ID de la obra: 1332

TMOB 2: Bear Valley Ranch

Het
R
En progreso
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Emparejamientos y personajes:
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planificada Mini, escritos 197 páginas, 73.606 palabras, 25 capítulos
Descripción:
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El bebé

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Nota de la traductora: En esta versión en español, se ha conservado el uso de ciertas palabras y expresiones en español que ya aparecían en el texto original en inglés. Estas forman parte de la herencia cultural de los personajes, en especial de Juan Carlos y su familia, quienes tienen raíces latinas y suelen mezclar ambos idiomas al hablar. Para destacarlas, las encontrarás en cursiva. Te invito a tenerlo presente mientras lees. . Capítulo 1: El bebé . Ella no sabía que él la estaba observando mientras estaba sentada en el campo cubierto de hierba bajo un hermoso cielo cerúleo de Colorado. Tenía a Boy -bueno, Abraham- junto a su rodilla leyendo un libro ilustrado con él. Había desarrollado un cariño especial por Abraham, el hijo de su ama de llaves. Decía que había comprado el libro para su biblioteca, pero su esposo sabía que lo había comprado para el pequeño. Su corazón tierno y su naturaleza generosa eran su alegría. Edward estaba en el corral, supuestamente trabajando con la potranca, pero después de ponerle el bocado, decidió dejar que se acostumbrara un poco antes de intentar nuevamente con la silla. Ya había intentado ensillarla antes, para su total disgusto. Era una yegua terca; demasiado lista para su propio bien. Pero en realidad, todo ese trabajo con los caballos era solo una excusa para poder observar a la mujer más hermosa del mundo sin que ella lo supiera. Tenía que asegurarse de que no lo supiera. Ella se había estado burlando de él por su excesiva protección, así que ahora él procuraba ser más discreto y sigiloso. Al parecer, terminaron el libro y Bella se puso de pie con dificultad. Edward se sintió complacido al notar que, a pesar de su corta edad, el pequeño Abraham la ayudó a levantarse. Ella le sonrió en agradecimiento y el niño salió corriendo colina arriba, probablemente para buscar a su papá, apostaría Edward. Ella se quedó allí de pie, estirándose un momento, con las manos en la parte baja de la espalda, los ojos cerrados y el rostro vuelto hacia el sol cálido del mediodía. Después de unos instantes, se llevó las manos al vientre abultado y Edward la escuchó reír desde donde estaba. Evidentemente, su hijo estaba haciendo sus habituales acrobacias dentro de ella. A veces los mantenía despiertos por la noche con sus giros y vueltas. En la intimidad de su habitación, a Edward le encantaba poner las manos sobre el vientre grávido de Bella y sentir al bebé -su hijo- moverse dentro. Comprendía lo que la Biblia quería decir cuando hablaba de gozo rebosante, apretado y desbordado. Todo el proceso de concebir y engendrar era algo maravilloso, pensaba Edward. Imaginar que de su amor, una pequeña parte de ella y una pequeña parte de él se unieron para formar otro ser. Era un milagro cuando lo pensaba. Lo abrumaba. Bella había llevado bien su embarazo, tal como siempre le había asegurado que lo haría. No sufrió mucho de náuseas matutinas mientras nadie le presentara una taza de café. Incluso el olor la hacía salir corriendo hacia la letrina. Él estaba completamente a favor de prohibir el uso de café en el rancho mientras durara la gestación, sin importar el descontento de sus empleados, pero Bella lo disuadió. Siempre lograba hacerlo cambiar de opinión. Sonrió con ternura al recordarlo. Bella miró en su dirección y lo atrapó espiándola. Rio de nuevo y negó con la cabeza mientras recogía su manta y el libro, y luego caminó hacia donde él estaba. —Edward... amor... estoy bien. No hay razón para que me aceches como si fuera un venado. Sonriendo, él saltó por encima de la cerca para tomarle la manta y el libro. —No puedo evitarlo. Eres muy importante para mí —se rio de su propio juego de palabras, pero luego continuó—: Te ves cansada, Bella, ¿quizá deberías acostarte? —Edward, no he hecho más que descansar por orden tuya desde que la señora Dowling dijo que el bebé podría llegar en cualquier momento. Te aseguro que me siento bien. Quiero trabajar. Quiero sentirme útil. —Yo no ordené que descansaras —dijo él, con expresión avergonzada. Ella colocó su mano con ternura sobre su pecho, justo encima del corazón. ¿Cómo no iba a amar a ese hombre? —No, Edward, tú nunca ordenas, solo pides... y luego te preocupas mucho si no te hago caso. No me gusta verte tan angustiado, Edward. ¿Qué vas a hacer cuando el bebé realmente llegue? Ya sabes cómo puede ser eso. Vas a volverte loco de preocupación y miedo. De hecho, Edward, puede que te destierre al Lazy B hasta que todo haya terminado. —¡No! Bella, por favor, trataré de ser más calmado. No me alejes de tu lado. Me siento muy protector contigo. —Lo sé, Edward, y te amo por eso, pero tus preocupaciones me están poniendo nerviosa. Edward se dio cuenta de que realmente necesitaba reunir toda su autodisciplina o terminaría haciendo lo contrario de lo que pretendía. Lo único que sí sabía con certeza era que ya no tenía fuerzas para alejarse de ella. —Lo haré mejor, Bella. Sonriendo, ella tomó su brazo y él la acompañó hasta el comedor del rancho. Sabía que era mejor no sugerirle que descansara otra vez, consciente de que había perdido esa batalla en particular, pero insistiría en que se sentara mientras trabajara en la cocina. Juan Carlos sonrió al verlos entrar por la puerta. —¡Hola, mamacita! ¿Cómo está?Muy bien, Juan Carlos, pero mi esposo está loco. Juan Carlos estalló en carcajadas. —Sí, mi amiga. Está muy loco. Edward frunció el ceño. Sabía latín, griego y alemán, pero nunca había estudiado lenguas romances. Se sentía un poco fuera de lugar. Evidentemente, Juan Carlos había estado enseñándole español a su esposa mientras trabajaban juntos en la cocina. —Sé que están hablando de mí. Bella parpadeó con fingida inocencia. —Ahora, Edward, ¿qué te hizo pensar eso? —Creo que las carcajadas de Juan Carlos te delataron. Ella sonrió y, sin importarle que Juan Carlos estuviera mirando, se puso de puntillas y le dio un beso en los labios a Edward. —Te amo mucho, hombre tonto. Ahora ve a trabajar con esa potranca tuya. Yo me quedaré aquí bajo el cuidado de Juan Carlos sin hacer nada más que sentarme. Estaré bien. Edward suspiró, formándose de nuevo esas arrugas de preocupación entre sus cejas. —Si me necesitas, Bella, estaré en el corral. —Estaré bien, Edward. No te preocupes. Él asintió y salió a regañadientes de la cocina. Apenas se hubo ido, Bella se volvió hacia Juan Carlos y dijo: —¿Podrías, por favor, con mucha discreción, ir a la casa y decirle a la señora Dowling que he estado con dolores toda la tarde? Creo que el momento ha llegado, pero no hagas ninguna escena o Edward volverá corriendo y será... bueno, será Edward. Por mucho que lo amo, sería difícil concentrarme en lo que tengo que hacer con él cerca. —Sí, señora. Voy rápido. Se fue y volvió casi de inmediato con la partera. Aunque estaba casada con un ranchero de la zona, la señora Dowling había asistido la mayoría de los nacimientos del vecindario durante veinte años. Era cálida, inteligente y atenta, y se aseguraba de mantenerse actualizada en su oficio escribiéndose con otras parteras del país para compartir ideas y técnicas. Cuando una madre se acercaba a su fecha, la señora Dowling se instalaba con ella, si era posible, para garantizar que todo estuviera en orden para el parto. Bella no podía estar en mejores manos. —Ya sospechaba que había llegado el momento, niña. Me lo imaginé por la forma en que te apoyabas en tu hombre mientras caminaban hasta aquí. Ven conmigo, vamos a prepararte —dijo con firmeza, rodeando a Bella con el brazo mientras hablaba y guiándola fuera del comedor. Al salir, le gritó a Juan Carlos—: ¡Tú, muchacho! Ponte a hervir agua. —Sí, señora. Mientras pasaban por el corredor que conectaba con la casa, Bella preguntó: —¿Para qué es el agua hirviendo? —Para nada. Sirve para mantener a la gente fuera de mi camino mientras hago mi trabajo. Bella soltó una risita y luego ahogó un gemido cuando otra contracción la golpeó. —¿Ya ves, niña? Parece que ya viene en camino. Lauren, quien también estaba embarazada y esperaba dar a luz a fines del verano, estaba cosiendo unos botones en una camisa en la casa principal. Al verlas entrar, alzó la vista. —¿Ya es hora? —Sí, eso parece. Ven, ayúdame —ordenó la señora Dowling. —Pero no le digas a nadie lo que está pasando todavía, Lauren. No quiero que el señor Cullen se entere hasta que todo haya terminado —dijo Bella. Miradas de comprensión pasaron entre las mujeres mientras cerraban la puerta del dormitorio de Edward y Bella y comenzaban a deshacer la cama, así como a preparar a la futura madre. A Bella la dejaron con su camisón suelto, hecho especialmente para el embarazo, pero desmontaron la cama hasta el colchón, levantaron la cabecera, y cubrieron el colchón con una gran lona engomada, una sábana vieja y un montón de paños pequeños en el centro de la cama. Le indicaron a Bella que se recostara con las caderas centradas sobre ellos. La señora Dowling se lavó las manos, indicó a Lauren que hiciera lo mismo, y luego examinó a Bella. —Sí, querida. Estás bastante avanzada. ¿Desde cuándo sientes dolor? —Desde media mañana, creo. Al principio no estaba segura. —¿Desde media mañana? ¿Por qué no me lo dijiste antes? —Porque los dolores eran leves y porque sabía que lo primero que harías sería mandarme a la cama, y luego pasarían horas antes de que naciera el bebé. La espera me inquietaría. —Y mataría a tu esposo, creo yo —dijo la señora Dowling con una sonrisa. Jamás había visto a un futuro padre tan lleno de nervios. Era como una gallina clueca y desquiciada—. Eres sabia, señora Cullen. —No. Solo conozco a mi esposo, Dios lo bendiga… oooh. —El rostro de Bella se contrajo al recibir otra contracción. Unas cuantas contracciones más tarde, rompió fuente. La partera retiró con eficiencia el montón de paños y los reemplazó por otros limpios. —Ahora empieza el trabajo, señora Cullen. Bella rezaba, mientras los dolores se intensificaban, para poder terminar antes de que Edward regresara del corral. Quería sorprenderlo con su bebé antes de la cena. Esperaba que no se enojara demasiado por no haberle dicho que el bebé ya venía en camino. Oooh. Otra fuerte contracción la golpeó. Bella se sorprendió de lo dolorosa que era. —Eso es buena señal, señora Cullen. Su bebé viene avanzando muy bien. Así, las horas de la tarde se fueron desvaneciendo, y el dolor de Bella aumentaba en proporción. Luchaba por mantenerse serena. Cerca de la hora de la cena, la señora Dowling notó su límite y dijo con voz tranquilizadora: —Todo va bien, señora Cullen. Ya casi está lista para pujar, pero hasta que llegue ese momento, intente sobrellevar los dolores sin ponerse rígida como una tabla. Todo va bien. Hubo un golpe repentino en la puerta. Lauren fue a abrir y se encontró con Juan Carlos. —El agua. Ya está lista. La señora Dowling se acercó a la puerta. —Está bien, Juan Carlos. Mantenla hirviendo. Te llamaré cuando la necesite. —Sí, señora —dijo él antes de regresar a su cocina. Bella continuaba en trabajo de parto, sus dolores cada vez peores. —Señora Dowling… —su voz se quebró al final—. Me duele mucho… —Lo sé, preciosa, pronto todo habrá terminado. Toma mi mano en la siguiente y aprieta fuerte. Lauren fue en silencio al otro lado de la cama y ofreció su mano a Bella justo cuando otra contracción la azotó. —Jesús, María y JOSÉ —exclamó Bella, apretando con fuerza las manos de sus dos ayudantes. Cuando el dolor se disipó, se disculpó de inmediato por haber blasfemado. —No sé qué fue lo que me hizo... —entonces otra contracción la alcanzó y gritó—. ¡OH, SEÑOR... EDWARD! Bella se sorprendió de haber llamado a su esposo, cuando había ideado un plan tan ingenioso para mantenerlo alejado de sus tribulaciones. Pero no pudo evitarlo. Oh, cómo lo deseaba ahora. El dolor había crecido hasta convertirse en una presencia en la habitación, superando toda su fuerza poco a poco, y a medida que su resistencia menguaba, su miedo crecía. Ya no estaba segura de poder soportarlo. Quizá podría regresar mañana y terminarlo, pero ahora mismo... Quería los brazos de Edward y la dulzura de su mirada. Edward... Mientras otra contracción comenzaba, se dio cuenta de otra cosa de la que estaba absolutamente segura en ese momento: JAMÁS volvería a tener relaciones sexuales. —¡OH, EDWARD! —llamó de nuevo cuando otro dolor la estremeció, sin esperar realmente que apareciera, pero usando su nombre y su imagen como un talismán contra la agonía. De pronto, se oyeron botas retumbando por los escalones del porche y la puerta principal se abrió de golpe. —¡BELLA! —gritó Edward mientras corría hacia la puerta del dormitorio. La señora Dowling salió disparada a interceptarlo. —Ahora escúchame bien, Edward Cullen. Todo está bien. Ella solo está sintiendo los dolores, pero pronto vendrá el bebé y todo habrá pasado. No voy a permitir que la alteres con ninguna tontería. Edward miró desesperado el rostro surcado de arrugas de la anciana. —¿Qué puedo hacer? La señora Dowling estaba a punto de decirle que se fuera cuando la voz de Bella se alzó: —¡EDWARD, POR FAVOR! Edward le suplicó a la señora Dowling solo con los ojos. Necesitaba estar con Bella. Sabía que ella también lo necesitaba. Seguramente la señora Dowling podía verlo. Poco a poco, el corazón de la anciana comenzó a ablandarse. —Los hombres no entran en la sala de partos... —Señora Dowling, recuerde que nuestro buen Señor fue traído al mundo por un hombre; su padre terrenal, José. Estoy seguro de que José fue un consuelo para María durante su parto. —Bueno, ¿puedes comportarte como san José si te dejo entrar? —Haré mi mejor esfuerzo. —Entonces date la vuelta y ve a lavarte. Hueles a establo. Quítate esas botas. Asegúrate de lavarte las manos hasta que queden relucientes y luego regresa. Pero, Edward Cullen, debes hacer exactamente lo que yo diga, y si no lo haces, te echaré. No me importa lo que quiera tu esposa. ¿Me entiendes? Edward sonrió aliviado. —¡Sí, señora! —y salió corriendo a obedecer. Regresó en tiempo récord y volvió a tocar la puerta. —Edward, entra. Es momento de que Bella empuje y esto es lo que vas a hacer. Ayuda a Bella a sentarse y deslízate detrás de ella en la cama. Quiero que la sostengas por los hombros y la mantengas erguida mientras empuja al bebé. Ella va a empujar con fuerza contra ti. Dale palabras de aliento en voz baja. Lauren y yo sujetaremos sus piernas. A esas alturas, Bella ya había decidido quemar el Kama Sutra. Pero en el momento en que Edward se sentó y la tomó entre sus brazos, el pánico de Bella desapareció. Fue como si una manta de calma la envolviera, y supo que, con él a su lado, estaría bien. Inhaló el olor a lino limpio de su ropa. Estaba allí, y la ayudaría a traer al mundo a su bebé. Apoyó la cabeza en su hombro y, entre contracción y contracción, se volvió para mirarlo a los ojos. —Gracias. —Oh, Bella, no hay otro lugar en el que preferiría estar —le dijo, besándole la frente con una sonrisa de aliento. Cuando llegó la siguiente contracción, la señora Dowling los guio a ambos, y se alegró de poder anunciar que ya se veía la coronilla del bebé. —Empuje otra vez, señora Cullen. ¡Otra vez! Un empujón grande y fuerte, ahora. Bella se aferró a las asas que la señora Dowling había instalado a los lados de la cama precisamente para ese propósito e hizo lo que le pedían, con Edward dándole todo su apoyo. Por fin, Bella sintió que estaba logrando algo y no simplemente peleando contra molinos de dolor. —Bien, señora Cullen. Excelente. Ya salió la cabeza. Uno o dos buenos empujones más y su bebé estará aquí. Bella volvió a hacer fuerza, con los ojos cerrados con fuerza y concentrada solo en empujar al bebé. —¡Aaah! —gritó, no de dolor, sino de esfuerzo, y casi con un pequeño estallido, el bebé nació. Bella soltó un gran suspiro de alivio. —¡Tienen una niña hermosa, señor y señora Cullen! Y muy vigorosa, además —dijo la señora Dowling mientras limpiaba hábilmente a la bebé. De pronto, se escuchó un llanto fuerte—. ¡Oh, escuchen eso! Música. Edward estaba abrumado por la emoción. Aún sostenía a su preciosa esposa entre sus brazos mientras observaban a la señora Dowling y a Lauren limpiar todo. Edward acariciaba suavemente los brazos de Bella, quien descansaba agotada contra él. Besó su sien y su mejilla, agradecido y bendecido. Bella expulsó la placenta sin dificultad. —Deben enterrarla bajo un árbol. Ayudará a que crezca y el árbol protegerá a su pequeña todos los días de su vida —dijo la señora Dowling. —Ya sé cuál árbol —respondió Bella, mirando a Edward, que por el momento estaba demasiado impactado para hablar. Ella recordaba el árbol donde se había escondido de Jacob Black. Edward la miró con adoración y asintió. Él también sabía cuál árbol. Poco después, madre, hija y la habitación estaban en orden, y le entregaron a Bella a la bebé para que la sostuviera. Edward volvió a sentarse detrás de ella para poder abrazar a sus dos chicas al mismo tiempo. Ambos padres se maravillaban de lo diminuta que era la niña. —Se parece a ti, mi Bella —dijo Edward con ternura. —No lo sé, Edward. Yo veo a una decidida Cullen en esa frente. Él rio suavemente y las contempló unos minutos, hasta que Bella preguntó: —¿Quieres cargarla, cariño? De inmediato, Edward entró en pánico. —No. No creo. No. —Edward, no se va a romper. Quiere conocer a su papá —dijo Bella mientras alzaba a la adormilada bebé hacia su esposo. Edward la tomó con sumo cuidado y se maravilló de lo ligera que era, de lo pequeña. Miró su carita enrojecida justo cuando ella abría los ojos. Su corazón se derritió, el aliento se le detuvo cuando sus ojos se encontraron por primera vez. Se miraron fijamente por un momento solemne, hasta que los ojitos de la bebé se cerraron lentamente otra vez. Edward estaba deslumbrado, y lo sabía. Lo sintió como un mazo, como una bala de cañón. Ella era la niña de papá. Nota de la traductora: ¡Bienvenidos a esta segunda parte de la historia de Bella y Edward en Colorado, a finales del siglo XIX. Espero leer sus comentarios.
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