiar en la boca mientras profundizaba el beso. Su cuerpo reaccionaba al de ella, al calor de su abrazo. Por alguna razón, los labios húmedos de Bella por el llanto la hacían parecer aún más suave… aunque siempre lo era. Ella dijo que el chal tenía el perfume de su madre, pero todo lo que él podía oler era el maravilloso aroma a lavanda de su dulce esposa. Era irresistible para él. —Bella, Bella, Bella… —murmuró Edward mientras la mano de ella se aferraba a su camisa, atrayéndolo más. Sus besos se volvían tan fervorosos como los de él. Ella rozó con la lengua su labio inferior, y él sintió cómo se le erizaba la piel al responder. Estaban en una posición incómoda, así que Edward la alzó en brazos y la recostó sobre la cama. Pronto, la ropa fue innecesaria, las horquillas se soltaron, y labios, brazos, piernas y manos se buscaban y acariciaban con mutua entrega. La luz del sol vespertino entraba por la ventana mientras yacían en su cama, sus cuerpos entrelazados. Bella suspiró mientras su mano descendía por el costado de Edward. Le encantaba sentir cómo sus músculos se tensaban y relajaban al hacer el amor. Envolvió sus piernas con fuerza alrededor de su cintura y caderas, entregándose por completo al placer. —Oh, Bella, me haces sentir tan bien… Me pierdo en ti —dijo Edward, hundiéndose en ella una vez más y gimiendo de placer. —Me encanta esto. Te amo —respondió Bella, arqueando la espalda y presionándose contra él. Se movían juntos, con ternura y pasión, acelerando a medida que se acercaban al clímax. Bella aflojó las piernas para poder aferrarse a las caderas de Edward y atraerlo con fuerza. La efervescencia del éxtasis los envolvió a ambos. Bella jadeó de pura dicha mientras Edward gemía de placer. Al recuperar el aliento, Edward se acomodó a su lado, acariciándole el cuello con la nariz. —Tú lo eres todo para mí, Bella, todo. Ella sonrió y suspiró. Era tan afortunada, tan increíblemente afortunada de tener a ese hombre como suyo, y de saber que la deseaba, la necesitaba tanto como ella a él. Rara vez tenían tiempo para esto durante el día, y a veces las largas jornadas interferían con sus muestras de amor por la noche. Así que amarlo ahora, en plena tarde, era como un Edén robado, algo para atesorar. Hacía frío en la habitación, así que Edward subió la colcha sobre ellos y siguió contemplando con adoración los ojos de su esposa. —Eres tan hermosa, mi amada —susurró. Ella trazó con los dedos las líneas de su rostro: el ángulo de su mejilla, la firmeza de su mandíbula, la suavidad de sus labios, y dijo: —Tú me haces sentir así. Edward suspiró de felicidad. No había límite para el amor que sentía por ella. Y sabía que tampoco había límite para el amor que ella sentía por él TCoBVR —Señor Swan, ¿qué había en esa caja que empacó para mi hermana? —Solo algunas cosas viejas que pertenecían a sus padres. Nada que deba interesarte. —¡No puedes decidir eso por mí! ¿Qué había exactamente en esa caja? —exigió Jessie. Michael frunció el ceño ante su esposa, pero aun así respondió: —Algunas cartas antiguas, esa pintura de la granja que hice hace unos años, una foto de nuestros padres… cosas por el estilo. —¡Jum! ¡Por Dios! Será mejor que no hayas regalado algo que yo atesoraría. Michael la miró con severidad y dijo: —Realmente no importa si tú las atesorarías o no. Mi hermana era hija de nuestros padres y a ella le corresponden esos objetos, no a ti. Espero que eso te haya quedado claro. No voy a tolerar tu interferencia en esto. En todos sus años juntos, él nunca le había hablado de esa manera, y ella se quedó boquiabierta. —P-p-pero, señor Swan… ¡¿cómo puede hablarme con tanta crueldad?! —No es crueldad, señora Swan. Es un hecho. Usted no es la abeja reina por aquí, y no hay nadie que tome su parte en este asunto. Debería replantearse la importancia que cree tener entre esta gente. El apellido Stanley no significa nada aquí, pero el apellido Swan sí. Si yo fuera usted, no haría un escándalo, no vaya a ser que le salga el tiro por la culata. Y dicho eso, se dio la vuelta y la dejó ahí, paralizada en el porche de la cocina. No se lo demostró, pero le temblaban las manos de los nervios. Decidió que ver a los vaqueros trabajando con los caballos en el establo lo ayudaría a calmarse y evitaría que tuviera que hablar con su esposa por el momento. Sabía que había destapado una caja de Pandora y esperaba tener el temple necesario para afrontarlo. Jessie estaba en estado de shock. Michael siempre había accedido a la mayoría de sus planes. Parecía que ese clima del oeste le estaba ablandando el cerebro. Bueno, al menos ya sabía que Michael le había dado la caja a Bella porque habló de ella en pasado. Vería si ese chal azul estaba entre las cosas que él había entregado tan descuidadamente. Jessie se dirigió decidida hacia la casa principal, convencida de que recuperaría lo que ella misma se había autoconvencido que era suyo por derecho. La parte principal de la casa estaba vacía. Jessie revisó el comedor y luego el despacho, donde interrumpió a algún rústico leyendo los libros de Edward, nada menos. Se encogió de hombros al salir. Esta gente era la más extraña que había conocido. Recordó que las señoras de Carlisle Cullen y de Jasper Cullen habían dicho que después de comer irían a encargarse de los niños en la guardería, así que supuso que ahí estarían. Tal vez Bella también estaba allí. O… quizá… quizá Bella había puesto la caja en su salón privado. Jessie miró especulativamente la puerta del salón y notó que estaba entornada. De puntillas, se acercó al salón y asomó la cabeza con cautela. Sonrió al ver una caja abierta sobre la mesa del centro, con un paquete de cartas y un portarretratos junto a ella. ¡Debía de ser esa la caja! Empujando suavemente la puerta, entró sigilosamente al salón privado para ver qué más había puesto Michael allí. Que Dios lo ayudara si ese chal azul estaba entre los objetos que le había dado a su hermana. Tal vez podría simplemente tomarlo si estaba allí. Seguramente a Bella no le importaría. Jessie le explicaría que, como la única señora Swan viva, le correspondía. Bella sin duda estaría de acuerdo. Además, Bella tenía cosas bonitas de sobra estando casada con el apuesto Edward. Justo cuando llegó a la mesa, escuchó un ruido proveniente de las puertas abiertas que conducían a la habitación contigua. Alzó la vista, sus ojos se abrieron como platos y prácticamente dejó de respirar del shock. ¡Edward y Bella estaban acostados en la cama, desnudos como salvajes, a plena luz del día! ¡Quién en su sano juicio y con un mínimo de decoro había oído hablar de algo tan vulgar y soez! La colcha apenas cubría lo justo, y Jessie podía distinguir claramente la musculosa silueta del pecho de Edward Cullen y sus fuertes brazos mientras abrazaba a su esposa. Pudo ver sus piernas moverse juntas bajo la colcha, y oír sus besos y susurros suaves. Jadeó. Edward la escuchó y alzó la vista. ¿Qué demonios hace esa mujer en el salón de Bella?, pensó. Pero lo que dijo fue: —¿Busca algo, señora? Fue Bella quien jadeó ahora al incorporarse, sosteniendo la colcha hasta la barbilla. —Jessie, ¿qué haces ahí? —Yo… eh… —Los ojos de Jessie seguían fijos en el pecho de Edward. Parecía incapaz de articular palabra—. Eh… no, nada. —Y salió corriendo de allí como si le hubieran prendido fuego. Bella se volvió hacia Edward, con un brillo travieso en los ojos. —Creo que hemos escandalizado a mi cuñada. —Bien merecido por meterse sin permiso en nuestras habitaciones. —Puede que no supiera que estas habitaciones son solo por invitación. —Será mejor que se lo aclaremos entonces. Si entra unos minutos antes, le da un ataque. Bella soltó una risita. —Ya verás que se va a ir corriendo a contarle a Michael lo que vio. —Oh, creo que él sabrá manejar el alboroto. Probablemente le dé envidia de nuestro pequeño paraíso robado. —Pues, Edward, no pienso disculparme. Fingiré que no vio nada y no lo mencionaré. —Nosotros no tenemos por qué disculparnos. —Al menos no nosotros, pero tengo la sensación de que pasará mucho, mucho tiempo antes de que oigamos una disculpa de Jessie. Lamentablemente, la interrupción de Jess significó el fin de su encuentro, así que Edward se levantó de la cama, fue hasta las puertas francesas y las cerró, por si a alguien más se le ocurría espiar mientras ellos estaban allí. Bella observó su espléndida figura desnuda mientras lo hacía. —Vaya, Edward, eres todo un espectáculo para los ojos femeninos. Noté que Jess no podía apartar los suyos de ti. Él rio y le lanzó su ropa interior. —Me alegra que pienses eso, mi amor. Tu opinión es la única que me importa. Se vistieron juntos, intercambiando bromas y ayudándose mutuamente según les parecía. A Edward le encantó especialmente abotonarle la blusa, apretándola sobre el busto. —No puedo esperar a que John Henry deje de necesitarlos. Bella sonrió y negó con la cabeza. —Tengo que decir que él no está tan encariñado con ellos como tú. Ya quiere una taza como los otros niños. Edward arqueó las cejas y la observó mientras ella se recogía el cabello. Cuando terminó, él le tendió la mano y negó con la cabeza. —De vuelta al trabajo. —Sí. Seguro los niños ya se preguntan dónde estoy. Y así, luego de arreglar la cama y guardar cuidadosamente los objetos Swan que habían recibido, se fueron por caminos distintos. Bella se aseguró de guardar el chal en un lugar seguro. Por alguna razón, tenía el presentimiento de que los ojos codiciosos de Jessie lo desearían. Mientras tanto, Jessie estaba sentada en silencio en su habitación; sus ojos aún tan redondos como huevos de ganso y su mente incapaz de apartarse de la gloriosa visión del pecho desnudo de Edward Cullen. Su corazón aleteaba como un colibrí y sentía una curiosa inquietud muy en lo profundo. Mmm. Se preguntó cómo sería el resto de él. TCoBVR Unos días después. La pequeña Grace asomaba la cabeza por la ventana del cuarto de los niños, esperando con ansias el regreso de sus hermanos mayores del colegio. El bebé John estaba sentado en un rincón con sus viejos bloques y Molly, la niñera, les leía un libro ilustrado a los primos Brandon. Pero Grace no podía pensar en otra cosa que en la llegada de Charles y Joy, sobre todo porque Joy le había prometido que ese día la dejaría ayudarla con sus tareas en la cocina. A Grace le encantaba la cocina. Le gustaban los olores, el bullicio, el trabajo con propósito y, sobre todo, los resultados. Como la cocina era tan activa y debía alimentar a tantas personas, no era común que pudiera ayudar allí, y la regla era que siempre debía estar acompañada por alguien. Mamá y la tía Alice eran torbellinos de actividad mientras organizaban todo para el gran banquete de Acción de Gracias que se avecinaba, así que no tenían tiempo. Ana María no tenía paciencia, la abuela no sabía, y la tía Jessie no quería molestias. Gracie tenía la impresión de que la tía Jessie no se molestaba por muchas cosas, porque siempre parecía estar frunciendo el ceño y lucía triste. Una vez trató de animarla poco después de que ella y el tío Michael llegaran, pero, aunque el tío Michael disfrutó de sus charlas y la sentó en sus rodillas, la tía Jess dijo que le daba dolor de cabeza, así que mamá la llevó de regreso al cuarto de los niños. Mamá lo arregló todo. Le dio un beso en cada mejilla y la abrazó fuerte mientras le cantaba «Duerme, mi niña» y luego le explicó que la tía Jess no estaba acostumbrada a los niños, así que debía ser más calladita cuando estuviera cerca. Gracie asintió con los ojos muy abiertos, sus rizos rubios desordenados alrededor de su carita. Poco después, Gracie vio a sus hermanos mayores y empezó a saludarlos desde la ventana. —¡Charlie! ¡Joy! ¡Ya llegaron! ¡YAY! Saltó y aplaudió mientras Molly le advertía: —Será mejor que se calme, señorita. Si se pone muy inquieta, es posible que la señorita Joy se retracte de su promesa. —Oh. ¿Haría eso de verdad? —Grace miró con preocupación a su niñera. —Bueno, yo no quisiera averiguarlo, ¿y tú? —Grace asintió y se sentó en un banquito junto a la estufa, con las manos cruzadas sobre su regazo. Solo el golpeteo de sus piecitos sobre el suelo delataba su emoción. Molly soltó una risita al ver a la dulce niña. Le encantaba su trabajo como niñera de los Cullen. Era la tercera de las hermanas de Lauren en viajar al oeste desde Pensilvania para trabajar con los Cullen en ese propósito. Cuando pareció que la explosión demográfica del rancho Bear Valley requería manos adicionales, Lauren ofreció la oportunidad para que sus hermanas vinieran al oeste y dejaran la hacinada granja de la que provenían. Pero parecía que apenas una chica Mallory llegaba del este, era asediada de inmediato por vaqueros solitarios que apreciaban la belleza que parecía ser inherente en su familia. Susan no estuvo allí ni un año antes de que Eric Yorkie, el encargado del rancho, pidiera su mano, y luego Carrie ocupó su lugar, solo para casarse con Seamus Flannigan en menos de dos años. La única razón por la que el matrimonio de Carrie tomó más tiempo fue porque tuvo que convertirse a la religión de Seamus primero. Ahora que había una iglesia católica en Bear Valley, ese tipo de cosas eran más sencillas. Molly, sin embargo, aún no había sido conquistada por ninguno de los galanes locales. Le gustaba su independencia y disfrutaba de los niños, así que aunque tenía muchas propuestas, ninguno había ganado su corazón, y ya iba por su quinto año trabajando con los Cullen. No le disgustaba seguir así. Tenía su propia habitación en el ala infantil de la casa del rancho y, aunque sus jornadas eran largas, la señora Cullen estaba muy presente en la vida de sus hijos y pasaba casi tanto tiempo en la sala de los niños como Molly. A veces, también cuidaba a su sobrino Lee y a los hijos menores de los Hernández. Molly opinaba que, cuantos más, mejor, y como venía de una familia numerosa, no tenía dificultad en manejar tantos niños. Incluso los hijos de Carrie y Susan eran bienvenidos, aunque no era frecuente que se unieran a la sala infantil. Pero ese Día de Acción de Gracias seguro estarían todos presentes, y Molly lo esperaba con gusto. Joy y Charlie irrumpieron en la sala de los niños y los más pequeños corrieron a buscarlos. Grace seguía sentada tranquilamente en el banquito, esperando que Joy fuera a buscarla para ir a la cocina. Joy se había convertido en una niña encantadora. A sus nueve años, ya era evidente que sería una belleza. Tenía la tez de su padre pero el carácter de su madre. Miró a su hermanita, con su aire de hada, y le preguntó: —¿Lista para ir a trabajar, Gracie? Grace salió disparada del banquito y abrazó a Joy por la cintura. —¡Sí, por favor! Las dos hermanas se dirigieron a la cocina. Bella estaba allí, con las manos blancas de harina, haciendo bases de tarta. Sonrió al ver a sus niñas y dejó lo que estaba haciendo para abrazarlas y besarlas sin ensuciarles la ropa. —Hola, mis amores. ¿Vinieron a cocinar? —Sí, mamá —respondieron al unísono. —Entonces, ¿por qué no ayudan a Magdalena con las galletas de esta noche? —Bella señaló a la adolescente que estaba midiendo harina en un tazón grande. Ella se encargaba de hacer las galletas del día, un alimento básico en la mesa del rancho. Los peones podían comerse docenas en una sola comida. En pocos minutos, Joy y Grace ya estaban con delantales y hasta los codos en la masa. Joy sabía hacer galletas casi tan bien como Magdalena, así que se encargó de ayudar a Grace con las suyas. —Quiero hacer una especial para papá —declaró Grace. —¿Qué la haría especial, Gracie? —¡Quiero hacer una grande! Joy sonrió. —Tendremos que usar algo más grande que el molde para cortarla. Déjame ver qué encuentro. Joy buscó algo que sirviera y regresó con un frasco de boca ancha. Haría una galleta el doble de grande que una normal. Las niñas la cortaron con cuidado usando el frasco, la colocaron en la bandeja, la pintaron con suero de leche y la metieron al horno. Todos en la cocina estaban emocionados por la galleta para papá, y cuando salió del horno, se reunieron alrededor para verla. Era una cosa hermosa y la sonrisa de Grace se extendía de oreja a oreja. —A papá le va a encantar mi galleta —aseguró. —Claro que sí —asintió Bella, poniendo una mano en su hombro—. ¿Y sabes por qué? Porque la hiciste con un ingrediente secreto. —¿Un ingrediente secreto? —Claro, y como es un secreto, tengo que decírtelo al oído. Se inclinó y le susurró al oído de su hija para que nadie más escuchara. Luego la ayudó a poner la galleta en uno de los mejores platos de porcelana y la cubrió con un paño para mantenerla caliente. Grace se ubicó en la ventana del comedor, ansiosa por ver llegar a su padre. No tuvo que esperar mucho, pues lo vio dar la vuelta por el granero y empezar a caminar hacia la cocina. Era extraño, pensó, que la tía Jessie saliera bailando para encontrarse con papá mientras él caminaba. ¿Por qué estaría bailando en el patio? Oh, oh. La tía Jessie tropezó y papá la sostuvo antes de que cayera. Así era papá. Siempre tan atento. Pobre tía Jessie, debía haberse lastimado porque no podía caminar. Papá tuvo que sostenerla. Debía dolerle mucho porque se abrazó del cuello de papá. Oh. Papá se puso rojo. Tal vez papá necesitaba ayuda. —¡Mamá! ¡Mamá! —Grace se volvió hacia su madre, que estaba ocupada, y señaló por la ventana—. Papá necesita ayuda. Bella alzó la mirada con curiosidad hacia su hija y luego se acercó a la ventana para mirar hacia afuera. —Pero ¡qué descarada, la fulana esa! —murmuró Bella. Volviéndose hacia la pequeña, dijo—: Yo le daré a tu padre la ayuda que necesita, Gracie. Gracias. Bella se limpió las manos en el delantal y salió al patio. Estaba pensando seriamente en matar a su cuñada. Podía ver la expresión en el rostro de Edward: estaba mortificado por la situación. Como caballero que era, Edward sabía que no podía ser descortés con una dama, pero lo único que se le ocurría hacer era dejarla en el suelo o cargarla hasta la casa. No quería hacer ninguna de las dos. El perfume empalagoso de Jessie lo envolvía, y ella no dejaba de arrullarse, parpadear y hacer pucheros como una gallina desquiciada. Estaba inmensamente agradecido al ver que Bella se acercaba con paso decidido. Por otro lado, su querida esposa parecía enojada. Esperaba que no fuera con él. La miró suplicante. —¡Ay, mi tobillo, señor Cullen! Me lo torcí, estoy segura. Creo que voy a desmayarme —dijo Jessie, apoyándose con fuerza en él, presionando su cuerpo contra el suyo. Edward empezaba a entrar en pánico. —Oh, no. No se desmaye, señora Swan. ¡Por favor! Mi esposa ya viene para ayudarla. —¿Qué pasó, Jessie? —preguntó Bella con una voz fingidamente preocupada. Edward sabía que no lo estaba realmente, al menos no por la salud de su cuñada. —Me tropecé, hermana, y creo que me dañé la pierna. Tal vez el señor Cullen pueda tocarla para ver si está rota. La voz de Bella se volvió aún más empática. —Ay, Jessie. Edward no es médico, pero ven, apóyate en mí y te llevaremos a una cama. Edward mandará por el doctor. Yo prepararé una cataplasma de mostaza para poner en la pierna lastimada. Hay que tratar esto con seriedad, o podrías quedar coja de por vida. Bella le quitó uno de los brazos del cuello a Edward y lo colocó sobre su propio hombro mientras comenzaba a caminar hacia la casa principal. Edward soltó a Jessie con alivio y se fue apurado a la cocina para escapar. —Ay, hermana, ¡no creo poder apoyarla! El señor Cullen tendrá que cargarme. —Tonterías, Jessie. No querrás que un hombre que no es tu esposo te sostenga de manera tan íntima. Sé que te morirías de la vergüenza, y no lo permitiré. Vamos, lo estás haciendo muy bien. Habían llegado a la puerta lateral de la casa principal y Bella se sintió aliviada al ver a su hermano acercándose, atraído por el alboroto. —Michael, Jessie se tropezó y teme haberse lastimado la pierna. ¿Podrías ayudarme a subirla a tu cuarto? Creo que debe guardar reposo varios días si se torció el tobillo. Edward ya mandó llamar al médico, y yo prepararé una cataplasma de mostaza para aplicársela. Tenemos que tratar esto con fuerza o podría quedar inválida. Michael asintió con el ceño fruncido, levantó a su esposa y la llevó escaleras arriba hasta su habitación, seguido por Bella. Bella sabía que estaba exagerando todo, pero Jessie llevaba tres días lanzándole anzuelos a Edward y ella ya había tenido suficiente. Iba a ponerla, educadamente, fuera de circulación y lejos de Edward. Ayudó a Jessie a desvestirse con un constante torrente de lástima y preocupación, sin dejar que dijera ni una palabra. La arropó en la cama, dejó a Michael al cuidado, y luego bajó a la cocina a preparar la cataplasma de mostaza más caliente que pudiera hacer. No temía en lo absoluto que Edward se sintiera tentado por esa arpía. Solo que Jessie era tan obvia con sus artimañas. Edward estaba sumamente avergonzado por sus payasadas, Bella estaba extremadamente disgustada y Michael, profundamente indignado. Para él, esto había sido la gota que colmó el vaso. Cuando Bella subió con la cataplasma humeante para colocarla sobre el tobillo de Jessie, Michael se quedó de brazos cruzados, desafiando con la mirada a su esposa a que se rehusara. Las cataplasmas de mostaza no eran tan calientes en temperatura, pero la mostaza en sí era un irritante de la piel y se creía que extraía el dolor y la inflamación de la parte afectada. —Ahora, Jessie, mantén esto sobre tu tobillo y verás que el dolor se alivia —dijo Bella con una mirada estrecha—. Me necesitan abajo, hermana, y mandaré al médico cuando llegue. Jessie mordía su labio, intentando no gritar por el ardor de la cataplasma, pero lo peor de su día aún estaba por venir. Bella dejó a la pareja sola en su habitación y Michael se volvió hacia su esposa. —¿Qué crees que estás logrando, Jessie? —¿Logrando? Me torcí el tobillo. —No tienes nada en el tobillo, pero sí tienes algo mal en la cabeza. Te estuve observando, Jessie. Te vi esperar a Edward y lanzarte sobre él. Eres, para mi desgracia, una mujer casada y deberías comportarte como tal. Él es un hombre felizmente casado y, como hombre, puedo asegurarte que no tiene el más mínimo interés en ti. Estás avergonzando a mi hermana, a su esposo y a ti misma. Si crees que tus maquinaciones te traerán algo más que desprecio, eres una tonta. Jessie se quedó ahí, con los ojos desorbitados y la boca abierta, apenas comprendiendo lo que su esposo -su antes dócil y sumiso esposo- le estaba diciendo. —Y-yo… yo no sé de qué hablas. —Te lo mostraré. Le arrancó las cobijas de encima, quitó de un tirón la cataplasma y le sujetó con fuerza el tobillo. Su movimiento fue tan repentino que Jessie no reaccionó como lo haría si de verdad estuviera herida. —Eres una farsante —espetó. Volvió a cubrirla con las sábanas y empezó a caminar de un lado al otro de la habitación—. He terminado, Jessie. Me casé contigo de buena fe. De hecho, creí que estaba enamorado de ti hace todos esos años. Pero supe demasiado tarde que tú no veías el matrimonio como una sociedad entre un hombre y una mujer. Lo veías como un medio para obtener lo que querías, ya fuera una posición segura cuando tu familia se dirigía a la ruina, o expulsar a la pariente más querida de tu esposo del único hogar que había conocido. El ángel guardián de Bella debió estar muy atento para emparejarla con un hombre tan bueno y amoroso como Edward. Le agradezco a Dios por eso. Aun así, usaste nuestro matrimonio para manipularme y hacerme vender la casa de los Swan y mudarme a una tierra que jamás quise pisar, sin tomarme en cuenta. Y ay de mí, lo permití. Después de once años casado contigo, Jessie, había renunciado a mi vida. Desde que llegamos aquí, he visto lo que tienen Edward y Bella y me doy cuenta de todo lo que me he perdido. Voy a empezar a vivir mi vida ahora, contigo o sin ti. »Tienes una decisión que tomar, señora Swan. Puedes quedarte aquí conmigo, cambiar tu actitud y convertirte en la esposa que prometiste ser hace tantos años, o puedes irte sola a California. Con eso, Michael salió de la habitación dando un portazo, dejando a Jessie en estado de estupor. TCoBVR Bella respiró hondo varias veces antes de volver a entrar al comedor, intentando calmar su ira. Hacía demasiado frío en el porche de la cocina, así que finalmente se rindió y entró… solo para encontrarse con la única escena capaz de devolverle la felicidad en ese momento. Gracie y Edward estaban sentados juntos en una mesita tomando el té. La pequeña se comportaba con mucha seriedad, como toda una dama, sirviendo temblorosamente el té de su papá en la taza con su ayuda, mientras parloteaba sin parar. Edward tenía una expresión divertida en el rostro mientras la escuchaba y daba otra mordida a su enorme galleta. —Papá, tuvimos que usar un frasco para cortar tu galleta grandota. Joy me ayudó. Pero mamá me contó el 'grediente secreto. —¿Un ingrediente secreto? —preguntó Edward—. ¿Puedes compartirlo conmigo? Grace miró a ambos lados para asegurarse de que nadie pudiera oír lo que estaba a punto de decirle a su padre, y entonces vio a Bella de pie, escuchando en silencio. —¡Mamá! —llamó felizmente Grace, extendiendo los brazos. Bella se acercó a ellos y dijo: —Gracie, ¿te molesta si me uno a ustedes? —No, mamá. Por favor, siéntate conmigo —dijo, corriéndose para hacerle espacio. —Mamá, ¿puedo decirle a papá cuál es el 'grediente secreto de la galleta? Bella sonrió y le guiñó un ojo a Edward mientras decía: —Papá es el mejor guardando secretos, Grace. Puedes contárselo. Grace se inclinó sobre la mesa y le susurró con solemnidad a su padre: —El 'grediente secreto es amor, papá. Le puse mucho amor a la galleta. Eso la hace la galleta más rica del mundo. Los ojos de Edward brillaron al mirar a su hija. —Es, sin duda, la galleta más deliciosa que he probado, Gracie. Te agradezco por ponerle tanto amor. Puedo saborearlo en cada bocado. Una paz serena se instaló en el corazón de Edward. Todos sus hijos multiplicaban la felicidad que Bella trajo a su vida desde el día en que aceptó casarse con él. Sus bendiciones, sin duda, eran abundantes, colmadas y rebosantes, tal como prometía la Biblia. Miró a su hermosa esposa y vio que tenía lágrimas en los ojos. —Bella, ¿eres feliz? —preguntó, convencido de saber por qué lloraba. —Ay, Edward, soy completamente y profundamente dichosa. Me has dado una vida tan buena. Él extendió la mano sobre la mesa y puso la suya sobre la de ella. —Justo estaba pensando lo mismo de ti, mi amor. Grace miró de uno a otro y dijo: —¡Mamá, papá, tienen que guardar el amor para las galletas! TCoBVR El Día de Acción de Gracias por fin había llegado al Rancho Bear Valley. Se habían dispuesto mesas en el comedor para que todos pudieran sentarse en la misma sala y disfrutar juntos de sus bendiciones y de la compañía mutua. Los McCarty trajeron sillas adicionales junto con su prole de cinco hijos. Los Crowley también estaban presentes, y las hermanas de Lauren asistieron con sus familias. Los Hernández y sus hijos estaban en el comedor en lugar de la cocina, como era habitual, en este día especial de júbilo y gratitud. Los peones del rancho se habían aseado, se pusieron sus mejores galas y estaban allí, ansiosos por el festín que se avecinaba. Por supuesto, todos los Cullen estaban presentes, así como una docena de miembros de la tribu Ute. En total, había más de sesenta personas en el Rancho Bear Valley para celebrar el Día de Acción de Gracias juntos. Las mesas estaban resplandecientes con una docena de pavos asados, cuatro jamones horneados cortesía de Michael, todo tipo de vegetales rostizados, carne de venado, montones de papas, platos de galletas del amor -como las llamaba Gracie-, tartas de todo tipo, salsas y relleno, batatas y todo lo bueno. A pesar de las quejas de Juan Carlos sobre que esa era su cocina, las damas hicieron la mayoría de la comida. Se sentaron con esplendor, vestidas para la ocasión, y Bella llevó específicamente el chal azul con flecos que había pertenecido a su madre. Los niños recolectaron decoraciones como ramas de pino, calabazas y hojas coloridas. El comedor se veía festivo y todos esperaban con ansias la magnífica comida. Michael y Bella se sentaron juntos, disfrutando de su cercanía. En los días venideros, la vida de Michael cambiaría, ya que Jess había decidido probar suerte en California por su cuenta. Partió el día anterior en un tren rumbo a San Francisco, llevando consigo su jaula dorada. Michael le había dado una considerable suma como nido financiero hasta que pudiera estabilizarse allí. Sorprendentemente, sintió como si se le hubiese quitado un enorme peso de encima. Le deseaba lo mejor, pero también deseaba verla lejos. Jess estaba avergonzada al darse cuenta de que todo lo que Michael le había dicho era cierto. Le daba tanta vergüenza que no se atrevía a hablar de nuevo con Edward e, incluso con Bella, se mostraba reservada. Lo único que sabía era que debía irse del rancho, de Bear Valley y de Colorado tan pronto como fuera posible. No le había dicho a Michael, pero lo primero que haría al llegar a California sería solicitar el divorcio. Casarse con él había sido, en su opinión, el mayor error de su vida. Tan egocéntrica como era, jamás pudo ver que la verdad era al revés: Michael nunca debió haberse casado con ella. Bella y Edward estaban encantados de ofrecerle a Michael un hogar con ellos, pero aunque se quedaría cerca, él quería una nueva vida. Hacía un tiempo había descubierto que tenía talento para el dibujo y, gracias al dinero obtenido por la venta de su propiedad en Virginia, pensaba establecer un taller en el pueblo y desarrollar su habilidad. Las posibilidades eran infinitas. Por primera vez en muchos años, tenía esperanza y anticipación por su futuro. Edward observaba con satisfacción la mesa y a su familia: veía a sus padres conversando, a su cuñada Alice limpiando la boquita de su hijo más pequeño, que estaba en brazos de Jasper. Sonrió al ver a su hija Joy compartiendo una risa con su hermano Charlie. Aunque su hijo mayor llevaba el nombre del padre de Bella, era la viva imagen de Carlisle. La pequeña Gracie jugaba a las escondidas con su hermanito menor, que descansaba en el regazo de su madre. Y luego estaba su Bella. El corazón de Edward se aceleró mientras la contemplaba con amor. Ella era la fuente de toda su felicidad, el manantial de su paz, el único alivio a su deseo; su amor eterno. Como si sintiera su mirada, Bella alzó la vista y se encontró con los ojos de él. El bullicio del comedor se desvaneció a su alrededor, como si el mundo entero se hubiera silenciado para dejar espacio solo a ellos dos. En ese instante, lo único que sabían era que el amor que compartían les llenaba el alma. Era lo más definitorio en sus vidas y estaban agradecidos por todas las bendiciones que provenían de ello. Alice carraspeó, se inclinó hacia Edward y le dijo: —Es hora. Él rompió su contacto visual con Bella, asintió a Alice y se levantó de su asiento. Elevando la voz para que todos pudieran oír, dijo: —Inclinen la cabeza para dar gracias. Todos se silenciaron e inclinaron la cabeza mientras Edward comenzaba a orar: —Querido Padre Celestial, te damos gracias por las muchas bendiciones que nos has dado en forma de salud, prosperidad, buenos amigos y queridas familias. Te damos gracias por los alimentos que adornan esta mesa y por las manos amorosas que los prepararon. Te pedimos que siempre nos bendigas; a nosotros, tus humildes siervos, la familia y amigos del Rancho Bear Valley. Amén.
0 Me gusta 0 Comentarios 0 Para la colección Descargar
Comentarios (0)