ID de la obra: 1352

El Valle de las Ausencias

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NC-17
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planificada Mini, escritos 13 páginas, 6.354 palabras, 2 capítulos
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Capítulo uno

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Recuerdo que cuando necesitaba tu ayuda me decías que golpeara tres veces tu puerta y estarías para mí. Si algún día decides abandonar este país y esa relación que solo penurias te ha traído y comenzar una nueva vida, búscame en El Valle de las Ausencias. Estaré en la pensión de Bruma Clara, la que da frente a la plaza del pueblo. Toca tres veces la puerta. Un abrazo.” —El Valle de las Ausencias… —susurró con su limitado español mirando a su alrededor al momento de llegar al terminal. Era inicios de marzo y eso fue lo último que leyó de la carta. Carta que Geto llevaba consigo mientras esperaba en la parada de buses. Se sintió valiente por primera vez en su vida ya que, estar en esa situación simplemente le llenaba de ansiedad y miedo. Se enfrentaba a un lugar completamente ajeno a su idioma, costumbres y clima. Y tristemente, estaba lejos de lo que alguna vez fue en su vida en Japón. El viaje hacia el otro lado del mundo había sido muy largo y agotador, pero a pesar del deje de amargura en sus ojos pardos, agradeció haber estado con su familia en la ciudad antes de que todo empeorara aún más. La calidez del lugar le hacía contrastar con la frialdad de su país. Le abrumaba y al mismo tiempo le impresionaba cómo la lejanía podía alterar la esencia misma de las cosas. Solo llevaba una maleta y un pequeño libro de poemas en su mano donde guardaba las cartas dobladas de su amiga. Se aferró a la esperanza de que en esta tierra desconocida podría dejar su pasado atrás. No tenía cómo comunicarse con su mejor amiga, apenas tenía las breves indicaciones que la carta decía. Con angustia apretó aquella hoja con su puño izquierdo. Estaba nervioso, pues había dejado su país escapando de una relación que lo dejó en la ruina. Cada vez que lo recordaba, se tocaba la marca en su nuca con una sensación de rabia y tristeza. Nunca imaginó vivir una situación así, ni mucho menos cargar con un lazo roto. Observó a su alrededor y, suspirando, sopesó la vida de “mierda” que tenía, y sin darse cuenta, ya había llegado el bus que debía abordar. El vehículo avanzó tan rápido así como nació el nudo en su garganta, dejando una lágrima caer por su ojo derecho. Observaba el paisaje en la ventanilla y su reflejo delataba el abandono de su felicidad. De pronto, un aroma particular llegó hasta su sentido del olfato, distrayéndolo de sus pensamientos. No había caído en cuenta en esa fragancia hasta reconocer lo cítrico y pulcro. Curioso, giró su cabeza buscando el origen de aquel aroma y finalmente lo vio. Era un hombre muy llamativo, pues tenía el pelo completamente blanco y unos ojos zafiros intensos. Se veía joven, cercano a sus treinta –como él–, además se notaba distraído escuchando música en su walkman. Embobado, Geto se quedó mirándolo hasta que se percató de lo que estaba haciendo y por primera vez en mucho tiempo su corazón había dado un vuelco dentro de él. Le tomó poco tiempo al joven de ojos azules mirar al chico de cabellos negros. Se sacó los audífonos y se dirigió hacia él. —Tienes los ojos rojos, ¿estás bien? —La voz particular del muchacho hizo que volviese en sí, por lo que se acomodó en su asiento. —No… —respondió Geto dubitativo— Bueno, sí. ¿Eres japonés? ¡Qué pregunta era esa! Estaban hablando el mismo idioma y claramente su acento y comportamiento delataban que el albino era de allá. Pero una pequeña risita se asomó por los labios del otro y asintió suavemente. —Me llamo Satoru Gojo. Y antes de que me preguntes por qué estoy aquí, supongo que por la misma razón que tú. Geto negó con la cabeza. Liberó una sonrisa ladina a su vez que cerraba los ojos cansinos, gesto que no pasó desapercibido por el de cabellos blancos. Era imposible que él hubiera escapado por la misma razón. —Lo dudo. Pero sí, supongamos que fue por la misma razón —Satoru extendió su mano en señal de saludo. Geto vaciló por unos momentos, luego la estrechó—. Me llamo Suguru Geto. Por un momento, todo lo que estaba a su alrededor se detuvo en tan solo unos segundos. Fue tan efímero el suave tacto del otro que hizo que brotara una especie de corriente eléctrica que recorrió aquellos cuerpos, llegando hasta lo más profundo de esas almas, haciendo caso omiso a aquel momento, Satoru respondió: —Un gusto conocerte, Suguru. Se sintió una eternidad para ambos, quienes habían establecido el primer contacto. Ignoraron el hecho de que se habían quedado encandilados contemplándose, esperando a que el otro rompiera el silencio. Cuando de pronto, el bus frenó bruscamente en una parada y el poema que el joven de cabellos negros llevaba cayó al suelo. De manera instintiva,el otro lo recogió y miró la portada. —Oh —aludió sorprendido y entregó el libro— ¿te gusta Ono no Komachi? Es de los pocos poemas que he memorizado, siento que es uno de los que retrata fielmente lo que podría o lo que se entiende por amor. Instintivamente Suguru lo guardó en su maleta, asegurándose que las cartas estuviesen en su lugar. Mientras ordenaba sus pertenencias, el platinado no pudo apartar la mirada de esos ojos dorados, misteriosos y rasgados. Algo en el chico le llamaba la atención, pero era difícil descifrarlo en ese momento, ya que recién se estaban conociendo y sería extraño simplemente decir: “hay algo en ti que se me hace interesante, pero no sé qué es”, o ese tipo de pensamientos se le cruzaba por su mente. El de ojos color cielo intenso sabía que su apariencia no pasaba desapercibida y que tenía demasiada confianza en sí mismo como para soltar una frase de forma tan segura y confiada con alguien que le atrajera físicamente. Pero sabía que no era la instancia ni la situación, por lo que guardó la compostura y simplemente ganó su preocupación por el otro. —Mh… sí, me gusta leer —respondió de manera evasiva, pensando en cómo desviar la conversación. Sinceramente no tenía ánimos para hablar esos temas con un extraño—. ¿Qué te trae al pueblo? ¿Vives allí? El azabache intentó no parecer cortante ni malhumorado, sin embargo, estaba con la guardia en alto desde hace varios días. Satoru se reincorporó al escuchar la ronca voz del otro y respondió: —No. Vengo a descansar un tiempo. ¿También tú? —No. El menor había replicado secamente, pero se arrepintió al ver el rostro de Satoru, cuyo gesto se suavizó de golpe, como si no hubiera esperado una negativa tan tajante. —¿Entonces a qué vienes? —ladeó su cabeza un tanto confundido y mientras tanto tragó saliva tratando de que la conversación no muriese. Pero había sido un completo fracaso. —A establecerme. —Ah, qué bien… —vaciló finalmente, sin saber cómo seguir aquel extraño diálogo— ¿A qué te dedicas? Geto divagó un momento, procurando formular una respuesta creíble al instante. No quería hablar de sí mismo, pues estaba cansado de explicarle a su círculo social la razón de su actuar y de su estado anímico. No quería intentar explicar que simplemente quería dejar de sentir por un momento. Mas, no tenía intenciones de ser grosero con el joven a su lado. Creyó que lo mejor sería ser reservado. Sabía que debía resguardarse y desahogarse con Utahime. Suspiró. Realmente no quería ser desagradable ni parecer un tipo arisco con los demás, menos con Satoru, quien era la primera persona que conocía en su viaje al pueblo, y que además, podía hablar de manera fluida. “Lo siento” había pensado, mientras observaba aquellos ojos brillosos que miraban hacia los suyos. Ah… y de nuevo ese aroma cautivaba su sentido del olfato. No. No podía estar soñando de nuevo, no después de todo lo que había vivido tanto en su propio país como en la gran capital. —De momento solo pretendo reencontrarme con una vieja amiga —respondió cordialmente, deseando que en algún momento el bus se detuviera, anunciando al fin su llegada. Y sus deseos habían sido escuchados. El bus se detuvo. La voz del chofer avisando la llegada al Valle de las Ausencias, interrumpió la extraña conversación entre Satoru y Suguru. Las personas se ordenaron para comenzar a bajar del vehículo y el azabache pisó las tierras del pueblo, su vista se posó en la plaza rural; había una pequeña fuente de agua sucia y estaba un poco agrietada que delataba la falta de mantención, al frente estaba el edificio de la localidad, en otra calle estaban los pequeños centros de comercio y cruzando aquella avenida estaba la cantina. Resopló y releyó la carta arrugada de Utahime, indicando que debía comenzar la búsqueda de la pensión, tal como la beta le había señalado. Sin embargo, se sentía perdido en aquel nuevo lugar y Satoru notó aquellas expresiones que para otros podrían pasar desapercibidos, pero para él no –lógico–. Entonces se acercó un poco más sin titubear, dispuesto a no dejar morir esa charla tan singular y con un carraspeo llamó la atención del azabache, rompiendo el hilo de sus pensamientos. —Disculpa… —Gojo bajó del bus con sus maletas en mano. Miró a su alrededor, buscando alguna mujer que se dirigiera hacia Suguru, pero solo estaban ellos, los pasajeros y algunos locales— ¿Y tu amiga no vino a recibirte? Suguru se encogió suavemente de hombros por lo que hizo que aquella interacción fuese más amena en comparación a su viaje en bus. —No. Ella no sabe que estoy aquí… y siendo sincero, nunca he sido bueno hablando con extraños. Esa respuesta no era la que se esperaba viniendo de aquel joven. El de cabellos negros era uno de esos pocos o “raros” omegas que no querían depender de nadie, quizás por situaciones o experiencias pasadas o simplemente no quería ser una carga para el resto. Además, vivía en una sociedad donde los omegas eran marginados. A él no le importaba demostrar que era autovalente o ser autosuficiente, sin embargo, a Satoru sencillamente le sorprendió debido a que rozaba un poco la desconfianza con el resto. Era de esperarse, debido a que estaban en un país completamente desconocido y en transitoriedad hacia la democracia. —Oh, ya veo. Qué valiente de tu parte. —Sí, algo así —El de ojos rasgados quería bajar el perfil de la situación—. Una parte de mi familia está en Santiago, la gran capital, pero no conozco más allá de eso. Ambos notaron que las personas que habían viajado junto a ellos se estaban dispersando. A Suguru le generó un poco de ansiedad, necesitaba ubicar urgente a su mejor amiga, por lo que la inquietud se hizo presente en su cuerpo, liberando un débil aroma agrio que sólo se podía percibir si la persona estaba lo suficientemente cerca del joven de cabellos largos. —Bueno… supongo que ahora debemos separarnos —mencionó un poco incómodo porque había notado en sí mismo el aroma que estaba desprendiendo y eso no era nada alentador. Sin pensarlo más, el menor le estrechó la mano en símbolo de despedida—. Ha sido un gusto conocerte. El mayor no entendió muy bien, pero simplemente quiso respetar el espacio personal del otro, por lo que le secundó: —Fue un placer. Espero volver a verte, Suguru. Y eso fue lo último que escuchó por parte del albino. Le sorprendió la naturalidad con la que él había mencionado su nombre, como si fueran lo bastante cercanos como para tratarse por sus nombres de pila. Luego, como si hubieran acordado sincronizarse, tomaron sus maletas y caminaron en sentidos contrarios, separándose cada uno por su lado y sin articular algo más. Geto vio cómo el albino se alejaba cada vez más, hasta que su silueta comenzó a perderse entre la gente. Soltó un suspiro que no sabía por cuánto tiempo había estado conteniendo, mientras notaba con desconcierto que el aroma de Satoru había quedado impregnado en su ropa, era extraño, ya que su lobo estaba reaccionando y eso le asustaba un poco.

***

Finalmente, gracias a los habitantes, Suguru logró llegar a la dichosa pensión Bruma Clara. Realmente agradecía esa ayuda ya que, a pesar de ser un pueblo pequeño, no sabría cómo dar con el paradero de la posada. Ya no podía ocultarlo más, había sido duro tener que siempre parecer fuerte y rígido, ahora solamente quería llorar hasta dormir y que alguien lo escuchara y cobijara. Estaba ansioso y asustado, pues nada le aseguraba que sería bien recibido, pero… ¿qué le hacía pensar en ello si solamente importaba Utahime en ese lugar? Bueno, también era por lo nuevo y desconocido, la gente y la localidad, en fin. Como pudo, habló con el dueño del local y preguntó cuál era la habitación de Utahime, mencionando que ella había avisado que probablemente llegaría alguien con ese nombre a visitarle. Al llegar a aquella puerta, dudó un poco, tomó aire y dentro de unos segundos tocó tres veces, de la misma manera que ella lo hacía. Del otro lado, se sintieron unos pasos apresurados y ahí apareció: una mujer de cabellos oscuros y lacios que se veía feliz y emocionada al ver a su mejor amigo después de tanto tiempo y la emoción creció al imaginarse a su lado nuevamente, por todo el calor del ambiente soltó un grito ahogado mientras lo abrazaba con efusividad. —Geto… por qué no me dijiste que vendrías… —mencionó entre sollozos, estaba muy feliz de verlo nuevamente. Abrazados entraron hasta que el menor soltó todo lo que tenía guardado, lloró, lloró hasta intentar tranquilizarse, y mientras más se desahogaba, más apretaba la ropa de Iori, pues, solamente ella conocía ese lado tan vulnerable. Utahime se sorprendió por lo desolado que se veía el joven azabache y no sabía cómo consolarlo. Su corazón se desgarró al escuchar aquellos alaridos, ¿qué era lo que había sucedido realmente con él? Mientras esperaba a que se apaciguara, notó la longitud del pelo del otro y se asombró por dicha característica, ya que a Suguru nunca le había gustado llevar el cabello largo. —Perdóname, perdóname Uta… —sollozaba mientras abrazaba a su amiga. Necesitaba ese contacto— No tenía cómo avisar. Utahime se separó para observar aquellos ojos enrojecidos que demostraban dolor y profunda tristeza. El moreno apartó la mirada hacia abajo de modo que no quería parecer más vulnerable de lo que ya estaba, entonces la mano de la mujer bajó por su largo cabello y rompió el silencio. —¿Cómo pasó esto? Te dejaste crecer el cabello… ¿Qué pasó con Suguru Geto? Quería romper la tensión haciendo una pequeña broma, pero notó que el rostro del menor no cambiaba. Realmente se había guardado muchas cosas como para no reaccionar con una simple risita. El de ojos rasgados tomó suavemente la mano de su mejor amiga y la apartó de su cabello. Sentía vergüenza de sí mismo y de haber permitido cosas que terminaron de destruir lo que quedaba de él por completo. Si bien, no sentía que se viera mal con el largo de su cabello, sí lo atribuía a suciedad y a un lazo roto. ¿Cómo le iba a explicar eso a la mayor? De tanto ensimismarse en sus propias reflexiones, la chica se dio cuenta y sin insistir más, tomó su muñeca, guiándolo hasta la litera en donde ella dormía. Como acto seguido, Utahime instaló a su mejor amigo en su habitación de manera provisoria, ya pronto iban a decidir en qué cama dormiría Suguru para que pudiese estar con mayor comodidad. Sabía que el de ojos rasgados no empezaría a hablar de sí mismo ni contaría la razón que lo tenía en esas condiciones, por lo que Iori decidió rememorar tiempos de infancia en Japón y habló sobre su estancia en Chile. La plática duró toda la tarde hasta que cayó la noche en el pueblo. La mujer de cabellos lacios comentó que se había establecido en el lugar como costurera en una pequeña tienda y que tenía un amigo que sabía que podría ayudar a conseguirle un trabajo en la cantina del pueblo. Sin embargo, había llegado el momento en que el muchacho tenía que explicar el porqué de su aparición desprevenida y lo que ha sido de su vida hasta ese momento. Por el contrario, quiso iniciar con una pregunta que igual lo tenía un poco preocupado. —Uta… sé qué es algo repentino, pero… ¿sabes dónde conseguir supresores? —El chico esperó una rápida solución, estaba un poco desesperado por obtener esos medicamentos. Sabía que sus celos pronto llegarían y la ansiedad crecía al pensar que estaba “solo” en medio de la nada y rodeado de personas que ni siquiera conocía. —¿Cómo…?, ¿acaso no trajiste contigo algunos? —El joven negó con la cabeza un poco confundido. Después de lo ocurrido… sus celos se han vuelto algo intensos y un tanto difíciles de controlar. —No. Es decir… me fui de Japón con unos cuantos, bueno, ya sabes toda la situación allá y tuve que llevar casi de contrabando… El estado allá es bastante complejo, por lo que simplemente me vine con unos cuantos para Santiago y ahí no conseguí ninguno que me hiciera el efecto “completo”. — Ay, no… Utahime se levantó un poco nerviosa, caminó alrededor de la pequeña habitación y se tocó la frente en símbolo de no saber cómo solucionar ni cómo decir lo que pasaba en este pueblo tan extraño… Suguru se preocupó porque, a pesar de que no se habían visto por años, sabía que algo ocultaba su mejor amiga, ni la distancia ni el tiempo podían ocultar el nivel de confianza y del conocimiento del otro. Quizás la beta no había cambiado, pero él sí. —¿Qu-Qué pasa, Utahime…? —El muchacho la siguió con la mirada mientras ella seguía paseándose, tratando de buscar las palabras adecuadas para su amigo. —A ver… tranquila… tranquila… A ver… —murmuró para sí misma, controlando un poco la atmósfera para ya no alarmar de más a su amigo. La mujer caminó hacia él, se sentó en frente suyo tomando sus manos, mirándolo directamente a los ojos y dijo: — Hay cosas que debes saber. Tienes que ser muy precavido con ese tema, Geto. Y lo más importante, por favor, no reveles tu identidad como omega. Verás… este pueblo está lleno de alfas y desde hace casi cincuenta años no nace un omega. El mencionado quedó pasmado ante tal información, ató los cabos y comprendió la razón de que al llegar estaba inundado con aromas características de alfas y más encima, en el bus no sintió a nadie más omega que a él mismo… o eran todos betas o todos alfas… “ay no” pensó para sí mismo, sin saber cómo manejar la situación. Era realmente peligroso que un omega estuviese rodeado de extraños y peor, de alfas. Era como esos vídeos para adultos que solía ver su ex… ¿con qué clase de persona se había estado relacionando durante los casi cinco años de noviazgo? Se levantó de un salto y alzando la voz exclamó: —¡Por qué no me dijiste antes! ¡Por qué viniste a un pueblo lleno de alfas! —Está bien, está bien, o sea ¡no! ¡Está mal! —gritó ante la desesperación por no haber sabido antes que Villa de las Ausencias era un lugar extraño— Perdóname, lo supe después de haberte mandado la carta… El joven de ojos rasgados suspiró y echó hacia atrás su cabeza cerrando los ojos. Tenía que calmar esas emociones que querían brotar fuera de él. Es como si haber escapado del caos no hubiese servido de nada, como si la historia que había para él tenía que ser siempre cíclica o al menos con mucho embrollo en su vida. La joven no sabía cómo gestionar las circunstancias, por lo que solo se dedicó a observar con empatía hacia el menor. —De verdad perdóname, siempre quiero lo mejor para ti… pero me equivoqué… —¿Qué hago entonces, Utahime? —interrumpió Suguru, preso de su propio pavor. No quería de nuevo pasar por una situación de estrés, ya era suficiente con estar solo en un lugar ajeno. Luego su mejor amiga conectó su mirada con la de él, tomó sus manos y las apresó en las de ella, entregándole la seguridad que tanto necesitaba. —Primero —carraspeó para llamar la atención del otro—, me organizaré para ir a Piedra Fría y conseguiré supresores para ti antes de que se te acaben los de este mes y si eso no resulta, iré yo misma a la capital. Segundo, mientras te acomodas, hablaré con un amigo para que te consiga un trabajo, porque sé que lo necesitas. Y bueno, te gustará mucho el ambiente aquí, creo que es lo que necesitas realmente, es tranquilo, tal como lo es tu lobo. Del rostro del chico brotaron unas cuántas lágrimas, no porque se sintiera perdido, sino porque realmente estaba con una mujer que le ayudaría a salir adelante pasara lo que pasara. Era muy afortunado de tenerla en su vida y cada minuto agradecía de poder haberla conocido. —Mh… Uta, no sé cómo agradecerte todo esto que haces… —La mencionada sonrió de manera sutil a la vez que lo seguía observando amistosamente. —No tienes nada que agradecer —respondió Iori, ya más calmada. El otro resopló y miró hacia la litera de arriba. —¿Qué? ¿Quieres dormir arriba como en los viejos tiempos? —preguntó en tono burlón mientras recordaba su infancia con Suguru. —Sí, quiero. Estoy cansado Uta, fue un viaje largo y quiero dormir. —¿Mh? Espera —articuló de pronto la joven—. Hay algo que no me estás contando. Sí, la mujer conocía muy bien a su amigo, incluso si había cambiado, podía leerlo al instante a pesar de que no se hubieran visto por muchísimo tiempo. Impresionado, el de ojos rasgados, tragó saliva y replicó: —No te estoy escondiendo nada —mintió desviando sus ojos hacia algún sitio que no sea su amiga. Claramente no estaba preparado para relatar todo lo que había sucedido. —Geto, sé que me estás mintiendo, conmigo no valen las mentiras y eso tú lo sabes —se cruzó de brazos esperando alguna señal extra de su amigo, sin embargo, este no hizo nada y esperó a que ella continuase—. ¿Es sobre el imbécil de tu ex? —Probablemente —murmuró avergonzado. —¿Qué pasó, Geto? —Su voz se relajó al ver que la expresión del hombre cambiaba a una de tristeza y arrepentimiento. Suguru se reintegró cansado y lentamente recogió su cabello con ambas manos, revelando la miserable marca que su antiguo amor le había dejado en la nuca. Al ver aquella cicatriz, Iori llevó su mano derecha hacia su boca en símbolo de sorpresa dolorosa. Ella sabía que las marcas en la nuca eran signo de un lazo inestable, por no decir roto. Esta tomó la mano de su amigo, brindándole apoyo y haciéndole saber que estaba atenta a lo que él tenía que decir. Ahora sabía el por qué del cabello largo del omega. Con voz entrecortada preguntó: —¿Fu-Fue a voluntad? —trató de conectar su vista con la del chico, pero no tuvo éxito alguno. Apretó su mano tratando de no esperarse lo peor. —No… yo… no quería… —replicó con voz baja y quebradiza, humillado. —¿Có-Cómo que no fue a voluntad, Susu? ¿A-Abusó de ti…? —preguntó por lo bajo, de todas formas no quiso ahondar más en aquel suceso tan traumático para Geto. Susu… Iori no usaba ese apodo desde que habían terminado la primaria. —Supongo que era cosa de tiempo… —contestó el joven, dejando entrever que había sido algo que no quería— Pero eso no fue lo peor… El omega no pudo continuar más y se deshizo en lágrimas. La costurera lo abrazó con todas sus fuerzas, empatizando profundamente con el dolor de su amigo y odiando con todo su ser al ex que destrozó la vida de la persona que más quería y estimaba. Geto no se merecía ese sufrimiento ni pasar por esas experiencias tan desgarradoras, él solo necesitaba amor, alguien que lo amara por su alma y no por su físico. —Susu, tranquilo, estoy aquí, no estarás nunca más solo, por favor… El mencionado simplemente no paraba de sollozar, era tanto el dolor que cargaba su lobo que ya no sabía qué hacer con ello. No había ninguna alternativa para calmar esa vergüenza y ese tormento se acumulaba en su pecho, su lobo estaba herido y no había forma de remediar lo que ya estaba hecho. —Estaba en cinta… —escondió su rostro en el cuello de la mayor mientras seguía llorando— Pero él… no quería… Uta… él no quería que ese bebé naciera… así que… ya sabes… no sé cómo lo hizo, pero… me obligó a… —Está bien, tranquilo Susu, no tienes por qué decirlo… —Sabía que algo en su mejor amigo se había roto para siempre, o al menos, era muy difícil de reparar, porque entendía que el mayor deseo del omega era ser padre. —No-No sabes… cuánto anhelaba… aún así si el bebé era de él… pero… no me dejó opción… —El omega levantó su cabeza, sus ojos estaban rojísimos y su rostro hinchado de tanto llorar. Trataba de formar frases entendibles, pero ya solo lograba balbucear—. Ya… ya no importa… él… él está muy lejos… Iori mantuvo la compostura y no dejó que el coraje invadiera su corazón, ahora lo que más importaba era el bienestar de su compañero, por lo que lo cobijó nuevamente en su hombro prometiéndole su compañía y que nunca más estaría solo. Le brindaría apoyo y espacio para que sanara a su ritmo, garantizándole una nueva y tranquila vida, como él se lo merecía. Y pasado una media hora, el chico ya se había tranquilizado un poco, entonces Utahime le ofreció una infusión de hojas de naranja para que pudiese descansar esa noche. Al llegar la medianoche, el omega subió hacia la parte de arriba de la litera para descansar. Su amiga le había dejado en claro que no se preocupara del orden en la habitación, que eso lo verían mañana durante el día. Por ahora, Geto solo se tenía que enfocar en descansar y empezar a sanar. Se escondió entre las cobijas y abrazó la almohada, en búsqueda de confort y protección, algo que estaba seguro que nunca lo tendría. Por otro lado, su amiga ya había conciliado el sueño rápidamente, pero él estaba inquieto, moviéndose de un lado a otro sin poder dormir. En su mente solo rondaba ese mal recuerdo de un “amor” abusivo y devastador, el miedo de volver a verlo era constante, simplemente esperaba no tener que convivir con él una vez más y del que se negaría a repetir su nombre. Para él, una manera de sepultarlo era no volver a pronunciar ese nombre que desgracias le había traído a su vida. Las horas avanzaban y rendido a no poder cerrar sus ojos, se levantó refunfuñando tratando de no meter mucho ruido, más que nada, por la paz de su amiga. Buscó algo qué hacer, empezando por ordenar su ropa y la de Iori, al menos si no iba a dormir, podría ordenar un poco para no ser una carga extra a la vida de Utahime. Lo bueno, es que no llevaba mucha ropa consigo, y lo malo es que le complicaba un poco ya que, se avecinaba con fuerza el periodo de frío e iba a necesitar ropa más abrigadora. Por otro lado, entre tanto que movía las cosas, se cayó el libro que había estado leyendo en el bus, entre la penumbra observó en el piso la portada de este, suspiró y se dignó a recogerlo, simplemente lo ojeó sin leerlo exactamente, sino solo para contemplarlo, olfateó el aroma a libro viejo y recordó la breve y extraña conversación que había tenido con el joven que estaba a su lado en el bus. “Espero volver a sentir aquel aroma”, pensó sin tomarle mucho peso al torbellino de emociones que estaba sintiendo.

***

Esa misma tarde, en la que el de ojos zafiro había arribado al Valle de las Ausencias, por hacerse el coqueto con otras personas, estuvo casi hasta el anochecer intentando dar con la cabaña en donde se iba a alojar. Por no manejar el idioma, estaba en otro pueblillo cerca de ahí y que se llamaba Piedra Fría, a unos veinte kilómetros de distancia de donde se encontraba. Afortunadamente, una humilde pareja de ancianos también se dirigía a aquella localidad. Muy amables y comprensivos, lo acercaron hasta el lugar en un Citroen gris de la época. Agradecido y sin saber cómo hacerlo en español, atinó a hacer varios ademanes enfrente de ellos, lo que a esas personas les pareció algo tierno y divertido de ver. Obviando ese momento vergonzoso para él, pues, de alguna manera, le acomodaba ser ajeno, ya que la gente lo miraba como si fuese un animal o un cuadro exótico que debían admirar, lo que claramente le gustaba, aunque conocía sus límites y sabía hasta cuándo detenerse. Gracias al aventón de aquella pareja, no tardó mucho más en llegar a aquella cabaña en Piedra Fría, donde ahí podría tener mayor privacidad y dejar de jugar al llamativo turista. El lugar en donde iba a pasar sus “vacaciones” era un poco humilde para lo que estaba acostumbrado, además las decoraciones ahí eran más bien rústicas, todo lo opuesto a la ostentosidad con la que se crió y con la que estaba acostumbrado a vivir. No obstante, eso no era signo de que no le gustara, todo lo contrario, se sentía acogido por el calor tanto de la cabaña como de las personas a su alrededor. Una vez ya hecho el trámite de ingreso, este se instaló en la habitación. Dejando todo desordenado, se lanzó a la cama de dos plazas. Sí, era bastante campestre el lugar, pero le gustaba y eso era un poco extraño en él. De tanto pensar, no cayó en cuenta cuando se quedó dormido y se despertó a mitad de la noche. La oscuridad había inundado las calles y a la habitación en donde él estaba, solamente había una lámpara con luz tenue iluminando un rincón del aposento, se incorporó en la cama sentándose y observando el desorden que había provocado él mismo. “Uh, qué aburrido”, meditó al percatarse de su alrededor. De su valija sacó lo que iba a necesitar para el siguiente día y con ello, aparecieron unos sobres sin abrir con remitente a su nombre, enviados desde hacía dos años hasta la fecha, no habían más de siete sobres ahí, pero tomó algunos a la suerte para abrir y por fin disponerse a leer. “Valparaíso, 3 de junio de 1993 Querido Satoru: Espero que al recibir esta carta te encuentres bien, y que goces tanto de salud como en el espíritu. Aquí en Chile, el invierno se ha hecho presente con una intensa lluvia y no puedo evitar recordar aquellos días en que no había nada de qué preocuparse… La comida en este país es diversa, pero deliciosa, espero algún día puedas probarla, sé que con tus gustos exóticos no te arrepentirás de ella. No puedo evitar pensar en que el compromiso que une a nuestras familias es importante, no tengo dudas de que, con el tiempo, sabremos construir algo sólido juntos. Espero que las cosas mejoren allá en Japón, pues no hallo el momento en viajar para sentirme como en casa nuevamente. Con afecto y esperanza, Shoko Ieiri.” Sí. Aunque el matrimonio por conveniencia antes no era un dolor en el trasero tanto para él como para Ieiri, en este momento comenzaba a serlo. De hecho, lo habían hablado antes de que ella abandonase Japón, simplemente en aquel tiempo habían acordado en hacerlo por “el bien” de la familia, aunque eso significase sacrificar la felicidad de ambos, pero como ninguno se había interesado realmente en el amor como tal, su familia no halló mejor que hacer que unirlos en compromiso. De manera cansina, decidió tomar una última carta al azar y leerla, sentía que debía abrirlas para al menos demostrar que sí había ojeado alguna de ellas. “Valdivia, 15 de febrero de 1995 Satoru: Como siempre, espero que estés bien… aunque sospecho que estas cartas no son precisamente lo que uno escribiría a alguien que realmente extraña, ¿cierto? El verano ha estado muy salvaje. Sé que no lees mis cartas y tampoco leo las tuyas, a veces siento que esta ‘amistad’ terminará deteriorándose con el tiempo, incluso antes de que nos casemos. Pensé en escribir algo romántico sobre las flores aquí en verano, sobre nuestro destino o que nuestras familias decidieran unir nuestras vidas, como si fueran piezas de ajedrez, claro. Pero nada de eso me interesa realmente, mi madre ha dejado de revisar lo que escribo y lo que me respondes, así que creo que es un logro. Aprecio lo que tenemos. Eres y siempre serás mi amigo, pero como bien sabemos, ninguno de los dos puede ofrecer más que eso y no sé si quiera tener hijos contigo. ¿No te parece curioso que en vez de hablarnos de verdad, estemos jugando a este pequeño teatro? A veces imagino a nuestras madres leyendo estas cartas de ‘amor’, creyendo que nos amamos fielmente… y tal vez es eso lo que esperan, tal vez eso es lo que deberíamos darles… pero pienso realmente en nuestro futuro y valoro más nuestra amistad que algo más, no quiero seguir dilatando esto hasta el punto de tener que odiarnos por cosas pequeñas. De todas maneras, espero verte pronto y también anhelo que hayas encontrado a tu predestinada/o, aunque no creas en esas tonterías. Con cariño, o lo que sea que suponga que deba poner aquí, Shoko Ieiri.” El joven tragó saliva y tosió para sí mismo. Le había impresionado el nivel de honestidad que había tenido su prometida; él también había enviado una carta así al momento en que sus padres dejaron de intervenir por él, ¿habrá sido cosa del destino?, pues él sentía lo mismo que Shoko. Seguramente sí estaban destinados, pero no por la razón que querían sus padres, sino por amistad y el apoyo mutuo. Soltó un suspiro cargado de alivio, al fin no era el único que se sentía de esa manera y podía confiar plenamente en Shoko. Por lo que decidió darle una respuesta breve, mencionándole su paradero y así poder reencontrarse y hablar de sus futuros planes. “Temuco, 08 de marzo de 1995 Shoko Ieiri. Leí dos de tus cartas y sí, tenías razón en que ninguno de nosotros lee nuestras respuestas. Sin embargo, espero que esta sí, por lo mismo lo dejaré en anonimato para que te dé curiosidad abrirla. Estoy en una cabaña en Piedra Fría, que colinda con la comuna del Valle de las Ausencias, juntémonos a la brevedad, hay cosas de las que debemos hablar antes de que se terminen nuestras “vacaciones” y tengamos que devolvernos a la gran capital para consumar nuestro compromiso. Somos piezas de ajedrez, eso no lo dudo. Te espero atentamente, Tu apuesto amigo secreto. G.S.” Obviamente no podía dejar pasar su lado coqueto, aunque fuera su amiga, le gustaba bromear con ella sobre eso, eso sí, siempre siendo un caballero, respetando los límites de ella y de los propios. Ya al día siguiente iría a dejar esa carta.
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