Cartas de amor
22 de octubre de 2025, 10:39
.
Cartas de Amor
.
Abril de 1916
—Mamá, ¿qué planeas hacer hoy? —preguntó Gracie, asomando la cabeza por la puerta del salón de estar de Bella.
Bella alzó la vista de un remiendo que estaba haciendo y echó un vistazo por la ventana. Era un día frío y ventoso, nada sorprendente para principios de abril en Colorado, pero el trabajo que había planeado hacer en el jardín para prepararlo para la temporada de siembra tendría que esperar. La última vez que había salido a trabajar en un día como ese, terminó con anginas y Abraham tuvo que ir al rancho para hacerle una incisión en la garganta. Había estado muy enferma y tardó mucho en recuperarse. Lo peor de todo fue que Edward no dejó de recordárselo. Se preocupaba por ella como una yegua por un potrillo recién nacido. Y, aun así, él trabajaba al aire libre en días como ese o incluso peores, y eso que, a sus cincuenta y nueve años, era cinco años mayor que ella. Pero le había prometido que no volvería a poner su salud en riesgo solo para tranquilizar su corazón.
—Supongo que trabajar en el jardín hoy está fuera de cuestión. He estado queriendo vaciar el cuarto de trastos y nunca me ha dado tiempo con una cosa u otra. ¿Quién sabe qué revoltijo habrá ahí dentro? Hace tiempo que no lo reviso de verdad.
El cuarto de trastos era una habitación extra usada para guardar objetos no deseados: muebles viejos, cortinas descoloridas, alfombras gastadas, ropa que ya no se ponían... en resumen, cosas que ya no servían, pero que aún eran demasiado buenas para tirarlas.
Justo coincidía que la iglesia presbiteriana del pueblo estaba organizando un bazar y estaba solicitando donaciones a sus feligreses. La intención era vender objetos viejos pero útiles para recaudar fondos para las personas que sufrían a causa de la Gran Guerra en Europa. Bella pensó que probablemente podría financiar a una familia entera con la chatarra que había en su cuarto de trastos.
—Eso suena divertido —dijo Gracie.
Grace Margaret Cullen era la hija del medio de Bella y Edward, y era tan hermosa como una rosa. Sus rizos rubios con un tinte rojizo estaban atados hacia atrás, y su cutis era tan puro como la leche fresca. Tenía una figura esbelta y era unos centímetros más alta que su madre. Había tenido muchos pretendientes en los últimos años, pero ninguno parecía haber capturado su corazón. Desde que terminó su educación formal, había estado trabajando en el consultorio médico de su cuñado Abraham Crowley en el pueblo. Él decía que no sabía cómo había logrado manejarse sin su ayuda. Frecuentemente comentaba lo rápido que ella aprendía los fundamentos de la enfermería y otras tareas necesarias en una consulta médica. Ir al pueblo con regularidad también le daba la oportunidad de pasar tiempo con su adorada hermana mayor, Joy. Abraham y Joy eran ahora padres de tres niños muy activos y Joy tenía las manos llenas, así que Gracie solía quedarse a dormir para darle una mano a su hermana. Grace estaba en casa ese día solo porque el clima era demasiado inclemente para montar a caballo hasta el pueblo. Al parecer, Edward se preocupaba por la salud de su hija tanto como por la de su esposa.
Pero Bella se preguntaba por qué Grace tenía curiosidad por sus planes.
—¿Así que crees que limpiar un cuarto lleno de cachivaches es divertido?
—Bueno, más divertido que ayudar a Charity con sus letras.
—Charity preferiría ayudar a su padre en el granero antes que sentarse con una pizarra, eso es cierto... pero ¿dónde está Marigold?
Marigold era la última de las chicas Mallory que había llegado a Bear Valley para trabajar con la familia Cullen como niñeras. La mayor, Lauren, había llegado incluso antes de que Bella llegara al rancho. Cuando empezaron a llegar los bebés Cullen, fue evidente que se necesitaba ayuda. Así que, una tras otra, reclutaron a Susan, Carrie y Molly, hasta que finalmente llegó Marigold. Exceptuando a Marigold, que había llegado recientemente, todas las demás habían encontrado el amor y el matrimonio durante su tiempo en el rancho. Marigold, sin embargo, parecía tener dificultades para adaptarse a la vida en el campo. Molly, su hermana mayor y cuñada de Bella, decía que su madre había malcriado a la más joven y que lo que necesitaba era una buena zurra o que la mandaran de vuelta a casa. Bella esperaba que solo se tratara de la novedad del entorno y que pronto encontraría su rumbo. Hasta ahora, no había demostrado ser tan confiable como sus hermanas.
—Me pidió que me quedara con Charity mientras iba al tocador, pero de eso hace más de una hora. La he buscado, pero no la encuentro por ninguna parte.
Justo entonces, una pequeña copia de Bella, la misma Charity Surprise, apareció en el salón de su madre y se trepó a su regazo.
—Hola, mamá.
—Hola a ti también. ¿Por qué no estás aprendiendo tus letras?
—Ya me las sé.
—¿Ah, sí? ¿Cuáles son?
—Bueno, está la A y está la B… y luego vienen muchas otras.
—Tienes dos de veintisiete. Eso ni siquiera es el diez por ciento.
—¿Diez centavos? —preguntó Charity intrigada. Sabía muy bien lo que se podía comprar con diez centavos en la tienda de dulces de la señora Cope… ¡más caramelos de los que podía comerse los domingos de un mes!
—Porcentaje. No es dinero, exactamente.
—Ah —dijo Charity, decepcionada.
Bella miró a sus dos hijas y sonrió.
—¿Por qué no hacemos una pausa de nuestras tareas habituales y nos vamos de expedición?
—¿Expedición? —preguntó Charity.
Bella se puso de pie, alzando a su pequeña en brazos, y dijo:
—Sí. Vamos a explorar ese cuarto de trastos y ver qué tesoros podemos encontrar allí.
TCBVR
—¿Qué estás haciendo, Lee? —Marigold por fin había localizado al apuesto encargado de mantenimiento mientras trabajaba en el cobertizo de leña junto al granero.
Lee levantó la vista de la tabla que estaba lijando, sorprendido. Últimamente, se estaba dando cuenta de que la nueva niñera lo rondaba. Cada vez le quedaba más claro que tenía algo en mente que iba más allá de la simple curiosidad.
—Estoy trabajando, tía Marigold. ¿No deberías estar haciendo lo mismo?
Lee era unos años mayor que Marigold, pero ella seguía siendo hermana de su madre, aunque no le gustaba que se lo recordaran.
—No me llames así.
—Pero eso es lo que eres, ¿no? ¿Dónde está la pequeña señorita Charity?
—Está con su hermana.
—¿Y no se supone que tú deberías estar enseñándole por las mañanas?
El labio inferior de Marigold se proyectó hacia afuera y ella batió las pestañas con coquetería. Probablemente pensaba que estaba siendo encantadora, pero todo lo que Lee podía pensar al verla era en la vieja vaca lechera después de meterse en el matorral de cardos detrás del granero.
Suspirando, dejó el taco de lija a un lado, puso ambas manos sobre la tabla en la que había estado trabajando y se inclinó hacia Marigold.
—Considéralo un consejo amistoso. Los Cullen son buena gente, y no puedo pensar en mejores personas para trabajar. Son justos, pero esperan que uno cumpla con sus responsabilidades. Tu lugar aquí es cuidar a la señorita Charity, alguien a quien tanto el patrón como la señora valoran más que al oro. Si te haces la desentendida, no tendrán ningún problema en mandarte de regreso al este en el próximo tren. ¿Eso es lo que quieres?
Marigold bajó la barbilla y dijo con voz entrecortada:
—¿Eso es lo que tú quieres, Lee? ¿Te pondrías triste si tuviera que regresar al este?
Parpadeaba tan fuerte que Lee pensó que le había dado un espasmo.
—La verdad, no es lo que quiero. Si te mandan a casa en desgracia, eso dejaría mal el apellido Mallory, y como también son de mi familia, yo quedaría manchado. Mis padres me enseñaron a dar una jornada honesta por un pago honesto, y eso es lo que siempre he hecho, igual que todos los Mallory que llegaron antes que tú. No quiero que ensucies nuestro buen nombre. Ahora, regresa a la casa. ¡Ambos tenemos trabajo que hacer!
Marigold, siendo una chica egocéntrica, solo escuchó la primera parte de aquel sermón, la parte en la que Lee dijo que no quería que se fuera a casa. Sonrió aún más, pero Lee simplemente le dio la espalda y subió por la escalera al desván de arriba. Esperaba que no se le ocurriera seguirlo.
Ella sí pensó en subir tras él, pero decidió que su vestido nuevo podría rasgarse si lo intentaba, así que solo rio y giró sobre sus talones para volver a la sala de juegos. Había estado fuera más tiempo del que había planeado y le preocupaba un poco que Grace le contara a la señora Cullen que la había dejado por su cuenta. No sería nada bueno ponerse del lado equivocado de la señora. Lo último que quería era que la enviaran de regreso a la granja familiar en Pensilvania. Allá no había nada divertido que hacer, y ella era una chica a la que le gustaba divertirse. ¡Y por lo que había visto, aquí había diversión de sobra!
TCBVR
Edward se sacudió las manos después de empujar la última bala de heno fuera del desván, dejándola caer sobre la carreta que esperaba abajo. Ese año habían estado al límite. Las fuertes lluvias del verano anterior arruinaron la temporada de crecimiento y tuvieron suerte de obtener tanto como lograron en la cosecha, pero después de hoy, era hora de dejar que el ganado se alimentara por su cuenta en los pastizales. Le alegraba ver que el pasto estaba reverdeciendo como debía en abril, pero a veces, en las montañas de Colorado, el invierno se quedaba hasta casi el verano. Esperaba que este año no fuera así, pero nunca se sabía. Supuso que esa era simplemente la vida de un ranchero: prepararse para lo peor y esperar lo mejor.
—Con eso bastará —dijo Charlie—. ¿Listo para ir a comer algo? Ya casi es la hora del almuerzo y este frío me está calando hasta los huesos.
—Creo que aún es un poco temprano para la comida, pero estoy seguro de que tu mamá estará feliz de vernos.
—Emma está en la cocina con Nana, creo. —Charlie miró hacia el ala de la cocina del rancho como si prefiriera ir allí en vez de entrar a la parte principal de la casa, como Edward había sugerido. Charlie y Emma McCarty se habían casado unos años atrás y todavía estaban en «luna de miel», como le gustaba bromear a Edward, aunque él mismo sentía que él y Bella también seguían en esa etapa, y ya iban a cumplir veintinueve años de casados ese mayo. Esperaba que sus hijos fueran igualmente bendecidos en sus propios matrimonios.
—Bueno, entonces ve con tu esposa, y yo iré a buscar a la mía —dijo Edward con una sonrisa dirigida a su hijo mayor.
Charles Carlisle Cullen se había convertido en un hombre admirable. Hoy en día, él y Edward trabajaban codo a codo en el rancho, y Edward estaba seguro de que estaría más que preparado para llenar sus botas cuando llegara el momento. Charlie y Emma vivían con ellos en la casa del rancho, ya que era lo suficientemente grande para albergar a una familia extendida. Emma se parecía mucho a su madre, Rosalie, salvo por el cabello oscuro que había heredado de su padre. Era trabajadora y le gustaba mantenerse ocupada. Tener a otra mujer en el rancho podría haber sido una situación delicada para Bella, pero entre las dos lograron repartirse bien las responsabilidades que implicaba ser la esposa de un ranchero. A Emma le encantaba cocinar, así que Bella estaba feliz de dejarle el aprovisionamiento diario. Ella, en cambio, se enfocaba en las conservas, salsas y otros víveres que producía para vender. Era un emprendimiento bastante exitoso y contribuía a la prosperidad general del rancho.
Nana, su cocinera y amiga de toda la vida, era en realidad la capitana de la cocina, aunque prefería recibir algo de dirección por parte de la señora de la casa de vez en cuando, y ahora Emma estaba ahí para proporcionársela. El esposo de Nana había fallecido unos años atrás, y era muy extrañado, especialmente por su gran corazón y su fabulosa mano con un buen corte de carne. Como resultado, Ana María —o Nana, como la llamaban los niños— gobernaba la cocina y la casa de comidas con mano firme, pero cariñosa.
TCBVR
Marigold se sorprendió al no encontrar a su pequeña encargada, Charity, en el cuarto de los niños cuando finalmente regresó allí. Supuso que la niña probablemente se había ido a algún lado con su hermana, así que decidió sentarse un rato frente a la estufa del cuarto. Se había enfriado de tanto andar de un lado a otro afuera buscando a Lee y creía que debía pensar un poco en su propia salud. Hacía mucho más frío allí en las montañas de Colorado que en Pensilvania, y su ropa no era lo suficientemente abrigada para resistir el viento invernal que cortaba la piel. Tal vez podría conseguir una estola de rata almizclera como la que tenía la señora Cullen, o incluso mejor… una chaqueta. ¡Se vería de maravilla con eso! Seguro que eso llamaría la atención de Lee, sin duda alguna. Apoyó los pies sobre el protector de la estufa y se recostó en la silla, soñando con su propio esplendor en la moda, y pronto el calor de la estufa y sus fantasías la arrullaron hasta quedarse dormida.
Cuando Edward llegó a la casa, se sorprendió al no encontrar a Bella en su sala de estar. Un pensamiento fugaz le heló el corazón. ¿Había salido al jardín con este clima? Caminó rápido hacia las ventanas y se sintió aliviado al ver que el terreno estaba vacío y sin señales de que alguien hubiera trabajado allí. Entonces debía estar en el cuarto de los niños, así que se dirigió allí, ansioso por ver a Bella y, quizás de paso, a sus hijas menores. Sin embargo, encontró el cuarto vacío, salvo por la niñera, que dormía en la mecedora frente al fuego, con los pies apoyados en el protector, las faldas subidas hasta las rodillas y la boca entreabierta, con un hilillo de baba cayéndole por la comisura.
Un ceño fruncido se formó en la frente de Edward y caminó hacia la mujer dormida para sacudirle el brazo con suavidad.
Marigold despertó sobresaltada de un sueño bastante agradable que involucraba a Lee, ella misma y una chaqueta de rata almizclera. Pegó un brinco que casi la hizo caer de la silla. Al darse cuenta de que el señor Cullen estaba allí, se apresuró a ponerse de pie, pero como tenía los pies sobre el protector y las faldas le estorbaban las rodillas, solo logró deslizarse más abajo, cayendo de sentón al suelo.
Tratando de no reírse, Edward se mordió el interior de la mejilla ante el espectáculo que ofrecía Marigold, pero, como el caballero que era, le extendió una mano para ayudarla a levantarse.
—Señorita Marigold, ¿se encuentra bien?
—Oh, eh… yo… —dijo ella, intentando recobrar la compostura mientras se ponía de pie como podía—. Estoy bien. Me asustó.
—Le pido disculpas por eso, pero no esperaba entrar aquí y encontrarla sola y dormida. ¿Dónde está Charity?
—Oh, eh… —Los ojos de Marigold recorrieron la habitación como si la pequeña fuera a aparecer en ese mismo momento, pero fue en vano. Empezó a retorcerse las manos—. Creo que está con su hermana.
Edward frunció el ceño.
—¿Cree?
—Ah, sí. Estábamos trabajando en nuestras letras cuando vino la señorita Grace. Sentí el llamado de la naturaleza, así que me disculpé… solo por un momento… para atender el asunto. Cuando regresé, tanto Charity como la señorita Grace ya no estaban.
—¿Pensó en salir a buscarlas?
—No sabía por dónde empezar. Estaba segura de que ya habrían regresado.
Edward gruñó por lo bajo, pero asintió cortésmente con la cabeza y salió, dejando a Marigold de pie en el centro del cuarto. Ella se agachó para recoger un juguete tirado en el suelo y murmuró:
—Les dije que me esperaran.
TCBVR
—Bueno, niñas, ya casi es hora de comer. Tenemos que terminar aquí —dijo Bella mientras se sacudía las manos en el delantal. Había una satisfactoria pila de objetos que habían seleccionado para donar al bazar, lo que también les permitió organizar lo que quedaba—. La señorita Kitty enviará mañana a Festus con un carro para llevar estas cosas a la iglesia —añadió.
—Es un milagro que la señorita Kitty logre que ese hombre haga algo sin que trate de zafarse —comentó Gracie mientras cerraba la tapa de un viejo baúl.
Bella rio.
—Bueno, como siempre le damos de comer, rara vez rechaza la oportunidad de visitarnos.
—Para disgusto de Nana.
—El gruñido de Nana es peor que su mordida. En realidad, le agrada un hombre con buen apetito, y Festus definitivamente lo tiene. Sus discusiones son parte de su juego.
Bella sacudió el polvo de la esquina de una mesa vieja, luego miró a su alrededor y suspiró con satisfacción.
—Listo. Terminamos. Vamos abajo a ver si podemos ayudar a Emma y a Nana antes de que lleguen los hombres.
La pequeña Charity ignoraba por completo la conversación entre su madre y su hermana. Estaba absolutamente fascinada con todas las cosas maravillosas que había descubierto en el cuarto de trastos. Vaya, ni siquiera sabía que ese lugar existía antes de hoy, ya que quedaba en la parte antigua de la casa del rancho y rara vez iba por allí. Charity tenía mucha imaginación y, en ese lugar mágico, sus pensamientos y sueños volaban. En ese viejo ropero, había vestidos suntuosos para damas elegantes y valientes armaduras para sus caballeros galantes. Había cajas viejas que se convertían maravillosamente en barcos en altamar, diligencias o vagones de tren. Había armarios polvorientos que se transformaban en castillos e incluso un corcel encantador -o lo que mamá había llamado el caballito mecedor de Charles- que estaba esperando para llevarla a vivir aventuras.
—Vamos, Charity, es hora de prepararse para la cena —llamó Bella desde la puerta. Charity, despertando de su ensoñación, miró a su madre y se puso de pie. Tal vez con suerte habría panecillos de amor en la comida.
—De hecho, ¿por qué no van las dos juntas a lavarse y luego comienzan a poner la mesa del comedor, por favor? Acabo de recordar algo más que quiero hacer antes de terminar aquí.
Las dos hermanas se fueron de la mano, y Bella se giró hacia el baúl que Grace acababa de cerrar. Se arrodilló y lo volvió a abrir. Apartando unas sábanas amarillentas, encontró la vieja caja de cartón que recordaba haber guardado allí hacía años. Al sacarla, se sentó sobre los talones y desató la cinta de satén que la mantenía cerrada. Dentro había docenas de cartas de una época en su vida en la que su futuro era incierto, pero esas cartas habían encendido una lámpara de esperanza -una esperanza que la llevó al deseo- y, para su felicidad eterna, al amor más profundo.
Sonriendo, desató el paquete escrito con su propia letra y abrió la primera carta.
«Estimado Sr. Cullen: Leí su anuncio en el Matrimonial News y me sentí impulsada a responder. Usted parece ser un hombre reflexivo y poético…»
Y en efecto, su Edward había demostrado ser ambas cosas, además de un esposo trabajador, inteligente y considerado. ¡Cómo había trastocado su mundo con solo unas cuantas cartas!
Luego desató el paquete de cartas que Edward le había enviado en respuesta.
«Estimada Srta. Swan: Sinceramente, no estaba preparado para recibir una respuesta tan erudita a mi anuncio…»
Y continuaba explicando lo impresionado que estaba con su carta sencilla y sin pretensiones. Sin duda, él había visto algo en ella que ni siquiera ella misma veía. Sonrió al recordar cómo sus palabras la transportaban a una época que nunca había olvidado, aunque a veces la relegaba al fondo de su mente. Qué ansiosa estaba por recibir la siguiente carta. Recordaba cómo se entretenía en la puerta de la oficina de correos en Occoquan, Virginia, esperando que llegara el correo, y cómo su corazón daba un salto los días en que recibía una carta de él.
Tomó otra de sus cartas al azar y leyó:
«Comenzó a nevar el viernes pasado y aún no ha parado. Hasta ahora, la vara de medición indica que hay casi un metro con ochenta centímetros de nieve sobre el suelo, y eso sin contar los ventisqueros. Cookie dice que es la mayor nevada que ha presenciado, y lleva muchos años aquí. Hemos empezado a hacer túneles entre los edificios. Los pobres animales están reunidos en un potrero cercano que está algo resguardado del peor clima por un espeso grupo de pinos y la ladera de una colina. Debemos alimentarlos y darles agua como una madre cuida de su hijo, ya que no tienen otra forma de conseguir sustento. Todos trabajamos para asegurar el bienestar del ganado y, aun así, perdemos algunos. Tener éxito como ranchero depende de muchas cosas, y la suerte no está fuera de ellas. Rezo para tener muy buena suerte pronto».
Eran párrafos como ese los que hacían que Bella se preguntara si estaba hecha para la vida en el rancho. Temía no estar a la altura de las exigencias de la rudeza que implicaba ese estilo de vida. Lo último que deseaba en este mundo era decepcionar a Edward Cullen en algún sentido. Hasta ese punto en su correspondencia, tanto ella como Edward sabían que estaban tanteando el terreno hacia el matrimonio -después de todo, el anuncio que Edward había publicado estaba en el Matrimonial News-, pero nada se había dicho de forma explícita. Aun así, cada carta era una exploración del carácter del otro, de sus gustos y preferencias. Bella sentía que Edward sería perfecto para ella, según lo que él había escrito; sin embargo, lo que le preocupaba era ella misma. ¿Sería lo que él necesitaba y deseaba? Estaba dolorosamente insegura de eso.
Su hermano, Michael, la había molestado sin piedad por su correspondencia con el vaquero de Colorado, pero fuera de eso, había reservado su juicio serio. Tenía la sensación de que prefería tenerla fuera de la casa antes de casarse con Jessica Stanley. La conocía lo suficiente como para saber que serían como el agua y el aceite viviendo bajo el mismo techo. La vieja casa de campo no era lo suficientemente grande para ambas. Al igual que con Edward, esto nunca se discutió de forma explícita, pero estaba en la mente de todos.
Tomó otra carta y leyó:
«Desafié el clima y monté a caballo hasta el pueblo hoy, y ahora estoy sentado en el salón local escribiéndole una nota, esperando que haya una para mí aquí. Para mi gran placer, ¡había dos! Me pregunta cuál es mi color favorito, y antes habría dicho el azul del cielo en una tarde de verano en Colorado, pero ahora estoy pensando que tal vez sea el encantador y cálido color marrón de los ojos y el cabello de alguien muy querido para mí».
Ah, recordaba esa carta. Estaba planeando tejerle una bufanda o unos guantes para ayudarle a soportar el frío del invierno. Rápidamente decidió no hacer guantes porque sabía que él trabajaba constantemente con las manos y los guantes podrían interferir con su labor, así que tendría que ser una bufanda. Había ahorrado algunas monedas para comprar el color que él quisiera, pero dijo marrón, así que marrón sería.
Estaba encantada de pensar que era a ella a quien él consideraba tan querida, aunque solo había mencionado su color de cabello y ojos una vez y nunca se volvió a tocar el tema. Seguramente, él ya lo habría olvidado, pensó ella, pero tenía un ovillo de hilo marrón a la mano y fue cuestión de una tarde de trabajo hacer una bufanda larga y abrigadora, justo lo necesario para un hombre que trabajaba al aire libre. Se rio al pensar que Edward aún tenía esa cosa raída que insistía en usar cada invierno. Ella le había hecho una mejor hace unos años, y él se lo agradeció, pero aún se negaba a deshacerse del primer regalo que ella le había dado.
Suspiró, pensando cuán afortunada había sido al responder aquel anuncio todos esos años atrás.
TCBVR
Edward encontró a Gracie y a la pequeña Charity poniendo la mesa del comedor mientras buscaba a Bella. Decidió preguntar si sabían dónde estaba su madre, y entró justo cuando Charity lo vio.
—¡Papá! —gritó, y lanzó al aire las servilletas que sostenía para su hermana mientras corría a los brazos de Edward.
Riéndose, él la alzó en el aire.
—Estoy muy feliz de verte, papá —dijo ella, aferrándose a su cuello.
Edward la besó en la mejilla y dijo:
—Y yo también estoy muy feliz de verte a ti, calabacita, pero estoy seguro de que tu hermana lamenta que hayas esparcido las servilletas por todo el comedor.
Gracie rio y se agachó para recoger una servilleta que había caído a sus pies.
—No tengo ningún remordimiento, papá, porque la pequeña señorita Charity va a tener que doblarlas todas otra vez como estaban —dijo Grace, mirando a su hermana con complicidad mientras le pasaba la servilleta y Edward dejaba a la pequeña en el suelo.
—Entonces las dejo con esa tarea. ¿Saben dónde está mamá?
Grace asintió, pero antes de que pudiera responder, Charity exclamó con emoción:
—¡Está en el cuarto del tesoro!
Edward levantó las cejas, sorprendido.
—¿El cuarto del tesoro?
—Ah, Charity quiere decir el cuarto de trastos. Estábamos ayudando a mamá a ordenarlo y la dejamos allí para venir a prepararnos la mesa —explicó Grace.
—Gracias, Gracie —dijo Edward, guiñándole un ojo a Charity antes de darse la vuelta para subir y buscar a su escurridiza esposa.
Por supuesto, su Tesoro estaba en el cuarto del tesoro.
TCBVR
Bella se había levantado para acercarse a la ventana y poder leer mejor con la suave luz de abril que lograba filtrarse a través de los pequeños paneles de vidrio.
«Ven a vivir conmigo, y sé mi amor;Y todos los placeres probaremosQue colinas y valles, cañadas y campos,Bosques, o montañas escarpadas ofrecen.
Y nos sentaremos sobre las rocas,Viendo a los pastores alimentar sus rebañosJunto a ríos poco profundos cuyas cascadasSon acompañadas por melodiosos pájaros cantando madrigales.
Y te haré camas de rosas,Y mil ramos fragantes;Un gorro de flores, y un vestido cortoBordado todo con hojas de mirto;
Un vestido hecho de la lana más finaQue saquemos de nuestros tiernos corderos;Zapatillas bien forradas para el frío,Con hebillas de oro puro;
Un cinturón de paja y capullos de hiedra,Con broches de coral y tachuelas de ámbar:Y, si estos placeres te conmueven,Ven a vivir conmigo, y sé mi amor.
Los pastores bailarán y cantaránPara tu deleite cada mañana de mayo:Si estos deleites mueven tu alma,Entonces vive conmigo, y sé mi amor.»
Edward le había enviado eso durante el invierno de su cortejo -aunque en ese momento ella nunca estuvo segura de que realmente fuera un cortejo- cuando estaban discutiendo sobre poesía. Él había escrito que Christopher Marlowe parecía resonar en su mente durante esas semanas, y luego copió ese poema para compartirlo con ella. Recordaba cómo su corazón latía con fuerza mientras lo leía una y otra vez. ¿Cómo quería él que lo interpretara? No lo sabía con certeza, pues él no lo decía. En ese momento, pensó que tal vez añoraba las mañanas de mayo que tanto le faltaban en ese invierno tan gélido.
Ahora, volvió a leer el poema y de pronto recordó aquellos momentos en los primeros años de su matrimonio, cuando Edward la llevaba a rocas escarpadas y se sentaban juntos junto a ríos y cascadas. Recordó cómo una vez le tejió una corona de flores silvestres y luego la recostó en la hierba húmeda del amanecer y la amó. Se dio cuenta de que, a lo largo de los años, Edward había recreado el poema de Marlowe lo mejor que pudo, aunque nunca lo dijo.
De pronto, se sintió abrumada por la emoción y las lágrimas acudieron a sus ojos. Metió la mano en el bolsillo de su delantal en busca de su pañuelo y, secándose las mejillas, sollozó suavemente mientras volvía a leer.
—¿Qué pasa, mi amor?
Inesperadamente, se encontró en los brazos de Edward, quien la miraba a los ojos con preocupación.
Avergonzada, agitó la carta que había estado leyendo y dijo:
—Encontré nuestras antiguas cartas, las que intercambiamos antes de que yo viniera a Colorado, y me conmovieron mucho. Me doy cuenta ahora de cosas que en ese entonces no comprendía.
Él sonrió, aliviado de que no fuera algo malo, y dijo:
—¿Qué escribí que te hizo llorar?
—Oh, solo estoy siendo tonta. Recordé que, en ese momento, no estaba segura si tú solo querías una amistad por correspondencia o algo más. Ahora me siento bastante tonta. Era claro que me querías como esposa. Supongo que simplemente no podía creer que un hombre como tú quisiera a una mujer como yo.
Él soltó una risita.
—Un hombre como yo sería increíblemente estúpido si no quisiera a una mujer como tú. Te amé desde nuestras primeras cartas, y temía ahuyentarte con mi impetuosidad, así que insinuaba y esperaba que leyeras entre líneas y que no te repugnara la idea. Ahora, veamos qué carta provocó esa realización.
Ella le entregó la carta y, tras leer unas líneas, la atrajo hacia sí, la miró a los ojos y dijo:
—No sabes cuánto sufrí después de enviar esa carta. Sentía que no podía ser más obvio y temía tanto espantarte. «Ven a vivir conmigo, y sé mi amor». ¿Qué creías que quería decir?
—¿Que extrañabas la primavera?
Él soltó una carcajada.
—No, mi amor. Me sentía solo sin ti y deseaba desesperadamente que estuvieras conmigo.
—Lo sé ahora. Fui tan obtusa entonces. Pero eso no fue lo que me hizo llorar.
Ella se acurrucó contra su pecho, sintiendo que su corazón se elevaba como solía hacerlo cuando estaba con él.
—¿Entonces qué fue? —susurró él.
—Me di cuenta de que pasaste esos primeros años recreando El pastor apasionado a su amada cada vez que podías. Pensaba en los días de picnic junto al manantial y cuando me tejías coronas de flores para el cabello. Recuerdo muchas veces sentada en ese risco que da al rancho, viendo a los vaqueros cuidar el ganado.
—Nunca tuvimos ovejas aquí, o habrían sido ellas.
Fue el turno de Bella de reír.
—¿Sigues siendo mi pastor apasionado?
Él le levantó el rostro y la besó en los labios que lo esperaban, pero luego dijo:
—No.
Al principio, ella se perdió en el beso, pero de pronto cayó en cuenta de lo que él había dicho. Se apartó.
—¡¿No?!
—No. Nunca fui tu pastor apasionado, pero siempre he sido tu vaquero devoto y adorador.
De más está decir que llegaron tarde a la cena, pero su familia ya estaba acostumbrada.
Nota de la traductora: Este capítulo fue escrito por la autora como donación para la antología Hope Among the Ashes (Esperanza entre las cenizas), una recopilación de relatos organizada en 2020 con el fin de recaudar fondos por los incendios forestales en Australia. Y, a raíz de esta entrega, la autora se inspiró para comenzar a planear una nueva secuela de The Mail Order Bride, centrada en los hijos de Bella y Edward antes, durante y después de la Primera Guerra Mundial. Hasta la fecha, no se ha publicado nada más pero si desean leer más sobre esta saga, pueden marcar la historia como favorita y activar las alertas, ya que será publicada aquí. Gracias por acompañarme en esta traducción.