ID de la obra: 1332

TMOB 2: Bear Valley Ranch

Het
R
En progreso
0
Emparejamientos y personajes:
Tamaño:
planificada Mini, escritos 197 páginas, 73.606 palabras, 25 capítulos
Descripción:
Notas:
Publicando en otros sitios web:
Consultar con el autor / traductor
Compartir:
0 Me gusta 0 Comentarios 0 Para la colección Descargar

El bautizo

Ajustes de texto
. Capítulo 2: El bautizo . —Joy Elizabeth Cullen, yo te bautizo en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Amén. Hubo suspiros y risitas suaves en el santuario cuando la bebé hizo una mueca al sentir el agua bendita sobre su cabeza y caer en la pila bautismal. Sin embargo, no lloró, y su madre sonrió con orgullo. Joy era una bebé campeona. Bella pensaba con cariño en el último mes y se asombraba de cuánto había cambiado su vida. Con una sonrisa irónica, recordó que había pensado lo mismo justo un año atrás. Estaba de pie en la pequeña capilla del pueblo de Bear Valley, con su brazo entrelazado al de su esposo, y observaba cómo su pequeña hija era bienvenida a la comunidad cristiana. Emmett y Rosalie McCarty eran los padrinos de Joy, un honor que aceptaron gustosos, y allí estaban, con la niña en brazos de Rose, mientras el ministro oficiaba la ceremonia. Bella se sintió un poco abrumada por el regalo que enviaron los Cullen: un delicado vestido de bautizo de encaje de Alençon, que era el doble de largo que la bebé. Bella nunca había visto un trabajo tan fino y detallado, y sabía que seguramente había sido muy costoso. Le incomodaba aceptar un obsequio tan caro, y un día abordó el tema con tacto mientras ambos estaban en su dormitorio, mirando la prenda extendida sobre la cama. —El vestido de bautizo que enviaron tus padres es muy fino —dijo Bella, pasando los dedos por el encaje intrincado. —¿Te gusta? —Me parece precioso. —Bien —sonrió Edward, creyendo que con eso estaba resuelto. No lo estaba. —Pero... ¿no crees que es demasiado fino? —Nada es demasiado fino para mi niña —afirmó, mirando hacia la cuna donde su hija dormía. —Estoy de acuerdo, Edward, pero ¿no crees que es un regalo demasiado costoso para nosotros? Edward frunció el ceño, confundido. —¿Demasiado costoso? ¿Te refieres a que el precio es demasiado alto? —Estoy segura de que sí, Edward. Me siento mal aceptándolo. —No, Bella. Esto es una buena señal, y te aseguro que, si estuviéramos en Chicago, te estarían colmando de regalos para el bebé. Además, pueden permitírselo. —¿Por qué dices que es una buena señal? —Porque desde que dejé Chicago, mis padres han estado bastante decepcionados con mis decisiones. De hecho, antes de que nos casáramos, solo supe de ellos dos veces al año: en Navidad y para mi cumpleaños. Enviaban sus buenos deseos, pero eran distantes. La rodeó con los brazos y la atrajo hacia él. —Pero desde que tuve la suerte de casarme contigo, han sido mucho más expresivos. De hecho, como bien sabes, ahora escriben por lo menos una vez cada quince días. Ella se sonrojó y rodeó su cintura con los brazos. —¿Y crees que eso es por mí? —Creo que el brillante informe de Jasper y Alice sobre nuestra vida también tuvo algo que ver, pero tú eres la causa principal, estoy seguro. La atrajo un poco más y ella pudo sentir cómo el cuerpo de él reaccionaba a su cercanía. Se inclinó a besarle los labios y ella sintió cómo el fuego familiar recorría sus venas. Suspirando con pesar, Bella dijo: —Edward, debo contarte lo que la señora Dowling me dijo antes de irse, después de que nació Joy. —¿Mmm? —sonrió él, mirándola con los ojos entrecerrados. —Dijo que debemos abstenernos de relaciones maritales hasta que me haya curado por completo. Él pareció sorprendido. —¿Habló de eso contigo? —Lo hizo. De eso y más. —Cuéntame —pidió con dulzura. —Dijo que estaré completamente recuperada cuando nuestra hija tenga mes y medio. Eso es dentro de cinco semanas. ¿Te decepciona que falte tanto? Él se encogió de hombros sin comprometerse. La verdad, a Edward sí le molestaba un poco. Ya habían pasado dos meses de abstinencia por recomendación de la señora Dowling antes del nacimiento de Joy, ¿y ahora tendría que esperar otro mes y medio? ¡Eso sumaba tres meses y medio sin poder amar a su esposa! Extrañaba profundamente sentirla, ver cómo alcanzaba el clímax dulcemente, y cómo su propia entrega le traía dicha. Lo deseaba con sinceridad. Quería expresar su amor por ella una vez más. Y lo peor era que, cuanto más se abstenía, más insistente se volvía su parte inferior. Sabía, en un nivel racional, que el cuerpo de Bella necesitaba tiempo para sanar. Y, en un nivel emocional, esperaría años o toda la vida con tal de tenerla a su lado. Pero en un nivel físico -el que actuaba como si tuviera diecisiete años- lo quería ayer. Estaba muy disgustado con ese lado suyo, y le hablaba con firmeza en sus pensamientos, pero su miembro no tenía oídos… así que no escuchaba. Suspiró y volvió a concentrarse en lo que su esposa le estaba diciendo: —…y sobre tu idea de contratar una nodriza para Joy, no es aconsejable. —¿La señora Dowling dijo eso? —preguntó sorprendido otra vez. Todas las damas del círculo de su madre tenían nodrizas que amamantaban a sus hijos—. ¿Por qué dijo eso? —Dijo que debía considerar el espaciamiento de nuestros hijos. —¿Acaso eso no está en manos de Dios? Poniendo una mano sobre su pecho, dijo: —Bueno, Dios hizo estos senos para alimentar a nuestros hijos. No veo por qué ignorar una parte del diseño de Dios y no la otra. Y continuó: —La señora Dowling dijo que mientras amamante a Joy con constancia, mis reglas se retrasarán. Si se retrasan, entonces disminuyen las probabilidades de que vuelva a embarazarme demasiado pronto. Dijo que ha enterrado a muchas madres porque los bebés llegaron con demasiada rapidez. Esa afirmación atravesó el corazón de Edward como una flecha. Sabía que la mayoría de las mujeres casadas morían en el parto o por complicaciones derivadas. Había dejado ese miedo de lado tras el nacimiento de Joy, pero ahora volvía a enfrentarlo. Hasta su miembro prestó atención a eso. —¿Cuánto tiempo estará Joy al pecho? —La señora Dowling dijo que un bebé puede alimentarse exclusivamente del pecho durante medio año, y luego, cuando comiencen a salirle los dientes, se le agrega papilla y otros alimentos a su dieta. A medida que coma más, amamantará menos de forma natural. Pero también dijo que ha conocido niños que seguían mamando en cierta medida hasta los cinco años, aunque no lo recomienda. Edward estaba desconcertado. Cinco años era mucho tiempo. —¿Y cuánto recomienda ella? —Dice que depende de lo que necesite el bebé, y que cada bebé es diferente. Dijo que lo más probable es que llegue un día en que Joy rechace el pecho por sí sola, y ese será el momento de dejarlo. En la mayoría de los niños eso sucede alrededor de los dos años. También dijo que cuanto menos amamante a Joy, más pronto volverán mis reglas, y entonces lo más probable es que llegue otro bebé. Dijo que estoy hecha para ser madre, y que, aunque fue incómodo, el parto de Joy fue fácil. Cree que los próximos vendrán aún más fácilmente, especialmente si hay tiempo entre ellos. Eso le dio mucho en qué pensar a Edward, pero le preocupaba la carga de trabajo que Bella tendría que asumir si se encargaba por completo del cuidado y alimentación de su bebé además de todo lo que ya hacía. Lauren estaría en cama pronto por su segundo hijo, y eso haría que las tareas de Bella fueran aún más pesadas. —No quiero que estés sobrecargada de trabajo, Bella. —Lo entiendo y aprecio tu preocupación —le respondió con una sonrisa feliz—. Pero tengo una solución. —¿Cuál sería? —¿Sabías que Juan Carlos está casado? —No, no lo sabía —Edward no podía imaginarse trabajando lejos de su esposa y se preguntó cómo soportaba Juan Carlos esa situación. —Sí. Su esposa se llama Ana María y vive con sus hijos en Texas. La extraña mucho. —¿Y…? —Edward ya veía a dónde iba esto. —¿Qué tal si la mandamos llamar para que venga a vivir aquí y pueda ayudarme con las tareas? —¿Es buena trabajadora? ¿Y de cuántos hijos estamos hablando? —Juan Carlos dijo que la conoció cuando ella era ama de llaves del alcalde de San Antonio. Ese hombre tenía una gran casa y organizaba muchas reuniones. Le dio mucha pena cuando ella renunció para casarse con Juan Carlos. Admito que solo tengo la palabra de Juan Carlos, pero siempre me ha parecido un hombre honesto. —Sí, a mí también me parece honorable. El problema de contratar a su esposa es que, si uno de los dos resulta insatisfactorio, los perderíamos a ambos. ¿Estás dispuesta a correr ese riesgo? Y, Bella, ¿cuántos hijos tienen? —Tienen tres hijos. —¡¿Tres hijos?! —Sí. El último nació en Pascua y Juan Carlos ni siquiera lo ha conocido. —¿Cuántos años tienen los otros niños? —Pues... Pedro tiene tres, Magdalena tiene dos y Tomás es el bebé. —Deberías contarle a Ana María lo que te dijo la señora Dowling. —¿Tendré la oportunidad? —Tendré que cambiarle el nombre a este rancho por Valle de los Bebés, me parece. Cuando nazca el bebé de Lauren, ¿cuántos niños tendremos aquí? —A ver... está nuestra Joy, Abraham y su hermano o hermana, y los tres hijos de los Hernández. Serán seis. Edward suspiró. —Las cosas van a cambiar aquí más rápido de lo que imaginaba, pero tendremos que adaptarnos con gracia. Pensó un momento y dijo: —Entonces viene la pregunta, Bella, ¿dónde van a vivir? —También he pensado en eso. Lauren está incómoda viviendo en la cabaña. —¿Incómoda? ¿Por qué? —Dijo que se sentía como una semilla suelta dentro de una calabaza seca ahí adentro. De verdad tenía lágrimas en los ojos cuando desocupamos su antigua habitación hace unas semanas. —¿Quieres que Lauren, Tyler y Abraham vuelvan a vivir aquí? Recuerda que van a tener otro bebé en unas semanas. Esa habitación no es lo suficientemente grande para todos. No, Bella, ellos necesitan su propio espacio. Por eso construimos la cabaña. Lauren se acostumbrará con el tiempo y estará agradecida. Lo que sí tendremos que hacer es construir otra cabaña para la familia de Juan Carlos. Bella dio un pequeño grito de alegría. —Edward, eres tan bueno y generoso. —Estamos creciendo, Bella. No hay forma de evitarlo. Tenemos que estar a la altura de los tiempos. Dile a Juan Carlos que puede mandar a buscar a su esposa. Bella soltó una carcajada de alegría y tomó el rostro de Edward entre sus manos para besarlo. Él aprovechó al máximo ese beso, y su miembro comenzó a comportarse como si tuviera diecisiete otra vez. No pudo evitar reírse de la emoción de Bella mientras ella salía corriendo a contarle la noticia a Juan Carlos. Luego miró a su hija dormida y dijo: —Tu mamá es de armas tomar. Bella pensaba en todo eso mientras estaba en la iglesia y miraba sonriente a su recién bautizada hija, Joy Elizabeth Cullen. Se estaba acostumbrando al nombre Joy, aunque Edward había insistido en él desde el principio. Decía que era la alegría de su papá y el resultado de su decisión más feliz, y, en realidad, el nombre Joy sí le calzaba perfectamente. Hasta ahora había sido fácil: solo lloraba cuando necesitaba algo y se calmaba rápidamente una vez satisfecha. Ya comenzaba a mirar a su alrededor y la cara de su madre siempre le arrancaba una enorme sonrisa de leche. Edward estaba embelesado con ella y solía mecerla largo rato incluso después de que se había dormido. Sí, era su Joy. Pero Bella había estado considerando otros nombres después del nacimiento de la bebé, y cuando llegó el momento de hablarlo con Edward, él se escandalizó. —¿Cómo querías llamar a la pobre criatura? —Renesmee Carlie. Es una combinación de los nombres de nuestras madres y padres. Edward la miró como si estuviera loca, pero no dijo nada. —Haría felices a tus padres, Edward. No pudo evitarlo: —Pero haría miserable a nuestra hija. —¿No te gusta? —No quiero herir tus sentimientos, pero ¡NO! —Oh... —puchereó ella. —Isabella, tienes un nombre hermoso. Mi nombre es aceptable. Hay muchos nombres bonitos por ahí, pero ¿Renesmee Carlie? Podrías llamarla Bertha Brunhilda y sería lo mismo. —¿Bertha Brunhilda? —Sí, era una chica que conocí una vez... una joven encantadora que cargaba con un nombre imposible. Lo sufría constantemente. Se burlaban mucho de ella y eso la aplastó por dentro. Una vez me dijo que apenas alcanzara la mayoría de edad, lo cambiaría por Florence Amelia. Me pregunto si lo habrá hecho. —¿De verdad detestas tanto el nombre Renesmee? —Mi amor, sí. Pero si quieres usar ese nombre, la potranca todavía no tiene uno. ¿Qué tal si usamos Renesmee para ella? —Igual la vas a llamar con apodos poco agradables. —Se los merece. Es terca como una mula. Bella asintió pensando que no era la única. —Entonces estoy de acuerdo, Edward. No nombraremos a nuestra hija Renesmee, pero ¿no se molestará tu madre de que le pongamos su nombre a un caballo? —No, dudo que siquiera lo note. Además, esa yegua me recuerda un poco a mi madre. Es el nombre perfecto para ella. Y así fue como eligieron Joy Elizabeth para su bebé, siendo Elizabeth el nombre de la abuela de Edward, quien le había dejado el dinero con el que compró Bear Valley Ranch años atrás. Y ahora que la habían llevado a la iglesia, el nombre Joy Elizabeth estaba grabado en piedra… al menos hasta el día en que se casara. Después del bautizo, los Cullen ofrecieron un almuerzo al aire libre para las personas que estaban en el pueblo ese día. Juan Carlos estaba en su elemento. Le encantaban las fiestas, como él las llamaba, y organizó un banquete como Bear Valley nunca había visto. Incluso hizo venir a su primo desde Denver con su banda de mariachis para amenizar a los invitados de los Cullen. La gente hablaría de aquella celebración durante muchos años. El lunes siguiente encontró a Bella sentada en el columpio del porche, amamantando a la pequeña Joy mientras observaba a Abraham jugar en el césped frente a ella. Joy tenía casi cinco semanas de nacida y, para ser muy honesta, Bella esperaba con ilusión volver a unirse a su esposo en el lecho conyugal esa misma semana. Había olvidado rápidamente su promesa de convertirse en monja tras el parto, sobre todo por los besos ardientes que había estado compartiendo con Edward. Entonces recordó algo: algo que le había dicho la señora Dowling. Una de las razones por las que no se permitía a los hombres entrar en la sala de partos era la teoría de que, si veían a sus esposas dar a luz, dejarían de desearlas carnalmente. ¿Había perdido Edward el interés en ella de esa forma? No parecía haberle afectado lo que la señora Dowling le dijo tras el nacimiento de Joy sobre aplazar su intimidad. Nunca le pidió que lo ayudara de otras maneras mientras esperaban, y ella lo habría hecho gustosamente. Pero él nunca se lo pidió. ¡Oh, cielos! Ahora recordaba cómo le había gritado que fuera con ella durante el parto. Fiel esposo y amigo como era, él se quedó con ella -o detrás de ella- mientras lo exponía de la manera más cruda a todos los detalles sangrientos del nacimiento. Recordaba cuán apasionado era antes, y ahora comprendía que, por su imprudencia, había arruinado ese placer para él. Tal vez para siempre. Las lágrimas llenaron sus ojos al darse cuenta de que era la criatura más egoísta sobre la faz de la tierra. No sabía cómo compensar a su paciente y bondadoso esposo… pero lo intentaría. *Joy traduce alegría, tenlo presente en futuros capítulos. Nota de la autora: Como no existía una autoridad civil que emitiera certificados de nacimiento, y las personas solían nacer en casa, con frecuencia la única manera de autenticar los orígenes de alguien era a través de los registros de la iglesia. El censo estadounidense, que se realizaba cada diez años, también servía como prueba de residencia, pero se llevaba a cabo con tan poca frecuencia que apenas reflejaba algo más allá de su propósito original (determinar cuántos escaños le correspondían a cada estado en la Cámara de Representantes, con base en la población). El embarazo y el parto eran, en un 99%, responsabilidad de las mujeres. Había algunos doctores varones que se aventuraban en ese campo, pero la mayoría de las mujeres prefería el cuidado de sus madres, tías, hermanas y mujeres sabias de la comunidad. Como resultado, la calidad de la atención no estaba regulada (por supuesto), y las mujeres asumían el riesgo. Las parteras profesionales solían estar mejor capacitadas y, gracias al aprendizaje práctico junto a una practicante mayor, generalmente eran bastante competentes incluso en situaciones complicadas.
0 Me gusta 0 Comentarios 0 Para la colección Descargar
Comentarios (0)